Raza y Cultura - Levi-Strauss

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    RAZA Y CULTURAClaude Lvi-Strauss

    http://pedalogica.blogspot.com

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    NDICE

    1. RAZA Y CULTURA .................................................................................................... 1

    2. DIVERSIDAD DE CULTURAS ................................................................................... 4

    3. EL ETNOCENTRISMO .............................................................................................. 7

    4. CULTURAS ARCAICAS Y CULTURAS PRIMITVAS ................................................ 12

    5. LA IDEA DEL PROGRESO ...................................................................................... 16

    6. HISTORIA ESTACIONARIA E HISTORIA ACUMULATIVA ..................................... 20

    7. EL LUGAR DE LA CIVILIZACIN OCCIDENTAL .................................................... 26

    8. AZAR Y CIVILIZACIN .......................................................................................... 30

    9. LA COLABORACIN DE LAS CULTURAS .............................................................. 37

    10. EL DOBLE SENTIDO DEL PROGRESO ................................................................. 42

    11.

    .............................................................................................................................. 46

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    [Nota: la digitalizacin se ha realizado a partir de la edicin Claude Lvi-Strauss, Raza y cultura,

    Altaya, Madrid, 1999, pp. 37-104.]

    1. Raza y cultura

    Hablar de la contribucin de las razas humanas a la civilizacin mundial podra

    causar sorpresa en una serie de captulos destinados a luchar contra el prejuicio racis-

    ta. Sera vano haber consagrado tanto talento y tantos esfuerzos en demostrar que

    nada, en el estado actual de la ciencia, permite afirmar la superioridad o inferioridad

    intelectual de una raza con respecto a otra, si solamente fuera para devolver su-

    brepticiamente consistencia a la nocin de raza, queriendo demostrar as que los

    grandes grupos tnicos que componen la humanidad han aportado, en tanto que

    tales, contribuciones especficas al patrimonio comn.

    Pero nada ms lejos de nuestro propsito que una empresa tal, que nicamente

    llevara a formular la doctrina racista a la inversa. Cuando se intenta caracterizar las

    razas biolgicas por propiedades psicolgicas particulares, uno se aleja tanto de la

    verdad cientfica definindolas de manera positiva como negativa. No hay que olvi-

    dar que Gobineau, a quien la historia ha hecho el padre de las teoras racistas, no

    conceba sin embargo, la desigualdad de las razas humanas de manera cuantitati-

    va, sino cualitativa: para l las grandes razas primitivas que formaban la humanidad

    en sus comienzos blanca, amarilla y negra no eran tan desiguales en valor abso-

    luto como diversas en sus aptitudes particulares. La tara de la degeneracin se vincu-

    laba para l al fenmeno del mestizaje, antes que a la posicin de cada raza en una

    escala de valores comn a todas ellas. Esta tara estaba destinada pues a castigar a la

    humanidad entera, condenada sin distincin de raza, a un mestizaje cada vez ms

    estimulado. Pero el pecado original de la antropologa consiste en la confusin entre

    la nocin puramente biolgica de raza (suponiendo adems, que incluso en este te-

    rreno limitado, esta nocin pueda aspirar a la objetividad, lo que la gentica moder-

    na pone en duda) y las producciones sociolgicas y psicolgicas de las culturas

    humanas. Ha bastado a Gobineau haberlo cometido, para encontrarse encerrado en

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    el crculo infernal que conduce de un error intelectual, sin excluir la buena fe, a la

    legitimacin involuntaria de todas las tentativas de discriminacin y de explotacin.

    Por eso, cuando hablamos en este estudio de la contribucin de las razas huma-

    nas a la civilizacin, no queremos decir que las aportaciones culturales de Asia o deEuropa, de frica o de Amrica sean nicas por el hecho de que estos continentes

    estn, en conjunto, poblados por habitantes de orgenes raciales distintos. Si esta

    particularidad existe lo que no es dudoso se debe a circunstancias geogrficas,

    histricas y sociolgicas, no a aptitudes distintas ligadas a la constitucin anatmica

    o fisiolgica de los negros, los amarillos o los blancos.

    Pero nos ha parecido que, en la medida en que esta serie de captulos intentaba

    corregir este punto de vista negativo, corra el riesgo a la vez de relegar a un segundoplano un aspecto igualmente fundamental de la vida de la humanidad: a saber, que

    sta no se desarrolla bajo el rgimen de una monotona uniforme, sino a travs de

    modos extraordinariamente diversificados de sociedades y de civilizaciones. Esta

    diversidad intelectual, esttica y sociolgica, no est unida por ninguna relacin de

    causa-efecto a la que existe en el plano biolgico, entre ciertos aspectos observables

    de agrupaciones humanas; son paralelas solamente en otro terreno.

    Pero aquella diversidad se distingue por dos caracteres importantes a la vez. En

    primer lugar, tiene otro orden de valores. Existen muchas ms culturas humanas que

    razas humanas, puesto que las primeras se cuentan por millares y las segundas por

    unidades: dos culturas elaboradas por hombres que pertenecen a la misma raza

    pueden diferir tanto o ms, que dos culturas que dependen de grupos racialmente

    alejados. En segundo lugar, a la inversa de la diversidad entre las razas, que presenta

    como principal inters el de su origen y el de su distribucin en el espacio, la diversi-

    dad entre las culturas plantea numerosos problemas, porque uno puede preguntarse

    si esta cuestin constituye una ventaja o un inconveniente para la humanidad, cues-

    tin general que, por supuesto, se subdivide en muchas otras.

    Al fin y al cabo, hay que preguntarse en qu consiste esta diversidad, a riesgo de

    ver los prejuicios racistas, apenas desarraigados de su base biolgica, renacer en un

    terreno nuevo. Porque sera en vano haber obtenido del hombre de la calle una re-

    nuncia a atribuir un significado intelectual o moral al hecho de tener la piel negra o

    blanca, el cabello liso o rizado, por no mencionar otra cuestin a la que el hombre se

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    aferra inmediatamente por experiencia probada: si no existen aptitudes raciales inna-

    tas, cmo explicar que la civilizacin desarrollada por el hombre blanco haya hecho

    los inmensos progresos que sabemos, mientras que las de pueblos de color han

    quedado atrs, unas a mitad de camino y otras castigadas con un retraso que se cifraen miles o en decenas de miles de aos? Luego no podemos pretender haber resuel-

    to el problema de la desigualdad de razas humanas negndolo, si no se examina

    tampoco el de la desigualdad o el de la diversidad de culturas humanas que, de

    hecho si no de derecho, est en la conciencia pblica estrechamente ligado a l.

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    2. Diversidad de culturas

    Para comprender cmo, y en qu medida, las culturas humanas difieren entre

    ellas, si estas diferencias se anulan o se contradicen, o si concurren para formar un

    conjunto armonioso, primero hay que intentar elaborar un inventario. Pero aqu es

    donde comienzan las dificultades, ya que debemos darnos cuenta de que las culturas

    humanas no difieren entre ellas de la misma manera, ni en el mismo plano. Primero,

    nosotros estamos en presencia de sociedades yuxtapuestas en el espacio, unas

    prximas y otras lejanas, pero mirndolo bien, contemporneas. Seguidamente de-

    bemos contar con las formas de vida social que se han sucedido en el tiempo y que

    nos es imposible conocer por experiencia directa. Cualquier hombre puede conver-

    tirse en etngrafo e ir a compartir in situ la existencia de una sociedad que le interese.

    Por el contrario, aunque llegue a ser historiador o arquelogo, no entrar jams en

    contacto directo con una civilizacin desaparecida si no es a travs de los documen-

    tos escritos o los monumentos diseados que esta sociedad u otras hayan deja-

    do a este respecto. En fin, no hay que olvidar que las sociedades contemporneas

    que no han conocido la escritura y que nosotros denominamos salvajes o primiti-

    vas, estuvieron tambin precedidas de otras formas cuyo conocimiento es prcti-

    camente imposible, ya fuera ste de manera indirecta. Un inventario concienzudo

    debe reservarse un nmero de casillas en blanco sin duda infinitamente ms elevado

    que otro, en el que somos capaces de poner cualquier cosa. Se impone una primera

    constatacin: la diversidad de culturas humanas es, de hecho en el presente, de

    hecho y tambin de derecho en el pasado, mucho ms grande y ms rica que todo lo

    que estamos destinados a conocer jams.

    Pero aunque embargados de un sentimiento de humildad y convencidos de esta

    limitacin, nos encontramos con otros problemas. Qu hay que entender por cultu-

    ras diferentes? Algunas parecen serlo, pero si emergen de un tronco comn, no difie-

    ren de la misma manera que dos sociedades que en ningn momento de su desarro-

    llo han mantenido contactos. As, el antiguo imperio de los Incas del Per y el de Da-

    homey en frica difieren entre ellos de manera ms absoluta que, por ejemplo el deInglaterra y Estados Unidos hoy, aunque estas dos sociedades deben tratarse tam-

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    bin como distintas. Por el contrario, sociedades que han entrado recientemente en

    contacto muy ntimo parecen ofrecer la imagen de la misma civilizacin a la que han

    accedido por caminos diferentes que no debemos dejar de lado. En las sociedades

    humanas hay simultneamente a la obra, unas fuerzas que trabajan en direccionesopuestas: unas tendentes al mantenimiento e incluso a la acentuacin de los particu-

    larismos, mientras las otras actan en el sentido de la convergencia y la afinidad. El

    estudio de la lengua ofrece ejemplos sorprendentes de tales fenmenos: as, igual

    que lenguas del mismo origen tienden a diferenciarse unas respecto de las otras (ta-

    les como el ruso, el francs y el ingls), las lenguas de orgenes varios aunque ha-

    bladas en territorios contiguos, desarrollan caracteres comunes. Por ejemplo, el ruso

    se ha diferenciado en ciertos aspectos de otras lenguas eslavas para acercarse, almenos en ciertos rasgos fonticos a las lenguas fino-hngaras y turcas habladas en

    su vecindad geogrfica inmediata.

