El Cisne Negro - Intesys Consulting · dinámica del Cisne Negro. EL AUTOR Nassim Nicholas Taleb...
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La incapacidad de predecir
las rarezas implica la inca-
pacidad de predecir el cur-
so de la historia, dada la
incidencia de estos suce-
sos en la dinámica de los
acontecimientos. Y es que
la historia es opaca. Se ve
lo que aparece, no el
guion que produce los su-
cesos, el generador de la
historia. Nuestra forma de
captar estos sucesos es
Antes del descubrimiento
de Australia, en el Viejo
Mundo se creía que todos
los cisnes eran blancos.
Parecía una creencia irrefu-
table. Pero, entonces, se
vio que en Australia los cis-
nes también podían ser
negros. Este hecho ilustra
una grave limitación del
aprendizaje que se hace
desde la observación o la
experiencia, así como la
fragilidad de nuestro cono-
cimiento. Una sola observa-
ción es capaz de invalidar
una afirmación generaliza-
da. Todo lo que se necesita
es una sola ave negra. El
Cisne Negro es un suceso
que se caracteriza por los
siguientes atributos: 1. Es
una rareza, porque está
fuera de las expectativas
normales; 2. produce un
impacto tremendo; 3. pese
a su condición de rareza, la
naturaleza humana hace
que inventemos explica-
ciones de su existencia
después del hecho, con lo
que, erróneamente, se
hace explicable y predeci-
ble. Una pequeña cantidad
de Cisnes Negros está en
el origen de casi todo lo
concerniente a nuestro
mundo, desde el éxito de
las ideas y las religiones,
hasta la dinámica de los
acontecimientos históricos
y los elementos de nuestra
propia vida personal. Su-
cesos como el ascenso de
Hitler y la posterior Guerra
Mundial, la desaparición
del bloque soviético, la
aparición del fundamenta-
lismo islámico, los efectos
de la difusión de internet,
las crisis económicas, las
epidemias, la moda, las
ideas... todos siguen la
dinámica del Cisne Negro.
EL AUTOR
Nassim Nicholas Taleb (Amioun, Líbano, 1960) ha dedicado su vida a investigar
las reglas y la lógica de la suerte, la incertidumbre, la probabilidad y el saber. Mate-
mático empírico, a la vez que analista del comportamiento económico de los seres
humanos, trabajó durante 21 años como gestor de hedge funds y trader de productos
derivados. Taleb ha sido investigador y docente en diversas instituciones académi-
cas, como la NYU's School of Engineering o la Universidad de Massachusetts en Am-
herst. Es autor de los libros ¿Existe la suerte? (Ediciones Paidós, 2009), The Bed of
Procrustes (Random House, 2010), El Cisne Negro (Ediciones Paidós, 2011) y Anti-
frágil (Ediciones Paidós, 2013).
El Cisne Negro
INFORMACION
SOBRE EL LIBRO
Título original del
libro: El cisne negro
Autor: Nassim Nicho-
las Taleb
Editorial:
Paidós
Fecha de Publicación:
24 de noviembre
2011
ISBN:
9788449326622
INTRODUCCIÓN
15 de enero, 2018
Volumen 01-18
Contenido:
Introducción 1
De Mediocristán a
Extremistán
3
La falacia narrativa 4
Las pruebas silen-
ciosas
6
El escándalo de la
predicción
9
Este es un resumen del
libro indicado. Estos
resúmenes, son enviados
sin costo, a las personas
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vemos qué hay dentro de
la caja, cómo funcionan los
mecanismos. Lo anterior
se debe al error de la con-
firmación: pensamos que
el mundo en que vivimos
es más comprensible, más
explicable y, por consi-
guiente, más predecible de
lo que en realidad es. Nos
centramos en segmentos
preseleccionados de lo
visto y, a partir de ahí, ge-
neralizamos en lo no visto.
Nuestra mente es una
magnífica máquina de ex-
plicación, capaz de dar
sentido a casi todo, hábil
para ensartar explicacio-
nes para todo tipo de fenó-
menos, y generalmente
incapaz de aceptar la idea
de la impredecibilidad. El
análisis aplicado y minu-
cioso del pasado no nos
dice gran cosa sobre el
espíritu de la historia; solo
nos crea la ilusión de que
la comprendemos. Se diría
que las personas que vi-
vieron los inicios de la Se-
gunda Guerra Mundial tu-
vieron el presentimiento de
que se estaba produciendo
algo de capital importan-
cia.
En absoluto. Los sucesos
se nos presentan de forma
distorsionada. Pensemos
en la naturaleza de la in-
formación: de los millones
de pequeños hechos que
acaecen antes de que se
produzca un suceso, resul-
ta que solo algunos serán
después relevantes para
nuestra comprensión de lo
sucedido. Dado que nues-
tra memoria es limitada y
está filtrada, tenderemos a
recordar aquellos datos
que posteriormente coinci-
dan con los hechos. No
obstante, actuamos como
si fuéramos capaces de
predecir los hechos o cam-
biar el curso de la historia.
Hacemos proyecciones a
treinta años vista del déficit
de la seguridad social y de
los precios del petróleo,
sin darnos cuenta de que
no podemos prever unos y
otros ni siquiera de aquí al
verano que viene. Sin em-
bargo, lo sorprendente no
es la magnitud de nuestros
errores de predicción, sino
la falta de conciencia que
tenemos de ellos. Nuestra
incapacidad para predecir
en entornos sometidos al
Cisne Negro, unida a una
falta general de conciencia
de este estado de las co-
sas, significa que determi-
nados profesionales, aun-
que creen que son exper-
tos, de hecho no lo son.
Resulta que no saben so-
bre la materia de su oficio
más que la población en
general, solo que saben
contarlo mejor y aturdirnos
con sus complejos mode-
los matemáticos.
Es fácil darse cuenta tam-
bién de que la vida es el
efecto acumulativo de un
puñado de impactos im-
portantes. Hagamos el
siguiente ejercicio. Pense-
mos en nuestra propia
existencia. Contemos los
sucesos importantes, los
cambios tecnológicos y los
inventos que han tenido
lugar en nuestro entorno
desde que nacimos, y
comparémoslos con lo que
se esperaba antes de su
aparición. ¿Cuántos se
produjeron siguiendo un
programa? Fijémonos en
nuestra propia vida, en la
elección de una profesión,
por ejemplo, o en cuando
conocimos a nuestra pare-
ja, o en el enriquecimiento
o el empobrecimiento súbi-
tos. ¿Con qué frecuencia
ocurrió todo esto según un
plan preestablecido…?
