UNA PROMESA EN EL FIN

861

Transcript of UNA PROMESA EN EL FIN

Page 1: UNA PROMESA EN EL FIN
Page 2: UNA PROMESA EN EL FIN

UNA PROMESA EN EL FINDEL MUNDO

Sarah Lark

Traducción de Susana Andrés

Page 3: UNA PROMESA EN EL FIN
Page 4: UNA PROMESA EN EL FIN

Créditos

Título original: Eine Hoffnung amEnde der WeltTraducción: Susana AndrésEdición en formato digital: marzo,2017

© 2015 by Bastei Lübbe AG, Köln© Ilustraciones de interior: TinaDreher, Alfeld/Leine© Ediciones B, S. A., 2017Consell de Cent, 425-42708009 Barcelona (España)

Page 5: UNA PROMESA EN EL FIN

www.edicionesb.com

ISBN: 978-84-9069-665-1

Todos los derechos reservados. Bajo lassanciones establecidas en el ordenamientojurídico, queda rigurosamente prohibida, sinautorización escrita de los titulares delcopyright, la reproducción total o parcial deesta obra por cualquier medio oprocedimiento, comprendidos la reprografíay el tratamiento informático, así como ladistribución de ejemplares mediante alquilero préstamo públicos.

Page 6: UNA PROMESA EN EL FIN

UNA PROMESA EN EL FINDEL MUNDO

Page 7: UNA PROMESA EN EL FIN

LA TRAICIÓN

Teherán, PersiaBombay, India

Pahiatua, Nueva Zelanda (Isla Norte)

Page 8: UNA PROMESA EN EL FIN

Julio de 1944 - enero de1945

Page 9: UNA PROMESA EN EL FIN

1

Campo de refugiadospróximo a Teherán, Persia

—¿Dónde está Luzyna?Adam, que vivía con sus padres en el

lado oeste de los barracones, se plantó

Page 10: UNA PROMESA EN EL FIN

jadeante delante de Helena. Debía dehaber llegado corriendo.

—Ni idea. —Malhumorada, Helenalevantó la vista de su labor. Hastaentonces había estado sentadaplácidamente al sol, contenta de haberselibrado de la agobiante estrechez delbarracón. El día anterior había estadolloviendo y no habían podido salir. Lahermana de Helena se había quejado deque las normas del campamento leprohibiesen ir a ver a su amigo Kaspar alos barracones para hombres. Luzyna sehabía peleado con la muchacha de lacama contigua a la suya y se habíaenfadado con la mujer de la cama deenfrente, que no dejaba de hablar sola.

Page 11: UNA PROMESA EN EL FIN

Por la mañana, Helena se alegró de queLuzyna por fin volviera al trabajo en lacocina del campamento. Pero ahora,Adam venía a perturbar su tranquilidad.Por lo visto, su hermana volvía a estarmetida en algún lío.

—¿No está en la cocina? —preguntóHelena, desconcertada.

—Tenía que ir al médico —contestó elchico agitando la cabeza—. Eso almenos le dijo a la cocinera. —Elcampamento se hallaba junto a unpequeño hospital—. Al mediodía teníaque estar de vuelta. Pero hasta ahora noha dado señales de vida, y eso que tieneque recoger la comida y repartirla. Nopuedo hacerlo solo, pero tampoco

Page 12: UNA PROMESA EN EL FIN

quiero delatarla. Bueno, si es que noestá ahora con el médico... —Adam, unquinceañero de cabello rubio y fino, ycon acné en el rostro, pasaba nervioso elpeso de un pie al otro.

Helena suspiró. Siempre igual. Nadiequería poner a Luzyna en un apuro. Ellasiempre encontraba a alguien queocultaba sus trastadas o que seresponsabilizaba de los errores quecometía.

—No tenía ninguna cita en el hospital—dijo Helena, al tiempo que recogía lalabor. El delantal que había cosido amáquina en la clase de costura no lehabía quedado demasiado bien y,además, se le había manchado porque

Page 13: UNA PROMESA EN EL FIN

Helena continuamente se pinchaba losdedos con la aguja al coser losacabados. No cabía duda de que sutalento no residía en los trabajosmanuales—. A mí no me dijo nada deeso. Pero es todo un detalle que no ladelates. Espera a que guarde la labor eiré contigo a echarte una mano.

Helena se puso en pie, entró en elalojamiento y parpadeó en medio de lapenumbra de la gran sala solo iluminadapor unos ventanucos. Puso cuidado en notropezar con las pertenencias de otrasocupantes que había por el suelo de losangostos pasillos que discurrían entrelas camas. En el barracón se apiñabademasiada gente, los estrechos catres

Page 14: UNA PROMESA EN EL FIN

estaban tan cerca unos de otros quebastaba con darse media vuelta en lacama para incordiar a la vecina.

Helena se despertaba casi todas lasnoches porque Luzyna tenía un sueñoinquieto. Como muchos refugiadospolacos que tras su estancia en Siberiahabían sido acogidos en Persia, suhermana sufría pesadillas. Aunque porfin estaban a buen resguardo, losrecuerdos del pasado las perseguían.Antes de que los rusos invadieran supaís en el otoño de 1939, después deque Stalin hubiese firmado el fatal pactocon Hitler, habían vivido comociudadanos polacos irreprochables. Pararusificar totalmente Polonia Oriental, el

Page 15: UNA PROMESA EN EL FIN

dictador deportó a gran parte de lapoblación polaca a los campos detrabajo de Siberia. Pero en junio de1941, Alemania rompió el acuerdo deno agresión que había hecho posible laanexión de Polonia Oriental. Acontinuación, para combatir a Hitler,Stalin se había visto obligado a unirse alos aliados, quienes habían puesto comocondición que estableciera relacionesdiplomáticas con el gobierno polaco enel exilio. Gracias a tales negociacionesse amnistió a los polacos que estaban enSiberia. ¡Helena y Luzyna eran libres!Junto con el recién creado ejércitopolaco, formado por antiguosdeportados, las dos hermanas

Page 16: UNA PROMESA EN EL FIN

consiguieron llegar a Persia. El paísestaba bajo el control de los aliados ylos polacos disfrutaban del estatus derefugiados. No había nadie que atentaracontra la vida de Helena y Luzyna en esepaís de Asia Occidental, pero lasmuchachas todavía no habían superadolas penurias de los pasados años.

Helena llegó al rincón que compartíacon su hermana. Corrió la cortinaimprovisada con mantas con la quehabían separado su diminuta áreapersonal del dormitorio común y arrojóla labor sobre la cama. A continuaciónfue con Adam a la cocina delcampamento. El sol se alzaba en lo altopor encima de las montañas nevadas, ya

Page 17: UNA PROMESA EN EL FIN

era más de mediodía y los cocinerostenían la comida preparada. Seguro quelos refugiados ya la esperabanimpacientes. Ahí en Persia, les dabantres comidas diarias y abundantes, loque para ellos era como un pequeñomilagro. En Siberia habían pasado añosde hambre.

La cocina se encontraba a unos cienmetros de los alojamientos donde eraninstaladas las personas. Un caminoancho y bien pavimentado condujo aHelena y Adam hasta allí. En realidad,el campo de refugiados respondía alproyecto de un cuartel de la aviaciónpersa; los edificios centrales de ladrillotenían un acabado mucho más sólido que

Page 18: UNA PROMESA EN EL FIN

los barracones. Los rodeaba un pulcromuro pintado de amarillo, no undesagradable alambre de púa como elque se había tendido a toda prisa paracercar los alojamientos. Las cuatroconstrucciones, sin embargo, no habíanpodido albergar a todo el flujo derefugiados, a quienes habían colocadoprimero en tiendas y luego enbarracones levantados a toda prisa. Enla actualidad, los cuarteles albergabansobre todo los espacios públicos, comoel hospital, la escuela y los talleres.

El ejército había puesto a disposicióndel campo de refugiados dos cocinas decampaña y una carpa en la que secocinaba, cosas que los ayudantes de

Page 19: UNA PROMESA EN EL FIN

cocina encontraban sumamenteagradables en el tórrido verano persa.Complacidos, se sentaban al sol, delantede la tienda o a la sombra del voladizode la carpa, para pelar patatas o trocearlos ingredientes del puchero. Tras losaños de frío siberiano, disfrutaban conel menor rayo de sol. Naturalmente, todosería más bonito si hubiera al menos unpar de árboles o un parterre con flores.Pero nadie se había entretenido enembellecer aquel lugar; si bien la visiónde las lejanas cumbres de las montañasAlburz, a cuyos pies se hallaba el campode refugiados, constituía todo un placerpara la vista.

—¿Y la pequeña Luzyna? —preguntó

Page 20: UNA PROMESA EN EL FIN

uno de los ayudantes de cocina cuandoAdam y Helena se presentaron pararepartir el rancho. Dos jóvenes lesentregaron, a ellos y a los demásrepartidores de comida de los otrosbarracones, carretillas llenas de pesadasollas de gulash y pasta—. ¿Ahora no letocaba servicio?

Helena se puso tensa.—Mi hermana ha tenido que ir al

médico —murmuró.El segundo ayudante rio.—¡De médico nada! —exclamó burlón

—. La he visto antes con Kaspar detrásde la cochera. ¿Habrá confundido elhospital con el taller de reparaciones?

Kaspar, a sus dieciocho años, era de

Page 21: UNA PROMESA EN EL FIN

los que ayudaban en el mantenimiento delos camiones en los que llegaban alcampamento las provisiones y losnuevos refugiados. Cooperaba de buengrado, mientras que Luzyna detestabatrabajar en la cocina. En realidad,tampoco se había apuntado de formavoluntaria, sino que se había sometidode mala gana a la presión de su hermanamayor. Ahora faltaba siempre que podíay Helena se arrepentía de haberlaforzado a hacer lo que no quería. Sinembargo, seguía pensando que la joven,con dieciséis años, tenía que hacer algosi ya no quería ir a la escuela ni seinteresaba por adquirir una formacióncomo costurera, algo que la misma

Page 22: UNA PROMESA EN EL FIN

Helena hacía a disgusto. Luzyna noquería ni mejorar sus conocimientos deinglés, ni aprender francés o persa.Parecía decidida simplemente a nohacer nada, salvo dejarse llevar por lacorriente y disfrutar del supuestoparaíso al que habían ido a parar.

Helena miró alrededor antes dedisponerse a empujar la carretilla de laque Adam tiraba. Para ella, esecampamento no era el paraíso, aunquefuese con toda certeza el mejor lugar alque habían llegado desde que las habíandeportado de Polonia. Las imponentescimas nevadas que se erigían entrecolinas verdes y palmeras datileras laimpresionaban menos que la visión de

Page 23: UNA PROMESA EN EL FIN

los tristes barracones y las calles delcampamento pobladas de seres abatidosy desarraigados. Y si bien disfrutaba delas excursiones a la ciudad de Teherán, atan solo cuatro kilómetros de distancia,se sentía extraña en la bulliciosametrópolis. La amedrentaban el caos delas calles, los gritos que se lanzaban losconductores de coches y camiones, y loscarros de burros y bueyes; y le producíainseguridad regatear en los bazares, lamúsica estridente, las llamadas de losmuecines desde las mezquitas y la gentecon sus zaragüelles, las túnicas largas yesos extraños tocados en la cabeza.

Helena admiraba el fastuoso palaciodel sah, pero no se volvía loca de

Page 24: UNA PROMESA EN EL FIN

entusiasmo como Luzyna ante laselegantes tiendas de los sectoresoccidentalizados de la ciudad ni ante losvestidos de seda y los refinadosmaquillajes de las mujeres que paseabanpor allí. No obstante, se avergonzaba desu modesto vestido de algodón cuandodeambulaba por esas suntuosas calles.Habían distribuido ropa nueva entre losrefugiados después de despiojarlos en elcampamento de tránsito de la ciudadportuaria de Pahlavi. Pero los jerséis,vestidos y abrigos no solíancorresponderse con la talla de quien losllevaba o eran demasiado gruesos parael verano persa. En comparación con lasmujeres de Teherán, Helena se sentía

Page 25: UNA PROMESA EN EL FIN

como un patito feo, mientras que Luzyna,por el contrario, tenía el aspecto de unaprincesa aunque fuera vestida con unsaco. La hermana menor ya era toda unabeldad, y era muy consciente de ello.Luzyna estaba convencida de que un díael mundo se rendiría a sus pies. Nada enella recordaba a la temblorosa criaturitaque se había abrazado a Helena cuandolos soldados rusos habían pegado alpadre, insultado a la madre y arrancadoa la familia de su espaciosa vivienda deLeópolis.

Helena todavía no lograba entenderpor qué Stalin los había expulsado deforma tan brutal de Polonia Orientaldespués de haber llegado a un acuerdo

Page 26: UNA PROMESA EN EL FIN

con Hitler sobre el reparto del país.Hasta entonces habían convividopacíficamente con los ucranianos ybielorrusos que, en esa zona de Polonia,representaban la mayoría de lapoblación. El padre de la joven,dentista, los había tratado a todos porigual, y la madre también había dadoclases de inglés y francés tanto a niñosucranianos como rusos. Pero los rusosdeclararon enemigos del pueblo acentenares de miles de ciudadanospolacos. Ninguno sabía por qué lossacaban de sus casas, los metían envagones para transportar ganado y losllevaban hacia el norte.

Page 27: UNA PROMESA EN EL FIN
Page 28: UNA PROMESA EN EL FIN

La familia había pasado los dos añossiguientes en la siberiana Vorkutá.Helena, que entonces ya tenía catorceaños, había trabajado con sus padres enlos bosques y a veces también en lamina. A Luzyna habían conseguidoalimentarla con sus escasas raciones decomida. Helena todavía recordabaSiberia como un gélido infierno: lastemperaturas a veces descendían acincuenta grados bajo cero. Por lasnoches, los miembros de la familia seapiñaban los unos contra los otros paramantener el calor; habían tenido queluchar contra el frío, los insectos y elhambre. El padre había fallecido al cabode medio año a causa de un accidente en

Page 29: UNA PROMESA EN EL FIN

la mina. Pero la madre había seguidoaferrándose a la vida; incluso cuandoapenas podía sostener el hacha y lasierra debido a la tos y la fiebre, ellaseguía yendo al bosque a cortar leña. Noobstante, pocos meses antes de laliberación también falleció. Helenatodavía recordaba cómo ella y Luzyna sehabían acurrucado contra su madre en elestrecho y duro camastro para darlecalor. La hermana pequeña, agotada, sehabía dormido en un momento dado,pero Helena siguió ocupándose de sumadre y escuchó con atención su cansinarespiración y al final también susúltimas palabras: «¡Cuida de Luzyna,Helena! Ahora tienes que velar por tu

Page 30: UNA PROMESA EN EL FIN

hermana. Prométeme que no la dejarássola... Luzyna merece algo mejor, tieneque mantenerse con vida... sol mío, luzde mis ojos...»

Se lo había prometido al tiempo quese tragaba su antiguo dolor. Otra vezmás, la única que importaba era Luzyna:la resplandeciente, el arrebatadorangelito de cabellos dorados y ojoscelestes, la favorita de toda la familia.Aunque Helena no podía reprochar a suspadres que la hubiesen desatendido. Alcontrario, Maria y Janek Grabowskisiempre habían prestado mucha atencióna sus dos hijas. Fomentaban tanto elinterés de la mayor por las lenguas y laliteratura como el gusto de la menor por

Page 31: UNA PROMESA EN EL FIN

la música y la danza. Helena recordabamuchas de las horas que había pasadoestudiando inglés y francés con su madreo leyendo sus libros favoritos con supadre. Pero también se acordaba decómo se iluminaba el rostro paternocuando Luzyna aparecía revoloteandocomo un duende para contar o tocaralgo. Todavía distinguía el orgullo en lamirada de su madre la primera vez quela pequeña había tocado en público; alos diez años ya era una buena pianista.Todos habían felicitado a los Grabowskipor tener una hija tan bonita y tandotada, dejando a Helena al margen.

Nadie los había felicitado por tenerlaa ella, Helena. Aunque no carecía de

Page 32: UNA PROMESA EN EL FIN

atractivo, no llamaba la atención.Helena Grabowski tenía un cabellocastaño y liso que si no lavabadiariamente se veía algo desgreñado. Surostro era armonioso, los ojos grandes yseparados entre sí, pero de un azulporcelana algo aburrido. A diferencia desu hermana menor, que impresionaba atodo el mundo, ella era dócil yconformista.

Tras la muerte de su madre, Helena sehabía esforzado por mantener supromesa. Había renunciado a una partetodavía mayor de sus escasas racionesde comida y trabajado duramente paraalimentar a su hermana. Si no lashubiesen liberado, sin duda ella también

Page 33: UNA PROMESA EN EL FIN

habría muerto. Persia había sido lasalvación para ambas y Luzyna todavíahablaba entusiasmada del campo detransición de Pahlavi. Por fin habíasuficiente comida, los niños podíanjugar en las cálidas arenas y nadar en lasaguas del mar Caspio. Los recuerdos deHelena eran algo más turbios. Le dolíaque, debido a las medidas de sanidad,hubiesen quemado las últimaspertenencias de sus padres en la playa.Entre ellas había fotos y cartas,recuerdos irrecuperables. Habíacontemplado sollozando cómo el vientoesparcía las cenizas sobre la playa.Persia podía ser para Luzyna un paraíso,pero para ella ese país formaba parte de

Page 34: UNA PROMESA EN EL FIN

la pesadilla que se había iniciado con eldestierro de Leópolis.

Ahora empujaba con todas sus fuerzasla carretilla —todavía estaba demasiadodelgada y débil— y procuraba no pensaren el futuro. Se decía que prontoacabaría la guerra. A lo mejor podríanvolver a Polonia y recuperar su anteriormodo de vida.

Los refugiados esperaban la comidadelante del barracón, la mayoría conpaciencia y apatía. Los adultos tenían unaspecto consumido y avejentado, inclusosi casi todos estaban en la medianaedad. Quien no había llegado joven yresistente a Siberia, no habíasobrevivido al cautiverio. Muchos

Page 35: UNA PROMESA EN EL FIN

estaban enfermos al llegar a Persia,habían muerto miles en los hospitales dePahlavi y Teherán por mucho que losmédicos persas, indios e ingleses sehubiesen ocupado de ellos. Helena sedecía que debería dar gracias al cielopor haberlas salvado a ella y a Luzyna,pero le faltaba la humildad necesaria.No podía creer que Dios realmentehubiera sido bondadoso con ellas. A finde cuentas, podría haber comenzado porevitar la deportación.

Adam empezó en ese momento arepartir la comida mientras Helenadedicaba una palabra amable a todosaquellos cuyo plato de latón o dealuminio llenaba con un cucharón de

Page 36: UNA PROMESA EN EL FIN

gulash y pasta. Luzyna se encontrabacasi al final de la fila. Dirigió a suhermana una sonrisa irresistible cuandole tendió el plato.

—¡Has sido taaaan buenareemplazándome! —Luzyna tenía unavoz suave y diáfana.

Helena hizo una mueca.—No lo he hecho por ti, sino ¡para

que la gente no tuviera que esperar portu culpa! —le reprochó—. ¿Dónde tehabías metido? No has ido al médico,¿verdad? Todas esas mentiras yescaqueos... ¡estoy empezando ahartarme! ¿Es que nunca piensas en quéhabrían dicho nuestros padres de tucomportamiento? Sabes lo responsables

Page 37: UNA PROMESA EN EL FIN

que eran mamá y papá. ¡Se habríanavergonzado de ti!

Luzyna se encogió de hombros; enella, incluso este gesto era grácil. Sehabía recogido el cabello ondulado en lanuca, y aunque el viejo vestido estabaraído, le quedaba bien. Hacía unoscuantos remiendos a sus prendas y ya lesentaban mejor. Bajo el vestido demuselina se dibujaban unas formasfemeninas; Helena comprobó conenvidia que, pese a que había cumplidocasi diecinueve años, su hermana yatenía más pecho que ella.

—Mamá y papá están muertos —respondió la pequeña, con arrogancia—.Ya no pueden avergonzarse. Y si todavía

Page 38: UNA PROMESA EN EL FIN

vivieran, también tendrían otras cosasque hacer.

Helena asintió con gravedad.—¡Sin duda! —exclamó—. Nuestro

padre trabajaría en el campamento dedentista y nuestra madre de profesora.No estarían holgazaneando y...

—¿Disfrutando de la vida? —preguntóLuzyna, rebelde—. ¿Qué tiene eso demalo? Hasta ahora ya hemos pasadosuficientes privaciones y trabajadobastante. ¿Por qué no vivir simplementeal día?

—¿Y luego? No nos quedaremos eneste campamento eternamente, no tetraerán siempre la comida. Más tarde...

—¡Más tarde quizás estemos todos

Page 39: UNA PROMESA EN EL FIN

muertos! —replicó Luzyna conimpertinencia. Cogió ella misma elcucharón, se sirvió y se dio media vuelta—. Todavía estamos en guerra, quiénsabe cómo terminará. Los soldadosdicen que los americanos estánconstruyendo un arma con la que puedanquemar todo el mundo. Y los alemanes,lo mismo. Cuando estén listas... ¡bum!

Luzyna hizo un gesto significativoantes de retirarse con su plato.Posiblemente a la cochera de nuevo o albarracón de Kaspar para comer con eljoven.

Helena la siguió afligida con lamirada. En realidad, no tenía argumentoscon los que contradecirle y su hermana

Page 40: UNA PROMESA EN EL FIN

no era la única que adoptaba esa actitud.En el campamento, casi nadie hacíaplanes de futuro.

Page 41: UNA PROMESA EN EL FIN

2

Cuando ya todos estaban servidos,Helena y Adam volvieron con lacarretilla y la cacerola a la cocina,donde ayudaron a lavar y poner orden.Luzyna, a quien en realidad lecorrespondía realizar esas tareas, no sedejó ver.

Page 42: UNA PROMESA EN EL FIN

—Está enfadada —confirmó Adamcuando Helena se quejó—. Por logeneral, cuando no viene a trabajar porlas mañanas, aparece por la tarde.Aunque sea por las raciones especiales.

La comida para el personal de cocinase repartía cuando todo estaba acabado.Entonces los cocineros y los ayudantescomían juntos en la tienda y para ellossiempre quedaba algo especial. Ese díatenían fruta de postre.

—¿Significa eso que lo hace confrecuencia? —preguntó asombrada.

Adam asintió.—A ella esto no le gusta —la defendió

—. Tampoco es una... una ayudante decocina... Dice que quiere ser pianista.

Page 43: UNA PROMESA EN EL FIN

Seguro que un día lo será, con lo guapaque es...

—¡Yo tampoco soy una pinche decocina! —protestó Sonia, otra joven queayudaba a la cocinera—. Quería sermédica, pero eso ya no será posible...Aunque se puede estudiar habiendocumplido los veinte años. Así que no herenunciado completamente a misesperanzas. Si bien para la carrera depianista lo veo negro. Uno tiene queempezar muy pronto y practicar,practicar y practicar. Cada día, durantemuchas horas. No me imagino a nuestraquerida Luzyna trabajando con tantoahínco...

—Antes ya practicaba mucho —

Page 44: UNA PROMESA EN EL FIN

explicó Helena, al tiempo que seenfadaba por estar defendiendo a suhermana. De hecho, tendría que darle larazón a la joven. Tal vez Luzyna soñaracon convertirse en una virtuosa delpiano, pero seguro que no se molestaríaen estudiar una carrera que requirieseuna entrega profunda—. Simplemente sedesbarataron sus planes...

Los demás rieron.—¡Como los de todos, cielo! —

replicó la cocinera—. Y para la mayoríade nosotros, volver a comenzar será másdifícil que para vosotros los jóvenes.Vosotros todavía tenéis posibilidades...Cuando haya acabado la guerra podréisllegar a serlo todo...

Page 45: UNA PROMESA EN EL FIN

Helena arqueó las cejas.—¿Aquí? —preguntó con amargura—.

¿En Persia? ¿Donde ni siquieraentendemos bien la lengua? Intentoaprenderla, pero es dificilísima. Y tratode formarme como costurera aunque notengo el mínimo talento para ello. Dudoque un día pueda ganarme la vida con lacostura. Y Luzyna...

Se enjugó rápidamente una lágrima delos ojos. Al parecer, su hermana no teníaintención de respaldarla. Al contrario, almenos en un futuro próximo todavíatendría que seguir manteniéndola.

—Luzyna quiere volver a Polonia —apuntó Adam, que era quien conocíamejor a la muchacha—. En cuanto acabe

Page 46: UNA PROMESA EN EL FIN

la guerra.—Ya, porque se imagina que todo está

como antes —confirmó Helena, abatida—. Pero por lo que dicen, Europa estádestruida... E incluso si nuestra casa aúnsiguiera en pie, ahora vivirán rusos enella. No creo que podamos echarlos deallí sin más.

—Si yo fuera más joven... me iría aNueva Zelanda —dijo Sonia, quesoñaba con estudiar la carrera deMedicina. En su voz había una nota demelancolía.

—¿Adónde? —Helena y Adamhicieron la pregunta al unísono, peromientras que el joven parecía no haberoído nunca mencionar ese país, la

Page 47: UNA PROMESA EN EL FIN

emoción impregnó la voz de Helena. Elnombre del estado insular de Polinesianunca había aparecido en relación con laguerra y la huida.

—Nueva Zelanda. Es algo así comouna colonia inglesa —explicó Sonia—.Está en algún lugar cerca de Australia.Muy, muy lejos. Y la gente que vive allípiensa acoger refugiados polacos. Mihermana pequeña está en el orfanato deIsfahán. Me lo ha contado por carta.

El gobierno polaco en el exilio habíaorganizado en Isfahán un orfanato bienequipado para los huérfanos dedeportados. Estaba provisto deestupendas escuelas y la atención eraexcelente. Sin embargo, Helena era

Page 48: UNA PROMESA EN EL FIN

demasiado mayor al llegar al país paraque la aceptasen y Luzyna no habíaquerido ingresar sola en él.

—Naturalmente hay una limitación enla edad —prosiguió Sonia—. Pero avosotros dos... A vosotros seguro que osadmiten. Y a Luzyna también. Id a pedirinformación.

Helena estaba excitadísima cuandoemprendió el regreso a su barracón.Nueva Zelanda... A diferencia de Soniay Adam, ella tenía conocimientos sobreese país, todavía se acordaba muy biende los prometedores paquetitos consellos de colores y de las cartas eninglés que su madre traducía con ella.Un amigo de su padre, un dentista

Page 49: UNA PROMESA EN EL FIN

alemán, había huido a Nueva Zelandajusto después de que Hitler alcanzara elpoder. Siendo judío, había consideradoque en Alemania no tenía futuro, yestaba en lo cierto. En los añossiguientes a su emigración, hacíapartícipes de sus experiencias en elnuevo mundo a sus amigos europeos.Los Grabowski leían sus cartas conemoción, y sobre todo después de queestallara la guerra, cuando empeoró elaprovisionamiento, esperaban conimpaciencia los paquetes llenos de latasde conserva, carne y pescado secos ydulces para las pequeñas. La madre deHelena había insistido en que las niñasdieran las gracias por todo ello

Page 50: UNA PROMESA EN EL FIN

personalmente, una buena oportunidadde practicar el inglés. Helena todavía seacordaba de la dirección aproximada:Elizabeth Street, Wellington. Esta, segúnhabía escrito Werner Neumann, era lacapital de su nuevo hogar, y parecíadiferenciarse mucho menos de Leópoliso Düsseldorf que de Teherán. Hablabade funciones de ópera y teatro, degrandes almacenes y del edificio delParlamento.

Naturalmente, el contacto con elexiliado se rompió en cuanto deportarona los Grabowski, pero en Persia, dondelos refugiados que entendían el ingléspodían escuchar programas de radio enesa lengua, Helena había prestado

Page 51: UNA PROMESA EN EL FIN

atención siempre que se mencionabaNueva Zelanda. Sabía que ese paíshabía enviado ejércitos a Europadurante la contienda, pero no habíasufrido bombardeos en su territorio. Allíparecía reinar la paz. Cuando pensabaen Nueva Zelanda, imaginaba rebañosde ovejas pastando en unos pradosverdes, coloridas casas de madera ygente amable. «Tío» Werner y su familiaenseguida se habían integrado. Habíantenido que aprender inglés, pero Helenahablaba realmente bien la lengua. Leresultaría más fácil encontrar trabajo enNueva Zelanda o incluso asistir a launiversidad que en Persia.

Se le aceleró el corazón solo de

Page 52: UNA PROMESA EN EL FIN

pensar en visitar tal vez un día a losNeumann si al final conseguía una plazapara ella y Luzyna en uno de los barcosque transportaban emigrantes. Decidióinformarse al día siguiente en ladirección del campamento, en cuantohubiese hablado de ello con su hermanamenor.

Helena se había mentalizado para unadiscusión, pero se vio agradablementesorprendida. Luzyna abordó el tema porpropia iniciativa.

—¡Kaspar y yo nos vamos a NuevaZelanda! —comunicó a su hermanacuando se acostaron—. Él abrirá untaller de coches. Todavía no debe dehaber muchos, por lo visto aquello está

Page 53: UNA PROMESA EN EL FIN

todo lleno de ovejas y vacas. Eso eratambién lo que decía el tío Werner.

Helena frunció el ceño. No podíaimaginarse que un país tan grande ymoderno como Nueva Zelanda aún noestuviera motorizado. Además todavíano veía a Kaspar, quien llevaba un parde meses ayudando en el mantenimientode los vehículos del campamento, comoel mecánico que necesitarían en esepaís. Pero le daba igual. Lo principalera que Luzyna tuviera una actitudpositiva ante el proyecto de emigrar.

—¿Ya sabéis cómo vais a hacerlo? —preguntó Helena con cautela.

Luzyna asintió con vehemencia.—Claro. Kaspar ha oído decir que

Page 54: UNA PROMESA EN EL FIN

Nueva Zelanda quiere acoger asetecientos niños y jóvenes. Deben serhuérfanos, es la única condición. Lamayoría saldrá del orfanato de Isfahán,pero nosotros también podemosapuntarnos. Con la doctora Virchow.Hay que registrarse, simplemente, y ellanos pondrá en la lista que estáconfeccionando.

La doctora Virchow, una médicacontratada por el gobierno polaco en elexilio, era la responsable de los niños yjóvenes de los campamentos próximos aTeherán. Organizaba la asistenciasanitaria y se ocupaba de las escuelas ylos programas de formación. Helena yahabía tratado con ella en varias

Page 55: UNA PROMESA EN EL FIN

ocasiones, entre otras cuando sematriculó en el curso de costura y en lasclases de persa. Además, se habíaofrecido a trabajar como profesora deinglés, pero no se lo permitieron a causade su juventud. La doctora Virchowhabía decidido amablemente queprimero se recuperase de las penuriasdel viaje y del cautiverio en Siberia. Yavolverían a hablar cuando hubierapasado un año.

Fuera como fuese, Helena no sentíaningún recelo hacia la médica, pero nopodía creer que bastase con hablar conella para entrar en la lista de refugiadoscon destino a Polinesia. Sin duda habríaque pasar por un examen médico y se

Page 56: UNA PROMESA EN EL FIN

tendrían en cuenta los conocimientos deinglés. Así pues, era optimista en lo queconcernía a Luzyna y a ella. Su hermanano hablaba inglés tan bien, pero sí mejorque la mayoría de refugiados. Y las dosgozaban de buena salud, se lo habíanconfirmado en varias ocasiones.

—¿Tienes algo en contra de que vayacon vosotros? —preguntó Helena a suhermana, después de que esta hubierafantaseado un poco sobre el idílicofuturo que les aguardaba a ella y Kasparen el otro extremo del mundo.

Luzyna le sonrió, hizo una reverencia yla abrazó.

—Sin ti, Helena —dijo—, ¡yo no mevoy a ninguna parte!

Page 57: UNA PROMESA EN EL FIN

Estas palabras la conmovieron, tantosi eran sinceras como si no.

A la mañana siguiente, las hermanas sereunieron con Kaspar delante de lasoficinas del campamento. Para ello,Luzyna volvió a faltar a su puesto en lacocina, aunque esta vez con elconsentimiento de Helena. Tampoco elchico se había escaqueado sin más, sinoque había pedido una hora libre alencargado del parque móvil. En esemomento, el torpón muchacho decabellos castaños saludó a Luzyna tancariñosamente como si no se hubiesenvisto durante meses. A Helena le resultólamentable tener que ver cómo seabrazaban y besaban a la vista de todos.

Page 58: UNA PROMESA EN EL FIN

Pero los otros pocos jóvenes queesperaban para entrevistarse con ladoctora Virchow ni siquiera se fijaronen la pareja. Parecían tener suficientecon sus propios asuntos. Se trataba detres chicos y dos chicas, entre loscatorce y los dieciséis años, segúncalculó Helena. Ellas llevaban de lamano a hermanos más pequeños que sequedaron mirando con curiosidad aLuzyna y Kaspar. Una de las pequeñassoltó una risita.

—¿Y tú qué miras? —la increpóKaspar.

Como era frecuente en él, se comportóde forma áspera y desagradable, Helenalo había experimentado en su propia

Page 59: UNA PROMESA EN EL FIN

piel. Solo se conducía de una maneradistinta con Luzyna.

La niña bajó asustada la mirada. Suhermana mayor iba a decir algo, pero lallamaron. Tiró de sus hermanos hacia laoficina de la doctora. Pasaron diezminutos hasta que los tres salieron denuevo y después la médica llamó aLuzyna. La muchacha entró relajada ysalió poco después.

—Quería saber si ya había oído hablarde Nueva Zelanda y cómo imaginabaque sería el país. Y si estaba en el cursode inglés. Le he dicho que ya sabíainglés y que teníamos parientes enNueva Zelanda... —Helena inspiróhondo al escuchar la mentira, pero hubo

Page 60: UNA PROMESA EN EL FIN

de reconocer que el embuste de suhermana acerca de los Neumannaumentaba sus posibilidades de partida—. Pues sí, y luego me ha preguntado simis padres estaban realmente muertos,bueno, si estaba segura. No les gustaenviar a los jóvenes tan lejos si lospadres solo están desaparecidos. Enfin... —Luzyna se secó una lágrima—nosotras no tenemos ninguna duda alrespecto...

A Helena le tocó el turno de entrardespués de que lo hicieran dos jóvenesmás. La médica sonrió amablemente.

—Creo que ya nos conocemos, ¿no esasí? —la saludó Virchow—. Asistes adiferentes cursos y eres... ¿No eras tú la

Page 61: UNA PROMESA EN EL FIN

que habla inglés con fluidez?Helena asintió.—Mi madre era profesora de inglés

—explicó—. Seguro que mi hermana,Luzyna Grabowski, ya se lo ha contado.Acaba de hablar con usted.

La doctora echó un vistazo a sucarpeta.

—Ah sí, la rubita... No sabía que eratu hermana, el nombre Grabowski esbastante común. Luzyna me ha dejadouna muy buena impresión. Y porsupuesto tú también serías una personaapropiada para emigrar. Pero me temo...me temo que en tu caso no podamosarreglarlo.

Helena tuvo la sensación de que de

Page 62: UNA PROMESA EN EL FIN

repente la empujaban fuera de una nubey caía en un agujero negro.

—Pero... ¿por qué no? —balbuceó—.Creo... creo que hay setecientas plazas.

La doctora Virchow asintió.—Para niños y jóvenes entre seis y

dieciséis años. Tu hermana todavíaencaja, Helena. Y si tú tuvierasdiecisiete... trataría de intervenir en tufavor. Para no separaros siendohermanas. Pero con casi diecinueve... Losiento mucho.

La muchacha se mordió el labio.—Pero a Luzyna... ¿la aceptarán? —

preguntó con voz ahogada.—Me gustaría enviar a tu hermana. Me

parece una persona muy apropiada, y

Page 63: UNA PROMESA EN EL FIN

sería para ella una gran oportunidad.Claro que tiene que estar de acuerdo, noobligamos a nadie. Si la quieres deverdad, aconséjale que se vaya. A esosniños les espera allí una vida totalmentedistinta. —Jugueteó con su pluma—. Yocasi les envidio —añadió a media voz—. Escapan de la guerra y del duroperíodo posterior que nos aguarda anosotros. Tendremos que reconstruirEuropa y me temo que se la repartiránRusia y las potencias de Occidente. Sise pelean por ello, pronto estallará otraguerra. Por el contrario, allí en NuevaZelanda no habrá destrucción ni peligro,y sí fantásticas oportunidades, enespecial para las chicas jóvenes. Allí

Page 64: UNA PROMESA EN EL FIN

las mujeres pueden asistir a launiversidad. Tienen derecho a votodesde hace cincuenta años... Seguro queno es el paraíso, Helena, pero es lomejor que puede pasarle a tu hermana.

Helena tragó saliva. Volvía a oír lavoz de su madre: «Luzyna merece algomejor...» Ahora parecía como si lo queMaria había soñado para su hija menorfuera a hacerse realidad.

—La convenceré de que se marche —contestó con sequedad—. Muchasgracias, doctora Virchow. Ah, sí, y... ycuando se presente Kaspar Jablonski...Si puede enviar a Luzyna, de momentono le diga a ese chico que con dieciochoaños es demasiado mayor y no tiene

Page 65: UNA PROMESA EN EL FIN

ninguna posibilidad. Hágales creer a losdos que estarán juntos. Con loenamorada que está Luzyna, podríaecharlo todo por la borda.

En efecto, Luzyna se enteró de quehabían rechazado a Helena cuando yaera inevitable. Hasta entonces, la mayorescondió su pesar delante de su hermanapequeña y lloraba a escondidas en sucama cuando Luzyna dormía o cuandohacía sus labores, que, encima, echaba aperder con las lágrimas. Al menos, sedecía con amargura, podría alimentarsea sí misma con la costura. Ya no tendríaque responsabilizarse de Luzyna. Y sesentía culpable de experimentar ciertoalivio al pensar eso.

Page 66: UNA PROMESA EN EL FIN

Al final, colgaron la lista con losniños y adolescentes seleccionados y,aunque Helena había estado esperandoque ocurriera un milagro, no encontró nisu nombre, ni tampoco el de Kaspar.Solo Luzyna formaba parte de los quincehuérfanos del campamento de Teheránque partirían al cabo de diez días.Luzyna reaccionó tal como Helena habíaesperado.

—¡Admite que tú ya lo sabías! —laacusó la joven cuando Helena noconsiguió fingir sorpresa suficiente porhaber sido rechazada—. ¡Sabíasperfectamente que no elegirían a Kaspar,pero te lo has callado porque quiereslibrarte de mí!

Page 67: UNA PROMESA EN EL FIN

Que su propia hermana no estuviera enla lista no parecía disgustarlademasiado, pese a sus anterioresafirmaciones. Helena se sintió herida,pero no dejó entrever nada. En lugar dedisgustarse, tenía que mostrarsediplomática. Tranquilizaría a Luzyna yla haría desistir de ir a la dirección delcampamento y darse de baja. Esorequería no quitarle la ilusión de volvera ver a Kaspar.

—Sí, lo sabía —admitió—. Pero lalimitación de edad es válida para elviaje, no para la emigración en sí.Kaspar y yo nos marcharemos más tarde.La doctora Virchow nos ha animadoexpresamente a que lo hagamos... —De

Page 68: UNA PROMESA EN EL FIN

hecho, después de la entrevista, Kasparhabía salido optimista del despacho dela médica. Esta le había asegurado queen Nueva Zelanda se ofrecían buenasoportunidades a los jóvenesemprendedores. En todo caso, tenía laspuertas abiertas en ese país, tanto siformaba parte del grupo de niños yadolescentes que pronto partiría como sino—. Por lo que he entendido de lo quedijo la doctora, tampoco podríais llevarde inmediato a la práctica vuestrosproyectos si Kaspar te acompañara en elviaje. No desembarcaréis en el puertode Wellington, primero iréis a uncampamento de transición, asistiréis a laescuela...

Page 69: UNA PROMESA EN EL FIN

—¡Yo no quiero ir a la escuela! —protestó Luzyna—. ¡Y Kaspar tampoco!

Helena hizo un esfuerzo por no perderla calma y asintió.

—¡Pues eso! —dijo—. Pero tampocopodría abrir un taller de coches nadamás llegar. Y tampoco podéis casarostodavía. Eres demasiado joven...

—¡A los dieciséis años uno ya puedecasarse! —replicó Luzyna. En Persia, almenos eso había oído decir ella, secasaba a las chicas cuando todavía eranniñas.

—¡En Nueva Zelanda no! —Helena sehabía informado al respecto con ayudade la amable doctora Virchow—.Primero tienes que haber cumplido

Page 70: UNA PROMESA EN EL FIN

diecisiete años y, en tal caso, contarademás con el consentimiento de lostutores. Sería alguien de la dirección delcampamento de Pahiatua o como sellame el lugar. Pero no te lo daría. No tellevan a Nueva Zelanda en calidad denovia, sino en el marco del programapara huérfanos de guerra. Tu nuevo tutorno te conoce y a Kaspar aún menos.Nunca en la vida os daría permiso paracasaros. Compréndelo, Luzyna, lascosas no son como las imagináis. Temarchas ahora antes que Kaspar. Él iráenseguida, se sitúa primero sin familia,que es mucho más fácil, y luego terecoge en Pahiatua.

Luzyna hizo un puchero.

Page 71: UNA PROMESA EN EL FIN

—¡Pero tendrá que prometérmelo! —sollozó, más calmada.

Helena la abrazó.—Seguro que lo hace —afirmó—. Si

es cierto que te quiere...—¡Claro que me quiere! —La pena de

Luzyna dejó paso de nuevo al enfadoporque no la tomaran en serio—. ¡Yaverás, Kaspar llegará antes que yo!

Helena asintió e intentó no mostrar suincredulidad. Era probable que Kasparllegara a hacer la promesa a Luzyna.Estaba convencida de que el joventodavía no sabía dónde estaba realmenteNueva Zelanda. Tampoco hablaba ni unapalabra de inglés ni tenía ahorros.Kaspar Jablonski nunca conseguiría

Page 72: UNA PROMESA EN EL FIN

llegar a Nueva Zelanda sin el programapara huérfanos de guerra. Pero ella solotenía que preocuparse de que en lossiguientes diez días ni él ni su hermanatomaran conciencia de ello.

Page 73: UNA PROMESA EN EL FIN

3

En los días anteriores a la partida,Helena estaba de los nervios, mientrasque Luzyna permanecía tan serena comosi fuese a hacer una excursión a Teherán.No empaquetaba sus cosas, no arreglabasus asuntos y reía cuando su hermanamayor la exhortaba a que lo hiciera.

Page 74: UNA PROMESA EN EL FIN

—Helena, tengo exactamente dosvestidos y dos juegos de ropa interior.Además de una toalla, un trozo de jabón,cepillo de dientes y dentífrico, así comouna manta de lana. ¡En cinco minutosestá todo empaquetado!

—A lo mejor prefieres llevarte uno demis vestidos —sugirió Helena—. El míogranate está menos gastado que el tuyoazul cielo.

Luzyna puso los ojos en blanco.—Es tu vestido de los domingos —

respondió—. No puedes dármelo. Detodos modos, es posible que en elcampamento nos den ropa nueva.

—¡Yo no necesito un vestido dedomingo! —insistió Helena—. Pero tú

Page 75: UNA PROMESA EN EL FIN

tienes que ir bien arreglada, tambiéndurante el viaje. A lo mejor podemoshacer un trueque para conseguir un chaly que no pases frío. Gran parte delrecorrido se hace en barco, y ya sabes elfrío que pasamos en la travesía deKrasnovodsk a Pahlavi... —Cruzar elmar Caspio había sido una pesadilla.

—Pero veníamos de Siberia. —Luzyna rio—. Ahora, en cambio, vamosal sur, si es que he entendidocorrectamente a la señora Virchow.

Todas las tardes, la dinámica doctorainvitaba a los jóvenes emigrantes aasistir a charlas y ver fotografías sobresu futuro país de acogida en un aula dela escuela. Luzyna no se mostraba

Page 76: UNA PROMESA EN EL FIN

demasiado interesada. Helena ignorabasi realmente habría ido cada tarde si ladoctora Virchow no le hubiesepermitido ir acompañada de su novio yde su hermana. Kaspar Jablonski asistíade buen grado a las charlas, y Helenasospechaba que lo que le interesabasobre todo era el funcionamiento delproyector de diapositivas mediante elcual se proyectaban imágenes en colorsobre una pantalla. Kaspar semaravillaba ante ese pequeño milagro yal segundo día ya se ganó las simpatíasde Virchow cuando se encargó demanejar él el aparato.

Lo que la doctora contaba de lasimágenes parecía resbalarle, quizá por

Page 77: UNA PROMESA EN EL FIN

suerte, según Helena. El joven habríadescubierto entonces lo lejos que sehallaba Nueva Zelanda y lo difícil queresultaría efectuar el viaje. En cualquiercaso, uno no podía contentarse consubirse a un barco y esperar a que lollevara a Wellington. Primerotransportaban al grupo por tierra hasta laIndia. Cuanto más sabía Helena alrespecto, menos ilusiones se hacía depoder seguir algún día a su hermana. Elviaje discurría por varios países y losbilletes de autobús y de tren costabanuna fortuna. Al mismo tiempo, el deseode Helena crecía con cada charla de ladoctora Virchow y con cada diapositivaque Kaspar proyectaba en la pared con

Page 78: UNA PROMESA EN EL FIN

su nuevo juguete favorito. Contemplabaasombrada las maravillas de lanaturaleza que había en el futuro hogarde Luzyna, los bosques de helechos, losvolcanes, las fuentes termales, lasmontañas nevadas, los lagos y losinfinitos territorios por explotar. Lasciudades no habían sido destruidas,parecían limpias y acogedoras, losjóvenes inmigrantes tendrían laposibilidad de trabajar al principio enuna fábrica y ahorrar algo de dinero,para después asistir tal vez a una buenaescuela o a una de las estupendasuniversidades.

Helena habría podido abandonarsesoñando con todo ello, pero se obligó a

Page 79: UNA PROMESA EN EL FIN

ser realista. Insistió en que Luzyna seprobase sus vestidos e intentóembellecerlos con un fruncido aquí yuna pinza allá. Birló con malaconciencia tela del taller de costura y lacambió por un chal para que su hermanamenor fuese abrigada y además se viesepreciosa con el vestido granate que ellale daba. Siempre que estaban juntas lehablaba en inglés y se preocupó por lomucho que su hermana menor habíaolvidado en Siberia. Intentó refrescarlos conocimientos lingüísticos deLuzyna y la animó a aprenderse dememoria la dirección de los Neumann.Estaba bastante segura de que la ciudady la calle eran las correctas, lo único

Page 80: UNA PROMESA EN EL FIN

que no recordaba era el número de lacasa. Pese a todo, se decidió a escribiral amigo de su padre. Le contó lo que lehabía ocurrido a su familia y le pidióque buscara a Luzyna en Pahiatua y seocupase de ella. Al hacerlo, soñódespierta que los Neumann se sentiríantan afectados por el destino de losGrabowski que le enviarían dinero deinmediato para que las hermanasvolvieran a estar juntas.

Junto a los preparativos del viaje,Helena y los demás refugiados seguíanel desarrollo de lo que ocurría en lalejana Europa. Los aliados habíanconseguido abrirse paso en el frenteoccidental alemán y esperaban poder

Page 81: UNA PROMESA EN EL FIN

avanzar deprisa por el norte de Francia.El objetivo era París y, finalmente,Berlín. Derrotar a los alemanes era solocuestión de tiempo.

Y finalmente llegó el día de la partida.Los jóvenes emigrantes debíanpresentarse a las diez de la mañana en elantiguo campo de maniobras, en elcentro del campamento. Después, uncamión los llevaría a Isfahán. Dormiríanuna noche en el orfanato y partiríandefinitivamente al día siguiente haciaWellington: primero en camión, luego entren y, a partir de Bombay, en barco.

A las nueve y media, Helena ya estabacon las pertenencias de Luzyna en elsitio, mientras su hermana iba a

Page 82: UNA PROMESA EN EL FIN

despedirse a solas de Kaspar. La plazase iba llenando. Los demás niños yadolescentes no habían podido contenersu impaciencia y habían llegadodemasiado temprano, como ella. Ahoraya aparecía el sol por las montañasAlburz, la temperatura era agradable yla espera no se hacía pesada. Los máspequeños jugaban, los adolescentescharlaban entre sí y vigilaban que sushermanos menores no se perdieran. SoloHelena estaba en ascuas. ¿Por quétardaba tanto Luzyna? Consultaba una yotra vez el gran reloj del edificioprincipal del campamento e intentaba noperder la calma. Todavía era temprano:Luzyna aún tenía veinticinco minutos.

Page 83: UNA PROMESA EN EL FIN

Luego veinte, luego quince... A las diezmenos cinco ya habían llegado todos losniños y adolescentes, y una joven a laque Helena no conocía empezó a tacharsus nombres de una lista. A las diezllegó el camión.

Helena reflexionó febrilmente. Eraposible que la pareja estuvieseintercambiando tiernos besos ycarantoñas y jurándose por enésima vezque solo era una separación temporal. YLuzyna debía de haberse olvidado de lahora, o confiaba simplemente en queHelena iría a buscarla en el momentooportuno. Precisamente eso es lo que ibaa tener que hacer ahora. Imaginabadónde estarían los dos tortolitos, en un

Page 84: UNA PROMESA EN EL FIN

cobertizo detrás de la cochera, a salvode miradas curiosas. Pero para ir hastaallí y volver necesitaría al menos cincominutos, cuando no diez... Y la jovencon la lista pronunciaba justo en esemomento el nombre de Luzyna, mientraslos otros jóvenes emigrantes subían alcamión. Helena les diría a ella y alconductor que esperasen a su hermana.

Cogió el hatillo y se dirigió al camión.El corazón le palpitaba. Quería a suhermana, pero odiaba tener que estardisculpándola una y otra vez, pidiendoque se hiciera una excepción con ella ytapando sus meteduras de pata.

Y de repente, la indignación y el hastíodejaron sitio a la rabia. Estaba tan harta

Page 85: UNA PROMESA EN EL FIN

de contenerse, de sacrificarse por esaniña insensata y desagradecida... Luzynadaba por sentado todo lo que Helenahacía por ella y seguro que esta veztampoco le daría las gracias por esaoportunidad única que ahora corría elriesgo de perder. Al contrario, Helenaya veía ante sí su semblantemalhumorado, «Ya voy, qué pesada...».La seguiría de mala gana, para acabaresbozando una sonrisa de disculpa ycamelarse en un abrir y cerrar de ojos aaquella joven y al conductor...

Helena apretó los dientes. Ya habíallegado al camión. La joven con la listalevantó la mirada brevemente.

—¿Grabowski, Luzyna? —preguntó,

Page 86: UNA PROMESA EN EL FIN

levantando el lápiz para tachar elnombre. Helena abrió la boca para daruna explicación—. ¿Luzyna Grabowski?

La mujer repitió impaciente lapregunta e hizo una seña con la mano aHelena para que subiera de una vez alcamión.

Helena tragó saliva, titubeante.—Sí —dijo casi afónica. Sentía latir

sus tímpanos—. ¡Sí!Helena estaba como en trance cuando

subió al camión. Un joven le tendió lamano para ayudarla. Nadie parecíasospechar de ella. No podía creer queninguno de esos jóvenes conociera aLuzyna, pero tal vez no habíanescuchado con atención cuando la

Page 87: UNA PROMESA EN EL FIN

habían llamado. O tal vez nunca sehabían interesado por el nombre de lapreciosa acompañante de KasparJablonski. Ahora Helena se beneficiabade que su hermana no hubiese asistido ala escuela ni a ningún cursillo.

Una muchacha le sonrió; se habíancruzado en el pasillo, delante deldespacho de la doctora Virchow, aunqueno se habían presentado. Tampoco losdemás compañeros de viaje la conocíanpor su nombre. Ahí no habíacompañeros del curso de costura ni delas clases de persa.

—Me llamo Natalia —dijo la joven.Helena carraspeó.—Yo Lu... Luzyna.

Page 88: UNA PROMESA EN EL FIN

Una sacudida recorrió el pesadocamión cuando se encendió el motor.Helena paseó la mirada por la plaza. Elcorazón le latía desbocado. Si suhermana aparecía en ese momentopodría rectificar...

Pero Luzyna no se dejó ver. Helenatampoco la distinguió en ningún lugarcuando el vehículo arrancó y los niños yadolescentes empezaron a agitar lasmanos para despedirse de los que sequedaban. Pero el camión prontoavanzaría por la calle mayor delcampamento y pasaría junto a lacochera, y, en efecto, en ese momentoLuzyna y Kaspar corrieron detrás. Alparecer, se habían dado cuenta de

Page 89: UNA PROMESA EN EL FIN

repente de que ya eran más de las diez.Luzyna miró asustada al camión

cuando pasó junto a ellos. Agitó losbrazos y también Kaspar intentó detenerel vehículo. Pero el conductor supusoque era un saludo de despedida. Tocó labocina complacido y los niños gritaronalegres.

Eso sofocó los gritos de Luzyna, peroHelena vio que su hermana la llamaba.La había descubierto, había visto queella ocupaba su puesto. La expresión desu rostro era indescriptible. Sorpresa,indignación, incredulidad ante latraición, por las promesas rotas...

Por un segundo, Helena experimentóuna alegría desbordante. Se había

Page 90: UNA PROMESA EN EL FIN

vengado, ahora también Luzyna sabríapor una vez lo que significaba sentirseabandonada y desatendida. Pero serecobró y se horrorizó de sí misma.¿Qué iba a hacer? ¡Era responsable desu hermana! Su obligación era contenersus deseos y sacrificarse por lapequeña, la que merecía algo mejor...¡No podía abandonarla allí! ¿Qué diríasu madre?

Helena se levantó, agitó las manos eintentó abrirse paso hacia la cabina.

—¡Alto, tenemos que parar,tenemos...!

—¿Te has vuelto loca o qué? ¡Siéntate,solo faltaría que te cayeras del camión!—Natalia tiró de ella con

Page 91: UNA PROMESA EN EL FIN

determinación.—No... tengo... tenemos que... mi

hermana...Helena golpeó la cabina del

conductor. El joven persa que conducíani se dio cuenta.

—Estate quieta, ya no vamos a parar—dijo un joven agarrándola del brazo—. Si te has olvidado de algo, tienesque decirlo en Isfahán. Serán amables yte ayudarán...

Las risas de alegría generalesapagaron el abatido sollozo de Helena.

Mientras el camión avanzaba a travésde las montañas por polvorientoscaminos llenos de curvas, y luegotraqueteaba por vías más anchas entre

Page 92: UNA PROMESA EN EL FIN

plantaciones de palmeras datileras yolivos, Helena intentó relajarse. Seguroque todavía podía arreglar las cosas.Durante los primeros kilómetros sobretodo, esperaba ver aparecer un cochedetrás del camión. Creía que Luzyna leexplicaría a alguien de la dirección queHelena la había sustituido, que habíaque salir en su búsqueda y proceder alintercambio de las hermanas. Kasparseguro que también podía movilizar aalguien, incluso era posible que el jefedel parque móvil le prestara unvehículo.

Pero al cabo de dos horas era pocoprobable que sucediese algo así. Elcamión iba lentísimo. Un automóvil

Page 93: UNA PROMESA EN EL FIN

normal ya haría tiempo que lo habríaalcanzado. Helena supuso que en Isfahánse aclararía todo. La dirección delcampamento de Teherán llamaría alorfanato y enviarían a Helena de vuelta.Aunque, ¿se demoraría el transporte undía por Luzyna? Helena así lo esperaba,aunque dudaba de ello. No solo se habíapuesto ella misma en una situaciónimposible, sino que también habíaechado a perder la oportunidad de suhermana pequeña.

Por la noche no ocurrió nada.Cansados tras el largo viaje por lasaccidentadas carreteras, los jóvenesllegaron a Isfahán, donde la visión delorfanato volvió a reavivar sus ánimos.

Page 94: UNA PROMESA EN EL FIN

Se trataba de un pequeño paraíso, losdormitorios y las aulas se encontrabanen medio de un encantador jardíntropical. Helena se sentía como en Lasmil y una noches. La casa parecíaacogedora y agradable, los niñossaludaron a los recién llegados con unaalegre canción en polaco. Parecían estarbien alimentados y llevaban limpiosuniformes escolares.

Unas banderas polacas y persasondeaban al viento en la plaza delantede la escuela. Los asistentes dieron labienvenida a los jóvenes emigrantes. Enesta ocasión, fue un muchacho quienpasó lista y no reaccionó de ningúnmodo cuando Helena se hizo pasar de

Page 95: UNA PROMESA EN EL FIN

nuevo por su hermana. Acto seguido, leadjudicaron una habitación con Natalia ysus hermanos pequeños. Helena laocupó con mala conciencia. Luzyna no lahabía delatado, así que era ella quiendebía aclarar ese asunto.

Aunque tenía hambre, casi no probóbocado de la sabrosa cena que lessirvieron en el comedor. Se arrepentíade lo que había hecho, pero ¿tenía quenotificarlo? De nuevo volvían a pasarlepor la cabeza los pensamientos que lahabían ocupado durante el viaje. Si loexplicaba, ¿ayudaría eso a Luzyna? Yase había organizado la conexión del díasiguiente. ¿Se pospondría a causa de unasola muchacha? ¿Y acaso Luzyna quería

Page 96: UNA PROMESA EN EL FIN

que eso sucediera? Por supuesto, sehabía puesto furiosa al ver que Helenala dejaba, pero en realidad nunca habíadeseado otra cosa que quedarse conKaspar.

Helena se reprendió enérgicamente.Lo que Luzyna quisiera no teníaimportancia, ella debía hacer lo mejorpor su hermana menor. Había prometidoa su madre que la cuidaría. Y que seuniera con ese tontaina de KasparJablonski seguro que no era lo mejorpara ella.

Natalia la llamó. Helena pronuncióunas disculpas. No la había oído, teníaque empezar a comportarse como unapersona normal si no quería que la

Page 97: UNA PROMESA EN EL FIN

descubrieran... Le zumbaba la cabeza.Por una parte quería informar de loocurrido y por otra, que no ladescubriesen. De un lado estaban susdeberes con respecto a Luzyna y delotro, el deseo irresistible de dejarlotodo. Un nuevo país... una nueva vida...

—Bueno, ¡yo me alegro de ir a NuevaZelanda! —decía Natalia en esemomento.

Helena se obligó a sonreír y no dijomás que la verdad:

—¡Y yo!

Page 98: UNA PROMESA EN EL FIN

4

Si bien al día siguiente su sentimientode culpabilidad no había disminuido, elmiedo a que la descubrieran ibaremitiendo. Por la noche habían llegadomás camiones con niños y adolescentesde las cercanías de Teherán procedentesde otros campamentos. Si su hermana sehubiese quejado, seguro que habría sido

Page 99: UNA PROMESA EN EL FIN

posible encontrarle un sitio donde viajarpara que las hermanas intercambiasenluego sus puestos. Así pues, Helenaestaba segura de que Luzyna no la habíadelatado y de que la probabilidad deque la descubriesen en un control eracada vez menor. Con tantos niños yadolescentes, además de treintaasistentes, que subían todos a los veinteautobuses que los aguardaban, ya nadiecomparaba los rostros con las fotos delos pasaportes. Al menos nadie lo hacíacon especial atención. Helena todavíahabría podido concluir allí su viajedando a conocer el entuerto, pero, pesea lo mucho que le remordía laconciencia, no lo hizo.

Page 100: UNA PROMESA EN EL FIN

Dejó a un lado sus sombríospensamientos y con Natalia buscó unasiento en el autobús. Las dos mirabancuriosas por la ventanilla. En primerlugar, los autobuses recorrieron el valledel río Zayandé Rud, un paisaje verde yfértil. La ciudad de Isfahán se dejabaentrever a los pies de los Zagros. Losniños de un orfanato algo apartado, quelos habían visitado con frecuencia,dijeron que eran preciosos. Pero Helenano añoraba las mezquitas ni los parques.Seguramente habría encontrado Isfahántan extraño e intimidante como Teherán.También le parecían peculiares lospueblos por los que pasaba el convoy oque se divisaban desde la carretera,

Page 101: UNA PROMESA EN EL FIN

formados por pequeñas construccionesde adobe, entre las cuales correteabanlas gallinas, las cabras, los bueyes y losburros. La gente llevaba pantalonesholgados y camisas largas por encima,que parecían camisones; las mujeresvelos o vestidos que las cubrían porentero y los hombres turbantes. Helenapensó que en ese lugar no se habíanproducido grandes cambios desde laEdad Media. No cabía duda de quePersia era hermosa, pero no era sumundo. Cuando Helena pensaba enpueblos de campesinos se imaginabacasas con frontispicio, establos yhuertos.

Natalia asintió cuando lo mencionó y,

Page 102: UNA PROMESA EN EL FIN

locuaz, le contó que habían echado a sufamilia de una granja de ese tipo enPolonia. De niña le encantaba colaboraren el cuidado de los animales yesperaba acabar alojándose otra vez enuna granja en Nueva Zelanda. Todavíano se defendía bien en inglés. Acababade asistir a un curso en el campamento yse quedó impresionada cuando supo queHelena hablaba la lengua casi confluidez. Durante el resto del viajeinsistió en practicar con ella y de estemodo el tiempo les pasó rápidamente.Todos los niños se alegraron de que elviaje prosiguiese por una carretera bienpavimentada. El recorrido por lasmontañas desde la ciudad portuaria de

Page 103: UNA PROMESA EN EL FIN

Pahlavi hasta Teherán e Isfahán habíasido un infierno.

Katarina, la hermana pequeña deNatalia, era la única que no se sentíabien, pues se mareaba durante losviajes. El hecho de que los alojamientosen que se instalaba a niños yadolescentes fuesen muy básicos yestuvieran demasiado llenos tampocosimplificaba las cosas. Además, cuantomás al sur se dirigía el vehículo, mássubía la temperatura. En el autobúshacía tanto calor que casi no se podíarespirar. Nadie se tomaba la molestia deexplicar a los pasajeros dónde seencontraban ni cuánto tiempo faltaba.Muchos niños creían que irían en

Page 104: UNA PROMESA EN EL FIN

autocar hasta Nueva Zelanda, peroHelena sabía que a partir de Bombayviajarían en barco. La doctora Virchowhabía explicado a sus pupilos quecruzarían diversas provincias indias, yHelena se preguntaba si en cada una deellas habría controles fronterizos. Dehecho, solo detuvieron el convoy en laentrada de la India británica y lamayoría de los aduaneros no teníaninguna gana de examinar más desetecientos pasaportes. Solo dieronmuestras de simpatías hacia losrefugiados, desearon a los niños muchasuerte en Nueva Zelanda, que, a fin decuentas también formaba parte de laCommonwealth, y dejaron pasar el

Page 105: UNA PROMESA EN EL FIN

convoy.Las fértiles llanuras persas dejaban

paso al desierto. Finalmente, el viaje enautobús concluyó en una polvorientaestación de tren de una de las enormesciudades controladas por tropasbritánicas que, para regocijo deKatarina, respondía al nombre deKarachi.

—¡Suena parecido a mecachis! —Lapequeña rio y se alegró de bajar delautobús. En el tren no se marearía contanta facilidad.

A Helena, por el contrario, le gustabamás el autobús. Los compartimentos deltren que les habían adjudicado estabansucios y abarrotados, el ambiente era

Page 106: UNA PROMESA EN EL FIN

sofocante y ni siquiera durante la nochese podía aguantar. La comida consistíaen grasientos bocadillos que repartíanlos asistentes, a la hora de dormir cadauno tenía que quedarse en su sitio otenderse en el suelo del compartimento odel pasillo. Todo ello le recordaba queen la travesía en barco entreKrasnovodsk y Pahlavi habían idoapretados como sardinas, aunqueentonces tiritaban de frío y ahora seasfixiaban de calor. Eso no mejoraba elambiente del vagón. Apestaba a cuerpossin lavar y excrementos, y el primer díadel viaje los baños ya se habíanensuciado irremediablemente.

En determinado momento llegaron a la

Page 107: UNA PROMESA EN EL FIN

frontera con la India, donde se apearon ysubieron a otro tren. Era de noche y allítampoco los controlaron. Losadolescentes de su campamento ibanmás o menos a su aire. No había ningúnniño pequeño que viajara solo, lamayoría tenía entre trece y dieciséisaños. Las pocas excepciones, como loshermanos menores de Natalia, iban alcuidado de parientes de mayor edad.Los otros campamentos de Teherán eIsfahán habían estado vinculados aorfanatos. Se habían seleccionadomuchos niños de entre seis y doce añospara el viaje y les habían asignadoasistentes adultos. Los hombres ymujeres continuamente contaban a sus

Page 108: UNA PROMESA EN EL FIN

pequeños pupilos. Vigilarlos requeríatoda su atención.

Cuando el tren por fin entró en laestación de Bombay, Helena estabademasiado agotada para sentirse todavíapreocupada o tener remordimientos.También esa enorme ciudad pertenecíaal imperio colonial y el ejércitobritánico facilitaba los autobuses queesperaban a los niños. A esas alturas,todos estaban tan rendidos y abrumadospor tantas y nuevas impresionesrecibidas que apenas se fijaron en lasgrandes casas, las abarrotadas calles, elruido, los sonidos y aromas exóticos dela ciudad. Solo Natalia admiró laspalmeras y Katarina señaló emocionada

Page 109: UNA PROMESA EN EL FIN

los carros de colores tirados por bueyesque había en las calles. El color reinabapor todas partes y en los templos seadoraban extraños dioses. Helenarecordaba vagamente las explicacionesde la doctora Virchow. En Persia lohabía encontrado todo muy atractivo,pero ahora lo único que deseaba era unacama. A lo mejor en el barco no irían tanapiñados.

Sin embargo, los autobuses nollevaron a los viajeros directamente alpuerto, sino a un cuartel británico. Allíhabía comida, duchas y catres decampaña donde tenderse. Eso fue loprimero que hicieron muchos niños antesde que los llamaran para comer y luego

Page 110: UNA PROMESA EN EL FIN

se quedaron profundamente dormidos acausa del agotamiento. Helena y Nataliase tomaron la molestia de lavarse afondo. Cuando Helena se acurrucó porfin bajo las mantas, se sentía mejor quenunca. Al quedarse dormida, pensó enque a Luzyna no le habría gustado eseviaje. Tal vez había hecho bien enahorrárselo... Por primera vez desde supartida, no tuvo pesadillas.

Descansada y contenta, despertó al díasiguiente y comió con los demás undesayuno de papilla de avena y té. Otroviaje en autobús por la colorida yexcitante Bombay y por fin pondríanrumbo a Polinesia. No se habíaimaginado ni en sueños que aquí pudiese

Page 111: UNA PROMESA EN EL FIN

darle alcance su pasado.Cuando los jóvenes llegaron al muelle,

volvieron a encontrarse con unaspersonas que pasaban lista. A Helena leresultó vagamente conocido un hombre,todavía muy joven, con abundantecabello castaño y el rostro redondo.Precisamente fue él quien la llamó.

—¿Luzyna Grabowski?El muchacho levantó la vista y deslizó

la mirada por los emigrantes queesperaban.

—¡Presente! —Helena contestó convoz firme. Poco a poco se ibaacostumbrando a escuchar el nombre desu hermana. Con toda naturalidad dio unpaso adelante y miró unos ojos castaños

Page 112: UNA PROMESA EN EL FIN

y despiertos.—¡Tú no eres Luzyna! —siseó el

joven.Helena palideció.—Claro que sí. Por supuesto que lo

soy. ¿Quién... quién iba a ser si no? Yo...La mirada del otro se volvió

acechante.—No me vengas con cuentos, tú no

eres Luzyna. Tú... Sí, ya me acuerdo, ¡túeres su hermana! Esa pesada que corríatodo el día detrás de ella en el barco.

—¿En... en qué barco? —Helena rionerviosa y miró a derecha e izquierda.Por el momento nadie se había dadocuenta de que discutía con el asistente.Natalia estaba ocupada con sus

Page 113: UNA PROMESA EN EL FIN

hermanos. El resto contemplaba conadmiración el enorme barco que yaestaba listo para recibirlos. El GeneralRandall era un buque de transporte detropas americano.