    Cuando estudiamos tales hechos y otros mbitos de la civilizacin como las

    instituciones sociales, el arte y la religin, que nos daran fcilmente otros ejemplos

    similares, uno acaba preguntndose si las sociedades humanas no se definen en

    cuanto a sus relaciones humanas, por cierto optimum de diversidad, ms all del cual

    no sabran ir, pero en el que no pueden tampoco ahondar sin peligro. Este estado

    ptimo variara en funcin del nmero de sociedades, de su importancia numrica,

    de su distanciamiento geogrfico y de los medios de comunicacin (materiales e in-

    telectuales) de que disponen. Efectivamente, el problema de la diversidad no se

    plantea solamente al considerar las relaciones recprocas de las culturas; tambin en

    el seno de cada sociedad y en todos los grupos que la constituyen: castas, clases,

    medios profesionales o confesionales, etc., que generan ciertas diferencias a las cua-

    les todos conceden una enorme importancia. Podemos preguntarnos si esta diversifi-

    cacin interna no tiende a acrecentarse cuando la sociedad llega a ser desde otros

    puntos de vista, ms voluminosa y ms homognea; tal fuera quiz, el caso de la an-

    tigua India, con la expansin de su sistema de castas tras el establecimiento de la

    hegemona ariana.

    Vemos pues que la nocin de la diversidad de culturas humanas no debe conce-

    birse de una manera esttica. Esta diversidad no es la de un muestreo inerte o un

    catlogo en desuso. Sin ninguna duda, los hombres han elaborado culturas diferen-

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    tes en funcin de la lejana geogrfica, de las propiedades particulares del medio y de

    la ignorancia que tenan del resto de la humanidad. Sin embargo, esto no sera rigu-

    rosamente cierto a menos que cada cultura o cada sociedad hubiera estado relacio-

    nada o se hubiera desarrollado aisladamente de las dems. Ahora bien, ste no esnunca el caso, salvo quizs en los ejemplos excepcionales de los Tasmanios (y aun

    aqu por un periodo limitado). Las sociedades humanas no estn jams solas; cuando

    parecen estar ms separadas que nunca, lo estn en forma de grupos o bloques. De

    esta manera, no es una exageracin suponer que las culturas norteamericanas y su-

    damericanas hayan estado casi incomunicadas con el resto del mundo por un perio-

    do cuya duracin se sita entre diez mil y veinticinco mil aos. Este amplio frag-

    mento de humanidad desligada consista en una multitud de sociedades grandes ypequeas, que tenan contactos muy estrechos entre ellas. Y junto a diferencias de-

    bidas al aislamiento, hay otras tambin importantes, debidas a la proximidad: el de-

    seo de oponerse, de distinguirse, de ser ellas mismas. Muchas costumbres nacen, no

    de cualquier necesidad interna o accidente favorable, sino de la voluntad de no que-

    dar como deudor de un grupo vecino, que someta un aspecto a un uso preciso, en el

    que ni siquiera se haba considerado dictar reglas. En consecuencia, la diversidad de

    culturas humanas no debe invitarnos a una observacin divisoria o dividida. Esta no

    est tanto en funcin del aislamiento de los grupos como de las relaciones que les

    unen.

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    3. El etnocentrismo

    Y, sin embargo, parece que la diversidad de culturas se presenta raramente ante

    los hombres tal y como es: un fenmeno natural, resultante de los contactos directos

    o indirectos entre las sociedades. Los hombres han visto en ello una especie de

    monstruosidad o de escndalo ms que otra cosa. En estas materias, el progreso del

    conocimiento no ha consistido tanto en disipar esta ilusin en beneficio de una vi-

    sin ms exacta, como en aceptar o en encontrar el medio de resignarse a ella.

    La actitud ms antigua y que reposa sin duda sobre fundamentos psicolgicos

    slidos, puesto que tiende a reaparecer en cada uno de nosotros cuando nos encon-

    tramos en una situacin inesperada, consiste en repudiar pura y simplemente las

    formas culturales: las morales, religiosas, sociales y estticas, que estn ms alejadas

    de aquellas con las que nos identificamos.

    Costumbres salvajes, eso no ocurre en nuestro pas, no debera permitirse

    eso, etc., y tantas reacciones groseras que traducen ese mismo escalofro, esa misma

    repulsin en presencia de maneras de vivir, de creer, o de pensar que nos son extra-

    as. De esta manera confunda la Antigedad todo lo que no participaba de la cultu-

    ra griega (despus greco-romana), con el mismo nombre de brbaro. La civilizacin

    occidental ha utilizado despus el trmino salvaje en el mismo sentido. Ahora bien,

    detrs de esos eptetos se disimula un mismo juicio: es posible que la palabra salvaje

    se refiera etimolgicamente a la confusin e inarticulacin del canto de los pjaros,

    opuestas al valor significante del lenguaje humano. Y salvaje, que quiere decir del

    bosque, evoca tambin un gnero de vida animal, por oposicin a la cultura huma-

    na. En ambos casos rechazamos admitir el mismo hecho de la diversidad cultural;

    preferimos expulsar de la cultura, a la naturaleza, todo lo que no se conforma a la

    norma segn la cual vivimos.

    Este punto de vista ingenuo, aunque profundamente anclado en la mayora de

    los hombres, no es necesario discutirlo porque este captulo constituye precisamente

    su refutacin. Bastar con comentar aqu que entraa una paradoja bastante signifi-

    cativa. Esta actitud de pensamiento, en nombre de la cual excluimos a los salvajes(o a todos aquellos que hayamos decidido considerarlos como tales) de la hu-

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    manidad, es justamente la actitud ms marcante y la ms distintiva de los salvajes

    mismos. En efecto, se sabe que la nocin de humanidad que engloba sin distincin

    de raza o de civilizacin, todas las formas de la especie humana, es de aparicin muy

    tarda y de expansin limitada. Incluso all donde parece haber alcanzado su ms altodesarrollo, no hay en absoluto certeza la historia reciente lo prueba de que est

    establecida al amparo de equvocos o regresiones. Es ms, debido a amplias fraccio-

    nes de la especie humana y durante decenas de milenios, esta nocin parece estar

    totalmente ausente. La humanidad cesa en las fronteras de la tribu, del grupo lin-

    gstico, a veces hasta del pueblo, y hasta tal punto, que se designan con nombres

    que significan los hombres a un gran nmero de poblaciones dichas primitivas (o a

    veces nosotros diramos con ms discrecin los buenos, los excelentes, loscompletos), implicando as que las otras tribus, grupos o pueblos no participan de

    las virtudes o hasta de la naturaleza humanas, sino que estn a lo sumo com-

    puestas de maldad, de mezquindad, que son monos de tierra o huevos de

    piojo. A menudo se llega a privar al extranjero de ese ltimo grado de realidad, con-

    virtindolo en un fantasma o en una aparicin. As se producen situaciones cu-

    riosas en las que dos interlocutores se dan cruelmente la rplica. En las Grandes Anti-

    llas, algunos aos despus del descubrimiento de Amrica, mientras que los espao-

    les enviaban comisiones de investigacin para averiguar si los indgenas posean al-

    ma o no, estos ltimos se empleaban en sumergir a los prisioneros blancos con el fin

    de comprobar por medio de una prolongada vigilancia, si sus cadveres estaban su-

    jetos a la putrefaccin o no.

    Esta ancdota, a la vez peregrina y trgica, ilustra bien la paradoja del relativismo

    cultural (que nos volveremos a encontrar bajo otras formas): en la misma medida en

    que pretendemos establecer una discriminacin entre culturas y costumbres, nos

    identificamos ms con aquellas que intentamos negar. Al rechazar de la humanidad a

    aquellos que aparecen como los ms salvajes o brbaros de sus representantes,

    no hacemos ms que imitar una de sus costumbres tpicas. El brbaro, en primer lu-

    gar, es el hombre que cree en la barbarie.

    Sin lugar a dudas, los grandes sistemas filosficos y religiosos de la humanidad

    ya se trate del Budismo, del Cristianismo o del Islam; de las doctrinas estoica, kantia-

    na o marxista se han rebelado constantemente contra esta aberracin. Pero la

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    simple proclamacin de igualdad natural entre todos los hombres y la fraternidad

    que debe unirlos sin distincin de razas o culturas, tiene algo de decepcionante para

    el espritu, porque olvida una diversidad evidente, que se impone a la observacin y

    de la que no basta con decir que no afecta al fondo del problema para que nos auto-rice terica y prcticamente a hacer como si no existiera. As, el prembulo a la se-

    gunda declaracin de la Unesco sobre el problema de las razas comenta juiciosa-

    mente que lo que convence al hombre de la calle de que las razas existan, es la evi-

    dencia inmediata de sus sentidos cuando percibe juntos a un africano, un europeo,

    un asitico y un indio americano.

    Las grandes declaraciones de los derechos del hombre tienen tambin esta fuer-

    za y esta debilidad de enunciar el ideal, demasiado olvidado a menudo, del hecho deque el hombre no realiza su naturaleza en una humanidad abstracta, sino dentro de

    culturas tradicionales donde los cambios ms revolucionarios dejan subsistir aspec-

    tos enteros, explicndose en funcin de una situacin estrictamente definida en el

    tiempo y en el espacio. Situados entre la doble tentacin de condenar las experien-

    cias con que tropieza afectivamente y la de negar las diferencias que no comprende

    intelectualmente, el hombre moderno se ha entregado a cientos de especulaciones

    filosficas y sociolgicas para establecer compromisos vanos entre estos dos polos

    contradictorios, y percatarse de la diversidad de culturas, cuando busca suprimir lo

    que sta conserva de chocante y escandaloso para l.

    No obstante, por muy diferentes y a veces extraas que puedan ser, todas estas

    especulaciones se renen de hecho, en una sola frmula que el trmino falso evolu-

    cionismo es sin duda el ms apto para caracterizar. En qu consiste? Exactamente, se

    trata de una tentativa de suprimir la diversidad de culturas resistindose a reconocer-

    la plenamente. Porque si consideramos los diferentes estados donde se encuentran

    las sociedades humanas, las antiguas y las lejanas, como estadios o etapas de un de-

    sarrollo nico, que partiendo de un mismo punto, debe hacerlas converger hacia el

    mismo objetivo, vemos con claridad que la diversidad no es ms que aparente. La

    humanidad se vuelve una e idntica a ella misma; nicamente que esta unidad y esta

    identidad no pueden realizarse ms que progresivamente, y la variedad de culturas

    ilustra los momentos de un proceso que disimula una realidad ms profunda o que

    retarda la manifestacin.