La lógica del Cisne Ne-
gro hace que lo que no
sabemos sea más impor-
tante que lo que sabe-
mos.
Tengamos en cuenta que
muchos Cisnes Negros
pueden estar causados y
exacerbados por el hecho
de ser inesperados. Dado
que los Cisnes Negros son
impredecibles, tenemos
que amoldarnos a su exis-
tencia. Hay muchas cosas
que podemos hacer si nos
centramos en lo que no
sabemos. Podemos dedi-
carnos a buscar Cisnes
Negros positivos con el
método de la serendipia,
llevando al máximo nues-
tra exposición a ellos. En
algunos ámbitos
(descubrimientos científi-
cos, inversiones de capi-
tal), lo desconocido puede
ofrecer una compensación
desproporcionada, ya que
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“Los suce-
sos se nos
presentan
de forma
distorsiona-
da.”
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mente a la salida de un
estadio de fútbol. Añadá-
mosles la persona más
rica del planeta, por ejem-
plo Bill Gates. Suponga-
mos que su patrimonio sea
de unos 80 000 millones
de dólares, siendo el capi-
tal de todos los demás
unos cuantos millones.
Dicho patrimonio represen-
tará el 99,9 % de la rique-
za total. Esa es la segunda
variante del azar: Extre-
mistán, donde “las de-
sigualdades son tales que
una única observación
puede influir de forma des-
proporcionada en el total”.
Fijémonos en las implica-
ciones que esto tiene. Ex-
tremistán puede producir
Cisnes Negros, y de hecho
lo hace, como en el caso
de sucesos raros que han
influido colosalmente en la
historia. Pero con el azar al
estilo de Mediocristán no
es posible encontrarse con
la sorpresa de un Cisne
Negro, la sorpresa de que
un único suceso pueda
dominar un fenómeno. Lo
que en Mediocristán se
puede saber a partir de los
datos aumenta con mucha
rapidez a medida que se
acumula información. Sin
embargo, en Extremistán
el conocimiento crece muy
despacio y de forma erráti-
ca con la acumulación de
datos —algunos de ellos
extremos—, posiblemente
a un ritmo desconocido.
se suele perder poco y
ganar mucho de un suceso
raro. Contrariamente a lo
que se piensa en el ámbito
de la ciencia social, casi
ningún descubrimiento ni
ninguna tecnología desta-
cable surgieron del diseño
y la planificación, sino que
fueron Cisnes Negros. La
estrategia de los descubri-
dores y emprendedores es
confiar menos en la planifi-
cación, centrarse al máxi-
mo en reconocer las opor-
tunidades cuando se pre-
sentan y juguetear con
ellas.
De Mediocristán a Extre-
mistán
Existen dos tipos de incer-
tidumbre o dos variantes
del azar. El primero lo po-
dríamos llamar la provincia
utópica de Mediocristán,
donde los sucesos indivi-
duales no aportan mucho
individualmente, sino solo
de forma colectiva. La re-
gla suprema de Mediocris-
tán se puede formular en
estos términos: “Cuando la
muestra es grande, ningún
elemento singular cambia-
rá de forma significativa el
total”. Para ilustrarlo, tome-
mos el ejemplo de nuestro
consumo de calorías. Los
humanos consumimos cer-
ca de ochocientas mil calo-
rías al año. Ningún día
concreto supondrá una
gran parte de esa canti-
dad. Consideremos por
comparación el valor neto
de las mil personas que
seleccionemos aleatoria-
Cómo aprender del pavo
¿Cómo sabemos que lo
que hemos observado de
un suceso cualquiera bas-
ta para permitirnos enten-
der sus restantes propie-
dades? Todo conocimiento
al que llegamos mediante
la observación lleva incor-
poradas ciertas trampas.
Pensemos en el pavo al
que se le da de comer to-
dos los días. Cada vez que
le demos de comer, el pa-
vo confirmará su creencia
de que lo alimentan todos
los días unos miembros
amables del género hu-
mano. Sin embargo, la tar-
de anterior al día de Ac-
ción de Gracias, al pavo le
ocurrirá un suceso inespe-
rado, un Cisne Negro, que
le obligaría a revisar su
creencia… si pudiera ha-
cerlo. El problema del pavo
se puede generalizar a
cualquier situación donde
la misma mano que te da
de comer puede ser la que
te retuerza el cuello. El
animal aprendió de la ob-
servación, como a todos
se nos dice que hagamos.
Su confianza aumentaba a
medida que se repetían las
acciones alimentarias y
cada vez se sentía más
seguro, pese a que el sa-
crificio era cada vez más
inminente. Su sentimiento
de seguridad alcanzó el
punto máximo cuando el
riesgo era mayor. Nos
preocupamos demasiado
tarde, cuando las cosas ya
han sucedido. Confundir
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“..un Cisne
Negro, que le
obligaría a
revisar su
creencia”….
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ductivos específicos y refi-
nados que nos llevan a dar
por sentadas cosas que
pueden ser o no ser cier-
tas. Debido a este meca-
nismo mental, tenemos la
tendencia natural a fijarnos
en los casos que confir-
man nuestra historia y
nuestra visión del mundo.
Tomamos ejemplos pasa-
dos que corroboran nues-
tras teorías y los tratamos
como pruebas. A este em-
pirismo ingenuo se le pue-
de dar la vuelta a través de
un contramecanismo de
conjeturas y refutaciones
que funciona como sigue:
se formula una conjetura
(osada) y se empieza a
buscar la observación que
demostraría que estamos
en un error. Podemos
acercarnos más a la ver-
dad mediante ejemplos
negativos, no mediante la
verificación. Así, por ejem-
plo, el especulador George
Soros, cuando hace una
apuesta financiera, no deja
de buscar ejemplos que
demuestren que su teoría
inicial es falsa. Tal vez sea
esto la auténtica confianza
en uno mismo: la capaci-
dad de observar el mundo
sin necesidad de encontrar
signos que halaguen el
propio ego. Si pensamos
que la tarea es fácil, que-
daremos decepcionados:
pocos seres humanos tie-
nen la habilidad natural de
hacerlo. Además, es evi-
dente que no es fácil
“falsar”, es decir, afirmar
con plena certeza que algo
una observación ingenua
del pasado con algo defini-
tivo o representativo del
futuro es la sola y única
causa de nuestra incapaci-
dad para comprender el
Cisne Negro.
