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    LA ETNOGRAFA COMO CAMPO DE MINAS:

    DE LAS VIOLENCIAS COTIDIANAS A LOS PAISAJESPOSBLICOS

    FRANCISCO FERRNDIZ

    Instituto de Lengua, Literatura y Antropologa delCentro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC

    IMAGEN 1: Campo minado en Tierra del Fuego, Chile

    1. CAMPOS MINADOS

    En este texto defender la etnografa como un arma cargada de futuro,como una herramienta de investigacin y anlisis de fructfero pasadoe innegable proyeccin, con un formidable potencial para analizar

    crticamente las circunstancias cambiantes de la realidad social y

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    cultural, adaptndose a ellas desde la flexibilidad y el rigor. Un retofundamental para nuestra disciplina, como sostienen Gupta yFerguson (1997), es el paulatino ajuste reflexivo y crtico de los

    mtodos y objetos de estudio tradicionales de la antropologa a unarealidad cada vez ms compleja, global, interrelacionada y exigentecon sus analistas. Esta adaptacin, para estos mismos autores, precisade una reevaluacin de la ms o menos formalizada jerarqua de pureza de los lugares de campo, reevaluacin que podra ser unaoportunidad para reinventarse el campo tanto en trminos demetodologa como de localizacin. Es decir, ante la transformacin delos escenarios de investigacin, se hace imprescindible una

    innovacin paralela y constante de los marcos tericos ymetodolgicos con los que nos acercamos a ellos, de la forma en laque imaginamos los escenarios etnogrficos, y de las estrategias yregistros de devolucin del conocimiento. Y la etnografa tiene losrecursos, la flexibilidad y el rigor suficientes para acompaar estoscambios sin perder su aire de familia. En este contexto, defendertambin que la antropologa de la violencia y la antropologa delsufrimiento social, que han tenido un indudable auge en los ltimosaos, son horizontes disciplinarios complejos que, precisamente porsu especificidad y por la naturaleza y variedad de los retos tericos ymetodolgicos que nos proponen, estn en condiciones de ser uno delos territorios de frontera de la antropologa contempornea. Quiz porsu cualidad de campo minado, el estudio de las violencias y losconflictos abre nuevos escenarios de investigacin, nos obliga areevaluar otros ms clsicos, plantea nuevos tipos de problemas, nosenfrenta con actores sociales en situaciones a veces extraordinarias yextremas, nos cuestiona nuestras retricas y nuestros compromisosticos, y fomenta nuevas formas de interdisciplinariedad. Enriquececon ello los trminos y condiciones generales de los debates sobrenuestros mtodos, estilos y repertorios de produccin deconocimiento. En este mismo libro encontramos una defensa muyarticulada de la antropologa a distancia como nica va para proyectar la lente analtica de la disciplina sobre situaciones deviolencia extrema en las que es imposible la presencia sobre elterreno, utilizando el mtodo comparativo y la destreza profesional para extrapolar experiencias y procesos sobre situaciones que slo

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    podemos entrever a travs de los medios de comunicacin (Robben,este nmero). En mi caso, siempre en deuda con la importantecontribucin de Nordstrom y Robben (eds., 1995), utilizar ejemplosde mis dos investigaciones de campo para hacer una valoracin inicialde cmo los problemas que plantea la antropologa de la violencia y elsufrimiento social pueden ser tiles para reflexionar en un marco msgeneral sobre la naturaleza, lmites y retos presentes y futuros denuestro trabajo.

    Veamos primero algunas consideraciones generales sobre laetnografa. Velasco y Daz de Rada la consideran el procesometodolgico general que caracteriza a la antropologa social, siendo

    el trabajo de campo su situacin metodolgica central (1997).Hammersley y Atkinson, por su parte, entienden la etnografa comoun mtodo o conjunto de mtodos fundamentalmente cualitativos enlos que el etngrafo participa en la vida cotidiana de las personas queest investigando. En su opinin, incluso podra hablarse de laetnografa como la forma ms bsica de investigacin social al serlo ms semejante a la rutina de vivir (1994). Para Marcus y Fischer, esun proceso de investigacin en el que el investigador observa

    cuidadosamente, registra y se integra en la vida cotidiana de personasde otra cultura, para despus escribir textos sobre esa cultura,enfatizando el detalle descriptivo (1986). Pujadas seala dossignificados bsicos del trmino: como producto, generalmenteescrito pero en otras ocasiones en registro visual, y por otro ladoproceso, basado en el trabajo de campo (2004). Para Pujadas, laetnografa forma parte del llamado tringulo antropolgico,constituido en sus otros dos vrtices por la contextualizacin y por la

    comparacin. Bryman, por su lado, apunta a que el concepto deetnografa ha llegado en ocasiones a ser asimilado al texto que es el producto final de todo el proceso de investigacin (2001). Desde lasociologa cualitativa, Willis y Trondman han proporcionado otradefinicin de la etnografa como, una familia de mtodos que exigenel contacto directo y sostenido con los agentes sociales, as como laescritura densa del encuentro, respetando, registrando y representando,al menos parcialmente en sus propios trminos, la irreductibilidad de

    la experiencia humana. En su Manifiesto de apertura de la revistaEthnography, estos autores proponen las siguientes caractersticas: (1)

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    la importancia de la teora como precursora, medio y consecuencia delestudio y escritura etnogrficos; (2) la centralidad de la cultura en elproceso de investigacin; y (3) la necesidad de un talante crtico en la

    investigacin y la escritura de la etnografa (2000).Aunque hay determinados escenarios de investigacin que no permiten la investigacin sobre el terreno e imponen estrategias deinvestigacin a distancia (Robben, este libro), estos autorescoinciden en que la marca de la casa de la etnografa presupone la presencia del investigador en el campo estudiado, y esta presenciatiene, lgicamente, una serie de consecuencias metodolgicassignificativas. Una caracterstica importante de la etnografa es que el

    investigador no puede controlar lo que sucede en la situacin decampo elegida para la investigacin y su presencia no deja de serepisdica. En muchas ocasiones, las cosas suceden una sola vez, yestamos obligados a trabajar no con los hechos mismos sino con lasinterpretaciones de ellos que hacen los actores sociales. En el caso delas violencias y conflictos, con lo que Horowitz llama disensoscognitivos o metaconflictos, es decir, con los conflictos sobre lanaturaleza de los conflictos (1991). Otro punto de acuerdo entre los

