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http://www.avempace.com/personal/jose-antonio-garcia-fernandez Prof. José Antonio García Fernández DPTO. LENGUA Y LITERATURA- IES Avempace [email protected] C/ Islas Canarias, 5 - 50015 ZARAGOZA - Telf.: 976 5186 66 - Fax: 976 73 01 69 1 Gustave Flaubert, visto por Mario Vargas Llosa (Notas de lectura de VARGAS LLOSA, Mario: La orgía perpetua. Flaubert y Madame Bovary) Mario Vargas Llosa, doctor en literatura, se muestra en este libro como un consumado ensayista, bien documentado, seguro de sus fuentes, gran conocedor de las letras francesas, sin dejar de ser un literato que escribe sobre uno de sus maestros principales; un escritor que mira con visión subjetiva, más que profesoral, la obra de uno de sus principales referentes literarios. Desde el principio confiesa que Flaubert y, especialmente, Emma Bovary son para él pasiones antiguas. A Emma la considera uno de los grandes personajes de la literatura universal, comparable a D’Artagnan, David Copperfield, Jean Valjean, Fabrizio del DongoConsidera a Flaubert el precursor de la novela moderna, el patrón, el gran maestro. Y coincide con él en sus principios narrativos: autonomía y autosuficiencia de la obra de arte, importancia del estilo, el autor como hombre-pluma, la búsqueda del mot-juste, la impersonalidad del narrador (il ne faut pas sécrire, decía Flaubert), su impasibilidad, la objetividad, la frialdad, el control, la planificación, el desdén por el espontaneísmo, el distanciamiento narrativo; el narrador debe mostrar, no juzgar, debe evitar la moraleja, esfumarse en su relatoVargas recuerda el ambiente científico que se vivió en el siglo XIX: las ideas de Comte sobre la mentalidad positivista, el método experimental de Claude Bernard, la profesión médica del padre y el hermano mayor de Flaubert, el rechazo de la metafísica y la intuición, el cansancio del romanticismo, la fe en la inteligencia, el trabajo y el razonamiento. Vargas Llosa recuerda las palabras del crítico francés Sainte-Beuve, amigo de Flaubert, quien asimiló el estilo del escritor a las minucias descriptivas de las autopsias: Fils et frère de médecins distingués, M. Gustave Flaubert tient la plume comme dautres le scalpel». Reproduce Vargas unas palabras de Flaubert sobre el método de composición textual: “Les livres ne se font pas comme les enfants, mais comme les pyramides, avec un dessin prémédité, et en apportant des grands blocs l’un pardessus l’autre, à force de reins, de temps et de sueur» Flaubert quería dar la prosa la dignidad y grandeza que, hasta entonces, solo había alcanzado la poesía. Ese es su mérito. Para él, la sonoridad de la frase, su ritmo interior, es fundamental. De ahí que sea un perfeccionista exigente y que todo lo fundamente en el estilo. Según decía, no es el escritor quien elige los temas, sino que es el tema el que se impone según la regla de concordancia entre el argumento y el temperamento del escritor. Confiesa haberse sentido fascinado por Madame Bovary desde la primera vez que la leyó y dice que nunca le ha defraudado la obra, a pesar de las múltiples relecturas que ha hecho de ella a lo largo de su vida. Es gran conocedor y lector de Flaubert: Salambó, La educación sentimental, San Juan el Hospitalario, La tentación de san Antonio, Bouvard et Pécuchet, biografías (como El idiota de la familia, de Sartre), estudios… Recomienda la lectura de la ingente correspondencia del normando a cualquier aprendiz de escritor que quiera saber cómo se crea una voluntad de estilo, cómo se forja una carrera literaria.

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Gustave Flaubert, visto por Mario Vargas Llosa

(Notas de lectura de VARGAS LLOSA, Mario: La orgía perpetua. Flaubert y Madame Bovary)

Mario Vargas Llosa, doctor en literatura, se muestra en este libro como un consumado ensayista, bien documentado, seguro de sus fuentes, gran conocedor de las letras francesas, sin dejar de ser un literato que escribe sobre uno de sus maestros principales; un escritor que mira con visión subjetiva, más que profesoral, la obra de uno de sus principales referentes literarios. Desde el principio confiesa que Flaubert y, especialmente, Emma Bovary son para él pasiones antiguas. A Emma la considera uno de los grandes personajes de la literatura universal, comparable a D’Artagnan, David Copperfield, Jean Valjean, Fabrizio del Dongo… Considera a Flaubert el precursor de la novela moderna, el patrón, el gran maestro. Y coincide con él en sus principios narrativos: autonomía y autosuficiencia de la obra de arte, importancia del estilo, el autor como hombre-pluma, la búsqueda del mot-juste,