El error de la confirma-
ción
Durante mil días, el pavo
observa que su “cuidador”
es una excelente persona.
Cada una de las observa-
ciones que hace “confirma”
su historia de que vive co-
mo un rey. Pero nosotros
sabemos que el pavo con-
funde la “ausencia de
pruebas” de instinto ase-
sino por parte de su cuida-
dor con tener realmente
una “prueba de la ausen-
cia” de ese instinto. No es
consciente en ningún mo-
mento de la que se le vie-
ne encima. Se ha estado
autoengañando pensando
que lo que veía eran prue-
bas. El error de la confir-
mación, que nos deja cie-
gos ante los Cisnes Ne-
gros, no es exclusivo de
nuestros queridos pavos.
Todos somos presa de
este mismo sesgo. Y pare-
ce que desde nuestra más
tierna infancia. Mostremos
a un niño dos fotografías
de dos personas de tez
oscura, digámosle que per-
tenecen a una tribu: lo más
probable es que salte sin
más a la conclusión de que
todos los miembros de esa
tribu tienen la piel oscura.
Parece que estamos dota-
dos de unos instintos in-
es un error. Las imperfec-
ciones de nuestro método
de comprobación pueden
llevarnos a un “no” equivo-
cado. Es posible que el
médico que descubre célu-
las cancerosas usara unos
aparatos deficientes que
provocaban ilusiones ópti-
cas; o es posible que el
testigo de un delito estu-
viera bebido. Pero sigue
siendo válido que sabemos
dónde está el error con
mucha mayor confianza de
la que tenemos sobre dón-
de está lo acertado. Sin
embargo, tendemos a no
ser conscientes de esta
propiedad.
La falacia narrativa
Cierto día de diciembre de
2003, cuando fue captura-
do Sadam Husein, Bloom-
berg News lanzó el si-
guiente titular (pesimista):
“Suben los bonos del Te-
soro de Estados Unidos;
es posible que la captura
de Husein no frene el te-
rrorismo”. Media hora más
tarde, tuvieron que emitir
otro titular (optimista):
“Caen los bonos del Teso-
ro de Estados Unidos; la
captura de Husein aumen-
ta el atractivo de los acti-
vos de riesgo”. De modo
que la misma captura (la
causa) explicaba un suce-
so y su diametralmente
opuesto. Es evidente que
no puede ser; no se pue-
den vincular ambos he-
chos. Estamos ante un
ejemplo del fenómeno co-
nocido como falacia narra-
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“Se ha estado au-
to engañando
pensando que lo
que veía eran
pruebas..”
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por las historias compactas
en lugar de las verdades
desnudas nos hace vulne-
rables, ya que puede dis-
torsionar gravemente
nuestra representación
mental de la realidad; y
esto es particularmente
grave cuando se trata de
un suceso raro. Se necesi-
ta un esfuerzo considera-
ble para ver los hechos (y
recordarlos) al tiempo que
se suspende el juicio y se
huye de las explicaciones.
Se podría decir que nece-
sitamos reducir la dimen-
sión de las cosas para que
nos puedan caber en la
cabeza.
Y al hacerlo de forma auto-
mática, la mente es como
un preso, está cautiva de
su biología. Así que, si in-
tentamos ser auténticos
escépticos respecto a
nuestras interpretaciones
entraremos en un estado
de alerta, lo que genera
fatiga y hará que nos sinta-
mos agotados enseguida.
Pero es un auténtico ejer-
cicio de prudencia.
Hay formas de escapar de
la falacia narrativa median-
te conjeturas, experimen-
tos o haciendo prediccio-
nes que se puedan com-
probar.
La falacia de la narración
puede hacer que no sea-
mos conscientes de los
Cisnes Negros si se da
alguna de estas situacio-
nes:
tiva. Para comprender el
poder de la narración, fijé-
monos en la afirmación
siguiente: “El rey murió y la
reina murió”. Comparé-
mosla con esta: “El rey
murió y, luego, la reina
murió de pena”. Este ejer-
cicio, expuesto por el no-
velista E. M. Forster, de-
muestra la distinción entre
la mera sucesión de infor-
mación y una trama. Pero
observemos el problema
que aquí se plantea: aun-
que en la segunda afirma-
ción añadimos informa-
ción, redujimos efectiva-
mente la dimensión del
total.
La segunda frase es mu-
cho más ligera y fácil de
recordar. Como la pode-
mos recordar con menos
esfuerzo, también la pode-
mos vender a los demás,
es decir, comerciar mejor
con ella como una idea
empaquetada (se ajuste o
no a la verdad la causa de
la muerte de la reina). Esta
es, en pocas palabras, la
definición y función de una
narración. Debido a la fala-
cia narrativa, tendemos a
engañarnos con autonarra-
ciones porque nos gustan
las historias, nos gusta
simplificar, ver patrones y
tejer explicaciones ante
cualquier secuencia de
hechos. Las explicaciones
atan los hechos. Hacen
que se puedan recordar
mucho mejor; ayudan a
que tengan más sentido.
Pero nuestra predilección
1.- Cuanto más se resume
un hecho, más orden se
pone y menor es lo aleato-
rio. De aquí que la misma
condición que nos hace
simplificar nos empuja a
pensar que el mundo es
menos aleatorio de lo que
realmente es. Y el Cisne
Negro (o la probabilidad de
que ocurra) es lo que ex-
cluimos de la simplifica-
ción.
2.- La narratividad puede
afectar muchísimo al re-
cuerdo de los sucesos pa-
sados, y lo hace del modo
siguiente: tenderemos a
recordar con mayor facili-
dad aquellos hechos de
nuestro pasado que enca-
jen en una narración,
mientras que tendemos a
olvidar otros que no parece
que desempeñen un papel
causal en esa narración
(por ejemplo, un Cisne Ne-
gro).
3.- El saber popular sostie-
ne que la memoria es co-
mo un dispositivo de gra-
bación en serie, como el
disco duro del ordenador.
En realidad, la memoria se
parece más a una máquina
de revisión dinámica in-
teresada: recordamos la
última vez que recordamos
el suceso y, sin darnos
cuenta, en cada recuerdo
posterior cambiamos la
historia.
4.- La narrativa puede con-
fundir nuestra proyección
de las probabilidades. En
un experimento se les pi-
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dió a varios profesionales de la
previsión del tiempo que imagi-
naran los siguientes escenarios
y que estimaran sus probabili-
dades: (a) unas inundaciones
en algún lugar de América en
las que mueren más de mil per-
sonas; (b) un terremoto en Cali-
fornia, que provoca grandes
inundaciones y en el que mue-
ren más de mil personas.