    autores citados es considerar la etnografa no como un modelo deinvestigacin cerrado, sino ms bien tan heterogneo como losobjetos de estudio a los que se aplica. Por esta razn, pone alinvestigador en condiciones de utilizar tcnicas muy diversas,ajustndolas y modulndolas al entorno de investigacin (Velasco yDaz de Rada, 1997; Bernard, 1998). Es por lo tanto una prcticaeclctica y reflexiva, que obliga al investigador a vivir la investigacinen una especie de esquizofrenia metodolgica o, en un estado de

    conciencia explcita por usar un trmino de Spradley (1980), o enalgn tipo de percepcin ampliada (Peacock, 1989, citado enVelasco y Daz de Rada, 1997). Partiendo de la base de que elprincipal instrumento de investigacin es el investigador mismo, ste,idealmente, ha de ser capaz de vivir la vida cotidiana como uno msde sus informantes, asumiendo en su rutina e incluso en su cuerpo las prcticas sociales analizadas, y al tiempo conectar esta experienciacon las preguntas que guan su investigacin, los roles que ocupa en el

    campo y las tcnicas que despliega en cada momento. Adems, lainmersin en el campo, especialmente la de larga duracin, obliga al

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    etngrafo a desarrollar y alimentar un tipo de mirada sobre la realidadespecfica, que Atkinson (1990) y Willis (2000) llaman imaginacinetnogrfica, segn la cual es preciso mantener una bifocalidad quecomunique permanentemente la perspectiva global sobre los temas yproblemas estudiados y los contextos restringidos y cotidianos en losque trabajamos (Hannerz, 1998). O como titul Eriksen su libro deintroduccin a la disciplina: se trata de negociar la tensin entrelugares pequeos y temas grandes (1995). Para resumir, quieroresaltar que la etnografa exige un entrenamiento especfico y denso,es siempre emergente, y puede ser concebida como un proceso en elque se establecen dinmicas de retroalimentacin entre teora y prctica, entre realidad y texto, entre diseos de investigacin ysituaciones cambiantes, entre escenarios de campo y aplicacin detcnicas de investigacin, entre la posicin del investigador la de losinformantes, entre los investigadores y las audiencias de sus textos,etctera.

    A continuacin plantear una serie de problemas relacionados msespecficamente con la investigacin etnogrfica de los conflictos, lasviolencias y el sufrimiento social. Los investigadores que se han

    dedicado en las ltimas dcadas a estos temas andan a la bsqueda demetforas y palabras clave para acotar segmentos de un campoescurridizo, lleno de problemas y trampas, y que en ocasiones puedellegar a empujar nuestros marcos tericos y metodolgicos hasta ellmite. En la introduccin a la compilacin de textos bsicos deScheper-Hughes y Bourgeois, Violence in War and Peace: AnAnthology (2004), los autores compendian algunos de los trminosms usados en la antropologa anglosajona para tratar de hacer pie en

    estos territorios escurridizos: violencia simblica (Bourdieu),cultura del terror, espacio de la muerte (Taussig), estado deemergencia (Benjamn), banalidad del mal (Arendt), crmenes entiempos de paz, genocidios invisibles (Scheper-Hughes), continuode la violencia (Scheper-Hughes y Bourgois, 2004) o, por acabar conuna de las de mayor xito, zona gris (Levi). En la conferenciainaugural del VII Congreso de la FAAEE de Barcelona, que versabasobre las redes imaginarias del terror poltico en tiempos de

    globalizacin, Roger Bartra, desafiaba a los antroplogos a abrir lascajas negras que envuelven las estructuras de produccin,

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    mediacin y resolucin de conflictos: Las cajas negras de losaviones del 11-S contienen claves para comprender las redesimaginarias del poder y del terror- polticos (2003). En un artculo

    posterior sobre la antropologa de la violencia, Carles Feixa y yo prolongbamos esta metfora al incluir el desciframiento de lastarjetas SIM (Subscriber Identity Module) de los telfonos mvilesque desencadenaron el 11-M en Madrid (2004). Antes, Nordstrom yRobben, haban titulado su importantsimo libro sobre la investigacinde campo en situaciones de violencia y supervivencia, del que estetexto es claramente deudor, como etnografa bajo el fuego (1995).Con mayor o menor fortuna, y a riesgo de contribuir a esta llamativa

    inflacin de metforas para navegar prctica y conceptualmente paisajes de arenas movedizas, quisiera servirme de la imagen delcampo de minas para caracterizar las investigaciones sobre estastemticas y, por extensin, una buena parte de los proyectosetnogrficos contemporneos. Esta imagen del campo etnogrficocomo campo minado nos predispone como estudiosos de la realidadsocial a extremar las cautelas, a incrementar la precisin en nuestroquehacer, a disear hojas de ruta que anticipen los peligros ydificultades, a modular las distancias de investigacin y anlisis, aenfrentar los dilemas ticos, y a plantear estrategias de anticipacin ydesactivacin de obstculos.

    Ya hemos sealado en un texto anterior que el auge reciente de lasinvestigaciones sobre las violencias, los conflictos y susconsecuencias (a veces agrupadas bajo el paraguas del inespecficosufrimiento social) responde, segn no pocos autores, a un dficit previo en la disciplina causado por connivencias ms o menos

    explcitas con los agentes de dichas violencias, camisas de fuerzaterico-metodolgicas que inducan cegueras selectivas, o nostalgiasimperiales sobre salvajes en extincin (Ferrndiz y Feixa, 2004;Starn, 1992; Nagengast, 1994; Rosaldo, 1991). Autores como Starn(1992), Scheper-Hughes y Bourgois (2004) o Green (1995) se hanmostrado muy crticos con el ofuscamiento que perciban en una partede la antropologa clsica y contempornea desarrollada en lugares deconflicto en relacin a las formas de violencia no tribal o ritual

    cuya presencia era evidente en las sociedades estudiadas. Scheper-Hughes y Bourgois (2004) sugieren que parte de esta evitacin