—En el carguero, claro. —El jovenhablaba muy deprisa y a media voz. Estole dio esperanzas. Tal vez no la delatara—. Ya sabes, desde Krasnovodsk hastaPahlavi. ¿No te acuerdas de mí?Estábamos juntos en Vorkutá... Pero túsolo tenías ojos para tu hermana. Nuncamirabas ni a derecha ni a izquierda... ¿Yahora? ¿Qué ha ocurrido con Luzyna?¿Por qué viajas con sus documentos?¿Ha muerto?

Helena negó con la cabeza.

Page 114: UNA PROMESA EN EL FIN

—No... no; está bien. Ella... ella noquería marcharse a Nueva Zelanda y yo,en cambio, lo deseaba tanto... Pero yo...yo soy demasiado mayor, yo... Porfavor... No sé su nombre... yo... Porfavor, por favor, no me delate... de todosmodos ahora sería demasiado tarde paraLuzyna, yo...

Buscó suplicante la mirada de suinterlocutor pero no encontró compasiónni comprensión, solo un triunfalcentelleo.

—Witold —se presentó el hombre—.Witold Oblonski. Formo parte delpersonal de asistencia. Soy profesor. Yanos veremos... en el barco. —Su vozsonó casi amenazadora... ¿o suplicante?

Page 115: UNA PROMESA EN EL FIN

Helena abrigó alguna esperanza.—Entonces ¿no me delatará? —

susurró.Oblonski sonrió y miró a Helena de la

cabeza a los pies.—Puedes llamarme Witold...

«Luzyna...» —subrayó burlón—. Y no,en principio no te delataré. Siempre quete muestres un poco agradecida...

Helena arrugó la frente. No entendía aqué se refería.

—¿Agradecida? ¿A qué... a qué serefiere?

—Venga, piénsatelo, Luzy. —Witoldsoltó una risa taimada—. Desde luego laauténtica Luzyna no era tan dura demollera.

Page 116: UNA PROMESA EN EL FIN

Helena se mordió el labio,comprendiendo.

—¿Hubo algo entre usted y... Luzyna?—No podía ser, en el trayecto deSiberia a Persia Luzyna acababa decumplir catorce años.

Witold hizo una mueca.—Lo dicho, ya nos veremos... —dijo,

tachando el nombre de Luzyna de la lista—. Ya te encontraré... Luzy.

Helena suspiró aliviada cuandoascendió por la pasarela. Al menoshabía conseguido subir a bordo, aunquela corroían las dudas y el miedo.

Mientras buscaba su alojamiento atientas con Natalia y los niños a travésde los pasillos de la cubierta de

Page 117: UNA PROMESA EN EL FIN

camarotes, intentó recordar Siberia. Locierto es que pocas veces había miradoa la cara a las personas que trabajabancon sus padres y con ella en unacuadrilla. ¿Para qué? Estabanirreconocibles, envueltos como momiaspara combatir el frío y, al menos lospresos que tenían parientes en elcampamento, no estaban interesados enhacer amigos. Ya era bastante triste vermorir a los miembros de la familia...

Sin embargo, Helena recordó por finde qué conocía a Witold Oblonski. Dehecho, su nombre se había mencionadode vez en cuando en las escasasconversaciones que sostenían losdeportados, y la mayoría de las veces

Page 118: UNA PROMESA EN EL FIN

vinculado a una advertencia. El joven nohabía retrocedido ni ante acusaciones nimentiras para convertirse en el niñomimado de los vigilantes. Les contabacon frecuencia pequeñas infraccionesque los reclusos cometían contra lasnormas del campamento. Un tipo malo ydesagradable que ahora estaba en unaposición en que podía desenmascarar aHelena cuando quisiera. La muchachatemblaba solo de pensar lo que iría apedirle, pero una cosa estaba clara: queella no podría negarse.

El General Randall resultó muchomás confortable que la pequeñaembarcación en que habían viajado deSiberia a Persia. El transporte de tropas

Page 119: UNA PROMESA EN EL FIN

americano disponía de más cubiertas yde suficientes instalaciones sanitarias,cocinas y alojamientos para llevar acientos de soldados. Helena compartíacamarote con Natalia, sus hermanos yotras dos chicas. Al ser seis, estabanalgo estrechos allí dentro, pero cada unatenía una cómoda litera con sábanaslimpias y durante el día podían subir acubierta siempre que quisieran. Inclusoal zarpar les dieron permiso paracontemplar Bombay por última vezdesde la borda. Helena tuvo entonces laoportunidad de comprobar lo enormeque era la ciudad que se extendía por lascolinas de la isla Salsete. Aunque en suorigen Bombay había estado separada

Page 120: UNA PROMESA EN EL FIN

de tierra firme por una laguna, más tardehabían construido un dique para secarla.Ahora, Salsete acogía a millones depersonas.

Helena maldijo su destino.Precisamente ahí donde imperaba elanonimato había ido a caer en las garrasde una mala persona que conocía suhistoria. Observó entristecida que elGeneral Randall también era enorme. Siel encargado de comprobar la lista nohubiera sido justamente Oblonski, no sehabría percatado de ella en el barcodurante este último trayecto. Pero ahoraseguro que no dejaría pasar muchotiempo antes de pedirle su«recompensa». No cabía duda de que

Page 121: UNA PROMESA EN EL FIN

estaba al corriente de quiénes ocupabanlos camarotes y acechó a Helena cuandodespués de comer —los pasajeros ibana buscar su comida a la cocina y laconsumían en sus camarotes— ella fue adevolver los platos. Por fortuna, casi erala hora de irse a dormir.

Retrocedió asustada cuando Witoldsalió a su paso en uno de los pasillosentre la cocina y los camarotes

—Muy buenas noches, Luzy...Helena se mordió el labio.—¿Qué quieres? —preguntó con

acritud. Al menos debía parecerenfadada, aunque su voz más biendelataba miedo.

Witold sonrió irónico y le indicó que

Page 122: UNA PROMESA EN EL FIN

lo siguiera a la cubierta. A esas horasestaba tranquila. Los soldados deservicio en el General Randall estabancomiendo y los asistentes no permitíanque los niños dejaran los camarotescuando oscurecía.

—Enseguida lo sabrás, Luzyna —respondió Witold con un tono melifluo,arrastrándola tras un bote salvavidas.

—Helena —corrigió la joven con vozronca—. Mi nombre es Helena. Y... y losiento. Yo... yo en realidad no queríamentir, yo...

Él sonrió sarcástico.—Claro que no. Tú eres una chica

decente. Todavía me acuerdo de nuestroviaje. Así que yo no lo intenté contigo,

Page 123: UNA PROMESA EN EL FIN

pero ¿no fue Oleg quien te lo pidió?Helena frunció el ceño, aunque de

hecho se acordaba de un chico flaco ygranujiento con rostro de hurón que, dealgún modo, había conseguido hacersecon el puesto de ayudante de cocina enla travesía de Siberia a Persia. Enefecto, una vez se había ofrecido acortarle un trozo de pan más grande siella era amable con él. Helena nisiquiera lo había tomado en serio.

—En eso la pequeña Luzyna teníamenos escrúpulos —aseguró Witold.

Helena lo miró horrorizada.—¿Significa eso que abusaste de ella?

¿Luzyna se... se te entregó por un trozode pan?

Page 124: UNA PROMESA EN EL FIN

Witold rio.—Bueno, bueno, no exageres. Y no te

sulfures. Al menos no fue debajo de mídonde perdió su virginidad tuespléndida hermana. Además, entoncesera pequeña. Y nosotros los chicostampoco estábamos a pleno rendimientodespués del cautiverio en el campo. Encambio, de vez en cuando un beso... untoqueteo hábil... —Se llevó la mano a laentrepierna—. Pero bueno, la pequeñaLuzy no estaba a la altura.

Helena sintió asco. ProbablementeLuzyna no había sabido en absoluto loque hacía.

—¿Así que ahora tengo que darte unbeso? —preguntó rindiéndose.

Page 125: UNA PROMESA EN EL FIN

Witold soltó un burlón resoplido.—¿Darme un beso? No, Helena, no te

librarás tan fácilmente. A fin de cuentasya eres mayor, ¿no? Una mujer, no unaniña pequeña. Y yo soy un hombre.

—¿Cómo has llegado hasta aquí? —preguntó ella esperando distraer suatención—. Un tipo como tú... ¿Cómo esque eres asistente?

Él hizo una mueca burlona.—Soy profesor, cariño. En Białystok

daba clases de Matemáticas y Geografíaen el instituto. Acababa justo determinar la carrera cuando llegaron losrusos. Una lástima... porque también elinstituto estaba lleno de chicas guapasdeseosas de mostrar su agradecimiento

Page 126: UNA PROMESA EN EL FIN

cuando les subía un poco la nota...—Eres... eres... —Helena quería

insultarle pero calló.—¿Un cerdo, ibas a decir? —aventuró

sonriente Witold—. Ya lo he oído un parde veces. Vosotras las chicas no soismuy ingeniosas. Pero gracias, lo tomocomo un cumplido. Un jabalí salvaje...¿Quién no se sentiría orgulloso? Y ahoradate prisa, Helena, cariño. ¡Desnúdate!—Su voz se endureció.

La joven se lo quedó mirandohorrorizada.

—¿Que me desnude? ¿Aquí?Witold asintió.—No me parece un mal sitio —

contestó con toda tranquilidad—. Pero

Page 127: UNA PROMESA EN EL FIN

déjame ver si me lo monto mejor.Hacerlo a toda prisa con la faldalevantada en los pasillos de la escuelano me divertía nada. Prefiero ponermecómodo y para ti será más agradable.Mira, nos subiremos a uno de los botes,ahí no nos verá nadie. ¡Date prisa,Helena! Antes de que tu amiguita te echede menos y empiece a hacer preguntas...

Helena estaba como petrificada, perodejó que Witold la encaramara a unbote. Él, jadeando, se desabrochó lospantalones. Ella tuvo que darse prisapara desprenderse el vestido antes deque él la «ayudase» arrancándoselo.Esperaba que tuviera suficiente viéndolaen ropa interior y medias, pero él

Page 128: UNA PROMESA EN EL FIN

insistió en que se desnudase. CuandoHelena se quitó la camisa por la cabeza,le resbalaban lágrimas por las mejillas.Tenía miedo, se sentía sucia, aunque nopodía evitar pensar que merecía lo queestaba pasando. Recordó la últimamirada decepcionada y asustada deLuzyna y esa visión le pareció casi peorque la expresión lasciva de los ojos deWitold cuando la evaluaba.

—Un poco delgada —constató, y lepidió que se tendiera.

Helena intentó encontrar una posiciónmás o menos cómoda entre los bancos.Pero no lo consiguió, las tablas eranduras y se golpeó la espalda cuandoWitold descendió sobre ella. Él no se

Page 129: UNA PROMESA EN EL FIN

había desnudado del todo, solo se habíabajado los pantalones. Helena distinguiósu miembro erecto, tenía un aspectomonstruoso, una asquerosa y palpitanteverga. Habría vomitado con solo verlo,pero entonces el dolor la hizo olvidarsedel asco. Contuvo un grito cuando sinmediar palabra él la penetró una y otravez, Witold le cerró la boca con un besobrutal. El dolor que sentía en el vientreera tan horroroso como la humillación.Él seguía afanándose y ella sintió algohúmedo entre las piernas. ¿Estabasangrando? El dolor cedió cuandoWitold se corrió en ella. Helena volvióa luchar contra el asco y las ganas devomitar cuando un líquido caliente fluyó

Page 130: UNA PROMESA EN EL FIN

en su interior y salió goteando, mientrasél por fin se retiraba. A ella le dolía laespalda, seguramente la tendríaamoratada al día siguiente. No sabíacómo moverse cuando, tras unaeternidad, Witold se apartó de ella.Todo su cuerpo ardía de humillación ydolor.

Él lanzó un breve vistazo a la espaldamagullada, mientras ella volvía aponerse la camisa.

—Tráete una manta la próxima vez —le advirtió. Y dicho esto, se dio mediavuelta, se abrochó el pantalón ydesapareció en la oscuridad.

Page 131: UNA PROMESA EN EL FIN

5

La travesía de Bombay a Wellington seconvirtió para Helena en un auténticomartirio. Cada día, Witold le exigía su«recompensa» y ella no podía evitarlo.Naturalmente, intentaba esquivar losespacios abiertos cuando oscurecía,pero hubiera llamado la atención sihubiese eludido siempre devolver los

Page 132: UNA PROMESA EN EL FIN

platos a la cocina. Además, a Witoldtambién le gustaba abusar de elladurante el día, entonces, al dolor y lavergüenza se sumaba también el miedo aque alguien los viera. A él no parecíaimportarle, hacía lo que le apetecía contoda tranquilidad. En una ocasión en queella consiguió evitarlo todo el día, lallamó por la noche al camarote. Luegotuvo que dar una explicación verosímil alas demás chicas de por qué la habíallamado el asistente. Esa vez consiguióinventarse una historia creíble, peroprefirió no correr el riesgo de quevolviera a reclamar su presencia.

Por supuesto había momentos, enespecial a la luz del día, cuando todo

Page 133: UNA PROMESA EN EL FIN

adquiría un aspecto apacible, los niñosjugueteaban por la cubierta y Natalia nose cansaba de contemplar a los delfinesque acompañaban el barco, momentos enlos que el pensamiento lógico ocupabael lugar del pánico que dominaba lasnoches de Helena. Entonces sepreguntaba si la amenaza de Witold erarealmente tan grande como para merecerese sufrimiento. A fin de cuentas, ya seencontraba camino de Nueva Zelanda.En ninguna circunstancia enviarían devuelta a una joven sola, y además setrataba de afirmación contra afirmación.Comprobar si era cierto lo que Witolddijera requeriría un enorme esfuerzo.¿Realmente se pondría alguien a

Page 134: UNA PROMESA EN EL FIN

investigar si una muchacha se llamabaLuzyna o Helena y si de verdad teníadieciséis años?

Witold se burló de ella cuando al finalreunió fuerzas y le dijo lo que habíapensado.

—¡Todavía no estás en NuevaZelanda, Luzy! La entrada al país sehace en Wellington con un control depasaportes más o menos intensivo.¡Piensa en ello, querida! ¿Tanto tepareces a tu hermana como para que eladuanero no dude al observar la foto conatención? Y entonces, querida...acabarás en una prisión neozelandesa.Hasta que zarpe el siguiente barco.A eso se le llama una detención en

Page 135: UNA PROMESA EN EL FIN

espera de expulsión. ¿Y hacia adóndepartirá el barco? ¿A China tal vez?¡Espabila, Helena! ¡Ningún país delmundo te dejará entrar con un documentofalso! Así que deja de protestar. Se hacetarde. ¡Desnúdate!

Helena cedió de nuevo a sus deseos.Esa noche, Witold la penetró conespecial brutalidad y ella lloró ensilencio al pensar en su futuro. Sirealmente todo era como Witoldaseguraba, podría disponer de ella a sucapricho en el nuevo campamento deNueva Zelanda. La tenía bajo su control.Su única salida consistiría en escapar loantes posible del campo de refugiados yarreglárselas por su cuenta en el nuevo

Page 136: UNA PROMESA EN EL FIN

país.Naturalmente, al día siguiente, a la luz

del día, relativizó esos pensamientos. Enteoría, la amenaza podía seguir en pietambién después de la llegada, pero enla práctica Witold acabaría teniendo quejustificarse si tardaba tanto en delatarla.Las autoridades y la dirección delcampamento harían preguntas y ella severía obligada a admitir su engaño, peroya no tendría que seguir ocultando elchantaje de Witold. Al final llegó a laconclusión de que estaría segura encuanto hubiesen finalizado lasformalidades de la entrada en NuevaZelanda. Hasta entonces soportó lasviolaciones diarias de Witold en

Page 137: UNA PROMESA EN EL FIN

silencio.El 1 de noviembre de 1944, el

General Randall por fin llegó aWellington. Era un luminoso día deprimavera. Helena todavía recordabapor las cartas de la familia Neumann quelas estaciones del año en esa parte delmundo estaban invertidas, cuando eraverano en Nueva Zelanda reinaba elinvierno en Polonia. Pero a pesar deello, ahora eso le parecía increíble, casiun milagro, que las colinas en torno a laciudad estuvieran tan verdes y que losárboles del paseo marítimo se vieranfloridos. Wellington, una localidad másbien pequeña para ser la capital de unpaís, orlaba una bahía semicircular. El

Page 138: UNA PROMESA EN EL FIN

agua era azul celeste y competía con elazul del firmamento.

—Un puerto natural —dijo uno de losmarinos americanos con los que la jovenhabía practicado de vez en cuando suinglés.

Helena encontró muy prometedora esaprimera impresión. Soplaba un ligeroviento y el aire tenía una transparenciasobrenatural, se distinguían hasta laslejanas montañas. A pesar de quetodavía la esperaban las formalidadesde la entrada, la visión de ese nuevopaís la tranquilizó. Tampoco parecía queen el puerto aguardasen unos rígidosaduaneros. Al contrario, los barcos queestaban en el puerto saludaron al

Page 139: UNA PROMESA EN EL FIN

General Randall tocando alegremente lasirena e incluso en uno de ellosresonaron gritos en polaco. El Narvik,una embarcación polaca, estaba ancladoahí en esos momentos y debían de haberhablado de los niños al capitán.

El comité de recepción desplegado enel muelle también estaba formado enparte por polacos. Rodeados de ungrupo de escolares neozelandeses quecantaban y agitaban banderasneozelandesas y polacas, los esperabanlos enviados polacos, KazimierzWodzicki y su esposa Maria. InclusoPeter Fraser, el primer ministro deNueva Zelanda, estaba presente y subióal barco para darles la bienvenida.

Page 140: UNA PROMESA EN EL FIN

Saludó a los recién llegados en inglés yluego Wodzicki les dirigió unasconmovedoras palabras en su lenguamaterna. Su esposa Maria renunció apronunciar un discurso y tomócariñosamente entre sus brazos a losprimeros niños que pisaron tierra.

Page 141: UNA PROMESA EN EL FIN
Page 142: UNA PROMESA EN EL FIN

—Soy consciente de todos loshorrores por los que habéis pasado —dijo—, pero aquí ya no os ocurrirá nadamalo. Este es un país maravilloso ypacífico. Ya veréis, ¡todo irá bien!

Natalia sonrió a Helena y esta lacorrespondió radiante. Casi estaba felizcuando bajó por la escalerilla que laconducía a su nueva vida. Ojalá Luzynaestuviera con ella... El sentimiento deculpa hacia su hermana enturbió denuevo la dicha de haber alcanzado sumeta.

Naturalmente, no hubo un controlriguroso de los pasaportes, aunque sí sepasó lista. Esta vez fue una joven quiense encargó del grupo de Helena. No

Page 143: UNA PROMESA EN EL FIN

formaba parte de los asistentes polacos,sino que era una neozelandesa y hablabainglés. Helena enseguida la encontrósimpática. Era bajita y delgada y teníauna naricita respingona y pecosa. Elcabello rojizo le caía por la espalda enrizos. Se lo había recogido en la nuca yllevaba en lugar de capota una especiede boina, un tocado pequeño ydesinhibido que parecía danzar sobresus ricitos. Conjugaba con su vestidoestilo marinero.

—Soy Miranda —se presentóalegremente y mirando con franqueza alos jóvenes inmigrantes. Helena pensóque nunca había visto unos ojos verdestan brillantes—. Miranda Biller.

Page 144: UNA PROMESA EN EL FIN

¿Alguno de vosotros habla inglés? ¿Ofrancés? Lo domino, aunque nodemasiado bien...

Les guiñó el ojo. Era probable quehubiese obtenido ese puesto a causasobre todo de sus supuestosconocimientos de francés. En Poloniahabía mucha más gente que hablabafrancés que inglés.

Helena no quería atraer la atención,pero Natalia la empujó hacia delante.

—¡Venga! —susurró.Helena hizo una tímida reverencia.—Yo me desenvuelvo bien con la

lengua inglesa —respondióformalmente, al tiempo que añadía un«Miss Biller».

Page 145: UNA PROMESA EN EL FIN

La joven la miró sonriente. Debía detener la edad de Helena.

—Miranda —la corrigió—. Aquítodos nos llamamos por el nombre depila, salvo que se trate de personas a lasque haya que dar un trato especial. Porsupuesto, al mayor Foxley nunca lollamo... hum... pero ¿cuál es su nombrede pila en realidad? Bueno, o al señorSledzinski...

Miranda hablaba deprisa y Helenatenía que esforzarse para seguir su vivazinglés. Por descontado, no conocía almayor Foxley ni al señor Sledzinski,cuyo nombre Miranda pronunciaba,además, de forma errónea. Más tarde seenteró de que se refería al comandante

Page 146: UNA PROMESA EN EL FIN

americano de su campo de refugiados yal delegado del gobierno polaco en elexilio, también encargado del personaldel campamento polaco.

—Miranda... —Helena repitió elnombre de la joven asistente,esforzándose por pronunciarlo de formacorrecta.

La muchacha la corrigió amablemente.—No es fácil, lo sé —dijo

comprensiva—. Un nombre raro. Pero ami hermano le ha tocado uno todavíapeor. Se llama Galahad... Y tú, ¿cómo tellamas? —Miró a Helena con interés.

—He... ¡Luzyna! —respondióruborizándose.

—Luzyna... ¡Qué bonito! Pero tampoco

Page 147: UNA PROMESA EN EL FIN

es fácil. Da igual. Por favor, Luzyna,diles a los niños que les damos una¡muy, muy cariñosa bienvenida! Ahorael viaje sigue en tren hasta Pahiatua; laestación está muy cerca, iremos a pie. Elequipaje... No tenéis mucho, ¿verdad?¿Solo lo que lleváis con vosotros? Bien,entonces encargaos vosotros mismos. Yde nuevo: ¡nos alegramos de que estéisaquí!

Helena tradujo y luego Miranda loscondujo hasta la estación. Ya se veíanlos dos trenes que los estabanesperando; el camino estaba flanqueadopor escolares de Wellington quecantaban y agitaban banderitas.Desfilaron por clases. Unos maestros

Page 148: UNA PROMESA EN EL FIN

sonrientes, que los saludaban con lamano, vigilaban a sus alumnos. En elandén distribuyeron paquetes concomida y la pequeña Katarina probóentre risas su primer refresco conburbujas.

—¿Hay... hay control de pasaportes?—preguntó temerosa Helena a Miranda,después de que la joven se pusiera deacuerdo con otras asistentes y condujeraa su grupo a un vagón del tren.

Nerviosa, buscó con la mirada aWitold por el andén, pero no lo vio. Noera extraño con todo ese trajín, aunqueHelena volvía a sentir un poco demiedo. Cuando él tomara conciencia deque ahí ya no podía ejercer ningún

Page 149: UNA PROMESA EN EL FIN

dominio sobre ella, ¿la denunciaría porpura maldad?

Miranda se encogió de hombros.—Ni idea. Algo tendrán que sellar...

¿Tenéis los pasaportes a mano o los harecogido alguien?

—Los han recogido —dijo Helena. Dehecho, ya había entregado el pasaporteen Persia.

—Entonces no es necesario que ospreocupéis. Os los devolverán encualquier momento. O bien os daránunos nuevos... ¿Por qué te interesa? ¿Vasa casarte? —Soltó una risita—. A losdiecisiete años, mi madre se escapó conmi padre, que tuvo una experienciabastante dramática con su pasaporte. ¡Un

Page 150: UNA PROMESA EN EL FIN

día te la contaré! —Miranda parecíahaber elegido ya a Helena como amiga.Y era obvio que no tenía ni idea de loimportante que era tener un pasaportecorrecto en la Europa abatida por laguerra. En esos momentos distribuía algrupo de niños y adolescentes en suscompartimentos con una alegre mezclade inglés, francés y lenguaje de signos—. Vuestro campamento está enPahiatua, a ciento cincuenta kilómetrosescasos de aquí —le explicó a Helenapara que lo tradujera a los demás—.Pahiatua es una palabra maorí quesignifica «refugio de los dioses». Perono es que los espíritus se hayan echado adormir ahí. El nombre se refiere a un

Page 151: UNA PROMESA EN EL FIN

jefe tribal maorí que escapaba de susenemigos. Su dios de la guerra le indicóese lugar. Allí pudo esconderse ysalvarse.

—¡Y ahora Dios también nos envía anosotros a ese mismo sitio! —dijopensativa Natalia.

Helena ya se había dado cuenta antesde que era muy creyente. Repitió laobservación en inglés para Miranda.

Esta sonrió.—Es una bonita idea. Podéis hablar

con el sacerdote polaco. Hay uno en elcampamento. Y una iglesia o capilla ocomo sea que lo llaméis. Sois todoscatólicos, ¿verdad? Aquí apenas hay,solo muy lejos, al norte, donde se

Page 152: UNA PROMESA EN EL FIN

asentaron los franceses... —Mirandaparecía decidida a contar la historia deNueva Zelanda lo más deprisa posible alas personas a su cargo.

Su locuacidad era incontenible ycuando el tren por fin se puso en marcha,informó a Helena, que la escuchaballena de concentración, sobreWellington:

—Es uno de los asentamientos másantiguos de Nueva Zelanda. Losprimeros ingleses llegaron en 1840 y lepusieron ese nombre por el duque deWellington. Al principio era bastantepequeña, mucho más que Auckland, perose convirtió en capital veinte años mástarde. Solo porque es más céntrica que

Page 153: UNA PROMESA EN EL FIN

las demás ciudades.Cuando el tren abandonó el área

urbana y se adentró en un paisaje alprincipio de suaves colinas y luego másescarpado, habló con la mismavehemencia de la construcción delferrocarril y elogió el Rimutaka Incline,el tramo por el que pasaban en esemomento, calificándolo de una de lasmaravillas de la ingeniería. Helena nopudo menos que darle la razón. Cuantomás se alejaban, más espectacular era elpaisaje, más peligrosos y frágilesparecían los puentes y más largos lostúneles que atravesaban. De vez encuando, el tren se detenía en lugarescomo Upper Hutt o Greytown y se

Page 154: UNA PROMESA EN EL FIN

encontraban con niños aclamándolosdesde los andenes.

—¡Ya hemos visto a esos niños! —sesorprendió Helena.

—Pues son los mismos —desvelóMiranda—. En todo caso, hasta ahora;no van a llevarlos hasta Masterton. Lostransportan ceremoniosamente de unaestación a la otra en autobuses para queos canten. Es un poco absurdo, pero encierto modo también es bonito, ¿no? Espara que os sintáis bien recibidos.

—¡Qué amables...!Helena no podría haberse sentido más

dichosa. No obstante, también estabacansada y agotada por la bienintencionada vehemencia de Miranda.

Page 155: UNA PROMESA EN EL FIN

Mientras el tren dejaba los bosques ymontañas y cruzaba traqueteando lastierras de las granjas, se quedó dormiday cuando despertó ya había pasado elmediodía.

—¡Enseguida habremos llegado! —anunció Miranda—. La próxima estaciónes Pahiatua. Estoy impaciente por ver elcampamento, todavía no he estado allí.—En la última media hora de viaje sededicó a contarle a Helena la historia desu familia, mientras Natalia miraba porla ventanilla con expresión de felicidad,contando las ovejas que pastaban a lavera de la vía del tren. De vez en cuandotambién se distinguían granjas muycuidadas, la mayoría de madera, ante las

Page 156: UNA PROMESA EN EL FIN

cuales había aparcadas camionetas y encuyos pastizales se veían caballos—. Mifamilia y yo vivimos normalmente enWellington —contó Miranda—. Mipadre es profesor en la universidad y mimadre escribe libros. Sí, sí, en serio,novelas. Novelas de amor. Mi padre lasencuentra horribles y mi hermanorealmente... Pero en realidad son muybuenas, ¡muy románticas! En todo caso,a la gente le encantan.

—¿Y tu hermano está en el ejército?—preguntó Helena. Lo suponía. EnEuropa cualquier chico joven estaba enel ejército.

Miranda negó con la cabeza.—No, mi hermano está en Greymouth,

Page 157: UNA PROMESA EN EL FIN

una ciudad de la Isla Sur. Nuestrosabuelos tienen allí unas minas de carbóny Gal ha estudiado minería. Ahoratrabaja allí, y como la extracción delcarbón es importante para la guerra, nolo llamarán a filas. No sé exactamentequé piensa Gal, pero mi abuelo dice queno se puede mandar al ejército a nadieque se llame Galahad, lo que mi madreno entiende porque Galahad eraprecisamente un caballero de la épocadel rey Arturo... Pese a todo, está muycontenta de que no tenga que ir a laguerra, claro. Bastante tenemos con quemi primo James esté luchando. Enrealidad él tampoco estaba obligado ahacerlo, pues sus padres tienen una

Page 158: UNA PROMESA EN EL FIN

granja enorme en Canterbury que esigual de importante para la guerra. Y supadre no quería que se alistara. Estuvoen Galípoli, ¿sabes? —Helena no losabía. Nunca había oído hablar de labatalla de Galípoli, uno de los muchosdramas de la Primera Guerra Mundial.Ya había tenido suficiente consobrevivir a los horrores de la segunda—. Y piensa que no hay ninguna razónpara combatir. Como se mire, la guerraes un crimen, está mal y todo lo demás...James lo ve de otro modo. Por Hitler, aquien no hay que dejar hacer lo que se leantoje. Aunque yo lo que pienso es queen el caso de James se trata más devolar. Los aviones le vuelven loco.

Page 159: UNA PROMESA EN EL FIN

Suponemos que ahora está en la FuerzaAérea...

—¿Suponéis? —preguntó Helena. Porlo que sabía, en Europa había un correomilitar a través del cual uno podíamantener contacto con los soldados queestaban combatiendo.

—James se escapó hace un par demeses. Sin que nadie se enterase, cuandoya había cumplido los diecinueve. Seenroló voluntario. Y ahora no da señalesde vida porque tiene miedo de que supadre vaya a buscarlo. ¡Y no vadesencaminado! El tío Jack ya harecurrido a sus contactos para que dencon él...

—Próxima parada y fin del recorrido.

Page 160: UNA PROMESA EN EL FIN

¡Pahiatua! —La sonora voz del revisorinterrumpió la historia de Miranda.

La joven pelirroja se levantó de unbrinco.

—¿Lo habéis oído? ¡Ya hemosllegado! —informó alegremente—.Recoged vuestras cosas y no os olvidéisde nada. Recorreremos el último tramoen camión. No está muy lejos, nos handicho que el campamento se encuentra acasi dos kilómetros al sur de la ciudad.Y bajad poco a poco del tren.

A los recién llegados no solo losesperaba un grupo de escolares agitandobanderitas, sino también un convoy decamiones del ejército. Miranda y losdemás asistentes se ocuparon de que

Page 161: UNA PROMESA EN EL FIN

todos tuvieran asiento antes de partir, yHelena tradujo sus indicaciones.Entretanto, volvió a ver a Witold y elpánico le llegó hasta la médula. Suabusador le sonrió irónico cuando pasócon sus niños en un camión.

—Nos vemos, Luzy... —articuló conlos labios.

Helena intuyó más que entendió lo quedecía.

Page 162: UNA PROMESA EN EL FIN

6

Helena y Natalia subieron con laasistente neozelandesa al último camión.Mientras Miranda y las demás chicascharlaban, la pequeña Katarina aprendiólas primeras palabras en inglés. Helenase enteró de que Miranda, al igual quelas otras, muchachas muy jóvenes

Page 163: UNA PROMESA EN EL FIN

también, eran estudiantes y escolaresque se habían presentadovoluntariamente al servicio militar paraapoyar a la nación.

—Yo quería conducir un tranvía —señaló Miranda—, en Europa ahora lohacen las mujeres. ¡Habría sido uno deesos cable cars de Auckland! Pero, porlo visto, ningún revisor se ha alistado enel ejército...

Las jóvenes polacas se enteraron queen Nueva Zelanda solo se llamaba afilas a los voluntarios. Al parecer, unopodía elegir en qué medida queríaparticipar en la guerra. Y al menosMiranda y sus amigas no se tomabanmuy en serio su misión. Helena pensó

Page 164: UNA PROMESA EN EL FIN

que en realidad debería sentirseindignada por ello. Para esas niñasmimadas, las privaciones y pérdidas quesufrían muchas personas no eran muchomás que historias de miedo de la lejanaguerra. Pero, de hecho, sintió alivio. Sino hubiese traicionado a Luzyna, casihabría esperado llegar a olvidar en esepacífico país sus pasadas experiencias.

Después de unos pocos minutos deviaje por un paisaje de verdor y colinas,el convoy llegó al campo de refugiados.Los camiones cruzaron un portón con elrótulo polish children’s camp y actoseguido se encontraron transportados aPolonia. Helena se percató con unasonrisa de que las calles que discurrían

Page 165: UNA PROMESA EN EL FIN

entre acogedoras casas de maderallevaban nombres polacos. Esas casitas,donde iban a vivir en pequeños gruposfamiliares los refugiados, no se parecíanen nada a los barracones o cuartelesdonde se habían alojado esos últimosaños. Ahí no había grandes dormitorioscomunes. Entre los edificios habíasuperficies de césped y parques dondejugar, y el vallado era tan pequeño queno tenía un aire amenazador. Losportones de madera se cerraban consencillos cerrojos. A Helena le resultabainimaginable que alguien los vigilase.

—Aquí antes había un campo deinternamiento —señaló Miranda, alparecer sin tener ni idea de a quiénes y

Page 166: UNA PROMESA EN EL FIN

por qué los habían internado ahí—, yantes un hipódromo...

—¡Parece más bien un pueblo que uncampamento! —señaló Natalia contenta.

Helena asintió, asombrada del amablerecibimiento. En las casitas las esperabauna habitación con cuatro camas reciénhechas (hasta ahora, en el mejor de loscasos les daban ropa de cama para quese la hicieran ellas mismas), y sobre lamesa había jarrones llenos de florescoloridas.

—Es obra de las mujeres de Pahiatua—informó Miranda, que compartía unahabitación igual con otras voluntarias—.Han creado un comité de recibimientopara prepararlo todo para cuando

Page 167: UNA PROMESA EN EL FIN

vinierais. Instalaos primero. Enseguidaos darán de comer en el comedor.

Había varias cocinas donde sepreparaba la comida para los niños yadolescentes. Helena observó con alivioque el grupo de Witold tenía otrocomedor. No le resultaría tan fácilacercarse a ella. Suspiró de nuevo. Esedía se iba quitando cargas de encima.Por la noche, sin embargo, al meterse enla cama, volvió a pensar en Luzyna y sereavivó su sentimiento de culpabilidad.Su hermana seguro que se habríaquejado del largo viaje, pero ese lugarle habría gustado...

Pahiatua era una comunidad pequeña yrural. Las granjas estaban diseminadas,

Page 168: UNA PROMESA EN EL FIN

en el centro solo había un colmado, uncafé y una gasolinera. Los niños yadolescentes polacos podían ir alpueblo en su tiempo libre, peropreferían pasear por el campo. Enespecial para los niños más pequeños,los alrededores del campamentoofrecían un buen lugar donde jugar.Exploraban los prados y bosquecillos,vadeaban los arroyos y aprendían apescar. Nadie se lo impedía, siempreque no faltasen a clase. Pahiatua era unlugar tranquilo, los niños no podíanextraviarse ni les acechaba ningúnpeligro. Natalia vagaba fascinada porese entorno e intentaba averiguar losnombres de los extraños arbustos,

Page 169: UNA PROMESA EN EL FIN

árboles y pájaros. Seguía soñando convivir en una granja. Helena, por elcontrario, encontraba que en ese nuevopaís los colegios eran casi másmaravillosos que la naturaleza. Habíaescuelas de enseñanza básica, media ysuperior en el campamento y las clasesse impartían ¡en polaco! Tras un breveexamen, Helena volvió a estar en eloctavo curso. Ninguno de los niñoshabía llegado más lejos, ya que suformación había concluido bruscamentea causa de la deportación. Aunque enRusia algunos habían estado en campospara familias, donde había algoparecido a unos cursos, apenas habíanaprendido. Helena no se dio cuenta de

Page 170: UNA PROMESA EN EL FIN

que hasta podía destacar en las clases.Se entregó con fervor sobre todo a lasasignaturas de ciencias naturales.Carecía de conocimientos básicos enesa materia, pero conocía muy bien elinglés y su francés era mejor que el deMiranda Biller. Se enteró de que estahabía terminado la escuela superior enWellington y quería estudiar una carrera,aunque todavía no sabía cuál.

—¿Sabes ya qué quieres ser? —lepreguntó ingenuamente a Helena.

Esta solo podía respondernegativamente a una pregunta así. Hastael momento su única meta había sido«sobrevivir». Ahora pensaba a veces enser profesora como su madre y fue a la

Page 171: UNA PROMESA EN EL FIN

dirección del campamento a preguntar sinecesitaban ayudantes para educar a losniños pequeños.

El señor Sledzinski rechazó suofrecimiento de forma tan amable comola doctora Virchow en Persia.

—Sé que te ofreces con buenaintención, pero no estás aquí paratrabajar. Primero tienes que ir tú a laescuela y recuperarte un poco. Estásdemasiado delgada y pálida. Inclusodeberían hacerte una revisión médica.Mañana pásate por la enfermería.

A Helena la sorprendió esaobservación. Le parecía que en lascuatro semanas que llevaba en elcampamento había engordado y hasta

Page 172: UNA PROMESA EN EL FIN

parecía tirarle el vestido por el pecho.Por lo demás, era cierto que a menudose sentía cansada, pero lo achacaba atantas nuevas impresiones y a laspesadillas que la torturaban al dormir.Casi cada noche soñaba con Luzynamirando sorprendida el camión en queella había escapado del campamento deTeherán, y después sentía a Witoldencima de ella, penetrándola, y oía suhorrible risa. Y eso que por fin habíaconcluido ese episodio de su vida.

Witold solo se había vuelto a acercara ella una vez en Nueva Zelanda, en unrincón del patio de recreo en el que letocaba el turno de vigilar como profesor.

—Me gustaría mucho volver a verte,

Page 173: UNA PROMESA EN EL FIN

Luzy... —le dijo con un gesto maligno—.¿Qué tal si fuéramos a dar un paseo porla noche en el bosque? Sería muyromántico, ¿no crees?

A ella se le aceleró el corazón. Peroluego pensó en Miranda Biller y en suforma de pensar, segura de sí misma ysin miedos. Miranda no habría permitidoalgo así. Habría puesto a Witold lospuntos sobre las íes... Helena inspiróprofundamente.

—No sería romántico, sino tanasqueroso como todos nuestrosencuentros —contestó resuelta—.¡Lárgate, Witold, ya he pagado mi culpa!Y no me amenaces más. Nadie te harácaso cuando desvaríes hablando de

Page 174: UNA PROMESA EN EL FIN

cambios entre hermanas. ¡Y no metoques! —Retrocedió con determinacióncuando él tendió la mano hacia ella. Yentonces se le ocurrió una idea quehabría sido digna de una Miranda Biller.Para librarse de una vez por todas deWitold, ¡tenía que asustarlo!—. De locontrario te devolveré la pelota —dijocon voz firme—. Si ahora grito y digoque me has metido mano... ¿a quiéncreerán, señor profesor?

Witold retrocedió y renunció a seguirmolestándola. Últimamente hacía lacorte a una de las profesoras de inglésneozelandesas. Esto asombraba aHelena porque, a primera vista, MissSherman no era en absoluto su tipo. Era

Page 175: UNA PROMESA EN EL FIN

regordeta y llevaba unas gafas quetodavía hacían menos atractivo surostro, ya de por sí algo fofo. Eraamable, pero ni siquiera hablaban lamisma lengua. Helena no podía imaginarque Witold se hubiese enamorado deella por sus valores espirituales. Loentendió un día que Miranda repartió suspasaportes en el comedor después decomer.

—Ha sido un poco lento. La direccióndel campamento me ha pedido que medisculpe en su nombre —explicó lajoven—. Ahora ya tenéis todos por finvuestro visado.

Natalia miró decepcionada supasaporte polaco.

Page 176: UNA PROMESA EN EL FIN

—¿No es nuevo? —preguntó poniendoa prueba sus progresos con el inglés—.¿No de Nueva Zelanda?

Miranda frunció el ceño.—¿Creíais que os darían la

nacionalidad de inmediato? Por lo quesé, en principio no lo tienen pensado. Sifuera ese el caso, no habría que hacertodo este esfuerzo con los asistentespolacos y las escuelas. Entonces sepondría el acento en el aprendizaje delinglés...

—¿Significa que algún día nosenviarán de vuelta a casa? —preguntóHelena con voz ahogada. La doctoraVirchow le había hecho creer que sequedarían a vivir para siempre en Nueva

Page 177: UNA PROMESA EN EL FIN

Zelanda.—No os vamos a expulsar

simplemente del país —intervino elmayor Foxley amablemente. Como erahabitual, el director del campamento sedejaba ver durante la comida paraintercambiar unas palabras con los niñosy asegurarse de que todos estuvierancontentos—. Cuando seáis mayores deedad y queráis quedaros, encontrar talvez trabajo o casaros con unneozelandés —guiñó el ojo a las chicas—, entonces se os dará la nacionalidad.Pero debéis tener al menos laposibilidad de volver a vuestro paísdespués de la guerra. A lo mejor allíencontráis todavía a familiares que

Page 178: UNA PROMESA EN EL FIN

quieran acogeros. No queremosanticiparnos a cómo evolucionarán lascosas, primero tenéis que sentiros bien yseguros. Así que de momento no ospreocupéis por nada.

Sin embargo, Helena abrigaba unasospecha respecto a Witold. Él habíallegado en condición de asistente, nocomo parte del contingente derefugiados. Era probable que elgobierno polaco en el exilio le pagara elsueldo de profesor y le ofreciera denuevo un puesto en Polonia cuando no sele necesitara más en Nueva Zelanda. Esopodía ocurrir muy pronto. Los niñospequeños en especial aprendían ingléscon una facilidad increíble. Miranda y

Page 179: UNA PROMESA EN EL FIN

las demás asistentes neozelandesas losdividían después de las clases en gruposde juego en los que solo se hablaba lalengua del país y Katarina ya se atrevíaa chapurrearla. No se necesitaría unprofesor de Matemáticas o Geografía, ylo mismo podía aplicarse a suscoetáneos. Si Witold quería asegurarsesu residencia en Nueva Zelanda, elmejor camino era el matrimonio con unanativa y Miss Sherman no parecía ponerinconvenientes. A Helena le daba penaesa mujer, pero se sentía mucho másaliviada ahora que su abusador dirigíatoda su atención hacia otra persona.

Helena se tomó en serio que el señorSledzinski se hubiera preocupado por lo

Page 180: UNA PROMESA EN EL FIN

pálida que estaba e intentó pasar elmayor tiempo posible al aire libre. Elverano había comenzado en NuevaZelanda. Los niños más pequeñosjugaban al fútbol y al rugby, que era unaespecie de deporte nacional. Miranda ysus amigas dirigían grupos deexploradores. La dirección solicitó a loschicos y chicas mayores que seencargaran de cultivar huertos paracontribuir al suministro de alimentos delcampo. Natalia se encontraba como pezen el agua. Sembró judías, guisantes yzanahorias y experimentó emocionadacon ciertas plantas, como los kumara,que para ella resultaban exóticas.

—En realidad, aquí los boniatos no

Page 181: UNA PROMESA EN EL FIN

son nada especial —dijo Mirandariéndose de ella—. Al contrario, estabanaquí mucho antes de que llegaran losingleses, los maoríes los trajeron juntocon otras plantas útiles de Polinesia.Pero el kumara fue el único querealmente arraigó aquí. Para el resto deplantas de los mares del Sur hacíademasiado frío. Eso se convirtió en unproblema para los maoríes. Paraalimentarse, tuvieron que cazar; durantelos primeros siglos exterminaron muchasespecies animales y convirtieron latierra en yerma con incendios paradespoblarla de vegetación. Aprendieronde ello. Ahora son muy prudentes con latierra, los vegetales y los animales. Por

Page 182: UNA PROMESA EN EL FIN

ejemplo, cantan karakia (una especie deoración y de fórmula mágica) cuandorecogen plantas para pedir disculpas,por así decirlo, por llevarse algo de latierra. Mi padre podría estar hablándoosde todo esto durante horas... —El padrede Miranda daba clases en laUniversidad de Estudios Maoríes. Secentraba en la historia y la cultura delpueblo indígena. Miranda volvió ahablar de los maoríes como si fueranmiembros de la familia. Sin embargo,Helena y los demás jóvenes nuncahabían visto a un indígena—. Aunque,como veis, los niños ya estánpracticando.

Miranda se echó a reír y señaló a los

Page 183: UNA PROMESA EN EL FIN

pequeños integrantes de un equipo derugby. Los jugadores daban brincos,golpeaban el suelo con los pies al ritmode una canción y al mismo tiempo hacíanunas muecas terribles.

—¿Qué están haciendo? —preguntóHelena.

—Bailan un haka —contestó Miranda—. Era una forma de reunir valor antesde iniciar la batalla. Y en los grupos deexploradores también introducimos lastécnicas culturales maoríes. Enseño alos niños a mi cargo cómo hacer fuego,por ejemplo, o cómo construir nasaspara ir pescar.

Por lo visto, en Nueva Zelandaconvivían pacíficamente los nativos con

Page 184: UNA PROMESA EN EL FIN

los colonos. Helena había oído hablarmal de otras colonias. A ella y Nataliales habría gustado saber qué aspectotenían esos maoríes y al final Mirandapropuso a la dirección del campamentoque hicieran una excursión con los niñosa un poblado maorí.

—Aunque, de todos modos, ya noencontraremos un marae típico —selamentó cuando contó a las muchachaslo que planeaban—. Mi padre dice queprácticamente ya casi no hay, losmaoríes solo siguen el modelo pakeha,que es como llaman a los inmigranteseuropeos. En parte lo hacenvoluntariamente, pero en parte tambiénde forma impuesta, porque se obliga a

Page 185: UNA PROMESA EN EL FIN

los niños a asistir a escuelas inglesas.Mi padre lo considera una especie de...

Helena encontraba todo estosumamente interesante y fue una de lasprimeras que apuntó su nombre en lalista cuando se ofreció la oportunidad deviajar a Palmerston, donde se visitaríael poblado de los ngati rangitane. Pese atodo, tuvo que hacer un poco de esfuerzopara participar de esta actividad.Últimamente le resultaba más difícilhacer cosas que antes realizaba como depaso. A la vuelta de la escuela, una vezque había cumplido todas sus tareasdiarias —los niños tenían que mantenerellos mismos limpias sus casas—, solíaestar demasiado cansada para

Page 186: UNA PROMESA EN EL FIN

emprender cualquier otra tarea. Además,sus mareos iban en aumento. Decidióque iría a la enfermería a la vuelta de laexcursión a Palmerston. Era probableque necesitara alguna vitamina...

Page 187: UNA PROMESA EN EL FIN

7

Palmerston se hallaba a unos pocoskilómetros de Pahiatua y era algo másgrande. El joven profesor que losacompañó a la visita al pobladoindígena les contó que los ngatirangitane habían vendido sus tierras alos primeros colonos.

Page 188: UNA PROMESA EN EL FIN

—Esto provocó al principiodiscusiones porque no estaba claro sirealmente eran de esta tribu o de losngati raukawa —explicó—. Por fortunase pusieron de acuerdo pacíficamente.En general, la región no padeció ningunacontienda, ni siquiera durante lasGuerras de las Tierras. Aun así, ya noquedan muchos maoríes por esta zona.

—La mayoría de los descendientes delas tribus viven en las ciudades de losblancos y ya no en sus marae, nos hacontado Miranda —dijo Helena,respirando hondo.

Aunque la carretera bien pavimentadano tenía demasiadas curvas, no se sentíabien. Volvía a estar mareada y

Page 189: UNA PROMESA EN EL FIN

sospechaba que estaba incubando unresfriado. En esa época, la gripe sepropagaba por la Little Poland, la«Pequeña Polonia», como llamaban alcampamento de los niños. MirandaBiller había sido una de sus primerasvíctimas, razón por la cual no losacompañaba ese día. También Natalia sehabía quedado en su nuevo hogar. Noquería dejar sola a Katarina, quetambién tosía y tenía mucosidad.

El señor Tucker, un joven flaco, nopodía ir al frente a causa de unadeficiencia cardíaca, algo de lo quesolía quejarse cada día. En esemomento, asintió.

—Sí, y sus casas son en parte muy

Page 190: UNA PROMESA EN EL FIN

bonitas... o al menos lo eran. Muycoloridas y adornadas con tallas demadera y estatuas de dioses. En estosúltimos años se han echado a perdermuchas cosas porque la gente no seocupa de ellas. Solo los ancianos sequedan en los poblados, los jóvenes vana las ciudades y trabajan en las fábricas.Hoy vamos a un marae junto alManawatu, que es el río que da nombrea esta región. Está cerca de Palmerston.Esto brinda a los miembros de la tribu laposibilidad de trabajar en la ciudad ypermanecer con sus semejantes.Mantienen sus costumbres para ganar unpoco más de dinero. Cantan y bailanpara los visitantes y les muestran sus

Page 191: UNA PROMESA EN EL FIN

haka tradicionales.Helena asintió. Miranda ya les había

contado esto también y les habíaseñalado que las demostraciones demúsica y danza concordaban del todocon las tradiciones de la tribu.

—«Carecen del componenteespiritual», dice mi padre —explicóMiranda, frunciendo el ceño de unaforma cómica al imitar la severaexpresión del profesor universitario—.Antes, cuando se celebraba un powhiri,esta ceremonia unía las almas de losvisitantes con las de los miembros de latribu. Los dioses y los espíritus seincluían en ello. Ahora, cuando losmaoríes representan una ceremonia de

Page 192: UNA PROMESA EN EL FIN

bienvenida, esta transcurre de modomucho más superficial. Mi padre piensaque es una pena que se descuide tanto laespiritualidad.

El autocar con los jóvenes refugiadospolacos atravesaba en ese momento unportón decorado con tallas.

—Las figuras de divinidades que sehan labrado aquí, en las jambas delportón, reciben el nombre de tiki —explicó el señor Tucker—. Son diosesprotectores. Guardan el marae.

El cerco que limitaba el pobladoconsistía en una especie de empalizadade cañas que requería una reparaciónurgente. Estaba parcialmente caída opisoteada. Era del todo seguro que no

Page 193: UNA PROMESA EN EL FIN

frenaría ninguna invasión rival. Pero noparecía que esa tribu tuviera enemigosni que hubiese allí gran cosa que robar.Helena distinguió frente a la entrada unaconstrucción más grande que el resto,con frontón y también adornada contallas de madera, que parecía un edificioimportante. Salvo por ello, solo viocasas de madera primitivas con porchesy contraventanas, similares a las casasde Pahiatua pero en peor estado. En elmarae uno tenía la impresión de que loshabitantes pretendían imitar laarquitectura de los blancos sin sabercómo conservar los edificios. Unosniños jugaban entre las casas, losancianos habían sacado sillas al exterior

Page 194: UNA PROMESA EN EL FIN

como si les resultase desagradable pasarel día dentro de la casa. El mobiliario seveía pobre, así como la ropa de losniños y los viejos.

A Helena, los indígenas no leparecieron especialmente distintos.Tenían el cabello negro, pero no eranmucho más oscuros de piel que algunospakeha. Se veían achaparrados, perotambién había ancianos nervudos con lapiel apergaminada por el sol. Algunostenían la cara tatuada. Helena recordóque Miranda también les había habladoal respecto. Cada tribu tenía su mokopropio y distintivo, los guerreros nosolo se pintaban, sino que se tatuaban lapiel para adquirir un aspecto

Page 195: UNA PROMESA EN EL FIN

amenazador. Las distintas tribus tambiénse reconocían por los motivosespeciales de su indumentariatradicional, pero ahí no se apreciaba.Los habitantes del marae iban vestidosigual que los blancos de la ciudad.

Delante de la casa con frontón, másgrande y pintada de colores, ante la cualse detuvo el autocar, pasaba algo. Unamujer empezó a cantar y luegoaparecieron varios jóvenes de aspectomuy exótico. Los hombres se habíanpeinado el cabello largo en unos moñosextraños y lucían unos moko azulintenso. Mostraban el torso desnudo,iban descalzos y solo llevaban una faldade hojas de lino endurecidas larga hasta

Page 196: UNA PROMESA EN EL FIN

las rodillas. Empuñaban lanzas, delcinturón les colgaban cuchillos y otrasarmas. Las muchachas iban vestidas conropas más coloridas. Unas cintas anchasles apartaban de la frente el cabellolargo, que llevaban suelto, y sus faldasconjugaban con corpiños bordados denegro, amarillo y rojo. Mientrascantaban y bailaban para saludar a losvisitantes, hacían girar unas pequeñasbolas de lino con unas cintas largas,emitiendo un peculiar zumbido quematizaba la melodía.

Tucker indicó a los niños que bajarandel autocar para ver la representación.Los maoríes les sonrieron y cuando lacanción concluyó, una de las mujeres

Page 197: UNA PROMESA EN EL FIN

dio un paso adelante; Helena calculóque tendría unos veinte años.

—Haere mai! —saludó—. Significabienvenidos. Mi nombre es Kaewa y mealegro de poder contaros hoy algo sobremi pueblo. Haréis música con nosotros,comeréis y trabajaréis, y de ese modotal vez os asoméis un poco al interior denuestras almas y sintáis nuestrosespíritus...

Un par de jóvenes soltaron «buu buu»de mofa, pero a continuación loshombres atrajeron su interés al ejecutarun haka de guerra. Se parecía a lasdanzas que realizaban los jugadores derugby en el campamento. A Helena no legustó demasiado. Las muecas de los

Page 198: UNA PROMESA EN EL FIN

hombres no le daban miedo, pero leprovocaban una desagradable sensaciónde amenaza. Las patadas en el suelo alcompás de la música le provocabandolor de cabeza. No cabía duda de quese estaba poniendo enferma.

Después de las danzas, Kaewa hablóun poco sobre la lengua de los maoríes ypracticó con los visitantes lapronunciación correcta de algunasfórmulas de cortesía. Kia orasignificaba «buenos días»; haere ra,«hasta la vista»; aroha mai, «lo siento».Describió los extraños instrumentos conque los músicos habían acompañado losbailes, la mayoría eran flautas y algunasse tocaban con la nariz. Los maoríes no

Page 199: UNA PROMESA EN EL FIN

se opusieron a que los niños lascogieran e incluso intentasen tocar conellas. Este ejercicio rompió el hieloentre los huéspedes y sus anfitriones.Enseguida empezaron a reír y bromear,las muchachas hicieron girar en el airelas poi poi, las pelotitas de lino, yensayaron unos pasos de baile. Loschicos se interesaron por las armas delos guerreros y todos confirmaronsonrientes que los marciales tatuajes delos jóvenes y los más discretos de lasmuchachas solo estaban pintados.

—Hoy en día los maoríes casi nuncanos hacemos tatuar —explicó Kaewa,quien a pesar de todo mostraba unauténtico moko. Un par de finas líneas

Page 200: UNA PROMESA EN EL FIN

azules discurrían alrededor de su boca,confiriéndole un aspecto singular sinafearla—. Para nosotros es más fácil eltrato con los pakeha si nuestraapariencia no les resulta tan rara.Cuando un hombre lleva demasiadomoko, no le es tan fácil, por ejemplo,que le den trabajo en la ciudad porque alos pakeha les atemoriza su aspecto.Desde nuestro punto de vista es absurdo,cuanto más tatuada va una persona, másmana tiene, es decir, más la respetan lastribus. Nosotros antes le daríamostrabajo a un hombre con tatuaje que aotro sin.

Ella misma, siguió contando Kaewa,debía su tatuaje a su abuela. La anciana

Page 201: UNA PROMESA EN EL FIN

Akona era tohunga, una especie desacerdotisa. Había insistido en que sunieta se educara según las tradiciones desu pueblo.

—¿Las mujeres solo se tatúanalrededor de la boca? —preguntóHelena.

—Sí —respondió Kaewa—. Paraindicar que los dioses nos insuflaron elhálito de vida, Dios dio a Adán vida consu aliento, no a Eva. —Guiñó el ojo—.Los maoríes pensamos que eso es unerror. Para nosotros fue la divinidadPapatuanuku, la Madre Tierra, el primerser humano femenino. Y Tane, su hijo,creó al primer ser humano mujer... dearcilla. Luego engendró hijas con ella. Y

Page 202: UNA PROMESA EN EL FIN

también hijos, claro. Pero el primer serhumano fue mujer, de eso nosotros losmaoríes estamos seguros. —Volvió asonreír—. Si esta historia ha despertadovuestra curiosidad acerca de otrasleyendas de nuestro pueblo y queréissaber más sobre nuestros dioses yespíritus, podéis ir a ver a mi abuela. AAkona le gusta hablar con la gente quenos visita, pero solo con aquellos querealmente se interesan por nuestrahistoria. No le gusta que vengan clasesde escolares y que la mitad se aburra yhaga el tonto mientras ella habla. Asíque sugiero que nos dividamos engrupos.

—Quien quiera saber más sobre

Page 203: UNA PROMESA EN EL FIN

nuestra agricultura y cocina tradicionalque venga conmigo —intervino unajoven que antes había explicado ytocado la flauta con la nariz—. Minombre es Emere. Os llevaré a nuestroscampos de cultivo y os enseñaré apreparar un hangi. Es una formaespecial de cocinar en un horno detierra, la cocción se prolonga durantehoras. Para ello utilizamos la actividadvolcánica. Más tarde probaréis la carne.Para terminar la visita, comeremostodos juntos.

—Quien esté interesado en ver cómotrabajamos el lino —siguió Kaewa—,por ejemplo para hacer faldas, elpiupiu, o pelotitas, que vaya con Aku...

Page 204: UNA PROMESA EN EL FIN

—Otra muchacha dio un paso adelante—. Aku también os enseñará nuestraforma tradicional de tejer. —Kaewadeslizó la vista por los jóvenesvisitantes y sonrió cuando distinguió laexpresión decepcionada de los chicos.Su última oferta iba dirigida a ellos—.En fin, y quien quiera sentirse como unguerrero maorí que se una a Hoani... —Uno de los jóvenes guerreros seadelantó y sonrió—. Hoani y sus amigosos enseñarán el empleo de la lanza y lamaza de guerra (también contamos conuna canoa para navegar), y por último ospintarán moko. Naturalmente, solo si oslo habéis ganado con vuestro valor en lalucha. —Rio.

Page 205: UNA PROMESA EN EL FIN

—¿Puedo ir yo también con losguerreros? —preguntó una niña menudade cabello negro y rizado de unos doceaños a la que Helena habría puesto en elgrupo del telar.

Para su sorpresa, Kaewa respondióque sí.

—Nuestras mujeres lucharon confrecuencia junto a sus maridos. Hayarmas especiales hechas para sus manos,Hoani te las enseñará. Antes de quellegaran los pakeha, muchas tribus hastatenían mujeres como jefes. Pero losingleses no las reconocieron. Lasenviaron de vuelta a casa cuando fuerona firmar el acuerdo de Waitangi, algoincomprensible pues ellos mismos

Page 206: UNA PROMESA EN EL FIN

tenían en esa época una reina... Victoria,¿no? —Se volvió inquisitiva hacia elseñor Tucker—. Fuera como fuese, no setomaban en serio a las mujeres, ynuestros hombres aprovecharon laoportunidad para destituir a las ariki. —Hizo una mueca—. Más tarde tambiénquitaron a sus esposas las tierras queeran de su propiedad porque los pakehano reconocían a las propietarias detierras. En lo que a mujeres se refiere,los maoríes y los ingleses enseguida sepusieron de acuerdo —finalizó contristeza.

—¡Pues voy a aprender a vencerlos atodos! —saltó la niña morena decidida,uniéndose a los guerreros.

Page 207: UNA PROMESA EN EL FIN

Helena no estaba segura de a cuálgrupo unirse. Exceptuando el de losguerreros, todos le gustaban, aunquecreía que se pondría a vomitar con elolor a comida. Y también se sentíademasiado débil para ponerse a tejer otrenzar el lino. En cambio, siempre lehabía gustado escuchar historias, así quepronto se encontró sola con Kaewa ycon una mujer pequeñita y viejísimajunto a una hoguera. Akona la habíaencendido frente a su cabaña. Esta noera demasiado grande y se veía másprimitiva que el resto de alojamientos.La tohunga había rechazado colocarsillas o un banco delante como losdemás ancianos. Con toda naturalidad,

Page 208: UNA PROMESA EN EL FIN

invitó a Helena a que tomara asientobajo un acogedor árbol. Kaewa se sentóa su lado y Helena experimentó derepente la sensación de estarzambulléndose en la vida de losmaoríes. A ello también contribuyó laindumentaria de Akona. No llevabaningún traje pakeha, sino una falda largatejida y un corpiño con los colores de latribu. Se había echado una manta a loshombros aunque hacía bastante calor.Como muchas ancianas, parecía friolera.

—¿Solo has traído a un invitado? —preguntó Akona a su nieta. Hablaba uninglés elemental.

Kaewa le habló en la lengua maorí.Luego se volvió hacia Helena.

Page 209: UNA PROMESA EN EL FIN

—Le he dicho que vosotros lospolacos sois nuevos en Aotearoa, estapalabra significa «gran nube blanca» yes como llamamos a Nueva Zelanda, yque a lo mejor no os quedáis aquí, sinoque regresáis a Europa. Por eso esnormal que no os intereséis por nuestrasleyendas. Por desgracia, sucede lomismo con otras personas que nosvisitan. A lo mejor encuentraninteresantes nuestras armas y la comida.Pero escuchar a uno de los nuestros conatención, comprendernos de verdad...eso solo les gusta a dos o tres comomucho.

Pero Helena sí estaba impaciente porsaber lo que Akona tenía que contarle,

Page 210: UNA PROMESA EN EL FIN

aunque el olor de las hierbas que laanciana arrojó al fuego para apaciguar alos espíritus aumentó su dolor decabeza. Además, no era fácil seguir lasleyendas que Akona contaba a mediavoz. De vez en cuando la anciana seponía a hablar en maorí y Kaewa teníaque traducir.

Pese a todo, Helena aprendió un pocosobre los maoríes, quienes de hechotambién habían inmigrado a su nuevopaís. Habían llegado solo setecientosaños antes que los pakeha, de unalegendaria isla paradisíaca llamadaHawaiki. Akona le habló de Kupe, elprimer hombre que pisó Nueva Zelanda,huido de su país porque había raptado a

Page 211: UNA PROMESA EN EL FIN

una mujer. Le contó que el mundo secreó cuando Maui, un semidiós, quecogió la luna y engañó a la muerte,separó al padre Cielo y a la madreTierra, una pareja de amantes; y porúltimo Helena escuchó las leyendas delentorno del marae de los ngati rangitane.

—Hau, un guerrero cuya mujer lohabía abandonado por otro hombre, lospersiguió por mares y corrientes, perocuando vio nuestro río, que parecíademasiado ancho para cruzarlo, pensóque se le pararía el corazón. Así que lollamó Manawatu: manawa significa«corazón» y tu significa «parar».

—¿Y? —preguntó Helena—.¿Recuperó a su esposa?

Page 212: UNA PROMESA EN EL FIN

Kaewa asintió.—Sí. En Paekakariki. Al principio

quería tirarla al mar, pero no loconsiguió. A cambio, la transformó enuna roca. Y así ella vela todavía hoy porel sur de la bahía de Pukerua.

—Una historia triste... —dijo Helena—. ¿No hay ninguna bonita? ¿Algunaque acabe bien? De personas que seamen hasta el final de sus días.

Se dispuso a levantarse. Tal vez selibrara del malestar y la fatiga si semovía un poco. Pero entonces todoempezó a darle vueltas... Intentósujetarse al árbol bajo el que estabansentadas. Un manuka, había dichoAkona, un árbol del té... su aceite servía

Page 213: UNA PROMESA EN EL FIN

para cualquier dolencia. Era muy fuerte,resistía al viento, al frío y al fuego yprotegía las plantas. La anciana contóque los manuka también velaban por sumarae a lo largo de generaciones. Losárboles viejos morían y de sus cenizasnacían otros nuevos.

Helena creyó sentir el abrazoconsolador de los espíritus del árbol yluego se sumergió en las tinieblas que larodeaban.

—Toma, ¡bébete esto!Helena parpadeó al paladear una

infusión amarga. A su alrededor seguíareinando la oscuridad y temió habersequedado ciega. Luego, sin embargo,distinguió que estaba en la cabaña de

Page 214: UNA PROMESA EN EL FIN

Akona. Kaewa se inclinaba sobre ella eintentaba darle la infusión. Su abuelaestaba sentada junto al fuego y removíauna olla, Helena podía verlo a través dela puerta abierta. La anciana cantabakarakia, como si estuviera preparandouna pócima mágica.

Sorbió obediente, aunque la pócimasabía fatal.

—¿Qué es esto? —preguntó con vozdébil—. Y... ¿qué... qué me ha ocurrido?

—Te has desmayado —respondióKaewa—. A lo mejor has estadodemasiado al sol. Akona te ha preparadoun té para que te mejores. Ella essanadora, no te preocupes. No teenvenenará.

Page 215: UNA PROMESA EN EL FIN

Helena tampoco se temía algo así.Más bien le venían otras ideas a lacabeza.

—Nunca me había desmayado —dijoen voz baja—. Nunca. Ni siquiera enSiberia, trabajando duramente y confrío... y tampoco de hambre aunquenunca había suficiente comida. Yo... yodebo de estar enferma...

Akona, que acababa de entrar y letendió una taza de porcelana con uncaldo que olía de forma extraña, negócon la cabeza al tiempo que pronunciabaun par de frases en su lengua. CuandoKaewa las escuchó, cambió su forma demirar a Helena. Parecía menospreocupada que inquisitiva.

Page 216: UNA PROMESA EN EL FIN

—No estás enferma —tradujo la jovenlas palabras de su abuela—. Akona diceque estás embarazada. ¿Es posible?

Alrededor de Helena todo empezó agirar de nuevo.

—¡No!Su primera reacción fue negarlo. Pero

luego tuvo que asumir la realidad.¡Claro que era posible! Aunque a ellanunca le hubiera pasado por la cabeza.Tenía un período irregular y en Siberiaincluso pasaba meses sin tener la reglacuando el trabajo era demasiado duro yla alimentación muy deficiente. EnSiberia ninguna mujer se había quedadoembarazada, aunque Helena sabía que elpersonal de vigilancia violaba a algunas

Page 217: UNA PROMESA EN EL FIN

chicas jóvenes. Ella misma nunca sehabía visto a sí misma como una mujerque fuera a tener hijos algún día y solorelacionaba los encuentros con Witoldcon el miedo, el asco y el dolor. ¡Nuncahabría pensado que eso fuera unido almilagro de engendrar un hijo!

Por supuesto, todo había cambiadodesde entonces. Helena ya hacía tiempoque estaba bien nutrida y durante unosmeses había tenido su período de formaregular. Y entonces Witold habíainyectado su repugnante simiente en ella,una y otra vez durante semanas. ¡Era másque posible que llevara a un niño en suvientre!

—Akona dice que está segura —

Page 218: UNA PROMESA EN EL FIN

tradujo Kaewa, acariciándolesuavemente la frente—. Ya veo que no tealegras...

—¿Alegrarme? ¿Cómo voy aalegrarme? Si realmente estoyembarazada... ¡se me irá todo al traste!Pensaba que lo había conseguido... Unpaís nuevo, la escuela... Quería estudiar,pero ahora... No puede ser verdad, no esposible.

—¿No lo amabas? —preguntó Kaewaen voz baja.

Helena negó con vehemencia.—Lo odio —susurró, y lo repitió en

voz más alta para acabar gritándolo—.¡Lo odio, lo odio, lo odio!

Luego rompió en llanto. Por vez

Page 219: UNA PROMESA EN EL FIN

primera desde que Witold había abusadode ella, sollozó con desesperación.Exteriorizó su miedo y su dolor en lacasa de esas dos desconocidas que quizáni siquiera entendían su pena. Kaewaacababa de explicar que entre losmaoríes los niños pertenecían a toda latribu y siempre eran bienvenidos.Seguro que los nativos no expulsarían aun miembro de su poblado si una mujersoltera se quedaba embarazada. EnPolonia, por el contrario...