Los encuestados calculaban
que el primer suceso era menos
probable que el segundo. Un
terremoto en California, sin em-
bargo, es una causa perfecta-
mente imaginable, que aumenta
mucho la disponibilidad mental
—y de ahí la probabilidad esti-
mada— del escenario de la
inundación. Pero es claramente
una falacia narrativa porque,
objetivamente, que haya una
inundación en algún punto de
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des de que sea así posi-
blemente han disminuido.
7.- La información estadís-
tica abstracta no nos influ-
ye tanto como la anécdota
(narración). Por ejemplo:
estamos en un avión y nos
dirigimos a Nueva York. La
persona que tenemos al
lado nos cuenta que hace
años mataron a un amigo
de su primo en Central
Park. Bien, lo más proba-
ble es que evitemos Cen-
tral Park durante nuestra
estancia en la ciudad. Da
igual que sepamos que
hay estadísticas que nos
podrían indicar que la pro-
babilidad de un Cisne Ne-
gro (nuestra muerte en el
parque) es prácticamente
nula. Somos abducidos por
la narración de nuestro
simpático compañero de
viaje. La forma de evitar
los males de la falacia na-
rrativa es favorecer la ex-
perimentación sobre la
narración, la experiencia
sobre la historia y el cono-
cimiento clínico sobre las
teorías.
Las pruebas silenciosas
Otra falacia en nuestra
forma de entender los
acontecimientos es la de
las pruebas silenciosas. La
historia nos oculta tanto los
Cisnes Negros como su
capacidad para generarlos.
Las pruebas silenciosas
están presentes en todo lo
relacionado con el concep-
to de historia. Por historia
no entiendo únicamente
un inmenso continente es
mayor que el terremoto
más una inundación en un
punto concreto de la geo-
grafía.
5.- Existen dos tipos de
sucesos raros: (a) los Cis-
nes Negros de los que es
muy probable que oigamos
hablar en televisión; y (b)
aquellos de los que nadie
habla porque escapan de
los modelos, aquellos de
los que nos daría vergüen-
za hablar en público por-
que no parecen verosími-
les. Se sobreestiman las
incidencias de los Cisnes
Negros en el primer caso
(pudiéndose incluir en mu-
chas narraciones o histo-
rias), pero se infravaloran
gravemente en el segundo.
A causa de esta “ceguera”,
en el sector de los segu-
ros, por ejemplo, se obser-
va que en las pólizas la
gente se olvida de esos
sucesos altamente impro-
bables y muestran una
preferencia por asegurarse
contra pequeñas pérdidas
probables, a expensas de
las menos probables pero
de mayor impacto.
6.- Los sucesos que son
no-repetibles se ignoran
antes de que se produz-
can, y se sobreestiman
después (durante un breve
tiempo). Después de un
Cisne Negro, como el del
11 de septiembre de 2001,
la gente espera que vuelva
a ocurrir (aparece en mu-
chas narraciones), cuando,
de hecho, las probabilida-
esos libros eruditos pero
aburridos, sino cualquier
sucesión de acontecimien-
tos vistos con el efecto de
la posteridad. Muchos es-
tudios sobre millonarios o
gente de éxito destinados
a entender las destrezas
que se requieren para con-
vertirse en una celebridad
toman una población de
personajes, gente de gran-
des títulos y fantásticas
ocupaciones, y estudian
sus cualidades. Se fijan en
lo que tienen en común
esos peces gordos: coraje,
saber correr riesgos, opti-
mismo, etc.; y de ahí dedu-
cen que tales rasgos, so-
bre todo el de correr ries-
gos, ayudan a alcanzar el
éxito. Ahora echemos una
mirada al cementerio; a los
que no aparecen en los
libros. La tumba de los fra-
casados estará llena de
personas que compartie-
ron los siguientes rasgos:
coraje, saber correr ries-
gos, optimismo, etc.; justo
los mismos rasgos que
identifican a la población
de millonarios. Puede ha-
ber algunas diferencias en
las destrezas, pero lo que
realmente separa a unos
de otros es, en su mayor
parte, un único factor: la
suerte. Pura suerte. De
forma parecida a como
ocurre con la falacia narra-
tiva, las pruebas silencio-
sas (aquello que se olvida
en una narración en apa-
riencia coherente) pueden
ocultarnos los Cisnes Ne-
gros. Una persona de éxito
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“Los sucesos
que son no-
repetibles se
ignoran antes de
que se
produzcan.”
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la población de esta última
profesión a partir de cual-
quier muestra que se me
presente. Lo mismo ocurre
con quienes se dedican a
profesiones exentas de
efectos estelares.
El argumento del punto de
referencia dice lo siguien-
te: no hay que computar
las probabilidades desde la
posición ventajosa del ju-
gador que gana (o del afor-
tunado Casanova), sino
desde todos aquellos que
empezaron en el grupo.
Somos animales que bus-
can explicaciones, que
tienden a pensar que todo
tiene una causa identifica-
ble y que se agarran a la
más destacada como ex-
plicación. Además, cree-
mos que es más inteligen-
te buscar un porqué que
aceptar el azar. Pero es
posible que no exista un
porqué; es más, muchas
veces no hay nada, ni si-
quiera un espectro de ex-
plicaciones posibles. Sin
embargo, las pruebas si-
lenciosas ocultan tal he-
cho. No estoy diciendo que
las causas no existen; no
empleemos este argumen-
to para evitar aprender de
la historia. Todo lo que
digo es que no es tan sen-
cillo; sospechemos del
“porqué” y manejémoslo
con cuidado, particular-
mente en las situaciones
en que sospechemos que
existen pruebas silencio-
sas. Una vez que damos
con la idea de las pruebas
intentará convencernos de
que sus logros no pueden
ser algo accidental, al igual
que el jugador que gana
en la ruleta siete veces
seguidas nos dirá que las
probabilidades de que tal
cosa ocurra son de una
entre varios millones, de
modo que tendremos que
pensar que hay en juego
alguna intervención tras-
cendental, o aceptar la
destreza y perspicacia del
jugador. Pero si tenemos
en cuenta la cantidad de
jugadores que hay por ahí,
y el número de partidas
que se juegan (en total,
varios millones de episo-
dios), entonces se hace
evidente que estos golpes
de suerte son proclives a
darse. El olvido de las
pruebas silenciosas es
endémico en la forma en
que estudiamos el talento
comparativo, particular-
mente en las actividades
que están plagadas de
atributos del estilo “el ga-
nador se lo lleva todo”.