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    Esta definicin puede parecer sumaria cuando recordamos las inmensas conquis-

    tas del darwinismo. Pero esta no es la cuestin porque el evolucionismo biolgico y

    el pseudo-evolucionismo que aqu hemos visto, son dos doctrinas muy diferentes. La

    primera nace como una vasta hiptesis de trabajo, fundada en observaciones, cuyaparte dejada a la interpretacin es muy pequea. De este modo, los diferentes tipos

    constitutivos de la genealoga del caballo pueden ordenarse en una serie evolutiva

    por dos razones: la primera es que hace falta un caballo para engendrar a un caballo

    y la segunda es que las capas del terreno superpuestas, por lo tanto histricamente

    cada vez ms antiguas, contienen esqueletos que varan de manera gradual desde la

    forma ms reciente hasta la ms arcaica. Parece ser entonces altamente probable

    que Hipparion sea el ancestro real de Equus Caballus. El mismo razonamiento se apli-ca sin duda a la especie humana y a sus razas. Pero cuando pasamos de los hechos

    biolgicos a los hechos de la cultura, las cosas se complican singularmente. Podemos

    reunir en el suelo objetos materiales y constatar que, segn la profundidad de las

    capas geolgicas, la forma o la tcnica de fabricacin de cierto tipo de objetos vara

    progresivamente. Y sin embargo, un hacha no da lugar fsicamente a un hacha, como

    ocurre con los animales. Decir en este ltimo caso, que un hacha evoluciona a partir

    de otra, constituye entonces una frmula metafrica y aproximativa, desprovista del

    rigor cientfico que se concede a la expresin similar aplicada a los fenmenos bio-

    lgicos. Lo que es cierto de los objetos materiales cuya presencia fsica est testifica-

    da en el suelo por pocas determinables, lo es todava ms para las instituciones, las

    creencias y los gustos, cuyo pasado nos es generalmente desconocido. La nocin de

    evolucin biolgica corresponde a una hiptesis dotada de uno de los ms altos co-

    eficientes de probabilidad que pueden encontrarse en el mbito de las ciencias natu-

    rales, mientras que la nocin de evolucin social o cultural no aporta, ms que a lo

    sumo, un procedimiento seductor aunque peligrosamente cmodo de presentacin

    de los hechos.

    Adems, la diferencia, olvidada con demasiada frecuencia, entre el verdadero y el

    falso evolucionismo se explica por sus fechas de aparicin respectivas. No hay duda

    de que el evolucionismo sociolgico deba recibir un impulso vigoroso por parte del

    evolucionismo biolgico, pero ste le precede en los hechos. Sin remontarse a las

    antiguas concepciones retomadas por Pascal, que asemeja la humanidad a un ser

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    vivo pasando por los estados sucesivos de la infancia, la adolescencia y la madurez,

    en el siglo XVIII se ven florecer los esquemas fundamentales que sern seguidamen-

    te, el objeto de tantas manipulaciones: los espirales de Vico, sus tres edades

    anunciando los tres estados de Comte y la escalera de Condorcet. Los dos funda-dores del evolucionismo social, Spencer y Tylor, elaboran y publican su doctrina an-

    tes de El Origen de las Especies, o sin haber ledo esta obra. Anterior al evolucionismo

    biolgico, teora cientfica, el evolucionismo social no es, sino muy frecuentemente,

    ms que el maquillaje falseadamente cientfico de un viejo problema filosfico, del

    que no es en absoluto cierto que la observacin y la induccin puedan proporcionar

    la clave un da.

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    4. Culturas arcaicas y culturas primitvas

    Hemos sugerido que cada sociedad puede, desde su punto de vista, dividir las

    culturas en tres categoras: las que son contemporneas pero se encuentran situadas

    en otro lugar del globo, las que se han manifestado aproximadamente en el mismo

    espacio pero han sido anteriores en el tiempo y finalmente, las que han existido a la

    vez en un tiempo anterior al suyo y en un espacio distinto del que ocupa esta so-

    ciedad.

    Hemos visto que el conocimiento de estos tres grupos es muy desigual. En el

    ltimo de los casos y cuando se trata de culturas sin estructura, sin arquitectura y con

    tcnicas muy rudimentarias (como es el caso de la mitad de la tierra habitada y del 90

    al 99 por 100, segn las regiones, del lapso de tiempo transcurrido desde el comien-

    zo de la civilizacin), se puede decir que no sabemos nada y que todo lo que uno

    intenta imaginarse a este respecto se reduce a hiptesis gratuitas.

    Sin embargo, es enormemente tentador querer establecer entre las culturas del

    primer grupo, relaciones equivalentes a un orden de sucesin en el tiempo. Cmo

    no evocaran las sociedades contemporneas que han desconocido la electricidad y

    la mquina de vapor, la fase correspondiente al desarrollo de la civilizacin occiden-

    tal? Cmo no comparar las tribus indgenas sin escritura y sin metalurgia, que han

    trazado figuras en las paredes rocosas y han fabricado herramientas con las formas

    arcaicas de esta misma civilizacin, cuyos vestigios hallados en las grutas de Francia y

    Espaa testifican la similitud? Aqu es donde, sobre todo, el falso evolucionismo ha

    tomado rienda suelta. Y sin embargo, este juego seductor al que nos abandonamoscasi irresistiblemente siempre que tenemos ocasin, es extraordinariamente perni-

    cioso. (No se complace el viajero occidental en encontrar la edad media en Orien-

    te, el siglo de Luis XIV en el Pekn anterior a la segunda guerra mundial, la edad de

    piedra entre los indgenas de Australia o Nueva Guinea?). De las civilizaciones des-

    aparecidas no conocemos ms que ciertos aspectos, y stos son menos numerosos

    cuando la civilizacin que se considera es ms antigua, puesto que los aspectos co-

    nocidos son solamente aquellos que han podido sobrevivir a la destruccin deltiempo. Luego el procedimiento consiste en tomar la parte por el todo, en concluir,

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    del hecho de que ciertos aspectos de dos civilizaciones (una actual, la otra desapare-

    cida) ofrecen parecidos, en la analoga de todos los aspectos. Ahora bien, no sola-

    mente este modo de razonar es lgicamente insostenible, sino que en un buen

    nmero de casos est desmentido por los hechos.Hasta una poca relativamente reciente, los Tasmanios y los Patagonios posean

    instrumentos de piedra tallada, y ciertas tribus australianas y americanas los fabrican

    todava. Pero el estudio de estos instrumentos nos ayuda muy poco a comprender el

    uso de las herramientas en la poca paleoltica. Cmo se utilizaban los famosos

    puetazos cuya utilizacin deba ser sin embargo tan precisa, que su forma y su

    tcnica de fabricacin han quedado normalizadas de forma fija durante cien o dos-

    cientos mil aos, sobre un territorio que se extiende desde Inglaterra a frica del Sury desde Francia a China? Para qu servan las extraordinarias piezas levalosianas,

    triangulares y planas, que encontramos a cientos en los yacimientos y que ninguna

    hiptesis consigue explicar? Cul poda ser la tecnologa de las culturas tardenosia-

    nas que han dejado tras de s un nmero increble de minsculos trocitos de piedra

    tallada, con formas geomtricas infinitamente diversificadas, tan poco tiles para la

    escala de la mano humana? Todas estas incgnitas demuestran que entre las socie-

    dades paleolticas y determinadas sociedades indgenas contemporneas, siempre

    existe una similitud: todas se servan de instrumentos de piedra tallada. Pero incluso

    en el plan tecnolgico es difcil ir ms lejos: el uso del material, los tipos de instru-

    mentos y por tanto sus destinos, eran diferentes y a este respecto, unos nos ensean

    poco sobre los otros. Entonces, cmo podran instruirnos sobre la lengua, las insti-

    tuciones sociales y las creencias religiosas?

    Una de las interpretaciones ms populares que inspira el evolucionismo cultural

    trata de las pinturas rupestres que nos han dejado las sociedades del paleoltico me-

    dio como figuraciones mgicas vinculadas a los ritos de la caza. El recorrido del razo-

    namiento es el siguiente: las actuales poblaciones primitivas tienen ritos de caza, que

    a menudo se nos presentan desprovistos de utilidad; las pinturas rupestres prehist-

    ricas, tanto por su nmero como por su situacin en lo ms profundo de las grutas,

    nos parecen intiles; sus autores eran cazadores: consiguientemente servan como

    ritos de caza. Es suficiente enunciar este argumento implcitamente para apreciar la

    inconsecuencia. Por lo dems, sobre todo entre los especialistas, es el que circula,

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    porque los etngrafos que tienen la experiencia de que estas poblaciones primitivas

    estn muy naturalmente dispuestas al canibalismo pseudo-cientfico poco res-

    petuoso para la integridad de las culturas humanas, estn de acuerdo en decir que

    nada de los hechos observados, permite formular una hiptesis al azar sobre los do-cumentos en cuestin.

    Y como aqu hablamos de pinturas rupestres, subrayaremos que a excepcin de

    las pinturas rupestres sudafricanas (que algunos consideran la obra de indgenas re-

    cientes), las artes primitivas estn tan distantes del arte magdaleniense y aurigna-

    ciano como del arte europeo contemporneo, ya que estas artes se caracterizan por

    un alto grado de estilizacin que alcanza las deformaciones ms extremas, mientras

    que el arte prehistrico ofrece un realismo sobrecogedor. Uno podra estar tentadode ver en este ltimo retraso el origen del arte europeo, pero sera inexacto pues en

    el mismo territorio, el arte paleoltico ha seguido otras formas que no tenan el mis-

    mo carcter. La continuidad del emplazamiento geogrfico no cambia nada el hecho

    de que sobre el mismo suelo se hayan sucedido poblaciones diferentes, ignorantes o

    despreocupadas de la obra de sus predecesores, y trayendo cada una consigo creen-

    cias, tcnicas y estilos opuestos.

    Por el estado de sus civilizaciones, la Amrica precolombina evoca la vspera del

    descubrimiento, el periodo neoltico europeo. Sin embargo, esta asuncin ya no re-

    siste el examen: en Europa la agricultura y la domesticacin de animales van a la par,

    mientras que en Amrica un desarrollo excepcionalmente promovido de la primera,

    se acompaa de una casi total ignorancia (o, en todo caso, de una extrema limita-

    cin) de la segunda. En Amrica, el utensilio ltico se perpeta en una economa agr-

    cola que en Europa se asocia al inicio de la metalurgia.