Los compatriotas de Helena erancatólicos recalcitrantes. En elcampamento, las secciones de chicas ychicos estaban separadas y no sepermitían romances entre ellos. Como se

Page 220: UNA PROMESA EN EL FIN

enteraran de que una muchacha de LittlePoland estaba embarazada... Helenaestaba segura de que la echarían. Nadiecreería que la habían violado. Witold lonegaría todo y no había testigos. ¿Cómoiba a sobrevivir en ese país extraño sinamigos ni parientes y con un niñopequeño?

Kaewa la rodeó con un brazo y volvióa acariciarle la cabeza.

—Tranquila...—Ese hombre lo ha destrozado todo

—se lamentó Helena—. Todo por lo quehe luchado... Pero a lo mejor me lomerezco, a lo mejor fue una mentiradesde el principio. Mi hermana Luzynadebería estar aquí. Yo... yo no quiero

Page 221: UNA PROMESA EN EL FIN

seguir viviendo...Akona señaló la taza de porcelana.—¡Bebe! —exhortó a la joven en tono

enérgico pero amable—. Y no hables demorir, das miedo a tu hijo. Eres joven yvivirás. Los dos viviréis. —Pusosuavemente las manos sobre el vientrede Helena como si pudiera sentir ya lavida que crecía en él—. Cantaré karakiapor ti y tu hijo.

Y dicho esto, salió de la cabaña yHelena y Kaewa oyeron cómo su vozenvejecida se unía al crepitar del fuego.

Helena bebió la infusión.—¿Estás mejor? —preguntó Kaewa

cuando hubo vaciado la taza—. Tenemosque ir pensando en reunirnos con los

Page 222: UNA PROMESA EN EL FIN

demás. Todavía tenemos que comer yluego volveréis a Pahiatua.

Helena asintió. Empezaba atranquilizarse. Ya no sentía martillazosen la cabeza, en cambio se sentía comorellena de algodón. No podía ni queríapensar más.

—Debería lavarme la cara... —susurró.

Kaewa señaló hacia fuera.—Ahí está el río —dijo.Helena salió tambaleándose y se lavó

con el agua de aquel río que habíainfundido tanto miedo al guerrero Hauque este había pensado que se le pararíael corazón. Deseó que también a ellaalguien la transformara en roca, como

Page 223: UNA PROMESA EN EL FIN

Hau había hecho con su esposa infiel.Cuando siguió a Kaewa a la plaza de

las asambleas, de repente sintió hambre.Los demás visitantes ya estabanocupados repartiendo la comida quesalía del horno de tierra. Todos estabanexcitados y de buen humor; lasmuchachas agitaban poi poi de lino quehabían confeccionado ellas mismas conun poco de ayuda, y los chicosmostraban con orgullo sus moko.

La niña del cabello negro ondulado —Helena recordó que su nombre eraKarolina— sostenía en las manos unamaza de guerra de madera. En su rostrose veían unos tatuajes marciales, comolos de los hombres. Karolina debía de

Page 224: UNA PROMESA EN EL FIN

haber insistido en que le dibujaran elmoko de un guerrero.

—Esto es un mere rakau —informó aHelena, emocionada, enseñándole lamaza—. ¡Con ella se puede matar a unapersona!

Helena intentó sonreír.—Me la prestarás cuando la necesite,

¿verdad? —bromeó en voz baja.Karolina se puso seria.—¿Quieres convertirte en una guerrera

como yo? —inquirió incrédula,levantando orgullosa hacia Helena elrostro pintado de azul.

—Ya lo es —intervino Kaewa en laconversación. Le llevaba a Helena unplato de carne y verdura. Vio satisfecha

Page 225: UNA PROMESA EN EL FIN

cómo Helena cogía una cuchara y,obediente, comía el guiso. Sabíainesperadamente bien. La infusión dehierbas de Akona parecía haberledevuelto el apetito. Kaewa le tendió unsaquito—. Toma, dice mi abuela que teprepares una infusión con estas hierbascuando vuelvas a sentirte mal. Y esto...—se sacó del bolsillo una figurillacogida a una cinta de piel— lo ha hechoAkona. Te protegerá. —Helena miróatónita la talla de madera de manuka—.Es Hineahuone, la diosa de la fertilidad.Es la primera mujer hecha de arcilla.¿Te acuerdas? Tane, el dios del bosque,le insufló vida...

Helena creyó volver a sentir de

Page 226: UNA PROMESA EN EL FIN

repente al espíritu del manuka. Tal vezfuera cierto que ese nuevo país laprotegería. Antes de subir al autobús,intercambió con Kaewa el hongi, elsaludo tradicional de los maoríes, y sesintió reconfortada cuando sus narices yfrentes se rozaron suavemente.

—Haere ra, taina! —dijo Kaewa—.¡Sé feliz, hermanita! ¡Que la suerte teacompañe!

Y Helena no pudo evitar pensar denuevo en Luzyna.

Page 227: UNA PROMESA EN EL FIN

8

Helena necesitó varios días paraasimilar que estaba embarazada. Alprincipio esperaba que la anciana maoríse hubiese equivocado, pero luegocomprobó que todo demostraba locontrario. No se había resfriado. Alcontrario, mientras todos los que

Page 228: UNA PROMESA EN EL FIN

compartían casa con ella tenían dolor degarganta y la nariz tapada, ella cada díaestaba mejor. Con la infusión de Akonavenció el malestar y la mala circulación,y una vez liberada de estosinconvenientes empezó a percibir loscambios de su cuerpo que hasta esemomento había escondido. Se letensaron los pechos, el vientre se leendureció y siguió ganando peso. Estabasin duda embarazada y no podríaocultarlo durante mucho más. Calculóque debía de estar en el tercer mes.

Ignoraba cuándo se le notaría elvientre abultado, pero seguro que notardaría. Además, era difícil que no lonotaran. Al principio, la gripe reinante

Page 229: UNA PROMESA EN EL FIN

le pareció un regalo caído del cieloporque todas las jóvenes con quienesconvivía estaban lo suficientementeocupadas consigo mismas y sushermanos menores como para percatarsede las eventuales náuseas matinalescomo de su retraimiento y actitudreflexiva. Pero Natalia no tardaría enrecuperarse y empezar a hacerpreguntas, y lo mismo Miranda.

Helena reflexionaba acerca de quépodía hacer. Su primer impulso fuecontárselo a Miranda. Confiaba en queno se escandalizaría demasiado y que talvez, siendo una persona tan segura de símisma, encontraría una solución. Encaso de que no fuera así, no podría

Page 230: UNA PROMESA EN EL FIN

pedirle que guardase el secreto. Comoasistente debería dar parte del embarazoa la dirección del campamento yposiblemente echarían de inmediato aHelena de la casa. Así que su instinto desupervivencia le aconsejó que disfrutaracuanto pudiera de la seguridad delcampamento, la comida y el refugio. Alo mejor podía esconder el embarazohasta el alumbramiento. Fuera comofuese, valía la pena intentarlo.

Y también valía la pena tratar dehablar con Witold. La idea misma lerepugnaba, pero pensándolo fríamente elniño que crecía en ella solo tenía unaposibilidad de llevar una vida normal:Witold tenía que reconocerlo y casarse

Page 231: UNA PROMESA EN EL FIN

con Helena. Se dijo que tenía que hacerese sacrificio por el pequeño. La otraopción sería vivir en la calle. Eraposible que la enviaran junto con su hijonatural de vuelta a Polonia en cuanto elpaís se hubiera liberado.

Cuando por las noches no lograbaconciliar el sueño, por su mentedesfilaban, una tras otra, escenashorribles. Se veía pidiendo limosna conel bebé en las calles cubiertas de nievede Leópolis o Varsovia, oía a una niñade ojos grandes llorar de hambre. Seimaginaba suplicando a amas de casapolacas que le encargaran labores decostura. ¿Y qué sucedería si noconseguía encontrar un trabajo decente?

Page 232: UNA PROMESA EN EL FIN

Tendría que vender su cuerpo, tendríaque dedicarse por propia voluntad a loque Witold le había obligado a hacer.Para eso, más le valía casarse con él.

Así pues, una semana después de laexcursión a Palmerston, salió de malagana en busca del infame padre de suhijo. Encontró a Witold en la bibliotecade la escuela, un lugar apropiado paraconversar. Helena consideró que era unabuena señal y se esforzó en saludaramablemente a su abusador, aunque yasolo de verlo sintió asco. Él tampocopareció alegrarse de verla. La miródisgustado.

—¿Y ahora qué quieres? —preguntócon brusquedad—. ¿Te das por vencida?

Page 233: UNA PROMESA EN EL FIN

Así que echas de menos nuestrosjueguecitos... Lástima que ya no puedaayudarte. —Se irguió orgulloso—. Estoyprometido, mi dulce Luzyna, y prontoseré un ciudadano en toda regla de estebello país. Así que ¡no voy a jugármelapara que tú pases un buen rato!

Helena se quedó helada. No podíadecirlo en serio.

—Nunca... nunca pasé un buen ratocontigo —afirmó—. Y tampoco tengoganas de repetirlo. Pero aun así nopodrás casarte con tu Miss Sherman,tendrás que hacerlo conmigo. Estoyembarazada, Witold. ¡Me has dejadoembarazada! —Él miró incrédulo elpálido rostro de la joven y su silueta

Page 234: UNA PROMESA EN EL FIN

todavía delgada—. Es cierto —confirmóella.

En ese momento el joven pareciórecobrarse. La expresión de espantocedió su lugar a una de indiferencia ysus labios carnosos se contrajeron enuna desagradable mueca.

—¿Que tengo que casarme contigo? —siseó en un peligroso susurro—. ¡Ni túmisma te lo crees! Y tampoco voy apermitir que me endoses al niño. ¡Asaber con cuántos te lo habrás montado!¡Te lo advierto, Lu-zy-na! ¡No intentesdifamarme! En cualquier momentopuedo contar cómo has llegado aquí. Yame inventaré una buena historia. Que mediste pena, que te consideraba una buena

Page 235: UNA PROMESA EN EL FIN

chica... hasta que me chantajeaste yafirmaste que había abusado de ti... ¡Ycuando te pasees con un buen bombo,todos verán qué clase de chica eres!

Helena se mordió el labio. ¿Realmentelo vería así la gente de la dirección delcampamento? ¿Podía Witold manipularese asunto de modo que la pruebavisible del abuso sexual se volvieracontra ella? No sabía qué decir.

Witold, por el contrario, no se quedóen silencio.

—Lárgate, Luzy, y búscate a otro tontopara tu crío. Lo mejor es que abortes. Sies que consigues dinero suficiente.

—¿Di... dinero? —balbuceó Helena.—De mí, desde luego, no te llevarás

Page 236: UNA PROMESA EN EL FIN

nada. No quiero ni oír hablar de estetema. Como vuelvas a cruzarte en micamino, ¡te denuncio!

Witold lanzó el libro que estabahojeando sobre la mesa, se dio mediavuelta y salió de la sala. Helena recordóla maza de guerra de la pequeñaKarolina y su triunfal afirmación: «¡Conella se puede matar a una persona!»Ignoraba qué cosa horrible le habíanhecho a esa niña, pero ella no tendría elmínimo escrúpulo. ¡En ese momento, debuen grado habría estampado la duramadera contra el cráneo de Witold!

Helena fantaseó iracunda con la idea,mientras regresaba lentamente a su casa,pero luego volvió a invadirla la

Page 237: UNA PROMESA EN EL FIN

desesperación. Y como si la maldad deWitold no fuera suficiente, esa mañanael correo le tenía preparado otrodesengaño. Durante los primeros días enLittle Poland, en un estado en el que semezclaban la mala conciencia, lanecesidad de compartir y el deseo dereconciliarse, se había animado aescribir una carta a Luzyna. Seguro quesu hermana estaría enfadada con ella yrespondería con improperios yreproches, pero al menos debía saberque Helena estaba bien. Esos díastodavía estaba llena de optimismo sobrelo que sería de su vida en elcampamento. Aprendía y estudiaba, a lomejor en unos pocos años ganaría lo

Page 238: UNA PROMESA EN EL FIN

suficiente para pagarle el viaje aLuzyna. Pedía perdón a su hermana, ledecía que la quería y que esperaba surespuesta.

Ese día le devolvieron la carta sinabrir con un aviso de la oficina decorreos del campo de refugiados deTeherán: «Sin entregar. HelenaGrabowski abandonó el campamento 3por su propia voluntad.»

A Helena se le llenaron los ojos delágrimas. Era probable que Luzyna nohubiera dejado pasar ni un solo día. Conlos documentos de su hermana mayor,había cumplido dieciocho años, a esasalturas diecinueve, y podía casarse. Eramuy posible que se hubiese marchado

Page 239: UNA PROMESA EN EL FIN

con Kaspar y que la esperara un futuroque sus padres nunca habrían deseadopara ella...

Esa noche también se durmió llorando,pero al menos no tenía que esconderse.Contó a Natalia que había recibido lacarta y que su hermana habíadesaparecido.

Natalia se disgustó.—A esa Helena parece que le

importas un pito —observó—. De otromodo habría dejado al menos unadirección. O habría preguntado por tiantes de marcharse. La dirección deTeherán lo sabe.

Después de eso, el caudal de lágrimasde Helena parecía no secarse. Se

Page 240: UNA PROMESA EN EL FIN

imaginaba muy bien por qué Luzynahabía renunciado a hacerlo. Habríacorrido el peligro de toparse con ladoctora Virchow. Esta habríareconocido a la hermana y destapado elengaño. Sin duda habría otras formas delocalizar a Helena en Nueva Zelanda.Naturalmente, las autoridades deTeherán conocían el lugar donderesidían los refugiados polacos, comodecía Natalia. Pero tanto si Helena seenfadaba por la desaparición de Luzynacomo si no, estaba sola en el mundo. Elúnico ser que le pertenecía era ese niñono deseado que llevaba en su seno.

Al final, Helena se durmió rendida. Alamanecer despertó temblando de miedo

Page 241: UNA PROMESA EN EL FIN

y siguió cavilando. Y de repente se leocurrió otra idea. A lo mejor no estabadel todo sola en Nueva Zelanda. EnWellington estaban los Neumann, tíoWerner y su familia. Hasta entonces nohabía hecho ningún esfuerzo porcontactar con él. La vida en LittlePoland era tan emocionante ysatisfactoria que no había encontrado eltiempo ni tenido la necesidad de escribiro intentar visitar a los antiguosconocidos de sus padres. Pero ahora lasituación había cambiado. Su corazónlatió con fuerza, en parte esperanzado,en parte avergonzado. ¿Sería unatrevimiento ir a buscar refugio en casade los Neumann (sin recursos y

Page 242: UNA PROMESA EN EL FIN

embarazada, la vergüenza de cualquierfamilia), o debía simplementeintentarlo? Tío Werner no tenía por quéacogerla, tal vez podría ayudarlaeconómicamente de forma temporal,hasta que encontrara trabajo. Pero...¿dónde dejaría entonces al niño?

En su mente resonaban las palabras deWitold: «Lo mejor es que abortes.»¿Había realmente alguna posibilidad deconcluir con el embarazo antes detiempo? Y si así era, ¿no era algoreprochable? Su hijo moriría porqueella así lo quería. Pese a todo, se dijoque estaría más tranquila si en esascircunstancias no tuviera además queocuparse de un niño. ¿Podría a lo mejor

Page 243: UNA PROMESA EN EL FIN

provocarse el aborto? Así al menos nose sentiría tan culpable.

Helena lo intentó con una carrera deresistencia alrededor de Little Poland,pero salvo por unos dolores en elcostado no experimentó ningún otroefecto. ¿Debía hacer lo que Witold lehabía sugerido? ¿Abortar? Por lo quedecía, un aborto se podía comprar.¿Dónde podría informarse al respecto?Al final rechazó también talespensamientos. No disponía de losmedios económicos. Solo contaba con ladirección de Werner Neumann...

A la mañana siguiente se dirigió a laestación y preguntó por el precio de unbillete a Wellington. Los jóvenes

Page 244: UNA PROMESA EN EL FIN

inmigrantes disponían de una pequeñacantidad de dinero de bolsillo paracomprarse menudencias cuando salíande excursión. Algo que Helena nuncahabía hecho, así que había ahorrado unpar de libras. Sería suficiente para unbillete en tercera clase.

—Pero solo de ida —le dijo la jovenaplatanada que atendía la taquilla.Helena simplemente había dejado eldinero sobre el mostrador para que locontase—. Para ida y vuelta necesita unalibra más.

Helena se mordió el labio. ¿Debíacorrer el riesgo? Al final asintió.

—Entonces un viaje de ida aWellington. Para el domingo que viene.

Page 245: UNA PROMESA EN EL FIN

Seguro que los Neumann le prestaríanuna libra, incluso si con su intempestivapetición solo cosechaba desprecio.

Page 246: UNA PROMESA EN EL FIN

LA SALIDA

High Wycombe, InglaterraWellington, Lower Hutt, Nueva

Zelanda (Isla Norte)Llanuras de Canterbury, Nueva

Page 247: UNA PROMESA EN EL FIN

Zelanda (Isla Sur)

Enero de 1945

Page 248: UNA PROMESA EN EL FIN

1

—¿Algo más?Era evidente que a Arthur Harris,

comandante en jefe del Mando deBombarderos de la Royal Air Force, lehabría gustado retirarse en ese momento.En el interior del búnker acababa deexponer la operación y sus oficiales

Page 249: UNA PROMESA EN EL FIN

habían recibido las órdenes. Esa nochecubrirían con una alfombra de bombasmás ciudades alemanas. Las llamas sepropagarían por calles enteras ymorirían miles de seres humanos. Harrissiempre había defendido la necesidad deese bombardeo en alfombra.Desmoralizaría a la población civilalemana y con ello también al ejército.Desde el desembarco de losestadounidenses y británicos enNormandía, el verano anterior, lasfuerzas armadas aliadas solo chocabancontra la resistencia poco entusiasta delejército alemán. El Alto Mando loachacaba también al bombardeo deciudades. Las personas, ya fueran

Page 250: UNA PROMESA EN EL FIN

civiles o soldados, estaban hartas deguerra. En algún momento Hitler y susesbirros lo entenderían, y hasta quellegara ese momento los británicos yestadounidenses seguiríanbombardeando.

Sin embargo, pese a todas lasjustificaciones, Harris y sus hombresserían responsables una vez más de lamuerte de miles de personas en lacuenca del Ruhr y en otras zonaspobladas. Tras haber repetido con vozahogada los objetivos de esa noche —generalmente bastaba con enumerar losnombres de las ciudades—, quería quelo dejaran solo. A fin de cuentas,siempre había cantidades ingentes de

Page 251: UNA PROMESA EN EL FIN

papeleo por solucionar.Entró en su despacho y de buen grado

habría cerrado la puerta tras de sí. Perosu ayudante daba vueltas alrededor delescritorio visiblemente nervioso. Wilsontenía algo que contarle, pero por lo vistono se atrevía a sincerarse con él.

—Hay un asunto más, señor —sedecidió—. Tenemos... um... unproblema. Un muchacho, un piloto. Unode esos neozelandeses...

Harris, un hombre fuerte, rubio casialbino, de rostro oval y un bigote biencuidado, asintió apreciativo.

—Jóvenes intrépidos, todos. ¡Su formade volar a veces raya la locura!

—Ya... —Wilson suspiró. Su

Page 252: UNA PROMESA EN EL FIN

expresión podía calificarse casi dedesamparada—. De eso se trata. Lo queese chico hace es... una locura. Pilota unMosquito... —Harris asintió. El DeHavilland Mosquito era uno de lospolivalentes aviones que empleaba laRoyal Air Force. A cada unidad debombarderos que Harris enviaba aAlemania se destinaba prácticamenteuno o dos de ellos. Hacía poco seutilizaban sobre todo comocazabombarderos. Iban equipados conbombas y ametralladoras, y susobjetivos eran los trenes, estaciones yconvoyes de avituallamiento alemanes.El pequeño y aerodinámico aparatotambién había atacado de forma

Page 253: UNA PROMESA EN EL FIN

selectiva el cuartel central de la Gestapoen Bélgica. Todo ello exigía una notablehabilidad para volar. Solo los mejorespilotaban un De Havilland Mosquito—.Y vuela como un demonio —siguiódescribiendo Wilson al causante de suspreocupaciones—. Cualquier aparatoque le des. Hizo su formación comopiloto en la Air Force, pero ya antessabía volar. Sus instructores hablabanmaravillas de él.

—¿Y? —lo interrumpió Harris,impaciente. La prolijidad de su ayudantelo ponía a veces de los nervios—. ¡Vayaal grano, Wilson!

—En la actualidad ha participado entres bombardeos. En dos ocasiones su

Page 254: UNA PROMESA EN EL FIN

blanco eran estaciones de ferrocarril yen otra, un convoy militar. Pero noarrojó las bombas. Al menos, no en elobjetivo. Las primeras las lanzó sobreun campo y las otras en el canal...

—¿Qué? —Harris montó en cólera—.Desobediencia a las órdenes. ¡Cobardíaante el enemigo! Sus superiores debenarrestarlo, amenazarlo con el pelotónde...

Wilson se mordió el labio.—Pero esto no va al meollo de la

cuestión, señor. De cobarde no tienenada. Al contrario. En el marco de esastres operaciones derribó de noche ochocazas enemigos. En cuanto lo atacan selanza a la batalla, persigue a los

Page 255: UNA PROMESA EN EL FIN

alemanes, pelea con todos los medios deque dispone... Igual que los demáskiwis. —«Kiwi» era el mote con que seconocía a los neozelandeses—. No letemen a la muerte, no vacilan anteningún peligro...

Harris frunció el ceño, desconcertado.—¿Ocho derribos? Eso significaría

condecorarlo con la Cruz de Victoria.—Precisamente —respondió Wilson

—. El joven se encuentra entre la Cruzde Victoria y el consejo de guerra.¿Querría usted tal vez hablar con él? Elcomandante de ala Beasley lo ha hechovenir. Espera fuera.

Harris se levantó resignado. Tenía unaspecto imponente con el uniforme azul

Page 256: UNA PROMESA EN EL FIN

oscuro. En la solapa izquierda ostentabasus galones dorados.

—Pues hágalo pasar, por el amor deDios...

El joven era alto, delgado y torpón.Tenía un cabello rizado y cobrizo y unosdespiertos ojos castaños que, a pesar detodo, ahora parecían extremadamentealarmados. En cuanto entró, se pusofirme y saludó.

—Sargento de aviación JamesMcKenzie, cinco. Regimiento deBombarderos —se presentó conapostura.

Harris lo miró con severidad.—Descanse, sargento —le contestó—.

¿Sabe por qué está aquí?

Page 257: UNA PROMESA EN EL FIN

McKenzie asintió consciente de suculpa.

—Sí, señor —respondió—. Lancé lasbombas al mar... —Su tono era abatido.

—¿Y? —preguntó Harris—. ¿Quépresenta usted en su descargo? ¿Quépretendía con eso?

El joven se mordisqueó el labioinferior.

—No pretendía nada, señor —admitió—. En cualquier caso, no lo planeé. Miintención era arrojar las bombas alobjetivo. Pero... pero no pude.

Harris suspiró.—¿No encontró usted el mando? —

preguntó irónico.McKenzie se pasó la mano por el

Page 258: UNA PROMESA EN EL FIN

cabello.—Señor... —dijo abatido—. Debía

lanzar las bombas sobre una estacióncéntrica de una ciudad llena de gente.Entre ellos había niños, mujeres,ancianos... Y... el supuesto convoymilitar... Seguro que había un par detanques ahí. Pero sobre todo carros decaballos y camiones con civiles,refugiados...

Harris puso los ojos en blanco.—Incluso si fuera eso así —convino

—, ¿dónde reside el problema? Nuestraestrategia está orientada a desmoralizara la población civil alemana. Se trata dedejarlos con los ánimos por los suelos.Si la población se niega a apoyar a

Page 259: UNA PROMESA EN EL FIN

Hitler, él no podrá seguir.Ahora James se mesó el cabello.—Pensé... —murmuró— pensé que

Hitler haría matar a la gente. Bueno, alos que se negaran a apoyarlo...

Harris lo fulminó con la mirada.—¿Pretende usted decir que el

bombardeo en alfombra es un error?¿Está usted dudando de la estrategia delos aliados? ¿Se atreve usted a creersemás inteligente que nuestros generales?

El joven negó con la cabeza.—No soy quien para juzgarlo —se

apresuró a responder—. Es solo que...que no puedo... No consigo hacerlo.Cuando vuelo sobre esas ciudades yquiero arrojar las bombas me siento

Page 260: UNA PROMESA EN EL FIN

como paralizado. Veo a niños ante misojos y los... —En el último momentoconsiguió no mencionar además a losanimales. Era demasiado lamentable, yprobablemente Harris diría quedenostaba a los seres humanos, si es queadmitía que no solo veía a niños,embarazadas y ancianos cuandointentaba acercar la mano al disparador.Se acordaba de las cordiales caras delos perros pastores de Kiward Station,de los gatos repanchingados en la pajade los establos, de los caballos quetiraban los carros de los refugiados. Losniños y los animales no entendían porqué transformaban sus ciudades natalesen un infierno de fuego y muerte, y era

Page 261: UNA PROMESA EN EL FIN

probable que tampoco lo entendieranmuchos adultos. Incluso si la gente deahí abajo se sintiera culpable por haberbombardeado Londres y Coventry, nopodían cambiar nada. Desde que Jamespilotaba un bombardero entendía porqué su padre, veterano de la PrimeaGuerra Mundial, se había convertido enun pacifista confeso. Ahora sabía lo queJack McKenzie había sentido cuando lohabían enviado a una playa en el otroextremo del mundo para matar apersonas que no le habían hecho nada. Yque casi seguro deseaban tan poco comoél que estallara una guerra—. No puedo,sencillamente —repitió James abatido.

Page 262: UNA PROMESA EN EL FIN
Page 263: UNA PROMESA EN EL FIN

Harris hizo una mueca con la boca.—¿Y qué ocurre con las tripulaciones

de los ocho cazas nocturnos quederribó? —se burló—. ¿Es ustedconsciente de que no sobrevivieron a lacaída?

James hizo un gesto compungido.—Yo no soy un pacifista, señor. Me

enrolé voluntariamente y quiero lucharpor el Imperio británico. Pero nocontra... contra mujeres y niños.

—¿Es usted también consciente de queal derribar esos cazas alemanes facilitóa sus camaradas ingleses que arrojasenbombas sobre los mencionados mujeresy niños? —siguió preguntando Harris,sin comentar la respuesta de James.

Page 264: UNA PROMESA EN EL FIN

El joven gimió.—Sí, señor. Y yo... yo ya digo que

no... que no perseguía ningún plan. Todoesto no es inteligente ni lógico... y yo...yo tampoco cuestiono su estrategia. Sihay que bombardear, pues... pues... Peroyo, simplemente, no puedo. —Bajó lamirada.

El mariscal Harris suspiró.—Entonces haga el favor de retirarse

—ordenó—. Vamos a ver qué hacemoscon usted. ¡Wilson!

El ayudante apareció de inmediato.Debía de estar esperando tras la puerta,y escuchando. Harris esperó a queJames McKenzie se hubiese marchadode la habitación.

Page 265: UNA PROMESA EN EL FIN

—Traslade a ese joven a loscazabombarderos —indicó a suayudante—. Que le den un Spitfire y quese ocupe de la protección del ejército detierra y de las formaciones blindadas.En caso de que necesite una formaciónadicional, que se la den. Mejor nomencionar el contratiempo de lasbombas, ese chico es un poco excéntricopero honesto, y sabe volar. Nos dará unmayor servicio en una carlinga que enprisión.

Wilson asintió, pero todavía parecíainquieto.

—Hay algo más, señor —dijo, y sacóun escrito de la cartera de documentos—. Afecta también al sargento

Page 266: UNA PROMESA EN EL FIN

McKenzie. Esto...Tendió el papel a su superior. Harris

reconoció el membrete.—¿El primer ministro de Nueva

Zelanda? ¿Qué interés tiene el señorFraser en nuestro chiflado piloto?

Harris hizo una mueca.—Bueno, el chico... en fin... al parecer

su familia tiene bastante influencia. Entodo caso, el señor Fraser nos pide de laforma más amable que dispensemos delservicio al sargento McKenzie. Alparecer, al joven le esperan en lasacerías y fábricas de carbón de sufamilia tareas de extrema importanciapara la guerra. El sargento McKenzie lasha eludido al alistarse como voluntario

Page 267: UNA PROMESA EN EL FIN

en el ejército. Como ya he dicho, no esun cobarde. Pero en Greymouth esimprescindible.

Harris arrugó la frente.—¿No me dirá en serio que la

industria del carbón y el acero de todoun país depende de que un joven torpónesté sentado en un despacho? Además,no me parece que el muchacho sea unchupatintas. Yo más bien habría supuestoque venía de una granja...

Wilson se encogió de hombros.—Yo no digo nada —dijo formal—.

Tan solo le comunico el contenido de lapetición. De ella se deduce que lasfamilias McKenzie y Lambert (es un talRuben Lambert, de Lambert Coal and

Page 268: UNA PROMESA EN EL FIN

Steel, quien encabeza la carta) sonimportantes en Nueva Zelanda. Esevidente que el señor Fraser no quieredisgustarlos. Así pues, ¿qué hacemos?

Harris alzó resignado las manos y sepaseó por su despacho.

—Envíeles al chico —decidió—.Corrijo mi opinión. Con la de problemasque origina, no merece la pena. Ah, sí, ycomuníqueselo con discreción. Alparecer se marchó de allí para alistarsevoluntariamente y con estos subterfugiosde la familia... me temo que por primeravez el sargento McKenzie desearábombardear a unos cuantos civiles...

James McKenzie esperaba la sentenciaen el comedor de oficiales, cuyas

Page 269: UNA PROMESA EN EL FIN

dependencias tenían un aspectocuriosamente civil. El cuartel general dela Royal Air Force en High Wycombeestaba bien camuflado, las salas situadassobre nivel de tierra debían parecerviviendas. Como consecuencia, elcomedor semejaba una bonita granjarodeada de vetustos árboles y el puestode bomberos daba la impresión de seruna iglesia de pueblo. La mayoría desalas de reuniones y la central delMando Mayor estaban en búnkeres.

James removía nervioso el té en unataza —encontraba horrible el café inglés—, cuando el comandante de alaBeasley se acercó a él. El oficial hizo ungesto para detenerlo cuando el joven se

Page 270: UNA PROMESA EN EL FIN

dispuso a levantarse y saludarlo.—Descanse, McKenzie. De todos

modos, da igual...El joven frunció el ceño.—¿Qué es lo que da igual? —preguntó

—. ¿Significa esto que van adegradarme? O... ¿o van a llevarme a unconsejo de guerra? Reconozco que hecometido errores, yo...

—Ahora no vuelva a empezar —locortó Beasley con voz cansina—. Ya melo ha explicado todo detalladamente ytambién ha defendido su caso como esdebido ante el mariscal Harris. Él sehubiera limitado a cambiarle de puesto.Sin embargo, han intervenido desdeinstancias superiores...

Page 271: UNA PROMESA EN EL FIN

James McKenzie montó en cóleracuando Beasley le informó de que loreclamaban en Nueva Zelanda dado supapel, supuestamente de granimportancia, para la guerra.

—¡Esto es absurdo, señor! ¡Se trata deuna miserable artimaña! Y antigua, ¡deese modo también alejaron del frente alsirviente de mi abuelo en la PrimeraGuerra Mundial! Mi padre todavía hablahoy de esa jugada. ¡Y ahora la vuelve autilizar conmigo! ¡No tengo nada que vercon la minería! Y tampoco vengo deGreymouth. Vengo de las Llanuras deCanterbury. Allí tenemos una granja deovejas. —Los ojos castaños de Jamescentelleaban.

Page 272: UNA PROMESA EN EL FIN

Beasley se encogió de hombros.—Y doy por supuesto que grande —

observó—. De lo contrario sus padresno tendrían tanta influencia. ¿Qué tienesu padre en contra de que sirva usted enel ejército? Me refiero a que debe dehaber movido cielo y tierra para quehasta el primer ministro se hayainvolucrado.

—Mi padre es pacifista —contestóJames, iracundo—. Según su opinión, laguerra no debe hacerse en ningunacircunstancia. Habría que negociar o loque fuera. De lo que ocurriría en el casode Hitler no tiene idea, pero tampoco seresponsabiliza. Dice que él es granjero,no político. Pero que la guerra no es en

Page 273: UNA PROMESA EN EL FIN

absoluto una opción...El comandante Beasley se rascó la

frente.—¿Es religioso o algo similar? —

preguntó.James negó con un gesto.—No. No especialmente. Y tampoco

fue siempre así. Luchó en la PrimeraGuerra Mundial. Era muy valiente,incluso obtuvo alguna condecoración.No sé cuál, nunca me lo ha contado. Laregaló. —Beasley arqueó las cejasasombrado. Nunca había oído decir quese regalaran medallas al valor—. A lomejor era un distintivo honorífico a losheridos de guerra —presumió James—.Mi padre sufrió heridas de gravedad. En

Page 274: UNA PROMESA EN EL FIN

la última ofensiva de Galípoli.—Oh... —Beasley entendió. La batalla

de Galípoli había sido uno de losmayores desastres de la Primera GuerraMundial. El ANZAC, la unión de losejércitos de Nueva Zelanda y Australia,había intentado ocupar la península turcade Galípoli para utilizarla comolanzadera en la conquista deConstantinopla. Turcos y soldados delANZAC pasaron meses enfrentados entrincheras. Las ofensivas procedentes deuno u otro lado eran constantes y más decien mil soldados se desangraron en esaidílica playa. No se lograron losobjetivos. Las posiciones de los turcoseran inexpugnables. Al final, las últimas

Page 275: UNA PROMESA EN EL FIN

catorce divisiones del ANZACemprendieron la retirada a escondidas.Si el padre de James McKenzie habíavivido ese drama desde el principiohasta el fin, se explicaba su postura antela guerra—. Lo siento de verdad,muchacho —dijo Beasley—. He leídoacerca de Galípoli. Debió de serterrible... y absurdo. A saber quién loordenó. Habría bastado echar un vistazoa la playa para desechar ese intento...

James asintió.—Es también lo que siempre dice mi

padre. Galípoli era imposible deconquistar. Era un sitio inexpugnable.Mientras a los turcos no se les agotasela munición, podrían haber perecido

Page 276: UNA PROMESA EN EL FIN

millones de personas. No habría servidode nada. Pero hoy en día... ¡hoy estotalmente distinto! Me refiero a que hoyes gente sensata la que toma decisiones.Las estrategias de los aliados... —Seinterrumpió y se mordió el labio.Cuando hubiesen pasado unas pocasdécadas, ¿se considerarían losbombardeos estratégicos igual deabsurdos que la batalla de Galípoli,además de un crimen contra lahumanidad?—. Ganaremos la guerra,¿verdad? —preguntó en voz baja—.Aunque yo vuelva a Nueva Zelanda.

Beasley le dio una palmada en laespalda.

—Chico, ¡ya hemos ganado! —

Page 277: UNA PROMESA EN EL FIN

respondió animoso—. Falta solo que eseloco de Berlín lo entienda. Puede que seprolongue un par de meses, pero prontoterminará. Con o sin su colaboración.Prometido, McKenzie. Así que váyase, ysalude de mi parte a su padre, que, en elfondo, tiene razón. Cuando por fin estohaya acabado, McKenzie, ninguno denosotros querrá que vuelva a estallarotra guerra.

Page 278: UNA PROMESA EN EL FIN

2

Durante el viaje, Helena no advirtió labelleza del paisaje a través del cualavanzaba el tren, ni sintió tanto miedo alpasar los túneles y ríos sobre elRimutaka Incline como días atrás,cuando iba camino de Little Polanddesde Wellington. Le daba vueltas a la

Page 279: UNA PROMESA EN EL FIN

cabeza mientras combatía sus miedos ymalos presentimientos. Y a pesar detodo, hasta el momento las cosas ibanbastante bien. Por la mañana habíacomunicado a la dirección delcampamento que se marchaba para pasarel día con unos conocidos dePalmerston. Nadie le había hechoninguna pregunta, pero de haberse dadoel caso habría dicho que iba a visitar aKaewa. A Natalia le había contado laverdad, pues no quería desaparecer sindejar rastro. Si le pasaba algo en elviaje, alguien debía saber adónde habíaido. Naturalmente, la amiga se habíasorprendido al saber que «Luzyna» teníaconocidos en Wellington y, por supuesto,

Page 280: UNA PROMESA EN EL FIN

le preguntó por qué no se ponía primeroen contacto con ellos porcorrespondencia. Helena le respondióque ya lo había intentado, pero que lehabían devuelto las cartas.

—Es posible que el número de la casano sea el correcto —había dicho sindarle importancia—. Pero tío Werner esdentista. Seguro que en la calle habráalgún vecino que lo conozca.

Por suerte, a Natalia no se le ocurrióque, de ser ese el caso, también elcartero habría sabido dónde estaba laconsulta. Así que solo le deseó solícitaque tuviese suerte.

Miranda, que ya se había recuperadode su gripe y sin duda habría sido más

Page 281: UNA PROMESA EN EL FIN

crítica, había pedido permiso para esedomingo. Pasaba el fin de semana con sufamilia y tenía la intención de ir arecoger al puerto a un familiar queregresaba de la guerra. Helena sepreguntó una vez más si no habría tenidoque avisarla o al menos hablarle de losNeumann. Miranda seguro que le habríaprestado el dinero para el viaje devuelta. Pero ya no podía hacer nada,debía aprovechar lo mejor que pudierasu aventura. Solo esperaba queElizabeth Street, donde habían vividolos Neumann antes de la guerra, no fuesemuy larga ni estuviera demasiadoalejada de la estación.

Respecto a esto último, tuvo suerte.

Page 282: UNA PROMESA EN EL FIN

Preguntó en un kiosco de la calle y unamable vendedor se la mostró en unplano de la ciudad.

—No está justo al lado, pero puedellegar fácilmente a pie —indicó—. Estácomo a tres kilómetros de aquí y es casiimposible perderse. Siga usted a lolargo del puerto hasta Kent Terrace,luego a la derecha y luego a laizquierda.

Helena le dio las gracias y se puso encamino. El tiempo encajaba con suestado de ánimo. Caía una ligerallovizna y se cubrió con el chal, no teníaninguna prenda impermeable. Paracuando llegara a Elizabeth Street,aunque no estuviera calada hasta los

Page 283: UNA PROMESA EN EL FIN

huesos sí estaría congelada.Se enteró de que un transporte de

tropas había llegado ese día aWellington. Pero no desembarcabanrefugiados huidos de la guerra, sinosobre todo heridos. También elloshabían escapado de la guerra yprobablemente con unas perspectivas defuturo menos sombrías que Helena. Nole dio más vueltas y se concentró en subúsqueda.

Elizabeth Street resultó una tranquilacalle residencial. No se hallabadirectamente en el centro, pero llegar aella era fácil. Lo ideal para la consultade un dentista. La calle se prolongabacuatro o cinco manzanas. Sin duda

Page 284: UNA PROMESA EN EL FIN

podría indagar en ella sin problemas.Estaba bastante segura de que el númerode los Neumann era de dos cifras. Asíque empezó con el número diez y fueavanzando lentamente, leyendo losnombres en los timbres o los buzones.Al poco tiempo, su conducta llamó laatención. Una anciana abrió la puertacuando Helena inspeccionaba el rótulode su buzón.

—¿Puedo ayudarla? —preguntó conmoderada cortesía.

Helena sonrió tímidamente.—Sí, estoy... estoy buscando a la

familia Neumann. El doctor WernerNeumann, dentista. Vive en esta calle,pero no sé el número de la casa.

Page 285: UNA PROMESA EN EL FIN

La señora asintió.—Los Neumann vivían ahí enfrente —

explicó, señalando una bonita casa demadera de estilo colonial al otro lado dela calle—. Eran muy amables.

Helena se mordió el labio inferior.Eso no pintaba nada bien.

—¿Se... se han mudado? ¿Sabe ustedpor casualidad dónde viven ahora?

La mujer volvió a asentir, pero estavez con una mueca de pesadumbre

—Están en Somes Island, muchacha,en el campo de concentración. Sonalemanes... Al menos así los tratan. Unainjusticia que clama al cielo, según miopinión. La señora Neumann llorabaamargamente. Tenía un miedo atroz

Page 286: UNA PROMESA EN EL FIN

porque son judíos. Y los iban a encerrarcon alemanes...

—¿Cómo, encerrarlos?Helena sentía que todo giraba a su

alrededor. Esperaba que la tensión no lejugara una mala pasada otra vez, deberíahaber pensado en coger algo de comidadel campamento.

La mujer la estudió con la mirada,parecía notar que algo no iba bien.

—Pase un momento, hija —la invitóamablemente—. Está usted muy pálida.¿Es usted familia de los Neumann?¿Alemana? Pero no, entonces estaríatambién en Somes Island... Ahora mismole preparo una infusión.

Poco después Helena estaba sentada

Page 287: UNA PROMESA EN EL FIN

en la cálida cocina de la señoraDeavers, sorbiendo una infusión yescuchando la historia de los Neumannen Nueva Zelanda.

—La familia huyó de Alemania encuanto los nazis tomaron el poder. Eldoctor Neumann compró la casa deenfrente y abrió su consulta ahí mismo.Pero en esa época los periódicosdespotricaban contra los inmigrantesllegados de Alemania (decían que nosllegaría una oleada de médicos ydentistas si acogíamos a todos losjudíos), pero era absurdo, no erantantos. En cualquier caso, los Neumannse integraron bien aquí, la mujer eraamable y sus hijos iban a la escuela con

Page 288: UNA PROMESA EN EL FIN

los nuestros. El idioma les costó unpoco al principio, pero cuando se esjoven se aprende deprisa. Al final, ya nose distinguía a sus pequeños de losnuestros. Todo iba bien hasta que estallóla guerra y al gobierno se le ocurrió quelos alemanes que estaban aquí podíanser potenciales espías, saboteadores,traidores y a saber qué más. Había queinternarlos a todos por motivos deseguridad. El doctor Neumann protestó,pues hacía tiempo que tenía lanacionalidad y los alemanes perseguíana los judíos. Pero no le sirvió de nada.Los enviaron primero a Palmerston yluego a Somes Island. A esas alturas sehablaba de las cosas horribles que los

Page 289: UNA PROMESA EN EL FIN

alemanes hacen con los judíos... ¿Porqué iba a espiar un judío para ellos? ¿Yqué tenía que averiguar aquí el doctorNeumann? Hitler no se interesa por losdientes de la población neozelandesa.—La señora Deavers se interrumpióunos segundos y contempló la miradavacía de Helena—. Bueno no ponga esacara, Miss Luzyna, quizá les va bien allí.La señora Nails, de la casa de al lado,es amiga de Irene Neumann. Las dosestán en contacto. Seguro que le puededar la dirección postal. Y todos estamosvigilando la casa. Los Neumann podránvolver en cuanto haya pasado estebarullo...

Helena se frotó la frente, volvía a

Page 290: UNA PROMESA EN EL FIN

dolerle la cabeza. Puede que a losNeumann les fuese bien de verdad, peroa ella esa información no la ayudaba ennada. Se obligó a comer un par degalletas que la señora Deavers le habíapuesto sobre la mesa. No tenía ni ideade cómo volver, pero al menos no queríaperder el conocimiento en medio de lacalle.

Pasó media hora con la amable perotambién fisgona vecina de los Neumann,y le habló de su procedencia y de LittlePoland. Le pasó por la cabeza pedirle eldinero que le faltaba para regresar, peroal final no se atrevió.

Después de haberse despedidoeducadamente, contó infeliz los pocos

Page 291: UNA PROMESA EN EL FIN

chelines que le quedaban. Tenía queintentar llegar lo más cerca posible dePalmerston. O quedarse en Wellington...

Reflexionó acerca de lasposibilidades que tenía de encontrar unempleo en la capital. Funcionaríamientras nadie se percatara de queestaba embarazada, mejor ahora quedespués, tal vez valiera la pena noesperar a que la echaran de LittlePoland. En el diario de Pahiatua leparecía haber visto ofertas de trabajo,en un periódico importante deWellington seguro que también habría,solo tenía que encontrar un ejemplar.

Así que primero dirigió sus pasos a laestación. A lo mejor el amable

Page 292: UNA PROMESA EN EL FIN

kiosquero al que antes le habíapreguntado por la dirección le dejabaechar un vistazo a los anuncios y ellapodía memorizar las direcciones oanotarlas. De todos modos, ya habíapasado el mediodía. Hasta la mañanasiguiente no podría presentarse enningún puesto. ¿Tendría dinero suficientepara pasar la noche en un hotel barato?Seguro que no. ¿O en un albergue parajóvenes? De repente se dio cuenta deque no llevaba documentación. Tenía elpasaporte en el armario de su cuarto enPahiatua.

De nuevo sintió las náuseas. Otro plan,a primera vista bueno, que sedesbarataba. A lo mejor podía

Page 293: UNA PROMESA EN EL FIN

sobrevivir sola en Wellington, peroseguro que no como una clandestina.

En la estación la esperaba otradecepción. Un billete sencillo hacia elnorte era más caro que uno de ida yvuelta. Así que no habría forma de quellegara, como había esperado, hastaGreytown o un poco más lejos. Dehecho, el par de monedas que llevabasolo le permitía llegar a Upper Hutt, unapequeña población a unos treintakilómetros de Wellington. Ni siquieraera una cuarta parte del recorrido hastaPahiatua.

Pese a todo, Helena compró el billete.Lo principal era salir de Wellington. En

Page 294: UNA PROMESA EN EL FIN

la región rural de Upper Hutt tal vezconseguiría que la llevara un camión quese dirigiera al norte.

Pero ahora no quería pensar en eso. Enrealidad no quería pensar en nadaporque, de hacerlo, debería admitir quetodos los planes que había trazado hastael momento habían fracasado y que yano tenía ninguna esperanza. Lo único quele quedaba era esconder el embarazohasta el final, dar a luz en algún lugardiscreto del campamento y luego dejaral bebé delante de la enfermería... ¿Loconseguiría?

Se acurrucó en un rincón de uncompartimento y se quedó mirandodeprimida por la ventana. No quería

Page 295: UNA PROMESA EN EL FIN

pensar ni hacer más planes. Lo únicoque quería era morir.

—Tendrá que bajar, señorita...El revisor que controló el billete de

Helena la arrancó de su agonía alanunciarle la siguiente estación: UpperHutt.

Helena asintió infeliz. Entretanto, yaeran las cinco de la tarde, hacía frío yvolvía a lloviznar. Upper Hutt, unsoñoliento pueblucho, yacía gris tras elvelo de lluvia, nada menos acogedor.Dejó el tren abatida y se dirigió hacia lacalle Mayor. No había ni un alma. Nipaseantes ni conductores, ningún camiónque fuera a Palmerston o Pahiatua.Suspiró, se arrebujó en el chal y enfiló

Page 296: UNA PROMESA EN EL FIN

hacia el norte. Desde la muerte de sumadre, nunca se había sentido tan sola ydesesperada.

Mientras iba avanzando con lentitud,pensaba seriamente en poner fin a suvida y a la del niño. En las novelas queantes leía con un placenteroestremecimiento, las mujeres que sequedaban encinta sin quererlo searrojaban delante del tren o se ahogabanen el mar. Esto último la atraía poco, yatenía suficiente con la humedad que lecaía de arriba. Y ya estaba demasiadolejos de las vías del tren. Rio conamargura. Otra oportunidad malograda...

De nuevo afloraron los antiguosremordimientos. Claro que no había

Page 297: UNA PROMESA EN EL FIN

sobrevivido a un campo deconcentración para suicidarse después.Se había aferrado a la vida para salvar aLuzyna. Ese había sido su deber, eso eralo que habían esperado de ella su madree incluso era posible que Dios. Perodesde que había traicionado a suhermana la suerte la había abandonado...

Hundió el pie en otro charco. Ahora yatenía también los zapatos calados, lospies se le iban helando lentamente. A lomejor esa marcha forzada era lasolución. Si caminaba hasta laextenuación y pasaba un frío de muerte,seguro que perdería al niño. O siayunaba, en cuanto estuviera de vueltaen el campamento. Seguro que el feto

Page 298: UNA PROMESA EN EL FIN

moría antes de que la madre muriese dehambre... Un aborto, lo antes posible,mientras todavía pudiera ocultar elembarazo era su única posibilidad desalir adelante.

De repente se acordó de una vecina deLeópolis. Dora Chombski había perdidoun hijo cuando la había atropellado uncoche. Un accidente que podíaprovocarse fácilmente adrede, aunque secorría el riesgo de morir en el intento.Dora había estado entonces a punto deperder la vida.

Seguía caminando cansinamente.Pronto anochecería. Cuanto más agotaday más desanimada estaba, más deseabaacabar con todo, pero en esa carretera

Page 299: UNA PROMESA EN EL FIN

dejada de la mano de Dios ni siquieracirculaban vehículos.

Pero en ese momento, el Señor quisopor lo visto responder a la desesperadaoración y los reproches de Helena. Lajoven oyó un vehículo que se acercaba.Miró alrededor. Tras ella había unacurva, el conductor la vería en el últimomomento y no podría frenar. Agarró lafigurilla de la diosa de la fecundidadque se había colgado al cuello esamañana. Había esperado queHineahuone le brindara suerte, tal vez alos dos, a ella y al niño. La visita a losNeumann podría haber dado un giro a lasituación.

Pero eso ya era pasado. El delgado

Page 300: UNA PROMESA EN EL FIN

cordoncito de piel se rasgó cuandoHelena tiró rabiosa de él. Cerró el puñoalrededor del pequeño hei tiki mientrasel sonido del motor se aproximaba.Entonces se lanzó.

Page 301: UNA PROMESA EN EL FIN

3

Miranda Biller conducía del mismomodo que su primo James pilotaba,siempre a todo gas y corriendo riesgos.El joven, que desde hacía una hora ibasentado a su lado en el aerodinámicoAston Martin Ulster, se agarraba a suasiento.

Seguía afligido desde que el barco

Page 302: UNA PROMESA EN EL FIN

había atracado y él había sido el únicohombre sano y apto para el combate quedesembarcara entre todos los héroesheridos. Habría preferido que loderribaran en los cielos de Alemaniaantes que regresar a Nueva Zelandadeprimido y como un fracasado. Elestilo de conducción de Miranda prontole hizo pensar de otro modo. No queríamorir y, desde luego, no al borde de unacarretera en la periferia de Lower Huttcon el coche de su prima estampadocontra un árbol.

Ella no parecía percatarse de suestado de ánimo. Ni de su abatimiento nide sus dudas respecto a su forma deconducir. Lo había esperado radiante y

Page 303: UNA PROMESA EN EL FIN

abrazado alegremente. Había explicadocontenta que toda la familia estaba felizpor su regreso. En cuanto al enfado deJames por el pretexto que habíautilizado su padre, ella tan solo seencogió de hombros.

—¡Seguro que derribaste a un par deaviones enemigos! ¡Así que ya hascontribuido en algo! ¿No te han dado unacondecoración y todo?

James había hecho una mueca dedisgusto. Para él, la DistinguishedFlying Cross al valor ante el enemigoera una especie de premio de consuelo.El comandante de ala Beasley habíadispuesto apresuradamente que leotorgaran la pequeña medalla antes de

Page 304: UNA PROMESA EN EL FIN

que el joven piloto emprendiera el viajede regreso. James refunfuñó que podríahaber hecho mucho más, a lo queMiranda replicó que también habríapodido morir.

Luego lo había llevado hasta su bonitoautomóvil nuevo —al cumplir veinteaños su madre le había regalado aqueldeportivo de un rojo subido— y le habíadicho que lo conduciría en él a la casade su familia.

—Esta semana no hay ningún barcomás a Christchurch. De todos modos,podrías preguntar en la oficina de laFuerza Aérea si tienen plaza en algúnavión. De lo contrario, te quedas connosotros un par de días y descansas. Mis

Page 305: UNA PROMESA EN EL FIN

padres están en Lower Hutt. Puedes salira pasear a caballo con mi madre yremover un poco la tierra con mipadre...

Los Biller tenían una segundaresidencia en las montañas, y siempreque una revista femenina hablaba de laescritora Lilian Biller, el autor delartículo imaginaba que con todaseguridad Brenda Boleyn, el seudónimode Lilian, se había inspirado en elespectacular paisaje del lugar paraelaborar su nueva obra.

Eso solo provocaba la risa de lamadre de Miranda. De hecho nonecesitaba ninguna inspiración. Lilianhabría podido crear sus melodramáticas

Page 306: UNA PROMESA EN EL FIN

novelas en la sala de espera de unaestación. Cuando se sumía en susfantasías no se percataba de lo que larodeaba. Había comprado la casa deLower Hutt para tener sus dos caballosen un entorno campestre y disfrutar de unlugar donde cabalgar más interesanteque el parque de Wellington. Noobstante, lo que había resultado decisivopara la compra de esa casa de campohabía sido un hallazgo arqueológico.Hacía un tiempo los ferroviarios habíanencontrado un viejo pa maorí, unpoblado fortificado. Estaba intacto, poralguna razón la tribu lo habíaabandonado sin que mediaran conflictosbélicos. Desde entonces, Ben Biller

Page 307: UNA PROMESA EN EL FIN

ardía en deseos de averiguar cuál habíasido la causa original y esperabadesenterrar unos restos espectacularesde los primeros tiempos de la ocupaciónde Aotearoa. Durante las vacacionessiempre estaba por los alrededores encompañía de dos o tres estudiantes.Lilian había pensado que dejar acampara su marido en plena naturaleza eracorrer un riesgo demasiado grande, puesel profesor Benjamin Biller era bastantebruto. La madre de Miranda se habíatemido, no sin razón, que podía causarun incendio en el bosque con la cocinade gas o un desprendimiento al montar latienda en la montaña. La casa de campo,a casi dos kilómetros de las

Page 308: UNA PROMESA EN EL FIN

excavaciones, constituía una opción mássegura. Ben dormía en una cama comoDios manda y cada mañana cogía susherramientas y se ponía en camino haciael pa tras haber tomado un buendesayuno.

—Además, mi madre puede echar unvistazo de vez en cuando para ver sitodo anda bien, y que papá no se metapor equivocación en un horno de tierra yse ase dentro —resumió Miranda condesparpajo.

Pues tocaba Lower Hutt. James habíaseguido sin rechistar a Miranda en esedía gris y deprimente de su regreso aNueva Zelanda. Lo que menos leapetecía en ese momento era volar en un

Page 309: UNA PROMESA EN EL FIN

avión militar a la Isla Sur. ¿Cómo iba ajustificar algo así ante los camaradas dearmas? En esta última y caliente fase dela guerra no se solía dar licencias a lospilotos.

Miranda no hacía caso del sombríoestado de ánimo de su primo. En lugarde ello, parloteaba feliz sobre esto yaquello y contaba entusiasmada eltrabajo tan importante para la guerra queestaba realizando con los huérfanos delcampo de refugiados polacos. Y depaso, conducía. A James se le encogía elestómago delante de cada curva, ycuando además apareció en el arcén unpeatón delante de ellos se encogióinstintivamente a la espera de una

Page 310: UNA PROMESA EN EL FIN

colisión. Miranda no pisó el freno, perode repente la persona avanzó dandotraspiés hacia el centro de la calzada.Miranda dio un volantazo en unafracción de segundo. Por muydespreocupada e inexperta quepareciese, era una excelente conductora.El coche se salió del pavimento y perdióel contacto con el suelo, aterrizando,sorprendentemente sobre las cuatroruedas, junto al límite del arcén paradirigirse dando botes hacia unaarboleda. Parecía fuera de control, peroMiranda pisó el freno y logró detener elvehículo delante de un arbusto de rata.

—¡Anda! —exclamó la joventranquilamente—. ¿Qué ha sido eso?

Page 311: UNA PROMESA EN EL FIN

—¿Estás bien? —James no podíacreer que los dos estuvieran ilesos.

Volvieron la vista hacia la carretera,donde el desconocido se acuclillaba.

—¡Una mujer joven! —distinguióMiranda—. ¿Qué le pasa? No la heatropellado, ¿verdad?

—Está llorando —dijo James—, creoque está llorando.

Helena no podía dejar de sollozar. Sehabía preparado para el choque, lohabía anhelado, pero milagrosamente elcoche rojo no la había tocado.Temblando de miedo, vio que elconductor y una mujer se acercaban aella. Seguro que él le reprocharía lo quehabía hecho. Probablemente el coche se

Page 312: UNA PROMESA EN EL FIN

hubiese averiado y ella sería laresponsable. Entonces, además de todaslas desgracias que le ocurrían, tendríaque pagar la reparación.

El joven, que fue el primero en llegara ella, la cogió por el hombro y lavolvió hacia sí. Parecía más preocupadoque disgustado. Helena vio un rostrodelgado, con pecas en una nariz afilada.Le recordaba a alguien... Y luego creyóestar soñando, pues la joven que loseguía no era otra que Miranda Biller.

—¡Pero si es Luzyna! —exclamóatónita—. ¿Qué estás haciendo aquí,Luzyna? Es una de la huérfanas polacasde Pahiatua —explicó al joven cuandoHelena no respondió porque no podía

Page 313: UNA PROMESA EN EL FIN

dejar de llorar—. Este es mi primoJames —lo presentó, estrechandoestupefacta a Helena entre sus brazos—.¡Pero di algo, Luzyna! ¿Qué haces aquí?Sola y empapada hasta los huesos...¿Adónde querías ir?

—Al parecer a Pahiatua —supusoJames—. Iba en esa dirección. ¿Estabausted... estabas... en Wellington, Miss...esto... Luzyna?

James no sabía cómo dirigirse a lajoven. Miranda había dicho que erahuérfana, pero su pupila ya no era unaniña. Cuando consiguió observarla bien,descubrió un rostro lloroso y muy bonitode una muchacha de unos dieciochoaños, rodeado de un enmarañado

Page 314: UNA PROMESA EN EL FIN

cabello castaño. Por la mañana se lohabía trenzado y recogido, pero lastrenzas se le habían deshecho. A una lefaltaba la cinta. Le conmovió laexpresión desesperada de la jovenpolaca. Resignada, atormentada,temerosa y sin esperanzas... Sus grandesojos azules como la porcelana parecíancontar toda una historia.

—Luzyna no... —sollozaba lamuchacha, y James supuso que queríacorregir su pronunciación, pero luegodio otro nombre distinto—. No soyLuzyna. Soy... Helena. Luzyna es mihermana. Y yo... yo...

James paseaba perplejo la miradaentre ella y Miranda.

Page 315: UNA PROMESA EN EL FIN

—¿Tú lo entiendes? —preguntó a suprima.

Miranda movió la cabeza.—No. No cabe duda de que es Luzyna,

o al menos la muchacha que tenemosregistrada en el campamento con elnombre de Luzyna Grabowski. Bueno,ahora todo eso me da igual. Sea cual seasu nombre, tiene que protegerse de lalluvia y salir de la carretera. Ya noscontará más tarde qué significa todoesto. ¡Luzyna, se diría que te has lanzadointencionadamente delante de mi coche!¿Es así? —preguntó con gravedad.Helena volvió a sollozar, pero no dioninguna respuesta—. Bien, te llevaremoscon nosotros a casa de mis padres —

Page 316: UNA PROMESA EN EL FIN

anunció Miranda con determinación. Sedispuso a levantar a la temblorosaHelena, pero luego dejó a su primo, másfuerte, que se encargara de ello—.Ayúdala a levantarse, James, voy abuscar el coche. A ver si puedo sacarloa la carretera sin problemas.

—Vuelve a decirme tu nombre —lepidió James mientras cogía su manopara ayudarla a levantarse—. Y no tepreocupes. No importa cómo te llames,de dónde vienes y adónde vas. Todosaldrá bien.

Helena contempló aquellos ojoscastaños y amables. El joven creía en loque estaba diciendo. Ella no. Tampocoquería coger su mano, nunca más quería

Page 317: UNA PROMESA EN EL FIN

volver a tocar a un hombre.—¿Cómo lo sabe usted? —preguntó

enojada de repente, intentandolevantarse—. Usted no me conoce. Nosabe lo que he hecho y lo que me hapasado...

Ella se tambaleó y tuvo que permitirque él la sostuviese, pero retrocedió alsentir el contacto.

James encontró agradable laproximidad. Le habría gustado apartarleel cabello del rostro. Era tan dulce y tanvulnerable... Lo percibió cuando larodeó con el brazo para sostenerla. Ellano quería, pero necesitaba ayuda. Lamiró a los ojos e intentó que su voztransmitiera certidumbre cuando le

Page 318: UNA PROMESA EN EL FIN

contestó.—Helena... —comenzó. Pronunció su

nombre despacio y seguramente con unacento más inglés del que era correcto—. Es posible que te hayan sucedidocosas espantosas y también que hayashecho algo incorrecto, pero es laguerra... y es fácil que eso ocurra. Aveces ni siquiera es posible juzgarlo.Hay quien dice, por ejemplo, que estábien bombardear ciudades porque así seacorta la guerra, pero hay otros queopinan que es un crimen y que no influyenada en el transcurso de la contienda.¿Quién tiene razón? Puedes contarnos amí y Miranda, o a los padres deMiranda, o a quien quieras, lo que has

Page 319: UNA PROMESA EN EL FIN

hecho y lo que te ha pasado. Tambiénpuedes dejarlo y seguir siendosimplemente Lu... Helena. A mípersonalmente me gusta más Helena...—El corazón de James dio un brincocuando una tímida sonrisa resplandecióen el rostro anegado por las lágrimas dela muchacha—. Y en cualquier casopuedo asegurarte —prosiguió— queaquí y ahora estás totalmente a salvo...No te haré nada, incluso si ahora teestoy sujetando.

—Cuando se enteren de todo en elcampamento me echarán —musitóHelena—. Más me valdría estarmuerta...

James negó con la cabeza.

Page 320: UNA PROMESA EN EL FIN

—¡Eso seguro que no! —respondió—.Y respecto a lo otro... A lo mejor notodo sale tan mal como piensas. —Sonrió. Miranda acababa de sacar elvehículo a la carretera y lo detuvo juntoa ellos. James cogió la mano de Helena—. ¿Qué tienes ahí? —preguntó condulzura cuando palpó la figurilla entrelos dedos de ella. Cuando intentócogerla, la joven apretó instintivamenteel puño, como si él hubiese queridoarrebatársela. Pese a ello, él ladistinguió—. ¡Oh, un hei tiki! —exclamó al reconocerlo—. Ya sabes aquién hay que agradecer que esteaccidente no haya tenido fatalesconsecuencias. ¡Es tu amuleto de la

Page 321: UNA PROMESA EN EL FIN

suerte! —Le guiñó el ojo—. Yo tambiéntengo uno —le confió, mostrando lafigurilla de un dios oculta bajo la camisa—. Un regalo de una amiga... —Helenacontempló la pieza de jade. El pequeñodios de James tenía alas como un pájaro—. Un manu, una cometa, y esta formaespecial se llama birdman, hombrepájaro —explicó—. Los birdmen sonmucho más grandes, se construyen concortezas o con hojas. En ciertas épocas,los maoríes los echan a volar paraenviar mensajes a los dioses. Estafigurilla ha volado conmigo y ha veladopor mí... —Helena reflexionó sobre si elprimo de Miranda estaría esperando queella le hablara ahora de su hei tiki.

Page 322: UNA PROMESA EN EL FIN

Calló intimidada. Ese hombre parecíaconocer los dioses de los maoríes. Si lecontaba algo sobre Hineahuone, eraposible que enseguida supiera lo que leocurría—. Bien, ahora sube al coche —le pidió James sin insistir más—. Y tú,Miranda, ¡trata de conducir de forma unpoco más civilizada! Bastante asustadaestá ya Helena, y yo también he pasadopor suficientes experiencias mortalespor hoy.

Miranda no se tomó en serio estaadvertencia, pero no encontró ningunaoportunidad para acelerar el coche. Elacceso a la casa de campo de los Billerapareció al cabo de un kilómetroaproximadamente y el camino no estaba

Page 323: UNA PROMESA EN EL FIN

pavimentado. Miranda tenía que ir conmucho cuidado para que un coche tanbajo no rozara. Así que condujo con lacautela necesaria.

Pasado algo más de medio kilómetrollegaron a la finca, una casa de maderapintada de azul y blanco con un porche yun balcón en el primer piso que rodeabala construcción y que estaba adornadocon tallas de madera. También habíaunos establos y a esas últimas horas dela tarde se distinguía a dos pequeños yrobustos caballos que pastaban en unadehesa. Las montañas, al fondo, ofrecíanuna vista espectacular.

—También tenéis caballos... —dijoHelena a media voz. Cuando vivía en

Page 324: UNA PROMESA EN EL FIN

Leópolis, había dibujado caballos en sucuaderno escolar y había soñadoaprender a montar en algún momento desu vida.

Miranda asintió.—Son Vince y Vallery —los presentó

—. ¿Te gustan los caballos? Si quieres,mañana podemos montar antes de volvera Pahiatua. Los dos son muy dóciles.

Helena sintió algo parecido a lanostalgia antes de que se le ocurrieraque también caer de un caballo podíaprovocar un aborto. Aunque Vince yVallery, un alazán y un bayo, no daban laimpresión de tener intención de tirar aningún jinete.

—Miranda, a lo mejor Helena es de

Page 325: UNA PROMESA EN EL FIN

ciudad y no sabe montar —observóJames. Se volvió hacia la joven polaca,que iba en el asiento trasero, y le sonrió—. Todavía no sabemos nada de ti...

Helena no respondió a la sonrisa.Unos minutos antes habría contado porfin su historia y aliviado así su corazón,pero ahora solo quería callar. Teníasueño. Estaba completamente agotada.

—Pasa primero —dijo Miranda, unavez que hubo aparcado el coche delantedel establo—. Mi madre ya nos estaráesperando.

James se preguntaba cómo podía estartranquila su tía cuando Miranda se ibasola en su coche, pero dejó esascavilaciones a un lado cuando se apeó y

Page 326: UNA PROMESA EN EL FIN

Lilian Biller abrió la puerta de par enpar.

—¡Ya habéis llegado! ¡James, hijo, nome puedo creer que ya estés de vuelta! Atu madre le sucederá lo mismo, ¡hallamado tres veces! —Lilian no esperóla respuesta de James, bajó los peldañosdel porche y lo estrechó entre susbrazos. Al verla, Helena pensó enMiranda: estrictamente hablando, Lilianera la versión de su hija con más años.Era también delgada, pelirroja y grácil,aunque más menuda. James era unacabeza más alta que ella—. ¿Habéistenido un buen viaje? Pensaba quellegaríais antes, pero con este tiempo nose puede circular bien en coche. ¡Está

Page 327: UNA PROMESA EN EL FIN

muy bien que conduzcas con prudencia,Miranda! —James hizo una mueca—. ¿Ya quién tenemos aquí? —Lilian miró aHelena, le sonrió y le tendió la manopara saludarla—. ¿No te habrás buscadouna novia en el muelle, James? Sé quelos pilotos sois una tropa rápida, ¡peroMiranda fue a buscarte al puerto paraque no te escabulleras de nuevo! —Amenazó burlona con el índice al joven.

Helena se ruborizó.Miranda fue a presentarla, pero James

se adelantó.—Se llama Helena, tía Lily —explicó

—. Es una de las refugiadas polacas alas que atiende Miranda. La hemosrecogido por el camino.

Page 328: UNA PROMESA EN EL FIN

Lilian Biller frunció el ceño. Podía serentusiasta y espontánea, pero nada lentade mente.

—¿Recogido? ¿Tan lejos de Pahiatua?—Miró con más atención a Helena—.Estás empapada, pequeña —observó—.Primero te secaremos para que entres encalor y luego nos cuentas qué te hatraído hasta aquí.

—Primero tendríamos que llamar aPahiatua e informar de que Luzyna...Helena... está con nosotros —dijo unasensata Miranda—. No sé si has dicho alos asistentes adónde ibas, Lu... Helena,a las siete debías estar de vuelta en elcampamento, ya lo sabes. Si no es así, teecharán de menos y surgirán problemas.