Recordemos el efecto del
“ganador se lo lleva todo”:
existe una gran cantidad
de personas que se deno-
minan escritores pero que
trabajan (solo
“temporalmente”) en las
relucientes cafeterías de
Starbucks. La desigualdad
en este campo es mayor
que en, digamos, la medi-
cina, pues raramente ve-
mos a médicos sirviendo
hamburguesas. De ahí que
pueda inferir en gran medi-
da el rendimiento de toda
silenciosas, muchas de las
cosas que nos rodean y
que previamente estaban
ocultas empiezan a mani-
festarse. Una ramificación
de la idea de las pruebas
silenciosas sitúa nuestra
toma de decisiones bajo
una nube de posibilidades.
Vemos las consecuencias
obvias y visibles, no las
invisibles y menos obvias.
Sin embargo, esas conse-
cuencias que no se ven
pueden ser —normalmente
son— más significativas.
Los gobiernos saben muy
bien cómo decirnos lo que
hacen, pero no lo que no
hacen. De hecho, se dedi-
can a lo que podría deno-
minarse una falsa
“filantropía”, la actividad de
ayudar a las personas de
forma visible y sensaciona-
lista, sin tener en cuenta el
oculto cementerio de las
consecuencias invisibles.
Apliquemos este razona-
miento al 11 de septiembre
de 2001. El grupo de Bin
Laden acabó con la vida
de unas dos mil quinientas
personas en las Torres
Gemelas del World Trade
Center. Sus familias conta-
ron con el apoyo de todo
tipo de entidades, como
debía ser. Pero, según
dicen los investigadores,
durante los tres meses que
restaban de aquel año,
unas mil personas fueron
víctimas silenciosas de los
terroristas. ¿Cómo? Quie-
nes tenían miedo al avión
y se pasaron al coche co-
rrieron un riesgo mayor de
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Página 7
“Somos anima-
les que buscan
explicaciones..”
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vemos las buenas. Sin em-
bargo, a corto plazo no
está claro qué rasgos son
realmente buenos para
nosotros, sobre todo si
estamos en el entorno ge-
nerador de Cisnes Negros
de Extremistán.
La falacia lúdica
Los Cisnes Negros apare-
cen de modo subrepticio y
el intento de controlarlos o
reducirlos siguiendo un
modelo teórico a menudo
conduce a mayores confu-
siones. Los atributos de la
incertidumbre a los que
nos enfrentamos en la vida
real guardan poca relación
con los rasgos
“esterilizados” que vemos
en los “modelos” teóricos
de gestión del riesgo. En la
vida real, el Cisne Negro
se puede definir como lo
“desconocido desconoci-
do”. Pero en los modelos
teóricos, el Cisne Negro se
ve como lo “desconocido
conocido”, lo cual es una
falacia. Tomemos, por
ejemplo, los casinos. Estos
establecimientos suelen
enfrentarse a una clase de
riesgos conocidos. En un
casino uno conoce las re-
glas, puede calcular las
probabilidades, y el tipo de
incertidumbre que tiene
ante sí es de grado suave
(pertenece a Mediocris-
tán). El casino es el único
entorno humano en el que
las probabilidades son co-
nocidas y casi compu-
tables. No se puede espe-
rar que el casino pague
muerte. Se ha demostrado
que durante aquellos me-
ses aumentaron los acci-
dentes automovilísticos; la
carretera es considerable-
mente más letal que el es-
pacio aéreo.
Estas familias no recibie-
ron ayuda; ni siquiera sa-
bían que sus seres queri-
dos también fueron vícti-
mas de Bin Laden. Tenga-
mos las agallas de recono-
cer las consecuencias si-
lenciosas cuando nos en-
contremos frente al próxi-
mo vendedor humanitario
de ungüentos milagrosos.
Todo esto nos lleva a la
manifestación más grave
de las pruebas silenciosas,
la ilusión de la estabilidad.
El sesgo disminuye nues-
tra percepción de los ries-
gos en que incurrimos en
el pasado, particularmente
en aquellos que tuvimos la
suerte de haber sobrevivi-
do a ellos.
Nuestra vida estuvo bajo
una grave amenaza, pero,
al haberla superado, re-
trospectivamente infravalo-
ramos lo arriesgada que
era en realidad la situa-
ción. Cuanto menos fami-
liarizado está uno con la
disparatada aleatoriedad
generadora de Cisnes Ne-
gros, más cree en el fun-
cionamiento óptimo de la
evolución. En sus teorías
no están presentes las
pruebas silenciosas. La
evolución es una serie de
chiripas, algunas buenas, y
muchas malas; pero solo
apuestas a un millón por
uno, ni que cambie las re-
glas durante la partida. La
gestión del riesgo de un
casino está, por tanto, des-
tinada principalmente a
reducir las pérdidas que
ocasionan los tramposos.
Todo lo que tiene que ha-
cer el establecimiento es
controlarlos a ellos. Una
gestión del riesgo fácil,
¿verdad? Pues no tan de-
prisa… o caeremos en la
falacia lúdica. Fijémonos
en un casino de Las Vegas
tras sufrir pérdidas finan-
cieras enormes que que-
daron completamente fue-
ra de sus “sofisticados”
métodos de reducción de
riesgo. Perdieron unos
cien millones de dólares
cuando un tigre mutiló a un
insustituible actor de su
espectáculo principal. El
artista había criado al tigre
y este incluso había llega-
do a dormir en su habita-
ción. Al analizar los posi-
bles escenarios, el casino
llegó a pensar que el ani-
mal podría saltar sobre el
público, pero a nadie se le
ocurrió cómo podían ase-
gurar lo que iba a suceder.
El casino gastó cientos de
millones de dólares en la
teoría del juego y la vigi-
lancia de alta tecnología,
pero los grandes riesgos
surgieron fuera de sus mo-
delos. Su error fue el de
centrarse. Saber centrarse
es una gran virtud para
quien se dedique a reparar
relojes, para el neurociru-
jano o para el jugador de
Volumen 01-18
Página 8
“La evolución
es una serie de
chiripas,
algunas buenas,
y muchas
malas...”