la impersonalidad del narrador (“il ne faut pas s’écrire”, decía Flaubert), su impasibilidad, la objetividad, la frialdad, el control, la planificación, el desdén por el espontaneísmo, el distanciamiento narrativo; el narrador debe mostrar, no juzgar, debe evitar la moraleja, esfumarse en su relato… Vargas recuerda el ambiente científico que se vivió en el siglo XIX: las ideas de Comte sobre la mentalidad positivista, el método experimental de Claude Bernard, la profesión médica del padre y el hermano mayor de Flaubert, el rechazo de la metafísica y la intuición, el cansancio del romanticismo, la fe en la inteligencia, el trabajo y el razonamiento. Vargas Llosa recuerda las palabras del crítico francés Sainte-Beuve, amigo de Flaubert, quien asimiló el estilo del escritor a las minucias descriptivas de las autopsias:

“Fils et frère de médecins distingués, M. Gustave Flaubert tient la plume comme d’autres le scalpel».

Reproduce Vargas unas palabras de Flaubert sobre el método de composición textual:

“Les livres ne se font pas comme les enfants, mais comme les pyramides, avec un dessin prémédité, et en apportant des grands blocs l’un pardessus l’autre, à force de reins, de temps et de sueur»

Flaubert quería dar la prosa la dignidad y grandeza que, hasta entonces, solo había alcanzado la poesía. Ese es su mérito. Para él, la sonoridad de la frase, su ritmo interior, es fundamental. De ahí que sea un perfeccionista exigente y que todo lo fundamente en el estilo. Según decía, no es el escritor quien elige los temas, sino que es el tema el que se impone según la regla de concordancia entre el argumento y el temperamento del escritor. Confiesa haberse sentido fascinado por Madame Bovary desde la primera vez que la leyó y dice que nunca le ha defraudado la obra, a pesar de las múltiples relecturas que ha hecho de ella a lo largo de su vida. Es gran conocedor y lector de Flaubert: Salambó, La educación sentimental, San Juan el Hospitalario, La tentación de san Antonio, Bouvard et Pécuchet, biografías (como El idiota de la familia, de Sartre), estudios… Recomienda la lectura de la ingente correspondencia del normando a cualquier aprendiz de escritor que quiera saber cómo se crea una voluntad de estilo, cómo se forja una carrera literaria.

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Su obra, La orgía perpetua…, se la dedica Llosa al editor Carlos Barral, al que llama “penúltimo afrancesado”. Y se abre con la cita que justifica el título del libro:

“Le seul moyen de supporter l’existance c’est de s’étourdir dans la littérature comme dans un orgie perpétuelle » (Carta a Mlle. Leroyer de Chantepie, 4 sept. 1855)