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    puede estar relacionada con el miedo a que el anlisis de formasindgenas de violencia pudieran exacerbar estereotipos deprimitivismo o salvajismo que pudieran fomentar represiones yrespuestas violentas. An as, sealan algo que es crucial en elreplanteamiento de la disciplina: ha sido la propia violencia colonial eimperialista, como lo son ahora las formas de violencia y explotacinpostcoloniales, la que ha producido a no pocos de nuestros sujetosde estudio desde el principio de la disciplina como tambin apuntaraTaussig en 1987. Algunos autores como Green insistan en recordarque las violencias de corte estatal, incluso situaciones de etnocidio ygenocidio, han continuado siendo durante dcadas el paisaje polticofundamental de nuestro trabajo de campo, sin que fueran incorporadasadecuadamente en la interpretacin o el anlisis (1995). Como sealaNagengast, hasta tiempos relativamente recientes la antropologa, enlneas generales, no haba estado en la primera lnea de los estudiossobre violencia colectiva, terrorismo, y violencia en contextosestatales (1994), a pesar de todos los datos y discusiones que podamos aportar dada nuestra querencia por las investigaciones decampo y el mtodo comparativo (Sluka, 1992).

    Si es posible hablar de un cortocircuito en la antropologa clsica, enlas ltimas dcadas se ha pasado a una situacin de enorme inters porestas violencias antes obviadas. El propio incremento en la visibilidadde las violencias (tal y como las consumimos en los medios), unido alos nuevos desarrollos tericos que nos permiten acotar, distinguir,contextualizar y relacionar diferentes tipos de violencia con mayor precisin, son elementos fundamentales en su popularidad actualcomo objeto de estudio. Y aqu nos encontramos con un posible dao

    colateral de calado: la sobreproduccin y, en consecuencia, el posibleexceso de representatividad de los aspectos violentos de lassociedades humanas, vinculado a las demandas de un mercadoacadmico cada vez ms competitivo y proclive, espacialmente en elmundo anglosajn, a un cierto horizonte de espectacularizacin dela produccin cientfica. A los campos ms tradicionales de estudio dela antropologa de la violencia, entre los cuales estn los que Nagengast ha denominado escenarios tribales (preestatales o

    subestatales) de la violencia donde el inters resida en el anlisis deviolencias de tipo practico, fsico y visible (1994), se aaden,

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    intensifican y matizan en las ltimas dcadas muchos otros escenariosde investigacin que responden a las transformaciones sociales,polticas, econmicas y culturales de las ultimas dcadas, vinculadas a

    los impulsos de la globalizacin. No solo se trata de la aparicin deescenarios de investigacin novedosos, sino tambin de latransformacin de lugares ms clsicos en la disciplina en paralelo a laexpansin y desarrollo de nuestros instrumentos metodolgicos yconceptuales para enfrentar las violencias.

    En 1995 Feldman ya sealaba que, por su dificultad, nosencontrbamos ante un lugar de investigacin en trnsito. En suopinin, que comparto, si se habla de una nueva etnografa de la

    violencia, sta no debera progresar hacia una ortodoxia terica ometodolgica si su tarea es producir contralaberintos ycontramemorias en contra del olvido del terror, es decir, anlisiscrtico. En los espacios de la muerte, incluso en las zonas de terror debaja intensidad, las lentes de la certeza analtica del etngrafo y lossujetos con los que hace su investigacin se enturbian y generan tiposespeciales de problemas. Por otro lado, continuando con Feldman, lallegada de los violentos, los muertos, los mutilados, los desfigurados,

    los traumatizados al discurso antropolgico tenan que abrirnecesariamente muchas fracturas en las estrategias de investigacin yen las retricas que registran su entrada. As, no podemos esperarcaminos continuos o lineales en la etnografa de lo que denominaestados de emergencia. Con estas premisas, a continuacin harunas breves reflexiones sobre dos escenarios etnogrficos en loscuales me he enfrentado con distintos tipos de violencia, con las quetratar de explorar algunos ejemplos de cmo la investigacin de las

    violencias y los campos de minas que generan puede contribuir a losdebates ms generales de una disciplina que est, a su vez, en continuomovimiento.

    2. ETNOGRAFA DE LAS VIOLENCIAS COTIDIANAS:ESPIRITISMO EN VENEZUELA

    Mi trabajo de campo en Venezuela sobre el culto espiritista de Mara

    Lionza (1992-95) supuso mi contacto inicial sobre el terreno con

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    situaciones muy srdidas de violencia cotidiana. Mi proyecto inicialconsideraba las formas de posesin emergentes en el culto como unaespecie de calidoscopio corpreo a travs del cual descifrar lasociedad venezolana ms all de la lgica y contexto del ritualreligioso. Antes de viajar a Venezuela, pensaba de un modo algo buclico en el inters que poda tener el espritu de Simn Bolvarpara entender cmo se filtraban las ideologas oficiales del Estado alas formas de corporalidad populares, o en la plasmacin corprea delas estampas literarias de los caciques indgenas coloniales, o en lacapacidad del culto de absorber muchas de las estrategias teraputicaspopulares y biomdicas. Saba de la dificultad de trabajar en Caracas,pero desconoca el dramatismo con el que los ambientes sociales enlos que iba a investigar el espiritismo, los barrios, estabanimpregnados de violencia y muerte. La inmersin en el trabajo decampo cambi rpidamente mi percepcin. Como alguna vez hecomentado ms informalmente, estas violencias del da a da mesaltaron a la cara desde que pis Caracas, condicionaronprofundamente mi proyecto sobre Mara Lionza desde el principio demi trabajo de campo, y me incitaron a desarrollar una lnea deinvestigacin que dura hasta el presente. La violencia cotidiana meafectaba en dos aspectos fundamentales: la peligrosidad de los barriospopulares de Caracas, a los que tena que entrar casi cotidianamente, yla reciente llegada al culto de unas categoras de espritus nuevas queestaban directamente relacionadas con el mundo delincuencial: losespritus de delincuentes o malandros, por un lado, y los espritus deafricanos y vikingos, por el otro. Si los espritus malandrosrecreaban las vidas frgiles, rpidas y cortas de muchos jvenes de los barrios muertos en refriegas callejeras, los africanos y vikingosexploraban los lmites de la violencia, el dolor y la muerte en unas performances rituales donde predominaban prcticas deautomutilacin y dominaba el lenguaje de la sangre como recursoteraputico y marcador de prestigio. A mi sorpresa inicial se uni laconstancia de que el espiritismo no era en absoluto ajeno a la prcticacotidiana de las violencias se comentaba, por ejemplo, que algunospolicas mordan las balas en cruz al hacer operativos en los barrios, yque los jvenes se protegan de las acciones policiales con contrasespiritistas y que era incluso muy practicado entre las bandas

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    delincuenciales como en los llamados entierros de malandros.