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ción llena de gente. Pida-
mos a cada una de las per-
sonas de la habitación que
calcule de forma indepen-
diente un rango de posi-
bles valores para cualquier
cosa: el número de países
de África, las ventas de
automóviles en un país
determinado, el número de
libros en la biblioteca de
Umberto Eco... lo que sea.
Pues bien, el resultado de
este tipo de experimentos,
que se dan en numerosas
ocasiones y contextos, es
escalofriante: más del 45
% de las personas se equi-
vocan en sus predicciones,
a pesar de que se mostra-
ban muy confiadas en la
respuesta que daban. La
primera conclusión de este
experimento es que sobre-
estimamos lo que sabe-
mos e infravaloramos la
incertidumbre, comprimien-
do así la variedad de posi-
bles estados inciertos (es
decir, reduciendo el espa-
cio de lo desconocido). El
género humano padece de
una infravaloración crónica
de la posibilidad de que el
futuro se salga del camino
inicialmente previsto. Para
poner un ejemplo obvio,
pensemos en cuántas per-
sonas se divorcian. Casi
todas ellas saben que en-
tre el 30 y el 50 % de los
matrimonios fracasan, algo
que las partes implicadas
no preveían en el momen-
to de sellar su vínculo ma-
trimonial. No existe una
diferencia efectiva entre
que yo adivine una varia-
ajedrez, pero es lo último
que hay que hacer cuando
nos enfrentamos a la incer-
tidumbre. Esto nos causa
problemas de predicción.
Los riesgos “computables”
están ausentes en gran
medida de la vida real. Son
artilugios de laboratorio.
Quienes pasan excesivo
tiempo con la nariz pegada
a los mapas tenderán a
confundir el mapa con el
territorio.
El escándalo de la pre-
dicción
Somos ostensiblemente
arrogantes en lo que cree-
mos que sabemos. Desde
luego sabemos muchas
cosas, pero tenemos una
tendencia innata a pensar
que sabemos un poco más
de lo que realmente sabe-
mos, lo bastante de ese
poco más para que de vez
en cuando nos encontre-
mos con problemas. A
continuación, veremos las
implicaciones que esta
arrogancia tiene para to-
das las actividades que
tengan que ver con la pre-
dicción. La conclusión es
que estamos ante un es-
cándalo: el escándalo de la
predicción. Los investiga-
dores Albert y Raiffa esta-
ban buscando cómo calcu-
lan los seres humanos las
probabilidades en su toma
de decisiones cuando in-
terviene la incertidumbre.
Para ello idearon el si-
guiente experimento.
Imaginemos una habita-
ble que no es aleatoria,
pero para la que mi infor-
mación es parcial o defi-
ciente y predecir una varia-
ble aleatoria, como el índi-
ce de paro de mañana o el
mercado de valores del
año que viene. En este
sentido, adivinar (lo que yo
no sé, pero que alguien
puede saber) y predecir (lo
que aún no ha tenido lu-
gar) son lo mismo. La ma-
yoría de los profesionales
que hacen predicciones
también padecen este im-
pedimento mental del que
estamos hablando. Es
más, a las personas que
hacen previsiones profe-
sionalmente a menudo les
afectan más estos impedi-
mentos que al resto de la
gente. Y ello por varios
motivos. En primer lugar,
la información (en abun-
dancia) es mala para el
conocimiento. Mostremos
a dos grupos de personas
una imagen desdibujada
de una boca de incendios,
lo bastante borrosa como
para que no reconozcan
de qué se trata. En el pri-
mer grupo, aumentaremos
lentamente la resolución,
en diez pasos. En el se-
gundo, lo haremos más
deprisa, en cinco pasos.
Detengámonos en el punto
en que ambos grupos han
visto la misma imagen, y
pidámosles que identifi-
quen qué es. Lo más pro-
bable es que los miembros
del grupo que vio menos
pasos intermedios reco-
nozcan la boca de riego
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Página 9
“Tenemos una
tendencia innata
a pensar que
sabemos un
poco más de lo
que realmente
sabemos.”
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do, los astrónomos, los
pilotos de prueba, los tasa-
dores del suelo, los maes-
tros de ajedrez, los físicos,
los matemáticos (cuando
se ocupan de problemas
matemáticos, no de proble-
mas empíricos), o los con-
tables. Expertos que tien-
den a ser… no expertos
son los agentes de Bolsa,
los responsables de admi-
sión en las universidades,
los jueces, los concejales,
los analistas financieros,
los profesores de econo-
mía, los politólogos, o los
“expertos en riesgo”. Por
ejemplo, todos los estudios
formales y exhaustivos que
analizan la capacidad de
los economistas para pro-
ducir proyecciones fiables
aportan pruebas de que no
poseen la habilidad de pre-
decir; y si poseen alguna
habilidad, sus prediccio-
nes, en el mejor de los ca-
sos, son solo un poco me-
jores que las hechas al
azar, pero no lo bastante
buenas para ayudar en
decisiones difíciles.
Las profesiones que se
ocupan del futuro y basan
sus estudios en el pasado
no repetible tienen un pro-
blema de expertos (con la
excepción del tiempo cli-
mático y los negocios que
impliquen procesos físicos
a corto plazo, no procesos
socioeconómicos). No es-
toy diciendo que quien se
ocupa del futuro no ofrece
nunca información valiosa
(los periódicos pueden pre-
mucho antes. ¿Moraleja?
Cuanta más información
se nos da, más hipótesis
formulamos en el camino,
y peores serán. Se percibe
más ruido aleatorio y se
confunde con información.
El problema es que nues-
tras ideas son pegajosas:
una vez que formulamos
una teoría, no somos pro-
clives a cambiar de idea,
de ahí que a aquellos que
tardan en desarrollar sus
teorías les vayan mejor las
cosas. Cuando nos forma-
mos nuestras opiniones a
partir de pruebas poco sóli-
das, tenemos dificultades
para interpretar la posterior
información que contradice
tales opiniones, incluso si
esta nueva información es
claramente más exacta.
Tratamos las ideas como
si fueran propiedades, por
lo que nos es difícil des-
prendernos de ellas. En
ese sentido, escuchar las
noticias en la radio cada
hora sería mucho peor pa-
ra uno que leer un sema-
nario, porque el intervalo
más largo permite que la
información se filtre un po-
co.