Vargas Llosa insiste en que Emma Bovary representa la ideología del placer, algo sistemáticamente negado por todas las religiones e ideologías, incluidas las de izquierda, como si todas quisieran condenar al ser humano a la infelicidad. Emma es una “mal mariée”, una “femme perdue” que no se resigna a su desgraciada vida. Es una rebelde que busca la felicidad, aunque también sea una cursi, una provinciana pretenciosa con cierto mal gusto para algunas cosas y queriendo vivir por encima de sus posibilidades, en un delirio de sexo y lujo que la arrastrará a la tragedia. En cierta forma, Emma anticipa el kitsch. Toda la novela está construida con tópicos del movimiento romántico, al que ridiculiza. Lhereux es el comerciante avaro, antisemita, deleznable. Rodolphe es el galán otoñal y egoísta. León Dupuis, el abogadillo mediocre que de joven quiso ser poeta. Hyppolite, el tonto del pueblo. Justin, el mancebo de botica enamorado de la dama. Charles Bovary, el cornudo consentidor… En los personajes late también la venganza de Flaubert, a quien su padre obligó a empezar Derecho en París; pero, al poco tiempo, con la muerte de su progenitor, se vio libre para enviar a paseo a la jurisprudencia y los juristas y para consagrarse a su pasión por las letras y el arte. En sus obras, los funcionarios, abogados, notarios, etc., siempre son seres mediocres, libidinosos, perversos, viles. Flaubert gustaba de decir que detrás de cada notario había un poeta fracasado. Madame Bovary es una novela realista, nada idealista al modo de Lamartine y otros románticos. En ella hay sexo, adulterio, no espiritualidad y lirismo. La escena del bosque, donde Rodolphe posee por primera vez a Emma, o la del fiacre de Ruán, en el que Emma se entrega a León, están cargadas de erotismo. Nada de rodeos. Explicitud, narración directa, sin melindres. La famosa impasibilidad flaubertiana. El escritor debe mostrar, no juzgar. Incluso hallamos detalles fetichistas, como la pasión del narrador por los botines de mujer y por los pies femeninos (por ejemplo, nuestro Luis Buñuel tenía una pasión oscura por las piernas de mujer). Flaubert es escritor de gestación lenta, homérica. Escribe muy despacio, corrige incansablemente, tarda en encontrar la inspiración, digiere el tema, planifica, rehace sin cesar… Fue además un gran teórico de la narrativa en su correspondencia con Maxime du Camp, Louis Bouilhet, Louise Colet, George Sand, Caroline Hamard (su sobrina)…Y eso, a pesar de que su sobrina Caroline quemó parte de las muchas cartas de su tío, porque las encontraba escandalosas en exceso. Vargas dice que las relaciones de Flaubert con sus amantes siempre fueron edípicas, pues elegía mujeres mayores que él: Elisa Schlésigner, Eulalie Foucaud, Louis Colet y la amada-amiga George Sand. Por su sobrina Caroline sentía, sin embargo, una pasión paternal. Llosa explica la génesis de la novela, partiendo de la frustración inicial de Flaubert cuando leyó a sus amigos Maxime du Camp y Louis Bouilhet el primer borrador de La tentación de san Antonio en cuatro largas sesiones. Los amigos le pidieron que tirara aquellas hojas a la hoguera y que escribiera sobre otros asuntos, como el que contaba la prensa ruanesa sobre la joven costurera Delphine Delamare, casada con Eugène Delamare, y que acababa de suicidarse al verse presa de las deudas y el temor a que se hiciera público su adulterio. Así nacía Madame Bovary. Poco después, en un viaje por el Nilo, al llegar a la segunda catarata,

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Flaubert exclamó en alta voz: “¡Eureka! ¡La llamaré Emma Bovary!”

Sobre la génesis del apellido hay muchas teorías, relacionado con Bovery, creado sobre Bouvard + Ry (el pueblo de los Delamare), etc. Incluso hay quienes hacen derivar Bovary del latín bovarium o boarium, relativo al buey, lo que cuadra bien con el carácter consentidor de Charles. Flaubert daba mucha importancia a los nombres de sus personajes, tardaba mucho en elegirlos:

“Un nom propre est une chose capitale. On ne peut plus changer un personnage de nom que de peau. C’est vouloir blanchir un nègre»

De vuelta en Francia, se encierra en la finca de Croisset, cercana a Ruán, donde vivirá toda la vida. Entre 1851 y 1856, con algunos ataques epilépticos y una enorme voluntad de trabajo, consigue acabar su novela, con la que pretendía convertir la historia vulgar de una chica pretenciosa en una obra de arte. La novela tuvo un éxito enorme y produjo tal polémica que, en 1857, se abrió un proceso contra el autor por inmoralidad, del que sería finalmente absuelto. En Francia se vivían años de hipocresía burguesa. Era la época de Luis Bonaparte, sobrino de Napoleón y fundador del Segundo Imperio francés. Flaubert odiaba su siglo, el XIX, la época en que le tocó vivir. Creía que lo rodeaba la mediocridad y que su tiempo carecía de grandeza épica. Solo el arte merecía la pena, y a él se consagró como si de una religión se tratara. Creía que la vida, esa cosa insoportable y aburrida, era una simple excusa para la literatura y los seres humanos solo tenían valor como personajes de futuras obras, no como personas. Es hombre de factura lenta. Se documenta, digiere los temas, se sugestiona con ellos. Por ejemplo, cuando describe los estertores de Emma a causa del arsénico, hacía el final de la novela, sabemos que llegó a sentirse realmente enfermo, casi de muerte, como si él también se hubiera envenenado. La vida de Flaubert es vida de ermitaño, de burgués. Comía, paseaba, hacía la siesta, leía el periódico, ordenaba su correspondencia, hacía la digestión o el amor con su amante Louise Colet a la que a veces veía en París… Gran erudito, leía en griego y latín a Homero y Plutarco, también a los clásicos universales Shakespeare, Montaigne, Rabelais, Voltaire, Goethe, Byron, Hugo, Balzac y… Cervantes. El Quijote le encantaba, decía que era un libro cómico y trágico a la vez. De hecho, una vez que lo leyó de joven, quiso hacer algún relato al modo cervantino. En Madame Bovary, las bodas campestres de Emma y Charles podrían tener como modelo las bodas de Camacho del Quijote. También, tras el fracaso de la lectura a sus amigos de La tentación de san Antonio, pensó un tiempo en escribir un Don Juan, lo que demuestra que conocía bien la literatura española. Pero en Madame Bovary lo que le salió no fue un donjuán, sino “un quijote con faldas”, como ha dicho la crítica. Thibaudet y Lukacs son quienes han comparado a Emma con don Quijote. Balzac es otra de sus inspiraciones principales. Flaubert admiró a este autor, si bien le recriminaba que no tenía estilo, que escribía muy rápido, que tenía descuidos expresivos (cacofonías, repeticiones, incorrecciones gramaticales…), lo cual es cierto, pues de otro modo la producción balzaciana no sería tan impresionante (la de Flaubert, sin embargo, es más bien escasa para un autor que dedicó toda su vida a la escritura y que dedicaba más de diez horas al día al trabajo). La crítica de Flaubert hacia su maestro recuerda la que hicieron los noventaiochistas españoles a Galdós, a quien llamaron despectivamente “Don Benito el garbancero”. Quien mejor expresa la diferencia entre los dos grandes escritores franceses es el crítico Ernst Curtius, quien recalca que Balzac es optimista y Flaubert, pesimista, que para el primero la vida es maravilla y para el segundo, tortura:

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“Balzac siente un ardiente interés por la vida y nos contagia su fuego; Flaubert, su náusea”.

En cuanto a los personajes principales, están inspirados en personas de la realidad:

Charles Bovary podría ser el “officier de santé” Eugène Delamare, que fue alumno del padre del escritor, Achille-Cléophas, en Ruán. Este médico rural se estableció en el pueblo de Ry, a 20 km de Ruán y se casó en 1836 con una mujer mayor que él, de la que pronto enviudó. Después se casó con una joven de 17 años, Dephine Delamare, nacida Couturier, hija de granjeros acomodados. el matrimonio tuvo una hija, como los Bovary.

Emma sería Delphine Delamare, la joven esposa del médico, muerta el 6 de marzo de 1848 y enterrada en el cementerio de Ry, según decían las malas lenguas se había suicidado al verse desahuciada y descubierta en su vida adúltera. Poco después, en 1849, murió su marido Eugène. El comportamiento erótico de Emma lo toma Flaubert de una de sus amantes, Louise d’Arcet, divorciada del escultor James Pradier desde 1845, al que llevó a la ruina y a quien engañó en repetidas ocasiones. Louise, que tenía fama de “femme perdue”, fue amante de Flaubert y de Maxime du Camp, se hacía llamar “Ludovica” y publicó unas memorias con sus escandalosos amoríos que leyó Flaubert. Esta mujer fue embargada como Emma y tuvo que recurrir a sus examantes en busca de ayuda. Pero Emma también tiene algo de Eulalie Foucaud, iniciadora sexual de Flaubert cuando este era un muchacho.

El doctor Larivière, venido de Ruán, tras la operación a Hyppolite, es el propio padre de Flaubert, Achille-Cléophas.

León Dupuis es un trasunto del propio Flaubert cuando era estudiante de Derecho en París. Vargas Llosa insiste mucho en que, aparte las fuentes reales en que se inspira la novela, esta se constituye como tal en función del “elemento añadido”, la regla de fictividad que hace que el arte sea autónomo. El escritor siempre añade algo a lo real, lo transfigura para convertirlo en materia literaria, dice Vargas Llosa. Y el elemento transfigurador es el estilo. Llosa habla también de la importancia de los objetos en la narrativa flaubertiana, las “cosas humanizadas”, como él dice, contraponiéndolas a los “hombres cosificados”, que son los personajes burgueses que pueblan el relato. Vargas estudia también el vínculo entre “dinero y amor”, cómo el adulterio desata en Emma la pulsión del lujo, de la vida galante, la necesidad de vestir bien y vivir mejor, a lo grande. También recuerda Vargas Llosa, en la línea de Baudelaire, la masculinidad de Emma Bovary, su ambigüedad respecto a las cosas de su sexo. Ella es una rebelde, quiere ser libre como los hombres; cuando va a ser madre, desea que su bebé sea niño porque solo los varones tienen la posibilidad de liberarse. Emma es la que lleva su casa, se impone a su marido Charles, incluso a su suegra durante el poco tiempo que convivió con ellos; también toma la iniciativa amorosa con sus amantes, es ella la que va a verlos a ellos, la que actúa, no es un florero pasivo… En definitiva, es una mujer-varón, hermosa y decidida. Como carece de libertad, lucha por ella, la reclama como un varón, quiere vivir aventuras y sueños que le niega la sociedad “chauvinista y fálica” del Segundo Imperio. Ella vale más que cien Charles, Leones y Rodolfos, más que aquellos machos blandos, cobardes y mediocres que la rodean.