    Ante la certeza de que las violencias cotidianas eran parteconsustancial de mi escenario de investigacin, se me planteaban dos

    opciones fundamentales. La primera de ellas, sufrirlas en silenciodurante el trabajo de campo pero escindirlas del proyecto deinvestigacin, pasando de puntillas por ellas. Esto hubiera sido posiblesi a mi investigacin subyaciera un concepto tradicionalista delculto, menos interesado en las transformaciones y novedades que enlas permanencias y clasicismos de esta prctica religiosa. Lasegunda, incorporarlas plenamente a su diseo, tratando de adecuarlocon la mayor honestidad posible a la naturaleza y contornos de los

    procesos con los que me iba encontrando. Como mi visin del cultoera la de una prctica emergente, carente de una ortodoxia clara,tocada por el vrtigo de la modernidad petrolera y en permanenteestado de mutacin, eran precisamente estas nuevas formas decorporalidad violenta las que ms inters me despertaban, junto a latransformacin tambin evidente de las prcticas espiritistas msclasicas. No tanto por la violencia en s como por la novedad. Porotro lado, el ambiente acadmico en el que me haba formado durante

    el doctorado me empuj tambin en esta segunda direccin. Textoscomo los de Taussig (1987) o Starn (1992) nos animaban a losantroplogos a no dejar pasar de largo el estudio de las violencias queestaban directamente engranadas con las relaciones sociales, polticasy simblicas de los grupos humanos con los que trabajbamos, y eldoctorado se empezaban a poblar de cursos siempre abarrotados talescomo violencia y cuerpo o antropologa de la violencia, elgenocidio y el sufrimiento social. Es el momento de tomar en

    consideracin la consigna que una de mis directoras de tesis, NancyScheper-Hughes, nos transmita a todos los estudiantes de su entornoque salamos para el campo: wherever you are, follow the dead andwounded bodies. Y, ajustando mi proyecto inicial para incorporar enel anlisis las prcticas espiritistas no anticipadas que me encontrsobre el terreno, dediqu a ello parte de mi tiempo.

    Mirando retrospectivamente, hay tres ingredientes del estudio de estosaspectos violentos de la sociedad venezolana y del culto de Maria

    Lionza que resultaron ms minados que el resto de la investigacin.

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    Se trata de problemas relacionados con la accesibilidad, larepresentatividad de los aspectos violentos en el conjunto delfenmeno estudiado, y la representacin. Respecto a la accesibilidad.Una parte muy importante de mi investigacin tuvo lugar en los barrios marginales de Caracas y algunas otras ciudades de sualrededor, entornos sociales profundamente despacificados(Wacquant, 2004). A mi llegada no tena las claves necesarias paramanejarme con soltura en estos laberintos autoconstrudos repletos decallejones, escaleras y quebradas insalubres que algunos autores yadenominan ciudades-barrio, con altos ndices de pobreza,desestructuracin social, presin policial y delincuencia. Nunca llegua aprender del todo, ni mucho menos. Mi peregrinacin por algunosde los barrios ms complicados, que ahora considero casi suicida,responda a la presin etnogrfica de experimentar de primera manolos espacios sociales estudiados. Yo mismo era muy crtico conalgunos intelectuales de silln que opinaban sobre la vida en losbarrios sin haber pisado uno de ellos. Fiel a los criterios consensuadosen la disciplina sobre la necesidad de la presencia para certificar lacalidad y autenticidad de los datos sobre el terreno, necesitabaexperimentar en primera persona esos entornos sociales para poderhablar con propiedad o autoridad sobre ellos. Tuve adems, laenorme fortuna de estar involucrado en algunos incidentescomplicados de los que yo y mis acompaantes salimos indemnes.Haba estado all, rozando la violencia hasta los lmites de ladistancia prudencial que comprometa no slo mi seguridad, sino lade mis informantes.

    Entraba y sala de los barrios casi diariamente corriendo riesgos

    semejantes a los de cualquier otra persona, pero tom la determinacinde no trabajar ms que episdicamente y con cierta frialdademptica con grupos delincuenciales o con algn miembro de las bandas callejeras. Lo contrario hubiera precisado de unainfraestructura y estrategia de acceso completamente distinta, y muchoms arriesgada. Aqu el culto de Mara Lionza vino en mi ayuda.Trabajar con espritus de malandros y de africanos y vikingos tenados vertientes. Por un lado, se me aparecan como expresiones rituales

    idneas para ratificar mi hiptesis de la modernidad del culto y de sucapacidad para dialogar ms all del mbito estrictamente religioso;

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    por otro, actuaban como una suerte de subcontrata etnogrfica queme permita analizar el mundo de la violencia cotidiana ydelincuencial a travs de una de sus expresiones ms benignas para el

    investigador, su ritualizacin controlada, una frmula de etnografa ala distancia adecuada. An as, tuve que aprender a negociar con losespritus de la violencia en los contextos ceremoniales. El espiritismotambin me permiti encontrarme con Juan Tit, uno de misinformantes ms preciados: un antiguo nio de la calle y despusmalandro que haba, aparentemente, dejado ese mundo gracias alculto, y con el que pude establecer una relacin ms estable, aunqueno exenta de desconfianza (Ferrndiz, 2003). Finalmente, la

    antropologa del cuerpo vino en mi ayuda a la hora de comunicarambos niveles de violencia, ritual y delincuencial. La violenciacotidiana y los ritos espiritistas compartan los mismos cuerpos, lasmismas lgicas de masculinidad popular, e incluso las mismasheridas. Por ello, era posible concebir los cuerpos y corporalidadesespiritistas como hojas de ruta de las condiciones que generan yposibilitan las violencias juveniles, as como de su significacin. Laexposicin al trance con espritus africanos y vikingos produce entrelos jvenes un tipo de cuerpos especializados en la gestin fsica ysimblica de las violencias cotidianas. La violencia auto-infligida deestos espritus tiene por un lado componentes teraputicos en el nivelsocial y en la propia lgica curativa del culto, por otro lado subraya,literalmente, las otras heridas producidas en la vida cotidiana en los barrios y, finalmente, resuena con las heridas de la memoria. Lasvenas abiertas de una juventud marginalizada y enredada en mltiplesconflictos seran en este caso un mapa tridimensional sin cuyodesciframiento adecuado nos perderamos en los estereotipos msmanidos de la violencia juvenil en los barrios venezolanos.