    Es intil multiplicar los ejemplos porque las tentativas de conocer la riqueza y las

    caractersticas de las culturas humanas, y de reducirlas al estado de rplicas des-

    igualmente retrasadas de la civilizacin occidental, tropiezan con otra dificultad que

    es mucho ms profunda: en general (y hecha la excepcin de Amrica, a la que volve-

    remos), todas las sociedades humanas tienen tras ellas un pasado con la misma esca-

    la de valores aproximadamente. Para considerar ciertas sociedades como etapas

    del desarrollo de otras determinadas, habr que admitir que, cuando en estas ltimas

    pasaba algo, en aquellas no pasaba nada o muy pocas cosas. De hecho, hablamos

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    con naturalidad de los pueblos sin historia (para criticar quiz a los que son ms

    felices). Esta frmula elptica slo significa que la historia es y quedar desconocida,

    pero no que no exista. Durante decenas y hasta cientos de miles de aos, all lejos

    tambin ha habido hombres que han amado, odiado, sufrido, inventado y combati-do. En verdad no existen pueblos infantiles; todos son adultos. Incluso aquellos que

    no han conservado el diario de su infancia y su adolescencia.

    Sin duda podramos decir que las sociedades humanas han utilizado desigual-

    mente un tiempo pasado que, para algunas, incluso habra sido tiempo perdido; que

    unas trabajaban por cuatro mientras que otras vagaban a lo largo del camino. As

    llegaramos a distinguir entre dos clases de historias: una historia progresiva, adquisi-

    tiva, que acumula los hallazgos y las invenciones, y otra historia quiz igualmenteactiva y que utiliza los mismos talentos, pero que carecera del don sinttico, que es

    el privilegio de la primera. Cada innovacin, en lugar de aadirse a las anteriores

    orientadas en el mismo sentido, se disolvera en una especie de flujo ondulante que

    nunca llegara a separarse por mucho tiempo de la direccin primitiva. Esta concep-

    cin nos parece mucho ms flexible y matizada que los pareceres simplistas a los que

    hemos hecho justicia en prrafos precedentes. Le podemos hacer un sitio en nuestro

    ensayo de interpretacin de la diversidad de culturas, sin faltar a la justicia con nin-

    guna. Pero antes de llegar ah, hay que examinar varias cuestiones.

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    5. La idea del progreso

    Primero debemos considerar las culturas que pertenecen al primero de los gru-

    pos que hemos diferenciado: aquellas que han precedido histricamente a la cultura

    sea cual fuere en cuyo punto de vista nos situamos. La posicin de stas es mu-

    cho ms complicada que en los casos considerados con anterioridad, puesto que la

    hiptesis de una evolucin que parece tan cierta y frgil cuando se utiliza para jerar-

    quizar a las sociedades contemporneas distanciadas en el espacio, parece aqu dif-

    cilmente rebatible e incluso directamente testificada por los hechos. Sabemos, por el

    testimonio concordante de la arqueologa, la prehistoria y la paleontologa, que la

    Europa actual estuvo habitada al principio por diversas especies del Homo que utili-

    zaban herramientas de slex groseramente talladas; que a estas primeras culturas han

    sucedido otras, en las que la talla de la piedra se afina; despus se acompaan del

    pulido y del trabajo del hueso y del marfil; que la cermica, el tejido, la agricultura y el

    ganado siguieron en su aparicin, asociados progresivamente a la metalurgia, de la

    que tambin podemos distinguir las etapas. Estas formas sucesivas se ordenan pues

    en el sentido de una evolucin y de un progreso: unas son superiores y las otras infe-

    riores. Pero si todo esto es cierto, cmo es que estas distinciones no han reacciona-

    do inevitablemente ante la manera en que tratamos las formas contemporneas,

    sino presentando entre ellas separaciones anlogas? Nuestras conclusiones corren el

    riesgo de estar en tela de juicio por este nuevo giro.

    Los progresos realizados por la humanidad desde sus orgenes son tan manifies-

    tos y tan obvios que toda tentativa de discutirlos se reducira a un ejercicio de retri-

    ca. Y no obstante, no resulta fcil imaginarlos ordenados en una serie regular y conti-

    nua. Hace unos cincuenta aos, los sabios utilizaban para presentarlos esquemas de

    una simplicidad admirable: la edad de la piedra tallada, la edad de la piedra pulida y

    las edades del cuero, del bronce y del hierro. Todo esto es demasiado cmodo. Hoy

    sospechamos que el pulido y la talla de la piedra han existido conjuntamente. El que

    la segunda tcnica eclipse completamente a la primera, no es como resultado de un

    progreso tcnico que brota espontneamente de la etapa anterior, sino de una ten-tativa de copiar, en piedra, las armas y los utensilios de metal que posean las civiliza-

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    ciones ms avanzadas, pero de hecho contemporneas a sus imitadoras. De mane-

    ra inversa, la cermica, que la creamos propia de la edad de la piedra pulida, est

    asociada a la talla de la piedra en determinadas regiones del norte de Europa. Por no

    considerar ms que el periodo de la piedra tallada, o paleoltico, se pensaba ya hacealgunos aos, que las distintas formas de esta tcnica que caracterizan respecti-

    vamente a las industrias de ncleos, industrias de fragmentos e industrias de

    lminas correspondan a un progreso histrico en tres etapas que se han deno-

    minado paleoltico inferior, paleoltico medio y paleoltico superior. Hoy admitimos

    que estas tres formas han coexistido constituyendo, no etapas de un progreso en un

    sentido nico, sino aspectos o, como hemos dicho, semblantes de una realidad

    dudosamente esttica; aunque sometida a variaciones y transformaciones muy com-plejas. Efectivamente, el Levalosiano que ya hemos citado y cuyo florecimiento se

    sita entre el 250 y 70 milenio antes de la era cristiana, alcanz una perfeccin en la

    tcnica de la talla que casi no se volver a encontrar ms que al final del neoltico, de

    doscientos cuarenta y cinco a sesenta y cinco mil aos ms tarde, y que tendramos

    mucha dificultad en reproducir hoy.

    Todo lo que es cierto de las culturas lo es tambin del plano de las razas sin que

    podamos establecer (en razn de escalas de valores distintas) ninguna correlacin

    entre los dos procesos. En Europa, el hombre del Neanderthal no ha precedido a las

    formas ms antiguas de Homo Sapiens; stas ltimas han sido contemporneas, quiz

    hasta sus antecesores. Y no se excluye que los tipos ms variables de homines hayan

    coexistido en el tiempo cuando no en el espacio: pigmeos de frica del Sur, gi-

    gantes de China e Indonesia, etc.

    De nuevo, nada de esto pretende negar la realidad de un progreso de la humani-

    dad, sino invitarnos a concebirlo con ms prudencia. El avance de los conocimientos

    prehistricos y arqueolgicos tiende a graduar en el espacio las formas de civilizacin

    que tendamos a imaginar como escalonadas en el tiempo. Esto significa dos cosas: en

    primer lugar, que el progreso (si este trmino procede an para designar una reali-

    dad muy diferente a la que habamos aplicado en un principio) no es ni necesario ni

    continuo; procede a saltos, a brincos, o como diran los bilogos, mediante mutacio-

    nes. Estos saltos y brincos no consisten en avanzar siempre en la misma direccin;

    vienen acompaados de cambios de orientacin, un poco como el caballo del aje-

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    drez, que tiene siempre a su disposicin varias progresiones pero nunca en el mismo

    sentido. La humanidad en progreso no se parece en absoluto a una persona que tre-

    pa una escalera e imprime con cada movimiento, un ritmo nuevo a todos aquellos

    con los que ha logrado conquistas. La humanidad evoca ms bien al jugador cuyasuerte est repartida entre varios dados, y que cada vez que los tira, los ve esparcirse

    por el tapete dando muchos resultados diferentes. Lo que ganamos con uno, es-

    tamos siempre expuestos a perderlo con otro. Slo de vez en cuando la historia es

    acumulativa, es decir, que los resultados se suman para formar una combinacin fa-

    vorable.

    Que la historia acumulativa no tenga el privilegio de una civilizacin o de un pe-

    riodo de la historia, lo demuestra el ejemplo de Amrica de manera convincente. Esteinmenso continente ve llegar al hombre, sin duda en pequeos grupos de nmadas

    pasando el estrecho de Bering gracias a las ltimas glaciaciones, en una fecha que no

    sera muy anterior al milenio 20. En veinte o veinticinco mil aos, estos hombres con-

    siguen una de las ms asombrosas demostraciones de la historia acumulativa que

    han ocurrido en el mundo: explotar de arriba abajo los recursos d un medio natural

    nuevo; dominar (junto a ciertas especies animales) las ms variadas especies vegeta-

    les para su alimento, sus remedios y sus venenos, y hecho inusual en otras par-

    tes producir sustancias venenosas como la manioca desempeando la funcin de

    alimento base, u otras, como estimulante o anestsico; coleccionar ciertos venenos o

    estupefacientes en funcin de especies animales sobre las cuales, cada uno de ellos

    ejerce una accin electiva; desarrollar ciertas industrias como la textil, la cermica y el

    trabajo de los metales preciosos hasta su perfeccin. Para apreciar esta inmensa

    obra, basta con medir la aportacin de Amrica a las civilizaciones del Antiguo Mun-

    do. En primer lugar la patata, el caucho, el tabaco y la coca (base de la moderna anes-

    tesia) que con nombres sin duda diversos, constituyen cuatro pilares de la cultura

    occidental. El maz y el cacahuete que deban revolucionar la economa africana an-

    tes quiz de generalizarse en el rgimen alimentario europeo. Despus el cacao, la

    vainilla, el tomate, la pina, el pimiento, varias especies de judas, algodones y cucur-

    bitceas. En fin, el cero, base de la aritmtica e indirectamente de las matemticas

    modernas, era concebido y utilizado por los Mayas por lo menos medio milenio antes

    de su descubrimiento por los sabios indios, de quienes Europa lo ha recibido por

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    mediacin de los rabes. Por esta razn, quiz su calendario era, en la misma poca,

    ms exacto que el del Antiguo Mundo. La cuestin de saber si el rgimen poltico de

    los Incas era socialista o totalitario ya ha dejado correr mucha tinta. De todas mane-

    ras, sobresalan las formas ms modernas e iba muchos siglos por delante de fen-menos del mismo tipo. El curare, que ha vuelto a ser objeto de atencin reciente-

    mente, nos recordara si fuera necesario, que los conocimientos cientficos de los

    indgenas americanos aplicados a tantas sustancias vegetales inusadas en el resto del

    mundo, pueden todava proporcionar a ste importantes aportaciones.