Page 329: UNA PROMESA EN EL FIN

Helena se encogió de hombros.—Ya surgen de todos modos... —

murmuró, pero no puso objecionescuando Miranda se dirigió al teléfono alentrar en la casa.

Miranda informó brevemente a ladirección del campamento y sinextenderse en detalles de que LuzynaGrabowski pasaría la noche con sufamilia. Con un poco de suerte, lasecretaria de Pahiatua no tendría ni ideade dónde se hallaba la casa de veranode los Biller. Así que también enPalmerston podría haber ocurrido unencuentro casual y la invitación de lospadres de Miranda.

Algo más tranquila, Helena siguió a la

Page 330: UNA PROMESA EN EL FIN

anfitriona a la gran sala que ocupabacasi toda la planta baja. También habíaallí una amplia cocina. En la sala de losBiller reinaba un agradable ambientecálido gracias a una chimenea en la que,pese a ser verano, chisporroteaba unfuego. Como descubrió más tardeHelena, una pareja de empleados seocupaba de la casa y los caballoscuando los Biller estaban en Wellington.El pesado mobiliario daba unaatmósfera acogedora a la habitación.Podría haber pertenecido también a unagranja normal, de no haber algún queotro objeto maorí en todos los sitiosdisponibles. Helena vio estatuas dedioses, instrumentos de música y armas.

Page 331: UNA PROMESA EN EL FIN

De la pared colgaban tapices y unacometa que reproducía el hei tiki deJames.

—Mi padre colecciona estos objetos—explicó Miranda.

Lilian rio.—¡Y yo les saco el polvo! —afirmó

melodramática—. Ahora siéntate junto ala chimenea, Helena, mientras te preparoun baño. Nada mejor que un bañocaliente en un día tan desagradable. Ytú, James, ¡ve al teléfono y llama a tumadre! Gloria y Jack están en ascuas. —Él fue a replicar, pero Lilian lo cortó—.Sé que estás enfadado. Por mí, puedespelearte con tu padre por teléfono ohacer lo que quieras, lo principal es que

Page 332: UNA PROMESA EN EL FIN

estás fuera de peligro.

Page 333: UNA PROMESA EN EL FIN

4

Helena creyó zambullirse en unhermoso sueño cuando se deslizó en losaromáticos montículos de espuma que sehabían formado en la bañera de LilianBiller. El hecho de que la madre deMiranda tuviera un baño para su usoexclusivo le parecía increíble. Lilianhabía calificado esa lujosa habitación de

Page 334: UNA PROMESA EN EL FIN

«mi baño» y solo se podía acceder aella a través de su dormitorio. Estetambién era un sueño. Helena sabía porsus lecturas que existían camas condoseles, pero nunca había visto ninguna.Allí había una, cubierta por una colchaazul y varios cojines, en medio de unosgruesos cortinajes azul claro.

Helena se dejó envolver por el aguacaliente, disfrutó del estimulanteperfume a rosas y paseó la mirada por elresto del mobiliario de la habitación.Unas elegantes y llamativas lámparasTiffany de pie daban una luz tenue ycrepuscular. Delante de la puerta y dellavamanos había unas suavesalfombrillas de un amarillo miel, el

Page 335: UNA PROMESA EN EL FIN

mismo color que el de las espesastoallas de baño. El lavamanos era demármol y sobre el tocador habíadiversos y caros perfumes en frascos decolores. La familia de Miranda debía deser rica para poder permitirse una casade campo como esa. ¿Tanto ganaba unprofesor de universidad en NuevaZelanda? Entonces se acordó de que lamadre de Miranda escribía novelas demucho éxito. Era probable que fuera ellaquien hubiera proporcionado esebienestar a la familia, y era evidente queno tenía reparos en permitirse cierto lujopersonal con su dinero.

Le caía bien la madre de Miranda,aunque le parecía algo rara. Lilian

Page 336: UNA PROMESA EN EL FIN

Biller se comportaba con su hija máscomo una hermana mayor que como unapersona con autoridad. Su aspecto eramucho más juvenil y despreocupado queel que ella recordaba en su madre. Yaantes de la deportación, MariaGrabowski había sido una personasevera. A lo sumo bromeaba alguna vezcon Luzyna y nunca fue cariñosa connadie ajeno a la familia.

Por el contrario, Lilian Biller tratabaya a Helena como si fuese un miembrode su familia. Se sintió un pocoincómoda cuando miró el suave camisónde franela y el mullido albornoz que lehabía dejado preparado en una perchajunto a la bañera.

Page 337: UNA PROMESA EN EL FIN

—Tienes el vestido mojado y sucio,tendremos que lavarlo —habíacomentado sonriendo antes de dejar aHelena en el baño—. Y no te irá bien nimi ropa ni la de Miranda. Así quevístete para acostarte, estamos enfamilia.

Helena se preguntaba si era decenteaparecer con las prendas de dormirdelante de una gente desconocida,aunque ese maravilloso y mullidoalbornoz cubriría su cuerpo más quecualquier otra indumentaria.

Mientras se relajaba en la bañera, selavaba con el perfumado jabón y seaclaraba el pelo con agua de rosas,recuperó los ánimos. Empezó a pensar

Page 338: UNA PROMESA EN EL FIN

con mayor claridad y con ello volvierona aparecer sus preocupaciones ysentimientos de culpa. Por muy bien quese sintiera ahí, debía tener claro quéaspectos de su historia iba a contar a losBiller. En todo caso, debería desvelar supeor secreto: que un niño crecía en suvientre. Y había revelado a Miranda y suprimo cuál era su auténtico nombre...Debería contar que había viajado con elgrupo de emigrantes en lugar de suhermana, sin mencionar la traición quehabía hecho a Luzyna. Solo de imaginarqué pensaría de ella esa gente tanbenévola si admitía que habíaabandonado a su hermana menor, se leaceleraba el corazón.

Page 339: UNA PROMESA EN EL FIN

Dejó apesadumbrada el agua, quelentamente se iba enfriando, se cubriócon las suaves toallas de baño y secepilló el cabello delante del espejoenmarcado por unos zarcillos de floresde cristal coloreado. Cuando se puso elcamisón y luego el albornoz blanco,había decidido lo que contaría y lo quecallaría, y lamentaba no podersincerarse del todo con aquellaafectuosa familia.

Se puso las zapatillas, algo pequeñas,que Lilian también le había dejado y seencaminó hacia la planta baja. Unaescalera de caracol de madera claraconducía al piso inferior y a la sala.Descendió y entró sin que nadie se

Page 340: UNA PROMESA EN EL FIN

percatara en la habitación. Entretanto,habían encendido varias lámparas queiluminaban tanto la mesa como lasbutacas y sofás. James estaba sentadodelante de la chimenea junto con unhombre mayor. Helena supuso que setrataría del padre de Miranda. Ambosbebían whisky mientras su amiga poníala mesa. A través de la puerta de lacocina abierta, vio que Lilian sacaba enese momento un aromático soufflé delhorno.

—Espero que no se me hayachamuscado —dijo complacida—. Laseñora Barker me ha explicado tresveces cuánto tiempo había quehornearlo. Me considera una negada

Page 341: UNA PROMESA EN EL FIN

para cuestiones domésticas. —Helena seenteraría más tarde de que la señoraBarker era el ama de llaves de Lilian.Había preparado el soufflé antes demarcharse a disfrutar de la tarde librecon su marido, si bien dejaba a supatrona sola en la cocina con visiblerecelo—. Y eso que sé cocinar la mar debien —afirmaba Lilian, al tiempo quecolocaba la bandeja en el centro de lamesa del comedor—. Cuando todavíavivía con Ben en Auckland, siempre meencargaba yo de cocinar. ¿Verdad, Ben?¡Y lo hacía bien!

Ben Biller, un hombre alto y delgado,de cabello rubio ya clareando, y unrostro simpático y algo alargado, le

Page 342: UNA PROMESA EN EL FIN

sonrió con ternura.—Entonces estábamos muy

enamorados —dijo en lugar deresponder a la pregunta.

Miranda soltó una risita.Lilian miró fingidamente ofendida a su

hija y su marido.—Ben, una palabra más y recito el

poema que me escribiste en aquellaépoca.

Entonces también rio James. El artepoético de Ben Biller debía de serconocido y no gozar de muy buena famaen la familia.

En ese momento, Lilian advirtió lapresencia de Helena.

—Helena, ¡qué bien que ya estés aquí!

Page 343: UNA PROMESA EN EL FIN

Y tienes mucho mejor aspecto. Ben, estaes nuestra joven invitada de Polonia.Una amiga de Miranda del campo derefugiados. De algún modo ha llegadohasta aquí. Pero ya nos lo contarás mástarde, Helena. Ahora vamos a comer,venid a la mesa. James, siéntate allí, yHelena a tu lado...

La muchacha tomó asiento, de nuevoalgo avergonzada por su poco adecuadaindumentaria. Y eso que JamesMcKenzie le retiró la sillacaballerosamente, como si ella fuese unareina, antes de sentarse. El joven volvióa sonreírle, y esta vez en su mirada nosolo había amabilidad, sino algoparecido a la admiración. Helena bajó

Page 344: UNA PROMESA EN EL FIN

la vista, tan intimidada comopreocupada, aunque halagada también.¿La encontraría bonita?

Nerviosa, intentó retirarse hacia atrásel cabello suelto y hacerse una coletaimprovisada. James se dio cuenta, leguiñó el ojo y le tendió con una miradacómplice un servilletero.

—Puedes dejarte el pelo tal como lollevas —observó, de nuevo con esa vozamistosa, tranquila, de la cual Helenaquería creer que no podía mentir—.Queda muy bien suelto. Pareces una...una muchacha de un cuadro.

Miranda lanzó a su primo una miradadesconcertada mientras Lilian le daba larazón.

Page 345: UNA PROMESA EN EL FIN

—Es cierto —dijo—. Mírala conatención, Miranda, es verdad que separece un poco a la Mona Lisa.

Helena se ruborizó.—O a una de esas antiguas

representaciones de la Virgen de lasiglesias cristianas —añadió Ben Billertras observarla atentamente.

La joven no sabía adónde mirar, peroel profesor Biller solo la examinaba conel mismo afectuoso interés que parecíaprofesar a toda la creación.Sexualmente, seguro que no leinteresaba ninguna mujer que no fuese suLilian. Si Helena hubiera tenido valorpara volver a levantar la vista, habríareconocido un brillo traicionero en sus

Page 346: UNA PROMESA EN EL FIN

ojos.—¡Ahora dejadla comer en paz de una

vez! —zanjó Miranda—. Es lamentableque la comparéis con la mujer de uncuadro tan antiguo. Ella es una chicamoderna. Y seguro que tiene hambre...

Le guiñó el ojo a su amiga y le sirvióen abundancia. Solo con ver el soufflé aHelena se le hizo la boca agua. Ahora sedaba cuenta del hambre que tenía, y secontuvo para no lanzarse sobre lacomida ávidamente.

Los Biller dejaron que comieratranquila hasta que hubo disfrutado de susegunda e incluso tercera ración. Jamescomía con el mismo apetito. No le habíasabido tan bien ni el rancho de la Royal

Page 347: UNA PROMESA EN EL FIN

Air Force ni los menús del barco.Después de recoger la mesa, Miranda

ya no pudo reprimir más su curiosidad.Los hombres se habían puesto cómodosjunto a la chimenea, mientras Helena sehabía ovillado en el sofá, y madre e hijase habían sentado en sendos sillones.Miranda dirigió a Helena una miradavivaz.

—¡Ahora cuéntanos! —pidió a lajoven refugiada—. ¿Cómo has llegadode Pahiatua a la carretera de LowerHutt, cómo es que de repente ya no tellamas Luzyna sino Helena, y qué eraeso tan terrible por lo que has... —seinterrumpió en el último instante, antesde pregonar ante toda la familia que

Page 348: UNA PROMESA EN EL FIN

Helena había intentado suicidarse— hasllorado tanto?

Helena respiró hondo.—Soy Helena —dijo—. Luzyna es mi

hermana menor. —Conforme a laverdad, empezó a contar cómo se habíadesarrollado la inscripción para emigrara Nueva Zelanda y que ella, condieciocho años, era demasiado mayorpara apuntarse—. Tenía muchas ganasde empezar una nueva vida; Luzyna, porel contrario, no quería irse...

—¡Y entonces os cambiasteissimplemente los pasaportes! —supusoalegremente Miranda—. ¡Qué listas!Con tal que guardasen el secreto los queos conocían.

Page 349: UNA PROMESA EN EL FIN

Helena asintió, aliviada de queMiranda le evitara contar una mentira.Luego informó en voz baja y balbuceantelo que le había pasado con Witold, altiempo que se moría de vergüenza.Nunca habría imaginado que fuera ahablar sobre los abusos sufridos, ymenos delante de hombres. No seatrevía ni a levantar la vista y tenía elrostro encendido de turbación cuandoacabó de contarlo todo. Así que sesorprendió cuando los Biller no semostraron nada escandalizados, sinoindignados por la maldad de Witold yllenos de simpatía hacia ella.

Solo Miranda movió la cabeza ante suingenuidad.

Page 350: UNA PROMESA EN EL FIN

—Pero, Helena —se quejó—, yaestabais en Bombay. Ese tipo podíacontar lo que quisiera, pero jamás tehubieran enviado de vuelta, y nadiehubiera movido un dedo para confirmarsus acusaciones. Yo le hubiera dadocalabazas tan tranquila. ¡O tendrías quehaberlo denunciado en cuanto te hizo laprimera proposición indecente! Yapuedes estar segura de que a ese se lequitaban las ganas de propasarse.

A Helena los ojos se le anegaron enlágrimas y Lilian le puso la mano en elbrazo para consolarla.

—Helena tenía mucho miedo, Miranda—explicó a su hija con tonoreprobatorio—. No puedes entenderlo,

Page 351: UNA PROMESA EN EL FIN

nunca has estado en una situaciónsimilar. Nosotros tampoco, desdeluego... ¡Pero piensa un poco en todopor lo que ha tenido que pasar! Ladeportación, Siberia, los trabajosforzados, la pérdida de sus padres, latravesía a Persia, el campamento... ¡Esnormal que tuvieras miedo, Helena! ¡Nodejes que nadie te haga sentir culpable!

A pesar de todo, las lágrimasresbalaban ahora por las mejillas de lajoven.

—No lo hago —gimió—. Yo... yoquería olvidarme de todo. Y lo habríaolvidado. Me dejó en paz cuandoestábamos en Little Poland. Quierecasarse con una neozelandesa para que

Page 352: UNA PROMESA EN EL FIN

le den la nacionalidad. Todo habría idobien...

—¿Pero? —preguntó James, tancompasivo como ingenuo.

Lilian posó la mirada sobre el vientrede Helena sabiendo de qué se trataba.

—¿Desde cuándo lo sabes? —preguntó con dulzura.

—Desde hace dos semanas. Desdeentonces sé que estoy esperando un hijo.

El matrimonio Biller y Jamesencajaron la confesión con sorprendentecalma. Solo Miranda volvió asulfurarse.

—¡Pues yo ahora mismo denunciaría aese tipo! —exclamó indignada, despuésde que Helena hubiese contado cómo

Page 353: UNA PROMESA EN EL FIN

había reaccionado Witold al enterarsedel embarazo—. ¡Es una desfachatez quete abandone en estas circunstancias!

Lilian arqueó las cejas.—¿Qué esperabas? —dijo en tono

burlón—. ¿Que de repente se ledespertara el instinto paternal? ¿O laconciencia de responsabilidad? Uff,para Helena es una bendición que eso nohaya sucedido. Pero en cuanto a ladenuncia... Mi sentido de la justiciatambién me dice que eso sería locorrecto. A ti no te pasaría nada,Helena, tú...

—Complicaría todavía más lasituación —intervino Ben Biller. Sehabía llenado una pipa de tabaco, y

Page 354: UNA PROMESA EN EL FIN

fumaba con expresión reflexiva—.Tendrías que explicar qué pretextoutilizaba para extorsionarte. Saldría a laluz el asunto de la documentación falsa.

—¿Y qué? —le respondió Lilian—.¡Ahora no vuelvas a atemorizarla! Comosi fueran a enviarla de vuelta...

—Tampoco podría salir delcampamento de refugiados —prosiguióBen con sus reflexiones sin inmutarseante la temperamental réplica de suesposa—. Seguro que obtendríadocumentación, es probable queneozelandesa...

—¿Seguro? —preguntó Helenafrotándose los ojos—. Parece como sifuera muy fácil obtener un nuevo

Page 355: UNA PROMESA EN EL FIN

pasaporte. En Europa la gente muere portener un pasaporte falso. O por notenerlo... Continuamente hay que pasarcontroles. Y se necesita un...

—Un certificado de nacimiento —completó Ben, sin perder la calma—. Yahí es donde veo el problema. SiHelena... bueno, tal vez deberíamosllamarla Miss Grabowski, a fin decuentas ya ha cumplido dieciocho años...

—Diecinueve —murmuró Helena—.A finales de año cumplí diecinueve. —No había celebrado su cumpleaños.

—Entonces, si Miss Grabowski no hatraído otro certificado de nacimiento queel de su hermana, para obtener elcorrecto, habría que escribir a Persia,

Page 356: UNA PROMESA EN EL FIN

ponerse en contacto con Luzyna, decirleque enviara el de su hermana y... todoeso duraría meses.

Y, sobre todo, sería imposible. Helenavolvía a tener la sensación de que todoestaba en el aire. Luzyna y Kaspar ya nose encontraban en Teherán. Eraimposible localizarlos.

—Es cierto —dijo Miranda, dando larazón a su padre—. Y durante esetiempo, Helena no podría salir de LittlePoland. Tendría que dar a luz allí a suhijo.

—Todo el mundo se enteraría —susurró Helena—. De lo mío y Witold.Y... ¿y que sucederá si no me creen? Éllo negará todo...

Page 357: UNA PROMESA EN EL FIN

—Ese hasta podría asegurar queHelena se lo ha inventado todo paraperjudicarlo. —La escritora Lilian nopodía contener su audaz fantasía—. Parajustificar su embarazo y buscarse unpadre para su hijo. Basta con quemencione la «proposición dematrimonio» que le has hecho, Helena:la palabra de una contra la del otro. Entodo caso, la prueba sería la foto delpasaporte. Espero que Luzyna no se teparezca demasiado.

Cuando Helena volvió a ver derepente el rostro de su hermana, rompióen llanto.

—Lo más sencillo sería que se dejaratodo tal como está —terció Ben con su

Page 358: UNA PROMESA EN EL FIN

habitual calma—. Miss Grabowskiconserva la identidad de su hermana,mantiene el silencio sobre los abusos deese Witold y deja el campo derefugiados antes de que se advierta queestá embarazada.

—¿Y adónde voy a ir? —preguntó ellaa media voz—. Claro... claro que mebuscaré un trabajo, en Wellington odonde sea. Si es que consigo un permisode trabajo... Solo que... ¿qué voy a hacercuando haya nacido el niño?

—No vas a buscarte ningún trabajo. Tevienes conmigo a Kiward Station. —James terció en la discusión y suintervención resultó tan inesperada quetodos se lo quedaron mirando—.

Page 359: UNA PROMESA EN EL FIN

Kiward Station es la granja de mispadres —explicó a la joven—. Está enla Isla Sur, es decir, lejos de aquí. Allíno te conoce nadie y a nadie le importasi te llamas Luzyna o Helena. Y encuanto al embarazo... —Pensó unossegundos y luego dijo—: Basta con quediga que había estado casada antes y quesu marido murió en el frente.Naturalmente, mis padres deben saber laverdad, pero son bastante comprensivoscuando no se trata de defender su madrepatria...

James miró a los presentes, a la esperade su aprobación, sobre todo a Helena,cuyas lágrimas se habían secado derepente. ¿Sería posible escapar de todo?

Page 360: UNA PROMESA EN EL FIN

¿Había una salida? Los ojos se leabrieron como platos, miró al primo deMiranda como a su salvador.

—Y... ¿cómo... cómo me marcho deLittle Poland? —preguntó—. Si... sirealmente aceptara podría... —Se rascóla frente.

—Lo de menos es marcharse delcampamento —dijo Lilian—. Mañanapuedo ir allí contigo y lo aclaramos.Decimos que te ofrecemos un trabajo.Como sirvienta o algo así.

Helena y Miranda movieronnegativamente la cabeza al mismotiempo.

—No quieren que trabajemos —explicó Helena—. Prefieren que

Page 361: UNA PROMESA EN EL FIN

vayamos el mayor tiempo posible a laescuela. Y yo quería acabar los estudiossuperiores...

—¡Y debes acabarlos! —la apoyóJames—. Quiero decir... seguro que hayalguna posibilidad en Christchurch.

Miranda puso los ojos en blanco.—James, ahora no se trata de

garantizar su formación, sino de quesalga del campo de refugiados. —Riotraviesa—. Pero si solo con mirarla yapierdes la capacidad de raciocinio, ¿porqué no le pides sencillamente que secase contigo?

A Helena se le cortó la respiración.—¡Si no hay otro remedio! —replicó

James y acto seguido se ruborizó al

Page 362: UNA PROMESA EN EL FIN

tomar conciencia de lo que acababa dedecir.

Lilian reaccionó con una risitanerviosa, y Ben arrugando la frente,desconcertado.

—¡Está enamorado, está enamorado,lo sabía, está enamorado! —canturreócon picardía Miranda, al tiempo que sereía.

—¡Tonterías! —protestó James—. Porsupuesto que no estoy enamorado.Quiero ayudar. Quiero hacer algo,Miranda. Hacer realmente algo por lagente que sufre en la guerra, no soloandar jugueteando como tú. Cuidadorade niños en Little Poland... Es muyloable, pero no lo bastante decisivo para

Page 363: UNA PROMESA EN EL FIN

la contienda.—¿Y casarse con Helena sí sería

decisivo? —replicó Ben, aún másdesconcertado.

Lilian puso los ojos en blanco.—Si ya no puedo seguir luchando —

prosiguió James—, al menos quierohacer aquí lo que esté a mi alcance. Yo...

—No tiene que sacrificarse por mí —terció Helena en voz baja.

Esa noche iba de un sentimiento a otro.James había sido muy amable, peroahora parecía que ella no le importaba yque iba en pos de una más elevada meta.

—¡Lo haría de buen grado! —afirmóJames, mirando a Miranda.

Helena se decepcionó. Por lo visto ahí

Page 364: UNA PROMESA EN EL FIN

no se trataba más que de una pelea entreprimo y prima, a costa suya. Volvió abajar la vista.

Lilian le puso la mano en el brazo paraconsolarla.

—¡Dejad de decir tonterías! —ordenó,volviéndose con vehemencia haciaJames y Miranda—. Helena estáconfundida. ¡No tomes en serio a estepar! Nadie va a sacrificarse, y si alguienestá enamorado eso no le interesa másque a los implicados. No te preocupes,Helena. Mañana iré en coche contigo aPahiatua y hablaré con la dirección. Porsupuesto que te dejarán marchar sin elacta de nacimiento. —Sonrió animosa.

Pero Helena siguió desalentada. No le

Page 365: UNA PROMESA EN EL FIN

gustaba que de nuevo fueran otros losque decidieran sobre su vida. Y James...No sabía qué esperar de él. La gente ahí,en Nueva Zelanda, era muy distinta a lade Europa. Mucho más abierta y almismo tiempo más... ¿superficial? Sepreguntaba qué sería de ella en unagranja de la Isla Sur.

Page 366: UNA PROMESA EN EL FIN

5

Naturalmente, no fue necesarioorganizar ninguna boda para que dejaranmarcharse a Helena de Pahiatua. A lamañana siguiente, Lilian Billeracompañó a las dos muchachas alcampamento y solicitó una entrevistacon el mayor Foxley y el señorSledzinski. A Helena le dijo que la

Page 367: UNA PROMESA EN EL FIN

esperase en el pasillo delante de losdespachos. Le sonrió antes de que lallamaran. La madre de Miranda tenía esedía un aspecto en extremo elegante.Llevaba un traje con un estampadoPaisley blanco y negro de falda ceñida ychaqueta con hombreras, así comomedias de seda y zapatos de tacónnegros. Sobre el cabello cobrizo,recogido en lo alto, lucía un originalsombrerito, mezcla de boina y birrete.

Sledzinski la devoró con los ojoscuando entró en el despacho. De quéhablaron exactamente después LilianBiller y la dirección neozelandesa ypolaca, Helena nunca llegó a saberlo. Lajoven permaneció en ascuas media hora

Page 368: UNA PROMESA EN EL FIN

y apenas se enteró de lo que sucedíacuando Foxley y Sledzinski, sonrientes,acompañaron a Lilian a la puerta y lasdespidieron a las dos. Ambos desearona «Luzyna» mucha suerte en la vida quetenía por delante. El mayor Foxleyadoptó un tono cordial y el polacoSledzinski más contenido. Helena creyópercibir que lanzaba una miradareprobatoria a su figura, todavía esbelta;era posible que la madre de Mirandahubiese mencionado al niño. Noobstante, no parecía tener intención decontarle nada.

—¡Ya está, una cosa hecha! —exclamócontenta, poniendo la mano en laespalda de la joven—. Recoge tus cosas

Page 369: UNA PROMESA EN EL FIN

y despídete de tus amigos.Helena dejó como en trance el edificio

de la administración y atravesócorriendo el campamento camino de suanterior vivienda. Su única amiga eraNatalia, que se moría de curiosidad. Lecontó solo parte de la verdad. Le hablóde los Neumann y le dijo que se habíaencontrado con Miranda y James en elpuerto de Wellington. Los dos la habíanllevado a casa de los Biller y al finalhabían acordado que en el futuro Luzynafuera a vivir como hija de acogida encasa de los McKenzie en lugar de en elcampamento. Naturalmente, la historiadejaba algunas lagunas que Nataliallenó, como era de esperar, con

Page 370: UNA PROMESA EN EL FIN

delirantes especulaciones.—¿El chico te ha visto y acto seguido

ha querido llevarte a su casa? ¡Anda,Luzyna, es increíble! ¿Y sus padres sonricos? ¿Tienen una granja? ¡Oh, por quéa mí nunca me pasan estas cosas? ¿Esguapo? ¿Te has enamorado tú también?

Helena se sonrojó.—No tiene que ver con un

enamoramiento —afirmó—. Es solo...—Luzyna se parece mucho a su

hermana fallecida —proclamó Miranda,que acababa de llegar en busca deHelena. Esta se frotó la frente. Mirandaquería ayudarla, pero de ese modoempeoraba las cosas—. Piensa queconsolará a su madre... —siguió

Page 371: UNA PROMESA EN EL FIN

fantaseando sin ningún reparo—. Bueno,el hecho de volver a tener cerca aalguien que se parezca a... um... Ellen.

Natalia frunció el ceño.—¿Vas a ser algo así como la sustituta

de una chica que ha muerto? ¿Quéimagina ese tipo? ¡Por mucho queLuzyna se parezca a esa Ellen, no ledevolverá la vida! Su madre todavía sepondrá más triste si ahora... ¡No puedeshacerlo, Luzyna! ¡Quédate aquí!

—Ahora tenemos que irnos —murmuró Helena. Había empaquetadorápidamente sus pocas pertenencias enun hatillo—. Y no es lo que crees,Natalia. Es... Ay, no lo puedo explicar.¡En todo caso, está bien! —Y dicho esto

Page 372: UNA PROMESA EN EL FIN

se puso en pie, dio un abrazo a su amigay dejó el barracón antes de que Nataliapudiera decir algo más—. ¡Te escribiré!—le gritó volviendo la cabeza haciaatrás por última vez.

Miranda la siguió.—Mi madre se inventa historias

mejores —se disculpó.Helena suspiró, pero ya casi se había

olvidado de la apurada escena. Solopensaba en Lilian Biller, que lasesperaba en el coche. Miranda sequedaría en el campamento, cumpliendosus tareas. Seguro que Natalia volveríaa acribillarla a preguntas, pero a Helenale daba igual. En ese momento subió alcoche de Lilian y dejó Little Poland. En

Page 373: UNA PROMESA EN EL FIN

su vida empezaba un nuevo capítulo.Otra vez tenía ante sí un futuro incierto.Pero sentía renacer la esperanza de serfeliz.

En los días siguientes, JamesMcKenzie hizo todo lo que estuvo en sumano para liberar a Helena de su miedoy confusión. El barco que se dirigía aLyttelton Harbour, en el que Lilian habíareservado dos pasajes, zarpaba elviernes, así que ambos jóvenespermanecieron una breve semana enLower Hutt. Helena la pasó leyendo lasnovelas de la anfitriona, que encontrósumamente entretenidas aunque a vecesalgo permisivas. Además hizo caso deJames, que la animó a visitar los

Page 374: UNA PROMESA EN EL FIN

alrededores de la casa de verano. Lalocalidad de Lower Hutt debía sunombre al río Hutt, en cuyadesembocadura se asentaba. Laresidencia de los Biller se encontraba unpoco más hacia el interior, cerca de lagarganta Taita, por donde el río teníaque luchar para abrirse paso entreelevadas colinas. El entorno era muyboscoso, los caminos estrechos ydemasiado inhóspitos para pasear.James ensilló los caballos de Lilian y sellevó a Helena de excursión.

—No es ni la mitad de peligroso queir en un coche con Miranda al volante —afirmó cuando Helena le manifestó sustemores—. Y la forma más agradable de

Page 375: UNA PROMESA EN EL FIN

conocer una región es, si exceptuamossobrevolarla, dando un paseo a caballo.

En efecto, el castrado Vince siguiótranquilamente al paso a su compañerade establo Vallery y Helena se quedó tanfascinada por el paisaje que ni siquierapensó en que podía caerse y tal vezabortar. Más bien la preocupabaquedarse a solas con James. Sinembargo, el joven disipó sus recelos consu discreta amabilidad. La trataba comoa una hermana o una prima y no hizoningún gesto de querer intimar con ella.Helena se relajó en el caballo. James leexplicó algo sobre la flora autóctona deNueva Zelanda y su aspecto era todo loinofensivo que puede esperarse de

Page 376: UNA PROMESA EN EL FIN

alguien. Ahí el bosque se diferenciabamucho de los olmedos, robledales ybosques de abetos de Polonia, ytampoco se parecía en nada a la taigasiberiana. En Nueva Zelanda habíaplantas desconocidas para ella. Laasombraron los imponentes helechos ylos árboles rata de flores rojas quecompartían los bosques con palmeras,líquenes y hayas del sur. Había árbolesde los que descendían serpenteanteslianas y en la orilla del río crecía elraupo, una gramínea con la que losmaoríes solían confeccionar sus esterasy poi poi. Las hojas secas del raupoemitían un susurro cuando las muchachasmovían las falditas al bailar. También en

Page 377: UNA PROMESA EN EL FIN

esos bosques había manuka, y Helena sesintió orgullosa cuando reconoció elárbol. James le confirmó que el aceiteque se obtenía del árbol del té teníaefectos curativos y desinfectantes.

—En el ejército australiano, todosoldado lleva un botellín en su equipobásico —explicó—. Al menos en laPrimera Guerra Mundial, según me hacontado mi padre. No sirvió de muchoen la batalla de Galípoli, pero sí fue unaayuda para curar las ampollas que seformaban en los pies después de tantashoras de marcha y otras pequeñasheridas.

Helena le contó que su hei tiki estabahecho de manuka. James se asombró.

Page 378: UNA PROMESA EN EL FIN

—Normalmente los hei tiki se hacende jade pounamu, como el mío, o dehuesos —dijo—. Nunca había oídohablar de colgantes de madera demanuka. Esa anciana, ¿lo tallóespecialmente para ti?

Helena dijo que sí.—Fue muy amable por su parte,

¿verdad?James asintió.—Debe de tener algún significado —

supuso—. Esos hei tiki no se cuelgansimplemente porque sean bonitos.Tradicionalmente, los tohunga ponenmucho énfasis a la hora de hacerlos.Cantan karakia o recitan, invocan a losdioses... Quien los lleva se encuentra

Page 379: UNA PROMESA EN EL FIN

bajo su especial protección.—¿Algo así como un cruz bendita? —

preguntó Helena. Su madre había tenidouna que al final había cambiado por panen Siberia.

—Es posible. En todo caso, debeshonrar a tu pequeña diosa. Y cuandotengas la oportunidad, le preguntas aBen sobre la madera de manuka...

Helena asintió, cogió la figurilla quecolgaba de su cuello y acarició tambiénel árbol manuka al pasar junto a él en elcaballo. Su áspera corteza parecióamoldarse cálidamente a su mano, comosi el espíritu que había percibido en elmarae de los ngati rangitane volviera asaludarla.

Page 380: UNA PROMESA EN EL FIN

—Y ahora te enseñaré un kauri —añadió James.

Según explicó, los árboles kauri erantan sagrados para los maoríes que estosno desvelaban a los pakeha dóndeestaban. Aun así, Ben Biller habíadescubierto uno cerca del viejo pa yJames condujo a Helena por un senderoque apenas se distinguía entre laespesura de helechos, líquenes y ramasque cubría el suelo de esos bosquesvírgenes. La cabalgada duró horas yHelena acabó destrozada. Pero valía lapena. En medio de un claro se erigía unkauri.

—¡Es enorme! —La joven noencontraba palabras. El perímetro del

Page 381: UNA PROMESA EN EL FIN

tronco debía de alcanzar seguramentelos ocho metros.

—Sí. Estos árboles llegan a medircincuenta metros de alto —la instruyóJames—, pero también necesitan muchotiempo para crecer. Se calcula que losmás antiguos tienen más de dos milaños...

Helena no podía concebir un períodotan largo de tiempo. Se sentía pequeña einsignificante cerca de ese árbol queproducía una increíble sensación.

—Uno también se siente pequeñocuando vuela —le confió James cuandoella intentaba plasmar esospensamientos en palabras—. Ve loinmensa que es la tierra. Y que aunque

Page 382: UNA PROMESA EN EL FIN

vuele por encima de ella, no la puede«someter» como dice la Biblia. Losmaoríes tienen una visión muy acertada,son mucho más respetuosos con lanaturaleza que nosotros.

Helena asintió y por la noche escuchócon atención las explicaciones de suanfitrión Ben Biller acerca de la culturamaorí. Esa semana, Ben había recibidola visita de dos estudiantes que iban aayudarle en las excavaciones yaprovechó los ratos de ocio durante lanoche para pronunciar interesantescharlas. También aportó informaciónrespecto al hei tiki de Helena.

—La tohunga debe de haberpercibido en ti algo de la fortaleza y la

Page 383: UNA PROMESA EN EL FIN

generosidad del árbol. Sus espíritus sonprotectores, velan, preservan y curan.

—Puede que el árbol también tengaque proteger a la portadora del hei tiki...—sugirió uno de los estudiantes, y Benasintió.

—Se trata siempre de un dar y recibir—dijo—. Los maoríes advierten uncontinuo intercambio entre el serhumano y la naturaleza, lo físico y lomental...

Lilian Biller era menos teórica. Supensamiento era más pragmático e invitóa Helena a que fuera de compras conella a Lower Hutt el tercer día de suestancia. Si bien la joven se preguntaba

Page 384: UNA PROMESA EN EL FIN

qué compras se podían hacer allí, se viogratamente sorprendida.

Cuando no se llegaba en un domingolluvioso, Lower Hutt se mostraba comoun floreciente pueblecito lleno de vida.Lilian invitó a Helena y a James, que lasacompañaba, a comer en un restaurantecon vistas a la desembocadura del río.Luego confesó que tenía la intención decomprar un poco de ropa para Helena.

—No te preocupes, nada caro nimundano —la tranquilizó cuando lamuchacha comenzó a protestar—. Paraeso tendríamos que ir a Wellington. Perono quiero enviarte así a Kiward Station.Gloria pensaría que me he vuelto unatacaña...

Page 385: UNA PROMESA EN EL FIN

Lilian había informado por teléfono aJack y Gloria McKenzie de la llegada dela refugiada. La madre de Miranda lehabía asegurado que sus parientes sealegrarían, pero Helena encaraba elencuentro con cierto temor. ¡Esperabaque los McKenzie no sacaran de su viajecon James las mismas conclusiones queNatalia! Sería lamentable dar laimpresión de que el joven la ayudaba acausa de sus encantos femeninos...

Así pues, Lilian entró con Helena en latienda de ropa y accesorios de mujer.Compraron un sencillo vestido azulmarino con dos blusas a juego y uncoqueto sombrerito. Este último tambiéna juego con el vestido azul claro de talle

Page 386: UNA PROMESA EN EL FIN

alto que eligió para la joven. Eraholgado, le daba un aspecto muy juvenily durante dos o tres meses ocultaría suembarazo. Adquirió además un abrigogrueso. Todavía era verano en NuevaZelanda, pero Lilian opinaba que eninvierno podía hacer mucho frío en laIsla Sur.

—Aunque no tanto como en Siberia...—dijo Helena en voz baja.

Lilian la rodeó con un brazo.—¡Por suerte no! —Sonrió—. Pese a

ello, no hay razón para no ponerse ropade abrigo. Bien, todavía necesitamosalgunos juegos de ropa interior y unamaleta para guardarlo todo. Y despuéssalimos a buscar a James. ¿Se te ocurre

Page 387: UNA PROMESA EN EL FIN

dónde puede haberse metido?James se había separado de ellas antes

de que fueran de compras, lo que habíatranquilizado a Helena. Los pequeñospiropos que le dirigía algunas veces,cuando se recogía el cabello o se poníaun viejo traje de montar de Mirandaarreglado para ella, le resultabanembarazosos y no sabía cómoreaccionar. Pero Helena nunca se habíasentido tan confundida como esa tarde,en la pequeña heladería donde volvierona encontrarse con él.

—Toma —dijo, tendiéndoletímidamente un paquetito por encima dela mesa—. He pensado que tía Lilian nopensaría en ello y tampoco quería

Page 388: UNA PROMESA EN EL FIN

pedírselo a mi madre cuando nos fuera arecoger en Lyttelton. En fin, además enKiward Station hay que ir de compras aHaldon. Comparado con ese pueblucho,Lower Hutt es una metrópolis. Todo elmundo se conoce. Ya nos podemosolvidar de ir allí...

Helena encontró extrañas esasexplicaciones. Abrió el paquetitocuriosa para descubrir qué había ahí detan complicado. Cuando vio el pequeñoaro de oro, el rubor cubrió sus mejillas.

—Esto... esto es...—Una alianza —confirmó James—.

Estábamos de acuerdo en que queríashacer como si ya hubieses estado casadaen Polonia.

Page 389: UNA PROMESA EN EL FIN

—Pero cuando me marché de Poloniatenía catorce años...

Lilian sonrió.—Da igual —terció—. No tienes que

contar los detalles. James tiene razón.En la provinciana ciudad que es Haldonlas cosas te serán más sencillas si lagente cree que te dejó embarazada unhéroe de guerra. Buena idea, James.¿Cuánto te ha costado? Te daré eldinero.

James enrojeció.—No... no es necesario, yo... lo he

hecho de buen grado. Tampoco erademasiado caro. Ni demasiado barato,claro, tiene que tener buen aspecto...

Lilian se echó a reír.

Page 390: UNA PROMESA EN EL FIN

—Y que lo digas, Helena no tiene quehaber estado casada ni con un tacaño nicon un pobre diablo. Parece como si yahubieras pensado en el marido másconveniente para ella —observó burlona—. Un día nos lo tendrás que describircon detalle, bueno, sobre todo a Helena.

Esta ya no sabía a dónde mirar. Y esoque se había alegrado de que James laviera con su nuevo vestido. Lilian habíainsistido en que se lo dejara puesto.

—El viejo servirá para las tareas en lacocina —había dicho—, o en el establo.Cuando Gloria te acoja bajo su manto,verás pocas veces la cocina desdedentro. Espero que las ovejas no solo tegusten asadas.

Page 391: UNA PROMESA EN EL FIN

Helena no estaba segura de si legustaban o no las ovejas, nunca se habíaocupado de animales. Pero con eltiempo había comprendido que lafamilia de James tenía muchas, ademásde cientos de bueyes, perros y caballosde cría. Helena se alegraba sobre todode esto último. Le sabía mal despedirsede Vince y Vallery.

—Conocerás a su familia —la consolóLilian. Estaba encantada de que aHelena le gustasen los caballos—. Lamadre de Vallery, Vicky, era de KiwardStation, y Vince es hijo de Vallery. Esposible que necesite un potro de la cría.James, diles a Gloria y Jack que mebusquen por favor una yegua bonita. Si

Page 392: UNA PROMESA EN EL FIN

es posible, entre los descendientes dePrincess.

Princess, la madre de Vicky, habíatenido varios potrillos en KiwardStation. Había sido el primer caballo deGloria McKenzie y con toda seguridadtodavía quedarían hijos y nietos de ellaen la granja.

Miranda pidió otro día de fiesta en elcampamento para llevar a James yHelena al barco. Esta tuvo que darle larazón a James: un paseo con el dócilVince no podía compararse con eseinfernal viaje en coche.

—¡Pues espérate a volar con James!—protestó Miranda, cuando asustadaHelena soltó un grito en una curva que la

Page 393: UNA PROMESA EN EL FIN

conductora tomó especialmente cerrada—. Comparado con cómo pasa volandosobre las montañas, yo soy una tortuga.

Helena puso cara de no entender, asíque le explicaron que los McKenziedisponían de un aeródromo privado enKiward Station. Eran propietarios de unPiper J-3, como desveló orgullosoJames, que él llamaba cariñosamentePippa.

—No es nada raro tener un aeródromopropio en una granja de ovejas —afirmócuando se fijó en la expresión deasombro de Helena. La joven ya sabía aesas alturas que los McKenzie no eranpobres, pero que se permitieran tener unaeródromo la dejó alelada—.

Page 394: UNA PROMESA EN EL FIN

Simplemente ocurre que tenemos muchatierra donde pacen las ovejas.

Así justificó James la adquisición.—Es más sencillo controlarlas desde

el aire —prosiguió— y conducirlasdurante la época del esquileo o cuandollega el invierno. Antes se hacía acaballo: llevar a los animales a lamontaña y luego ir a buscarlos en otoñosignificaba un esfuerzo de muchos días.Y no estaba exento de peligros. En losAlpes Meridionales el invierno irrumpea veces de golpe, se producen tormentasy nevadas inesperadas. Con el Pippa,bajo las ovejas prácticamente solo y seme escapan muchos menos ejemplaresque a un regimiento de caballería.

Page 395: UNA PROMESA EN EL FIN

—Entonces ¿aprendiste ahí a volar?—preguntó Helena sin dar crédito.

Seguía sin hacerse a la idea de que eljoven que estaba sentado a su ladopudiese subir a un avión propio con lamisma naturalidad con que otros subíana un tranvía.

James asintió.—Claro. Mi padre también pilota,

pero le cuesta más arrancar. El Piperprotesta ligeramente con él, en especialal aterrizar. Si quieres, tú tambiénpuedes aprender a volar. Tampoco es tandifícil...

Helena asintió sin muchoconvencimiento. Ya en el coche luchabacontra el mareo y esperaba que el

Page 396: UNA PROMESA EN EL FIN

malestar se debiera a la forma deconducir de Miranda y no al hecho deestar embarazada. Si fuera así, latravesía en barco resultaría muydesagradable.

El viaje de la Isla Norte a la Isla Surse reveló como la travesía más bonitaque Helena había realizado jamás. En elestrecho de Cook, entre las dos islas,había tempestad y, como muchos otrospasajeros, la joven vomitó. Perodespués el trayecto discurría junto a lacosta de la Isla Sur, el mar estaba encalma y los pasajeros podían disfrutarde la vista de las colinas verdes y lasplayas de arenas blancas y oscuras.

Page 397: UNA PROMESA EN EL FIN

Contempló fascinada un grupo dedelfines que escoltaba al barco y seagarró asustada a la borda cuando uncachalote apareció delante de la proa, ala altura de Kaikoura.

—Son enormes —murmuróanonadada, después de haber vistotambién ballenas jorobadas y narvales—. ¿En serio que no se comen a laspersonas?

James rio.—No; son muy pacíficos. La mayoría

ni siquiera tiene dientes. Solo soncuriosos. Mira cuánto se acercan.

Por lo demás, fue un viaje de ensueñopara Helena, tan solo enturbiado por laidea de que en realidad debería ser

Page 398: UNA PROMESA EN EL FIN

Luzyna quien ocupase su sitio. ¡Cuántasposibilidades se le habrían ofrecido a suhermosa hermana en ese maravillosopaís! Bastaba con comparar a eseamable y viajado James con el rudo yalgo bobalicón Kaspar... Antes sus ojosapareció la imagen de una pareja feliz,una vida próspera, una mujer respetaday amada... Seguro que James habríaamado a Luzyna.

Helena, en cambio, no se permitíaesperar que James, por muy amable quefuese con ella, la encontrase atractiva.Durante el día la acompañaba encubierta y luego la llevaba a cenar alrestaurante. Disfrutó de sabrosos platosde pescado y la segunda noche, cuando

Page 399: UNA PROMESA EN EL FIN

actuó una orquesta, escuchó por vezprimera jazz, un género de músicaarrebatador que la forzaba a seguir elritmo con la pierna. James la invitó abailar, pero ella lo rechazó. Todavíarehuía el contacto con hombres, yademás nunca había bailado. Seguro quehabría hecho el ridículo, todo el mundola habría mirado y criticado. La imagende su hermana asomó de nuevo entre suspensamientos. Luzyna no habría puestoningún reparo a salir a bailar, y eraprobable que también ahí no hubiesetardado en ser el centro de atención.Helena sonrió ante esa idea, hasta quede nuevo pensó en quién era la culpablede que Luzyna nunca fuera a vivir esa

Page 400: UNA PROMESA EN EL FIN

experiencia. Bajó la cabeza sin darsecuenta de que James intentaba respondera su sonrisa.

Page 401: UNA PROMESA EN EL FIN

6

Tras un viaje de dos días, el barcoatracó en Lyttelton. Desde el muelle sedivisaba la pequeña e idílica ciudad quese extendía por las colinas y a lo largode la bahía. Formaba un puerto naturalque ofrecía a los grandes barcos espaciopara fondear.

—La ciudad más grande e importante

Page 402: UNA PROMESA EN EL FIN

es Christchurch —explicó James cuandoHelena se sorprendió de lo pequeña queera la localidad a la que pertenecía esepuerto tan importante—. Está a más dediez kilómetros al norte y no tienepuerto. Los barcos destinados a ellaatracan en Lyttelton. A la larga,Christchurch y Lyttelton se juntarán, seurbanizará y colonizará la tierra entrelas dos ciudades. Anteriormente, ambasestaban unidas por un difícil pasomontañoso. Lo llamaban Bridle Path, elpaso de «la brida», porque la gente nopodía cruzarlo sola a caballo. A cadacaballo o mulo se le destinaba un guíaque lo llevaba por el cabestro. Nuestraabuela Gwyneira, sin embargo, no lo

Page 403: UNA PROMESA EN EL FIN

consideró necesario cuando llegó aquíen el siglo pasado. Ensilló su caballo,que acababa de hacer una travesía detres meses, montó y cruzó el paso demontaña. Y su perra Cleo condujo solatreinta o cuarenta ovejas, la dote de laabuela. Vino a Nueva Zelanda paracasarse con Lucas Warden, el herederode Kiward Station, un hombre al quenunca había visto y con el que,desafortunadamente, no fue feliz... Latravesía a caballo del Bridle Path formaparte de las historias más antiguas denuestra familia. Miss Gwyn es toda unaleyenda. Por desgracia, no me acuerdode ella. Murió cuando yo tenía tres años,a una edad bíblica, más de noventa años.

Page 404: UNA PROMESA EN EL FIN

—Paseó la mirada por las instalacionesportuarias mientras el barco atracaba yseñaló a una mujer que estaba junto auna camioneta aparcada delante delmuelle.

—¡Mira, mi madre!Dado el gran parecido familiar entre

Miranda y Lilian, Helena había supuestoque Gloria McKenzie sería otrapelirroja de cintura fina y nariz afilada.Pero nunca habría sospechado el menorparentesco entre Gloria y Lilian cuandovio a la madre de James. Gloria debíade parecerse a una rama de la familiatotalmente distinta. Era más robusta quegrácil y, pese a que al ver a su hijoresplandeció, los rasgos de su cara eran

Page 405: UNA PROMESA EN EL FIN

algo duros. No parecía tan abierta yextrovertida como Miranda o Lilian. Susojos azules se veían demasiado juntos ylos labios eran finos y bien delineados.Llevaba muy corto su espeso cabellocastaño claro, un peinado que conjugababien con su indumentaria. Gloria vestíavaqueros, camisa de cuadros y chaquetade piel. De lejos se la habría confundidocon un hombre. Sin embargo, no carecíade atractivo, sino que poseía una bellezaaustera que descubría quien la mirabacon atención.

Helena distinguió que no estaba sola.A su lado había un perro, un animal depelaje largo blanco y negro quelevantaba devotamente la vista hacia

Page 406: UNA PROMESA EN EL FIN

ella. Al menos hasta que oyó la voz deJames.

—¡Ainné!Fue un grito jubiloso. El joven casi

parecía alegrarse más de volver a ver ala perra que a su madre. Y también elchucho perdió enseguida interés porGloria McKenzie. Se lanzó hacia James,que salió a su encuentro por la pasarelaque acababan de colocar. Ainné saltóaullando sobre James, mientras élrepetía su nombre, la acariciaba ysonreía feliz. No era el único quemostraba una sonrisa de oreja a oreja,también el animal levantaba el hocicomostrando sus fauces.

Helena cogió su maleta y se echó el

Page 407: UNA PROMESA EN EL FIN

macuto de James al hombro. El joven lohabía dejado caer al ver a Ainné. Losiguió despacio y tensa ante el primerencuentro con la madre. GloriaMcKenzie avanzó lentamente hacia suhijo. Parecía contenta pero tranquila,resultaba obvio que no era impulsivacomo Lilian o Miranda, y tampoco hizoningún ademán de unirse al alegrereencuentro cuando llegó junto a James ysu perra. En lugar de eso, sonrió aHelena y le tendió la mano. Debía dehaberla visto con James en la borda.

—Ahí no existimos ninguna de las dos—observó, señalando a James y laperra, y le presentó a esta última—. EsAinné, la perra pastora de James. Él

Page 408: UNA PROMESA EN EL FIN

mismo la adiestró. Antes de que semarchara a la guerra de otra gente, ellano se separaba de su lado. Soy GloriaMcKenzie. Y usted es Miss...¿Grebauski? —pronunció el nombrepolaco tan mal como era posible.

Helena le estrechó la mano contimidez.

—Grabowski —corrigió—. Perollámeme Helena, por favor.

La mujer sonrió y la liberó del macuto.—Estupendo. Qué bien que hables

inglés. Ya me temía tener quedesempolvar mi francés de la escuela.Alguien me dijo que en Polonia es lalengua extranjera más hablada.

La joven asintió y le contó que su

Page 409: UNA PROMESA EN EL FIN

madre había sido profesora y enseñadoinglés. James abrazó por fin a Gloria,aunque con alegría contenida.

—Esta es Helena —presentó a lajoven—. Es una de esas personas que,lamentablemente, no pueden librar supropia batalla. —Por lo visto, Jamesestaba decidido a iniciar la guerrafamiliar al instante.

Gloria suspiró.—Peléate con tu padre —dijo

comedida—. Soy incapaz de hacerjuicios, solo estoy contenta de turegreso. También a ti te damos labienvenida, Helena. Nos alegra poderofrecerte nuestra hospitalidad y tambiénla llegada del niño. Quizá de ese modo

Page 410: UNA PROMESA EN EL FIN

podamos contribuir a hacer un mundo unpoco mejor sin dejar que nos maten deun disparo a nuestro hijo.

—Para Helena no hubo elección —observó James—. Sus padresmurieron...

Helena, para quien era lamentable serel detonante de esta disputa entre madree hijo, acarició a Ainné.

—¿Ella también... pilota tu avión? —bromeó para cambiar de tema,señalando a la perra—. Como has dichoque recoges a las ovejas... y como es unperro pastor...

Gloria McKenzie sonrió, visiblementeagradecida por el intento de desviar laconversación.

Page 411: UNA PROMESA EN EL FIN

—Después ayuda a ordenarlas —explicó James, sonriendo—. Perotampoco tiene vértigo. En efecto, meacompaña en mis vuelos.

—Lo que yo encuentro muy bien —añadió Gloria con una sonrisa torcida—. Es más prudente con Ainné en lacabina. A fin de cuentas, no quiere quele pase nada malo. ¡Ay, James, sé queestás enfadado con nosotros, pero esestupendo que hayas vuelto! ¿Comemosalgo aquí o en Christchurch? A no serque quieras comprar algo, Helena...

La muchacha negó con la cabeza.—Hemos desayunado bien en el barco

—dijo—. Y tengo... tengo todo lo quenecesito. —Señaló su maleta nueva.

Page 412: UNA PROMESA EN EL FIN

—Bien. —El tono era de satisfacción.Se diría que ir de compras no era una desus tareas favoritas—. Entoncesvayamos directos a Kiward Station.Tardaremos un par de horas en llegar.Antes el viaje de Haldon a Christchurchpodía prolongarse días. Desde que haycoches, las distancias por suerte handisminuido...

La madre de James se sentó con tantanaturalidad al volante de su pesadacamioneta como Lilian y Miranda al delaerodinámico deportivo. Conducíadeprisa pero con prudencia. Helena sesentía más segura. Pero también ahí semareó, en parte porque el penetranteolor a perro y oveja empeoraba las

Page 413: UNA PROMESA EN EL FIN

cosas.La carretera discurría primero entre

las montañas y Helena se alegró de queJames sugiriese parar en un mirador.

—Desde aquí los inmigrantescontemplaban por primera vezChristchurch y las Llanuras deCanterbury —explicó—. Hace cien añosla ciudad era mucho más pequeña... —Christchurch, una ciudad realmentegrande para Nueva Zelanda, estabasituada a orillas de un río. Helenadistinguió muchos edificiosrepresentativos de piedra, supuso quealgunos eran iglesias. ¿Por qué si no ibaa llamarse ese lugar «Iglesia de Cristo»?Pero James confirmó esa suposición

Page 414: UNA PROMESA EN EL FIN

solo de forma parcial—. Los primeroscolonos eran anglicanos creyentes y muypronto construyeron catedrales, tanto unaanglicana como otra católica. Si erescreyente podrás ir a misa. Eres católica,¿no?

—Sí. —Helena asintió sin entrar endetalles.

—Pero el nombre de la ciudad noprocede directamente de Cristo, sino delChrist Church College de Oxford. No séa quién se le ocurrió, pero debía deestar muy apegado a su universidad. —James sonrió—. Aquí fundaron tambiénuna universidad. Desde el campus separece a la de Oxford. Tienes que verlaun día. Por lo que cuentan, un paseo por

Page 415: UNA PROMESA EN EL FIN

Christchurch y te ahorras el viaje aInglaterra. Otra de las cosas dignas dever es el tranvía. Aquí causa sensación,aunque a estas alturas en Europa ya hayhasta metros....

Mientras charlaban, quería llevar aHelena de vuelta al coche, pero ellanecesitaba un poco más de tiempo paracontemplar también el paisaje que seextendía detrás de la ciudad: todo seveía verde y a lo lejos montañascubiertas de nieve. Pero el cielo estabanublado. James afirmó que la vista erapor lo general espectacular.

—¿Y por ahí está vuestra granja?—preguntó Helena, señalando laspraderas más allá de la ciudad.

Page 416: UNA PROMESA EN EL FIN

Gloria respondió que sí convehemencia después de haber escuchadomás bien aburrida las explicaciones deJames sobre Christchurch.

—Desde hace unos cien años —contestó orgullosa—. Y siempre ha sidopatrimonio familiar, aunque con unahistoria muy versátil. Se trata de unaempresa de cría de ovejas, la tierra soloes apropiada para la economía pecuariaextensiva. No llueve lo suficiente paradedicarse a la agricultura, y el suelotampoco es el adecuado. Aquí el tussokno deja de crecer. Pero una vez que sedestruye la capa de hierba, la situaciónse pone difícil. Así que las ovejas pacenallí, sobre todo para la obtención de

Page 417: UNA PROMESA EN EL FIN

lana, aunque también tenemos ovejaspara la producción de carne. Y tambiénbueyes desde hace unas décadas. Justoahora, en tiempos de guerra, laexportación de carne es un buennegocio. Y Kiward Station es conocidapor sus collies. —Señaló a Ainné—.Son los perros pastores más solicitadosdel país. Sus antepasados llegaron conla abuela Gwyn desde Gales. Todavíahoy se habla de Cleo y Friday...¿Vamos? Nos queda un largo trecho.

Gloria tampoco parecía interesarsemucho por los miradores. En cambio,entretuvieron a su invitada durante elresto del viaje con historias sobre lalegendaria Gwyneira McKenzie, cuyo

Page 418: UNA PROMESA EN EL FIN

primer marido, Lucas, alcanzó la famapóstumamente como pintor.

—Dejó como heredera de su talento asu bisnieta —añadió James, señalando aGloria—. Mi madre dibuja de modoadmirable. Yo no, por desgracia.

—Si es que realmente fue mibisabuelo... —puntualizó Gloria—. Laabuela Gwyn dio a entender en unaocasión que Lucas era en realidad elmedio hermano de Paul. El padre deLucas estaba tan furioso por el fracasode su hijo como hombre, que se encargóél mismo de procrear a un heredero...

—¿Te refieres a que... él y MissGwyn? —preguntó James asombrado.Era evidente que ignoraba esta parte de

Page 419: UNA PROMESA EN EL FIN

la historia de la familia.—La violó —respondió Gloria.

Helena se sintió incómoda, pero dealgún modo también aliviada. No era laúnica que tenía que vivir con esa afrenta—. A continuación, Lucas huyó. Murióen la costa Oeste.

—Y Gwyneira se casó con su granamor —anunció James el final feliz—.James McKenzie, conocido a su vezcomo el Robin Hood de Nueva Zelanda.Era un ladrón de ganado. Y mi abuelopor vía paterna. Yo llevo su nombre. Porlo que no es extraño que yo no sea unapaloma de la paz como papá.

Al parecer, James quería reanudar lapelea familiar, pero Gloria no se dejó

Page 420: UNA PROMESA EN EL FIN

provocar. Era pacífica por naturaleza.—Cuéntanos un poco de tu familia,

Helena —pidió.La muchacha habló de Leópolis, de

sus padres y también un poco de Luzyna.Al parecer, Gloria se planteaba tan pococomo su prima Lilian si una muchachade dieciséis años podía decidir sobre sudestino. Aceptaba simplemente queLuzyna hubiese preferido quedarse enPersia. Tampoco le quedaba claro dequé oportunidades había privado Helenaa su hermana. Gloria, Lilian y Mirandaconsideraban algo natural las libertadesque ofrecía Nueva Zelanda a lasmujeres.

Mientras Helena hablaba, Gloria

Page 421: UNA PROMESA EN EL FIN

conducía por unos pastizales sin fin.Desde Bridle Path, las Llanuras deCanterbury no parecían tan vastas, peroen realidad se extendían kilómetros ykilómetros. Un mar de hierbameciéndose al viento, interrumpido solode vez en cuando por un bosquecillo, unarroyo flanqueado por cañizales o rocasque parecían surgidos al azar en esepaisaje. Pocas veces se veían granjas,pero sí rótulos indicadores. Jamesexplicó que ahí apenas había fincaspequeñas. Por regla general se tratabade grandes y ricas granjas que estabanapartadas de la carretera. Unos caminosprivados pavimentados llevaban hastaellas.

Page 422: UNA PROMESA EN EL FIN

Llegaron a Kiward Station pasado elmediodía. Gloria tomó uno de esoscaminos privados, que primero discurriójunto a un pequeño lago y luego bordeóuna colina. Y entonces... a Helena se lecortó la respiración al ver la casaprincipal. Kiward Station no tenía nadaque ver con una granja. De hechosemejaba una casa señorial inglesa, lamansión de unos lores o unos barones talcomo la describían las novelas. ElManderley de Rebecca o el ThornfieldHall de Jane Eyre. El edificio era depiedra arenisca gris. Helena distinguiógalerías y ventanales, algunos provistosde pequeños balcones. El acceso eramuy ancho, pensado sin duda para

Page 423: UNA PROMESA EN EL FIN

carrozas y carros tirados por caballos.Rodeaba una plazoleta circular que unopodía imaginarse adornada con rosas.Pero los McKenzie no parecíandedicarle mucha atención. De hecho, allícrecían arbustos de rata.

—Y bien, ¿qué te parece? —Jamessonrió.

—Es... precioso... —susurró Helena.—Es arrogante —sentenció Gloria—.

Nuestro antepasado Gerald Wardenquería exhibir su riqueza y equipararsecon la nobleza inglesa. También en esecontexto hay que entender el enlace desu hijo y Gwyneira. Ella era unaSilkham... provenían de una noble yantigua familia de Gales. Su padre

Page 424: UNA PROMESA EN EL FIN

quería casarla con un auténtico lordinglés y no con un barón de la lananeozelandés. Pese a ello, una partida deblackjack fue la causa de que secomprometiera con Lucas. Warden ySilkham se jugaron la mano deGwyneira. Su padre no se lo tomódemasiado en serio, la abuela Gwynpodría haberse negado. Pero no se lopensó. Emigrar era la aventura de suvida y ella amaba la aventura.

Gloria abrió de un codazo la puertadel conductor, que iba algo dura. Jamesdejó salir de un salto primero a Ainné yluego bajó él y sostuvo la puerta aHelena.

—No pongas esa cara de respeto, no

Page 425: UNA PROMESA EN EL FIN

hay mayordomo —se burló de ella—.Pero yo estaré encantado de llevarte lamaleta.

Nerviosa, Helena subió tras él losescalones y cruzó la puerta de entrada,que conducía a un amplio recibidor. Ensu origen seguramente había sido unahabitación noble, pero ahora causabamás bien una sensación de desorden. Sediría que los McKenzie dejaban todassus compras allí y luego se olvidaban delo que no necesitaban de inmediato en lacasa.

—Solemos utilizar la entrada delestablo —se justificó Gloria, al tiempoque colgaba su chaqueta de piel en unarmario, en el que ya se amontonaban

Page 426: UNA PROMESA EN EL FIN

abrigos encerados y otras chaquetas.Desde ahí se accedía a un despacho. Enla pared había un armario con archivos.Una máquina de escribir compartía elescritorio con facturas, apuntes, lápicesy una caja de galletas—. Al principioesto era un recibidor —siguióexplicando—. La abuela Gwyn le diodespués otra función. ¿Quién necesitauna bandeja para las tarjetas de visita?Lo utilizamos como despacho; que estétan cerca de la entrada principal nosresulta muy práctico cuando hay quepagar a los proveedores. Y tambiénpagamos aquí los sueldos. Por lo demás,la atmósfera formal ayuda cuando hayque despedir a un trabajador.

Page 427: UNA PROMESA EN EL FIN

Gloria esbozó una sonrisa de disculpa.No le gustaba tener que despedir a susempleados.

Desde el despacho se llegaba a unsalón provisto de unos pesados mueblesingleses. Unas exquisitas antigüedadessin duda, aunque ya un poco gastados.Una amplia escalinata conducía alprimer piso, y unas puertas daban ahabitaciones laterales. Una de estasconducía a la cocina y hacía las vecesde comedor; otra, de sala.

—Esto era antes la sala de caballeros—señaló James, que siguióacompañando a Helena mientras Gloriaechaba un vistazo en la cocina y daba unpar de indicaciones al empleado que

Page 428: UNA PROMESA EN EL FIN

trajinaba por allí—. Hoy la utilizamoscomo sala de estar, sobre todo eninvierno. Es difícil de calentar el salón.—También allí había muebles inglesesoscuros, un gran sofá en ele y unasmacizas butacas dominaban lahabitación. Delante de la chimeneahabía una mecedora y mantas para losperros. Pese a ello, una perra serepanchingaba en el sofá, del que saltócon expresión de culpa cuando James yHelena entraron—. ¡Wednesday! ¡Quévergüenza! —la riñó él sin muchaconvicción. No podía enfadarse con lapequeña collie de tres colores que fue asaludarlo casi con la misma devociónque Ainné—. Está preñada —le explicó

Page 429: UNA PROMESA EN EL FIN

a Helena—. Y se cree que puedetomarse cualquier libertad... —Lamuchacha enrojeció y acto seguidoJames también se turbó—. Y bueno...puede hacerlo... Quiero decir que... quehay que mimar un poco a las... futurasmadres. —Sintiéndose aludida, Helenadaba vueltas a la alianza de oro queresponsablemente se había puesto desdeque habían dejado Wellington—. Ahorate enseño tu habitación —añadió James,guiando a la joven escaleras arriba.

Allí había un pasillo flanqueado pordistintas puertas que daban ahabitaciones sencillas o a suites. Helenatomó aire cuando James le abrió lapuerta a la estancia reservada para ella.

Page 430: UNA PROMESA EN EL FIN

—Es... es... —Intentó sonreír—. ¡Estosí que es mimar!

La amplia y luminosa habitaciónestaba provista de refinados muebles demadera clara, y las paredes tenían unempapelado amarillo suave. Delante delas ventanas colgaban cortinas de sedarosa, sin duda muy antiguas pero bienconservadas. Unos cojines amarillos yuna colcha del mismo color cubrían lacama. En la mesilla de noche habíalibros, novelas de Brenda Boleyn, ytambién un volumen con ilustracionesdel arte maorí. Desde la habitación, unapuerta llevaba a un vestidor con espejosy armarios y un acceso a un pequeñopero elegante baño. Había además un

Page 431: UNA PROMESA EN EL FIN

salón con una galería. Desde lossillones, agrupados en torno a unamesita de té, había una amplia vista deljardín, que parecía más una selva que unjardín propiamente dicho. Ahí crecíansobre todo plantas autóctonas. Solo semantenían despejados los senderos quellevaban a los establos y edificios deservicio.

—¿Y bien? ¿Te gusta?—¡Es maravilloso! —susurró

abrumada Helena—. Pero yo no necesitouna habitación tan grande...

James se encogió de hombros.—Era de la abuela Gwyn. Por cierto,

esta era ella. —Señaló un retrato quedominaba la pared de la habitación con

Page 432: UNA PROMESA EN EL FIN

la galería. Mostraba a una mujerpelirroja muy bella y con ojos de untono índigo. Miranda y Lilian se leparecían como dos gotas de agua, solose diferenciaban por el color de los ojosy los matices del pelo rojizo. Mirandase parecía más que Lilian a suantepasada; Gwyneira debía de tener suedad cuando la pintaron. Posaba en unsillón, fácil de reconocer como una delas butacas del salón, y parecíaimpaciente—. Este retrato lo pintóLucas Warden. Ella prefería que lafotografiasen, ya que no tenía quequedarse quieta tanto rato. Por esa razónno hay más pinturas al óleo de MissGwyn, aunque de vez en cuando encargó

Page 433: UNA PROMESA EN EL FIN

que pintaran algún caballo o algúnperro. Desde que murió, mi familiautiliza estas habitaciones para losinvitados y de algún modo... de algúnmodo todos encuentran bonito que elespíritu de Gwyneira vele por esaspersonas. —Dirigió a Helena unasonrisa de disculpa.

—Es una hermosa idea —respondióella.

—Mis padres tienen sus estancias enla otra ala de la casa —siguióexplicando James—. Con vistas a laentrada, en su origen eran lasdependencias del señor de la casa,Gerald Warden. Yo estoy instalado en loque eran las habitaciones de Lucas, y el

Page 434: UNA PROMESA EN EL FIN

resto de la casa está vacío. Es unedificio enorme. Warden debió deproyectarlo para una familia numerosa.Así que no te preocupes. Ponte cómoda.La cena se sirve a las siete, puedo venira buscarte para que no te pierdas.

Helena no temía extraviarse, tenía unbuen sentido de la orientación. Más bienla inquietaba otra cosa.

—¿Tengo que cambiarme? —preguntópreocupada—. Quiero decir... tenéiscocinera...

La casa daba tal impresión de ser unamansión aristocrática que a Helena no lehubiera extrañado que sus ocupantesbajaran a cenar con traje de noche yesmoquin.