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La novela está organizada en torno al número dos, tiene una estructura binaria: lo real y lo ideal, lo lírico y lo vulgar, el romanticismo y el realismo, los hombres y las mujeres, el campo y la ciudad, la provincia y la metrópoli… En Madame Bovary, hay dos adulterios, Emma tendrá dos amantes y soñará con dos ciudades (Ruán y París), Charles se casará dos veces, vivirá en dos pueblos (Tostes y Yonville). Hay también una curiosa oposición entre dos personajes típicos de los pueblos: el cura montaraz, Bournisien, y el farmacéutico volteriano, Homais. Ellos reproducen, de algún modo, el ambiente familiar de Flaubert: el liberalismo cientificista y agnóstico de su padre y el catolicismo tradicional de su madre. En Madame Bovary hay cuatro tiempos distintos:

un tiempo singular, que avanza (relato, trama);

un tiempo circular, que tiene que ver con la repetición y la monotonía de la vida provinciana;

un tiempo inmóvil, relativo a la descripción de ambientes, objetos, personajes…;

un tiempo imaginario, relacionado con el sueño, con lo irreal, aquello que Emma quiere ser y no es.

En cuanto al narrador, hay también varios tipos:

un narrador-personaje que utiliza la primera persona del plural (“nous”);

un narrador omnisciente, categórico, similar a Dios, que no duda ni vacila y que a veces se presenta como un relator invisible y otras como un narrador filósofo;

unos narradores-personajes singulares, que aparecen cuando en la novela hay diálogo y escuchamos la voz de los personajes directamente, sin la mediación del narrador omnisciente.

Vargas dedica también un apartado especial al uso de las palabras en cursiva, que designan lo que él llama sistema de tópicos imperantes en la sociedad.

Sin duda, la gran aportación técnica de Flaubert a la novela moderna es su uso magistral del estilo indirecto libre, que produce una confusión entre las voces del narrador y del personajes, sin que el lector sepa exactamente a quién referir las palabras del texto. Flaubert anticipa a Joyce y a Proust, usa de una manera novedosa el monólogo interior, permite acceder al interior del personajes como no se había hecho hasta entonces en la novela. Por esto y por otros rasgos de Madame Bovary, como que Emma sea un antihéroe, una persona que vive en la mediocridad de una vida gris y que anticipa la angustia existencial, los seres larvales de la narrativa posterior; por el exquisito cuidado de la forma narrativa; por la preocupación por la objetividad y el behavorismo (o conductismo), es por lo que Vargas Llosa concluye que la de Flaubert es la primera novela moderna de la historia literaria. Ve en Emma a una adelantada de la modernidad y el feminismo, un ser angustiado, inadaptado, como los de Kafka. Hay un capítulo interesante en donde contrapone Vargas a dos grandes artistas: el comprometido Bertolt Brecht y el impasible Flaubert. El alemán se caracteriza por tomar partido, por creer en la revolución y el hombre nuevo, por no distanciarse de su relato. Brecht es un moralista, sus obras tienen tesis, él es un militante de lo social y quiere hacer proselitismo. Es un paternalista que se dirige a un lector menor de edad al que hay que ilustrar, convencer, capturar para la causa. Pardójicamente, el escéptico Flaubert, sin fe en el hombre ni en el progreso, desencantado con sus congéneres y con el tiempo que le tocó vivir, apostó por la neutralidad, la impasibilidad, el distanciamiento y el escepticismo. En sus novelas no hay tesis ni militancia política, sí pesimismo. Pero su narrativa deja más margen al lector, es una narrativa para la libertad, el relativismo, la ambigüedad, la interpretación personal. Es evidente que a Vargas le parece mucho mejor esta interpretación del arte, muy similar a la suya propia.

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Madame Bovary es la novela del romanticismo desengañado, la que cancela el movimiento romántico y da paso al realismo. Emma decía que no había nada malo en querer que las cosas fueran bonitas, es una joven henchida de un romanticismo pernicioso que aprendió en las novelas. Ella no habría sido la misma sin aquellas lecturas, igual que el Quijote no habría sido igual sin las novelas de caballerías. El idealismo le hizo odiar la vida mediocre de Tostes y Yonville, buscar la libertad en Ruán y el universo imaginario de París. Monotonía contra ensoñación, la realidad frente al sueño, los bailes galantes, la ópera y los espectáculos frente al tedio vital. Todo trabaja en contra de Emma para llevarle a su trágico final.