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    6. Historia estacionaria e historia acumulativa

    La discusin del ejemplo americano que precede, debe invitarnos a seguir nues-

    tra reflexin sobre la diferencia entre historia estacionaria e historia acumulativa.

    Si hemos concedido a Amrica el privilegio de la historia acumulativa, no es, en

    efecto, porque solamente le reconocemos la paternidad de cierto nmero de aporta-

    ciones que les hemos tomado prestadas o que se parecen a las nuestras? Pero, cul

    sera nuestra posicin, en presencia de una civilizacin que sintiera apego por des-

    arrollar valores propios y que ninguno fuera capaz de interesar a la civilizacin del

    observador? No llevara esto a calificar a esta civilizacin de estacionaria? En otras

    palabras, la distincin entre las dos formas de historia, depende de la naturaleza

    intrnseca de las culturas a las que se aplica, o no resulta de la perspectiva etnocntri-

    ca en la cual nos situamos siempre nosotros para evaluar una cultura diferente? De

    ese modo, nosotros consideraramos como acumulativa toda cultura que se desarro-

    llara en un sentido anlogo al nuestro, o sea, cuyo desarrollo tuviera significado para

    nosotros. Mientras que las otras culturas nos resultaran estacionarias, no necesaria-

    mente porque lo sean, sino porque su lnea de desarrollo no significa nada para no-

    sotros; no es ajustable a los trminos del sistema de referencia que nosotros utiliza-

    mos.

    Que tal es el caso, resulta de un examen incluso somero, de las condiciones en

    que nosotros aplicamos la distincin entre las dos historias: no con el fin de caracteri-

    zar sociedades diferentes a la nuestra, sino su interior mismo. La aplicacin es ms

    frecuente de lo que creemos. Las personas de edad consideran generalmente esta-cionaria la historia que transcurre en su vejez, en oposicin a la historia acumulativa

    de la que en sus aos jvenes han sido testigos. Una poca en la que ya no estn ac-

    tivamente comprometidos, o ya no realizan una labor, deja de tener sentido para

    ellos: all no ocurre nada, o lo que ocurre no ofrece a sus ojos ms que caracteres ne-

    gativos. Por otro lado, sus nietos viven este periodo con todo el fervor que sus ante-

    cesores han olvidado. Los adversarios de un rgimen poltico no reconocen con faci-

    lidad que ste evoluciona; lo condenan en bloque, lo expulsan fuera de la historia,como una especie de entreacto monstruoso al final del cual slo se reanuda la vida.

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    Otra muy distinta es la concepcin de los partidarios y tanto ms, digmoslo, cuanto

    que participan estrechamente y en un rango elevado, del funcionamiento del apara-

    to. La historicidad, o para decirlo exactamente, la sucesibilidadde una cultura o de un

    proceso cultural, no dependen entonces de sus propiedades intrnsecas sino de lasituacin en la que nosotros nos encontramos en relacin a ellas, del nmero y de la

    diversidad de nuestros intereses en juego con los suyos.

    La oposicin entre culturas progresivas y culturas inertes parece pues resultar,

    primero, de una diferencia de localizacin. Para el observador que con un microsco-

    pio ha enfocado a cierta distancia medida con el objetivo y siendo la diferencia de

    algunas centsimas de milmetros solamente, los cuerpos situados a uno y otro lado

    aparecen confusos y mezclados o incluso ni aparecen: se ve a travs. Otra compara-cin permitir descubrir la misma ilusin. Es la que empleamos para explicar los pri-

    meros elementos de la teora de la relatividad. Con el fin de demostrar que la dimen-

    sin y la velocidad de desplazamiento de los cuerpos no son valores absolutos sino

    funciones de la posicin del observador, se hace ver que, para un viajero sentado

    junto a la ventana de un tren, la velocidad y longitud de otros trenes varan segn se

    desplacen en el mismo sentido o en sentido opuesto. Ahora bien, todo miembro de

    una cultura es tan estrechamente solidario con ella como este viajero ideal lo es con

    su tren, puesto que desde nuestro nacimiento, el medio ambiente hace penetrar en

    nosotros de muchos modos conscientes e inconscientes, un complejo sistema de

    referencia consistente en juicios de valor, motivaciones y puntos de inters, donde se

    comprende la visin reflexiva que nos impone la educacin del devenir histrico de

    nuestra civilizacin, sin la cual, sta llegara a ser impensable o aparecera en contra-

    diccin con las conductas reales. Nosotros nos movemos literalmente con este sis-

    tema de referencias, y las realidades culturales del exterior no son observables ms

    que a travs de las deformaciones que el sistema le impone, cuando no nos adentra

    ms en la imposibilidad de percibir lo que es.

    En gran medida, la distincin entre las culturas que se mueven y las culturas

    que no se mueven se explica por la misma diferencia de posicin que hace que, para

    nuestro viajero, un tren en movimiento se mueva o no se mueva. Ciertamente, a pe-

    sar de una diferencia cuya importancia aparecer plenamente el da del que ya

    podemos entrever la lejana venida que busquemos formular una teora de la rela-

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    tividad generalizada en otro sentido que el de Einstein; queremos decir que se apli-

    que a la vez a las ciencias fsicas y a las ciencias sociales: tanto en unas como en otras,

    todo parece ocurrir de manera simtrica pero inversa. Para el observador del mundo

    fsico (como lo demuestra el ejemplo del viajero), los sistemas que evolucionan en elmismo sentido que el suyo parecen inmviles, mientras que los ms rpidos son

    aquellos que evolucionan en sentidos distintos. Ocurre lo contrario con las culturas

    puesto que nos parecen mucho ms activas al moverse en el sentido de la nuestra, y

    estacionarias cuando su orientacin diverge. Pero en el caso de las ciencias del hom-

    bre, el factor velocidad no tiene ms que un valor metafrico. Para hacer la compara-

    cin vlida, hay que reemplazarlo por el de la informacin y significado. Pero nosotros

    sabemos que es posible acumular mucha ms informacin sobre un tren que semueve paralelamente al nuestro y a una velocidad similar (como examinar la cara de

    los viajeros, contarlos, etc.), que sobre un tren que nos adelanta o que adelantamos a

    muchsima velocidad, o que nos parece mucho ms corto al circular en otra direc-

    cin. Como mucho, el tren pasa tan deprisa que slo conservamos una impresin

    confusa donde los mismos signos de velocidad estn ausentes; eso ya no es un tren,

    ya no significa nada. Luego parece haber una relacin entre la nocin fsica del mo-

    vimiento aparente y otra nocin que depende de la fsica, de la psicologa y de la so-

    ciologa: la cantidad de informacin susceptible de pasar entre dos individuos o

    grupos, en funcin de la mayor o menor diversidad de sus respectivas culturas.

    Cada vez que nos inclinamos a calificar una cultura humana de inerte o estaciona-

    ria, debemos preguntarnos si este inmovilismo aparente no resulta de la ignorancia

    que tenemos de sus verdaderos intereses, conscientes o inconscientes, y si teniendo

    criterios diferentes a los nuestros, esta cultura no es para nosotros vctima de la mis-

    ma ilusin. Dicho con otras palabras, nos encontraramos una a la otra desprovistas

    de inters simplemente porque no nos parecemos.

    La civilizacin occidental se ha orientado enteramente, desde hace dos o tres si-

    glos, a poner a disposicin del hombre medios mecnicos cada vez ms poderosos.

    Si se adopta este criterio, haremos de la cantidad de energa disponible por habitan-

    te, la expresin de ms o menos desarrollo de las sociedades humanas. La civilizacin

    occidental con forma norteamericana ocupar el primer sitio, le seguirn las socieda-

    des europeas, llevando a remolque una masa de sociedades asiticas y africanas que

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    rpidamente se volvern iguales. Pero estos centenares hasta miles de sociedades

    que llamamos insuficientemente desarrolladas y primitivas, que se fusionaron en

    un conjunto confuso al considerarlas bajo el aspecto que acabamos de citar (y que

    no es en absoluto adecuado para calificarlas, porque esta lnea de desarrollo o lesfalta, u ocupa en ellas un lugar muy secundario), se sitan en las antpodas unas de

    otras. As, segn el punto de vista elegido, llegaramos a diferentes clasificaciones.

    Si el criterio seguido hubiera sido el grado de aptitud para triunfar en los medios

    geogrficos ms hostiles, no hay ninguna duda de que los esquimales por un lado y

    los beduinos por el otro, se llevaran la palma. La India ha sabido mejor que ninguna

    otra civilizacin, elaborar un sistema filosfico-religioso, y China un gnero de vida,

    capaz de reducir las consecuencias psicolgicas de un desequilibrio demogrfico.Hace ya trece siglos, el Islam formul una teora de la solidaridad de todas las formas

    de la vida humana: tcnica, econmica, social y espiritual, que occidente no hallara

    sino muy recientemente, con ciertos aspectos del pensamiento marxista y del na-

    cimiento de la etnologa moderna. Se sabe el lugar preeminente que esta visin

    proftica ha permitido ocupar a los rabes en la vida intelectual de la Edad Media.

    Occidente, maestro de las mquinas, atestigua conocimientos muy elementales so-

    bre la utilizacin y recursos de esta mquina suprema que es el cuerpo humano. Por

    el contrario, en este mbito, como en este otro conexo de las relaciones entre la fsica

    y la moral, Oriente y el Extremo Oriente poseen un avance de varios milenios. Ellos

    han producido estos vastos conjuntos tericos y prcticos que son el yoga de la In-

    dia, las tcnicas de aliento chinas o la gimnasia visceral de los antiguos maors. La

    agricultura sin tierra, desde hace poco a la orden del da, fue practicada durante va-

    rios siglos por determinados pueblos polinesios que tambin hubieran podido ense-

    ar al mundo el arte de la navegacin, y que lo han modificado profundamente, en el

    siglo XVIII, revelndole un tipo de vida social y moral ms libre y generosa de lo que

    se conoca.