El segundo problema de
que muchas personas que
se dedican a la predicción
caigan en sesgos que ha-
cen inútiles sus prediccio-
nes es que trabajan en
profesiones en las que el
título de “experto” es una
pura invención. Expertos
que tienden a ser expertos
son los tasadores de gana-
decir el horario de los tea-
tros bastante bien), sino
que aquellos que no ofre-
cen un valor añadido tangi-
ble generalmente se ocu-
pan del futuro. Otra forma
de enfocar esta cuestión
es que las cosas que se
mueven son a menudo
proclives al Cisne Negro.
Los expertos son personas
cuyo centro de atención es
muy limitado y que necesi-
tan “tunelar”, es decir, ig-
norar las fuentes de incerti-
dumbre que les son aje-
nas. En las situaciones en
que el tunelaje es seguro,
porque los Cisnes Negros
no son relevantes, al ex-
perto le irá bien. Pero el
problema de la predicción
procede sobre todo del
hecho de que vivimos en
Extremistán, no en Medio-
cristán. Nuestros predicto-
res pueden valer para pre-
decir lo habitual, pero no lo
irregular, y aquí es donde
en última instancia fraca-
san. No podemos ignorar
el autoengaño.
El problema con los exper-
tos es que no saben qué
es lo que no saben (lo
“desconocido desconoci-
do”). La falta de conoci-
miento y el engaño sobre
la calidad de nuestros co-
nocimientos van de la
mano: el mismo proceso
que hace que sepamos
menos también hace que
nos sintamos satisfechos
con lo que sabemos. El
gran problema en muchas
profesiones ha sido la in-
Volumen 01-18
Página 10
Nuestras ideas
son pegajosas:
una vez que
formulamos una
teoría...
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fundamentalmente impre-
decibles. De hecho, en
estadística hay una ley
llamada la ley de expectati-
vas iteradas, que en su
forma más fuerte dice “Si
espero esperar algo en
una fecha futura, entonces
ya espero algo ahora”.
Pensemos en la rueda. Si
somos un pensador históri-
co de la Edad de Piedra al
que se le pide que prediga
el futuro en un informe ex-
haustivo para el planifica-
dor jefe tribal, debemos
proyectar el invento de la
rueda, de lo contrario nos
perderemos prácticamente
toda la acción. Ahora bien,
si pudiéramos profetizar la
invención de la rueda, ya
sabríamos qué aspecto
tiene y, por consiguiente,
sabríamos cómo construir-
la...
La conclusión es que no
sabemos lo que sabremos.
Poincaré fue el primer ma-
temático de renombre que
comprendió y explicó que
en nuestras ecuaciones
hay unos límites naturales.
Introdujo las no linealida-
des, pequeños efectos que
pueden conducir a graves
consecuencias, una idea
que después se hizo popu-
lar como teoría del caos. El
razonamiento de Poincaré
era simple: cuando se pro-
yecta hacia el futuro se
necesita un grado crecien-
te de precisión sobre la
dinámica del proceso que
se está modelando, ya que
el índice de error crece
vasión de la hoja de cálcu-
lo. Cuando la ponemos en
manos de alguien que sa-
be de ordenadores tene-
mos una “proyección de
las ventas” que, sin esfuer-
zo alguno, se proyecta
hasta el infinito. Una vez
que está en una página o
en la pantalla del ordena-
dor o, peor aún, en una
presentación de Power-
Point, la proyección cobra
vida propia, pierde su va-
guedad y abstracción, y se
convierte en lo que los filó-
sofos llaman reificación,
algo investido de la calidad
de concreto; así adquiere
una vida nueva como obje-
to tangible. Tal vez la facili-
dad con que uno puede
proyectar en el futuro
arrastrando celdas en esas
hojas de cálculo sea la
responsable de que los
ejércitos de previsores se
sientan confiados al elabo-
rar previsiones a más largo
plazo (y siempre tunelando
en sus supuestos). En los
aeropuertos hay quioscos
gigantescos con paredes
repletas de revistas. Me
pregunto cuánto tiempo
requeriría leer cada una de
esas revistas. ¿Media vi-
da? ¿Toda una vida? La-
mentablemente, todos
esos conocimientos no
ayudarían al lector a pre-
decir lo que va a ocurrir
mañana. En realidad, po-
drían disminuir su capaci-
dad de previsión. Los su-
cesos históricos y socio-
económicos o las innova-
ciones tecnológicas son
rápidamente. Poincaré ex-
plicó todo esto con un
ejemplo muy sencillo, co-
nocido como el “problema
de los tres cuerpos”. Si en
un sistema solar solo tene-
mos dos planetas, sin na-
da más que afecte a su
curso, entonces se puede
predecir indefinidamente el
comportamiento de ambos
planetas sin ningún proble-
ma. Pero añadamos un
tercer cuerpo, por ejemplo
un cometa, muchísimo
más pequeño. Inicialmen-
te, el tercer cuerpo no ten-
drá efecto alguno; des-
pués, con el tiempo, sus
efectos sobre los otros dos
cuerpos pueden ser explo-
sivos.
Pequeñas diferencias en la
situación de ese diminuto
cuerpo al final determina-
rán el futuro de los gran-
des y poderosos planetas.
La explosiva dificultad de
la predicción se debe a
que los mecanismos se
complican, aunque sea un
poco. Nuestro mundo es
mucho más complicado
que el problema de los tres
cuerpos. Estamos ante lo
que se llama un sistema
dinámico; y el mundo es
un sistema demasiado di-
námico. Se dice a menudo
que “de sabios es ver venir
las cosas”. Tal vez el sabio
sea quien sepa que no
puede ver las cosas que
están lejos. ¿Por qué es-
cuchamos a los expertos y
sus predicciones? Una
posible explicación es que
Volumen 01-18
Página 11
“la proyección
cobra vida
propia, pierde su
vaguedad y
abstracción..”
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pinceles y la tiró contra el
cuadro. En el punto en que
dio la esponja quedó una
representación perfecta de
la espuma. Esto mismo se
puede generalizar a la vi-
da: debemos maximizar la
serendipia (los accidentes
positivos) que nos rodea.
2.- Combinar “aventura” y
“seguridad”. Si somos
conscientes de nuestra
vulnerabilidad frente a los
errores de predicción, y si
aceptamos que la mayor
parte de las “medidas de
riesgo” son incompletas
debido al Cisne Negro,
nuestra estrategia debe
mostrarnos tan hipercon-
servadores e hiperagresi-
vos como podamos. Así,
por ejemplo, en lugar de
destinar el dinero a inver-
siones de un supuesto
“riesgo medio” que nadie
puede decir con seguridad
lo que es, deberíamos co-
locar una parte, digamos
que entre el 85-90 %, en
instrumentos extremada-
mente seguros, por ejem-
plo las letras del Tesoro. El
restante 10-15 % lo colo-
caríamos en apuestas ex-
tremadamente especulati-
vas, en especial carteras
de capital de riesgo. En
vez de correr un riesgo
medio, correríamos un
riesgo elevado por un lado,
y ninguno por el otro. El
promedio sería un riesgo
medio, pero este constitui-
ría una exposición positiva
al Cisne Negro.