Page 435: UNA PROMESA EN EL FIN

James soltó una risita.—A la cocinera le da igual lo que te

pongas —respondió—. Y a mis padrestambién. Siento que la casa te intimideun poco, pero somos gente normal.Claro que tenemos personal doméstico,una cocinera y dos sirvientas, las tresmaoríes. Mi madre ni podría ocuparsesola de todo esto ni quiere hacerlo. Elladirige la granja. Con mi padre, claro,pero los documentos de propiedad deKiward Station están a nombre de ella.Su madre era la heredera oficial, perono quería esta propiedad. En su épocafue una cantante de fama mundial, creoque sigue actuando todavía. Kura-maro-tini Martyn, a lo mejor has oído hablar

Page 436: UNA PROMESA EN EL FIN

de ella. Pero fue antes de que nacieras...Sea como sea, ahora vive en EstadosUnidos. Y siempre se ha ganado muybien la vida, de lo contrario seguro quese habría vendido Kiward Station. Esafue durante años la pesadilla de laabuela Gwyn. Pero cuando mis padresse casaron, le legó la granja a Gloria.Desde entonces no hemos vuelto a saberde ella, salvo lo que comentan losdiarios sobre sus actuaciones. Creo queni siquiera dio señales de vida cuandoyo nací. Es probable que no le gustara laidea de ser abuela. Eraextraordinariamente hermosa. Seguroque envejecer no formaba parte de susplanes. —Helena podía imaginarse muy

Page 437: UNA PROMESA EN EL FIN

bien lo que Gloria McKenzie debía dehaber sufrido de niña con una madre así.No era fácil salir airosa junto a unmiembro de la familia con tantoatractivo y talento. Volvió a pensar enLuzyna—. Lo dicho, ¡ponte cómoda! —la animó James, antes de marcharse.

Helena no precisó de mucho tiempopara guardar sus pocas pertenencias enlos armarios. A continuación se sentójunto a la ventana de la galería y, enlugar de mirar hacia el jardín, contemplóel retrato de la joven que colgaba de lapared.

También Gwyneira Warden se habíaquedado embarazada tras ser violada.¿Se habría sentido tan sucia como ella

Page 438: UNA PROMESA EN EL FIN

misma? ¿Habría estado cavilando si ellaera culpable de lo sucedido? ¿Y cómoera posible que su segundo marido lahubiese amado a pesar de eso?

Page 439: UNA PROMESA EN EL FIN

7

James llamó a la puerta de lahabitación de Helena a las siete en puntoy tenía aspecto de estar bastante irritado.Al parecer, se había peleado con supadre en cuanto se habían visto.

—No debería haber vuelto a casa —farfulló mientras guiaba a Helena

Page 440: UNA PROMESA EN EL FIN

escaleras abajo—. Debería haber ido aGreymouth y buscarme un empleo en lamina. ¡Así habrían visto lo que hanganado trayéndome aquí!

Helena no hizo comentarios a esearrebato. Por lo que ella había deducidode la actitud de Gloria McKenzie, a lospadres de James les daba igual si su hijopasaba el resto de la guerra en la costaOeste, en la Isla Norte o en Australia.Lo principal era que no lo mataran en laguerra.

—Pues entonces esta señorita sehabría puesto muy triste —observó,señalando a Ainné, que le pisaba lostalones a James y continuamentelevantaba la cabeza idolatrándolo.

Page 441: UNA PROMESA EN EL FIN

La expresión avinagrada del jovencedió paso a una sonrisa.

—En eso tienes razón —respondió, yHelena se sintió mejor.

Las rabiosas palabras de James lahabían hecho sentirse insegura, pero eserápido cambio de actitud confirmaba laevaluación que había hecho de él hastaentonces: James McKenzie podíasulfurarse enseguida, pero el enfado nole duraba mucho. Sus padres lo habíanofendido, pero volvería a llevarse biencon ellos.

Jack y Gloria McKenzie ya habíantomado asiento a la mesa cuando Helenay James llegaron, pero el padre se pusocortésmente en pie para saludar a su

Page 442: UNA PROMESA EN EL FIN

invitada. Helena también lo encontrómuy simpático. Era alto, delgado, decabello rizado y cobrizo y ojos serenosde un castaño verdoso; su tez era másoscura que la de su hijo. Tenía un rostroanguloso y surcado de arrugas, muchasde ellas de reír, pero ese hombre, comoya sabía Helena, había sufrido tambiénperíodos de intensa aflicción. Noobstante, Jack McKenzie parecía unhombre de buen talante y estar en pazconsigo mismo. Le indicó a Helena unasiento junto a James y se esforzó porentablar una agradable conversaciónmientras se servía la comida. De ello seencargaba una chica joven con vestidooscuro y delantal, pero sin cofia sobre el

Page 443: UNA PROMESA EN EL FIN

largo cabello negro. Seguro que teníaantepasados maoríes, pero Helenaintuyó que tal vez tuviera tambiénascendientes blancos.

—Gracias, Anna —dijo Gloria cuandola muchacha hubo servido la sopa.

En cualquier caso, no era un nombremaorí, pensó Helena.

—¿Así que viene usted de Polonia? —se interesó Jack—. ¿De qué parte?

Helena dejó la cuchara. Su anfitriónseguro que pretendía ser amable, pero aella todavía le resultaba difícil hablarde su hogar perdido en Leópolis.

—De Lwów —respondió—. Elnombre es algo difícil de pronunciar, esmás sencillo Leópolis. La ciudad tiene

Page 444: UNA PROMESA EN EL FIN

distintos nombres, ¿sabe? Es porqueconvivían en ella muchasnacionalidades. En la mayoría de loscasos de forma pacífica... —Se obligó atomar y tragar una cucharada de sopa.Era muy rica, sabía a boniato, pero losrecuerdos le dejaban mal sabor de boca—. Leópolis pertenece a PoloniaOriental —siguió contando—. Siemprehubo allí distintos pueblos: bielorrusos,ucranianos, judíos, polacos... Ahora esprobable que solo haya rusos, despuésde las deportaciones... —Se rascó lafrente. Si pensaba en ello, perdía deverdad el apetito. Y tampoco queríacargar a los McKenzie con eso—. Esuna ciudad muy antigua. —Se puso a

Page 445: UNA PROMESA EN EL FIN

salvo hablando de la cultura y laarquitectura en lugar de seguirmencionando hechos terribles—. Haymuchas iglesias, museos y teatros. Laópera es famosa. Mis... mis padres nosllevaban allí a partir de que fuimoscapaces de quedarnos quietas un buenrato. —Sonrió nerviosa.

—¿Era una familia grande? —preguntó Gloria.

Helena asintió.—Un montón de tías y tíos. Y primos y

primas. Pero nosotros solo éramoscuatro: mi padre, mi madre, mi hermanay yo. Teníamos... teníamos una bonitacasa en el centro de la ciudad. Laconsulta de mi padre estaba justo al lado

Page 446: UNA PROMESA EN EL FIN

y los estudiantes de mi madre venían acasa. Luzyna y yo nunca estábamos...solas.

No pudo evitar que se le quebrara lavoz. Y entonces también Gloria sepercató de que su interés por la ciudadnatal de Helena más bien entristecía quealegraba a la joven.

—No tienes que seguir hablando deello si no quieres —dijo comprensiva,llamando luego a Anna para querecogiera los platos de sopa—. A veceslos recuerdos duelen, incluso si sonbonitos... ¿Cómo están los Biller,James? ¿Ya sabe Miranda qué quiereestudiar? ¿Y sigue Gal interesado por laminería?

Page 447: UNA PROMESA EN EL FIN

James había permanecido calladohasta entonces. Sin embargo, respondiópacientemente, aunque con monosílabos,a las preguntas de Gloria acerca de lafamilia de la Isla Norte, pese a quedebería de haberse dado cuenta de quesolo eran intentos de romper el silencio.Lilian había hablado recientementevarias veces con su prima por teléfono.Gloria estaba pues bien informadaacerca de cómo les iba a Lilian, Ben yMiranda en la Isla Norte y a Galahad enGreymouth.

Page 448: UNA PROMESA EN EL FIN
Page 449: UNA PROMESA EN EL FIN

Jack lo intentó al final con un temainocuo.

—Estos días hace bastante frío —terció—. El otoño llega antes a la IslaSur...

El intento fracasó. James aprovechabacualquier oportunidad para volver altema de la guerra.

—Si tú ya lo encuentras frío —observó sarcástico—, ¡pregúntale aHelena por Siberia!

La joven bajó la cabeza con timidez.De hecho todavía no advertía quehiciera frío en las Llanuras deCanterbury.

—Estuvo allí internada, ¿no? —preguntó Jack, amablemente concernido

Page 450: UNA PROMESA EN EL FIN

—. ¿En un campo de trabajo?Helena asintió.—En las minas —respondió de modo

escueto. No le gustaba hablar sobre suvida en Leópolis, y todavía menos sobrelos años pasados en Vorkutá—. A laschicas solían enviarnos al bosque. Adesbrozar árboles. No era... no era tanduro...

—Pues me parece muy duro para unaadolescente —replicó Jack, conmovido—. Y además con hielo y nieve.¿Murieron sus padres allí?

Helena asintió. De eso sí que nodeseaba hablar. Pero ahora James teníaa su padre en el lugar donde quería.

—¡Ves lo que pasa si no se combate a

Page 451: UNA PROMESA EN EL FIN

ese Hitler! —intervino triunfal—. Atipos como él hay que pararles los pies.¡Todo el mundo está obligado a hacerlo!Cualquier hombre capaz de manejar unarma.

En el rostro anguloso de Jack aparecióuna expresión de regocijo.

—Pero fue Stalin quien la deportó, ¿noes así, Miss Helena? —preguntó conmarcada amabilidad—. Si he entendidobien, Hitler entró en juego al romper elpacto de no agresión con Rusia. Con locual, Stalin se adhirió a los aliados ycon ello se colocó en el mismo lado quela Royal Air Force en la actualidad... —James enrojeció—. Lo que, porsupuesto, puede cambiar muy deprisa —

Page 452: UNA PROMESA EN EL FIN

prosiguió Jack con toda tranquilidad—.Los alemanes no tardarán en serderrotados, así que luego podemosseguir erradicando la maldad que hay enel mundo bombardeando, por ejemplo,Moscú. Más batallas aéreas, James.Seguro que resulta divertido...

El joven ya iba a replicar, pero Gloriase inmiscuyó y cambió enérgicamente detema.

—Ahora James volverá a volar en suPippa sobre las montañas y nos ayudaráa recoger las ovejas. He decididobajarlas antes, Jack. Todas lasprevisiones del tiempo señalan que elinvierno se adelantará y será duro. Creoque las recogeremos dentro de cuatro o

Page 453: UNA PROMESA EN EL FIN

cinco semanas. Es arriesgado esperarmás. Y mañana le enseñas la granja aHelena, James. Lilian ha dicho que lehas cogido el gusto a montar a caballo,¿es cierto, Helena? Me alegro. Tebuscaremos un caballo dócil...

La muchacha se mordió el labio. Nopodía aceptar todo eso.

—Yo... yo no quiero solo montar acaballo y... y leer y descansar. Claro queme alegro mucho de tener esa habitacióntan bonita, señora McKenzie —dijo envoz baja—, pero también estaré muycontenta de ayudar. Si me da untrabajo...

Gloria sonrió.—Ya encontraremos algo —respondió

Page 454: UNA PROMESA EN EL FIN

—. Observa un poco primero, nunca hasestado en una granja. A la larga, aquí nohay nadie que se quede sin hacer nada,sencillamente ¡hay demasiada faena!

Y era cierto. Cuando Helena selevantó por la mañana y salió de la casa—pese al cansancio no había dormidobien, era la primera vez desde suinfancia en Leópolis que tenía unahabitación propia y echaba de menos elsonido de los demás al dormir—, notardó en comprobar que la granja nodejaba realmente ningún momento librea Gloria McKenzie para las tareasdomésticas. Y eso que en esa época solohabía unas pocas ovejas en la granja yen las dehesas contiguas, la mayoría

Page 455: UNA PROMESA EN EL FIN

todavía estaba en las montañas. Ya losbueyes daban suficiente trabajo. Habíaque darles de comer y beber. Limpiarlas cuadras llevaba su tiempo. JackMcKenzie ya estaba sentado en untractor cuando James y Helena iniciaronsu visita a la granja, Gloria estabaocupada cambiando las ovejas de sitio.Los corrales grandes donde seinstalaban en verano ahora se vaciabanpara las ovejas madre que bajaban delas montañas. Helena miraba fascinadacómo los perros ayudaban a Gloria enesa tarea. Ella impartía órdenesconcisas a tres collies, a los que se unióAinné obedeciendo a un silbido de suamo y persiguiendo de cerca a un

Page 456: UNA PROMESA EN EL FIN

carnero que se había separado delrebaño.

—¡Podéis llevar los caballos a ladehesa de casa! —gritó Gloria a Jamesy Helena—. Peter y Arama tienen quelimpiar las cuadras. Salid a caballo yllevaos estas ovejas al Anillo de losGuerreros de Piedra.

Helena se alegró de que la madre deJames la incluyera en sus instrucciones,pero no creía que fuera a ser una ayudapara conducir las ovejas. De hecho,tampoco tuvo que hacer gran cosa.James, Ainné y la perra Wednesdayrealizaron la tarea solos. Helena volvióa contar con un viejo y dócil caballo queseguía al robusto castrado de James sin

Page 457: UNA PROMESA EN EL FIN

esperar indicaciones por su parte. Loúnico que ella tenía que hacer eradisfrutar de la cabalgada. James seguíaal rebaño de ovejas que los perrosmantenían unidas y avanzando. Helenase preguntaba cómo sabían el camino.No había ningún sendero estrecho ymedio oculto como en Lower Hutt, sinoun pastizal sin fin. ¿Se orientaría Jamespor la posición del sol?

—Qué va, el camino está marcado. —Rio cuando ella le preguntó al respecto—. Por ejemplo, ese bosquecillo. Porcierto, son hayas del sur, muy frecuentespor esta zona. Y hay rocas diseminadasaquí y allá. A ese grupo lo llamamos elAnillo de los Guerreros de Piedra. —

Page 458: UNA PROMESA EN EL FIN

Señaló una formación pétrea muypeculiar que se erigía delante de ellos yllamó a los perros para que volvieran.Las ovejas podían pacer libremente enese entorno.

—¿Las ha colocado alguien? —preguntó Helena.

El bloque de piedras erráticasformaba un círculo, como si unosgnomos hubieran hecho un corro y sehubiesen petrificado después.

James hizo un gesto negativo.—No; hace miles de años que están

ahí. —Desmontó—. Fue la abuela quienles puso ese nombre, los maoríes lollaman de otro modo. Para ellos esto essuelo sagrado, rezan a sus dioses y

Page 459: UNA PROMESA EN EL FIN

espíritus en las piedras y los ríos...—¿Y esto es su cementerio? —

preguntó Helena. En el círculo, entre laspiedras distinguió unas lápidas.

—No. —James condujo su caballoentre las piedras hacia las tumbas—. Esel nuestro. Aquí están enterrados Jamesy Gwyneira McKenzie. Los maoríes ledieron el permiso a la abuela parasepultar aquí a su marido. Para ellos fueun buen amigo, hablaba su lengua, lo queen aquel entonces era muy extraño...Enterrarlo fue un asunto delicado. Porsupuesto, hay un cementerio familiar enKiward Station, pero la abuela Gwyn noquería enterrar a James junto a GeraldWarden y ella quería que la enterrasen

Page 460: UNA PROMESA EN EL FIN

junto a James. Por eso mis padrespidieron otro permiso cuando ellamurió. Esta vez fue más sencillo deobtener. Miss Gwyn vivió más años queTonga, y Koua solo quería dinero...

Helena se preguntaba quiénes seríanTonga y Koua, pero se olvidó de ello alacercarse más a las tumbas. Se sentíaextrañamente próxima a la mujer queyacía sepultada allí y también un poco alhombre que descansaba a su lado. Losmaoríes tenían razón, ese era un lugarmágico. Nunca había experimentadotanta emoción en un cementerio. Inclusocuando enterraron a sus padres, solohabía sentido tristeza y vacío, mientrasque ahora creía percibir la presencia de

Page 461: UNA PROMESA EN EL FIN

un poder superior o al menos de unosespíritus amigos.

—¿Las ovejas no destrozan este sitio?—preguntó, mirando a los animales quese habían esparcido por el lugar ypacían tranquilamente—. Me refiero aque... podrían tirar las lápidas cuandopacen.

—Eso no suele ocurrir con las ovejas—respondió James al tiempo que sesentaba en la hierba—. La abuela Gwynpasó años sin utilizar este lugar comopastizal porque el jefe tribal de la zonase oponía. Tonga se aferraba a lastradiciones y se suponía que el Anillo delos Guerreros de Piedra era tapu. En elfondo se trataba de una lucha de

Page 462: UNA PROMESA EN EL FIN

poderes, grandma Gwyn y Tonga sepasaron la vida peleando sobre quiéndecidía sobre estas tierras. Mi madretiene antepasados maoríes, vivió mástiempo con los ngai tahu y conoce suscostumbres. Logró demostrar a Tongaque la mitad de sus santuarios enKiward Station en realidad no son tapu.Desde entonces esta área vuelve a servirde pastizal. Pero los animales no sedignan a tocar la hierba que hay en elcírculo. No tengo ni idea de por qué,aunque Moana dice que ella siente algoespiritual allí, pero a mí no me llega. Esprobable que sean matojos. En todos losprados hay lugares que no gustan a losanimales.

Page 463: UNA PROMESA EN EL FIN

—¿Quién es Moana? —se interesóHelena cuando James le aguantó elcaballo para que ella bajara.

La joven desmontó torpemente. Seguroque con unos pantalones de montar,como los que llevaba Gloria, sería mássencillo. Antes de la guerra Helenanunca había visto a mujeres conpantalones, y en Persia y la India nihablar, tan pocos como en la pequeñaciudad de Pahiatua. Fue en Wellingtondonde le habían llamado la atención unpar de mujeres de aspecto mundano quellevaban elegantes y holgadospantalones de tela.

—Una amiga —respondió James conuna evasiva—. La hija de Koua.

Page 464: UNA PROMESA EN EL FIN

—¡Y quién es Koua?—El jefe actual de la tribu. El ariki de

nuestra tribu local. Un hapu de los ngaitahu.

Helena asintió. Entendía, a fin decuentas había estado escuchando durantedías las explicaciones de Ben Biller.Los ngai tahu eran la tribu a la quepertenecían casi todos los maoríes de laIsla Sur; en la Isla Norte, por elcontrario, había muchas tribus distintas.Los miembros que las componían solíanvivir juntos en un lugar, las tribus muygrandes se dividían en distintos hapu.Originalmente cada hapu tenía unmarae. Sin embargo, en la actualidaderan muchos los individuos que vivían

Page 465: UNA PROMESA EN EL FIN

fuera de su lugar de origen.—¿Hay un marae por aquí cerca? —

preguntó.James asintió y llamó a los perros con

un silbido. Ya era hora de regresar.—Justo al lado —respondió—. Antes

los ngai tahu vivían incluso en las tierrasde Kiward Station, junto al pequeñolago, a un lado de la carretera deacceso. Más tarde se mudaron a unastierras propias. Viven en lo queantiguamente era la granja de O’Keefe,contigua a Kiward Station. Y nadiepuede echarlos de allí, que es lo quesiempre reclaman en Haldon...

—¿Por qué no quieren que se quedenaquí? —preguntó Helena. Pensaba en

Page 466: UNA PROMESA EN EL FIN

los maoríes de Palmerston—. Me pareceque... que no molestan a nadie.

Él se encogió de hombros.—Depende de cómo se mire. Mucha

gente del pueblo los considera unfastidio. Nosotros, en cambio, siemprenos hemos entendido muy bien con ellos,pese a las diferencias con Tonga.También tenemos relaciones deparentesco. Por línea materna, mibisabuela pertenecía a la tribu, tuvo máshijos después de Kura-maro-tini. Asíque en el marae viven tíos y tías deGloria y yo tengo tantos primosprimeros y segundos que no llego acontarlos. Mi padre siempre tuvoamigos en la tribu y corre la voz de que

Page 467: UNA PROMESA EN EL FIN

mi madre estuvo a punto de casarse conWiremu, el hermano mayor de Koua...Podría estar contándote miles dehistorias. Pero ¡vayamos ahora al hangary te enseño a Pippa!

A fuer de ser sincera, Helenaencontraba más interesantes los distintosvínculos familiares de los McKenzieque la avioneta monomotor de unamarillo chillón que había en unaespecie de garaje de chapa ondulada.Pero James le contó entusiasmado todassus funciones y, si hubiera sido por él,se la habría llevado a dar una vuelta enese mismo momento. Pero ya era hora devolver a la granja. Jack y Gloriaesperaban que James ayudara a dar de

Page 468: UNA PROMESA EN EL FIN

comer y atender a los animales y él eramuy responsable. Helena se notabadolorida después de la larga cabalgada,pero se esforzó por ayudarle. No tardóen disfrutar repartiendo paja en losestablos y cuadras de los caballos, y sesintió feliz cuando los animalesrelincharon y piafaron impacientes alverla llegar con el cubo de avena.

—¡Realmente se hacen entender! —dijo entusiasmada mientras cenaban.

La conversación en la mesa fue menosforzada que la noche anterior. InclusoJames salió de su mutismo y respondió alas preguntas sobre las ovejas y lagranja. Al final, volvieron al tema de losmaoríes.

Page 469: UNA PROMESA EN EL FIN

—¿Dónde está Moana? —preguntó asu madre mientras se servía unosboniatos. Además había carne decordero—. Solía estar casi todas lastardes aquí.

—En Dunedin —respondió Gloria—.En un seminario de profesoras. Ya sabesque se había presentado y poco despuésde que te marcharas la aceptaron. No sési vino en las vacaciones. A lo mejor sequedó con la familia de Wiremu...

—Pero... —Helena se acordó de lasconferencias de Ben Biller y de unanovela de Lilian Biller que trataba sobrela vida de la hija de un jefe tribal—.¿No me dijiste que Moana era la hija delariki? —inquirió, volviéndose hacia

Page 470: UNA PROMESA EN EL FIN

James—. ¿Cómo puede marcharse?Pensaba que... bueno, el profesor Billerdijo que las hijas de los jefes tribaleseran para sus pueblos algo así comosacerdotisas. En cualquier caso, quetenían un gran... um... significadoespiritual. —Helena balbuceó un pocoal expresar un concepto nuevo para ella.

Los demás comensales se echaron areír.

—Ben vive un poco en otro mundo —explicó Jack—. Como hace cien años.Entonces las familias de los jefestribales estaban sometidas a fuertestapu, había muchas cosas que no podíanhacer y otras que debían cumplir... Benpuede pasar horas hablando de ello y es

Page 471: UNA PROMESA EN EL FIN

muy interesante escucharlo. Pero lascostumbres de los ngai tahu ya eranrelajadas antes de que se fundaraKiward Station. Se adaptaron muchomás a los inmigrantes europeos que lastribus de la Isla Norte, en parte porqueno tardaron en ser una minoría y, enparte, porque lo encontraronsimplemente práctico. La cultura quehabían traído aquí desde Polinesia noencajaba en muchos aspectos con lascondiciones de vida que se encontraronen Nueva Zelanda, en especial con lasde la Isla Sur. Se morían de frío con suindumentaria tradicional, no teníanprácticamente animales de trabajo,vivían solo de la caza y un poco de la

Page 472: UNA PROMESA EN EL FIN

agricultura pues sus cultivos, aexcepción de los kumara, no crecíanbien aquí. Y entonces llegaron losblancos con ovejas y bueyes, con ropade abrigo, mantas, artículos domésticos,semillas... Los ngai tahu enseguidaempezaron a negociar con ellos. Confrecuencia salieron perjudicados, puesmuchos aprovechados les cambiaronhectáreas de tierra por un par de mantasy artículos domésticos...

—¡No hables tan mal de nuestrosantepasados! —intervino Gloriasonriendo. Gerald Warden tambiénformaba parte de esos «aprovechados»,le explicó a Helena.

Jack sonrió.

Page 473: UNA PROMESA EN EL FIN

—Pero no mis antepasados —observó—. Solo los tuyos, querida.

Gloria sonrió.—La abuela Gwyn indemnizó luego a

la tribu —siguió contando—. Pero Jacktiene razón: desde hace una eternidad,aquí ya no existen hijas vírgenes de jefestribales que envíen en sanguinariosrituales a los hombres de su tribu a laguerra. Si es que los ngai tahu disponíande tiempo y energía para esas tonterías,bastante trabajo tenían con buscar algoque comer. Pero en cierto sentido,Moana intenta volver a despertar laespiritualidad de su pueblo. Se sitúa enla tradición de los ariki tapairu... Yenseñar también es uno de los deberes

Page 474: UNA PROMESA EN EL FIN

de una tohunga.—Por otra parte, ahora en las casas

reales europeas las princesas reparancoches... —intervino Jack, refiriéndosea las actividades vinculadas con laguerra de Isabel, la sucesora al tronobritánico—. ¿Por qué no iban a estudiartambién las hijas de los jefes de tribus?

Tanto Helena como Gloria sepercataron de que así hacía alusión a laguerra sin que James aprovechara laoportunidad para volver a atizar la peleafamiliar. La madre de James le guiñó elojo a la joven cuando se despidió parair a dormir.

—Buenas noches. ¡Estamos muycontentos de que estés aquí!

Page 475: UNA PROMESA EN EL FIN

QUIMERAS

Llanuras de Canterbury, NuevaZelanda (Isla Sur)

Pahiatua (Isla Norte)

Page 476: UNA PROMESA EN EL FIN

Enero - junio de 1945

Page 477: UNA PROMESA EN EL FIN

1

Cuando, unos días más tarde, Jamesinsistió en llevarla en su Pippa, Helenano mencionó el miedo que sentía, peroGloria pareció percibirlo en la cara dela joven.

—Limítate a un vuelo dereconocimiento —advirtió a su hijo—.

Page 478: UNA PROMESA EN EL FIN

No recojas a ninguna oveja aunque temueras de ganas. ¡De lo contrario,Helena no volverá a volar contigo nuncamás!

La joven supuso que para reunir a lasovejas desde el aire era necesario hacerunas arriesgadas maniobras. Casi seguroque se hubiera muerto de miedo, peroGloria debía de haber pensadoprincipalmente en su estómago. Enefecto, nada más empezar el vuelo, encuanto James hizo el primer virajecerrado, ya se sintió mal. La pequeñaavioneta —el acompañante tenía quesentarse en el estrecho asiento que habíadetrás del piloto— se inclinaba muchoal girar. Helena, oprimida en el asiento,

Page 479: UNA PROMESA EN EL FIN

tuvo que dominarse para no gritar. Peroluego consiguió concentrarse decididaen el paisaje en lugar de estarpreocupada por los posibles peligrosque conllevaba volar. Abarcó con lamirada la vastedad de las Llanuras deCanterbury, en las que hasta la mansiónde Kiward Station se veía tan diminutacomo una casa de muñecas. James leenseñó el curso del Waimakariri y de losríos Rakaia y Selwyn, en cuyas orillaspastaban ovejas y bueyes. Se veíanalgunas granjas, que se reconocíandesde lo alto por los cobertizos deesquileo parecidos a naves, y muy devez en cuando un conjunto de cabañas ycasas de aspecto mísero.

Page 480: UNA PROMESA EN EL FIN

—Antiguos marae —señaló James—.Apenas están habitados ahora. Se estándesmoronando...

Helena le habría planteado muchaspreguntas, pero con el ruido de laavioneta era imposible mantener unaconversación normal. James, por elcontrario, gritaba. Justo en ese momento,sobrevolaban la pequeña ciudad deHaldon y le contaba algo sobre lasminas que ella no llegó a entender deltodo. Luego se dirigió a la montaña. Lamuchacha contuvo el aliento cuandollegaron a las faldas de los AlpesMeridionales. Las cumbres cubiertas denieve se encontraban justo delante deellos, podía verse el interior de los

Page 481: UNA PROMESA EN EL FIN

desfiladeros y más allá de las cimasmontañosas y, naturalmente, James noconsiguió reprimirse cuandodescubrieron las primeras ovejas en laparte inferior de las montañas.Encantado, cayó en vuelo picado parallevar a los animales desde laspendientes en que pastaban hasta unvalle encajonado. No se acordó de suatemorizada pasajera hasta que estasoltó asustada un grito.

—¡Pero si no es peligroso! —afirmó,aunque normalizó el vuelo.

Los lagos de montaña y losespectaculares paisajes rocosos que seveían, al final la hicieron olvidarse detodos sus temores.

Page 482: UNA PROMESA EN EL FIN

—Qué, ¿te ha gustado? —preguntóJames triunfal cuando aterrizaron.

Helena asintió comedida. La bellezade los Alpes Meridionales y el paisajede la Isla Sur la habían fascinado, peroestaba muy contenta de volver a pisarsuelo firme. Ainné, que había estadoesperando atada en el hangar, también sealegró. A esas alturas, ya saludaba aHelena como si fuese un miembro másde la familia, lo que emocionaba a lajoven. Los animales de Kiward Stationenriquecían la vida de todos sushabitantes. Ya en los pocos días que lajoven refugiada llevaba allí les habíatomado cariño a los perros, gatos ycaballos. Su familia nunca había tenido

Page 483: UNA PROMESA EN EL FIN

animales domésticos y, con la guerra,podía dar gracias por ello. Tras ladeportación se habrían muerto dehambre en la casa de Leópolis. Ahora,Helena disfrutaba del trato con ellos yestaba orgullosa de que, con cada díaque pasaba, mejorase su trabajo en elestablo.

Las comidas con los McKenzie sedesarrollaban en una atmósfera cada vezmás relajada. Esa noche, James hablódel vuelo y elogió lo valiente que habíasido Helena. La joven se ruborizó.

—¿Qué me contaste sobre las minasde Haldon? —preguntó para desviar laatención. James tenía que ir uno de esosdías a la ciudad para comprar y recoger

Page 484: UNA PROMESA EN EL FIN

material para hacer reparaciones—. Enel avión no te entendí. ¿Hay realmenteminas?

—Había algunas —respondió Jack—.Pero de eso hace mucho. Desdemediados hasta finales del siglodiecinueve se abrieron diversas minasen la región de Mount Hutt y MountSomers. Sobre todo de carbón, perohubo algún optimista que también buscóoro. Esperaban encontrar unosyacimientos de carbón tan grandes comolos de la costa Oeste, y los minerosacudieron en masa. Cerca de nuestroretirado Haldon también había minas ydurante cierto período la ciudad pareciódesarrollarse. Había trabajo, se abrieron

Page 485: UNA PROMESA EN EL FIN

comercios, Haldon creció. Peroentonces los yacimientos de carbón sesecaron. Se fue cerrando una mina trasotra y en la actualidad solo quedan en laregión dos o tres, que pronto cerrarántambién. No vale la pena seguirexplotándolas. Con el mismo esfuerzo,en la costa Oeste se obtiene el triple decarbón.

—Y aquí, de todos modos, nunca hubocantidades de oro dignas de explotación—añadió Gloria.

—Ese breve período de prosperidadno sentó bien a la población —prosiguióJack—. Una parte de los trabajadores semarchó cuando cerraron las minas, peromuchos habían fundado familia, se

Page 486: UNA PROMESA EN EL FIN

sentían arraigados aquí y se quedaron.El número de habitantes de Haldon eshoy bastante mayor que antes de que seconstruyeran las minas. Consecuencia deello es el desempleo...

—¡Pero no debería ser así! —tercióJames—. ¡Estamos en guerra! Si loshombres se alistaran voluntariamente...

Jack McKenzie levantó la vista alcielo.

—Entonces la ciudad tendría ademásvarias viudas y huérfanos de guerra delos que ocuparse —observó.

—Pese a ello, James tiene razón —intervino Gloria antes de que volviera aavivarse la discusión entre padre e hijo—. En Nueva Zelanda no debería haber

Page 487: UNA PROMESA EN EL FIN

desempleo. Los hombres podrían ir a lasgrandes ciudades y trabajar en laindustria. Hay todo tipo de trabajos enlas fábricas, sobre todo desde quecomenzó la guerra. La carne y lasverduras se elaboran aquí y luego seenvían a Europa. Por tanto, solo puedocompadecerme un poco de esos tiposque andan por Haldon sin hacer nada.Tras las quejas de la gente se escondecierta negligencia. Por ambas partes...

Helena se preguntó a qué se referiríacon estas últimas palabras, pero prefirióvolver a cambiar de tema. LosMcKenzie, padre e hijo, se llevabanmejor cuando hablaban de perros ycaballos.

Page 488: UNA PROMESA EN EL FIN

A la semana siguiente, Helenaacompañó a James a Haldon, GloriaMcKenzie les había dado una larga listade la compra.

—¿No prefiere ir usted misma? —preguntó tímidamente Helena, cuandovio que en la lista también habíaartículos para el baño y ropa de vestir.Claro que la selección de jerséis de lanaen el almacén de una ciudad deprovincias no sería tan grande comopara que Helena pudiera equivocarsemucho en materia de moda y buen gusto.Aun así, por regla general las mujerespreferían elegir ellas mismas susprendas. En especial cuando se salía tanpocas veces de una apartada granja

Page 489: UNA PROMESA EN EL FIN

como hacía Gloria McKenzie, cualquierexcursión se convertía en todo unacontecimiento.

Pero Gloria negó con la cabeza yaseguró que tenía mucho trabajo, tras locual llamó con un silbido a sus perros.Solo Ainné saltó tras James a lacamioneta.

—A mi madre no le gusta ir decompras —explicó el joven cuando sepusieron en marcha—. No le gusta salir.Que fuera a recogernos a Lyttelton fuetodo un récord. Normalmente habríavenido mi padre, pero ella tenía miedode que nos enzarzáramos en el viaje devuelta. Sea como sea, puedes creerlacuando te dice que prefiere quedarse en

Page 490: UNA PROMESA EN EL FIN

Kiward Station. Es posible que dégracias al cielo por tu presencia aquí.Sin ti, ella misma tendría que habersemetido en las fauces del león...

Helena arrugó la frente.—¿Qué hay de tan peligroso en un

comercio de Haldon? —preguntó.James se encogió de hombros.—Si me preguntas a mí: nada. Pero la

propietaria es una cotilla y acribillaríade preguntas a mi madre. Seguro quemirándola con un poco de recelo porqueni siquiera para hacer un viaje a laciudad se decide a ponerse vestido. Parami madre, todo eso es un horror.Simplemente, no es una personasociable. Tiene que ver con sus

Page 491: UNA PROMESA EN EL FIN

experiencias de niña. Estuvo con la tíaLilian en un internado inglés, Liliandisfrutó mucho allí, mientras que mimadre lo pasó fatal. Regresó a KiwardStation cuando la Primera GuerraMundial casi había terminado. Suspadres se la llevaron a Estados Unidos,donde vivían entonces... No sé lo quesucedió allí, a ella no le gusta hablar deeso, pero debió remover cielo y tierrapara poder volver a casa pasando porAustralia. Y ahora no quiere volver airse nunca más.

Helena lo encontró un poco raro, perono comentó nada. Las carreteras estabanasfaltadas solo en parte, pero prontollegaron a Haldon. Era cierto que se

Page 492: UNA PROMESA EN EL FIN

trataba de un lugar anodino. Había unalmacén de madera y una ferretería, unatienducha y una oficina de correos, unacarpintería y una herrería. Lo único queparecía prosperar era el comercio dealcohol. Helena contó tres pubs, los tresya abiertos pese a que todavía no eramediodía.

—Ahora los hombres no tienen nadaque hacer —explicó James condesaprobación, al notar el asombro deHelena. Sin duda él compartía la posturade su madre en relación al desempleo deHaldon. Sus repercusiones no solo seapreciaban en los pubs. Delante de laferretería, junto a la cual James aparcóla camioneta, unos hombres bastante

Page 493: UNA PROMESA EN EL FIN

jóvenes haraganeaban aburridos.—¿Otra vez aquí, McKenzie? —le

dijo uno de ellos a James—. ¿Ya hasacabado con todos los nazis?

Los demás rieron.—¿O es que te necesitan aquí? —

preguntó otro—. He oído decir por ahíque tu papá te ha hecho venir. ¡KiwardStation es una empresa importante parala guerra!

Más risas.—¿Necesitáis un par de hombres más,

ya que os va tan bien? —preguntó elprimero.

James negó con la cabeza.—Lo siento, Jeb, tenemos hombres

suficientes. Pero es posible que mi

Page 494: UNA PROMESA EN EL FIN

madre necesite a un par de ayudantespara bajar las ovejas de las montañas elmes que viene, aunque solo hombres conexperiencia. Pregunta a Miss Gloria.

A Helena todavía le resultaba extrañoque Gloria McKenzie fuera conocidaentre sus amigos y empleados comoMiss Gloria, la sucesora de la famosaMiss Gwyn.

—Miss Gloria solo contrata a maoríes—replicó el hombre que habíabromeado sobre el papel de KiwardStation en la guerra—. Prefiere a lossalvajes. Probablemente también porqueson más baratos...

James iba a replicar, pero se contuvouna vez más. Helena pensó de pronto

Page 495: UNA PROMESA EN EL FIN

que hasta ahora solo había conocido unpoco a uno de los trabajadores deKiward Station: Maaka, el capataz. Era,en efecto, maorí y muy buen amigo deJack McKenzie. A los demás pastoreslos conocía solo de nombre; se acordabade Peter, un nombre inglés, y de Arama.

En ese momento, James saludó a unempleado de la ferretería, un maorí, conun amistoso kia ora. Los dos charlaronun poco en la lengua nativa, que, comoHelena a estas alturas ya sabía, Jameshablaba con fluidez.

—Por cierto, esta es la señoraGrabowski —presentó a Helena,cambiando al inglés para dar a conocertambién a los otros clientes de la tienda

Page 496: UNA PROMESA EN EL FIN

quién era la nueva visitante de KiwardStation. Helena se ruborizó y lanzó unamirada insegura a la alianza que volvíaa llevar ese día. James había insistidoen que no se la olvidara—. La señoraGrabowski es polaca, refugiada deguerra —explicó—. Su marido murió enel campo de batalla.

Helena se mordió el labio. Esperabaque la gente no preguntara nada.

El joven maorí la saludó con unainclinación.

—Haere mai, Madame. Mi nombre esKori. Siento lo de su marido. Esperoque nuestro país le guste.

Luego volvió a hablar con James declavos y tornillos. Después de que

Page 497: UNA PROMESA EN EL FIN

ambos convinieran el precio, Helenaayudó a meter las compras en lacamioneta. Kori no hizo ningún ademánde cooperar, y tampoco los hombres queantes habían solicitado trabajo lesecharon una mano.

—¿Los maoríes también puedeningresar en el ejército? —preguntóHelena mientras James la acompañabaal almacén al otro lado de la calle.

El joven asintió.—Claro, son ciudadanos reconocidos.

Al menos en teoría. En la práctica, lasdos culturas se mezclan muy poco en losúltimos años. Es probable que surgieranconflictos si destinasen en una mismaunidad a soldados pakeha y maoríes.

Page 498: UNA PROMESA EN EL FIN

Los británicos han soslayado elproblema formando batallonesespeciales de maoríes. Tienen muybuena reputación. Los maoríes songuerreros natos. Pelean como berserkercuando se animan a hacerlo. Pero no sealistan muchos, y en cierto modo escomprensible. Por la manera con que losblancos los tratan...

Lanzó una significativa mirada a unode los pubs del que estaban echando ados maoríes. Los parroquianosestuvieron metiéndose con ellos hastaque los hombres se marcharon. Almismo tiempo, otro maorí se ocupaba dedescargar cajas de bebidas de unacamioneta de reparto y de llevarlas al

Page 499: UNA PROMESA EN EL FIN

interior del pub por la puerta trasera. Enel colmado, una muchacha maorícolocaba artículos en las estanterías.

—¡Un poco más rapidito, Reka, que teestás durmiendo! —le exigió la vozcortante de la propietaria de la tiendacuando la joven intercambió un amablekia ora con James McKenzie—. Si noestás detrás de ella continuamente, sequeda en Babia —dijo la mujer con tonode disculpa a James y Helena—. Es tantonta y perezosa como la cría que teníaantes...

Hablaba lo bastante alto como paraque Reka la oyese. Helena se sintióavergonzada. Esperaba que Jamesdefendiera a la muchacha. Pero él no se

Page 500: UNA PROMESA EN EL FIN

inmiscuyó y se limitó a dirigirse demodo imparcial a la tendera flaca y delabios finos.

—Señora Boysen, ¿puedo presentarlea la señora Grabowski? —Helenaintentó no sonrojarse cuando Jamestambién contó aquí la historia delmarido muerto en combate—. Sequedará a vivir un par de meses connosotros y ayudará a mi madre —prosiguió James—. Por favor, écheleuna mano con la lista de la compra quele ha dado Miss Gloria. —Sonrió aambas mujeres—. Y cárguelo todo ennuestra cuenta.

La señora Boysen se transformó en undechado de amabilidad y llevó diligente

Page 501: UNA PROMESA EN EL FIN

a Helena a los estantes de las telasmientras indicaba a Reka con voz ásperaque reuniera las otras compras. La chicamaorí cogió la lista sin pronunciarpalabra. Al parecer sabía leer. Así queno debía de ser tan tonta.

—Me voy al herrero —se despidióJames—. Cuando haya acabado, paso arecogerte.

La señora Boysen empezó a sonsacar ala «huésped polaca de los McKenzie»,tal como la calificó. Helena entendiópor qué Gloria prefería no ir a Haldon.Eso no era una conversación, sino uninterrogatorio. Pero dio muestras de sudestreza a la hora de fingir que noentendía preguntas que le parecían

Page 502: UNA PROMESA EN EL FIN

demasiado insolentes. Habló conmonosílabos de la deportación de sufamilia a Siberia y confirmó que habíaconocido en el campo de refugiados a sumarido, quien se había alistado tras laliberación en el nuevo ejército polacorecién creado.

—Pero cayó enseguida —finalizó,dando vueltas a su anillo con laesperanza de prestar más credibilidad asu relato.

—¿Así que no... no está con JamesMcKenzie? —preguntó la impertinenteseñora Boysen, deslizando la mirada porel vientre de Helena.

La joven se sintió mal una vez más. Enrealidad, todavía no se podía ver que

Page 503: UNA PROMESA EN EL FIN

estaba encinta, pero la tendera parecíatener una mirada mágica.

Movió la cabeza negativamente.—No, claro que no. James estaba en

Inglaterra. Yo, en Persia. Y luego enPahiatua. Conozco a James a través deMiranda Biller, su prima.

Eso satisfizo por el momento lacuriosidad de la tendera. Helena eligióun pulóver azul para Gloria y doscamisas de trabajo a cuadros.Naturalmente, la señora Boysen ya sabíasu talla. Helena también se decidióenseguida por una camisa y se atrevió apedir unos pantalones de montar.

La tendera hizo un mohín de desdén.—Le quedarán muy mal, hija —le

Page 504: UNA PROMESA EN EL FIN

advirtió antes de enseñarle un par deprendas para muchachos, muy holgadas.

Helena pidió que le dejara probarse elpantalón de trabajo y la camisa decuadros azules y amarillos y luego secolocó ante el espejo. La visión lepareció ajena, casi como si noreconociera a la joven que veía. Ya noestaba delgada, al contrario, sus formaseran muy femeninas, sin duda a causadel embarazo. Helena ya no podía pasarpor un muchacho como posiblementehacía unos meses atrás, pero suindumentaria no resultaba provocadora.Estudió con la mirada el rostro lleno yel cabello reluciente y recogido en unacoleta, luego contempló sus pechos, la

Page 505: UNA PROMESA EN EL FIN

cintura fina y el vientre casi planotodavía... ¡Era increíble que la señoraBoysen se hubiera dado cuenta de queestaba embarazada! Sus piernas largas ybien formadas quedaban realzadas porlos pantalones de montar. Helena sonrióa la imagen del espejo y en ese momentovio que entraba James en la tienda.

Advirtió desconcertada un brillo ensus ojos. ¿Era posible que ella legustase? De hecho, casi estabaesperando un elogio de su parte. Pero élse reprimió.

—¿Y eso? ¿Compites con mi madre?—preguntó más bien desinteresado—.Pero sí, esta ropa es más práctica paramontar.

Page 506: UNA PROMESA EN EL FIN

—Y también para trabajar en elestablo. A lo mejor puedo...

Helena de repente se dio cuenta de queestaba a punto de cargar esas prendas enla cuenta de los McKenzie. Iba aproponer a James pagarlas con sutrabajo. Pero antes de que siguierahablando, el joven le sonrió.

—Puedes llevarte esa ropa. Te hacefalta. Lo dicho, señora Boysen, todo ennuestra cuenta. Mi padre le pagará afinal de mes, como siempre. ¿Estás lista,Helena?

La joven enrojeció cuando él habló dela factura.

—Tengo... tengo que cambiarmeprimero...

Page 507: UNA PROMESA EN EL FIN

James se encogió de hombros.—Por mí puedes dejártelo puesto.

¿Puedes envolver su vestido, Reka? Telo agradecería.

Dirigió una sonrisa a la chica maorí yluego firmó la factura. Helena lo siguióencogida a la calle. Se temía que loshombres que estaban delante del pubhicieran algún comentario mordaz. Perono ocurrió nada. Solo dos matronas quese cruzaron con ellos y saludaron aJames por su nombre, la miraron con unamezcla de desaprobación y curiosidad.Enseguida entraron en la tienda.

—Ahora te repasarán de arriba abajo—observó James, al tiempo que le abríala puerta del acompañante de la

Page 508: UNA PROMESA EN EL FIN

camioneta. Y entonces su mirada, hastaahora indiferente, dejó paso a unasonrisa de reconocimiento—. Ademástienes un aspecto... Bueno, espero noofenderte, pero estás ¡arrebatadora!

Page 509: UNA PROMESA EN EL FIN

2

—¿Y ahora, adónde vamos? —preguntó Helena cuando James no tomóel desvío de Kiward Station en lacarretera de Haldon a Christchurch, sinoque giró antes. El camino por el quetraqueteaba la camioneta no estabaasfaltado y tenía un montón de baches.

Page 510: UNA PROMESA EN EL FIN

—Al poblado maorí —contestó, yfrenó delante de un arroyuelo queinvadía la vía. Lo atravesó lentamente.

—¿A buscar ayudantes para bajar lasovejas?

James sonrió.—Exacto. Preferimos los maoríes a

esos gandules como Jeb Gardener.—Como todos, ¿verdad? —observó

ella—. La ferretería... la señoraBoysen...

James la miró sorprendido.—¡No querrás ponernos en el mismo

saco que a esa bruja Boysen!Helena se mordió el labio, asustada.—Claro que no... —titubeó—. Yo...

solo quería decir... Bueno, la señora

Page 511: UNA PROMESA EN EL FIN

Boysen no parecía tener una buenaopinión de sus empleados... ¿Por qué nocontrata a un blanco si no le gustan losmaoríes?

—Porque tampoco trabajan mejor,pero piden más dinero y no dejarían quelos atosigara y humillara —respondióJames—. Trata fatal a la pobre Reka. Yeso que es una chica inteligente y eramuy buena en la escuela. Moana siempreintentó convencerla de que estudiase enla escuela superior. En cambio, se quedóembarazada. El marido bebe y Rekatiene que apañárselas para ganar dinerosuficiente para que la familia sobreviva.Por eso deja que la maldad de la señoraBoysen le resbale.

Page 512: UNA PROMESA EN EL FIN

—¿Tiene un hijo? —preguntóasombrada Helena—. Todavía parecemuy joven. Yo le hubiera puesto comomucho dieciséis años.

—Tampoco será mucho mayor. Perono es una excepción. Las maoríes suelenquedarse embarazadas a esa edad. Y apartir de la primera repiten variasveces. Tienen demasiados hijos y muypoco dinero, y también son pocas lasque aprenden un buen oficio. Y eso, lomismo puede aplicarse a hombres que amujeres. Así que solo les quedan lostrabajos mal pagados con los blancos,en los que se esfuerzan lo justo para queno los despidan. Reka es una excepción,es muy aplicada, pero Kori, en la

Page 513: UNA PROMESA EN EL FIN

ferretería... ese no da un paso de más.—Qué triste... —Helena volvió a

pensar en las casas de reunionespintadas de colores y en las misteriosashistorias de los ngati rangitane. Tambiénlos relatos de Ben Biller giraban entorno a orgullosos guerreros, poderosasjefas tribales y astutas divinidades, alarte de la talla de madera y al deconfeccionar cometas, a la pesca y lacaza. ¿Por qué los maoríes eran tandistintos ahí?—. ¿Por qué son tan...apáticos?

—¿Los maoríes o los blancos? —replicó James, irónico, para luegoponerse serio y responder—. Lasantiguas estructuras tribales se deshacen.

Page 514: UNA PROMESA EN EL FIN

Al menos eso dice el tío Ben. La genteimita a los pakeha, pero lo hace sinmucho entusiasmo. Quieren ganardinero, pero no ven la necesidad deesforzarse para ello. No es porque seanperezosos en esencia, no me refiero aeso. Es que no entienden el proceso: queprimero hay que ir a la escuela yestudiar, y después obtener un buentrabajo. La mayoría de los maoríesabandona pronto la escuela, dejan latribu para ir a la ciudad y trabajar allí enla fábrica, y son muy infelices. Luegobeben demasiado... Es un círculovicioso.

Con expresión abatida, James condujocon prudencia bajo el arco de entrada

Page 515: UNA PROMESA EN EL FIN

del marae. Seguro que allí había habidoestatuas de dioses como en el pobladode Palmerston.

—¿No tienen... tiki? —preguntóHelena, llevándose la mano a supequeño colgante.

James sonrió.—Pareces una alumna de Ben Biller

estudiando mitología maorí —volvió abromear—. Te has ganado unsobresaliente, pero eso ya forma partedel pasado. Últimamente, los maoríes sehan convertido al cristianismo. Quedaalgo de superstición, sobre todo en lospocos ancianos que permanecenaferrados a sus dioses. Pero la mayoríade maoríes van a las iglesias de los

Page 516: UNA PROMESA EN EL FIN

pakeha o ya no creen en nada. Tienden aabandonarse...

La camioneta pasaba junto a lasprimeras casas. Helena encontró elpoblado simplemente desolador. Elmarae de los ngati rangitane ya daba laimpresión de desastrado, pero al menoslas principales casas comunes seconservaban en buen estado. En cambio,ese poblado estaba en ruinas. Jamestenía que ir sorteando gallinas y cerdosque campaban a su aire, niños descalzosy harapientos miraban a los reciénllegados sin mostrar la menor emoción.Igual que los ancianos que estabansentados delante de las casas, muchoscon una botella de whisky al lado. De

Page 517: UNA PROMESA EN EL FIN

vez en cuando aparecía algún jamelgoatado a las cabañas y más a menudo seveían coches inservibles y listos paraconvertirse en chatarra. Los únicos quemostraron cierta energía fueron un parde perros que siguieron a la camionetaladrando.

James dirigió el coche al centro delasentamiento, donde ni siquiera habíauna casa de reuniones con tallas decolores, sino una antigua granja.

—O’Keefe Station —anunció—.Pertenecía a un tal Howard O’Keefe yse fundó en la misma época que KiwardStation. Warden y O’Keefe eran rivales,aunque el último no tuvo suerte.Mientras Kiward Station florecía, él se

Page 518: UNA PROMESA EN EL FIN

equivocó al realizar unas inversiones ysufrió graves reveses económicos: elviejo Howard no entendía de dinero nide vacas. Pero los maoríes todavíahablan hoy en día de su esposa Helen.Helen O’Keefe fundó una escuela yabogó mucho por los nativos. CuandoHoward murió, vendió las tierras a MissGwyn, que se las cedió a los maoríes.La casa se está deteriorando, Tonga nola utilizó. Rechazó toda la culturapakeha. Es evidente que Koua se lotoma de otro modo...

James señaló la entrada de lapropiedad. Delante de la cabaña demadera, sin pintar seguramente desdehacía décadas pero todavía firme, se

Page 519: UNA PROMESA EN EL FIN

hallaba un hombre repantigado en unamecedora. Era más joven que JackMcKenzie, pero resultaba difícilcalcular su edad. A diferencia que losmaoríes que Helena había conocidohasta la fecha, llevaba el rostromarcialmente tatuado. James paró lacamioneta bajo la mirada recelosa delhombre y bajaron.

—Kia ora, ariki —saludó.El hombre hizo una mueca.—Kia ora, Jimmy Boy. Qué, ¿de

vuelta de la guerra? ¿Les has cortado lacabeza a unos cuantos rivales y las hasahumado como debe ser?

Helena se mordió el labio. Ben Billertambién se había referido a esa terrible

Page 520: UNA PROMESA EN EL FIN

tradición. Pero Lilian le había prohibidoque en su casa contara los detallesdurante la cena.

—Eso ya no se hace —respondióJames y fue al grano—. Koua, me envíami madre. Pronto bajaremos las ovejas.Este verano no es normal. Demasiadofrío para la época del año. El tiempocambiará pronto. Puede que tú tambiénhayas oído algo al respecto.

El maorí asintió y señaló el sencilloaparato de radio que tenía al lado y queemitía música de jazz con un sonido demala calidad.

—Nos la han desvelado los dioses —observó.

Helena se percató de que James ponía

Page 521: UNA PROMESA EN EL FIN

los ojos en blanco y se preguntó si eljefe no estaría borracho.

—Sería amable por tu parte que nosenviaras a un par de personas —prosiguió James sin alterarse—. Si esque Hare y Eti consiguen estar un par dedías sobrios. Y Koraka y Rewi.

Koua se encogió de hombros.—Hablaré con ellos. Si no me

olvido... —Dirigió la mirada a Helena—. ¿Quién es? —preguntó.

Helena se avergonzó de sus pantalonesy de la camisa de franela, peroenseguida confirmó que Koua no lamiraba con deseo. Si su mirada teníaalguna expresión, era más bien burlona.El jefe de esa extraña tribu llevaba un

Page 522: UNA PROMESA EN EL FIN

pantalón de montar y una camisa deleñador. El cabello le caía hasta loshombros en grasientos y largosmechones, negros, con alguna hebra gris.

—¿Es tu wahine? —Koua sonrió—.¿Un botín de guerra de Europa?

Helena no entendió, pero Jamescontrajo el rostro, molesto.

—Una invitada, Koua, simplementeuna invitada. A la que tus hombresdeberían tratar con amabilidad —dijosevero—. Miss Gloria pasará por aquípor el asunto de los trabajadores y tedirá cuándo los necesitamosexactamente.

Koua bostezó.—Ay, el tiempo... I nga wa o mua... —

Page 523: UNA PROMESA EN EL FIN

Hizo un ademán y cogió una botella quetenía debajo de la silla—. ¿Quieres untrago, Jimmy Boy? ¿O la wahine?

James negó con la cabeza.—Gracias —respondió con sequedad

—. Nada de alcohol. Todavía esdemasiado temprano. Tenemos un futuroque no queremos echar a perder con labebida.

Se despidió con un gesto amable parano parecer despreciativo. Luego le abrióa Helena la puerta de la camioneta.

—¿Este era el jefe? —preguntó ellaincrédula cuando arrancaron—. Creo...creo que estaba borracho.

James asintió dando un suspiro.—Sí, por eso mi madre tendrá que

Page 524: UNA PROMESA EN EL FIN

volver a pasar por aquí, y es posible quemi padre también lo haga. No se puedeconfiar en Koua, pero es el único queconsigue hombres que trabajen. Cuandohablamos personalmente con ellos,dicen «Sí, sí», pero después vienencuando se acuerdan por casualidad. Yeso que son muy buenos. No loscontratamos porque pidan un sueldobajo, sino porque son hábiles con lasovejas. Y con los perros y los caballos.

El coche pasó por un bache.—¿Qué ha dicho el ariki sobre mí? —

preguntó Helena—. ¿Qué significawahine? ¿Y eso de I ga...?

—I nga wa o mua —la corrigió James—. Wahine significa «mujer», también

Page 525: UNA PROMESA EN EL FIN

«esposa» o «amante». Koua lo haempleado de forma muy pocorespetuosa, a mi parecer, por eso me heenfadado. Y I nga wa o mua... Tiene quever con lo que los maoríes entienden porpasado. Traducido literalmente significa«de los tiempos que tenemos pordelante». Nunca he entendido susignificado, pero mi madre de joven seinteresó mucho por la visión del mundode los maoríes. Si quieres saber más,pregúntale a ella. O al tío Ben, si teinteresan los análisis lingüísticos y lascomparaciones con los ámbitosculturales de Polinesia emparentadoscon los de aquí.

Sonrió. Era evidente que se le estaba

Page 526: UNA PROMESA EN EL FIN

pasando el mal humor.Pero Helena ya no entendía nada,

aunque encontraba la filosofía de losmaoríes mucho menos emocionante quela idea de que James la defendiera yhubiera exigido a Koua que la respetara.No obstante, a esas alturas ya habíaleído suficientes novelas costumbristaspara saber que ese comportamiento erapropio de quien había sido educadocomo un caballero. Probablemente seríaigual de atento con cualquier mujer. Eraalgo tan natural para él que hasta secomportaba de modo galante con unamuchacha a la que había dejadoembarazada otro hombre. Se sintióextrañamente decepcionada y otra vez

Page 527: UNA PROMESA EN EL FIN

rabiosa con un hijo que no deseaba yque la privaba de cualquier posibilidadde que James la considerase como unapareja potencial. Al final se llamó alorden. ¡No tenía que enamorarse deJames! Encariñarse con él solocomplicaría todavía más la situación.

Aun así, no tardaría en sufrir unadesilusión. Cuando poco despuésllegaron a Kiward Station —el pobladomaorí estaba, en efecto, muy cerca—, noencontraron a Gloria en los establoscomo era habitual a esa hora.

—Miss Gloria está dentro —lesinformó un pastor que la sustituíadistribuyendo desganadamente avenapor los pesebres.

Page 528: UNA PROMESA EN EL FIN

Helena enseguida se preocupó. ¿Sehabría puesto enferma? Siempresupervisaba el forraje y además ese díaJames tampoco había estado ahí.

Pero el joven no parecía intranquilo.No hizo ningún gesto de ir a ver qué leocurría a su madre, sino que se fue conHelena y Ainné a guardar los caballos.

—¿Qué va a pasarle? —dijo cuando lamuchacha le transmitió su inquietud—.Es posible que tenga visita. Algún otrocriador de ovejas, seguramente, quehabrá salido con mi padre a ver losanimales mientras mi madre entretiene asu esposa. Estará encantada... —Leguiñó el ojo a Helena, que le respondiócon una sonrisa aliviada. El que Jack

Page 529: UNA PROMESA EN EL FIN

hubiera salido con la visita explicaba,claro está, que no hubiese ningúnvehículo extraño en el patio. Con ayudadel pastor, los caballos enseguidaestuvieron listos. La pareja se encaminóa la casa—. Para acabar de arruinar eldía a mi madre, le contaremos lo deKoua —señaló el joven—. Estarádeseando tener que ir otra vez...

En efecto, al entrar escucharon vocesen lo que antes había sido la sala decaballeros y Helena se dispuso amarcharse escaleras arriba paracambiarse de ropa. Le habría gustadoenseñarle su nueva indumentaria a suanfitriona, pero se sentía incómodadelante de otra mujer. Y la voz cantarina

Page 530: UNA PROMESA EN EL FIN

que oía pertenecía sin duda a una mujerdesconocida.

Pero James la reconoció de inmediatoy también Ainné se puso en marchamoviendo contenta la cola para ir asaludar a la visita.

—¡Si es Moana! —exclamó Jamesfelizmente sorprendido—. Ven, Helena,no tienes que vestirte bien para conocera Moana.

Helena lo siguió, aunque algo adisgusto, y se detuvo desconcertadacuando entró en el campo visual deGloria y Moana. Habría preferidomarcharse corriendo. En cualquier caso,nunca se había arrepentido tanto de nohaberse arreglado un poco antes de

Page 531: UNA PROMESA EN EL FIN

conocer a otra persona. Pero incluso sihubiera ido bien peinada y luciendo suvestido más bonito, habría parecido unratoncito gris al lado de Moana. HastaLuzyna habría pasado inadvertida frentea esa joven. Moana, que estaba sentadacon Gloria junto a la chimenea, era lamujer más hermosa que había vistojamás. Tenía la tez clara, un rostro ovalcon unos sensuales labios del color delas moras y una nariz recta. Sus ojoseran grandes y oscuros, y tras ellos sediría que ardía un fuego amable y suave.Se inflamó cuando Moana vio a James,para temblar de una extraña forma al vera Helena. Moana llevaba suelta laespesa y negra melena, con la raya en

Page 532: UNA PROMESA EN EL FIN

medio, como la misma Helena cuandono se lo trenzaba, pero el cabello de estano podía compararse con el de la hijadel ariki. Le llegaba hasta la cintura.«Negro como el ébano...» Helena nopudo remediar pensar en Blancanieves,el cuento que le leía su madre cuandoaún era niña. Así era como se habíaimaginado siempre a la princesa.

—Moana, ¿cuánto hace que no nosvemos? —James miraba resplandecientea la muchacha, visiblemente complacido—. Pensaba en ti siempre que volaba.¡En ti y en tus cometas! —Moana selevantó y se dirigió hacia él—. ¿A quédebemos el honor de tu visita? ¿Ya sehan acabado las vacaciones de verano?

Page 533: UNA PROMESA EN EL FIN

¿Te avisaron de mi vuelta a casa?James rodeó con el brazo a la joven y

esta le ofreció el rostro para hacer elhongi. Helena tenía la sensación de queambos deseaban no tener que separarsenunca más.

—¡Kia ora, James! —dijo Moanaentonces con voz aterciopelada y dulce,una voz como la miel... Sin dudacantaría bien—. Me alegro de que hayasvuelto.

El rostro de James se ensombreció.—No debería estar aquí —respondió

—. La guerra no ha concluido.Una tierna sonrisa cruzó el semblante

de Moana.—Nunca te he considerado un

Page 534: UNA PROMESA EN EL FIN

guerrero —le dijo—. Te gusta volar, nomatar. Los manu son nuestrosintermediarios con los dioses...

Moana jugueteaba con un hei tiki quellevaba colgado del cuello. Helenadescubrió que se parecía al de James.Ahora lo entendía. La maorí debía deser la «amiga» que se lo había hecho.

James rio con amargura.—¡No estoy hecho para vivir como un

monje! —replicó. A Helena también leafectó este comentario. Claro que noquería permanecer soltero. Pertenecía aesa maravillosa muchacha—. Pero nohablemos ahora de la guerra. ¿Qué tetrae por aquí, Moana?... Cuánto mealegro de verte...

Page 535: UNA PROMESA EN EL FIN

—Ha venido a verme a mí, no a ti —intervino Gloria—. Moana, si quieresque sigamos hablando, tienes quelibrarte de James. Todavía tengo quesalir a echar un vistazo a los caballos.

Moana enrojeció mientras Jamesaseguraba a su madre que los caballosestaban atendidos.

—Solo me quedaré el fin de semana—respondió ella—. Tengo que dar unaconferencia sobre el comportamiento delos maoríes en la actualidad. Hablé deello en un curso. Los futuros maestrosdeben comprender mejor a sus alumnosmaoríes. Se trata de la teoría del I ngawa o mua, del pepeha, del significadodel maunga y el whakapapa, todas esas

Page 536: UNA PROMESA EN EL FIN

historias sobre la canoa con quenuestros antepasados llegaron aAotearoa... Así que he venido aquí parainformarme a fondo.

—¿Acaso en los alrededores deDunedin ya no hay ningún marae dondeviva una tohunga que te lo puedaexplicar? —preguntó incrédulo James.

A Helena le pareció que el jovenestaba bromeando. Era probable queconsiderase que las razones por las queella había ido a Kiward Station eransolo un pretexto. Seguro que estaba ahípara verlo a él.

Pero Moana no encontró divertido sucomentario.

—En efecto, así es —respondió

Page 537: UNA PROMESA EN EL FIN

fríamente—. Al menos yo no conozco aninguna. Los maoríes de la región deOtago ya no viven en sus propiospoblados, sino en ciudades o ensuburbios, y me habría resultado másdifícil encontrar por ahí una tohungaque coger el tren de Christchurch. Asíque he venido a importunar a tu madre.Enseguida voy, Miss Gloria. —Hizoademán de ir a sentarse de nuevo.

James pareció acordarse de pronto dela existencia de Helena, que seguíatímidamente a un lado. Le sonrió y lehizo un gesto para que acercara.

—¿No te interesas tú también por todoeso, Helena? —preguntó con amabilidad—. Acabamos de oír la expresión I nga

Page 538: UNA PROMESA EN EL FIN

wa o mua en labios de Koua. —Helenase estremeció cuando James apoyó lamano en su espalda y la empujó consuavidad hacia la chimenea. Debía dehaberse olvidado de que todavíaretrocedía cuando la tocaban. La maoríla estudió con la mirada—. Moana, ¿teha hablado mamá de Helena? ¿Nuestrainvitada de Polonia? Está muyinteresada en la cultura maorí. Se puededecir que el tío Ben la ha contagiado.Helena, esta es Moana.

—Fue más bien una anciana de unmarae de los ngati rangitane quien mecontagió —corrigió Helena a media voz—. Ella... me regaló esto. —Mostró supropio hei tiki y la mirada de Moana se

Page 539: UNA PROMESA EN EL FIN

hizo más atenta.—¿Hineahuone? —preguntó—. ¿La

diosa de la fertilidad? ¿Tallada enmadera de manuka? Qué raro.

Helena sonrió cohibida.—Tiene un significado —murmuró al

tiempo que se metía el colgante debajode la camisa.

Gloria se percató entonces de suindumentaria. Sonrió con aprobación.

—Qué guapa estás, Helena. ¡La ropade montar te queda muy bien! Pero ven asentarte con nosotras. Y dinos a qué sedebe que nuestro respetado ariki hayarecurrido al I nga wa o mua. Deja queadivine. Lo ha empleado en el sentidode «si no vienes hoy, ya vendrás

Page 540: UNA PROMESA EN EL FIN

mañana».James se echó a reír e hizo una

reverencia de broma.—¡Los dioses te revelan la verdad,

tohunga! —dijo burlón—. Ahora osdejo solas y me ocupo de Pippa. Tengoque chequearlo antes de volar a lamontaña.

—Pero ¿vendrás a cenar? —preguntóMoana—. Yo... tu madre me hainvitado...

Él asintió y le sonrió.—Por nada del mundo me perdería

una cena con la hija de un jefe tribal —prosiguió en el mismo tono bromista.

Helena mantuvo la vista baja. Sepreguntaba si Moana pasaría todo el fin

Page 541: UNA PROMESA EN EL FIN

de semana en Kiward Station.—Whakapapa —empezó a explicar

Gloria— significa, para simplificar,«descendencia». —Hablaba en un tonocontenido y en voz baja. Era evidenteque carecía de la pasión de Ben Billerpor el estudio de los maoríes. Parecíaresultarle difícil compartir susconocimientos con los demás—. Pero lomás importante para los maoríes es lacanoa con la que sus antepasadosllegaron a Aotearoa procedentes de lalegendaria Hawaiki, en la Polinesia. Estambién lo primero que se mencionacuando alguien expone su historiapersonal, su pepeha. Más importantesque los nombres de los antepasados son

Page 542: UNA PROMESA EN EL FIN

los caminos que recorrieron y loslugares en que vivieron. Es decir, esmenos importante el ser que laexperiencia. De este modo se explicatambién que el pasado y el futuro de latribu converjan. El pasado determina elfuturo. No está clausurado, no nosabandona.

Helena se rascó la frente. Pensaba enSiberia y en Luzyna.

—Entonces... ¿entonces uno nuncallega a ser libre? —se le escapó—. ¿Nose supera nunca nada? ¿No se olvidanada?

—Olvidar nunca es fácil... —dijoGloria, y su rostro adquirió unaexpresión distante.