    En lo que concierne a la organizacin de la familia y a la armonizacin de las rela-

    ciones entre grupo familiar y grupo social, los australianos, rezagados en el plan

    econmico, ocupan un lugar tan avanzado en comparacin con el resto de la huma-

    nidad, que para comprender los sistemas de reglas elaborados por ellos de manera

    consciente y reflexiva, es necesario recurrir a las formas ms sofisticadas de las ma-

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    temticas modernas. Ellos son los que verdaderamente han descubierto que los lazos

    del matrimonio forman el caamazo en el que las otras instituciones sociales no son

    ms que bordados, ya que incluso en las sociedades modernas donde el papel de la

    familia tiende a restringirse, la intensidad de los lazos familiares no es menor. Estaintensidad solamente se amortigua en los lmites de un crculo ms estrecho, al cual

    vienen a relevarla en seguida otros lazos interesantes para otras familias. La articula-

    cin de las familias por medio de matrimonios cruzados puede conducir a la forma-

    cin de grandes bisagras que mantienen todo el edificio social y que le proporcionan

    su elasticidad. Con admirable lucidez, los australianos han elaborado la teora de este

    mecanismo y han inventariado los principales mtodos que permiten realizarlo, con

    las ventajas e inconvenientes que conllevan cada uno. De este modo, han superadoel plan de observacin emprica para elevarse al conocimiento de leyes matemticas

    que rigen el sistema. Tanto es as, que no es en absoluto exagerado ver en ellos no

    slo a los fundadores de toda la sociologa general, sino tambin a los verdaderos in-

    troductores de la medida en las ciencias sociales.

    La riqueza y la audacia de la invencin esttica de los melanesios y su talento pa-

    ra integrar en la vida social los productos ms oscuros de la actividad inconsciente de

    la mente, constituyen una de las cumbres ms altas que los hombres hayan alcanza-

    do en estas direcciones. La aportacin de frica es ms compleja y tambin ms os-

    cura, porque solamente en fecha reciente se ha comenzado a sospechar la importan-

    cia de su tarea como melting potcultural del Antiguo Mundo: lugar donde todas las

    influencias vienen a fundirse para repartirse o quedar reservadas, pero siempre trans-

    formadas en sentidos nuevos. La civilizacin egipcia, cuya importancia para la huma-

    nidad es sabida, slo es inteligible como una obra comn de Asia y frica y los gran-

    des sistemas polticos de la antigua frica. Sus construcciones jurdicas, sus doctrinas

    filosficas ocultas por mucho tiempo a los occidentales, sus artes plsticas y su m-

    sica, que exploran metdicamente todas las posibilidades ofrecidas por cada medio

    de expresin, son muchos indicios de un pasado extraordinariamente frtil. Adems

    est directamente testificado por la perfeccin de antiguas tcnicas del bronce y del

    marfil, que sobrepasan con mucho todo lo que Occidente practicaba en estos cam-

    pos en la misma poca. Ya hemos evocado la aportacin americana; es intil volver a

    ella ahora.

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    Adems, no son en absoluto en estas aportaciones fragmentadas donde debe fi-

    jarse la atencin, porque cabra el riesgo de darnos una idea doblemente falsa de una

    civilizacin mundial hecha como el traje de un arlequn. Ya hemos tenido bastante

    en cuenta todas las propiedades: la fenicia para la escritura; la china para el papel, laplvora y la brjula; la india para el vidrio y el acero... Estos elementos son menos

    importantes que la manera de agruparlos, retenerlos o excluirlos de cada cultura. Y lo

    caracterstico de cada una de ellas reside bsicamente en su manera particular de

    resolver los problemas, de poner en perspectiva los valores, que son aproximada-

    mente los mismos para todos los hombres, porque todos los hombres sin excepcin

    poseen un lenguaje, unas tcnicas, un arte, unos conocimientos de tipo cientfico,

    unas creencias religiosas y una organizacin social, econmica y poltica. Pero estadosificacin no es nunca exactamente la misma para cada cultura, y la etnologa mo-

    derna se acerca ms a descifrar los orgenes secretos de estas opciones, ms que ela-

    borar un inventario de trazos inconexos.

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    7. El lugar de la civilizacin occidental

    Quiz se formulen objeciones contra tal argumento debido a su carcter terico.

    Nosotros diramos que en el plano de una lgica abstracta, es posible que ninguna

    cultura sea capaz de emitir un juicio verdadero sobre otra, puesto que una cultura no

    puede evadirse de ella misma sin que su apreciacin quede por consiguiente, presa

    de un relativismo sin apelacin. Pero miren a su alrededor, estn atentos a lo que

    pasa en el mundo hace un siglo y todas sus especulaciones se vendrn abajo. Lejos

    de permanecer encerradas en ellas mismas, todas las civilizaciones reconocen una

    tras otra, la superioridad de una entre ellas, que es la civilizacin occidental. No ve-

    mos cmo el mundo entero toma prestado progresivamente de ella sus tcnicas, su

    gnero de vida, su modo de entretenerse e incluso su modo de vestir? Igual que pro-

    baba Digenes el movimiento en marcha, es la marcha misma de las culturas huma-

    nas la que desde las vastas civilizaciones de Asia hasta las tribus perdidas de la jungla

    brasilea o africana, prueban, por adhesin unnime sin precedente en la historia,

    que una de las formas de civilizacin humana es superior a todas las dems: lo que

    los pases poco desarrollados reprochan a los otros en las asambleas internaciona-

    les, no es que los occidentalicen, sino no darles con bastante rapidez los medios de

    occidentalizarse.

    Llegamos al punto ms sensible de nuestro debate; no servira de nada querer

    defender lo propio de las culturas humanas contra ellas mismas. Adems: es dificil-

    simo para el etnlogo aportar un juicio justo de un fenmeno como la universaliza-

    cin de la civilizacin occidental, y ello por varias razones. Primero, la existencia de

    una civilizacin mundial es un hecho probablemente nico en la historia, o cuyos

    precedentes habra que buscarlos en una prehistoria lejana, de la cual no sabemos

    casi nada. Seguidamente, reina una gran incertidumbre por la consistencia del fen-

    meno en cuestin. De hecho, ocurre que desde hace un siglo y medio, la civilizacin

    occidental tiende a expandirse en el mundo en su totalidad, o en algunos de sus

    elementos clave como la industrializacin, y que en la medida en que otras culturas

    buscan preservar cualquier cosa de su herencia tradicional, esta tentativa se reducegeneralmente a las superestructuras, o sea, a los aspectos ms frgiles, que se supo-

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    ne sern barridos por las profundas transformaciones que culminen. Pero el fenme-

    no sigue su curso y nosotros an no conocemos el resultado. Acabar con una occi-

    dentalizacin total del mundo con las variantes rusa o americana? Aparecern

    frmulas sincrticas, tal y como percibimos esa posibilidad para el mundo islmico,India y China? O bien el movimiento de flujo toca ya a su fin y va a reabsorverse, es-

    tando el mundo occidental prximo a sucumbir como esos monstruos prehistricos,

    a una expansin fsica, incompatible con los mecanismos internos que le aseguran su

    existencia? Teniendo en cuenta todas estas reservas, llegaremos a evaluar el proceso

    que tiene lugar ante nuestros ojos, del cual somos consciente o inconscientemente,

    los agentes, los auxiliares o las vctimas.

    Comenzaremos por comentar que esta adhesin al gnero de vida occidental o aciertos aspectos suyos, est muy lejos de ser lo espontnea que a los occidentales les

    gustara creer. No es tanto el resultado de una decisin libre, como la ausencia de

    eleccin. La civilizacin occidental ha establecido sus soldados, sus factoras, sus

    plantaciones y sus misioneros en el mundo entero; ha intervenido directa o indi-

    rectamente en la vida de las poblaciones de color; ha cambiado de arriba abajo su

    modo tradicional de existencia, bien imponiendo el suyo o instaurando condiciones

    que engendraran el hundimiento de los cuadros existentes sin reemplazarlos por

    otra cosa. Los pueblos sojuzgados o desorganizados no podan ms que aceptar las

    soluciones de reemplazo que se les ofreca, o si no estaban dispuestos, esperar a

    unirse lo suficiente para estar en condiciones de combatirles en el mismo terreno.

    Con la ausencia de esta desigualdad, por lo que a sus fuerzas se refiere, las socieda-

    des no se entregan tan fcilmente. Su Weltanschauung est ms cerca de la de las

    tribus pobres de Brasil oriental, donde el etngrafo Curt Nimuendaju haba sabido

    hacerse adoptar, y por quien los indgenas sollozaban de compasin por la idea de

    los sufrimientos que deba haber soportado, cada vez que volva con ellos despus

    de una estancia en los ncleos civilizados, lejos del nico sitio su pueblo donde

    ellos juzgaban que la vida vala la pena vivirse.

    De cualquier modo, al formular esta reserva, lo nico que hemos hecho es des-

    plazar la cuestin. Si no es el consentimiento lo que funda la superioridad occidental,

    no es entonces la energa mayor de que dispone, la que precisamente le ha permiti-

    do forzar el consentimiento? Ahora llegamos al meollo, ya que esta desigualdad de

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    fuerzas no depende de la subjetividad colectiva, como los hechos de la adhesin que

    recordbamos hace un momento. Es un fenmeno objetivo que slo el nombra-

    miento de causas objetivas puede explicar.

    No se trata de emprender aqu un estudio de la filosofa de las civilizaciones. Nospuede ocupar varios volmenes discutir sobre la naturaleza de los valores profesados

    por la civilizacin occidental. Nosotros trataremos nicamente los ms manifiestos,

    los que estn menos sujetos a controversia. Parece ser que se reducen a dos: por un

    lado la civilizacin occidental, segn la expresin de M. Leslie White, procura incre-

    mentar continuamente la cantidad de energa disponible por habitante, y por otro,

    proteger y prolongar la vida humana. En resumidas cuentas, se puede considerar que

    el segundo aspecto es una modalidad del primero puesto que la cantidad de energadisponible aumenta, en valor absoluto, con la duracin y el inters de la existencia

    individual. Para evitar toda discusin, tambin se admitir de entrada que estos ca-

    racteres pueden ir acompaados de fenmenos compensatorios que sirvan, de al-

    guna manera, de freno, como las grandes masacres que constituyen las guerras

    mundiales, y la desigualdad que preside la reparticin de la energa disponible entre

    los individuos y las clases.

    Dicho esto, enseguida constataremos que si la civilizacin en efecto se ha consa-

    grado a estas tareas con un exclusivismo en el que quiz reside su debilidad, no es

    ciertamente la nica.