    Respecto a la representatividad. Mientras que para m estas violenciasrituales pronto se convirtieron en una muestra clara de la flexibilidad ycreatividad del culto, capaz de crear nuevos y sofisticados lenguajescorporales en sintona prxima con las preocupaciones y experienciasdel da a da de los fieles, muchos mdiums espiritistas lasdespreciaban y las consideraban ilegtimas y poco representativas del

    autntico espiritismo, enraizado en supuestas tradiciones ancestralesy alejado de las bacanales malandras y de los sobrecogedores

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    despliegues rituales de sangre de los africanos, a pesar de su usoteraputico. Algunos trataron de disuadirme de prestarles mayoratencin, sealndome estas prcticas como ejemplos decontaminacin, falta de formacin o ignorancia del verdaderoespiritismo practicadas por jvenes descarriados de los barrios sin laformacin adecuada. Para el pblico en general, en Venezuela, ests prcticas que vean con cierta frecuencia en algunos programasamarillistas de televisin eran prueba de la brutalidad de loshabitantes de los barrios tierros, y se podan incluso interpretaren ocasiones en clave satnica. En el contexto acadmico, mi trabajosobre la violencia ritual provoc que en alguna ocasin se meatribuyera la prctica de una antropologa-espectculo dependiente delas modas acadmicas y editoriales, y de contribuir con ello a la sobre-estigmatizacin de los grupos sociales a los que dedicaba miinvestigacin, en vez de recoger aspectos ms positivos y menosespectacularizados de su experiencia cotidiana y de su religiosidad.Pero, qu hacer entonces? Barrer estas prcticas violentas debajo dela alfombra? Estas ltimas consideraciones estn muy relacionada conel tercer aspecto conflictivo de mi investigacin sobre el culto deMara Lienza que quiero destacar: las retricas o tramas etnogrficasms adecuadas para hablar sobre todo ello en el registro acadmico.

    Respecto a la representacin: los debates en torno a las polticas derepresentacin toman un sesgo especial cuando de lo que se trata es dehablar de violencias. Dentro de este campo, algunos autores, comoSchmidt y Schrder, han delineado una tensin entre aproximacionesde tipo analtico y de tipo subjetivista a la violencia, opciones terico-metodolgicas que tienen repercusiones claras no slo en los

    presupuestos de la investigacin sino tambin en los tipos de textosque se producen. En su opinin, para que la antropologa de laviolencia haga una contribucin importante al entendimientocomparativo de la violencia en el mundo, debera enfatizar el anlisiscausal de los aspectos materiales e histricos de los hechos estudiados.Priorizar de forma reflexiva la experiencia cotidiana y los testimoniosde los actores de la violencia, como hacen los autores de tendenciasubjetivista, nos sita en una retrica de camuflajes, silencios y

    desinformaciones que impide la comprensin correcta histrica,comparativa del fenmeno (2001). Los autores que optan por

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    colocar la cotidianidad, la descripcin etnogrfica, los aspectossubjetivos y/o los testimonios de los informantes en el centro de susinvestigaciones y representaciones de la violencia, marco en el que he

    escrito la mayor parte de mi textos sobre la violencia en el culto,siguen una lgica diferente a la expuesta por Schmidt y Schrder.Robben y Nordstrom sostienen que la experiencia es indisoluble de lainterpretacin, tanto para las vctimas, como para los perpetradores,como para los antroplogos. No podemos entender la violencia sinexplorar las tramas en las que se representa incluyendo, por supuesto,las tramas corpreas. La forma de minimizar las distorsiones que lanarracin necesariamente provoca sobre los hechos violentos es

    permanecer lo ms cerca posible del flujo de la vida cotidiana (1995).Aunque a veces los trminos de los debates plantean estrategias deinvestigacin y representacin excluyentes, quiz una salida que heintentado ensayar en alguna ocasin, podra ser no estar del todo niaqu ni all, estar en ambos lugares a la vez o, mejor an,reconocer las diferentes estrategias como complementarias ymutuamente enriquecedoras, incluso disponibles alternativa oconjuntamente en el repertorio de un mismo autor.

    Hay otro aspecto relevante directamente relacionado con la naturalezay textura de las retricas etnogrficas con el que he tenido tambinque enfrentarme a la hora de escribir sobre las violenciasmarialionceras. Los debates sobre las polticas de la representacin enla antropologa de la violencia se mueven en la delgada lnea que haya veces entre el realismo, la denuncia y la pornografa de laviolencia. En mi experiencia, el investigador siempre tiene unarelacin inestable y cambiante con las violencias que investiga, y eso

    le fuerza a replantearse con frecuencia, desde un punto de vista tico,su escritura y las consecuencias que ella pueda tener. Coincido conBourgois, y as he intentado expresarlo en mis textos sobre el culto ylas violencias cotidianas, en la necesidad de enfatizar el aspectoreflexivo de nuestra tarea etnogrfica cuando tratamos de temas deviolencia, evitando el sensacionalismo y el gore y proporcionandocontexto denso y crtico a los fenmenos que analizamos, sin llegar asanitizarlos (2001). Envolverlas en contexto denso, como aplicacin

    directa de la imaginacin etnogrfica descrita anteriormente, podrafrenar al menos parcialmente el posible efecto espectculo de estas

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    violencias, rescatndolas de la trivializacin y la mercadotecnia. Y eltalante crtico, la inevitabilidad o desanclaje estructural de estasviolencias y la celebracin ms o menos entusiasta y pocoreflexionada de lo popular que a veces infiltra ciertos textosimpregnados de nostalgia y exceso de empata.