Page 543: UNA PROMESA EN EL FIN

Hasta entonces, Helena siempre habíaconsiderado a la madre de James unamujer en paz consigo misma, pero en esemomento sospechó que todavía luchabacon demonios de su pasado.

—Pero ¿no es también unaoportunidad? —preguntó Moana con sudulce voz, semejante a una caricia. Pesea todos sus celos, Helena se sentíaatraída por esa mujer—. Si el pasado noestá cerrado, entonces todavía tenemosla posibilidad de cambiarlo.

—¿Y si ha muerto alguien? —preguntóHelena con amargura—. Seguirá estandomuerto.

—Su muerte puede tener un nuevosignificado para ti —explicó Gloria—.

Page 544: UNA PROMESA EN EL FIN

Es toku: ¿Qué importancia tiene para mílo que describo?

—O taku —añadió Moana—. ¿Quéimportancia tengo yo para lo quedescribo?

Helena perdió el hilo cuando las dossiguieron hablando del maunga, el lugarque da sostén a una persona entre elpasado y el futuro. Para Moana y Gloria,las creencias maoríes parecían tener unaspecto consolador, a Helena más bienle causaban angustia. No cabía duda deque el pasado determinaría su futuro. Através de Witold estaba unida a un hijoque no quería. Y como si eso no fuerasuficiente, siempre tendría presente loque le había hecho a Luzyna. La mirada

Page 545: UNA PROMESA EN EL FIN

llena de reproche de su hermana laperseguiría hasta el final de su vida,mientras que a Moana seguramente laesperaba una feliz existencia con Jamesen Kiward Station.

Helena estaba sumida en suspensamientos, cuando Gloria y Moanainterrumpieron la conversación porqueJames y Jack volvieron para cenar. Elprimero parecía de buen humor. Eracomo si todavía llevara el viento delvuelo en los cabellos cobrizos yalborotados, pues, naturalmente, no sehabía limitado a revisar el aparato.Había despegado para dar una pequeñavuelta por encima de la granja.

Ya se disponía a hablar alegremente

Page 546: UNA PROMESA EN EL FIN

de ello cuando, al acercarse a lasmujeres, se percató de que Helenaparecía abatida.

—¿Qué sucede, Helena? —preguntó—. ¿Demasiado pasado para ti?

La pregunta le llegó al corazón. Asíera como se sentía ella. No sabía quécontestar ni qué pensar de la mirada deMoana. La joven maorí observaba conatención lo que ocurría entre ella yJames. Helena creyó reconocer en losojos de la muchacha interés, compasión,dolor y también... tristeza. Era como siel ánimo de Moana cambiara con cadaparpadeo.

—¡Venga, olvida esa conversación! —intentó animarla James—. Da igual lo

Page 547: UNA PROMESA EN EL FIN

que digan los maoríes: lo que sucedióayer ya ha pasado y no está. Loimportante es el futuro. ¡La guerrapronto habrá terminado, Helena!Churchill, Roosevelt y Stalin se reúnenuno de estos días en Yalta. Van a sentarlas bases del nuevo orden europeo trasla guerra, sea lo que sea lo que estosignifique. En cualquier caso, cuando tuhijo nazca reinará la paz.

Helena le estaba agradecida porpreocuparse por ella y dedicarle tantaatención como a Moana. La joven maoríse sorprendió al saber que Helenaestaba encinta, pero no hizo ningúncomentario. Aparentemente, el queJames fuera tan galante con la joven

Page 548: UNA PROMESA EN EL FIN

polaca no le producía celos. Pero porsupuesto no había razones para ello,Helena no era para ella una rival a teneren cuenta.

—En cuanto capitulen los alemanes —prosiguió James jovialmente—, todocambiará para mejor.

Helena se forzó en hacer un gesto deasentimiento cuando él reclamó suaprobación. Pero a ella le daba igual siel bebé nacía en tiempos de paz o deguerra. Seguía sin imaginarse en lacondición de madre y no le deparaba lamenor satisfacción pensar en ello.

Tampoco Moana parecía encontrar quela guerra y la paz en Europa fuese untema importante. En lugar de seguir

Page 549: UNA PROMESA EN EL FIN

hablando de la situación política,preguntó por el paseo en avión de Jamesy este enseguida se puso a describirlocon emoción.

Jack McKenzie no estaba de tan buenhumor como su hijo. Había tenido queresolver un asunto cerca de O’KeefeStation y había aprovechado paraacercarse a los maoríes con la mismaintención que James al mediodía.

—He hablado con Hare y Rewi —dijo—. Quieren venir a recoger las ovejas,esperemos que no sean palabras vacías.Sus esposas estaban presentes y ellas seacordarán e intentarán mantenerlos máso menos sobrios. Por el contrario, deKoua no esperaría nada, Gloria. Incluso

Page 550: UNA PROMESA EN EL FIN

si lo pillas sobrio. A ese le da igualtodo. Tonga se removería en su tumba.Lo siento, Moana... —Jack se dio cuentade repente de que estaba sentado a lamisma mesa que la hija del objeto de suscríticas.

La chica se encogió de hombros.—Bebe demasiado —dijo—. La tribu

debería destituirlo. Pero tampoco haynadie mejor. Salvo el tío Wiremu. Y élpreferiría que lo descuartizaran antesque volver aquí.

—¿Le va bien? —preguntó Gloria entono forzado.

Helena recordó que James ya le habíahablado de ese Wiremu. Su madre,según había dicho, estuvo a punto de

Page 551: UNA PROMESA EN EL FIN

casarse con el hijo del jefe de la tribu.—Muy bien, gracias —respondió

Moana—. Pronto será médico jefe. Eldoctor Pinter por fin se retira y Wiremudirigirá la clínica. Mi tío trabaja en unaclínica pediátrica en Dunedin —explicóa Helena—. Le gusta estar ahí, tiene supropia familia. Seguro que no volveríapara ponerse al mando de una tribumaorí venida a menos en las llanuras.Por triste que sea...

Moana dobló su servilleta, Helena yase había percatado por la tarde de quetenía unos modales impecables.

Gloria sonrió a la joven maorí.—Entonces recaerá sobre ti, Moana.

Ya sabes que puedes desempeñar el

Page 552: UNA PROMESA EN EL FIN

cargo de ariki.La maorí arqueó las cejas.—Teóricamente. —Sonrió—. Pero ¿y

en la realidad? No creerás que esosborrachuzos que solo piensan en suwhisky y, a lo sumo, en pescar y cazar,vayan a elegir a una mujer como jefe. ¡Ymenos a una que quiera meterlos encintura! No. Eligen a sus semejantespara que en ese marae todo continúecomo está. —Moana apartó su plato a unlado—. ¿Me llevas a casa, James? Noquiero regresar muy tarde, quién sabe enqué estado me encontraré la habitación.Hace una eternidad que no paso por ahí.En el peor de los casos, mi padre tendráalojado a algún compañero de farras.

Page 553: UNA PROMESA EN EL FIN

Un momento antes, Moana tenía unaspecto enojado y abatido, pero ahoravolvía a resplandecer. Se alegraba deirse con James.

El joven se levantó, pero miró aHelena indeciso.

—¿Quieres venir? —preguntó.Helena negó con la cabeza. ¡No tenía

ningunas ganas de hacer de carabina!—Estoy demasiado cansada —

respondió, sin conseguir levantar lavista.

Así que no vio cómo se encendía elbrillo en los ojos de Moana.

Page 554: UNA PROMESA EN EL FIN

3

Las dos semanas siguientes pasaronvolando. Había que preparar la bajadade las ovejas y su llegada a la granja ytodos estaban ocupados de la mañana ala noche, limpiando establos y corralesy supervisando las cercas. Helenacolaboró en las tareas de la casa y

Page 555: UNA PROMESA EN EL FIN

también en los establos, y el día antes desalir a recoger a los animales preguntótímidamente si podía ayudar de algúnmodo. Gloria enseguida le respondióque sí.

—Toda ayuda es bien recibida. Puedesvenir en el coche donde se llevan losvíveres y ayudar a repartir el forraje delas bestias bípedas. Los hombres semueren de hambre cuando llegan deconducir los rebaños y a mí no meinteresa meterme a cocinar y prepararbocadillos. Así que recluto a todasnuestras sirvientas. Por desgracia notienen demasiada iniciativa. Hay quedecirles continuamente lo que hay quehacer...

Page 556: UNA PROMESA EN EL FIN

Anna y Kyra, las dos jóvenes cuyosascendientes eran tanto maoríes comopakeha, eran amables pero no muydespiertas. Helena ya se había dadocuenta de que los platos que sepreparaban en Kiward Station no eranmuy variados. La cocinera maorí, aligual que Anna y Kyra, conocía solounas pocas y sencillas recetas. El amade llaves que su familia tenía contratadaen Leópolis era mucho mejor. Helena,que la observaba complacida mientrascocinaba, ya llevaba días pensando enpedirle a Gloria que la dejaraencargarse de la cocina. Así que,contenta, estuvo de acuerdo en ocuparsedel aprovisionamiento y enseguida

Page 557: UNA PROMESA EN EL FIN

comenzó a ayudar a Anna y Kyra acargar el coche. Para su sorpresa, setrataba de una especie de cocina decampaña muy parecida a las que habíaen los campos de refugiados.

A la mañana siguiente, todas laspersonas que iban en busca de losrebaños se reunieron en el patio al salirel sol, delante de los cobertizos deesquileo. El lugar pronto rebosaba dehombres, caballos y perros excitados.Helena estaba ocupadísima sirviendocafés y preparando bocadillos. Lamayoría de los hombres llegaban enviejos camiones, con los caballosalojados en la parte trasera. Losayudantes maoríes aparecieron del

Page 558: UNA PROMESA EN EL FIN

mismo modo, aunque un par de ellos yase pasaban una botella de whisky. Jackse la quitó sin miramientos.

—Os la devolveré por la noche —lesdijo—. Durante el día os necesitosobrios.

Gloria llevaba dos caballos, uno paraella y otro para Jack, en un remolqueanexo a la camioneta familiar. Jacktransportaba la cocina de campaña en uncamión que llevaba paja para loscaballos y también servía para trasladarganado.

—En realidad las ovejas vuelven a lagranja por su propio pie —contóalegremente a Helena, mientras ella leservía la segunda taza de café—. Pero si

Page 559: UNA PROMESA EN EL FIN

hay alguna herida o débil podemoscargarla aquí. Al principio matábamosanimales enfermos ahí mismo. Antes deque tuviéramos vehículos, llevar elganado era mucho más agotador. Aveces había que cabalgar durante dosdías hasta encontrarlo. Ahoratransportamos los caballos arriba yreunimos las ovejas que James saca delas montañas con su Pippa. Todo estoexige cierta destreza, pero ya nopasamos días enteros fuera y sufriendoel mal tiempo, en busca de animalesrezagados.

James todavía estaba en el punto deencuentro y colaboró en cargar lacamioneta con comida, tiendas y

Page 560: UNA PROMESA EN EL FIN

utensilios diversos. Bajar los rebañosinsumía un par de días. Al final, el jovense acercó a Helena y le pidió un café.

—¿Así que no quieres volar conmigo?—le preguntó bromeando, al tiempo quele hincaba el diente a un bocadillo dequeso.

Ella le llenó la taza.—¿Ha... ha volado Moana alguna vez

contigo? —se atrevió a inquirir,animada por el reconocimiento querecibía por todas partes. El año anteriorya habían surgido problemas con eldesayuno antes de partir hacia lasmontañas.

James arrugó la frente.—¿Moana? ¿Para recoger las ovejas?

Page 561: UNA PROMESA EN EL FIN

No. ¿Cómo se te ocurre? —Cogió otrobocadillo.

Helena se ruborizó.—Porque tiene... tiene el mismo hei

tiki que tú —contestó.James sonrió.—Sí. Pero tiene miedo a volar. Solo

remonta cometas. Antes construíamosjuntos manu, cada año antes dematariki. Es la fiesta del año nuevomaorí. Se remontan cometas con deseospara los dioses. Moana es muy hábil.Por eso le tallé su hei tiki. Representa aNuku Pewapewa, un jefe tribal del quese cuenta que escapó de sus enemigosencaramado a un manu. Antes de que mefuera a la guerra, ella me trajo este. —

Page 562: UNA PROMESA EN EL FIN

Enseñó su pequeño espíritu protector.Helena asintió y se mordió el labio.

Así había ocurrido, los dos se habíanregalado mutuamente sus amuletos de lasuerte, sin duda como prenda de amor.Se alegró de que Jack anunciara lapartida.

—¿Cuándo te veo? —le preguntóJames mientras Helena recogía lascosas.

La joven se encogió de hombros.—Creo que dormimos en algún sitio

de por allí —respondió, señalando lamontaña.

James le sonrió.—Ya te encontraré —contestó, y se

despidió llevándose la mano al gorro de

Page 563: UNA PROMESA EN EL FIN

aviador.Los otros hombres llevaban gorras o

sombreros. Hacía un frío considerableesa mañana de otoño, aunque el cieloestaba despejado. No tendrían quevérselas ni con lluvia ni con nieve.

Helena siguió a James con la mirada.No entendía a qué se había referido. Élno tenía que pernoctar en la montaña,seguramente volvería a la granjadespués de haber hecho su trabajo yaterrizaría en la pista pavimentada enlugar de en plena naturaleza. Así podríadormir en su cama.

La joven estuvo charlando con JackMcKenzie sobre los tiempos pasados,mientras las camionetas y camiones

Page 564: UNA PROMESA EN EL FIN

avanzaban a un ritmo tranquilo hacia eloeste. Las cumbres de los AlpesMeridionales, que tan cercanas le habíanparecido en Kiward Station, seaproximaban lentamente. Jack riocuando ella se lo comentó sorprendida.

—A todos nos pasa igual. Miss Gwynsiempre contaba su primera salida deKiward Station. Pensaba que enseguidallegaría a las montañas, pero estuvocabalgando durante horas sin poderalcanzarlas. Tendremos que recorrerdocenas de kilómetros antes deencontrar a las primeras ovejas. Eincluso entonces no estaremos todavíaen los Alpes, sino en los pies de lasmontañas. Las ovejas no se internan en

Page 565: UNA PROMESA EN EL FIN

ellas, apenas hay pasto por ahí, sololíquenes, musgo y nieve. —Sonrió aHelena—. Mira, ¡ahí está James!

Jack señaló al cielo, donde en esemomento James reclamaba atención conuna maniobra de vuelo acrobática.Luego enfiló las montañas dondeempezaría su tarea. Cuando losempleados de Kiward Station llegaron ala llanura donde solían reunirse losanimales, ya estaban pastando lasprimeras ovejas madre con susborregos, otras llegaban balandoenfadadas desde las montañas.

—Ya lo conocen —observó Jack—.Saben adónde tienen que ir. A la queoyen la avioneta, se ponen en camino.

Page 566: UNA PROMESA EN EL FIN

—¿Les gusta volver a la granja? —preguntó asombrada Helena—.¿Renuncian voluntariamente a sulibertad?

—¡Cambian su libertad por el abrigodel corral y tres forrajes diarios! —exclamó Jack riendo—. Es un incentivo,¿no? En serio, esto pronto se convertiráen un lugar muy inhóspito. Tampoco lasovejas lo pasan bien. No todassobrevivirían a un invierno en lamontaña.

Para no asustar al ganado, los pastoresaparcaron despacio en el linde de lallanura. Enseguida se pusieron adescargar los caballos y ensillarlos. Losperros pastores saltaron de los

Page 567: UNA PROMESA EN EL FIN

vehículos, deseosos de pasar a laacción. Helena contemplaba fascinada elmodo en que formaban un rebaño conlos grupos esparcidos de ovejas ysiguiendo la orden de su jefe separabanlas de Kiward Station de las de otrasgranjas y luego las reunían. Helena sepreguntaba cómo podían Gloria, Jack ylos pastores maoríes distinguir aprimera vista las ovejas que lespertenecían.

—Llevan marcas en las orejas —explicó Gloria cuando fue a buscar uncafé. Helena y Kyra ya habían preparadolos bocadillos para un segundodesayuno, Anna había empezado a cortarla carne y las verduras en la cocina de

Page 568: UNA PROMESA EN EL FIN

campaña—. Se las ponemos ya a losborregos. Es lo más seguro cuando luegohay que distinguirlos. En especial, parala gente ducha en la materia; para losprincipiantes todas las marcas tienen elmismo aspecto. —Gloria dio unmordisco a un bocadillo de jamón ypaseó una mirada complacida por lazona de abastecimiento—. Lo tienestodo controlado, Helena. Muy bien. Esla primera vez que, en lo que respecta ala comida, realmente no he depreocuparme de nada.

Helena resplandeció con el halago y,llena de ímpetu, se puso a preparar elrancho del mediodía. Para su sorpresa,estaba encantada de trabajar ahí para los

Page 569: UNA PROMESA EN EL FIN

pastores. Y eso que siempre se habíavisto como una urbanita. Nunca hubierapensado que le iba a gustar cocinar alaire libre y comer junto a una hoguera.

—Antes también cocinábamos en lahoguera —recordó Gloria—. Era muyfatigoso... —Ahora solo servían paracalentarse, algo importante pues el fríose hacía notar.

La amenaza de cambio de tiempoparecía estimular a las ovejas. Bajabande las montañas cada vez más deprisa yen grupos más grandes. Entretanto, todala llanura se había llenado de animalesde mayor o menor tamaño que nodejaban de balar. Y ya entrada la tardetambién apareció James en su Pippa.

Page 570: UNA PROMESA EN EL FIN

Trazó un círculo rápido por encima de lacocina de campaña.

—Es la señal de que ya las ha reunidotodas —indicó Gloria con satisfacción—. Aunque siempre quedan unas pocasrezagadas vagando por las colinas quetendremos que recoger mañana antes demarcharnos. —Sonrió a su marido—.¿Lo haremos, Jack?

Helena contempló conmovida cómoJack McKenzie correspondía a susonrisa.

—Contigo siempre es un placer—respondió.

En los días siguientes, las ovejas,reunidas en grandes rebaños y guiadas

Page 571: UNA PROMESA EN EL FIN

por jinetes y perros, irían llegando aKiward Station. El coche con lasprovisiones precedía a los hombres ylos esperaba en los lugares de descansoacordados de antemano. Helena y elresto de participantes pasarían la nocheen plena naturaleza. Jack envió unospastores para que ayudaran a montar lastiendas y al final todos se sentaron juntoa unas hogueras de altas llamas. Lasbotellas de whisky empezaron a circularde mano en mano y los reunidos notardaron en ponerse a cantar y contarhistorias. Helena se dejaba impregnarpor ese ambiente. Algunos pastorespakeha habían llevado armónicas oguitarras, los maoríes acompañaban las

Page 572: UNA PROMESA EN EL FIN

canciones con flautas. A la melodía delos instrumentos se unían los balidos delas ovejas y los relinchos de loscaballos en sus improvisados corrales.Con el aire frío pero diáfano, lassiluetas oscuras de la montaña y el cieloestrellado en lo alto, Helena podríahaber sentido algo similar a la felicidad.Pero, como siempre que empezaba asentirse ligera y a gusto, el recuerdo deLuzyna aparecía en su mente y surgíanlos sentimientos de culpa. Esa era unafelicidad robada, no le correspondía aella.

—¿Qué, mirando las estrellas? —lepreguntó Gloria de repente. Tampocoella había participado en las cánticos y

Page 573: UNA PROMESA EN EL FIN

bromas de los hombres, sino que habíapermanecido absorta en suspensamientos, callada y visiblementecomplacida—. Deben de parecerteextrañas. Cuando estaba en Europa ymiraba el cielo, siempre me sentíadecepcionada.

Helena no se había fijado en ladiferencia entre el firmamento europeo yel neozelandés. Ni en Leópolis ni en lasfrías noches de Siberia había tenido laoportunidad de estudiar las estrellas.Claro que las había contemplado,precisamente en Siberia brillaban sobreel campamento de forma excepcional eiluminaban las noches, pero ignorabasus nombres.

Page 574: UNA PROMESA EN EL FIN

—No las conozco —admitió.—Yo sí —contestó Gloria—. Mi

profesora, Miss Bleachum, solía salirconmigo y explicarme las estrellas.Hasta teníamos un telescopio. YMarama, mi abuela, era maorí. Meexplicaba lo que las estrellas significanpara su pueblo.

—A mí... en cierto modo me imponenrespeto. Y me resultan como unconsuelo. No cambian. Da igual lo quehayamos hecho y lo que vayamos ahacer... las estrellas siguen siendo lo queson. Ya estaban antes de quenaciéramos. Y seguirán allí cuandomuramos.

Gloria negó con la cabeza.

Page 575: UNA PROMESA EN EL FIN

—Eso es lo que creemos —observó—. Miss Bleachum me contó que no lasvemos como son. Antes de llegar hastanosotros, su luz necesita de muchosaños, ¡incluso siglos! Eso significa quelas vemos tal como eran hace cientos deaños, no como son ahora. Algunas deestas estrellas que hoy admiramos hacetiempo que se apagaron...

Helena suspiró.—¿Tiene eso algo que ver también con

el I nga wa o mua? —preguntó.Gloria rio.—No, más bien no. Sobre todo porque

los maoríes no saben nada de eso. Paraellos las estrellas son dioses que guíansu camino. Navegan en sus canoas con

Page 576: UNA PROMESA EN EL FIN

su ayuda. Si quisiéramos tratarfilosóficamente el tema de la velocidadde la luz, encontraríamos una relacióncon nuestra interpretación del pasado,tal vez con una visión embellecida delas cosas pasadas. Pero yo no soy unafilósofa. Y la noche es demasiadohermosa para estar dándole vueltas a lacabeza. Así que disfruta simplementedel presente, aunque nos dé una imagenfalsa.

Gloria se reclinó hacia atrás y empezóa hablar de las estrellas. Helenaescuchaba sus historias de dioses ytravesías en barco solo a medias. No ibaa embellecer el pasado. Y ningúnpresente, por hermoso que fuera, iba a

Page 577: UNA PROMESA EN EL FIN

cubrir con un velo lo que había hecho.Al día siguiente, los pastores partieron

temprano. Helena se alegró. Por lanoche, en la tienda que compartía conAnna y Kyra, hacía un frío considerable.Incluso ella, que se creía inmunizadacontra el frío tras haber sobrevivido enSiberia, se había despertado variasveces temblando pese a la camisa defranela, los pantalones y el grueso jerseyque le había prestado James. Ahora sealegraba de tomar un café calientepreparado por ella misma. A loshombres les ocurría más o menos lomismo. Tiritando y frotándose lasmanos, pero de buen humor, se apiñabanalrededor de la cocina. De nuevo se

Page 578: UNA PROMESA EN EL FIN

oyeron risas y bromas. Helena y laschicas recibieron varios piropos, lo quecausó el deleite de Anna y Kyra. Pero aHelena le resultaba molesto que loshombres le dijeran lo guapa que era.Todavía podía esconder que estabaembarazada, pero era evidente que susformas eran más redondeadas que las delas otras mujeres. Además, su piel, quesiempre había sido tersa y rosada, tendíaa tener impurezas. Tras haber pasado lanoche en la tienda, llevaba el pelodesgreñado y las trenzas, peinadas atoda prisa, no mejoraban su aspecto.Helena se veía cualquier cosa menosbonita, y no le gustaba que los hombresle hicieran falsos cumplidos.

Page 579: UNA PROMESA EN EL FIN

Después de desayunar, Gloria y Jackse marcharon con sus perros en busca deovejas rezagadas, mientras la mayoríade los pastores guiaban el rebañoprincipal hacia Kiward Station. Algunosse adelantaron con sus vehículos. Parala camioneta de la cocina de campañaencontraron a un joven maorí que, comoAnna y Kyra, también tenía antepasadospakeha. Flirteaba descaradamente conlas chicas. Con Helena no lo intentó, loque reforzó la opinión de esta de quecada día estaba más fea. Se esforzaba enno escuchar las discusiones que sedesarrollaban alternando el maorí y elinglés, miraba por la ventana y tratabade pensar en otra cosa. El tiempo

Page 580: UNA PROMESA EN EL FIN

acompañaba su estado de ánimo, que esedía era melancólico. El cielo ya noestaba despejado, sino cubierto y gris.

«Se anuncia lluvia», había dicho Jackpor la mañana, y sus hombres habíanasentido significativamente. Lospastores se esforzaban por acelerar lamarcha y alejarse de la montaña lo antesposible. Una vez llegaran a las Llanurasde Canterbury habrían escapado delinvierno. En las llanuras pocas vecesnevaba. Las precipitaciones solíanproducirse en forma de lluvia.

Jack y Gloria tampoco prolongaron sucabalgada en solitario tal como habíanpensado, sino que a la hora del descansode mediodía ya se reunieron con el

Page 581: UNA PROMESA EN EL FIN

convoy. Pese a ello, llevaban cincuentaovejas conducidas por cuatro perros.Cuando Gloria y Jack se acercaron paracomer, Ainné, que había formado partedel equipo de rescate, se lanzó sobreHelena emocionada y a todas vistasreclamando sus carantoñas. La joven sealegró. Por primera vez pensó en lobonito que sería tener un perro propiocomo Ainné. El animal la querría sincondiciones, qué sensación tanhermosa...

—Qué orgullosa estás de haberayudado a traer aquí las ovejas,¿verdad? —le dijo al tiempo que laacariciaba y le daba a escondidas untrozo de salchicha.

Page 582: UNA PROMESA EN EL FIN

Gloria asintió y rio.—¡Se hace la importante! —afirmó—.

No ha sido nada difícil. Las ovejasvenían por propia iniciativa,impacientes por reunirse con las demás.Sienten que el tiempo va a cambiar ysaben que lo más seguro es buscarprotección en el rebaño grande. ¡Así queno te ufanes tanto, Ainné!

Acarició a la perra, que en esemomento volvió con ella. Ainné recibióesa suave regañina moviendo la cola.Gloria cogió un plato de puchero yelogió la comida, pero la tomó deprisa yobservando el cielo. En las montañas seveían negros nubarrones, pero parecíaque la gente de Kiward Station todavía

Page 583: UNA PROMESA EN EL FIN

conseguiría escapar a la tempestad. Jackindicó a los hombres que condujeranrápidamente las ovejas valle abajo. Pesea todo, por la tarde los sorprendió unfuerte chaparrón, pero la fuerza delinvierno de los Alpes Meridionales yano podía cargar contra ellos.Únicamente estaban mojados y de malhumor cuando llegaron de noche alcampamento. En la llanura había unacabaña antiquísima, pero intacta, queofrecía abrigo del mal tiempo. Al menospodrían calentarse en su interior antesde que los hombres se distribuyeranentre las tiendas montadas a toda prisa.La cabaña no tenía espacio dondedormir para todos, Gloria decidió que

Page 584: UNA PROMESA EN EL FIN

solo las mujeres y un par detrabajadores de la granja, de mayor edady a quienes el frío ya se les metía en loshuesos, podían instalarse allí. Así lodisponían cada año, cuando descansabanen ese lugar.

A Helena también le adjudicaron uncolchón. Se envolvió en su manta, entreAnna y Kyra, lo más lejos posible de loshombres, aunque sabía que no corríaningún peligro. Gloria y Jack tambiéndormían en la cabaña y vigilaban a susempleados. Pese a ello, Helena no sesentía a gusto en ese espacio abarrotadoy que olía a ropa mojada y sudor. Quizásera porque la estrechez y los sonidosnocturnos le recordaban los barracones

Page 585: UNA PROMESA EN EL FIN

de Siberia, en los que había compartidocon docenas de mujeres jóvenes yadultas un recinto expuesto a lascorrientes de aire. No conciliaba elsueño. Cuando conseguía adormecerseun poco, la asaltaban los recuerdos desu madre agonizante, sus promesas y laperplejidad de Luzyna al darse cuenta desu traición.

Al final, Helena ya no aguantó. Seenvolvió en su manta, se tapó loshombros con otra, se calzó y saliósilenciosamente de la cabaña. Al notarla hierba bajo los pies e inspirar el airefresco que olía a caballos y ovejas sesintió mejor.

Para su sorpresa, se habían disipado

Page 586: UNA PROMESA EN EL FIN

las nubes. El cielo volvía a estardespejado y de nuevo brillaban lasestrellas. Levantó la vista e intentóreconocer las diferencias de que habíahablado Gloria entre el firmamento delnorte y el del sur.

—Ahí está la Cruz del Sur —se oyóde repente una voz masculina a susespaldas.

Asustada, Helena se dio media vuelta.Enseguida reconoció quién hablaba.James llevaba un largo abrigo enceradoy tenía el pelo cobrizo alborotado. Lesonrió alegre, como si le hubierapreparado un buen susto.

—¿De... de dónde vienes? —preguntóella.

Page 587: UNA PROMESA EN EL FIN

—De Kiward Station, por supuesto.—James sonrió—. He salido estamañana muy temprano. Tenía ganas dedisfrutar un poco de la auténtica bajadade las ovejas. Hacerla solo desde laavioneta es aburrido.

Helena arrugó la frente. Recientementele había parecido oír todo lo contrario.

—Vaya, ¿no te alegras de verme? —preguntó James—. Te dije que ya teencontraría.

—Tampoco ha sido tan difícil —respondió Helena, y enseguida searrepintió. ¿Por qué tenía que sersarcástica? Pero era una situaciónextraña, como si James estuvieraflirteando con ella—. ¿No pasan

Page 588: UNA PROMESA EN EL FIN

siempre la noche aquí vuestrostrabajadores?

El joven hizo una mueca.—¡Está bien, me has pillado! —

admitió sonriendo—. ¿Te gusta llevarlas ovejas? Bueno, cuando no llueve. —Helena vio que el abrigo enceradobrillaba a causa de la lluvia. ¿Por quéhabía ido a pesar del mal tiempo? ¿Lohacía así cada año?—. ¿Te gustan lastiendas húmedas y frías, las cabañas conhumo que se van enfriando a medida queavanza la noche hasta que uno se levantacongelado y sin haber pegado ojo conlos ronquidos de los demás? —Le hizoun guiño y Helena entendió que estababromeando—. ¿Precisamente estas

Page 589: UNA PROMESA EN EL FIN

noches en plena naturaleza de las quemis padres no dejan de alabar?

Helena no sabía cómo reaccionar—A mí me gustan... las estrellas... —

respondió con una evasiva.James asintió y se acercó a ella.—Entonces miremos qué tenemos

arriba... —Con aparente indiferencia einterés puramente científico contemplóel cielo. El corazón de Helena se puso alatir más deprisa. Sentía una mezcla dealegría y miedo—. La Cruz del Sur,como ya hemos dicho —empezó aenumerar James—. ¿La reconoces?Cinco estrellas luminosas que formanuna cruz. Al menos así las vieron losmarinos cristianos. Los maoríes creen

Page 590: UNA PROMESA EN EL FIN

reconocer allí una canoa. También estárepresentada en la bandera de NuevaZelanda, ¿lo sabías?

Como por azar, James colocó la manoen el hombro de Helena. El contacto lahizo estremecerse. Poco tiempo antes sehubiera apartado enseguida, pero ahorase sorprendió a sí misma deseandoestrecharse contra el joven. No hizoninguna de las dos cosas, se quedóquieta y trató de concentrarse en lasexplicaciones de James, hasta que derepente un perro empezó a ladrar y losdemás lo acompañaron. Ainné, queestaba vigilando las ovejas con los otrosperros, debía de haber oído la voz de suamo y contagiado con su alegría al resto.

Page 591: UNA PROMESA EN EL FIN

Corrió hacia él y le saltó encimagimiendo. James saludó a la perra, peroHelena tuvo la sensación de que noestaba tan contento como de costumbre.¿Por qué sería?

De la cabaña salió un ladrido.Algunos hombres dejaban que los perrosdurmieran con ellos y había otros colliesen el establo, con los caballos. Todos sesumaron a los ladridos del exterior ypoco después apareció Gloria ante laentrada. El haz de la linterna iluminó elrostro de Helena.

—¿Helena? —preguntó alarmadaGloria—. ¿Ha pasado algo? Losperros...

La joven se sintió como si la hubieran

Page 592: UNA PROMESA EN EL FIN

atrapado in fraganti. Y eso que no habíahecho nada malo. No tenía queavergonzarse de su vestimenta. Comotodos los demás, se había acostado conla ropa puesta. Por otro lado, era denoche y a su lado estaba James. Gloriadebía de pensar que había salido aescondidas por su causa.

—¡James! —Gloria reconoció en esemomento a su hijo—. ¿Qué haces túaquí?

Estaba visiblemente sorprendida.Estaba claro que el muchacho no habíaregresado a caballo en los añosanteriores.

—Yo... esto... he pensado que podíaechar una mano...

Page 593: UNA PROMESA EN EL FIN

Frente a su madre, desapareció laanterior seguridad en sí mismo. Por lovisto, no se había tomado la molestia depensar cómo iba a explicar su aparición.

—¿Con un caballo cansado que hapasado la noche galopando? —El haz dela linterna se posó en el castrado bayo,cubierto de sudor y todavía jadeante.Estaba atado a un árbol—. ¿Y del que tehas olvidado totalmente al ver a estamuchacha? —El tono de Gloria erasevero. Daba mucha importancia a loscaballos—. Bien, lleva a Kenan alestablo, cepíllalo, dale de comer comoes debido y luego búscate un lugardonde dormir. —Observó cómo Jamesse acercaba al animal, lo desensillaba y

Page 594: UNA PROMESA EN EL FIN

se echaba la silla al hombro paradirigirse a la cabaña—. ¡En una tienda,hijo! —ordenó su madre.

—No... no hemos hecho nada malo —se justificó Helena a media voz—.Solo... solo estábamos mirando lasestrellas.

—Cuyo brillo, como es sabido, puedeser engañoso —replicó Gloria—. Ahoraentra, mañana nos tenemos que levantartemprano.

Page 595: UNA PROMESA EN EL FIN

4

Tras el encuentro nocturno con James,Helena tenía mala conciencia. Casi nose atrevía a mirar a Gloria a los ojos,aunque no tenía nada de queavergonzarse. Pero a ella le importabamucho el afecto de los McKenzie. Noquería que Gloria y Jack pensaran que

Page 596: UNA PROMESA EN EL FIN

ella iba detrás de su hijo. Al menos enPolonia hubiera caído en desgracia,estando embarazada y soltera. En su paísnatal, tan sumamente católico, nadiehabría creído sin más la historia de laviolación y el chantaje. Le costabaentender que los Biller y los McKenzienunca hubiesen dudado de ella. Pero siahora la sorprendían de noche encompañía de un joven...

Preocupada, en las semanas siguientesse mantuvo alejada de James. Ahoratambién se cansaba antes y utilizaba esocomo excusa para trabajar menos en elestablo y más en casa. De ese modo sepresentaban menos ocasiones de estar asolas con el joven.

Page 597: UNA PROMESA EN EL FIN

Además, pronto sería Pascua y Moanavolvería a su marae procedente deDunedin. El primer día de su llegadavisitó a Gloria y su familia con unademanda especial. Helena estabasentada con ellos y escuchó cómo laentusiasta maorí explicaba a James elproyecto de carrera al que queríadedicarse en los meses que faltaban paralas vacaciones de invierno. Parallevarlo a término la habían liberado desus obligaciones en el seminario demaestras. Iba a convertir en escuela unaantigua casa de reuniones del marae.Estaba vacía desde que la tribu vivía engrupos familiares más reducidos y encasas particulares. Los ojos de Moana

Page 598: UNA PROMESA EN EL FIN

brillaban al tiempo que ella acentuabasus palabras gesticulando grácilmente aldescribir sus planes.

—He pensado que me ayudarías arenovarla, James. Está un pocoabandonada, pero el estado en que seencuentra es bueno, solo se necesitaunos toques para embellecerla. Un parde detalles, un par de cubos de pintura...Todavía no sé cómo lo financiaré, peroya se me ocurrirá. A lo mejor laparroquia dona algo, o Koua se muestrageneroso...

Gloria y James pensaron lo mismo:consideraban inverosímil tanto una cosacomo la otra.

—¿Hay... niños suficientes para abrir

Page 599: UNA PROMESA EN EL FIN

una escuela? —preguntó Helena,esforzándose por mostrarse interesada.

Había visto niños jugando durante lavisita al marae, pero una escuela seguroque exigía algo más que una casarenovada a medias. Se necesitaríanlibros y profesores. En su opinión, ungasto así solo merecía la pena si habíamuchos niños.

Moana se apartó la larga melena porencima del hombro. Helena notó unapunzada de celos. Incluso ese simplegesto resultaba sumamente elegante enaquella joven.

—Creo que sí —respondió Moana—.Tenemos muchos más hijos que lospakeha, la escuela de Haldon estaría a

Page 600: UNA PROMESA EN EL FIN

reventar si todos asistieran allí.Además, no estoy pensando en unaescuela clásica, sino más bien en... um...cursos de vacaciones o clases de tarde.Como apoyo a la escuela normal o comorefuerzo para los niños que hacennovillos... Empezaré ahora y más tarde,durante las vacaciones, daré clases.También vendrán unas compañeras deDunedin para ayudarme. La formaciónde los maoríes es importante, elgobierno apoya proyectos de este tipo.

—Cabe plantearse si los niñoscomparten tu entusiasmo —intervinoGloria. A ella misma no le había gustadoir a esa escuela—. Asistir a clase seríaa fin de cuentas algo voluntario.

Page 601: UNA PROMESA EN EL FIN

Moana asintió sonriente.—¡Los niños vendrían! Sería

totalmente distinta de la escuela deHaldon. No enseñaríamos solo lasasignaturas normales, sino también artemaorí, a confeccionar cometas, a tejer,trenzar y cultivar un huerto... Haríamosmúsica y danza... Cosas que les gusten.Y cuando leamos o contemos historias,serán las historias de nuestro pueblo.Nada de literatura pakeha que no tienenada que ver con la realidad de losniños. Tal como se hacen las cosasahora, no se avanza. La mitad de losniños del marae apenas saben leer niescribir.

Helena recordó que también James

Page 602: UNA PROMESA EN EL FIN

había mencionado algo similar en unaocasión. Los niños maoríes no se sentíana gusto en la escuela de Haldon y sesaltaban las clases siempre que podían.Pretextos no les faltaban: tenían un largocamino desde O’Keefe Station hastaHaldon, las asignaturas no lesinteresaban y los niños pakeha losdejaban de lado. Desde el principioexistía rivalidad entre los grupos, perocuanto más faltaban los maoríes a laescuela, más oportunidades tenían losalumnos blancos de burlarse de ellos ydenigrarlos. Los profesores losapoyaban a veces, buscando avivar laambición de los maoríes. Naturalmente,eso no funcionaba, más bien obraba el

Page 603: UNA PROMESA EN EL FIN

efecto contrario: los maoríes no iban ala escuela.

Los profesores intentaban una y otravez hablar con los padres, pues enNueva Zelanda la escuela eraobligatoria. Pero a los maoríes lesimportaba bien poco que sus hijosasistieran o no a clase.Tradicionalmente, no se forzaba a losniños a hacer nada y solo unos pocospadres se daban cuenta de lo importanteque era aprender a leer y escribir. Devez en cuando la administración de laescuela intervenía, mandaba inspectoresy amenazaba a los maoríes con quitarlesa sus hijos si no los enviaban a laescuela. De hecho, décadas antes, los

Page 604: UNA PROMESA EN EL FIN

blancos con frecuencia obligaban a losniños maoríes a que ingresasen enhospicios o internados para alejarlos deuna cultura tribal que les parecíaperjudicial. Pero en la actualidad ya nohabía necesidad de ello. En el gobierno,nadie tenía miedo de los letárgicosmaoríes que vivían en pequeñassociedades tribales. Como consecuenciade ello, ya nadie cargaba con lasmolestias ni con los costes dearrebatarles a los hijos para encerrarlosa la fuerza en algún lugar. Los padresmaoríes lo sabían muy bien y se tomabancon indiferencia las amenazas de losprofesores y los inspectores. Al final,asentían, se despedían cortésmente y

Page 605: UNA PROMESA EN EL FIN

dejaban a los niños a su aire. Estoenfurecía a Moana.

—¿Verdad que me ayudarás cuandoreúna el dinero, James? —preguntaba enese momento—. ¿Y tú también, Helena?—Se volvió amablemente hacia la joven—. Sí, ya sé que no deberías subir másescaleras... —Moana señaló sonriente elvientre apenas hinchado de la jovenembarazada y esta enrojeció— peropintar un poco... las mesas y bancos quetal vez James nos haga... Espero quetambién colaboren un par de chicos ychicas del pueblo.

Helena se mordió el labio. Sehorrorizaba solo de pensar que, con elaspecto que ahora tenía, iba a dejarse

Page 606: UNA PROMESA EN EL FIN

ver ante un grupo de gente joven. Seguroque todos hablarían de ella y haríanconjeturas sobre el padre del niño. Yapodían decirle los McKenzie todo loque quisieran sobre que entre losmaoríes todo era distinto. Ella apenas sedejaba ver por Haldon. Por supuesto,llevaba siempre su alianza y casi todosconocían la historia de su marido. Sinembargo, le resultaba un asuntodesagradable.

—No es que tenga mucho talento parala carpintería —arguyó James, pero nosonó del todo sincero. Ya sabía que loharía. Los encantos de Moana habríanestimulado a cualquier hombre a cogerclavos y martillo.

Page 607: UNA PROMESA EN EL FIN

Más difícil parecía reunir fondos parael proyecto. La recogida de donativos enla congregación fue un fracaso. GloriaMcKenzie apoyó la iniciativa con elreverendo de la iglesia anglicana y elsacerdote pronunció una hermosaprédica sobre el amor al prójimo y laayuda al autodesarrollo. Pero al final, enel cepillo no encontraron más que un parde chelines y en la plaza de la iglesia elambiente era tan hostil que Moanarenunció a llevar a término otras ideaspara promocionar el proyecto, como unpicnic de la comunidad, un puesto depasteles o un mercadillo. Los miembrosde la congregación opinaban que laescuela local ya proporcionaba las

Page 608: UNA PROMESA EN EL FIN

clases adecuadas y que la escueladominical estaba también abierta atodos. Si los maoríes no aprovechabanesta oferta educacional, era suproblema. A ningún habitante de Haldonle sobraba «una salchicha de más» paranadie, como lo expresó Bernard Tasier,el propietario de la ferretería.

—¡Y encima ahí les enseñan esascosas paganas! —exclamó con recelo laseñora Boysen al tiempo que lanzabauna mirada de reproche al reverendo—.Tradiciones y técnicas culturalesmaoríes... ¿Qué se supone que es eso?

—¡Pues qué va a ser! —se mofóTasier—. ¡Hacer lanzas y ahumar lascabezas de los enemigos! «Las tribus

Page 609: UNA PROMESA EN EL FIN

deben llegar a tomar de nuevoconciencia de sí mismas...» ¡Solo deoírlo! ¿Para que vuelvan a empezar acortar las cabezas de sus vecinos o aentablar juicios para quitarles sustierras?

Los aldeanos asentían convehemencia. Encontraban lo uno tanmalo como lo otro. Y eso que lasguerras maoríes no habían afectado paranada la Isla Sur. Era cierto que losindígenas habían protestado porque leshabían expropiado injustamente sustierras, pero los conflictos se habíandecidido en los tribunales. GwyneiraMcKenzie no había sido la única quehabía tenido que pagar una

Page 610: UNA PROMESA EN EL FIN

compensación a las tribus.Helena supuso que al final los

«donativos» que financiarían el proyectode Moana saldrían sobre todo de losbolsillos de las familias McKenzie yBiller. Gloria mencionó los planes deMoana en una conversación telefónicacon su prima Lilian y enseguida llegó ungeneroso cheque. Así pues, la compra dematerial para la rehabilitación dejaba deser un problema. La joven maorí todavíatenía que encontrar a gente que sepusiera manos a la obra. En el pobladohalló tan poco interés como en Haldon.Salvo James y Helena, a quien tambiénGloria sugirió que colaborara, ante locual ella enseguida abandonó su

Page 611: UNA PROMESA EN EL FIN

resistencia, no encontró ningún ayudanteregular para la renovación. De vez encuando pasaba por ahí algún anciano ouna anciana que ofrecía su ayuda paraenseñar a los niños a tejer o trenzar, lospadres de los niños se manteníanindiferentes. Tampoco Koua, el jefetribal, apoyaba el proyecto, más bien seburlaba de él. Dado su desamparo,Moana utilizó al final sus encantosfemeninos. Engatusó a uno o dos jóvenespara que le construyeran un par debancos para la escuela. Pero no podíadisimular del todo su desinterés hacialas insinuaciones de Hare y Koraka. Losjóvenes también tenían que percatarsedel motivo de inquietud de Helena:

Page 612: UNA PROMESA EN EL FIN

Moana solo tenía ojos para James.La situación mejoró un poco, cuando

llegaron dos estudiantes de Magisteriode Dunedin. Ambas eran tan activas yestaban tan comprometidas en esaempresa como Moana, y tambiéndescendían de maoríes. Colaboraronentusiasmadas en las reparaciones ypocos días después incluso empezaron adar clases. Laura se encargó de enseñara los niños a hacer utensilios sencillos ya cantar canciones divertidas y Janet lescontaba historias de dioses y héroesmaoríes y les hacía representar luegoalgunas escenas.

Moana confeccionaba cometas con lospequeños. Las remontarían a finales de

Page 613: UNA PROMESA EN EL FIN

mayo, cuando aparecieran las Pléyadesen el cielo nocturno y los maoríescelebraran matariki.

—Los manu son intermediarios entreel cielo y la tierra —les explicaba a losniños.

A Janet se le ocurrió que los alumnosescribieran sus deseos a los dioses.

—Así los podréis enviar después convuestros manu al cielo —indicó.

Por primera vez los niños se pusierona escribir llenos de aplicación, yaquellos que todavía no escribían muybien no protestaron cuando Janet lescorregía su caligrafía. Al fin y al cabo,los dioses tenían que poder leer susmensajes.

Page 614: UNA PROMESA EN EL FIN

Moana reía.—El reverendo no estará

entusiasmado, pero aquí el fin justificalos medios.

El entusiasmo de las maestras enciernes y de los niños era tan contagiosoque al final hasta Helena encoló unacometa. Sin embargo, fue incapaz deescribir un deseo. Por un lado, ya nocreía en el Dios de los cristianos, pero,por el otro, durante toda su vida lehabían predicado que no había más diosque Él. Escribir un deseo le parecía unablasfemia. Además, no sabía qué desear.Cualquier intento de contactar conLuzyna había fracasado. Había escritovarias veces a Persia y también a

Page 615: UNA PROMESA EN EL FIN

Polonia una vez el país fue liberado. Elejército soviético había desfilado el 17de enero por Varsovia y habíaorganizaciones que reunían a losrefugiados. Pero no había ni rastro deLuzyna y Kaspar. Helena ya no sabíadónde más acudir. Y pedir protecciónpara su hermana a unos dioses extrañosseguro que tampoco solucionaría grancosa.

También se lo contó a James despuésde que se mostrara asombrado y un pocodecepcionado cuando ella remontó sucometa mucho antes de matariki sinningún mensaje.

—¿Es que no tienes ningún deseo? —preguntó—. ¿Algo que no tenga que ver

Page 616: UNA PROMESA EN EL FIN

con tu hermana? ¿No deseas nada para tio para tu hijo?

Helena reprimió la observación deque lo único que seguía deseando parasu hijo era quitárselo de encima, así quesolo negó con la cabeza. Hacía poco quelo notaba moverse en su seno y deseabasentir algo hacia ese pequeño ser quecrecía en ella y que pronto nacería, perole resultaba difícil. Trataba al menos deno pensar en él ni en su nacimiento ni enlo que ocurriría después.

Mejor concentrarse en la planificaciónde la fiesta del año nuevo maorí que secelebraría en la noche de la primeraluna nueva después de que aparecieranlas Pléyades. Los maoríes veían en la

Page 617: UNA PROMESA EN EL FIN

constelación una madre y sus hijas. Entorno a su llegada había una serie detradiciones, entre otras, confeccionar yremontar las cometas y conmemorar engrupo los sucesos del año anterior. Enrealidad, la tribu tenía que celebrar lafiesta de forma colectiva, pero nuncanadie se había tomado grandesmolestias. A Koua no le importabasalvaguardar las tradiciones y solíafestejar la aparición de las Pléyades conun whisky en lugar de con karakia. Perouna auténtica fiesta de matariki teníaotra parafernalia, y Moana y sus amigasestaban decididas a dar vida esta vez ala tradición tribal para los niños.

—¿De verdad queréis preparar un

Page 618: UNA PROMESA EN EL FIN

hangi? —preguntó Helena a la jovenmaestra Laura.

Las dos planificaban la comida de lafiesta y Laura acababa de contar que,según la tradición de matariki, sepreparaba en hornos de tierra unacomida para todos. Tenía que estar listajusto cuando las estrellas aparecían enel cielo para poderles ofrecer un poco,ya que estaban fatigadas del largo viaje.Alrededor de Haldon, sin embargo, nohabía ningún tipo de actividad volcánicaque pudiera utilizarse para cocer losingredientes. Si pese a ello queríanpreparar un hangi, había que excavarademás un hoyo donde cocer y llenarlode piedras candentes. Eso requería

Page 619: UNA PROMESA EN EL FIN

mucho trabajo y Helena no acababa dever qué sentido tenía, como tampoco selo veía James, a quien había encargadoque organizara cómo cavar el hoyo paracocinar.

—¡Es imprescindible! —exclamóLaura con los ojos brillantes—. Losniños tienen que vivir esta experienciaalguna vez. Naturalmente, depende deque James nos ayude. ¿Lo convencerás,Helena? Os entendéis tan bien...

La joven frunció el ceño. Nocomprendía del todo a qué se refería esecomentario. Si se trataba de cuál de lasmuchachas se avenía mejor con James,Laura debería dirigirse más bien aMoana.

Page 620: UNA PROMESA EN EL FIN

Laura rio cuando ella se lo sugirió.—Creo que él lo ve de otro modo —

objetó en tono travieso—. Pero da igual.Moana ya se ha buscado a alguien quecave el hoyo. Su primo Ropata viene deDunedin para celebrar la fiesta connosotros. Nunca ha festejado unauténtico matariki. Y Janet haconvencido a Rewi para que colabore.Yo misma espero que Koraka también lohaga... Ya ves: ¡a ti te toca ocuparte deJames! Y él es el más importante.¡Seguro que no se emborracha antes demediodía!

De hecho, Helena no tuvo queesforzarse para convencer a James deque colaborara en los preparativos de la

Page 621: UNA PROMESA EN EL FIN

fiesta. Refunfuñó un poco por el hechode que se trasplantaran a la Isla Surtradiciones de la Isla Norte y porque éltenía que cargar con el trabajo pesado,pero las chicas encontraron en Gloria, lamadre del joven, una compañera dearmas.

—¡No tienes que cargar con nada, solohas de cavar! —replicó sonriente a suhijo—. Y yo tampoco he vivido nunca unhangi. Iremos toda la familia al marae,seguro que Jack también coge la pala.¡No seas tan perezoso, James, hasta esposible que encontremos oro!

—Que como es sabido no se come —gruñó el joven—. ¿Quién lo dijo? Unode esos indios americanos, ¿no? Y tiene

Page 622: UNA PROMESA EN EL FIN

razón.—Espero que, ya que hacemos el

esfuerzo, al menos esté bueno —volvióa refunfuñar James cuando acompañabaa Helena al marae con la camionetallena de picos y palas—. Lo mejor esque te ocupes tú de la cocina. Elpuchero que cocinaste cuando bajamoslas ovejas estaba estupendo, y todo loque preparas sabe cien veces mejor quelo que hace la cocinera. Las mujeresmaoríes siempre ahorran en especias. —Helena se ruborizó ante los halagos.Últimamente conversaba poco conJames; después de acabar las obras derehabilitación, él ya no iba cada día a lacasa de reuniones. A ella eso ya le iba

Page 623: UNA PROMESA EN EL FIN

bien. Cuanto más fea se veía al mirarseen el espejo, más evitaba el contacto conel joven—. ¿Y de verdad que no quieresremontar hoy tu cometa? Lo puedo hacerpor ti... si es que te sientes más pesadapara moverte.

Helena volvió a enrojecer, esta vez devergüenza. Podría haber dicho también«deforme». Era finales de mayo yfaltaban seis o siete semanas para elparto.

—¡O les llevo tu carta a los dioses enmi Pippa y la lanzo sobre una nube! —propuso sonriente James.

Ella se mordió el labio. Esos últimosdías todos la exhortaban para que enmatariki pidiera la bendición de los

Page 624: UNA PROMESA EN EL FIN

dioses para el niño, en parte en broma,como Gloria, y a veces en serio, comoJanet, quien adoptaba el papel desacerdotisa en los rituales que Moanaintentaba recuperar. Su abuela habíasido tohunga de los ngati kahungunu, yJanet sentía la vocación. Pero Helena senegaba y justificaba su rechazoremitiéndose a su educación cristiana.Se sentía como una hipócrita, pues lacausa de que no escribiera ningún deseoen un papel no residía en Jesucristo sinoen James. Había estado reflexionandomucho al respecto y al final habíareconocido que el único deseo ardienteque tenía consistía en que el jovenrespondiera al cariño cada vez más

Page 625: UNA PROMESA EN EL FIN

intenso que ella sentía por él. Todavíacreía percibir su mano en el hombro,como la noche en que habían ido arecoger los rebaños. Cada día volvía aexperimentar la magia de ese momentopara decirse inmediatamente que sinduda se lo había imaginado. Después,James ya no había hecho ningún intentomás de acercarse a ella.

En lugar de ello, había intimado cadavez más con Moana durante los trabajosen la casa de reuniones. Helena noquería, pero tomaba nota de todas lasrisas que compartían, de todas lasconversaciones que entablaban y detodas las ayudas que se prestaban.Trabajaban codo con codo y parecían

Page 626: UNA PROMESA EN EL FIN

presentir instintivamente lo que iba adecir o hacer el otro.

También la mañana de la fiesta dematariki, James dejó a Helena parareunirse con el grupo de Moana. Saludóa Ropata, un maorí alto y vestido conropa pakeha, y enseguida se pusierontodos a discutir cómo alimentar el fuegoy luego transportar al hoyo excavado laspiedras que habían reunido el primo deMoana y un par de chicos maoríes.Helena se dio media vuelta y se unió alas mujeres que preparaban la comida.Reka, la joven madre que trabajaba en latienda de la horrible señora Boysen, leentregó un cuchillo y le señaló unmontón de boniatos. Ella misma estaba

Page 627: UNA PROMESA EN EL FIN

trenzando cestos de caña en los que ibana enterrar la comida, aunque no parecíaconfiar del todo en su talento.

—Espero que después no esté todolleno de arena —gimió—. Ahurewa diceque no entra nada en los cestos, pero mecuesta imaginarlo. Si por mí fuera, yohabría puesto simplemente una cazuelaal fuego. También es algo muytradicional...

—Pensaba que antes de que llegaranlos pakeha —objetó Helena— noteníais cazuelas.

Reka levantó la jarra de cerveza de laque bebía mientras trenzaba.

—¡Tienes toda la razón y más! —dijosonriendo—. ¡Así que muchas gracias,

Page 628: UNA PROMESA EN EL FIN

pakeha! ¡Menos mal que existís!Al igual que Reka, los demás hombres

y mujeres maoríes pasaron todo el díabebiendo cerveza y whisky, de modoque el ambiente ya estaba bastanteentonado en el marae cuando el sol sepuso. Moana y las otras estudiantes deMagisterio se alegraban de que la nochefuera a ser clara y reunieron a losalumnos y sus cometas junto a lashogueras, que ya estaban encendidas.

Dos ancianos se habían sentado allí ycontemplaban las estrellas, y Moana sepercató dichosa de que todavía estabanlo suficientemente sobrios parahablarles de ellas a los niños. Ahurewa,la comadrona del poblado, contó una

Page 629: UNA PROMESA EN EL FIN

emocionante historia al respecto. Cadaaño, dijo, el sol pedía ayuda a la estrellamadre Whanui. Estaba agotado, Whanuiy sus hijas debían echarle una mano paraque el invierno no fuera demasiadoduro. Entonces Whanui reunía a sushijas. Si colaboraban de buen grado ybrillaban con intensidad, el inviernosería breve y se podría sembrar antes.Pero si permanecían apagadas yenfadadas, el invierno tardaría más enpasar.

Helena escuchaba las leyendas acercadel viaje de las estrellas tan fascinadacomo los niños y se quedó impresionadacuando, al final, las Pléyadesaparecieron luminosas en el cielo

Page 630: UNA PROMESA EN EL FIN

nocturno de las llanuras.—¡Un invierno breve y benigno! —

exclamó Ahurewa, señalando laconstelación—. Podremos sembrarpronto y tendremos una buena cosecha.

La joven polaca se preguntó hasta quépunto sembraban y cosechaban en laactualidad los ngai tahu. Salvo por unospocos huertos descuidados junto a lascasas, los maoríes de O’Keefe Stationno cultivaban nada. Aun así, asintió y seunió a la canción que entonaban lasmaestras en ciernes y los niños en esemomento.

Ka puta Matariki ka rere Whanui.Ko te tohu tene o te tau e!

Page 631: UNA PROMESA EN EL FIN

(¡Matariki ha vuelto! Whanui guía suvuelo.

¡Comienza el año nuevo!)

Los ancianos se mostraban menoseufóricos y empezaron a llorar. Moanales había pedido que recitasen losnombres de los muertos del pasado añocuando apareciera la constelación yllorasen su desaparición una vez másantes de darlos definitivamente porperdidos para la tribu y empezar unanueva vida. Los niños también debíanconocer este ritual. Las mujeres hicieronlo que se les pedía, pero el ritual fuebreve.

—En realidad, el año pasado no muriónadie —le confió a Helena una mujer

Page 632: UNA PROMESA EN EL FIN

mayor—. Salvo Peta, que se emborrachóhasta caer muerto. Pero no era de aquí,venía de Kaikoura...

En el momento en que el firmamentoestrellado se mostraba en todo suesplendor, Moana, Laura y Janetinvitaron a los alumnos a remontar suscometas, y los niños y niñas lo hicieroncon orgullo. Helena esperaba que lospadres y los otros miembros de la tribuno estuvieran demasiado bebidos yadormecidos para no elogiar su tenaztrabajo manual. Muchos pequeñoshabían trabajado en sus manu durantedías, las habían pintado y decorado conconchas y plumas siguiendo lasinstrucciones de James y Moana.

Page 633: UNA PROMESA EN EL FIN

Y ¿dónde estaría James? Hacía muchorato que Helena no lo veía. Entoncessupo por qué. Oyeron un leve sonido demotor que fue aumentando de volumen, yluego también ella reconoció las lucesde posición que se movían como losojos brillantes de una cometa en elcielo. ¡James buscaba su propia unióncon las estrellas! Su Pippa sobrevoló ellugar donde se celebraba la fiesta a bajaaltura, aunque lo suficientementeapartado de las cometas de los niños. ¡Y,para asombro de los niños y fascinacióngeneral, arrastraba una cometa detrás!Helena reconoció una manu paakau conla forma de alas, ¡pintada con suscolores favoritos!

Page 634: UNA PROMESA EN EL FIN

—¡Es la tuya! —gritó una niñita—.¡Mira, Helena, vuela más alta que lasdemás!

Helena también la reconoció en esemomento. ¡James hacía volar su cometa!Agitó la mano junto a los niños parasaludarlo.

—Y ahora entonemos otra vez lacanción de las cometas para que James,Pippa y la cometa de Helena la oigandesde ahí arriba —exhortó Moana a suspupilos.

Helena volvió a sorprenderse de lomuy segura que debía de estar del amorque se tenían ella y James, ya que no leimportaba que su novio hiciera volar lacometa de otra mujer...

Page 635: UNA PROMESA EN EL FIN

Al final, el joven aviador aterrizó elPippa en la carretera de acceso alpoblado maorí y se acercó sonriente a lafiesta. Había recogido la comenta deHelena a su debido tiempo y se ladevolvía.

—Ten. Hoy tenía simplemente quevolar para conversar con los dioses. —Sonrió.

—¿Y qué te han dicho? —preguntóRopata antes de que Helena pudiesecontestar.

Le tendió una jarra de cerveza aJames. Era la primera de la noche paraambos hombres. Ni James ni el primo deMoana habían probado el alcohol desdeel inicio de la fiesta. Por el contrario, el

Page 636: UNA PROMESA EN EL FIN

jefe de la tribu, Koua, que se hallaba allado de su sobrino y que seguramentehabía estado conversando sobre lafamilia de Dunedin, ya se encontrababastante ebrio.

James brindó con ambos complacido.—En el fondo, lo que dice la radio —

contestó, guiñando el ojo a Koua—.Será un buen año. Por fin reina la paz enel mundo... —En efecto, Alemania habíacapitulado, la guerra había terminado—.Muchas personas que fueron expatriadaspodrán volver a sus hogares... —Helenase mordió el labio. ¿Era por ella?¿Quería enviarla de vuelta a Polonia?—.Muchos parientes que se habían perdidovolverán a encontrarse... —En ese

Page 637: UNA PROMESA EN EL FIN

momento se volvió hacia Helena—. Ylos niños nacerán en un mundo mejor.Ten, esto es lo que me han dado losdioses para ti. —Le tendió un hei tiki dejade a la joven.

Helena lo cogió dando las gracias.—Yo... yo ya tengo uno... —murmuró

confusa.James sonrió.—Pero tu hijo todavía no —replicó—.

¿Y quién podría protegerlo mejor que laMadre Tierra y el Padre Cielo.

Cuando Helena observó más de cercala figurilla reconoció a dos diosesfundidos en un íntimo abrazo.Papatuanuku y Ranginui, los primerospadres del mundo.

Page 638: UNA PROMESA EN EL FIN

5

Los planes que Moana había urdido entorno a matariki salieron bien en todoslos aspectos. Fue una fiesta perfecta.Naturalmente, Koua y la mayoría de losdemás maoríes estaban borrachos, peroantes se interpretó música, hubo risas yse bailó como en tiempos pasados.

Page 639: UNA PROMESA EN EL FIN

Moana y sus compañeras se ocuparon deque sus pupilos ya llevaran tiempodurmiendo en el dormitorio común —pasar la noche juntos en la escuela erapara ellos otro de los puntos principalesde la fiesta— antes de que lacelebración se desmadrara. LosMcKenzie y Helena también semarcharon temprano, ni siquieracomieron. El calor del hoyo paracocinar no había sido suficiente paraasar del todo la carne, que todavíaestaba algo cruda cuando los hombres ladesenterraron. Reka había decididoponerlo todo en una cazuela y prepararun puchero, pero hasta que estuvo listopasó una hora más y luego, como ella se

Page 640: UNA PROMESA EN EL FIN

había temido, los comensales notaban laarena entre los dientes. La caña de loscestos se había deformado con el calor yal desenterrarlos había entrado tierra.De todos modos, los niños estabanencantados y los borrachosprobablemente no se habían dado cuentade nada, pero Gloria y Jack sedispusieron a partir. Aunque en KiwardStation no había cena preparada, en lanevera tenían queso y fiambres, y cadadía se hacía pan. James sonrió socarróncuando Helena mordió con ganas unbocadillo.

—¿Entendéis ahora por qué es mejorno enterrar la comida antes decomérsela cuando no se vive al lado de

Page 641: UNA PROMESA EN EL FIN

un volcán? —dijo.Gloria arqueó las cejas.—Era una prueba —respondió.Jack rio.—Además no se puede generalizar —

añadió, apoyando a su esposa—. EnEuropa, algunos tipos de queso muyvalorados maduran en agujeros, bajotierra.

James puso los ojos en blanco. Helenaintentó no mirarlo. Seguía pensando enla cometa... el regalo para su hijo... ¿Eraposible que ella le interesase? ¿O acasosolo buscaba poner celosa a Moana?Probablemente, a James no le habíagustado que la joven pasara todo el díacon su primo de Dunedin. Por la noche

Page 642: UNA PROMESA EN EL FIN

había bailado alegremente con Ropata.Era evidente que el joven estabaenamorado de su prima, eso no se podíapasar por alto. James probablemente sehabía dado cuenta durante el día y habíareaccionado. Helena, en cualquier caso,decidió seguir manteniéndose apartada.Le dolería demasiado hacerse ilusionesy luego sufrir una decepción o ponerseen ridículo.

Así pues, Helena siguió ocupándosemás de la escuela. Vigilaba a los niños,hablaba en inglés con ellos y aprendía asu vez algunas palabras en maorí. Deese modo se cruzaba menos con Jamesque cuando ayudaba en la cocina o los

Page 643: UNA PROMESA EN EL FIN

corrales de Kiward Station. Moana y lasotras maestras estaban sumamentecontentas de su ayuda. Al final, elproyecto resultó todo un éxito. Cadamañana Janet reunía a los niños quehacían novillos e intentaba recuperar laclase perdida, y por la tarde reinaba unagran actividad. Las futuras maestrasayudaban a hacer los deberes que habíaque presentar en la escuela regular eimpartían clases de bricolaje, música ylectura. Y un día, poco después dematariki, sucedió algo inesperado: juntoa los niños maoríes, en los pupitres dela casa de reuniones se sentaron niños yniñas blancos.

—¡Yo también quiero hacer una

Page 644: UNA PROMESA EN EL FIN

cometa! —declaró un niño pequeño.Helena reconoció a Marty Tasier, el hijodel dueño de la ferretería.

—¡Y yo quiero bailar! —saltó unaniña. Una pequeña maorí enseguida leenseñó un par de pasos sencillos altiempo que balanceaba las poi poi. Seveía que estaba orgullosa: por fin sabíahacer algo mejor que los pakeha.

—¡Es más de lo que me esperaba! —se alegró Moana—. Ni en mis sueñosmás atrevidos había contado con queasistieran niños pakeha. Cómo no, sonbien recibidos. Por fin naceránamistades entre ellos y nosotros losmaoríes.

En efecto, los pequeños pakeha

Page 645: UNA PROMESA EN EL FIN

enseguida aprendieron sus primeraspalabras en maorí. Aplicadamente,cantaron haka y representaron y bailaronlas historias que se describían en ellos.James donó su viejo balón de rugby yMoana explicó a los niños que, aunqueese era un juego pakeha, tenía muchoselementos comunes con el juego maoríki o rahi. Un anciano todavía recordabacómo atrapar el balón y se lo enseñó alos niños. Su esposa atrajo el interés deotros hacia el arte de tejer y les explicólos motivos tradicionales de las tribus.

Todo iba de maravilla hasta que, unosdías después, los primeros padres de losniños pakeha descubrieron dóndepasaban últimamente las tardes sus

Page 646: UNA PROMESA EN EL FIN

Martin, David, Jane y Elisabeth. Loshabitantes de Haldon no mostraronmucho entusiasmo ante las escapadas desus hijos al mundo maorí. Algunos sequejaron al profesor de Haldon y alreverendo y se personaron en el pobladopara recoger a sus hijos. Muchos secomportaron con grosería, como siMoana, Janet, Laura y Helena hubiesenraptado a sus pequeños, o como si almenos los hubiesen animado adesobedecer a sus padres.

Las maestras en ciernes soportaronestoicamente su cólera, intentaron darlesexplicaciones y tranquilizarlos. Estabanlo bastante seguras de sí mismas comopara no dejarse impresionar por

Page 647: UNA PROMESA EN EL FIN

comentarios desagradables. Helena, porel contrario, tenía miedo de hombrescomo Bernard Tasier. Sus gritos yamenazas le recordaban a los vigilantesdel campo de internamiento ruso, y Jacky Gloria reafirmaron sus temorescalificando a Tasier de nazi. Durantetoda la guerra había apoyado laideología nacionalsocialista. Helena sedisgustaba cada vez que el hombretrataba a los maoríes de sucios salvajesy alevosos cazadores de cabezas conquienes su hijo no tenía que jugar deninguna manera, y en realidad estotendría que haberle dado fuerzas paracontradecirlo. Pero prevaleció el miedo.No podría seguir con la escuela cuando

Page 648: UNA PROMESA EN EL FIN

Moana, Janet y Laura volvieran aDunedin. Y su despedida era inmediata.