3.- Aprovecharse del
la sociedad descansa so-
bre la especialización, la
efectiva división de los co-
nocimientos. Uno no se
matricula en la Facultad de
Medicina en el momento
en que se encuentra con
un grave problema de sa-
lud; es más económico (y
desde luego más seguro)
consultar a alguien que ya
lo haya hecho. Los médi-
cos escuchan a los mecá-
nicos (no por cuestiones
de salud, sino cuando tie-
nen problemas con el co-
che); los mecánicos escu-
chan a los médicos. Tene-
mos una tendencia natural
a escuchar al experto, in-
cluso en campos en los
que es posible que estos
no existan.
Qué hacer si no pode-
mos predecir
Saber que no podemos
predecir no significa que
no nos podamos beneficiar
de la impredecibilidad. Hay
muchas cosas que hacer,
siempre y cuando seamos
conscientes de los límites
de la predictibilidad com-
pleta. Veamos algunas de
ellas.
1.- El accidente positivo.
Sexto Empírico cuenta la
historia de Apeles el pintor,
quien cuando estaba pin-
tando un caballo, quiso
pintar también la espuma
de su boca. Después de
intentarlo con denuedo, se
rindió y, presa de la irrita-
ción, tomó la esponja que
empleaba para limpiar los
“nadie sabe nada”. Se dice
que el legendario guionista
William Goldman gritaba:
“Nadie sabe nada” cuando
se refería a la previsión de
ventas de las películas.
Pero el lector se podrá pre-
guntar cómo alguien de
tanto éxito como Goldman
puede calcular lo que con-
viene hacer sin formular
predicciones. La respuesta
es que Goldman sabía que
no podía prever los suce-
sos individuales, pero era
muy consciente de que lo
impredecible, concreta-
mente el hecho de que una
película fuera un éxito, le
reportaría unos grandísi-
mos beneficios. Los nego-
cios de mayor éxito son
precisamente aquellos en
que se sabe trabajar con la
impredecibilidad inherente,
e incluso explotarla. Debe-
mos aprender a distinguir
entre aquellos empeños
humanos en los que la ca-
rencia de predictibilidad
puede ser (o ha sido) ex-
tremadamente beneficiosa,
y aquellos en los que la
incapacidad de entender el
futuro fue perjudicial. Hay
Cisnes Negros tanto positi-
vos como negativos. Wi-
lliam Goldman estaba en el
negocio del cine, un nego-
cio de Cisne Negro positi-
vo. Ahí la incertidumbre
compensaba de vez en
cuando. Un negocio de
Cisne Negro negativo es
aquel en que lo inesperado
puede golpear con fuerza y
herir de gravedad. Si tra-
bajamos en el ejército, en
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Los negocios de
mayor éxito son
precisamente
aquellos en que
se sabe
trabajar con la
impredecibilidad
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nos más vulnerables a los
que no hemos previsto;
más vale invertir en estar
preparados.
5.- Aprovechemos cual-
quier oportunidad, o cual-
quier cosa que parezca
serlo. Las oportunidades
son mucho más raras de lo
que pensamos. Los Cisnes
Negros positivos tienen un
primer paso obligatorio:
debemos estar expuestos
a ellos. Muchas personas
no se dan cuenta de que
han tenido un golpe de
suerte cuando lo experi-
mentan. Si un gran editor,
un ejecutivo de la industria
cinematográfica o un céle-
bre banquero nos sugiere
una cita, deberíamos can-
celar cualquier cosa que
hayamos planeado porque
es posible que nunca más
tengamos una oportunidad
como esa. Trabajemos con
ahínco, no en algo pesado,
repetitivo o mecánico, sino
en perseguir esas oportu-
nidades y maximizar la
exposición a ellas.
Todas estas recomenda-
ciones tienen un punto en
común: la asimetría. Pen-
semos en las situaciones
donde las consecuencias
favorables sean mucho
mayores que las desfavo-
rables. Nunca llegaremos
a conocer lo desconocido
ya que, por definición, es
desconocido. Sin embargo,
siempre podemos imaginar
cómo podría afectarme, y
sobre este hecho debería
basar mis decisiones. Des-
los seguros contra catás-
trofes o en la seguridad
nacional, solo nos enfren-
tamos a inconvenientes.
Asimismo, si estamos en la
banca y en las entidades
de crédito, es previsible
que los resultados sorpre-
sa nos sean negativos.
Prestamos dinero y, en el
mejor de los casos, recu-
peramos el préstamo; pero
podemos perder todo el
dinero si el prestatario fa-
lla. En caso de que el pres-
tatario alcance un gran
éxito económico, no es
previsible que nos ofrezca
un dividendo adicional.
Además del cine, otros
ejemplos de negocios de
Cisne Negro positivo son
algunos sectores de la edi-
ción, la investigación cien-
tífica y el capital de riesgo.
En estos negocios, uno
pierde poco para ganar
mucho. Tenemos poco que
perder por libro y, por razo-
nes completamente ines-
peradas, cualquier libro
dado puede despegar.
4.- No busquemos lo preci-
so ni lo local. El gran des-
cubridor que fue Pasteur,
quien dio con la idea de
que la suerte favorece a
los preparados, compren-
dió que uno no busca algo
concreto cada mañana,
sino que trabaja con ahín-
co para permitir que la
contingencia entre en su
vida profesional. Asimis-
mo, no debemos intentar
predecir Cisnes Negros
precisos; eso suele hacer-
conozco las probabilidades
de que se produzca un
terremoto, pero puedo ima-
ginar cómo afectaría a San
Francisco si se produjera.
Esta idea según la cual
para tomar una decisión
tenemos que centrarnos
en las consecuencias (que
podemos conocer) más
que en la probabilidad (que
no podemos conocer) es la
idea fundamental de la
incertidumbre.
Sobre esta idea se puede
construir toda una teoría
general de la toma de deci-
siones. Todo lo que hay
que hacer es mitigar las
consecuencias.
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No busquemos
lo preciso ni lo
local.
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