    En conjunto, mirando retrospectivamente, esconder o ningunear a losmalandros y, especialmente, a los africanos y vikingos, o al menoshaberlos convertido en epifenmenos sin importancia analtica paraentender el culto o la sociedad venezolana, me hubiera ahorrado no pocos disgustos. Sin embargo, hubiera silenciado u obviado laoportunidad de enfrentar mi tarea y mi responsabilidad como

    antroplogo con uno de los problemas ms acuciantes de la sociedadvenezolana contempornea que, en una de sus expresionesritualizadas, estaba llegando en esos aos al culto y ha acabado porapoderarse de l en los aos sucesivos, pese a los esfuerzos ms omenos denodados de las administraciones pblicas por frenar laviolencia cotidiana y de los espiritistas ms clsicos por expulsar aestos espritus del culto. Y, a mis ojos, me hubiera simplificado la vidapero empobrecido el resultado de mi etnografa.

    3. ETNOGRAFA DE LOS PAISAJES POSBLICOS:EXHUMACIONES DE FOSAS COMUNES

    En la investigacin sobre el culto de Mara Lionza, haba que sortearminas en el diseo de la investigacin, en el desenvolvimiento del propio trabajo de campo y en las consideraciones de seguridadpersonal y ajena, en la ponderacin de los aspectos ms relevantes del

    fenmeno estudiado, y en las propias retricas de representacin delas violencias. El segundo proyecto de investigacin que quierodiscutir en este texto, no es en ningn caso pionero, pero tampocohabitual. En 2003 decid comenzar el seguimiento del proceso deexhumaciones de fosas comunes de la guerra civil, en el contexto delos debates sobre las polticas de la memoria en la Espaacontempornea. La imagen del campo de minas es especialmenteadecuada para reflejar el impacto que estas exhumaciones estn

    teniendo en algunos sectores de la sociedad espaola, especialmenteen la generacin de los nietos de la derrota. La nueva conciencia de

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    que muchos de los parajes rurales en los que algunos siguen viviendoy otros disfrutbamos de las buclicas vacaciones veraniegas,contenan, en no pocos casos, fosas abandonadas y diversos escenarios

    de la represin, en una escala impactante, supuso al principio paramuchos una fuerte conmocin que se ha ido atenuando con el tiempo.Siguiendo la metfora de las minas, podra incluso pensarse que las propias exhumaciones tienen algo de desactivacin de un secreto pblico que ha sido histricamente cubierto por distintos tipos desilencios e indiferencias (Ferrndiz, 2005).

    La primera pregunta que me hice fue, hay alguna razn para que laantropologa social y cultural se involucre en el estudio de memorias

    suprimidas de las cajas negras- de la represin, de los esquemasvictoriosos de los vencedores de una guerra civil, de la deriva de losmonumentos conmemorativos, de los residuos de antiguas crceles ycampos de concentracin, del movimiento y gestin pblica y privadade esqueletos y fosas comunes? Pienso que s, por diversas razones.Primero, porque como algunos colegas han sealado, (Verdery, 1999;Robben, 2000; Sanford, 2003), el anlisis de fosas comunes y cuerposviolentados permite una convergencia productiva de antropologas de,

    entre otras, la violencia, la muerte, la victimizacin, los derechoshumanos, el duelo y el sufrimiento social, la memoria, el ritual, losmedios de comunicacin o el arte. Al mismo tiempo, lasexhumaciones y las acciones sociales, polticas y simblicas quetienen lugar en torno a ellas son lugares etnogrficos de juego profundo, al tiempo complejos, exigentes y enormemente frtiles,condensando mltiples procesos que van desde las emociones msprofundas y los gestos casi imperceptibles a los espasmos mediticos

    o la alta poltica.Los campos minados ms destacados con los que me he encontrado enesta investigacin son, fundamentalmente: la complejidad ycompetitividad del espacio etnogrfico preferente de la primera fasede la investigacin las exhumaciones y la insuficiencia delconocimiento pblico del papel del antroplogo social, la presinsocial y meditica sobre la devolucin de conocimiento y, de nuevo,vinculado tambin a lo anterior, la representacin. Las exhumaciones

    son espacios etnogrficos difciles de manejar para todos los actores

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    sociales presentes, y tambin para los antroplogos sociales. A latensin que acompaa la emergencia paulatina de los restos, la presencia emocionada de familiares, la circulacin de detallessobrecogedores sobre las circunstancias de los fusilamientos, se aadela falta de protocolos de interaccin y comportamiento predefinidos y, para muchas de las personas presentes, de una hoja de ruta poltica,simblica y emocional para navegar estas situaciones que, en muchoscasos, slo experimentar una vez en su vida. Las reglas generales deinteraccin, acceso a los restos, e incluso comportamiento apropiadolas negocian algunos familiares, las asociaciones y los equipostcnicos, especialmente los ms directamente involucrados en laexcavacin de los restos, pero no siempre funcionan o son igualmentesatisfactorias para todos. En este entramado, aunque los antroplogossociales tenemos los marcos tericos y metodolgicos para interpretarlas violencias y los paisajes desolados que dejan tras de s, carecemosdel entrenamiento disciplinar que tienen, por ejemplo, los forenses, para estar tan cerca de ellas. En este caso, de los cadveresviolentados, y de todos los procesos que desencadena su visualizacingradual. Robben y Nordstrom propusieron la nocin del choqueexistencial, como ampliacin del clsico choque cultural, paracaracterizar el posible impacto sobre el investigador de esta carenciaformativa (1995). La etnografa requiere en este caso, necesariamente,de un entrenamiento emocional paulatino que no deja de ser unaparte importante de la propia etnografa para asumir el entorno demanera relevante para el proceso de investigacin. Y sobre esta base,tomar decisiones a veces complicadas sobre la idoneidad de unaentrevista en un momento determinado, la filmacin o fotografiado deuna situacin concreta, la seleccin de informantes en un camposocial muy fluido y disperso, o la gestin del nerviosismo provocado aveces por la propia sobrepresencia de expertos, periodistas, polticosy militantes sobre el terreno.