La dirección del seminario habíarespaldado su proyecto para una mejorintegración de los indígenas en lasociedad moderna, pero las tres teníanque redactar un informe sobre susexperiencias antes del final delsemestre. Todavía había exámenes antesde las vacaciones de invierno y lasmuchachas tenían que recuperar lasmaterias que habían dejado de ladomientras trabajaron en este proyecto.Eran conscientes de que debíanmarcharse, pero las entristecía dejar alos niños. El día anterior a la partidainsistieron a Helena para que al menos

Page 649: UNA PROMESA EN EL FIN

los ayudara por las tardes a hacer losdeberes de la escuela. Ella les habríahecho ese favor de buen grado, pero lahostilidad de los habitantes de Haldon lasuperaba. Tampoco podía contar con laayuda de Koua. El jefe y la mayoría delos miembros del marae toleraban laescuela, pero no iban a arriesgarse porella.

—No sé... pronto nacerá mi hijo... —intentó pretextar cuando volvieron ahablar del tema—. Todo junto meresultará demasiado cansado...

Ella misma sabía que no era unargumento sólido. Pese a que solofaltaban unas pocas semanas para elparto, parecía decidida a seguir

Page 650: UNA PROMESA EN EL FIN

viviendo como hasta el momento. Seguíayendo a caballo, aunque tenía quesubirse a una silla para sentarse a lomosdel animal y hacía tiempo que no podíaabrocharse los pantalones de montar.Así que pedía prestados los jerséisanchos que Gloria solía llevar paratrabajar; escondían la cuerda con quesujetaba los pantalones alrededor de suahora inexistente cintura.

—¿No debería cansarte más montar acaballo? —receló Laura—. ¡No parecesmuy preocupada por tu hijo! Como tecaigas...

—Yo no me caigo —replicó Helenatranquilamente. En efecto, en los últimosmeses había aprendido a montar de

Page 651: UNA PROMESA EN EL FIN

manera aceptable y, además, salía conun caballo muy tranquilo—. Y MissGloria me ha dado permiso...

Estaba orgullosa de eso. Esa mañana,por primera vez, había salido a caballosin compañía después de que Gloria lahubiese animado a hacerlo. Para ella eracomo si la hubiesen armado caballero.Admiraba a la madre de James y suselogios siempre la alegraban. Además,Gloria era la única que no hablabaconstantemente con ella sobre el niñoque iba a nacer. Las conversacionesentre ambas giraban en torno alfuncionamiento de la granja, los perros ylos caballos. Gloria era una criadora deanimales de pura cepa y podía pasar

Page 652: UNA PROMESA EN EL FIN

horas hablando de cachorros y potros.Seguro que se interesaba por cualquierrecién nacido, pero si Helena no queríahablar de su embarazo, lo aceptaba ytambién dejaba que fuese la propiajoven quien determinara lo que queríahacer y lo que no.

—Seguro que cuando estaba encinta,Miss Gloria montó hasta el último día...—aventuró Janet, que no se sentía deltodo a gusto con la madre de James. Eraabierta y dicharachera, y ademássumamente femenina. La manera de serde Gloria, a menudo áspera y cerrada, ysu indumentaria masculina ladesconcertaban.

—Y luego colocó a James en el cesto

Page 653: UNA PROMESA EN EL FIN

de los cachorros de su perra al noencontrar a nadie que cuidase de él —dijo Moana, desvelando una de lasleyendas de la familia McKenzie. Perono sonrió, también ella parecíadesaprobar la forma despreocupada conque la matriarca trataba el embarazo y laeducación infantil—. ¡Tú no tienes quehacer lo mismo, Helena! —añadió en untono severo—. Sé que quierescomplacer a Miss Gloria, pero no esnecesario que llegues tan lejos comopara montar a caballo poco antes delparto. ¡Es mejor que sigas con laescuela! Ayudar a los niños a hacer losdeberes es menos cansado que montar acaballo.

Page 654: UNA PROMESA EN EL FIN

Helena no hizo comentarios.Personalmente, encontraba máspeligroso el trato con el iracundoBernard Tasier que el contacto con lamansa yegua Megan. Se había pedido elcaballo más tranquilo y seguro delestablo de Gloria. Aunque hacía tiempoque ya no quería abortar, seguía en sustrece: ese niño no sería bien recibido ensu vida. Cuando hubiera nacido, seocuparía de él y cumpliría susobligaciones como siempre había hecho,salvo el día que traicionó a Luzyna. Sitenía que ser, se sacrificaría por el niño.Pero mientras fuera posible, lo ignoraba.

Un día, cuando Moana y sus amigas yase habían ido abatidas, Gloria

Page 655: UNA PROMESA EN EL FIN

McKenzie sacó el tema del parto.—Tendremos que buscar a una

comadrona, Helena —anunció cuando lafamilia estaba sentada junto a lachimenea. El invierno ya había hechopresa de las llanuras, llovía y hacía unfrío penetrante. Helena se sonrojó. Laavergonzaba hacer planes para elnacimiento delante de los hombres, peroJames siguió hojeado una revista deaviadores y Jack continuó fumandotranquilamente su pipa—. Yo teaconsejaría a Ahurewa. El marae estámucho más cerca de aquí que Haldon, sies que hay que darse prisa, y Ahurewatiene mucha experiencia. Ha traído almundo muchos más niños que la señora

Page 656: UNA PROMESA EN EL FIN

Friedman. —Esta era la comadrona yenfermera de Haldon.

—Si es que no está borracha —observó Jack. También Helena se habíafijado en que la anciana Ahurewa solíallevar una botella de whisky.

Gloria negó con la cabeza.—Aun borracha sigue siendo mejor

comadrona que la señora Friedmansobria —opinó—. Puedes confiar enella, Helena.

—Y si hay complicaciones tellevaremos al hospital —intervinoJames. También él parecía haber estadopensando en el asunto—. Tendrépreparado a Pippa. En el peor de loscasos, ¡en un cuarto de hora estaremos

Page 657: UNA PROMESA EN EL FIN

en Christchurch!—¿Y aterrizarás en Manchester

Street? —terció burlona Gloria—. ¿Otiene que saltar ella en paracaídas? Note asustes, Helena. Eres joven y estássana, seguro que todo va bien.

La muchacha asintió indiferente.Durante toda la conversación tenía lasensación de que hablaban de otramujer, no de Helena Grabowski, lasensata hija de unos padres católicos dePolonia, para quienes habría sidoinconcebible que una mujer se quedaraembarazada sin quererlo y sin marido.De vez en cuando todavía pensaba endespertar un día de esa pesadilla, volvera estar delgada y moverse con facilidad

Page 658: UNA PROMESA EN EL FIN

en lugar de andar bamboleándose comouna ballena fuera del agua.

—Ah, sí, y uno de vosotros dosdebería ir a buscar la cuna al desván.

Esa noche, Gloria parecía decidida aplanificar con todo detalle el asunto«bebé». Helena le estaba agradecida pormantenerse siempre objetiva. Cuando setrataba de bebés, Laura y Janet solíanemitir arrullos de entusiasmo. Helena nosentía esa emoción. Veía que todo teníaque estar preparado para el niño, perono disfrutaba al pensar en buscar ropa yuna cuna para el bebé. De hecho,tampoco tenía que preocuparse de ello.En Kiward Station había todo lonecesario para la canastilla. La cuna que

Page 659: UNA PROMESA EN EL FIN

Jack dejó en la habitación de Helena aldía siguiente había sido hecha en su díapara Gloria: una camita con dosel demarquetería y bellamente trabajada,guarnecida con un juego de puntillas yvolantes. Helena la encontró digna deuna princesa y Jack le dio la razónriendo.

—Así se lo imaginaron también Kuramaro tini y William. El padre de Gloriala consideraba una princesa que un díatendría el mundo a sus pies. A él le debetambién ese nombre tan pomposo. Deniña siempre le avergonzaba un pocollamarse así. En cambio, sus arrogantespadres nunca se tomaron la molestia decambiarle los pañales o darle de

Page 660: UNA PROMESA EN EL FIN

comer... Eso era cosa de Miss Gwyn... ymía. ¡Yo siempre amé a Gloria! Alprincipio como a una hermana pequeña yluego, después de haber pasado muchosaños separados, como mujer.

Gloria apareció más tarde con ropa debebé de Jack, de James, de ella misma yde Fleurette, la media hermana de Jack.Había estado hurgando con éxito en losroperos de Kiward Station. Era evidenteque Miss Gwyn nunca se había tomadola molestia de tirar nada, y Gloriatampoco.

—Puede que no esté a la moda —dijo,sosteniendo en alto un vestidito de bebé—, pero todavía se puede utilizar. Si esque no quieres confeccionar tú misma

Page 661: UNA PROMESA EN EL FIN

algo.Helena negó con la cabeza. Le pondría

al niño lo que tuviera a mano.

Page 662: UNA PROMESA EN EL FIN

6

—¿Has pensado qué nombre lepondrás? —preguntó Jack como depaso, tomando un sorbo de whisky.

La familia volvía a estar reunida juntoa la chimenea, y como era habitual enesos días, el padre de James intentabahablar con Helena de su bebé. Parecía

Page 663: UNA PROMESA EN EL FIN

notar lo desagradable que a ella leresultaba pensar en el niño y eso lepreocupaba. El desinterés de la jovenencinta le traía a la memoria susexperiencias con Kura maro tini y suesposo William; en cualquier caso, devez en cuando mencionaba lonegligentes que habían sido los padresde Gloria en el trato con su hija. Luegopreguntaba qué planes tenía Helena consu hijo y ella debía apañárselas si nosabía qué respuesta dar. Naturalmente,esto era más difícil cuanto más cercaestaba el parto. Acababa de empezar laúltima semana de junio y pronto llegaríael momento decisivo. Fuera como fuese,Helena tenía la sensación de que ya no

Page 664: UNA PROMESA EN EL FIN

podía engordar más. Encontraba suvientre grotescamente abultado, laspiernas hinchadas. A veces perdía elequilibrio al caminar y casi cada díatenía dolores de espalda. Era imposibleseguir ignorando al niño, pero Helenatampoco podía reconocer que sentía másrabia que alegría ante la llegada de esepequeño aguafiestas y que en el fondo noamaba a su hijo. Si Kura maro tini habíasentido algo así, contaba con toda susimpatía. No obstante, Helena nodescuidaría las obligaciones para con elcrío, era demasiado responsable.

Cuando se disponía a responderevasivamente que podría llamarse comosu padre o su madre, sonó el teléfono.

Page 665: UNA PROMESA EN EL FIN

Gloria se levantó y fue al despacho paracontestar. Volvió enseguida.

—Es para ti, Helena. Miranda. Estámuy excitada.

Helena quiso ponerse en pie de unbrinco. ¿Miranda estaba excitada? ¿Lehabrían llegado noticias de Luzyna? Selevantó con esfuerzo y lo más deprisaque pudo del sillón, siguió a Gloria aldespacho y cogió con torpeza elauricular. Hasta la fecha no habíautilizado el teléfono muchas veces.

—Sí... Luzyna Grabowski...Helena pensaba todavía en contestar

con su nombre oficial. A lo mejor teníaque hablar con una telefonista o alguienescuchaba la conversación. Miranda,

Page 666: UNA PROMESA EN EL FIN

por lo visto, no hacía reflexiones de estetipo.

—¡Helena, soy Miranda! —La claravoz tenía un deje de alarma—. ¿Cómoestáis tú y el bebé? —preguntó porcortesía, pero sin esperar a unarespuesta al no poder reprimir lanovedad—: ¡Helena, Witold Oblonskiha muerto!

Helena buscó sostén en el mueblecitodonde estaba el teléfono. La solamención del nombre de su violador leprovocaba náuseas. Entonces tomóconciencia de lo que Miranda le estabadiciendo. ¿Witold muerto? ¿Por qué?Solo era unos pocos años mayor queella.

Page 667: UNA PROMESA EN EL FIN

—¿Me oyes, Helena? He dicho queese cabrón de Witold ha muerto. ¿Mehas entendido?

Helena asintió con esfuerzo, peroreparó en que Miranda no podía verla através del teléfono.

—Sí —confirmó con voz ahogada—.Pero... pero cómo... ¿cómo puede ser?Él...

—Lo mataron de un golpe —informóMiranda—. Con una maza maorí.

El mundo empezó a dar vueltasalrededor de Helena. De repente acudióa su memoria la excursión al marae dePalmerston... La niña, Karolina, quequería convertirse en guerrera. El armaque Akona le había regalado. Sus

Page 668: UNA PROMESA EN EL FIN

palabras triunfales: «¡Con esto se puedematar a una persona!»

—¿Fue Karolina?—¿Cómo lo sabes? —inquirió atónita

Miranda—. ¿Te habías enterado antes dealgo? Pensaba que todavía no habíasalido en los diarios, pero está claro quemerece ser noticia. Una niña de treceaños que mata a su profesor de un golpe.Y no en un arrebato, lo pensó fríamente.Le asestó con la maza en la nuca ycuando él tropezó y cayó, siguiógolpeándolo. Según el informe policial,con extrema brutalidad.

—Tendría sus razones —dijo Helena,pensando en su propia fantasía. ¿Cuántasveces había matado a Witold en su

Page 669: UNA PROMESA EN EL FIN

imaginación? Karolina lo había hecho enla realidad.

—Dice que antes la había tocado. Yque esta vez quería algo más que solomanosearla. Entonces planeó matarlo.Lo dijo así tal cual. Lo que fue unatontería. Si al menos hubiese dicho quehabía perdido los nervios... Pero lo hizocon premeditación y lo admite. ¡Helena,van a meterla en la cárcel!

Helena se apoyó en el aparador. Erademasiado. Un vacío se apoderaba de sumente, pero ella luchaba por reflexionar.Tenía que ayudar a Karolina.

—¿Es que no la creen? —preguntó envoz baja—. La policía... la dirección dela escuela... debería tratarse como

Page 670: UNA PROMESA EN EL FIN

legítima defensa.—Es difícil. Por una parte, creen que

no habría golpeado a un hombre sinrazón; pero, por otra, la esposa deWitold ha montado todo un teatro. Lotrata de santo, de amante de los niños.Jamás de los jamases habría tocado auna de sus discípulas, dice.Y Karolina... Consta en autos quedurante la deportación abusaron de ella.Tenía heridas serias cuando llegó aPersia y allí mismo estuvo entratamiento hospitalario. Estabatrastornada. Ahora, Miss Sherman o laseñora Oblonski afirma que estáneurótica. Algo de lo que Witold hizodebió de recordarle a esos tipos de

Page 671: UNA PROMESA EN EL FIN

Rusia y, por decirlo de algún modo, sele fundieron los plomos. Si consigueimponer esta teoría, Karolina ingresaráen un manicomio.

—¡Es absurdo! —exclamó Helena—.¡Claro que ese tipo ha abusado de ella!No es la primera vez...

—¡Precisamente! —afirmó Miranda,como si Helena hubiese resuelto elacertijo del día—. ¡Y tú tienes quedecírselo! Eres tú la que tiene quedeclarar a favor de esa niña, informar delo que él hizo contigo. Y con tu hermana.También hizo algo con ella, por lo quecontaste, ¿no?

—Pero yo... —Algo en el interior deHelena se oponía a airear ante todo el

Page 672: UNA PROMESA EN EL FIN

mundo las humillaciones que le habíaprovocado Witold.

—Sí, sí, lo sé, queríamos dejar correrese asunto —dijo Miranda impaciente—. Pero ya no hay razón para ello. Yano te puede perjudicar. Tu secreto estábien guardado, nadie dudará de tuspapeles. Declaras como LuzynaGrabowski, y de la coacción haces unaviolación. Lo principal es que Karolinaya no esté sola con sus acusaciones.Tienes que venir, Helena.¡Inmediatamente! ¡Tienes que hacerlo!

—En este momento es un viajedemasiado agotador para ti —decidióGloria. Helena había vuelto a la sala de

Page 673: UNA PROMESA EN EL FIN

los McKenzie blanca como el papel yhabía contado la historia de Karolina—.No cabe duda de que deberías declarar,la pobre niña necesita todo el apoyo quese le pueda dar. Pero estás en el novenomes. Ahora no puedes viajar a la IslaNorte. —Gloria notaba su pesadumbre.Sin duda estaba del lado de Karolina.

—A lo mejor puede declarar aquí —propuso Jack—. Ante la policía o unnotario. Después podría presentarse ladeclaración legalizada en Pahiatua.

—No es lo mismo que hacer acto depresencia —opinó Gloria—. Y máscuando la legítima esposa estápresionando por su parte. La gente debever a Helena para creerla y no solo la

Page 674: UNA PROMESA EN EL FIN

cara... —Deslizó la mirada sobre elvientre de Helena.

—Puedo llevarte en la avioneta. —James hizo su propuesta tranquilamente—. Si es que no te da miedo... —Sabíaque tras su primer vuelo se habíaalegrado de volver a pisar suelo firme.

—¡Estás loco! —exclamó Gloria—.Con las sacudidas del aparato...Enseguida empezarían las contracciones.

—No tengo miedo —replicó Helena—. En realidad lo encontré muy bonito.Solo me mareé. Pero entonces siempreme mareaba. También en el tren y en elcoche... y en el barco.

—Cuando apenas hay viento, Pippaprácticamente no se mueve —afirmó

Page 675: UNA PROMESA EN EL FIN

James—. Un vuelo es mucho máscómodo que una travesía en ferry. Y,además, no tengo ni que hacer giros, seva recto. Podríamos marcharnos mañanay pasado mañana ya estaríamos allí. Omañana por la noche.

Helena se mordió el labio. Teníahorror a la declaración y su avanzadoestado de gestación era una buenaexcusa para evitarla. Sin embargo, nopodía abandonar a Karolina a su suerte.¡La niña también había vengado aHelena, y a saber a cuántas muchachasmás antes que ellas! Helena no debíarehuir ese compromiso ahora.

James interpretó de otro modo suvacilación.

Page 676: UNA PROMESA EN EL FIN

—Aunque si no te fías de mí... —Ensus ojos había desilusión.

Helena hizo un gesto negativo.—Vamos —decidió.

A Helena no la sorprendió que Gloriala esperase en el pasillo que llevaba asu habitación.

—Quería hablar una vez más contigo,hija mía —dijo con cierta timidez—. Merefiero a que... es muy valiente por tuparte ir en avión a Pahiatua. Pero ¿estássegura de que quieres hacerlo?

Helena se rascó la frente.—No tengo ningún miedo —respondió

—. James vuela muy bien...Gloria hizo un gesto de rechazo con la

Page 677: UNA PROMESA EN EL FIN

mano.—No me refiero a eso. Claro que

James sabe volar. Y si las contraccionesempezaran durante el vuelo te llevaríamás deprisa a un hospital de lo quetardaríamos aquí en llamar a lacomadrona. ¡Es muy buen piloto! Setrata más bien de la declaración. Laavioneta solo tiene dos asientos. Nopuedo acompañarte. Y Lilian tampoco,además de que está con Ben en las islasCook. Estarás completamente sola...

Miró a Helena a los ojos y suexpresión no dejaba lugar ainterpretaciones. Gloria McKenzie sabíade qué hablaba.

—Tendrás que hablar de cosas que

Page 678: UNA PROMESA EN EL FIN

preferirías olvidar —añadió.Helena se mordió el labio inferior.—I nga wa o mua —dijo en voz

queda—. Nunca se olvida.Gloria sonrió.—Tienes razón. A lo mejor es incluso

bueno decirlo. Hay médicos...psicólogos... que aseguran que hablar deello ayuda. Yo... yo nunca habríapodido. —Bajó la mirada.

—¿Le... le ocurrió algo parecido? —preguntó Helena. Ya hacía tiempo que losospechaba, aunque hasta entoncesGloria solo había hecho alusiones.

Gloria apretó los labios.—Yo estaba en América y quería

volver a Nueva Zelanda —dijo—. No

Page 679: UNA PROMESA EN EL FIN

tenía dinero. Era una chica dediecinueve años... Regresar a casa erapara mí más importante que cualquierotra cosa. Ya te imaginarás el resto.Antes morir que decirlo.

—Yo estoy... yo... —Helena queríadarle la razón. La entendía, sabíaexactamente cómo se sentía Gloria. Peroen su mente no estaba Witold; a él lohabía odiado, había sentido asco y ahorahabía un niño que enturbiaba su futuro.Las palabras que ella nunca podríapronunciar se referían a Luzyna. Creíaque nunca podría contarle a nadie quehabía traicionado a su hermana—. Lolograré —dijo al final.

Gloria se acercó a ella torpemente.

Page 680: UNA PROMESA EN EL FIN

¿Acaso iba a abrazarla la madre deJames? Helena se percató en ese instantede las pocas veces que tocaba a otraspersonas. Incluso ahora retrocedió en elúltimo momento, espantada ante esegesto y Gloria solo le cogió ligeramenteel brazo.

—Mucha suerte —dijo.

Naturalmente, Helena sentía latidos enlas sienes cuando, al día siguiente, sesentó detrás de James en la avioneta.Con el vientre abombado, subir ya fuecomplicado. Se avergonzaba ante Jamesde su falta de agilidad y de su deformesilueta en ese vestido gris de premamáque parecía un saco. Las tiendas de

Page 681: UNA PROMESA EN EL FIN

Haldon no estaban precisamente al díaen lo referente a la moda de las futurasmadres. Por lo demás, Helena tambiénconsideraba que presentaba un tristeaspecto. Se había lavado la cabeza eldía anterior, pero el pelo ya le colgabamustio y en greñas.

A James eso no parecía importarle. Ledirigió una sonrisa alegre y decomplicidad, como el día en que sehabía comprado en Haldon lospantalones de montar y la camisa deleñador.

—¡En marcha! ¡Si pasa algo, gritas! —le indicó. Había estado lloviendo todala noche y no parecía querer parar. AGloria le preocupaba el tiempo. Pero

Page 682: UNA PROMESA EN EL FIN

James dijo que ese no era ningúnproblema, lo único que desestabilizabala avioneta era el viento. Y no había,antes al contrario. La lluvia caía sininterrupción, como si las nubes ya nofueran a disiparse en las llanuras. Habíaun ruido ensordecedor y el día no eramuy claro—. ¡Y no te preocupes! Haysolo trescientos kilómetros hastaWellington. Los recorreremos en doshoras y aterrizaremos en el aeropuertomilitar. Allí repostaremos y seguiremosviaje.

—O cogéis el tren a Pahiatua —intervino Jack. Había acompañado a suhijo y Helena al hangar—. ¡No corrasningún riesgo, James! ¡En Pahiatua hay

Page 683: UNA PROMESA EN EL FIN

un hospicio y no un aeropuerto! A saberdónde podrás aterrizar.

James sonrió, se llevó de nuevo lamano a la gorra y saltó a la cabina.

—¡Nos vemos! —se despidió condescaro de su padre—. ¡Cuida de Ainné!

Puso los motores en marcha y lapequeña avioneta recorrió la pista.Helena cerró los ojos. Cuando volvió aabrirlos estaban en el aire.

James no había exagerado. La avionetase mantuvo sorprendentemente estable y,como avanzaban recto, Helena no semareó. No volaban demasiado alto yseguían la línea de la costa, de modoque pudo contemplar las playas yacantilados. Al principio, la lluvia

Page 684: UNA PROMESA EN EL FIN

enturbiaba la visión, pero pasada unahora aclaró y, cuando llegaron alestrecho de Cook, el mar apareció apleno sol. En esa etapa se produjeronalgunas turbulencias pues, comosiempre, entre las islas soplaba elviento. Pero Helena aguantó hasta elfinal.

—¡El bebé será aviador! —profetizóJames cuando aterrizaron en Wellingtony vio que Helena ya no se bajabamostrando tanto alivio como la primeravez que habían volado sobre KiwardStation—. Lo llevaré conmigo en cuantosea capaz de mirar por encima de lapalanca de mandos.

—A lo mejor es niña —observó

Page 685: UNA PROMESA EN EL FIN

Helena, y se sorprendió de sí misma.Por primera vez hablabadespreocupadamente del bebé y acudía asu mente la imagen de una niña que se leparecía un poco.

—¿Y qué? —preguntó James—.Amelia Earhart también era mujer. YElly Beinhorn dio la vuelta al mundo enlos años treinta. ¡Tu hija también lohará! ¡O llegará a la luna! No tardará enocurrir, ¡recuerda lo que te digo! ¡Dentrode veinte años estaremos ahí arriba!

Helena se obligó a sonreír e intentó nopensar dónde estarían ella y su hijo alcabo de veinte años. ¿Tendría él laposibilidad de conquistar el mundo osería un fracasado como su madre?

Page 686: UNA PROMESA EN EL FIN

—¿Quieres realmente seguir el viajeen tren? —preguntó James.

La había acompañado al comedor deoficiales y le había servido un café yalgo que comer. Para su sorpresa, elvuelo había dado a la muchacha unhambre voraz.

Helena negó con la cabeza.—Por mí, podemos seguir viaje —

contestó, aunque le habría gustadoretrasar algo la llegada a Pahiatua.

Pero tampoco tenía ganas de viajar entren. El recorrido lleno de curvas por elRimutaka Incline era mucho más agitadoque el vuelo de ese día.

La cuestión se resolvió enseguida.Cuando James y Helena dejaron la

Page 687: UNA PROMESA EN EL FIN

cantina, un joven sargento les comunicóque alguien preguntaba por ellos.

—Una joven, señor —informó—. Conun coche muy aerodinámico. Dice quequiere recogerles. Su nombre es Miss...Miss Biller.

James y Helena se miraron.—Miranda —dijo el joven piloto—.

Esto se pone feo.

Page 688: UNA PROMESA EN EL FIN

7

Miranda se alegró mucho de verlos.Los esperaba delante de la pista en sucoche y se abalanzó sobre ellos paraabrazarlos cariñosamente.

—¡Por Dios, qué gorda estás! —dijocon desparpajo después de separarse deHelena—. Ahora entiendo que la tía

Page 689: UNA PROMESA EN EL FIN

Gloria no te dejase ir en coche. ¡Parececomo si el niño fuera a nacer dentro detres minutos! Claro que tal vez dependadel vestido... A saber lo que entiendenen Haldon por moda premamá. ¡Es unmilagro que las mujeres allí todavíatengan hijos!

La joven tenía un aspecto espléndidoesa mañana. Llevaba un traje colorturquesa con una falda estrecha queapenas le cubría las rodillas y unachaqueta recta con hombreras. En lacabeza lucía un sencillo sombreritoredondo. Probablemente respondía a suidea de cómo ir vestida para unaocasión seria.

James puso los ojos en blanco al darse

Page 690: UNA PROMESA EN EL FIN

cuenta de que Helena enrojecía.—Lo que quieren las mujeres de

Haldon es poder moverse en susvestidos —defendió a su pueblo natal—.¿A que sí, Helena? El vestido tal vez nosea bonito, pero al menos ha podidosubirse con él en un avión. Con el tuboque tú te has puesto sería imposible.

Miranda hizo una mueca traviesacuando Helena sonrió al joven contimidez.

—Es buena señal —observósignificativamente— que un hombreencuentre bonita a una mujer sea cualsea el vestido que lleve... Y ahora subid,he avisado que llegaríamos esta tarde. Alas tres tenemos al mayor Foxley y al

Page 691: UNA PROMESA EN EL FIN

señor Sledzinski para nosotros. Porsupuesto, la señora Oblonski tambiénestará allí cuando declares, Helena. Notengo ni idea de si se lo permitirán, perotienes que contar con que todo seaposible. Puede llegar a ser una mujermuy desagradable... —Abrió la puertadel acompañante. El espacio era tanreducido como en la avioneta, Helena yano habría cabido en el asiento trasero.Para James tampoco fue sencillo doblarsus largas extremidades para conseguirentrar. Miranda se sentó al volante yenseguida arrancó—. De todos modos,has sido muy valiente subiéndote así auna avioneta —comentó mientrastomaba una curva con brío—. No sé si

Page 692: UNA PROMESA EN EL FIN

yo me habría atrevido.—¿Y ahora qué ocurre con Karolina?

—preguntó Helena, nerviosa. Teníabastante con mantenerse inmóvil en susitito pero a lo mejor conversardistraería a Miranda y conduciría másdespacio.

—Pobrecita... —En efecto, la jovenredujo un poco la velocidad—. Todavíano está en la cárcel, sino en LittlePoland. Nadie sabe exactamente quiénes responsable de ella. El campamentoestá bajo la administración americana yla policía de Palmerston tampoco se daprisa por encerrar a una niña. Sinembargo, se la considera un peligropotencial...

Page 693: UNA PROMESA EN EL FIN

—¿Por qué? —preguntó Helena.—La han examinado dos médicos.

Psicólogos o psiquiatras, o como quieraque se llamen. Por desgracia secontradicen. Uno cree que golpeó paradefenderse y que es casi seguro que novuelva a hacerlo si nadie la ataca. Elotro defiende la teoría de que sufrió unaespecie de transferencia o flashback, yque esto puede volver a ocurrirle encualquier momento. Con lo cual no esprecisamente de gran ayuda que lamisma Karolina no hable demasiado.Está allí sentada, en silencio, mirando lapared, y solo da una explicación: «Ledije que no volvería a hacerlo nuncamás.» Yo no lo encuentro tan difícil de

Page 694: UNA PROMESA EN EL FIN

entender, pero los médicos se pasanhoras dándole vueltas. —Miranda yahabía vuelto a concentrarse y conducía auna velocidad vertiginosa por la sinuosacarretera de montaña. Helena ya volvíaa marearse—. Tampoco es muy positivopara Karolina lo que han dicho losdemás niños —siguió contando lainfatigable Miranda—. El mayor Foxleyha empezado a investigar cómoconsiguió Karolina la maza de guerra.Es probable que quiera hacer cómplicesa los maoríes, lo que, claro está, esabsurdo. Karolina habría podidoconseguir igual de fácil un cuchillo de lacocina. Pero salió en la entrevista lavisita a los ngati rangitane y Karolina al

Page 695: UNA PROMESA EN EL FIN

parecer se comportó de forma bastanteextraña...

—¿Porque prefería lanzar lanzas yremar una canoa antes que tejer? —repuso Helena con sarcasmo, pensandoen el comentario de James sobre su hijoy las aviadoras famosas—. Es posibleque haya arrojado la lanza más lejos quelos chicos del grupo. ¡Y de eso sededucen intenciones asesinas!

—Dijo que era una guerrera e insistióen que le pintaran la cara como a loshombres —siguió informando Miranda—. El joven que explicó el uso de lasarmas a los niños en el marae le regalóla maza de guerra. Y sí, estoy segura deque los chicos tenían un poco de envidia

Page 696: UNA PROMESA EN EL FIN

y ahora se han vengado con susdeclaraciones. En cualquier caso,Foxley envió a sus hombres al maraepara interrogarlos, pero una ancianatohunga los dejó con un palmo denarices. Dijo que las mazas de guerraestaban hechas para manos de mujer, quesu nieta Hoani se la había regalado aKarolina porque había hablado con laniña. El arma tenía que protegerla. Creoque si Foxley tuviera algo que decir enPalmerston, Akona sería la primera eningresar en el manicomio. —Volvió adar gas antes de iniciar una subida.

—¿Y dónde está Karolina ahora? —inquirió James. Se mostraba preocupadopor Helena. Miranda parecía atribuirlo

Page 697: UNA PROMESA EN EL FIN

solo al destino de la pequeña inculpaday no a su forma de conducir.

—No puede salir de su habitación. Lahan separado de las otras niñas.Además, algunas le tienen miedo. Laseñora Oblonski ha levantado losánimos contra la niña y los rumores delos chicos que estuvieron con ella en elpoblado maorí también han aportado losuyo. Pero hacemos lo posible para nodejarla sola. Estamos a su lado. Tambiénhay que vigilarla, uno de los psicólogoscree que hay riesgo de suicidio. Es unadesagradable historia. Espero quecuando declares, las personasautorizadas entren en razón.

Helena y James dieron gracias a todos

Page 698: UNA PROMESA EN EL FIN

los dioses cuando llegaron sanos ysalvos a Pahiatua. La joven polacatodavía estaba mareada, pero no sentíadolores.

—¡Qué valiente! —murmuró,hablando por primera vez con el nonato—. Tienes que resistir un poco más.Tenemos que reparar una injusticia...

El bebé dio una patadita, como siquisiera responder. Al parecer estabasano y de buen humor. Helena suspiróaliviada. Olvidó que hasta ahora habíaodiado esas pequeñas patadas.

Little Poland no había cambiadodemasiado desde la partida de Helena.Naturalmente, las casas y lugares derecreo ya no se veían tan nuevos, pero a

Page 699: UNA PROMESA EN EL FIN

cambio los niños parecían más contentosy mejor alimentados. Algunos dejaríanel campo en el verano y serían acogidospor familias en Wellington. Eso era loque en principio se había planeado paralos mayores que querían estudiar en laciudad o empezar un oficio. En relacióna los más jóvenes, se estaba pensandoen autorizar su adopción. Ya no sehablaba de la idea original de enviar devuelta a los niños a su país cuando laguerra terminara. Polonia se habíaliberado de la ocupación alemana, peroa cambio estaba allí el ejércitosoviético. Era posible que si los niñosregresaban, los esbirros de Stalinvolvieran a deportarlos.

Page 700: UNA PROMESA EN EL FIN

Natalia era una de las que iban amarcharse en verano. Un matrimonio degranjeros de Greytown ya se habíadeclarado dispuesto a acogerla a ella y asus hermanos, así que la muchachaestaba emocionada. Helena se alegrabade ello. Se había temido que su amigamontara un escándalo al enterarse de suembarazo, pero Miranda ya le habíahablado al respecto y el interés deNatalia fue discreto. Helena supuso quele había sentado mal que no le hubiesecontado nada acerca de Witold.Tampoco los demás niños yadolescentes polacos trataron derelacionarse con Helena cuandoMiranda la llevó al comedor con toda

Page 701: UNA PROMESA EN EL FIN

naturalidad para comer. Era como siHelena les diese miedo. Ella loentendía. Los niños estaban marcadospor la vida en el campamento deSiberia, donde cada uno iba a la suya. Sialguien caía en desgracia, comoKarolina en esta ocasión o como ellamisma, intentaban mirar a otra parte enlugar de involucrarse.

Miranda y el resto de las asistentesneozelandesas confirmaron suimpresión.

—Hemos tratado de averiguar si elseñor Oblonski también había molestadoa otras niñas de sus clases —dijo una delas jóvenes—. Sospechamos enseguidaque Karolina no fue la única y tú lo

Page 702: UNA PROMESA EN EL FIN

confirmas, Luzyna. Pero entre los niñosreina un silencio sepulcral. Nadie abrela boca.

Helena asintió y se sintió reconfortadaal percibir que las ayudantesneozelandesas estaban convencidas dela inocencia de Karolina. Si bien Witoldnunca se había acercado a una asistente,su desagradable modo de comportarsehabía dejado una mala impresión enmuchas de ellas.

Al final llegó la hora de la entrevista.Con el corazón desbocado, Helenasiguió a Miranda al despacho de ladirección del campamento y se alegró deque James las acompañara.

—Pero no puedes entrar con nosotras

Page 703: UNA PROMESA EN EL FIN

—le advirtió Miranda—. Ni siquiera sési permitirán que yo la acompañe.

De hecho, tuvieron que esperar los dosen el pasillo, aunque el señor Sledzinskifue muy amable cuando invitó a entrar aHelena. También el mayor la saludócordialmente, la única que la miró conhostilidad fue la esposa de Witold. Lehabían permitido asistir alinterrogatorio, pero no podía interveniry debía permanecer en un segundoplano. Helena se olvidó de su presenciacuando Sledzinski le pidió sus datospersonales y el mayor intentó romper elhielo preguntando por los Biller. Ellarespondió en voz baja, pero luego contóde corrido lo que le había sucedido con

Page 704: UNA PROMESA EN EL FIN

Witold y mencionó también lo que habíahecho con su hermana en el barco entreRusia y Persia.

—¿Y por qué no nos lo contó, MissGrabowski? —preguntó el mayorcuando ella habló de su embarazo—.Debería haber confiado en nosotros.

Helena se ruborizó y bajó la vista.—Aquí ya no me hizo nada —

reconoció—. Y yo no podía presentarninguna prueba... —Bajó la voz cuandocontó su conversación con Witold—. Medijo que iba a casarse con MissSherman. Quería un pasaporteneozelandés. Y que si lo denunciaba, éllo negaría todo. Y él... —Se mordió ellabio y de repente la invadió un miedo

Page 705: UNA PROMESA EN EL FIN

atroz. ¿Qué ocurriría si Witold le habíacontado su versión a su esposa? Noobstante, siguió hablando—. Dijo que siyo lo denunciaba, él contraatacaría.«Diré que has falsificado tusdocumentos», me dijo. «No tienesningún derecho a estar aquí.» Queríadecir que yo ya estaba embarazadacuando embarcamos rumbo a NuevaZelanda. Que yo me había colado. Meamenazó con contar que me conocía deantes. Y era cierto, en Siberia estábamosen el mismo campo. Dijo que le seríafácil contar que ya entonces era unachica... fácil. Yo tenía miedo —concluyó.

El mayor asintió y se volvió hacia la

Page 706: UNA PROMESA EN EL FIN

secretaria que redactaba el acta.—Escríbalo a máquina, Miss Nola, y

usted quédese un poco más, MissGrabowski, para firmar la declaración.Muchas gracias. Nos ha sido usted degran utilidad.

Helena se dispuso a dejar lahabitación, mientras la señora Oblonskise abalanzaba sobre el mayor y el señorSledzinski con distintas objecionesacerca de la declaración. Helena tratóde no escuchar nada. Se alegraba dehaber terminado. Abrió la puertasuspirando aliviada.

Y entonces ocurrió algo inesperado.Miranda esperaba excitada en el pasillo.No había podido esperar el final del

Page 707: UNA PROMESA EN EL FIN

interrogatorio. A su mano se agarrabauna niña rubia de unos doce años que aHelena le recordó a Luzyna. La niñaescondía el rostro lloroso en lospliegues de la chaqueta de Miranda.

—Esta es Barbara —la presentóMiranda, con la esperanza de que elmayor y el señor Sledzinski la oyeran—.Quiere declarar. Ven, Barbara, tienesque ver al mayor Foxley y a panSledzinski. Y pani Oblonski no te haránada. —Utilizó las palabras polacas, losniños estaban acostumbrados a llamarpan y pani en lugar de «señor» y«señora» a sus maestros. Le acariciósuavemente la cabeza.

Barbara levantó la vista.

Page 708: UNA PROMESA EN EL FIN

—¡Tú venir conmigo! —pidió con suinglés elemental.

Miranda dirigió una mirada suplicantea los hombres. Esperaba un poco decomprensión hacia la timidez de lapequeña y al final entró con ella en lahabitación. Helena aprovechó laoportunidad para quedarse. Solo Jamessiguió esperando en el pasillo.

—A ver, Barbara... —El mayor hablóamablemente a la niña y dirigió unaexpresiva mirada a la señora Oblonski,que ya se disponía a entremeterse—.¡Usted ahora se calla! Si he entendidobien las explicaciones de Miss Billertenemos aquí a la tercera víctima. Yentonces ya no podrá seguir exculpando

Page 709: UNA PROMESA EN EL FIN

a su maravilloso esposo. Habla enpolaco, Barbara. Pan Sledzinski metraducirá lo que digas. O MissGrabowski...

—¡Lo que faltaba! —protestó la viudade Witold, pero Barbara ya habíaempezado a hablar. El señor Sledzinskise ocupaba de la traducción simultánea.

—Las otras niñas dicen que no tengoque decir nada, que de todos modosKarolina está loca —susurró—. Y paniOblonski dice que me lo he inventado,que muchas niñas se inventan historiascuando oyen hablar de cosas como lasde Karolina. Pero yo no me he inventadonada, y mi madre... mi madre siempreme ha dicho que tengo que decir la

Page 710: UNA PROMESA EN EL FIN

verdad... —Por la dulce carita deBarbara volvieron a deslizarse unaslágrimas.

—Entonces dila —la animó el mayor—. ¡No tengas miedo!

—Yo no sé contar muy bien —dijoBarbara, cambiando aparentemente detema—. En el último examen casisuspendí. Pero pan Oblonski dijo que...que seguro que había otras cosas que yopodía hacer muy bien. Que si se lasenseñaba, entonces me subiría la nota...—Se estremeció—. Le di un beso —confesó—. Y... le toqué abajo. Yo nomiraba, él me llevó la mano...

—¡Suficiente! —El mayor Foxley sepuso en pie—. Es repugnante. Muchas

Page 711: UNA PROMESA EN EL FIN

gracias, Barbara, ya hemos oídobastante. Nos has ayudado mucho. Y hassido muy valiente viniendo aquí. ¡Servaliente es más importante que sabercontar! Estamos orgullosos de ti. Ahorapuedes volver a tu habitación. MissBiller te acompañará. Y usted, señoraOblonski, en primer lugar quedasuspendida de sus servicios. Le honraque quiera preservar el nombre de sumarido, pero no manipulando a niños eimpidiendo el esclarecimiento de laverdad. La administración escolarencontrará otro empleo para usted. Novolverá a dar clases a los niños de estecampamento.

La esposa de Witold hizo ademán de ir

Page 712: UNA PROMESA EN EL FIN

a replicar, pero cambió de parecer.Foxley esperó a que hubieseabandonado el despacho. TambiénMiranda y Barbara. Era evidente que noquerían volver a encontrársela. Jamespermanecía delante de la puerta, laprofesora se la había dejado abierta almarcharse.

—¿Qué haremos ahora con Karolina?—preguntó el mayor a nadie enparticular, tal vez hablando consigomismo—. Después de todo lo que hemosescuchado, podemos concluir que actuóen defensa propia. Señor Sledzinski,¿está usted de acuerdo en que ladirección renuncie a otro proceso?

Sledzinski hizo un gesto afirmativo.

Page 713: UNA PROMESA EN EL FIN

—De todos modos, no podemosquedárnosla aquí —dijo en su duroinglés—, después de lo sucedido y de loque ahora todos saben de ella.Deberíamos enviarla de vuelta aPolonia. —Suspiró.

Miranda interrumpió sus reflexiones.Con la misma seguridad en sí misma quele era habitual, pidió la palabra.

—Si me permiten una sugerencia...Bueno, me la propuso mi tía Gloria estamañana por teléfono. Dice que querríaencargarse de la niña, incluso adoptarlasi fuera posible. Si dejan libre aKarolina, propone que yo la lleve aKiward Station, en la Isla Sur. Podríapartir mañana mismo con ella.

Page 714: UNA PROMESA EN EL FIN

Helena se quedó perpleja. ¿Gloria ibaa adoptar a Karolina? ¿A una niñita quenunca había visto? Eso solo podíasignificar que a ella, Helena, solo lahabía considerado una invitada porbreve tiempo. Su corazón se aceleró,pero intentó respirar con tranquilidad.Claro, pronto habría un sitio libre enKiward Station. Nadie había dudado deque cuando ella tuviera al bebé dejaríala granja. Sin embargo, se había habladovagamente de la escuela superior y deuna carrera. Había llegado el momentode enfrentarse a la realidad. Tendría quebuscarse un trabajo para mantener albebé y Karolina viviría en KiwardStation, en los luminosos y acogedores

Page 715: UNA PROMESA EN EL FIN

aposentos de la abuela Gwyn, protegidapor su retrato y amada por Gloria. I ngawa o mua, el pasado de Gloriadeterminaba el futuro de Karolina. Perola niña merecía esa oportunidad. Habíasido valiente, se había defendido. Nohabía traicionado a su hermana. Helenase tambaleó.

—Hel... esto... Luzyna, ¿estás bien?James parecía inquieto. Le pasó un

brazo protector alrededor de la cintura.Helena se vio tentada de apoyarse, dedejarse llevar al menos brevemente porla ilusión de estar protegida.

—Pero tenemos cierta responsabilidadhacia esta niña —objetó Sledzinski.Tampoco había apoyado sin reservas

Page 716: UNA PROMESA EN EL FIN

que Helena fuera acogida en KiwardStation—. Los psicólogos opinan quenecesitará asistencia. Un tratamientoespecial. Que está perturbada...

El mayor hizo un gesto de rechazo.—Bah, señor Sledzinski, aquí están

todos perturbados. Todos estos niñoshan vivido cosas horribles. Europaestaba en guerra, si me permiterecordarle. Eso deja huella encualquiera. Y todo ese tratamientopsicológico seguramente acabaráatribulando a la niña. Además enPolonia... ¿cómo serán las cosas allí?Está todo destruido, patas arriba...¿Quién iba a ocuparse de ella? Encambio, si se reúne ahora con gente

Page 717: UNA PROMESA EN EL FIN

normal, gente que la trate bien...—Moana se ocupará de ella —dijo

Miranda, a quien nunca le faltabanargumentos—. Moana va a ser maestra.Así que si Karolina necesita asistenciapedagógica...

—¿Moana es un miembro de lafamilia? —preguntó con gravedadSledzinski.

—No directo —respondió Miranda, ysonrió traviesa—. Pero siempre hemospensado que James se casaría un día conella...

—¡Miranda! —exclamó el joven.Helena se estremeció y apartó el brazo

de este.—¡Esto pinta bien! —Foxley se

Page 718: UNA PROMESA EN EL FIN

esforzó por calmar los ánimos sonriendoal grupo—. A Karolina le favorecerá uncambio de lugar, nadie la conocerá en laIsla Sur, se garantiza una asistenciapedagógica... No vamos a encontrarnada mejor, señor Sledzinski. La únicaalternativa sería un establecimientopsiquiátrico en Wellington...

—¡No! —Helena alzó la voz,esforzándose por sonar firme y segura—. No pueden hacerle esto. Yo estuvecon Karolina en el poblado maorí. Noestá loca. Es una niña estupenda.Tendrá... tendrá una vida maravillosa...Gloria y Jack McKenzie se ocuparán deella, y James y... y su esposa...

Cuando por fin salieron del despacho,

Page 719: UNA PROMESA EN EL FIN

Helena intentaba caminar derecha y queno se notara su excitación interna, eldolor y la pena.

Estaba tan ensimismada que no sepercató de la indignación de James. Eljoven se abalanzó sobre su prima encuanto la puerta se cerró detrás delmayor Foxley y el señor Sledzinski.

—¡Miranda, cómo has podido! Cómohas podido decir eso de Moana y de mí,yo...

Miranda esbozó una sonrisa de oreja aoreja.

—Tranquilízate, James, algo tenía quedecir. Y ni siquiera ha sido una mentira.Todavía me acuerdo muy bien de cómojugábamos a las bodas cuando éramos

Page 720: UNA PROMESA EN EL FIN

pequeños.—¡Miranda! —James apretó los

puños.—Ahora lo primero que tengo que

hacer es llevarme a Barbara. Y luego hede ir a buscar a Karolina. ¿Podéis cogerel tren para Wellington? Es que mañaname voy con la niña a la Isla Sur. —Saludó con la mano a James y Helena—.¡Nos vemos en Kiward Station! —Ydicho eso, se marchó.

—Helena... —La voz de James teníaun deje suplicante—. Helena, yo...

Ella esbozó una sonrisa forzada.—Está... está bien, James. A mí... a mí

no me importa ir en tren.

Page 721: UNA PROMESA EN EL FIN

8

Pero James y Helena no tuvieron quevolver en tren a Wellington. Surgió laoportunidad de viajar en un camiónmilitar. Durante el viaje, Jamesconversó con el conductor sobre laguerra y las consecuencias que tendría lacapitulación de Alemania, Helena iba

Page 722: UNA PROMESA EN EL FIN

absorta en sus pensamientos. El vehículotenía peores amortiguadores que elcoche deportivo de Miranda, pero eljoven soldado conducía con prudencia.Pese a ello, Helena estaba rendidacuando llegaron a Wellington.

—Tomaremos una habitación en unhotel —sugirió James, al percatarse delo pálida que estaba—. Tienes quedescansar un poco. Más tarde iremos acomer. Conozco aquí un par derestaurantes. Pasaremos... pasaremosuna agradable velada.

Helena tal vez hubiera accedido yconsiderado estimulante tal invitación,pero ahora percibía un titubeo en la vozde James. Casi como si tuviera miedo.

Page 723: UNA PROMESA EN EL FIN

Naturalmente, se temía que ella aceptasela invitación y que él tuviese que entrarcon una gorda mal vestida en un eleganterestaurante donde probablemente ya loconocían.

Helena negó con la cabeza.—Si podemos volar, aunque haya

oscurecido, preferiría regresar —respondió en voz baja.

James rio, de nuevo en su elementogracias a esa observación.

—¡Claro que podemos volar por lanoche! Acuérdate de matariki. ¿Ycuándo crees que se realizaban losataques en Europa? ¿A la luz del día,cuando se ven los aparatos a kilómetrosde distancia? No, no, eso no es

Page 724: UNA PROMESA EN EL FIN

problema. ¡En dos horas nos plantamosen casa!

De hecho, todo salió bien, peroHelena suspiró aliviada cuando el Pippase detuvo sobre la pista de KiwardStation. Le dolía la espalda y necesitabaponer los pies en alto. Pese a ello, nosentía contracciones, aunque sí punzadasen la cabeza. Se sentía débil, pero nodejó que James la ayudara.

—¡Estoy embarazada, no enferma! —rechazó la ayuda con más rudeza de loque pretendía, y enseguida se avergonzócuando vio la expresión herida deljoven.

—Helena, lo que Miranda dijo...James estaba a punto de explicarse

Page 725: UNA PROMESA EN EL FIN

cuando vieron los faros iluminados deun coche. La camioneta de Gloria.Helena se relajó. No tendría que hablarni ir a pie a la casa. Gloria se detuvodelante de ellos y se apeó.

—¡Dios mío, si es verdad! —exclamóagitada—. Jack creía haber oído elavión cuando estaba haciendo la últimaronda por el establo. Así que he venidopara mayor seguridad. James, ¿cómo sete ocurre volar en plena noche? ¿Ida yvuelta el mismo día con una embarazadaa punto de dar a luz? Además del viajeen coche por la montaña y con Mirandaal volante... ¿Cómo te encuentras,Helena? Debes de estar agotada. —Ayudó a la joven a subir al coche. James

Page 726: UNA PROMESA EN EL FIN

de nuevo adquirió un aire abatido—. Almenos todo ha ido bien —prosiguióGloria mientras sacaba una manta paraHelena—. Toma, abrígate, hija mía, hacefrío.

—¿Ya sabes cómo ha ido? —preguntóJames.

Gloria puso los ojos en blanco.—Claro. Miranda enseguida me

telefoneó. En cuanto le comunicó lanoticia a Karolina, se fue al teléfonomás cercano. Ya conoces a los Biller.Tan pronto exista un teléfono portátil,Lilian y Miranda serán las primeras entenerlo.

James se rio de la ocurrencia.—¿Traerá mañana a Karolina? —

Page 727: UNA PROMESA EN EL FIN

preguntó.Gloria asintió.—También vendrá alguien de la

oficina de protección de menores aechar un vistazo; pero sí, la pequeñapodrá vivir con nosotros. Como era deesperar. Se alegran de librarse de ella.

—Espero que Karolina sepa al menosalgo de inglés —observó dubitativoJames—. La otra niña, Barbara, sedesenvolvía bastante mal.

Gloria lo miró, reflexiva de repente.—No creo que vaya a hablar

demasiado... —dijo.Esta predicción demostró ser cierta.

Cuando dos días después llegó Mirandacon la niña —Jack, que tenía que hacer

Page 728: UNA PROMESA EN EL FIN

unos recados en Christchurch, las habíarecogido en la estación—, les contó queKarolina no había pronunciado palabradurante todo el viaje. Ni siquiera al verla gran casa señorial. Ni la intimidó nila impresionó. Helena se reunió con lasdos recién llegadas cuando Mirandallevaba a Karolina a la casa.

—A lo mejor si lo intentas en polaco...—señaló Miranda—. Puede ser quesimplemente no entienda nada.

Helena no lo creía. En el pobladomaorí junto a Palmerston, Karolinahabía hablado en inglés con fluidez,mejor que la mayoría de los otros niños.Pese a ello, sonrió a la niña y la saludóen su lengua materna. Karolina no

Page 729: UNA PROMESA EN EL FIN

respondió. Parecía todavía más frágilque cuando estaban con los ngatirangitane, Helena la recordaba frágil,desnutrida y menuda, pero llena devitalidad. Ahora se la describiría mejordiciendo que parecía «a punto deromperse». Su bonito rostro en forma decorazón tenía una expresión triste. Pesea que se había cepillado los rizosnegros, estos colgaban sin brillo enlugar de revolotear alrededor de susemblante como entonces, cuando habíadescubierto a la guerrera que seescondía en ella.

—¿Dónde está tía Gloria? —preguntóMiranda.

—¡Aquí! —Gloria descendía

Page 730: UNA PROMESA EN EL FIN

apresurada la escalera. Llevaba la ropade faena, pantalones, botas de montar ycamisa a cuadros—. Tenía que dar unúltimo toque a la habitación deKarolina. —Guiñó el ojo como si setratara de un secreto. Pero luego se pusoseria. Cuando miró a la niña, sus rasgosreflejaron pena y dolor—. Ven, pequeña—dijo en voz baja a la niña, después dehaber saludado a Miranda, y colocósuavemente la mano sobre el huesudohombro de Karolina—. Me llamo Gloriay voy a enseñarte tu habitación. Querrásdescansar.

Helena tradujo, aunque lo considerabainnecesario. Ya había visto en los ojosde Karolina que entendía. La pequeña

Page 731: UNA PROMESA EN EL FIN

miró a Gloria con timidez, pero tambiénagradecida. «Descansar», a fin decuentas, le remitía a «estar a solas»,algo que estaría deseando después dehaber hecho un viaje de dos días con laincansable y dicharachera Miranda. Almenos eso supuso Helena.

Gloria se adelantó y Karolina yHelena la siguieron, mientras Mirandasaludaba a James, que en ese momentoentraba en la casa. Él percibióenseguida que pasaba algo raro en elambiente y acaparó a Miranda antes deque se le ocurriera unirse a las demás.

Gloria había preparado una de lasantiguas habitaciones infantiles paraKarolina, probablemente la suya misma.

Page 732: UNA PROMESA EN EL FIN

Los muebles eran muy sencillos.Encajaban con Gloria, que no solíadecorar con cosas innecesarias losespacios en que vivía. En las estanteríashabía un par de libros juveniles y sobreel escritorio un cuaderno de dibujo ycolores, así como un libritohermosamente encuadernado y unapluma. El último toque que Gloria habíadado a la habitación era un perritotricolor que descansaba sobre la futuracama de Karolina como si fuese de supropiedad. Uno de los últimos cachorrosde la cría de Gloria. Tenía tres meses.

Karolina abrió los ojos como platos alverlo. El cachorrillo bostezó, saltó de lacama y se acercó torpemente a ella.

Page 733: UNA PROMESA EN EL FIN

—Te presento a Sunday —dijo Gloria—. Es frecuente que llamemos a losperros por los días de la semana, es unatradición. El perro más famoso que hanacido aquí se llamaba Friday. Era deJames McKenzie, el padre de mimarido. —Sonrió—. Que era un famosobandolero, como Robin Hood.

Karolina la miró sorprendida. Gloriasonrió.

—Sunday es tuyo —anunció.Karolina soltó un sonido ahogado. Con

cuidado, fue acercándose al perrito, queno mostraba el menor temor a que lotocaran. Cuando lo acarició, él le lamióla mano y se frotó contra la niña.

—Te enseñaré a adiestrarlo —dijo

Page 734: UNA PROMESA EN EL FIN

Gloria—. Aunque ya sabe un par decosas. Por ejemplo, en cuanto se sientacomo en su casa, ladrará si alguienquiere entrar. Así que aquí nadie te daráun susto.

En el rostro de Karolina asomó unasonrisa y Helena sintió un escalofrío.Recordó la expresión de la niña cuando,camino de vuelta del poblado maorí, lehabía enseñado la maza de guerra.

Y entonces Karolina pronunció susprimeras palabras en Kiward Station.

—¿Cuidará de... de mí? ¿Sabe...morder?

Gloria negó suavemente con la cabeza.—Cuidará de ti, pequeña, pero no

morderá a nadie. Sunday solo te querrá.

Page 735: UNA PROMESA EN EL FIN

Cuando, una hora más tarde, Helenasubió a la habitación de Karolina conuna bandeja —los McKenzie y Mirandahabían comido juntos, pero nadie habíainsistido en que la niña se sentara conellos—, la puerta de su habitaciónestaba entornada. Helena habría podidoentrar, pero se detuvo al oír un gemido.Miró con cautela por la ranura de lapuerta. Karolina lloraba con el rostrohundido en el suave pelaje de Sunday.

Page 736: UNA PROMESA EN EL FIN

LUZ

Llanuras de Canterbury,Nueva Zelanda (Isla Sur)

Julio de 1945 - mayo de

Page 737: UNA PROMESA EN EL FIN

1946

Page 738: UNA PROMESA EN EL FIN

1

—Ahurewa quiere verte.Moana había ido de visita el fin de

semana porque se celebraba una fiestafamiliar en O’Keefe Station. Aprovechóla ocasión para pasar por la casa de losMcKenzie y comunicar a Helena lainvitación de la comadrona maorí,

Page 739: UNA PROMESA EN EL FIN

aunque no parecía que la ancianatohunga dejara a la embarazada otraelección.

De ahí que la reacción de Helenafuese contenida, pero Gloria le hizo ungesto de asentimiento y respondió porella.

—Pues claro. Es muy razonable quequiera hacerte una revisión antes de quedes a luz, Helena. También querráexplicarte el proceso. Los métodos deasistencia al parto de los maoríes sonmás suaves y naturales que los pakeha.Para mí, son mejores. Y te lo aseguro:yo tuve un parto difícil...

Helena había oído decir que GloriaMcKenzie se había quedado embarazada

Page 740: UNA PROMESA EN EL FIN

varios años después de casarse con Jacky que James no debería haber sido hijoúnico. A lo mejor eso tenía que ver conlas malas experiencias vividas en sujuventud y de las que no quería hablar.Helena suponía que Gloria tenía muchascosas en común con Karolina. Mostrabacon la niña una inusual empatía. En lasúltimas dos semanas, Karolina se habíaintegrado muy bien. Todavía hablabamuy poco, pero seguía a Gloria como sifuese su sombra y colaboraba en lo quepodía. Parecía desenvolverse bien conlos animales, sobre todo con loscaballos. Todo eso, más susconocimientos del inglés, reforzaba sussospechas de que Karolina provenía de

Page 741: UNA PROMESA EN EL FIN

una buena familia. Debía de haberpasado sus primeros años en un entornosimilar al de Kiward Station.

—Puedo llevarte ahora mismo almarae, Helena —se ofreció James—. Ya ti también, Moana. De todos modos hede ir a Haldon. De vuelta pasaré arecoger a Helena.

La muchacha maorí había llegado apie desde O’Keefe Station. En su familiase celebraba un bautizo. La abuela delniño era la hermana preferida del tío deMoana, Wiremu, con quien la bellajoven vivía en Dunedin. Por esa razón,toda la familia había acudido a lacelebración y Moana se había unido aella. Después también regresaría con sus

Page 742: UNA PROMESA EN EL FIN

parientes para presentarse a los últimosexámenes, aunque para la mayoría de losestudiantes ya habían empezado lasvacaciones de invierno.

Helena contemplaba con envidia lopreciosa que volvía estar ese día lamaorí. Para la fiesta llevaba un vestidoentallado y estampado de coloridasflores que realzaba su esbelta figura.Recordaba una de esas beldades de losmares del Sur retratadas por PaulGauguin. Se había dejado el cabellosuelto. Al parecer, la fiesta del bautizoaunaba tradiciones pakeha y maoríes.Helena, por el contrario, cada día seveía más gorda, si es que eso eraposible. Ya estaba harta del embarazo y

Page 743: UNA PROMESA EN EL FIN

solo deseaba que el niño naciera de unavez. La proximidad que habíaexperimentado con el pequeño enPahiatua había vuelto a desaparecer.Helena no quería a ese niño y no seresignaba a su destino. La esposa deWitold seguro que no había deseadonada más ardientemente que un hijo desu marido, pero en lugar de dejarlaembarazada a ella, ese hombre habíaarruinado la vida de Helena y hecho loposible por traumatizar para siempre aKarolina.

—Voy —dijo Helena, esperando queno se notara lo fastidiosa que leresultaba esa visita.

Lanzó una última y desdichada mirada

Page 744: UNA PROMESA EN EL FIN

al espejo antes de seguir a James yMoana al coche. Ya casi no cabía en elamplio vestido premamá, pero a lacomadrona le daría igual qué aspectotenía.

Helena confirmó horrorizada que esatarde en el marae no reinaba laacostumbrada tranquilidad. De hechohabía varios coches en la plaza. Algunosestaban ordenadamente aparcados. Entrelas camionetas sucias y cochambrosasde los miembros de la tribu, le llamó laatención un cuidado Lincoln Continental.

—¿Es el coche de Wiremu? —preguntó James—. ¡Vaya! ¡Tu tío debede ganarse muy bien la vida!

Moana asintió.

Page 745: UNA PROMESA EN EL FIN

—Así es —contestó, pero le habíanllamado la atención otros coches queestaban aparcados de cualquier maneraen la plaza, con las puertas todavíaabiertas como si los conductoreshubiesen bajado a toda prisa—. ¿Quéhacen aquí todos estos coches deHaldon? ¡Ese Dodge es de BernardTasier!

Cuando James se detuvo y abrió laspuertas a las mujeres, se oyeron unasvoces. Una de ellas era tan fácil deidentificar como el Dodge. BernardTasier llevaba la voz cantante en ungrupo de pakeha armados con escopetasde caza que, delante de la casa de lasasambleas, se encontraba cara a cara

Page 746: UNA PROMESA EN EL FIN

con unos maoríes igual de furiosos quelos blancos.

—¡Abrid! —ordenaba en ese momentoTasier, al tiempo que agitaba el arma—.¡Devolvedme a mi hijo!

Koua, el jefe tribal, respondió alpropietario de la ferretería con un tonoigual de iracundo.

—¡Aquí no está tu chico, pakeha!¿Cuántas veces he de decírtelo? Búscaloen otro lugar, nosotros no lo tenemos.

—¡No me engañes, desgraciado! —vociferó Tasier. Parecía bastanteachispado, como seguramente tambiénKoua—. No te creo ni una palabra. Elmuchacho ha desaparecido y tú te niegasa abrir la casa. La casa donde teníais a

Page 747: UNA PROMESA EN EL FIN

los niños. ¡Esto es intolerable!—Hombre, sé razonable, por favor.Un hombre alto, muy delgado para ser

maorí, salió de detrás del jefe. Adiferencia de los demás, que llevabanpantalones de montar, camisas deleñador y chaquetas de piel, vestía unelegante traje. El paño fino, la camisablanca y su pulcro corte de cabellocontrastaban con su rostro tatuado. Soloél y Koua llevaban tantos tatuajes.Helena ya conocía la historia de Koua.Tonga, el anterior jefe tribal, según lehabía contado James, había insistido enque sus dos hijos se hicieran tatuar conese moko marcial. Así pues, el hombretenía que ser Wiremu, el tío de Moana.

Page 748: UNA PROMESA EN EL FIN

—¿Por qué iba a secuestrar la tribu atu hijo? —preguntó a Tasier con calma yamabilidad.

—Eso digo yo —añadió Koua consarcasmo—. Si de algo vamos sobrados,es de niños.

Wiremu no le hizo caso.—Mi hermano, el ariki... —señaló a

Koua— quisiera demostrarte que no haescondido al niño. Pero nadie sabedónde está la llave de esa casa dereuniones. Mi sobrina...

—¡Ya basta de palabrerío, laabriremos por la fuerza! —gritó Tasier—. Vamos. O la quemamos ahoramismo...

—Entonces quemarás a tu hijo, si es

Page 749: UNA PROMESA EN EL FIN

verdad que está ahí dentro —observóWiremu.

Tasier levantó la escopeta y se acercóun par de pasos a él.

—A ver si te callas, listillo de mierda.—Ya basta, señor Tasier, yo tengo la

llave.Moana se interpuso entre su tío y el

iracundo tendero. Sostenía en la mano unmanojo de llaves.

—Estaba en Kiward Station y mellevé sin querer las llaves. Mi padredice la verdad, es cierto que no podíaabrir la casa de reuniones.

—Con o sin llave —terció Koua, queentretanto había tomado conciencia desus derechos—, no tengo por qué abrir

Page 750: UNA PROMESA EN EL FIN

esa maldita casa para ti, Tasier. La casaes nuestra. Esta es la tierra de la tribu,es nuestra casa. Si quieres que tedejemos entrar, tendrás que pedirlo porfavor. —Apuntó con la escopeta alpakeha.

—¿Qué ha pasado? —JamesMcKenzie se colocó junto a Moana—.Tal vez pueda explicarnos qué le traepor aquí, señor Tasier. Y lasconversaciones son más relajadascuando uno no le pone delante de lasnarices una escopeta a su interlocutor.Eso también vale para ti, ariki.

Tasier, a quien la intromisión delheredero de Kiward Station habíadevuelto un poco la sobriedad, bajó el

Page 751: UNA PROMESA EN EL FIN

arma. Koua hizo lo mismo.—Marty se ha ido —contestó Tasier,

todavía con un deje agresivo aunque yasin gritar—. Mi hijo. Mi hijo de ochoaños. Lleva horas desaparecido, miesposa está loca de inquietud. ¿Y dóndese metió la última vez que se fue decasa? ¡Adivínelo! —Señaló la casa dereuniones.

—Pero entonces vino por su propiavoluntad, para confeccionar cometas consus amigos —respondió Moana—,mientras que hoy no hay ningún taller. Yave que no hay más niños por aquí, y quela casa está cerrada.

—¿Y quién me dice que no habéisencerrado ahí a Marty? —replicó Tasier,

Page 752: UNA PROMESA EN EL FIN

mirando a Koua.El jefe tribal hizo una mueca irónica.—Ya, los maoríes somos famosos

como ladrones de niños, ¿no es eso? Alcontrario que los pakeha, que nunca hansecuestrado niños maoríes y los hanencerrado en misiones y en supuestasescuelas para alejarlos de sus tribus.¡No creerá en serio que nosotrosvayamos a convertir a su Marty en unpequeño maorí!

Los hombres que estaban alrededorrieron. Moana no hizo caso ni de ellos nide su padre. Fue hasta la escuela y abrióla puerta.

—Si esto lo tranquiliza, señor Tasier,eche un vistazo en el interior de la casa

Page 753: UNA PROMESA EN EL FIN

de reuniones —indicó—. Mire, es unsalón grande, ahí no podría escondersenadie. Y creo que mi familia tampocotendría nada en contra si quisiera echaruna ojeada a la casa de mi tía. Estamoscelebrando un bautizo. La mayoría delos niños de nuestro marae están allí enel banquete. Si es que Marty ha venido aver a algún amigo...

—El niño no está aquí, Moana —seinmiscuyó alguien. Era una mujer bienvestida por cuyas venas corría sangrepakeha y maorí. Helena nunca la habíavisto ahí, probablemente se tratara de laesposa de Wiremu—. Cuando loshombres del pueblo han aparecido, noshemos puesto a buscar por todas partes y

Page 754: UNA PROMESA EN EL FIN

hemos preguntado a los niños. Vieronayer a Marty por última vez en laescuela. Y no les gusta jugar con él.Pronunciaron un par de palabrasdescorteses en relación con su padre,quien suele hablar muy mal del pueblomaorí. Marty a veces lo imita. No tieneamigos entre los niños.

Bernard Tasier ya iba a montar denuevo en cólera, pero los pakeha que sehabían visto movidos a acompañarloparecían haberse convencido.

—Déjalo, Bernie, no lo tienen —lotranquilizó un hombre de mayor edad.Helena reconoció al señor Boysen.

—¿Qué iban a hacer con él? —repitióotro la pregunta de Wiremu.

Page 755: UNA PROMESA EN EL FIN

—Si... si hay alguno que lo tiene,seguro que pedirá un rescate —aventuróun tercero, evidentemente nada sobrio—. A lo mejor deberíamos esperar a quesuceda...

—Si uno de vosotros lo hasecuestrado, desgraciados... os... osharé...