    Todas las sociedades humanas desde los tiempos ms remotos han actuado en el

    mismo sentido, y son las sociedades ms lejanas y arcaicas, que nosotros equiparar-

    amos encantados a los pueblos salvajes de hoy, las que han culminado los progre-

    sos ms decisivos en este campo. Actualmente, estos ltimos constituyen an la ma-

    yor parte de lo que nosotros denominamos civilizacin. Nosotros dependemos to-

    dava de los inmensos descubrimientos que han marcado lo que llamamos, sin nin-

    guna exageracin, la revolucin neoltica: la agricultura, la ganadera, la cermica, la

    industria textil... A todas estas artes de la civilizacin, nosotros hemos aportado

    solamente perfeccionamientos desde hace ocho mil o diez mil aos.

    Es cierto que determinadas personas tienen la molesta tendencia a reservar el

    privilegio del esfuerzo, de la inteligencia, y de la imaginacin a los descubrimientos

    recientes, mientras que los que la humanidad ha culminado en su periodo brbaro

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    seran producto del azar, y ste no tendra ms que como mucho, algn mrito. Esta

    aberracin nos parece muy grave y muy extendida, y est tan profundamente orien-

    tada a impedir una visin exacta del intercambio entre las culturas, que nosotros

    creemos indispensable disiparla por completo.

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    8. Azar y civilizacin

    En los tratados de etnologa y no en pocos se lee que el hombre debe el co-

    nocimiento del fuego al azar de un rayo o al incendio de una maleza; que el descu-

    brimiento de un ave accidentalmente asada en esas condiciones, le revel la coccin

    de los alimentos; que la invencin de la cermica resulta del olvido de una bolita de

    arcilla en la proximidad de un hogar. Se dira que en un principio, el hombre habra

    vivido en una especie de edad de oro tecnolgica, donde las invenciones se cose-

    chaban con la misma facilidad que las frutas o las flores. Al hombre moderno le seran

    reservadas las fatigas de la labor y las iluminaciones del genio.

    Esta visin infantil proviene de una total ignorancia de la complejidad y diversi-

    dad de las operaciones implcitas en las tcnicas ms elementales. Para fabricar una

    herramienta tallada eficaz, no basta con golpear contra una piedra hasta que eso

    salga; nos hemos dado bien cuenta de ello el da que intentamos reproducir los prin-

    cipales tipos de herramientas prehistricas. Entonces observando la misma tcnica

    que an posean los indgenas descubrimos la complicacin de los procedimientos

    indispensables que van a veces hasta la fabricacin preliminar de verdaderos apara-

    tos de cortar: martillos con contrapeso para controlar el impacto y su direccin, dis-

    positivos amortiguadores para evitar que la vibracin haga estallar en pedazos el

    resto del objeto. Se necesita adems un vasto conjunto de nociones sobre el origen

    local, los procedimientos de extraccin, la resistencia y la estructura de los materiales

    utilizados, un entrenamiento muscular apropiado, el conocimiento de la habilidad

    manual, etc. En una palabra, una verdadera liturgia que corresponde mutatis mu-

    tandia los diversos captulos de la metalurgia.

    De igual manera, los incendios naturales pueden a veces quemar o asar, pero es

    muy difcil concebir (excepto los casos de fenmenos volcnicos cuya distribucin

    geogrfica es limitada) que hagan hervir o cocer al vapor. Ahora bien, estos mtodos

    de coccin no son mucho menos universales que aqullos, por lo tanto no hay razn

    para excluir el acto inventivo que ciertamente se ha requerido para los ltimos

    mtodos, cuando se quieren explicar los primeros.

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    La alfarera ofrece un excelente ejemplo porque una creencia muy extendida,

    mantiene que no hay nada ms simple que horadar un terrn de arcilla y endurecerlo

    al fuego. Intntelo. Primero hay que encontrar arcillas apropiadas para la coccin.

    Pero si para este fin se necesita un gran nmero de condiciones naturales, ningunaser suficiente porque ninguna arcilla sin mezclar con un cuerpo inerte, elegido en

    funcin de sus caractersticas particulares, dara despus de la coccin un recipiente

    utilizable. Hay que elaborar las tcnicas de modelado que permiten realizar la hazaa

    de mantener en equilibrio durante un tiempo apreciable y de modificar a la vez, un

    cuerpo plstico que no se tiene. En fin, hay que descubrir el combustible concreto,

    la forma del hogar, el tipo de calor y la duracin de la coccin que permiten nacerlo

    slido e impermeable, a travs de todos los escollos, crujidos, desmoronamientos ydeformaciones. Podramos multiplicar los ejemplos.

    Todas estas operaciones son demasiado numerosas y complejas para que el azar

    pueda tenerlo en cuenta. Cada una de ellas, tomada aisladamente, no significa nada.

    Slo su combinacin imaginada, deseada, procurada y experimentada puede produ-

    cir el logro. El azar existe sin duda, pero no da ningn resultado por s solo. Durante

    dos mil quinientos aos ms o menos, el mundo occidental ha conocido la existencia

    de la electricidad descubierta sin duda por azar, pero este azar hubiera quedado

    estril si no es por los esfuerzos intencionados y dirigidos por las hiptesis de los

    Amperio y los Faraday. El azar no ha desempeado un papel mayor en la invencin

    del arco, el bumerang o la cerbatana, en el nacimiento de la agricultura y la ganader-

    a, como en el descubrimiento de la penicilina del que se dice por lo dems, que no

    ha estado ausente. Debemos por lo tanto distinguir con cuidado la transmisin de la

    tcnica de una generacin a otra, hecha siempre con una facilidad relativa gracias a

    la observacin y la prctica cotidiana, y a la creacin o mejora de las tcnicas en el

    seno de cada generacin. Estas tcnicas siempre suponen el mismo poder imaginati-

    vo y los mismos esfuerzos encaminados por parte de ciertos individuos, sea cual sea

    la tcnica particular que hayamos visto. Las sociedades que llamamos primitivas son

    ms ricas en Pasteur y Palissy que las otras.

    Volveremos a encontrarnos con el azar y la posibilidad dentro de poco, pero en

    otro sitio y con otra funcin. No los utilizaremos para explicar con desgana el naci-

    miento de invenciones ya preparadas, sino para explicar un fenmeno que se sita

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    en otro nivel de la realidad: a saber, que pese a una dosis de imaginacin, de inven-

    cin, de esfuerzo creador, que por supuesto, cabe suponer hay ms o menos cons-

    tante a lo largo de la historia de la humanidad, esta combinacin no determina mu-

    taciones culturales importantes excepto en determinados periodos o lugares, porquepara llegar a este resultado, los factores puramente psicolgicos no son suficientes:

    primero stos deben encontrarse presentes, con una orientacin similar y en un

    nmero suficiente de individuos para que el creador sea rpidamente confirmado

    por un pblico. Y esta condicin depende a su vez de la reunin de un nmero con-

    siderable de otros factores de naturaleza histrica, econmica y sociolgica.

    Para explicar las diferencias en el curso de las civilizaciones, tendramos que recu-

    rrir a conjuntos de causas tan complejas y discontinuas que seran incognoscibles,bien por razones prcticas o incluso por razones tericas como la aparicin, imposi-

    ble de evitar, de perturbaciones asociadas a las tcnicas de observacin. Efectiva-

    mente, para desenredar una madeja de hebras tan numerosas como apretadas, lo

    menos que se podra hacer es someter a la sociedad considerada (y tambin el mun-

    do que la rodea), a un estudio etnogrfico global y de cada momento. Sin precisar

    siquiera la enormidad de la empresa, sabemos que los etngrafos, que sin embargo

    trabajan a una escala infinitamente ms reducida, estn con frecuencia limitados en

    sus observaciones por cambios sutiles, cuya sola presencia es suficiente para in-

    troducirlos en el grupo humano objeto de su estudio. En las sociedades modernas,

    sabemos tambin que los polls de opinin pblica, uno de los medios ms eficaces

    de sondeo, modifican la orientacin de esta opinin por el mismo hecho de su uso,

    que pone en juego en la poblacin un factor de reflexin sobre ella misma ausente

    hasta ahora.

    Esta situacin justifica la introduccin de la nocin de probabilidad en las ciencias

    sociales, presente desde hace mucho ya en algunas ramas de la fsica o la termo-

    dinmica, por ejemplo. Volveremos a ello. De momento bastar con recordar que la

    complejidad de los descubrimientos modernos, no resulta de una mayor frecuencia o

    mejor disponibilidad del genio de nuestros contemporneos. Todo lo contrario,

    puesto que hemos reconocido que a travs de los siglos, las generaciones, para pro-

    gresar, slo tenan necesidad de aadir un ahorro constante al capital legado por las

    generaciones anteriores. Las nueve dcimas partes de nuestra riqueza se deben a

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    ellas, e incluso ms, si, al igual que nos hemos entretenido en hacerlo, evaluamos la

    fecha de aparicin de los principales hallazgos con relacin a aquella aproximada del

    comienzo de la civilizacin. De este modo constatamos que la agricultura nace en el

    curso de una fase reciente, correspondiente al 2 por 100 de este periodo; la metalur-gia al 0,7 por 100; el alfabeto al 0,35 por 100; la fsica galilea al 0,035 por 100, y el

    darwinismo al 0,009 por 1001

    No es menos cierto y es la expresin definitiva que creemos poder dar a nues-

    tro problema, que con el intercambio de invenciones tcnicas (y de reflexincientfica que las hace posibles), la civilizacin occidental parece ms acumulativa

    que las otras. Que despus de haber dispuesto del mismo capital neoltico inicial,

    sta haya sabido aportar mejoras (escritura alfabtica, aritmtica y geometra), algu-

    nas de las cuales por lo dems, ha olvidado rpidamente, pero que tras un estanca-

    miento, que en conjunto abarca dos mil o dos mil quinientos aos (desde el primer

    milenio antes de la era cristiana hasta el siglo XVIII aproximadamente), la civilizacin

    se revela de repente como el germen de una revolucin industrial que por su ampli-

    tud, su universalidad y por la importancia de sus consecuencias, slo la revolucin

    neoltica le haba ofrecido un equivalente en otro tiempo.

    . La revolucin cientfica e industrial de Occidente se

    inscribe toda ella en un periodo igual a una semi-milsima ms o menos, de la vida

    pasada de la humanidad. Por lo tanto, hay que mostrarse prudente antes de afirmar

    que esta revolucin est destinada a cambiar totalmente el sentido.