    Respecto a la supervivencia del antroplogo social en una especie delimbo profesional entre los diversos profesionales trabajando entemas de memoria histrica, har unas consideraciones generales referidas especialmente a las exhumaciones que pueden

    extrapolarse a la disciplina en general. Una vez elegidas lasexhumaciones como espacio de arranque de mi investigacin a

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    largo plazo sobre las polticas de la memoria en la Espaacontempornea, me puse en contacto con Emilio Silva, presidente dela ARMH y socilogo de formacin, que entendi desde el principio

    la necesidad de que hubiera antroplogos presentes, y siempre hatenido la firme voluntad de sumar esfuerzos de diferentesespecialistas. Sin embargo, no todo el mundo entendainmediatamente qu era un antroplogo social o para qu serva.Como me coment en una ocasin con una mezcla de curiosidad,sorna y afecto el forense Francisco Etxeberria (Leizaola, 2006): yolocalizo una fosa, la excavo, identifico a los cuerpos, hago un informetcnico y se los devuelvo a los familiares, y t? l no era el nico con

    dudas. En cada exhumacin, casi en cada primera toma de contactocon las personas all presentes, empezamos la etnografa respondiendo preguntas. Qu es lo que aportbamos en esos escenarios deviolencia? Sabamos desenterrar huesos o identificar desaparecidos?Podamos dar apoyo psicolgico? Trabajbamos para la prensa?Podan contarnos entre los activistas de la memoria? Qusoluciones ofrecamos al sufrimiento de las vctimas? Quin se lealo que escribamos? Para qu serva? Al principio del proceso,cuando las diversas asociaciones de recuperacin de la memoriaempezaron a hacer convenios con Universidades o a contactar aespecialistas para formar equipos tcnicos para llevar a cabo lasexhumaciones con unos protocolos ms consolidados, losantroplogos sociales muchas veces no estbamos entre los expertosconsiderados indispensables, a pesar de que muchas de las cosasque ocurren en estas excavaciones han sido y son objeto de intersacadmico en nuestra disciplina desde hace dcadas, como hesealado antes. Esta falta de visibilidad pblica de nuestra labor es enocasiones preocupante. Si todo el mundo sabe ms o menos lo qu lecorresponde hacer a un arquelogo, a un forense, a un psiclogo, a un periodista, a un poltico, o a un documentalista, el trminoantroplogo social o antroplogo cultural produce ciertodesconcierto. Y ese desconcierto provoca no pocas vecescortocircuitos de expectativas entre antroplogos e informantes dediverso tipo. Nos ha llevado tiempo hacer que nuestra presencia seaconsiderada oportuna y necesaria, especialmente a travs de unaespecializacin paulatina en el proceso de recogida de testimonios

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    que, de algn modo, se ha convertido en nuestra coartadaetnogrfica para analizar otros procesos simultneos pero ms largosde explicar en cada exhumacin y a cada persona que nos preguntaqu hacemos all. La especializacin en testimonios, a su vez, nospone en situacin competitiva con otros profesionales, especialmentecon periodistas paracaidistas, cuando los hay, al ser nuestrasexpectativas y estrategias de obtencin de informacin tannotablemente divergentes como lo puedan ser la entrevista enprofundidad y el sound bite o mordisco de sonido. En paralelo anuestra consolidacin en los equipos tcnicos, nuestro rango deactuaciones se ha diversificado notablemente. Entre otras actuaciones,hemos coordinado exhumaciones ocasionalmente, (Ignacio Fernndezde Mata, La Lobera en Aranda de Duero, Burgos, 2004; Julin Lpezy Francisco Ferrndiz, Fontanosas, Ciudad Real, 2005), organizadoconferencias y cursos de verano, y participado ms o menosactivamente en asociaciones y en proyectos de recuperacin de lamemoria histrica de calado (ngel del Ro y Jos Mara Valcuende,Proyecto Todos los nombres).

    Ante un tema como este, es indispensable considerar el asunto de la

    responsabilidad social de la antropologa (Del Ro, 2005; Sanford yAnjel-Ajani, eds., 2006). Mientras que en el culto de Mara Lionza eradueo de mis propios tiempos a la hora de hacer el trabajo de campo,publicar y divulgar mi investigacin, en el proyecto sobre las polticasde la memoria en la Espaa contempornea, mas candente desde elpunto de vista del debate social, las personas y colectivos con los quetrabajamos nos requieren frecuentemente la devolucin inmediatade resultados. Esto puede ocurrir en las mismas exhumaciones por

    parte de familiares o medios de comunicacin, en los actos pblicosdonde se explican los procedimientos seguidos durante la excavacin,en los rituales ad hoc de devolucin de restos, en conferencias encentros cvicos o de la tercera edad, en coloquios organizados porasociaciones y partidos polticos, etctera. En algn otro lugar hesealado la importancia de que, en determinados temas como losrelacionados con las violencias y el sufrimiento social, la antropologatenga la suficiente agilidad como para convertirse en una disciplina de

    respuesta rpida (2006). Esto no supone renunciar o restarimportancia a los formatos y cadencias ms habituales de la disciplina

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    aunque stos se estn tambin transformando, sino ampliar elrepertorio, ser capaces de diversificar los discursos en los cualestransmitimos el conocimiento producido para distintos tipos de fines y

    audiencias al tiempo que, como sugerimos al principio, modulamoslas estrategias de investigacin para aprehender adecuadamenteproblemas de evolucin rpida. Quiz podra entonces hablarse de unaestrategia combinada de etnografas fluidas diseadas para enfrentarproblemas movedizos (Delgado, 2007) mediante una dialctica dela sorpresa o iluminacin recproca (Willis y Trondman, 2000), y deritmos y formatos mltiples de devolucin de conocimiento a laacademia y a la sociedad. Como ya lleva aos sucediendo en nuestra

    disciplina, y como cada vez nos exigen ms nuestras propiasinstituciones, profundizar en el registro de respuesta rpida nos permitir aumentar nuestra relevancia en debates sociales deactualidad proporcionando anlisis crtico en una variedad decontextos, desde reuniones acadmicas a asambleas de ONGs orelaciones con los medios de comunicacin, en los que en ocasionesno estamos todava suficientemente representados.