Tasier volvía a enfurecerse contra losmaoríes, que, de todos modos, yaempezaban a dispersarse. Los pakehatiraron de su cabecilla hacia el coche.Moana, James y Helena fueron losúnicos que permanecieron delante de lacasa de reuniones.

—¿Dónde estará el niño? —preguntóHelena—. ¿Puede haberlo raptado

Page 756: UNA PROMESA EN EL FIN

realmente alguien? Como... como albebé Lindbergh en el pasado...

Recordaba que en Leópolis sus padresle habían contado ese caso para evitarque se atreviese a ir sola por la calle.

James rio.—¿En Haldon? ¡Qué va! Bernard

Tasier seguro que se gana bien la vidacon su ferretería, pero no es unmillonario. Marty volverá a aparecer.Andará por ahí.

—¿Cómo va a perderse por aquí?¡Estamos en las Llanuras de Canterbury,James, no en la jungla! Más bien habráido a ver a un amigo y se habrá olvidadode la hora.

—¿No me dijiste tú misma que en

Page 757: UNA PROMESA EN EL FIN

Haldon hay como mucho unos treintaniños pakeha y que sin los maoríes novaldría la pena conservar la escuela? —preguntó Helena—. La señora Tasiertambién debe de haber preguntado en lascasas de los otros niños de su edad yaque su marido estaba demasiadoborracho para hacerlo. No. Si Martylleva unas horas fuera es que se le haido la cabeza jugando o que le hasucedido algo. ¿Se os ocurre algunaidea? También vosotros jugabais aquí deniños.

Moana y James se miraron.—¡Las galerías! —exclamó James.—¡La mina! —dijo Moana—. Sería

una posibilidad. Vayamos, James. ¡Vale

Page 758: UNA PROMESA EN EL FIN

la pena intentarlo!Acto seguido se volvió hacia el coche.

James y Helena la siguieron, y pocodespués la camioneta daba tumbos porla carretera llena de baches en direccióna Haldon.

—¿Podríamos ir un poco másdespacio? —gimió Helena. James sesobresaltó y redujo el gas.

—Lo siento —se disculpó—. Peroestoy muy preocupado. Si el chico se hametido en la vieja mina...

—¿Es posible? —preguntó Helena—.¿Está apuntalada?... Bueno, en Siberiano era tan sencillo. Había que utilizaruna jaula de extracción... —Todavía seestremecía al recordar los chirriantes

Page 759: UNA PROMESA EN EL FIN

ascensores.—Aquí las excavaciones no eran tan

profundas —señaló Moana—. Solo secavaron galerías en la tierra, en estecaso en una montaña, y los mineros seintroducían a pie. Cuando la mina cerró,también se cerraron las entradas...

—Con madera —añadió James—. Yaestaba podrida cuando nosotrosteníamos la edad de Marty. Y, porsupuesto, nos colábamos dentro yexplorábamos los túneles. Eraemocionante, jugábamos a mineros yespeleólogos...

—¿Nunca os perdisteis? —preguntóHelena.

Moana negó con la cabeza.

Page 760: UNA PROMESA EN EL FIN

—No. Es imposible, aunque Mirandasiempre insistía en llevarse un ovillo delana e ir desenrollándolo como en esaleyenda griega.

James rio nervioso.—Sí, cuando Teseo busca al

Minotauro. Miranda siempre temía queapareciera un jaguar...

—Pero si es imposible perderse ahí—siguió Helena—, ¿por qué Marty novuelve? —La camioneta llegó a lacarretera asfaltada y suspiró aliviada.

—Por eso estoy preocupado —dijoJames con gravedad—. No solo lasentradas están podridas, Helena. Lamadera de encofrado que sostiene laestructura también debe de estarlo...

Page 761: UNA PROMESA EN EL FIN

La vieja mina estaba a unos treskilómetros de distancia de Haldon, en elcamino que iba a Methven. El terrenoera accidentado y pedregoso,posiblemente el entorno fuera de origenvolcánico. Helena perdió las esperanzasde encontrar ahí a Marty. El pequeño nopodía haber recorrido en una mañanaese trecho. Pero pronto encontró laexplicación de cómo podía haberllegado hasta allí cuando James giró porun camino secundario. Estabareblandecido por la lluvia del díaanterior y se veían huellas frescas decascos. El caballo que las había dejado,un pony robusto, estaba atado a unmanuka a unos metros de la entrada a la

Page 762: UNA PROMESA EN EL FIN

galería. Lanzó un relincho quejumbrosoa los recién llegados. Era posible quellevase horas esperando allí.

—¿Es el pony de Marty? —preguntóJames a Moana—. Su padre no ha dichonada de que se hubiese ido a caballo.

—Su padre es un tonto impresentableque tenía tantas ganas de endosarles algoa los maoríes que ni siquiera habráechado un vistazo al establo —supusoMoana, que se acercó al animal y loacarició. No le interesaban los caballosy no estaba segura de si había vistoantes a Marty en ese, pero por la alturade los estribos debía montarlo un niño—. De lo contrario también nos habríaconsiderado ladrones de caballos...

Page 763: UNA PROMESA EN EL FIN

James ya estaba explorando la entradaa la galería. Era fácil reconocer quealguien había pasado por ahí. Unasplanchas clavadas impedían el acceso,pero una de ellas se había desprendido.James sacó otras dos más de susanclajes para entrar sin dificultad.

—¡Coge las linternas, Helena! —gritóa la joven, que todavía estaba ocupadaen salir con su barriga del coche—.Están debajo del asiento del conductor.Y debe de haber una botella de agua yuna bolsa de primeros auxilios. En casode que el niño se haya hecho daño...

Helena reunió las cosas y se acercó ala mina. No estaba segura de si debíaacompañar a los demás. Su mirada se

Page 764: UNA PROMESA EN EL FIN

posó en el árbol manuka al que elcaballo estaba atado, la atrajo como porarte de magia. Al pasar por su lado, tocóun momento la corteza y recordó suvisita al poblado de los ngati rangitane.El árbol manuka que le había dadofuerza y cuyo espíritu ella percibía.

—¿Vienes, Helena? —preguntó James—. ¿O prefieres esperar aquí?

Ella abandonó sus pensamientos y sedirigió a la entrada de la mina. Noquería quedarse sola ahí fuera. Bajo elasiento de la camioneta habíaencontrado dos linternas, dio una aMoana y otra a James. Había metido labotella de agua y el equipo de primerosauxilios en la vieja bolsa donde estaban

Page 765: UNA PROMESA EN EL FIN

las linternas. Se la colgó para tener lasdos manos libres. El suelo era bastanteirregular, de vez en cuando había quesalvar algunos escalones. Justo detrás dela entrada, la galería todavía era ancha,pero después se ramificaba en tresangostos pozos.

—¡Marty! —llamó Moana con su vozcristalina—. Marty, ¿estás ahí?

—¡Aquí! —El hilo de voz procedía deuna fina ranura—. ¡Socorro!

—¡Está ahí! —exclamó con alegríaMoana—. ¡Te oímos, Marty! —Y sedispuso a seguir la voz.

—Claro, el muy tonto ha tenido quemeterse en la galería más angosta yoscura... —James se agachó para no

Page 766: UNA PROMESA EN EL FIN

golpearse la cabeza con el techo—, y laque está en peor estado. Las demás estánmejor apuntaladas... ¡Vamos, Marty!¡Grita otra vez para que te encontremos!

—¡Aquí! —Con el grito se mezcló unsollozo.

—¡Enseguida te sacamos de ahí!El chico no podía estar lejos. Helena

pensó en si debía seguir a Moana yJames. Tenía miedo a la oscuridad.Recordó las galerías de Siberia, queeran más angostas y pequeñas. Losvigilantes a veces habían obligado a lospresos más pequeños y delgados a cavartendidos boca abajo. Aquí no era tanduro. Tenían que agacharse, pero laslinternas iluminaban un pasillo revestido

Page 767: UNA PROMESA EN EL FIN

con madera de dos metros de ancho poruno y medio de alto. Enseguidaencontraron a Marty. La pared de lagalería se había desmoronado, dospilares estaban rotos. Marty yacía bajolos escombros.

—La pierna... —se lamentó el niño—.No puedo sacar la pierna. —Y comopara dar muestra de ello, intentóincorporarse y, apoyándose en lasmanos, tirar de la parte inferior delcuerpo que estaba bajo la madera y laspiedras. Pero enseguida tuvo quedesistir. El niño era flaco, todo locontrario de su robusto padre—. Mehace mucho daño —se quejó.

—¿No te duele nada más? —preguntó

Page 768: UNA PROMESA EN EL FIN

Moana preocupada. Ella y Helena searrodillaron al lado de Marty. El niñonegó con la cabeza—. Seguro que noestás gravemente herido —lo tranquilizóMoana—. Solo tenemos que sacarte deaquí.

—¡Eso está hecho! —exclamó James,tirando del primer pilar derribado quese encontraba atravesado sobre la pelvisde Marty. No tuvo demasiado éxito—.Iré al coche por unas herramientas—.¿Podrás esperar, Marty?

El pequeño asintió. Parecía un pocoreconfortado y empezó a hablar delaccidente mientras James se alejaba.

—Iba a grabar mi nombre en la pared—explicó, señalando una navaja de

Page 769: UNA PROMESA EN EL FIN

bolsillo que estaba junto a él—. Yentonces todo se derrumbó... Primero lapared, luego el techo... No pude salir tanrápido... Tenía mucho miedo. —Gimió.

—¿No tenías linterna? —preguntóHelena.

—No. Bueno, sí, una lámpara dequeroseno. Lo quería hacer muy bien,como los mineros. No una simplelinterna. Pero se apagó cuando me caí.

Moana iluminó el suelo alrededor delchico y, en efecto, descubrió unalámpara medio cubierta por losescombros. La levantó con cuidado. Lalámpara no estaba rota, afortunadamente,por lo que no se había derramadoqueroseno.

Page 770: UNA PROMESA EN EL FIN

—Pues entonces sí que se pusieron lascosas feas de verdad —observó Moana.

Marty asintió, casi con cierto orgullo.A Helena le pareció bastante valiente.Ella misma se habría muerto de miedo,sola y a oscuras en una mina.

Oyeron unos pasos procedentes de laentrada.

—¡Ya estoy aquí! —anunció James... yde repente resonó una maldición—.¡Maldita sea! Este estúpido escalón...

Helena se sobresaltó. James debía dehaberse caído. Ojalá no se hubiesehecho daño. Pero lo que ocurrió en esemomento fue mucho peor que un rasguñoen la rodilla. Helena y Marty gritaroncuando en la mina retumbó un estruendo.

Page 771: UNA PROMESA EN EL FIN

Los pilares se quebraron con un crujidoy sobre la galería llovieron tierra ytrozos de piedra. El derrumbe seprolongó por lo que parecía unaeternidad. Helena temía que la tierra losenterrara a todos, pero no duró más queunos segundos. Moana, a quien con elsusto se le había caído la linterna,palpaba el suelo en su busca. No tardóen encontrarla e iluminó el lugar pordonde tenía que haber llegado James. Yano había ninguna salida. Estabansepultados.

Page 772: UNA PROMESA EN EL FIN

2

Helena sintió que la invadía el pánico.Había vivido esa experiencia enSiberia. Entonces había bajado pocasveces a la mina, pero tenía grabadas afuego las escasas ocasiones en que lohabía hecho en una jaula de extracción,envuelta en la penumbra de las

Page 773: UNA PROMESA EN EL FIN

profundidades, donde tenía que trabajarcon una tenue iluminación y el peligroconstante de que las galerías sederrumbasen.

—Nos morimos —susurró en laoscuridad—. Moriremos todos.

Marty gimoteó. Encontró a tientas sumano y se aferró a ella. Helena se laapretó.

—¡Qué va! —exclamó tranquilamenteMoana.

Al mismo tiempo oyeron los gritosalarmados de James.

—¿Estáis heridas? ¡Moana, Helena!—¡No! —respondió Moana—. Todo

en orden. No hay heridos.James respondió algo que Helena no

Page 774: UNA PROMESA EN EL FIN

entendió. Pero oyó que empezaba aquitar los escombros con una pala.¡Intentaba liberarlos!

La mina volvió a estremecerse yHelena gritó. Marty lloraba.

—¡Para, o esto volverá a hundirse! —gritó Moana—. Vale más que vayas alpueblo por ayuda. Tenéis que apuntalarla entrada.

Pese a la advertencia, James no cejó,desde dentro oían que seguía trabajandoen la entrada. Pero entonces volvió aoírse un rugido y el joven desistió.

—¡Enseguida vuelvo! —dijo paratranquilizarlos.

Helena empezó a temblar.—Vamos a morir todos —repetía.

Page 775: UNA PROMESA EN EL FIN

Moana levantó la linterna e iluminó sucara pálida.

—¿Es cierto? —preguntó Marty.Moana negó con la cabeza.—No asustes al niño —reprendió a

Helena—. Claro que no vamos a morir.Así que tranquilízate. James volverá enun periquete.

—¿Te lo dicen los espíritus? —preguntó con gravedad Marty—. Mipadre dice que vosotros los maoríes noconocéis al Cristo verdadero, que creéisen espíritus malignos.

Moana rio, en apariencia nadapreocupada.

—Nosotros creemos en espíritusbenignos —contestó—. Pero aquí no los

Page 776: UNA PROMESA EN EL FIN

necesitamos. Estamos bien, tenemosagua y luz... Así que aguantaremos unpar de horas hasta que James vuelva conlos demás hombres.

Esto no consolaba a Helena, queestaba paralizada por el miedo.

—¿Y si la mina sigue derrumbándose?—susurró. Era posible que el resto de lagalería se hundiera y los enterrara—. ¿Ysi se gasta la pila de la linterna?

La sola idea de tener que permanecervarias horas en completa oscuridad leparecía insoportable. Y encima un doloragudo le recorrió el cuerpo. Se sujetó elvientre.

—Moana, creo... creo que viene elniño...

Page 777: UNA PROMESA EN EL FIN

La joven maorí colocó suavemente lamano sobre su vientre.

—Pues sí, encima esto... —murmuró eiluminó otra vez a Helena. Mirópreocupada sus ojos horrorizados yabiertos de par en par.

—Voy a morir. Lo sabía...—Por el momento, vamos a iluminar

esto mejor —decidió Moana sinresponder a Helena—. ¿Tienes cerillas,Marty? Debes de tener alguna.

—Sí. —El pequeño asintió y sacó delbolsillo de su sucia chaqueta una caja decerillas.

Moana frotó una y trató de encender lalámpara de queroseno. Al segundointento se iluminó.

Page 778: UNA PROMESA EN EL FIN

—¡Estupendo!Helena se ovillaba en la gruta. Ya

notaba un líquido entre las piernas.—Te has hecho pipí —se asombró

Marty.—Ha roto aguas —corrigió Moana—.

Ahora relájate, Helena, tiéndete osiéntate... mejor que no te apoyes en lapared. Ten, utiliza la bolsa comoalmohada. —Se preocupaba de queHelena estuviera algo más cómoda.

—¿Ya lo has hecho alguna vez? —preguntó Helena, con pocas esperanzas—. Me refiero a ayudar a... a dar a luz aun niño.

Moana negó con la cabeza.—Espero que James esté de vuelta

Page 779: UNA PROMESA EN EL FIN

antes de que esto se precipite —respondió, no demasiado optimista. Elinminente nacimiento también parecíainquietarla—. Pero... tengo cincohermanos y soy la mayor. Todosnacieron en casa. Así que algo aprendí.Si es lo que toca, lo conseguiremos,Helena. Intenta no ponerte nerviosa.Respira tranquila, piensa en algobonito...

Helena intentó respirar contranquilidad y pensar en James, enKiward Station y en los paseos acaballo al sol. Pero en lugar de ello, ensu mente se abrió camino el recuerdo desu madre en el lecho de muerte. Tambiénreinaba la oscuridad en el barracón de

Page 780: UNA PROMESA EN EL FIN

Siberia. Y Luzyna lloraba como ahoraMarty. Ella había tratado detranquilizarla. A lo mejor hablar con elniño la distraería.

—No llores, Marty —susurró—. Asípones triste a tu ángel de la guarda. —Eso era lo que su madre siempre decía aLuzyna—. ¿Lo sabes, no, que tienes unángel guardián?

Marty negó con la cabeza. Nadie enHaldon era católico.

—¿Es un espíritu? —preguntó.Era evidente que los espíritus

constituían un motivo de preocupaciónpara el chico. Helena se preguntó si sedebía a las horas que había pasado en lacasa de reuniones de los ngai tahu o a

Page 781: UNA PROMESA EN EL FIN

que su padre lo atemorizaba.—Algo parecido —contestó—. En

cualquier caso, cada niño tiene uno quecuida de él. Hay... hay una canción quehabla del ángel de la guarda.

Ante sus ojos apareció de repente elescenario esmeradamente decorado dela Ópera de Leópolis. La función deNavidad. Luzyna, Helena y sus padresvestidos de fiesta... RepresentabanHänsel y Gretel de Humperdinck.

Se puso a cantar a media voz.

Por la noche voy a dormir,catorce ángeles me rodean...

Moana y Marty la escuchaban

Page 782: UNA PROMESA EN EL FIN

fascinados. Helena se abandonó alrecuerdo como a un sueño.

—Creo que Marty se ha dormido —dijo Moana cuando Helena huboacabado la canción. Helena reprimió ungemido al sentir otra contracción—. Lohas hecho bien. Serás una buena madre...—Y volvió a acariciar el vientre deHelena.

La parturienta contrajo el rostro.—¡No! —escapó de sus labios—.

Seguro que no lo seré. No quiero a esteniño. ¡Lo odio!

Moana la miró sorprendida. Luegohizo un gesto negativo.

—Sí, sí que lo serás —dijososegadora—. Cuando haya nacido lo

Page 783: UNA PROMESA EN EL FIN

amarás. Seguro. Les sucede a todas.Incluso si al principio no lo querías.Hazme caso, en el poblado, la mitad delos hijos son indeseados. Las mujeresencuentran algún trabajillo en el puebloo en Kiward Station, un pakeha lasinvita a un par de tragos, se van con él...y nueve meses más tarde tenemos a otropequeño mestizo, y además sin padre.Pero su madre lo quiere, y en el maraenadie lo mira mal. Lo desagradableviene después, cuando los niños pakehade la escuela lo llaman bastardo... Perotu hijo será blanco. Y James seguro quees un buen padre.

—¿Cómo se te ocurre mencionar aJames? —preguntó Helena atónita.

Page 784: UNA PROMESA EN EL FIN

Moana contestó serena, aunque en susojos se reflejaba cierta tristeza.

—El hijo es suyo, ¿no?Helena sacudió con vehemencia la

cabeza y se encogió con la siguientecontracción antes de responder.

—¡No! ¡Claro que no! ¿No... no te hacontado nada Miss Gloria? ¿O James?

Helena no salía de su asombro. Jamesdebería ser el primer interesado en darexplicaciones a su novia. ¿Y por qué nole había echado en cara la misma Moanasu supuesta infidelidad?

—Miss Gloria no habla mucho —respondió Moana—. Y James... Bueno,yo pensaba... pensaba... que él creía queno era de mi incumbencia. —Parecía

Page 785: UNA PROMESA EN EL FIN

herida—. Si... si yo lo hubiese sabido...—Pero yo ya estaba embarazada

cuando conocí a James. —Helenatodavía no entendía cómo era posibleque durante todos esos meses Moanahubiera creído algo falso y que hubiesecallado al respecto.

—Pensaba que os habíais conocido enEuropa —contestó—. Pero da igual.James es una buena persona. Querrá alniño tanto como te quiere a ti.

—¡Pero si no me quiere! —replicóHelena, reprimiendo un chillido.

Las contracciones eran más frecuentes,parecían desgarrarla, pero no queríadespertar a Marty. Seguro que no leharía ningún bien verla así.

Page 786: UNA PROMESA EN EL FIN

Moana sonrió abatida.—¡Claro que sí, Helena! Lo he visto y

lo he sentido, ya desde el primermomento, cuando llegó contigo a lahabitación de la chimenea, mientras yohablaba con su madre. Enseguidareconocí que te ama. Y cuando luego meenteré de que estabas embarazada, tuveclaro que lo había perdido... Si es quealguna vez me ha pertenecido. Nunca meha amado de verdad. —Suspiró—. Noes algo que se pueda hacer a la fuerza.

Helena sufrió otra contracción y clavólas uñas en el vestido.

—¡Te equivocas! —objetó—. Esimposible que me quiera. Nadie mequiere, yo... —Gimió de dolor,

Page 787: UNA PROMESA EN EL FIN

agotamiento y miedo—. Yo soy una malapersona.

Moana negó con la cabeza.—Eres una persona sobre la que flota

una nube negra. También lo he visto. Yde esto quería hablar hoy Ahurewacontigo. Porque no es algo positivo parael bebé. —Sonrió—. Así no querrásalir. —Reflexionó unos segundos—.Ahora debería cantarle una canción paraque sepa que es bien recibido. Cómoera...

Helena tenía la sensación de que elniño empujaba para salir al mundo, tantosi su madre le daba la bienvenida comosi no.

—¿Ves... esa nube? —preguntó, para

Page 788: UNA PROMESA EN EL FIN

distraer su atención tanto de lascontracciones como de James. Moanadebía de equivocarse. Era imposibleque él la amase.

Moana respondió afirmativamente.—¿Acaso no tengo razón?Helena la miró y asintió.—Es como si yo atrajese la oscuridad.

Y está bien así. Yo... yo estoy pagandopor lo que hice. —Vio de nuevo elrostro de Luzyna ante ella y sintió quelas lágrimas anegaban sus ojos.

Moana la rodeó con un brazo.—No llores —susurró—. No asustes

al bebé. —Canturreó una melodía.Luego pareció cambiar de opinión. Eraevidente que Helena todavía no estaba

Page 789: UNA PROMESA EN EL FIN

preparada para el parto. Todavía nohabía llegado el momento de llamar alniño—. ¿Quieres contármelo? —preguntó dulcemente Moana, apartandola linterna para que el rostro de Helenaquedara en la oscuridad—. ¿Lo que hasvivido? ¿Tu pepeha?

—¿Qué era eso del pepeha? —preguntó Helena, y gimió cuando larecorrió la siguiente contracción.

—Tu historia. La historia de tupasado. Y más. Tu pepeha cuenta lo quefue y lo que será...

Helena rio con cinismo.—I nga wa o mua —dijo—. Pronto no

podré volver a oírlo. Y sí, tenéis razón.Mi traición en el pasado determina mi

Page 790: UNA PROMESA EN EL FIN

futuro. Se ha arruinado para siempre. Esverdad, es justo... pero ya tengosuficiente. No puedo más...

—¿Qué hiciste? Tal vez no sea algotan malo...

—Es muy malo. —Esta vez gimió no acausa de las contracciones—. Tiene quever con mi hermana... y con mi madre.

—Venga, cuéntamelo... —la animóMoana—. No se lo diré a nadie. Deverdad. Y no voy a juzgarte.

—¡De eso ya me encargo yo! Y eldestino ya hace tiempo que pronunció susentencia. Debo aceptarla, yo...

—¡No sé cómo se hace en Polonia,pero en Nueva Zelanda uno tienederecho a pedir un abogado! —bromeó

Page 791: UNA PROMESA EN EL FIN

Moana con tono animoso—.Cuéntamelo, anda. Y a tu hijo. No has detener secretos para él. De lo contrarioemponzoñas su vida.

Helena negó con la cabeza.—¡Todavía no entiende nada de este

asunto! —protestó.—¿Y de qué asunto se trata? —insistió

Moana—. ¿De castigo? ¿Crees que esteniño es el castigo de lo que una vezhiciste a tu hermana? ¿No es eso injusto?¿Qué culpa tiene el bebé? Si no puedoser tu abogada defensora, deja que seala del niño. ¡No merece la carga que lehas impuesto!

Helena se mordió el labio. Moanatenía razón, estaba a punto de hacer una

Page 792: UNA PROMESA EN EL FIN

injusticia con su hijo, de traicionarlocomo había traicionado a Luzyna.

—Fue en Persia —empezó a mediavoz—. Habíamos escapado de Siberia,Luzyna y yo, nuestra vida ya no corríapeligro, pero tampoco teníamos ningunaesperanza de futuro... —Comenzódespacio y titubeante y fue hablandocada vez con más fluidez. En lapenumbra de la gruta, atenazada por elmiedo, con el nacimiento y la muerteante sus ojos, desveló todo su secreto.Solo se detenía cuando sentía una nuevacontracción. Contó cómo había dejado aLuzyna en la estacada, la promesa quehabía hecho a su madre y que había roto.Contó que se había entregado a Witold

Page 793: UNA PROMESA EN EL FIN

para comprar su silencio—. Pero tendríaque haber explicado todo entonces. Sisimplemente hubiera dicho que no... élme habría denunciado. Y Luzyna habríapodido ocupar mi sitio... —Sollozó.

—Pero ya estabas en Bombay —intervino Moana.

Pensaba lo mismo que Miranda unosmeses atrás. Nunca habrían enviado devuelta a Helena desde Bombay, y seguroque tampoco habrían organizado untransporte especial para Luzyna.

Helena volvió a emitir un sollozo.—Cuando me enteré de que esperaba

un niño.... No lo quería, todavía no loquiero. Intenté matarlo. Si hubierapodido...

Page 794: UNA PROMESA EN EL FIN

Asustada, Moana hizo un gesto derechazo.

—¡No digas eso! —la reprendió—.No asustes al niño. Te molestará todavíamás si no quiere venir al mundo porquesiente que no es deseado.

Pero el bebé no parecía tener dudas.Estaba vivo y empujaba para salir a laluz. Moana sostuvo a Helena cuando seirguió instintivamente y la ayudó aponerse de rodillas.

Helena protestó.—Prefiero acostada. Así todavía me

duele más.—Siempre duele, pero de rodillas es

más sencillo. El bebé se desliza haciaabajo, la fuerza de la gravedad lo ayuda

Page 795: UNA PROMESA EN EL FIN

a salir. Con Ahurewa tendrías quearrodillarte entre dos pilares. En unoapoyarte y en el otro sujetarte. Es elmétodo más fácil. Pero aquí, mejor nointentarlo... no vaya a ser que nos caigael techo sobre la cabeza. ¿Crees que yatienes que hacer fuerza? —Helena hizoun gesto negativo. Colgaba de los brazosde Moana agotada y disfrutando de labreve pausa entre dos contracciones—.De todos modos, tampoco creo que seaalgo tan malo. Me refiero a lo de tuhermana. Dices que no acudió al puntode encuentro. Que no quería venir aNueva Zelanda.

—No viste su mirada —susurróHelena—. Cómo... cómo me miró...

Page 796: UNA PROMESA EN EL FIN

cómo...—Sin duda se quedó estupefacta. Se

sorprendió. De acuerdo, tal vez seenfadó un poco. Estaba acostumbrada aque tú lo hicieras todo por ella. Pensabaque no ocurriría nada si llegabademasiado tarde. Ya la esperarían o túirías a recogerla. Pero por una vez no lohiciste y, claro, se sorprendió. Peroluego se quedó la mar de contenta con elresultado. Helena, ese campamento teníaun teléfono, ¿y no has mencionado algode un camión del ejército? Si hastatienen radio. ¡Luzyna podría haberconseguido que el convoy se detuvieraal poco tiempo!

—¡Ella no es una traidora! —exclamó

Page 797: UNA PROMESA EN EL FIN

Helena obstinada.—No veía ninguna razón para

delatarte —la corrigió Moana—.Consiguió justo lo que quería:documentos para demostrar que teníaedad suficiente para casarse con sunovio y marcharse con él del campo derefugiados.

—¡Pero precisamente eso es lo que nodebía hacer! —se enfureció Helena—.Tenía que venir a Nueva Zelanda. Teníaque vivir una vida mejor. Lo que nuestramadre había querido para ella... —Gimió y se dobló con la siguientecontracción—. Yo era responsable deella. Debería haberla obligado. Yo era...soy... seré una mala madre... —Helena

Page 798: UNA PROMESA EN EL FIN

gritó. Ahora tenía que hacer fuerza, tantosi quería como si no. Y entonces sintióentre las piernas un líquido que fluía—.Me muero —gimió, para sentirse actoseguido aliviada.

El niño se deslizó con toda facilidadal exterior. Moana lo cogió.

—¡Es una niña! —dijo con dulzura—.¡Has tenido una niña!

Casi sin conocimiento, con una mezclade debilidad y alivio, Helena vio cómola joven maorí limpiaba por encima albebé con la enagua y cortaba el cordónumbilical con la navaja de Marty. Elbebé chilló indignado.

—¡No le hagas daño! —susurróHelena.

Page 799: UNA PROMESA EN EL FIN

Moana sonrió.—Lo ves, ¡ya la quieres! —dijo, y

envolvió a la niña con la enagua. Helenase dejó caer en el lecho improvisado ymiró a los ojos aterrados de Marty.

—¿Qué ha pasado? ¿Todavía...todavía estamos aquí? —preguntódesconcertado.

—No ha pasado nada malo —respondió alegremente Moana—. Alcontrario, ha ocurrido algo bonito. Mira,¡Helena ha tenido a su bebé! —Expuso ala recién nacida a la luz para que Martypudiera ver la carita roja y un pocoarrugada—. Es la pequeña... ¿Quénombre te gustaría ponerle, Helena?

Esta se enderezó.

Page 800: UNA PROMESA EN EL FIN

—Tal vez... tal vez ¿Luzyna? —propuso cansada.

Moana rechazó la idea.—Nada de eso. No puedes hacerle esa

trastada. Necesita su propio nombre...—Pero me recordará a Luzyna. Por si

está muerta... —Helena acarició lasmejillas de la niña, a la que Martyseguía mirando fascinado.

—¿Cómo ha entrado aquí la cigüeña?—preguntó, pero nadie le contestó.

—¿Tu hija viva ha de recordarte lamuerte? —la censuró Moana—. Esosignificaría hacerle una gran injusticia.Y más cuando no hay ningún motivo parapensar que tu hermana esté muerta. ¿Porqué iba a estarlo? Es joven y la guerra

Page 801: UNA PROMESA EN EL FIN

ha terminado. Tú no la traicionaste, solola perdiste de vista, y lo mismo habríapasado si te hubieras quedado en Persiay ella estuviera en Nueva Zelanda. A lomejor te habría escrito desde aquí,porque aquí habría estado sola y sin sunovio. En cambio, tal vez tendría quehaber sufrido lo mismo que tú aguantastecon ese Witold. Seguro que algo se lehabría ocurrido para forzarla, ya dijisteque había sucedido algo en el barco queiba a Rusia. E incluso si la hubieradejado en paz, nadie sabe si realmentehabría sido feliz. Tan feliz como tú...

—Pero yo no soy feliz.A Helena volvían a resbalarle

lágrimas por las mejillas, pese a que en

Page 802: UNA PROMESA EN EL FIN

realidad no quería llorar. Quería coger ala niña a la que acababa de dar a luz. Lodeseaba con todo su corazón. Moanatenía razón: ya amaba a su hija. Habíadejado de sentir que era un castigo paraella.

Moana le dejó al bebé en los brazos.—Eres feliz —constató cuando Helena

empezó a mecerla dulcemente—. Laniña es el futuro nacido de tu pasado. Inga wa o mua. Asúmelo, da las gracias.Puede que lo que ha ocurrido sea feo,pero ahora será para ti una bendición.James te ama...

—No es cierto —musitó Helena,volviendo a sentir un dolor en el vientre—. James siempre te ha pertenecido. Y

Page 803: UNA PROMESA EN EL FIN

regresará. Cuando yo me haya ido.Moana hizo un gesto negativo.—No te irás —dijo decidida—. Sería

injusto. I nga wa o mua, esto es válidopara mí y para James. Él es pakeha, yosoy maorí. No llegamos con la mismacanoa a Aotearoa. Él diría que eso noimporta y hasta hace poco yo habíapensado lo mismo. Había deseadocasarme con él y vivir en KiwardStation, y tal vez hasta habría luchadopor lograrlo si no hubieras estadoembarazada. Fue tu hija, que pensé queera hija de James, la que me hizorenunciar. Y pensar si realmente quierollevar la vida de una pakeha. Una vidacomo la de mi tío Wiremu, quien, por lo

Page 804: UNA PROMESA EN EL FIN

demás, también se castiga consentimientos de culpabilidad. Tonga lohabía elegido a él como sucesor, no aKoua, que no es nada adecuado paraeso. A pesar de todo, Wiremu semarchó. Vive su propia vida y cuando escapaz de olvidar con qué dedicaciónKoua colabora en arruinar a la tribu, esfeliz. Pero yo no habría sido feliz.Quiero recuperar las tradiciones de mipueblo, no quiero ofrecer a nuestropasado el sacrificio de un futuro dudoso.Gracias a que los espíritus os han unidoa James y a ti, lo veo más claro. ¡Meconvertiré en ariki de los ngai tahu!Aunque sea mujer. ¡Demonios, si hastapodría convertirme en primera ministra

Page 805: UNA PROMESA EN EL FIN

si me lo propusiera! Puedo presentarmecomo candidata contra mi padre eintentar ganar las elecciones.

—Eres hija de un jefe tribal. —Helenasonrió entre lágrimas.

Moana asintió con orgullo.—Y si es necesario, llevaré a mi

pueblo por la senda de la guerra. Contralos prejuicios y la ignorancia de lospakeha y contra la apatía y agonía de losmaoríes. Primero construiré la escuela.Los niños de mi pueblo deben estarorgullosos de ser maoríes. Y no se lesdebe impedir que inviten a sus amigospakeha para invocar juntos a losespíritus.

Le guiñó el ojo a Marty.

Page 806: UNA PROMESA EN EL FIN

—¡No hay espíritus! —exclamó elniño, recordando las advertencias de supadre.

Moana sonrió irónica.—Y entonces ¿quién ha dejado entrar

a la cigüeña en la mina? —se burló deél.

Marty frunció el ceño.—A lo mejor ha sido una corneja la

que ha traído a la niña. O un murciélago.—¿Es que no aprendéis nada en la

escuela de Haldon? —preguntósuspirando Moana—. Aquí, en la IslaSur, no hay murciélagos, Marty. Lospekapeka solo viven en la Isla Norte.

Todavía no había dejado de hablar,cuando oyeron el sonido de motores

Page 807: UNA PROMESA EN EL FIN

delante de la mina y poco despuéstambién voces.

—¡Es mi padre! —se alegró Marty—.¡Oigo a mi padre!

En efecto, la voz estridente de Tasierya se oía en la galería.

Pero el primero que pronunció unnombre fue James.

—¿Helena? —Era una preguntainquieta.

Moana sonrió a su amiga.—¿Lo ves? Te llama a ti.Helena respondió a su sonrisa.Los hombres tardaron varias horas en

despejar la entrada a la mina. Una vezestuvieron seguros de que no habíaninguna urgencia, trabajaron con

Page 808: UNA PROMESA EN EL FIN

prudencia para evitar nuevos derrumbes.Salió la placenta, y Moana dijo que mástarde la enterraría en la mina.

—Anclará el alma de tu hija aAotearoa —dijo—. Aquí estará sumaunga.

Helena frunció el ceño.—Pero todavía no es seguro que

vayamos a quedarnos —insistiótercamente—. ¡Ahora Gloria tiene aKarolina! A lo mejor debería volver aEuropa y buscar a Luzyna.

Moana la miró reflexiva.—¿Es lo que quieres? ¿De verdad

quieres volver? ¿Tu futuro no está aquí?No tienes que encontrar a Luzyna. ¡Dejaque ella te encuentre! Sabe que solo

Page 809: UNA PROMESA EN EL FIN

tiene que escribir a Pahiatua para saberdónde estás. Si hasta ahora no lo hahecho, probablemente sea porque es muyfeliz con su Kaspar. Y porque hasta tienemiedo de que tú destruyas su felicidad.¡Dale tiempo, Helena! En algúnmomento recordará que tú perteneces asu pasado y entonces también te dejaráparticipar en su futuro.

A Helena se le agolpaban lospensamientos. No podía decidirlo todoahora. Todavía estaba cansada, pero erauna sensación agradable. Hoy ya novolvería a pensar en Luzyna, sino en elnombre de esa niñita que era su futuro. Ytal vez también el de James. Pensó quequería llevarse una rama del manuka

Page 810: UNA PROMESA EN EL FIN

que crecía en la entrada de la mina.Tallaría con ella un hei tiki para James.Seguro que Moana la ayudaría.

Mientras mecía a su bebé, en lacavidad entró de repente un rayo de luz.Los hombres habían abierto el paso, laentrada pronto estaría despejada. La luzdel gran foco con que los hombreshabían iluminado la zona de trabajo,cayó justamente en la carita de lapequeña. El bebé parpadeódesconcertado ante esa inesperadaclaridad, pero no gritó.

Moana sonrió.—Ahora ya tiene su nombre —dijo—.

Turama... «Luz.»

Page 811: UNA PROMESA EN EL FIN

3

A la pequeña Turama le sentó muybien que la acostaran en la cunacolocada junto a la cama de Helena enlos aposentos de Gwyneira McKenzie.Gloria acompañó arriba a la jovenmadre cuando James la llevó a casa.Para poder quedarse con ella a solas

Page 812: UNA PROMESA EN EL FIN

necesitó recurrir a su poder deconvicción. Su hijo no se separaba deHelena desde que la había ayudado asalir de la mina. Moana había sacado ala niña pero enseguida la había dejadoen los brazos de su madre en cuanto estase había sentado a buen resguardo en elvehículo.

—¿Te gusta tu hija? —le habíapreguntado sonriente James, después dehaberse quedado embelesado mirando lacarita enrojecida del bebé.

Helena se había sentido conmovida.—No es... —había querido rectificar,

pero no había seguido al ver el rostrodichoso de él.

Camino de Kiward Station no habían

Page 813: UNA PROMESA EN EL FIN

hablado demasiado. Tan solo estabancontentos de estar juntos. Moana habíatenido el tacto de pedir a otro miembrodel equipo de rescate que la llevara almarae.

Tampoco Gloria y Jack hablarondemasiado esa noche. Ya estaban alcorriente de la exitosa operación derescate. Helena se enteró más tarde deque Jack había ido a la mina durante laslabores de salvamento y allí se habíaenterado del nacimiento de la niña. Yaque no lo necesitaban como ayudante,había vuelto a Kiward Station einformado a Gloria, quien lo habíapreparado todo para la madre y la hija.La cuna estaba lista, la cama recién

Page 814: UNA PROMESA EN EL FIN

cambiada y el agua del baño caliente.Sorprendentemente, la única que habló

mucho cuando llegaron a Kiward Stationfue Karolina. La niña estaba maravilladacon el bebé.

—¿Cómo se llama? ¿Turama? Es unnombre raro, pero bonito. Qué mona conesas manitas tan pequeñas... y lanaricita... Luego se parecerá a ti, ¿no,Helena? ¿Será... será mi hermanacuando Jack y Gloria me adopten deverdad?

Helena no supo qué responder.—No —contestó Gloria sonriendo—.

Pero puedo imaginarme que tú serás sutía.

Helena todavía escuchaba estas

Page 815: UNA PROMESA EN EL FIN

palabras cuando por fin se metió entrelas frescas sábanas de la cama trastomar un breve baño y ponerse uncamisón limpio. Acababa de dar demamar a Turama y estaba muerta decansancio, pero tan feliz como nunca ensu vida.

Helena y James dejaron que la semanasiguiente pasara tranquilamente. Él iba aver a madre e hija varias veces al día yle contaba lo que pasaba en la granja ycon los animales, pero se manteníareservado en cuanto a su relación. Eramucho más cariñoso con Turama, quecada día se ponía más bonita. Jamesafirmaba que era igual que Helena; entodo caso, tenía los mismos ojos de

Page 816: UNA PROMESA EN EL FIN

porcelana azul.—Pero aún pueden cambiar de color

—advirtió Gloria.Helena le había contado que Witold

tenía los ojos castaños y que temíareconocer los rasgos de él en el rostrode Turama.

James, sin embargo, movió la cabeza.—¡Tonterías, se quedarán azules! —

replicó—. ¿O crees que se parecerá amí? Claro que entonces deberíanoscurecerse más con el tiempo...

Helena se había reído del comentario,pero le hizo bien que James no sepreocupara de que Witold hubieralegado a la niña su aspecto ni su malcarácter.

Page 817: UNA PROMESA EN EL FIN

Fue cuando Helena hubo pasado elperíodo de puerperio y volvió a lashabitaciones comunes que James buscódelicadamente su proximidad física. Laayudó la primera vez que bajó laescalera y le cogió la mano cuandodieron un primer paseo. Después de eso,sus manos se unían de forma naturalsiempre que estaban juntos. Al final, unafría noche en que ambos contemplabanel cielo estrellado, James la rodeó conel brazo.

Un mes después del nacimiento deTurama, Helena volvió a ayudar en losestablos. Colocaba a la pequeña en unacestita y la sacaba al exterior, yencontraba en Karolina una diligente

Page 818: UNA PROMESA EN EL FIN

protectora. La niña se desvivía porcuidar al bebé cuando Helena salía a darun paseo a caballo con James. La jovenmadre toleraba sus dulces roces cuandoél corregía como de paso su posturasobre el caballo o cuando la ayudaba ensus labores con las ovejas, y veía lofeliz que se sentía James cuando ella ledirigía una sonrisa cómplice.

Un día, Miranda Biller visitó a losMcKenzie en Kiward Station. Porsupuesto, se quedó encantada con lapequeña Turama, pero encontró tambiénque a todos les sentaría bien un poco deaire fresco.

—Helena, ¡estás hecha una pueblerinacomo la tía Gloria! —riñó a su amiga—.

Page 819: UNA PROMESA EN EL FIN

Puede que sea práctico andar todo el díacon pantalones de montar y camisa deleñador —Helena estaba feliz de que denuevo le cupieran sus antiguas prendasde vestir—, ¡pero pensad un poco enJames y el tío Jack! De vez en cuandotienen que veros en toda vuestrahermosura o perderán el interés envosotras como mujeres. Tendremos quesalir de compras.

Gloria rio. No tenía duda de que Jackla amaba tal cual era. Para él no teníaque ponerse guapa. Pero la regañina deMiranda sí halló terreno fértil enHelena. En secreto tenía ganas dearreglarse para James, pero no queríaprobarse ningún vestido en Haldon por

Page 820: UNA PROMESA EN EL FIN

miedo a los cotilleos.—¡Mañana nos vamos de tiendas a

Christchurch! —anunció Miranda—.Helena, Karolina, tía Gloria y yo. ¡Nohay peros que valgan!

De hecho, Gloria estuvo de acuerdo enhacer el viaje; probablemente no queríaexponer a su protegida Karolina todo undía al desparpajo de Miranda y suinagotable locuacidad. Sin embargo, lapequeña se desenvolviósorprendentemente bien. Incluso parecíadivertirse yendo de compras. Porprimera vez, Helena se percató de loguapa que podía llegar a ser esa frágilniña de largos bucles negros. TambiénKarolina tenía los ojos azules y el

Page 821: UNA PROMESA EN EL FIN

vestido azul oscuro que Miranda leeligió le sentaba estupendamente bien.

—¡Pareces una princesa! —exclamóHelena maravillada, y no pudo evitarpensar en Luzyna. Por supuesto, era unamuchacha totalmente distinta, pero tanguapa como Karolina y, al igual que estahacía ahora, le encantaba observarsedelante del espejo ensayando poses.Helena esperaba que su hermanavolviera a tener la posibilidad decomprarse y llevar vestidos elegantes.Seguía pensando, preocupada, enLuzyna, pero el miedo a que hubiesemuerto se había disipado. Ahora Helenaentendía que había sido producto de sussentimientos de culpabilidad. Moana

Page 822: UNA PROMESA EN EL FIN

tenía razón, no existía ningún motivopara pensar que a Luzyna le hubiesepasado algo. En Europa ya habíaconcluido la guerra. Daba igual quéderroteros hubiera seguido su hermana,ya no caerían más bombas. Y aunqueHelena no confiaba demasiado enKaspar, aquel fuerte joven sería capazde proteger a su hermana.

Miranda mandó envolver el vestido deKarolina y se dirigió lentamente a laestantería de pantalones de señora. Pasóla siguiente hora convenciendo a Gloriade que se comprara un extravagantemodelo de pantalón.

—¡Pronto tendrás que acudir a lareunión de ganaderos! ¡Que sí, tienes

Page 823: UNA PROMESA EN EL FIN

que ir, el tío Jack habló de ello y de quele gustaría que lo acompañaras, seguro!¡Esa es la ocasión para ponerte unospantalones así! ¡Los barones de la lanase quedarán embobados de admiracióncuando te vean!

—Qué espanto —replicó Gloria. Lospantalones de señora seguíanconsiderándose provocadores—. Peroestá bien, me has convencido. Nodebería sepultarme de ese modo enKiward Station. Tal vez vayamos todoseste año a Christchurch: Jack, Karolinay yo; y James y Helena con Turama. Yaes hora de que la gente bien de lasllanuras conozca a los nuevos miembrosde la familia.

Page 824: UNA PROMESA EN EL FIN

Helena también se decidió por unospantalones de gabardina oscuros yrectos de corte, que sin duda seríanprácticos cuando volviera a volar conJames en el Pippa. Aun así, Miranda laarrastró a los vestidos. Insistió encomprar un vestido de colores, entalladoy de falda ancha.

—¡Seguro que a James le gustará! —afirmó—. ¡Y―a lo mejor lo anima ahacer algo contigo! Y no me refiero aesa absurda reunión de ganaderos,menudo muermo. ¿Por qué no vais un díaal cine, por ejemplo? ¿Acaso no hay unoen Haldon?

En Haldon no había ninguno, pero síen Christchurch y James aceptó de muy

Page 825: UNA PROMESA EN EL FIN

buen grado la sugerencia de llevar allí aHelena. Mientras Karolina —encantadapor ese importante encargo— vigilaba aTurama, los dos vieron Un árbol creceen Brooklyn. Para Helena era la primeraauténtica película de su vida. Jamesaprovechó la oscuridad para rodearlatiernamente con su brazo y se sintió felizcuando ella se estrechó contra él. Mástarde le confesó que se había atrevido aseguir las instrucciones de Miranda. «Enel cine —había dicho su viajada prima— la gente se toquetea.»

Y al final, cuando James ya habíaaparcado la camioneta delante de losestablos de Kiward Station yacompañaba a Helena a casa, se besaron

Page 826: UNA PROMESA EN EL FIN

bajo las estrellas. Los labios de la joventodavía eran vacilantes. Pero ninguno delos dos tenía prisa, lo demás ya vendría.Helena y James eran jóvenes, la guerrahabía terminado, ante ellos sedesplegaba un futuro libre de todapreocupación. No dudaban de su amor.En algún momento se casarían y un díaquizá Turama tuviera hermanos...

Page 827: UNA PROMESA EN EL FIN

Epílogo

—¿Y ahora qué le contamos de todoesto a Helena?

Jack McKenzie sostenía un gran sobremarrón. El remitente era una granagencia de detectives con delegacionesen todo el mundo. Jack y Gloria lahabían contratado poco después del

Page 828: UNA PROMESA EN EL FIN

nacimiento de Turama para queinvestigara el paradero de Luzyna, aliasHelena Grabowski, después de queMoana hubiese habladoconfidencialmente con Gloria. La maoríno había desvelado ningún detallecomprometido, pero había advertido queHelena no se quedaría tranquila hastaconocer el destino de su hermana. LosMcKenzie no habían dudado en contratara un detective privado. No obstante, supaciencia había tenido que superar unadura prueba. Casi un año después, laagencia por fin encontró la pista deLuzyna y Kaspar en Varsovia. A partirde ahí, habían reunido datos e inclusohabían hablado con la pareja objeto de

Page 829: UNA PROMESA EN EL FIN

sus pesquisas. Ahora Jack y Gloriadisponían de un extenso dosier queambos estudiaban en ese momento. Sehabían retirado a su dormitorio para queno los molestasen y habían distribuidolos documentos sobre la cama.

—En fin, yo diría que nos limitásemosa lo esencial —concluyó Gloria—.Luzyna y Kaspar han conseguido llegar aPolonia a través de sinuosos caminos...

—No mencionaremos que habríantenido las puertas abiertas en países queno se encuentran bajo la ocupaciónsoviética —observó Jack.

—Tampoco diremos que no eligieronPolonia por nostalgia o patriotismo, sinoporque ninguno de los dos quería

Page 830: UNA PROMESA EN EL FIN

esforzarse en aprender una lenguaextranjera... —añadió Gloria. Dejódebajo de una pila de papeles losregistros de las conversaciones de lascuales habían extraído esa conclusión—.Diremos a Helena que Kaspar trabaja enVarsovia en un taller de automóviles yque se entiende bien con las autoridadescomunistas...

—Lo que probablemente se deba a quehace la vista gorda cuando su novia secita por las noches con oficiales delEjército Rojo en clubs medioclandestinos... —completó Jack—. ¿Omejor esto no lo decimos?

—¡Claro que no! Solo le diremos queLuzyna y Kaspar aún no se han casado.

Page 831: UNA PROMESA EN EL FIN

Se alegrará de eso.Jack asintió.—Y luego le damos simplemente la

dirección de Luzyna. Si quiere, quecontacte con ella.

—Ojalá Luzyna le conteste. Si no lohace, le romperá el corazón a Helena —señaló Gloria preocupada.

—Seguro que escribe, no te preocupes—tranquilizó Jack a su esposa—.Además, Helena le dirá que estácomprometida con el heredero de una delas granjas de ovejas más grandes deNueva Zelanda. De este modo leofrecerá otra opción, si es que no le vatan bien con Kaspar y los oficialesrusos.

Page 832: UNA PROMESA EN EL FIN

Gloria frunció el ceño. Las intrigas leresultaban ajenas.

—¿Crees que es tan calculadora? —preguntó.

Jack rio.—Digamos que es alguien capaz de

enfrentarse a la vida. En cualquier caso,no tenemos que preocuparnos por esajoven. Más me preocuparía por Helena yJames si se le ocurre presentarse aquíalgún día. Ahora guarda todos esospapeles menos la hoja con la direcciónque le daremos a Helena. Podemoscomunicarle la buena noticia antes deque despeguen. Pero ¿dónde está?¿Todavía con Turama?

Page 833: UNA PROMESA EN EL FIN

Helena volvía a tener lágrimas en losojos, aunque se esforzaba por bromear,cantar y reír con su hija antes de partir.En su primer año de vida, Turama sehabía convertido en una miniatura de sumadre. Los ojos habían conservado elcolor azul, el cabello era del mismorubio meloso que el de Luzyna y sobretodo el rostro, en forma de corazón,recordaba al de la bonita hermana deHelena. Esta esperaba que todavíaadquiriese mayor parecido con eltiempo.

—No había pensado que me costaríatanto separarme de ella —dijo a James,que la esperaba.

El joven la rodeó con un brazo.

Page 834: UNA PROMESA EN EL FIN

—No te pongas melodramática,Helena. Lo único que os separará sondos horas de vuelo. Y las universidadestienen muchas vacaciones, sin contar conlos fines de semana largos que tambiénse pueden aprovechar para ir de visita.A lo mejor distribuyes los horarios demodo que los viernes no tengas queasistir a clase. Ben Biller tampoco semata trabajando.

Helena había obtenido hacía poco sutítulo de bachillerato. Había una ofertaeducativa especial para niños yadolescentes que vivían en granjasapartadas: podían tener clases adistancia. Los maestros establecíancontacto por radio con los estudiantes y

Page 835: UNA PROMESA EN EL FIN

el material didáctico llegaba por correo.También Karolina seguía de este modosu formación escolar, lo que encajabacon su carácter cerrado. No echaba demenos ni a compañeros de colegio niproyectos en común. Karolina estabacontenta con sus libros y sus animales.Ya no dependía tanto de Gloria y eramuy hábil con los caballos y los perros.Sunday daba pruebas de su eficaciacomo perro pastor y Karolina regalabade vez en cuando una sonrisa al mundocuando los pastores la llamabanrespetuosamente Miss Carol.

Helena, por el contrario, habríapreferido ir a una auténtica escuela en laque poder cambiar pareceres

Page 836: UNA PROMESA EN EL FIN

directamente con profesores ycompañeros. De ahí que se alegrase deasistir a la universidad. Se habíadecidido por inscribirse en los cursosde Estudios Maoríes impartidos por BenBiller para aprender la lengua y lacultura indígenas de Nueva Zelanda.Más tarde quería trabajar encolaboración con Moana, que acababade rendir el examen de maestra y querealizaba las clases prácticas en laescuela elemental de Haldon. Allí nohabía trabajo suficiente para dosmaestros, pero Bernard Tasier y otroshonorables del lugar se habíanempeñado en crear un segundo puesto.Tasier estaba muy agradecido por el

Page 837: UNA PROMESA EN EL FIN

rescate de su hijo, pues a él mismo (asílo había explicado con insólita sensatez)nunca se le hubiese ocurrido ir abuscarlo a la mina. Marty se habríamuerto de sed y frío si nadie hubiesedescubierto el caballo en la entrada, yen caso de que el animal se hubierasoltado y hubiese regresado a casa,nunca lo habrían encontrado. Tasier novolvió a manifestar ningún recelo hacialos maoríes. Así que Marty tampocoparecía perdido para un mundo dondeimperara la paz entre los pueblos.

Por la tarde, Moana abría la antiguacasa de reuniones para todos los niños.Planeaba realizar visitas guiadas paralos padres pakeha que todavía no se

Page 838: UNA PROMESA EN EL FIN

fiaban del todo y ganar así a sus hijospara su nuevo proyecto.

—¡Ya veréis! ¡Habrá un día en que seconvencerán de que los ngai tahu ya noexponen las cabezas de sus enemigosahumadas! —bromeaba.

También Helena pensaba que a lalarga los pakeha se interesarían cadavez más por la vida de sus vecinosmaoríes. Moana tenía la intención deconstruir en el futuro un centro deinformación que permitiera aexcursionistas, viajeros y gruposescolares de otras partes del paísaprender sobre la cultura maorí, yHelena participaría en ello. Pero paraeso todavía faltaba mucho. Primero

Page 839: UNA PROMESA EN EL FIN

estaba la carrera en Wellington. James lallevaría en avión a la Isla Norte.

—Aunque puede pasar que te pierdaslas primeras palabras de Turama —seburló ahora de su novia—. Y es posibleque no sean «mamá», sino «papá».

Helena sonrió entre lágrimas.—Pero sería bonito... —dijo, y dio

otro beso de despedida a su hija, quedejó con Karolina, que esperabapacientemente a que Helena acabara desepararse de su hija. A su lado estabaSunday, su sombra tricolor.

—Tienes que pasar un momento por eldespacho antes de iros —le dijo,transmitiendo el mensaje que Gloria lehabía encargado para Helena—. Miss

Page 840: UNA PROMESA EN EL FIN

Gloria y Jack quieren decirte algo.

Helena no recordaba cuándo se habíasentido tan feliz y liberada de todapreocupación como ahora. Al abandonarel que había sido el recibidor deKiward Station todo su rostroresplandecía y no podía soltar la cartacon la dirección de Luzyna que llevabaen la mano. Le habría gustado ponerse aescribir en ese mismo instante a suhermana, pero James la esperaba con suPippa. La joven tenía ganas deemprender el vuelo. Había acompañadocon frecuencia a James en los últimosmeses y había encontrado un gran placeren mirar el mundo desde lo alto. Ese era

Page 841: UNA PROMESA EN EL FIN

un día despejado y disfrutarían de lavista sobre la costa y el mar.

—¿Todo en orden? —preguntó James,que ya llevaba la gorra de aviador y lachaqueta de cuero. Tenía un aspectointrépido con esa vestimenta.

Helena distinguió que en la cabina dela avioneta oscilaba el pequeño birdmande jade que Moana le había regaladoantes de partir a la guerra. Pero Jamesahora llevaba al cuello otro hei tiki,tallado con cierta torpeza en madera demanuka, la primera muestra de Helenaen el arte de la talla maorí. Encarnaba aTane, el dios del bosque, quien alseparar el Cielo y la Tierra había creadoun nuevo mundo, y a Hineahuone, la

Page 842: UNA PROMESA EN EL FIN

primera mujer que había despertado a lavida.

Helena asintió feliz y se dispuso asubir al aparato. Llevaba los elegantespantalones que había comprado conMiranda y sabía que su amiga semostraría complacida por ello. Mirandalos vería al llegar a Wellington, ya quehabían planeado que viviera en casa delos Biller durante el semestreuniversitario. Además, estaba decidida aechar un vistazo en Elizabeth Street paraaveriguar si los Neumann habían vuelto.Había oído decir que el campo deinternamiento de los inmigrantesalemanes hacía tiempo que habíadesaparecido.

Page 843: UNA PROMESA EN EL FIN

En ese momento, distinguió a Jack yGloria, que se acercaban a la pista paradespedirlos. James tenía que regresar aldía siguiente. «Turama —habíaexplicado dándose aires de importanciacuando planificaban el viaje— todavíanecesita a su padre.»

Helena sonrió cuando abrazócariñosamente a los McKenzie. Loscachorros que volvían a saltar en torno aGloria también reclamaban sus caricias.La joven se inclinó para acariciarlos dedespedida. De repente le vino a la mentealgo en lo que pensaba desde que lehabían regalado Sunday a Karolina.

—A mí nunca me has regalado uncachorro... —dijo en voz baja a Gloria.

Page 844: UNA PROMESA EN EL FIN

—¿Cómo que no? —Gloria sonrió yseñaló a James—. ¿Es que no te hasquedado con el mío?

—¡Mamá! —protestó James.Helena todavía reía cuando el avión

despegó.

Page 845: UNA PROMESA EN EL FIN

Colofón

Hasta que inicié mis investigacionespara escribir esta novela, nunca habíapensado que habría un capítulo de laSegunda Guerra Mundial del que mipadre jamás había oído hablar. Ytambién mi editora Melanie Blank-Schröder pronunció un asombrado «¿Escierto, lo has investigado?» durante mipresentación, cuando me referí a laodisea de buenos ciudadanos polacosque, como consecuencia del pacto entre

Page 846: UNA PROMESA EN EL FIN

Hitler y Stalin, fueron transportadosprimero a Siberia y luego a Persia.

El personaje de Helena es, porsupuesto, ficticio, aunque no me heinventado su historia. Así fue,efectivamente, cómo Stalin vacióPolonia Oriental, que se habíaanexionado tras el acuerdo con Hitler,mientras que los alemanes se apropiabande Polonia Occidental. Casi toda lapoblación polaca —una minoría en estasregiones junto a ucranianos ybielorrusos— fue desterrada a Siberiapara dejar sitio a los nuevos habitantesrusos. Miles murieron en los campos detrabajo. La liberación de los deportadosno se produjo hasta que Hitler rompió el

Page 847: UNA PROMESA EN EL FIN

pacto de no agresión con Rusia en 1941.A partir de entonces, Stalin se unió a losaliados, quienes lo forzaron a negociarcon el gobierno polaco en el exilio. Esteexigió la inmediata liberación de losciudadanos polacos deportados, lo quese llevó a término.

Los aliados no solo intervinieron en larepatriación de los polacos a su zona deinfluencia únicamente por razoneshumanitarias, sino también para formarun ejército polaco de hombres todavíaaptos para la guerra. Los futurossoldados recibían su formación en Irán,en aquellos tiempos todavía conocidocomo Persia. Desde 1941, el país sehallaba bajo la administración de los

Page 848: UNA PROMESA EN EL FIN

aliados. Debido a ese futuro ejército, secondujo también a los demássupervivientes polacos a Pahlawi, unaciudad portuaria persa, y luego se lesdio refugio en unos campamentos entorno a Teherán. La gente estabadesnutrida y enferma, muchos murieronen los hospitales de campaña instaladosa toda prisa en la playa. Cientos deniños y adolescentes se quedaronhuérfanos y había que construirinstalaciones especiales para ellos. Enlos campamentos se edificabanorfanatos, al igual que en Isfahán, dondelos niños recibieron atencionesespecialmente buenas. La dirección deeste campamento estaba en manos de

Page 849: UNA PROMESA EN EL FIN

exiliados polacos, británicos yamericanos. Es posible que seabasteciera a los refugiados con losvíveres del ejército. Esto explicaría quese les alimentara con gulash y pasta, undato que tanto mi editora, como micorrectora y las lectoras de las pruebasadvertían que «seguro que no eraauténtico». De hecho, sin embargo,muchos antiguos refugiados recordabanen sus diarios e informes precisamenteesos alimentos. Eran tan elogiados comola organización general de los campos.No obstante, a la larga los refugiadoscarecían de perspectivas, sobre todo nose veía que los huérfanos tuvieran futuroen Persia. Tanto los británicos como el

Page 850: UNA PROMESA EN EL FIN

gobierno polaco en el exilio se sintieronsumamente felices cuando, en 1944,Nueva Zelanda se declaró dispuesta aacoger setecientos niños polacos en uncampo construido especialmente paraellos en Pahiatua, una pequeña ciudadde la Isla Norte.

El Polish Children’s Camp surgió deuna iniciativa común entre británicos,americanos, polacos y neozelandesesque recibió un gran respaldo de lapoblación de Nueva Zelanda.Asociaciones femeninas de este paísprepararon con esmero las habitacionesy las salas comunes y se dio unacalurosa bienvenida a los niños y susasistentes polacos.

Page 851: UNA PROMESA EN EL FIN

En principio se tenía el propósito deenviarlos de vuelta a su país en cuantoterminase la guerra. El campamento seconcibió como una Little Poland, con losnombres de las calles en polaco y lasclases de la escuela en la lengua maternade los niños. Sin embargo, cuandoPolonia fue ocupada por el EjércitoRojo y acabó bajo la influenciacomunista, se revisó la intención derepatriar a los niños. Se promovió suintegración en la sociedad neozelandesacon precaución y muy exitosamente. Elpaís también se abrió a los familiares delos pequeños que se habían quedado enEuropa. Muchos acogieron después ensu nuevo hogar a parientes que creían

Page 852: UNA PROMESA EN EL FIN

desaparecidos.

En el período en que transcurre minovela, la relación entre losdescendientes de los colonos europeos yla población maorí era menosafortunada. De hecho, las relacionesentre los pakeha y los maoríes en lasdécadas de los cuarenta y cincuenta delsiglo XX se hallaban en su punto másbajo. Desde que los británicos y otrosinmigrantes europeos habían ocupado laisla, la proporción de población maoríno había dejado de bajar, tantoporcentualmente como en cifrasabsolutas. Las guerras y lasenfermedades habían debilitado a las

Page 853: UNA PROMESA EN EL FIN

tribus, y muchas estaban diezmadas ydesarraigadas como consecuencia de lasGuerras de las Tierras. La integraciónforzada en la sociedad pakeha tambiénconllevó que la cultura y la identidadmaoríes se vieran amenazadas condesaparecer. La industrialización losatraía a las ciudades, y el abandono y elalcoholismo estaban a la orden del día.Los niños maoríes estaban marginadosen las escuelas, que, por otra parte sehallaban tan anglicanizadas que lospequeños ya no entendían su propialengua ni sabían nada de las tradicionestribales. El desempleo tras la crisiseconómica mundial, así como otra crisisposterior a la separación de la madre

Page 854: UNA PROMESA EN EL FIN

patria Gran Bretaña, en 1947, avivaronel resentimiento entre blancos y maoríes.Pakeha con escasa formación y maoríescompetían por puestos de trabajo en elsector de los salarios más bajos.

No se produjo un cambio en esteproceso hasta los años cincuenta,cuando el gobierno neozelandésreconoció el problema y rectificó elrumbo. Se promovieron proyectos deformación para los maoríes y secontrataron asistentes sociales. Entre lastribus había personas como mipersonaje, Moana, que trabajaban por larecuperación de la tradición y laespiritualidad.

Durante los años sesenta, a la estela

Page 855: UNA PROMESA EN EL FIN

del movimiento internacional por losderechos civiles, se produjeronprotestas masivas de los maoríes. Consu recién adquirida conciencia propia,las tribus lucharon por la conservaciónde su lengua y cultura, así como por lacompensación de las tierras expropiadasdurante las Guerras Maoríes. Muchasinvirtieron ese dinero en lareconstrucción de sus marae, y hoy endía la cultura maorí representa un factoreconómico positivo. Los turistas recibendiversas ofertas para formarse una ideade la civilización maorí. Una velada conhaka y hangi forma parte del programageneral de un viaje a Nueva Zelanda.Quien quiere aprender más puede

Page 856: UNA PROMESA EN EL FIN

pernoctar en un marae y contratar unaamplia introducción a la cultura y laespiritualidad maoríes.

La relación entre maoríes y pakehasigue siendo tensa y los maoríescontinúan teniendo una peor formación ypresentan peores estadísticas sanitariasque la población de origen europeo.Pero en general la situación hamejorado, lo que obra en beneficio delpaís. Así, por ejemplo, las cooperativasmaoríes están en primera línea cuandose trata de la protección del medioambiente y la conservación de losrecursos naturales en Nueva Zelanda.

Me he esforzado por ceñirme a laautenticidad en otros aspectos sobre los

Page 857: UNA PROMESA EN EL FIN

que descansa este libro. Losmencionados accesos a las minas, queevidencian la explotación que se realizódurante siglos de los yacimientos decarbón en los alrededores del pueblecitoficticio de Haldon, siguen todavía hoysin apuntalarse. Se pueden encontrar enMethven, en las proximidades del monteHutt, si bien las minas de esta región secerraron en los años cincuenta, es decir,mucho más tarde que mi mina ficticia.Pero sí fueron comparables lasconsecuencias económicas del cierre enlas regiones afectadas. Surgió eldesempleo, que emponzoñó todavía másel ambiente entre los maoríes y lospakeha.

Page 858: UNA PROMESA EN EL FIN

Un capítulo realmente triste de lahistoria es el internamiento deneozelandeses de origen alemán durantela Segunda Guerra Mundial. Losrecluyeron en un campo en SomesIsland, Wellington Harbour, así como enPahiatua por un breve tiempo, en losterrenos que más tarde se convertiríanen Little Poland. El internamiento en loscampos se realizaba sin considerar ni laascendencia ni las tendencias políticas.Judíos huidos de Alemania tenían quearreglárselas con la proximidad defanáticos partidarios del nazismo, quesin duda había en Nueva Zelanda. Laideología nazi encajaba perfectamentecon la concepción del mundo de racistas

Page 859: UNA PROMESA EN EL FIN

como mi ficticio Bernard Tasier.Hombres como él hacían propaganda,sobre todo antes de que estallara laguerra y en los primeros años de lacontienda, contra los judíos y a favor delas ideas del nacionalsocialismo. Pese aello, no influían en el ambiente más bienliberal ni en la entrada en la guerra deNueva Zelanda junto a Gran Bretaña. Aligual que en la Primera Guerra Mundial,se alistaron muchos voluntarios. En laRoyal Air Force sirvieron cientoveintisiete kiwis que demostraron serunos temerarios combatientes en laguerra aérea.

No obstante, al contar la historia deJames surgió una complicación, pues la

Page 860: UNA PROMESA EN EL FIN

mayoría de los aviones que realizabanlos bombardeos de alfombra ibantripulados por dos y a menudo cuatro omás personas. Por tanto, necesitaba deuna máquina que combinase la funciónde caza y de bombardero. Por fortunaencontré a un especialista en mi propiafamilia. Mi padre me aseguró que el DeHavilland Mosquito se utilizabaequipado con bombas, pero también seusaba para proteger las flotas debombarderos. ¡No hay como un testigode la época! ¡Muchas gracias!

También quiero dar mi más sinceroreconocimiento a mi lectora de pruebascuyos conocimientos geográficos me hansido de gran ayuda. Mi editora Melanie

Page 861: UNA PROMESA EN EL FIN

Blank-Schröder concibió este libro juntoconmigo, y mi correctora de texto Margitvon Cossart colaboró con muchísimassugerencias para hacer de él algorealmente especial. Como siempre, doylas gracias a mi agente Bastian Schlück,que también se mantiene siempre abiertoa nuevas ideas, y a Joan y Anna Puzcas,quienes llevan años liberándomeprácticamente de todas las tareas que noguardan relación con la escritura.

Gracias también a Tina Dreher por susmaravillosas ilustraciones.