    Por consiguiente, dos veces en la historia y con un intervalo de cerca de dos mil

    aos, la humanidad ha sabido acumular una multitud de invenciones orientadas en

    el mismo sentido. Y este nmero por un lado, y esta continuidad por otro, se han

    concentrado en un lapso de tiempo corto para que se operen grandes sntesis tcni-

    cas; sntesis que han supuesto cambios significativos en las relaciones que el hombre

    tiene con la naturaleza y que, a su vez, han hecho posible otros cambios. La imagen

    de una reaccin en cadena provocada por cuerpos catalizadores, permite ilustrar este

    proceso que hasta ahora, se ha repetido dos veces y solamente dos, en la historia de

    la humanidad. Cmo se ha producido esto?

    1 Leslie A. White, The Science of culture, Nueva York, 1949, pg. 196.

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    En primer lugar, no hay que olvidar otras revoluciones que presentando los mis-

    mos caracteres acumulativos, han podido desarrollarse en otros lugares y en otros

    momentos, pero en mbitos distintos de la actividad humana. Nosotros ya hemos

    explicado por qu nuestra propia revolucin industrial, con la revolucin neoltica(que le ha precedido en el tiempo, aunque se debe a las mismas preocupaciones),

    son las nicas que pueden parecemos tales revoluciones ya que nuestro sistema de

    referencia permite medirlas. Todos los dems cambios que ciertamente se han pro-

    ducido, aparecen nicamente de forma fragmentada, o profundamente deformados.

    Para el hombre occidental moderno no pueden tener sentido (en todo caso no todo

    el sentido); incluso para l pueden ser como si no existieran.

    En segundo lugar, el ejemplo de la revolucin neoltica (la nica que el hombreoccidental moderno consigue representarse con bastante claridad), debe inspirarle

    alguna modestia por la preeminencia que podra estar tentado a reivindicar en bene-

    ficio de una raza, una regin o un pas. La revolucin industrial nace en Europa occi-

    dental, despus aparece en Estados Unidos, despus en Japn y en 1917 se acelera

    en la Unin Sovitica; maana sin duda surgir en otro sitio. De la mitad de un siglo

    al otro, arde con un fuego ms o menos vivo en uno u otro de sus centros. Qu es de

    las cuestiones de prioridad, a escala de milenios y de las que nos enorgullecemos

    tanto?

    Hace mil o dos mil aos aproximadamente, la revolucin neoltica se desenca-

    den simultneamente en la cuenca egea, Egipto, el Prximo Oriente, el valle del

    Indo y China. Despus del empleo del carbn radiactivo para la determinacin de

    periodos arqueolgicos, sospechamos que el neoltico americano, ms antiguo de lo

    que se crea hasta ahora, no ha debido comenzar mucho ms tarde que en el Antiguo

    Mundo. Probablemente tres o cuatro pequeos valles podran reclamar en este con-

    curso una prioridad de varios siglos. Qu sabemos hoy? Por otro lado, estamos cier-

    tos de que la cuestin de prioridad no tiene importancia, precisamente porque la

    simultaneidad en la aparicin de los mismos cambios tecnolgicos (seguidos de cer-

    ca por los cambios sociales), en territorios tan vastos y en regiones tan separadas,

    demuestran claramente que no se deben al genio de una raza o cultura, sino a condi-

    ciones tan generales que se sitan fuera de la consciencia de los hombres. Luego

    estamos seguros de que si la revolucin industrial no hubiera aparecido antes en

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    Europa occidental y septentrional, se habra manifestado un da en cualquier otro

    punto del globo. Y si, como es probable, debe extenderse al conjunto de la tierra

    habitada, cada cultura introducir tantas contribuciones particulares, que el historia-

    dor de futuros milenios considerar legtimamente ftil la cuestin de saber quinpuede, por un siglo o dos, reclamar la prioridad para el conjunto.

    Una vez expuesto esto, nos hace falta introducir una nueva limitacin si no a la

    validez, por lo menos al rigor de la distincin entre historia estacionaria e historia

    acumulativa. No slo esta distincin es relativa a nuestros intereses, como ya lo

    hemos sealado, sino que nunca consigue ser clara. En el caso de las invenciones

    tcnicas, es bien cierto que ningn periodo y ninguna cultura son totalmente esta-

    cionarias. Todos los pueblos poseen y transforman, mejoran u olvidan tcnicas lobastante complejas como para permitirles dominar su medio, y sin las cuales habran

    desaparecido hace mucho tiempo. La diferencia nunca se encuentra entre la historia

    acumulativa y la historia no acumulativa; toda historia es acumulativa, con diferen-

    cias de gradacin.

    Sabemos, por ejemplo, que los antiguos chinos y los esquimales haban desarro-

    llado mucho las tcnicas mecnicas, y les ha faltado muy poco para llegar al punto en

    que la reaccin en cadena se desata, determinando el paso de un tipo de civiliza-

    cin a otro. Ya conocemos el ejemplo de la plvora: los chinos haban resuelto, tcni-

    camente hablando, todos los problemas que creaba, excepto el de su uso a la vista

    de los resultados masivos. Los antiguos mejicanos no desconocan la rueda, como a

    menudo se dice; la conocan tan bien como para fabricar animales con ruedecillas

    para los nios. Les hubiera bastado un paso ms para atribuirse el carro.

    As las cosas, el problema de la rareza relativa (para cada sistema de referencia) de

    culturas ms acumulativas en relacin con culturas menos acumulativas, se re-

    duce a un problema conocido que depende de un clculo de probabilidades. Es el

    mismo problema que consiste en determinar la probabilidad relativa de una combi-

    nacin compleja en relacin con otras combinaciones del mismo tipo, pero de me-

    nos complejidad. En la ruleta por ejemplo, una serie de dos nmeros consecutivos (7

    y 8, 12 y 13, 30 y 31), es bastante frecuente; una de tres nmeros es ya rara; una de

    cuatro lo es mucho ms. Y de un nmero increblemente elevado de intentos, slo

    una vez quiz se realizar una serie de seis, siete u ocho nmeros conforme al orden

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    natural de los nmeros. Si fijamos nuestra atencin exclusivamente en series largas

    (por ejemplo si apostramos a series de cinco nmeros consecutivos), las series ms

    cortas seran para nosotros equivalentes a series no ordenadas; significa olvidar que

    ellas no se distinguen de las nuestras ms que por el valor de una fraccin, y queconsideradas desde otro ngulo, posiblemente presentan tambin grandes regulari-

    dades.

    Llevemos ms lejos an nuestra comparacin. Un jugador que transfiriera todas

    sus ganancias a series cada vez ms largas, podra desanimarse por no ver aparecer

    jams en miles o millones de veces la serie de nueve nmeros consecutivos, y pensar

    que hubiera hecho mejor retirndose antes. No obstante, puede ocurrir que otro ju-

    gador, siguiendo la misma frmula de apuesta aunque con series de otro tipo (porejemplo, un cierto ritmo de alternancia entre rojo y negro, o entre par e impar), obtu-

    viera combinaciones significativas cuando el primer jugador no recoga ms que

    desorden.

    La humanidad no evoluciona en sentido nico. Y si en un plano determinado pa-

    rece estacionaria o hasta regresiva, no quiere decir que desde otro punto de vista, no

    sea la sede de importantes transformaciones.

    El gran filsofo ingls del siglo XVIII, Hume, se consagr un da a disipar el falso pro-

    blema que se plantea mucha gente al preguntarse por qu no todas las mujeres son

    guapas, sino una pequea minora. No hay ninguna dificultad en demostrar que la

    pregunta no tiene el menor sentido. Si todas las mujeres fueran por lo menos tan

    guapas como la que ms, las encontraramos banales y reservaramos nuestro califi-

    cativo a la pequea minora que sobrepasara el modelo comn. De igual modo,

    cuando nos interesamos por cierto tipo de progreso, reservamos el mrito a las cultu-

    ras que lo realizan en mayor nivel, y nos quedamos indiferentes ante las otras. Por

    eso el progreso no es ms que el mximo de los progresos en el sentido predetermi-

    nado por el gusto de cada uno.

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    9. La colaboracin de las culturas

    Finalmente, nos hace falta considerar nuestro problema bajo un ltimo aspecto.

    El jugador del que se ha hablado en prrafos precedentes y que no apostara ms

    que a las series ms largas (de la manera que concibe estas series), tendra todas las

    probabilidades de arruinarse. No sera lo mismo una coalicin de jugadores apostan-

    do todos a las mismas series en valor absoluto, aunque en diferentes ruletas, y con-

    cedindose el privilegio de poner en comn los resultados favorables de las combi-

    naciones de cada uno; porque si habiendo tirado slo el 21 y el 22, necesito el 23 pa-

    ra continuar mi serie, hay evidentemente, ms posibilidades de que salga de diez

    mesas que de una sola.

    Ahora bien, esta situacin se parece mucho a la de otras culturas que han llegado

    a realizar las formas de historia ms acumulativas. Estas formas extremas no han sido

    nunca el objeto de culturas aisladas, sino ms bien el de culturas que combinan vo-

    luntaria o involuntariamente sus juegos respectivos y que realizan por medios diver-

    sos (migraciones, prstamos, intercambios comerciales, guerras) estas coaliciones

    cuyo modelo acabamos de imaginarnos. Aqu vemos claramente lo absurdo de de-

    clarar una cultura superior a otra, porque en la medida en que estuviera sola, una

    cultura no podr ser nunca superior; igual que el jugador aislado, la cultura no con-

    seguira nunca ms que pequeas series de algunos elementos, y las probabilidades

    de que una serie larga salga en su historia (sin estar tericamente excluida) sera

    tan pequea que habra que disponer de un tiempo infinitamente ms largo que

    aquel donde se inscribe el desarrollo total de la humanidad, para esperar verla reali-zarse.

    Pero ya lo hemos dicho antes ninguna cultura se encuentra sola; siempre

    viene dada en coalicin con otras culturas, lo que permite construir series acumulati-

    vas. La probabilidad de que entre estas series aparezca una larga, depende natural-

    mente de la extensin, de la duracin y de la variabilidad del rgimen de coalicin.

    De estos comentarios se derivan dos consecuencias. A lo largo de este estudio,

    nos hemos preguntado varias veces cmo es que la comunidad ha quedado estacio-naria durante las nueve dcimas partes de su historia o incluso ms: las primeras ci