    Respecto a las polticas de representacin de la violencia, los criterios

    generales de contexto denso, reflexividad y aparato crtico sontambin vlidos para el caso de la memoria histrica, como lo eran para las violencias delincuenciales, con la salvedad de que en estecaso tenemos que interaccionar con y construirnos en relacin acampos de conocimiento tan distintos entre s como la historia y laantropologa forense. Para matizar la discusin previa, pondr dosejemplos, relacionados con el proceso de digitalizacin de la memoriahistrica y, ms en general, los problemas que plantean los productos

    audiovisuales de la etnografa de la violencia (Ferrndiz y Baer,2008). Las exhumaciones ofrecen imgenes muy explcitas de laviolencia, inscrita en los cadveres que salen a la luz. El ciclo msreciente de exhumaciones se ha producido en el contexto de lasociedad de la informacin y el conocimiento. El abaratamiento de lastecnologas de digitalizacin de imgenes cmaras de vdeo yfotografa, mviles hace que podamos empezar a plantearnos que elnuevo lugar de la memoria sea su plasmacin digital (ibid.). En las

    exhumaciones, casi todas las personas presentes disponen de estastecnologas y hay un registro digital casi compulsivo de todo lo que

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    sucede, aunque con motivaciones y estrategias de visualizacin muydiferentes. Aunque hay una variedad enorme de actos, objetos ypersonas digitalizables, la atencin mxima generalmente se dirige alos huesos y, mas concretamente, a las seales de violencia inscritasen ellos. Cmo encajar todas estas imgenes en el discursoetnogrfico? Cmo pueden llegar a modificar el entendimiento del problema analizado y de la propia estructura de produccin delconocimiento etnogrfico? Hablar en primer lugar del uso de estasimgenes en presentaciones pblicas, y despus, en publicacionesacadmicas.

    En mis primeras presentaciones pblicas usando PowerPoint, trataba

    precisamente de desviar la atencin de los restos seos, en un intentode mostrar, de algn modo, que haba vida ms all de ellos, y queeran los procesos paralelos de retejimiento de redes sociales,ritualizacin ms o menos espontnea del duelo, enunciacin denarrativas del pasado en contextos emergentes, etctera que ocurranno tanto dentro sino en torno a las exhumaciones, los queinteresaban preferentemente a la antropologa social y cultural. En unmomento de cierta incertidumbre sobre nuestro papel en el proceso,

    esto era lo que nos diferenciaba de otros especialistas. Siempremostraba un crneo acribillado, de forma testimonial, para referirme alimpacto que esas imgenes haban tenido al salir a la luz publica enla Espaa contempornea. Ni siquiera me detena demasiado en laimagen. Es decir, estaba utilizando la seleccin de imgenes y eldescarte consciente de las de violencia ms explcita para delimitarla disciplina, a pesar de que mi proyecto se ocupa del anlisis de lasviolencias. Se daba adems una situacin paradjica. En muchas de

    estas intervenciones, coincida con arquelogos y antroplogosforenses cuyas presentaciones visuales, a su vez condicionadas por su propia formacin disciplinaria, iban justo en la direccin contraria.Tras presenciar varias veces largas presentaciones en las que losprotagonistas eran los huesos, empez a producirse una complicidadde estilo visual (MacDougall, 1998) con los forenses, que a su vezmodific mi entendimiento del problema. Como el resto de laaudiencia, empec a acostumbrarme a ver huesos proyectados en

    grandes pantallas blancas, lo mismo que poco a poco iba haciendo conlos huesos en directo de las fosas. Huesos digitalizados

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    acompaados de medidas, flechas indicativas, trminos tcnicos,reconstrucciones de trayectorias de disparos, etctera. Me di cuenta deque todas mis cautelas y el poco caso que estaba haciendo de estas

    imgenes iba muy por detrs del inters que tena su procesamientotcnico en el proceso de recuperacin de la memoria histrica y delgrado de absorcin incluso saturacin que empezaba a haber deellas en la sociedad espaola y en circuitos ms globalizados. Miestudio deba incorporar de manera ms relevante no slo los huesostal y como emergen en las exhumaciones, sino tambin cmo sondigitalizados por diversos actores sociales y cmo son elaborados pordistintos tipos de especialistas. An as, an habindolos incorporado

    de manera ms relevante al anlisis y a mis propias presentaciones,como veremos a continuacin, el temor permanente de que el uso promiscuo y descontextualizado tenga como consecuencia labanalizacin de los hechos y del sufrimiento social que les acompaa,lo que Bourgois llama pornografa de la violencia, sigue siendo ellmite.

    Como segundo ejemplo: en una publicacin que hice sobre laetnografa de las fosas comunes hace un par de aos, se me ofreci la

    posibilidad de incluir varias fotografas. Al principio, en el interior dela revista y ms adelante, en portada y contraportada. Al recibir la propuesta del editor, me inquiet un poco. La imagen que habaseleccionado para la contraportada era una toma cercana de doscrneos con un tiro de gracia cada uno y con las mandbulasdesencajadas. La imagen no slo era extraordinariamente explcita,sino que haba sido tomada por el fotgrafo con un sentido msesttico que documental, utilizando las luces y sombras oblicuas del

    atardecer. Era una foto magnfica. Escrib al editor comentndolelas consecuencias que dar prioridad a una imagen as poda tener,especialmente en el contexto de una investigacin etnogrfica y,particularmente, en Espaa. Era evidente que era la ms impactante yla de mejor calidad, pero era tambin la ms representativa?Describa mejor el proceso que otras tantas? Era una publicacinacadmica el mejor soporte para ella? Imgenes como esas estabancirculando en Espaa en los medios de comunicacin y en el

    ciberespacio, y eran parte fundamental, como hemos visto, de losinformes forenses y de sus presentaciones en PowerPoint ante

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    auditorios abarrotados. Por mi parte, estaba dispuesto a afrontar eldebate sobre las polticas de representacin en el discursoantropolgico, pero era algo para lo que haba que armarse terica y psicolgicamente. Nos entendimos bien. Finalmente esta imagen decontraportada fue sustituida por otra ms benvola con la violenciacruda de la represin franquista pero, sin duda, ms cmoda y tanrepresentativa del proceso de recuperacin de la memoria histricacomo la primera: una toma general de la fosa una vez vaciada tras unaceremonia conmemorativa. En este caso, desplazndose desde laviolencia explcita a su ritualizacin, el temor a la trivializacin vaespectculo del proceso de recuperacin de la memoria histrica sehaba impuesto sobre la imagen de impacto, con una especie de pudorvisual que otros especialistas con los que colaboramos considerarantemeroso. Las discrepancias disciplinares sobre las polticas devisibilizacin del conocimiento cientfico son, como en el caso de lasviolencias que hemos discutido, relevantes en la delimitacin yreconsideracin de los lmites de la representacin etnogrfica.

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