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El andaluzpolifacético

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El andaluzpolifacéticoAcercamientos desdela comunicacióny la didáctica

Edición a cargo de Marek Baran

Wydawnictwo Uniwersytetu Gdańskiego

Gdańsk 2018

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El andaluzpolifacéticoAcercamientos desdela comunicacióny la didáctica

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Gdańsk 2018

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Recenzja / Evaluaciónprof. zw. dr hab. Wiaczesław Nowikow

Korekta techniczna / Edición técnicaKatarzyna Jopek

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Skład i łamanie / Composición tipográfica y maquetaciónMariusz Szewczyk

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de Filología Románica de la Universidad de Gdańsk

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ISBN 978-83-7865-755-2

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Prólogo | 7

Francisco García MarcosEl Andaluz Culto Medio en el horizonte de la planificación lingüística andaluza | 9

Rafael Jiménez Fernández, Manuel Francisco Romero OlivaPronunciación andaluza: modos y tendencias sociocomunicativas. Una propuesta para la enseñanza de E/LE | 31

Francisco García MarcosUna lectura caotológica de la vida lingüística: a propósito de algunas soluciones andaluzas a /tr/ y //t͡ʃ// | 53

Mirosław TrybiszLa descripción lexicográfica de los regionalismos andaluces en el Diccionario de la Lengua Española de la RAE | 75

Joanna DrzazgowskaAlgumas observações acerca dos arabismos no português europeu | 87

Paula Rivera Jurado, José Manuel Vargas SánchezLa variedad dialectal andaluza en la didáctica de ELE: una propuesta didáctica desde las obras de autores andaluces | 99

Ester Trigo Ibáñez, Pablo Moreno Verdulla¿Quién fue Lorca? Aprendiendo cultura y geografía andaluza: una visión desde la educación literaria en España | 109

Nora OrłowskaIdeas para hacer teatro en la clase de ELE a partir de Bodas de sangre de Federico García Lorca | 123

Milagrosa Parrado CollantesUna propuesta didáctica del poeta Carlos Edmundo de Ory | 139

Marek BaranLa oralidad andaluza a través del concepto de ethos comunicativo | 151

ÍndiceÍndice

Índice

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Prólogo

PrólogoPrólogo

El andaluz sigue despertando un enorme interés por numerosas cuestiones vin-culadas con su estatus, sus variedades, sus rasgos internos, así como con la (auto)conciencia que los propios andaluces tienen de su(s) habla(s). En esta ocasión, nos gustaría profundizar en algunos de estos temas, ofreciendo, además, una óptica que pretende privilegiar la dimensión social y comunicativa de la realidad lin-güística andaluza. Sin menospreciar la geolingüística y la geodialectología anda-luzas, nuestra modesta ambición se traduce en acentuar las miradas de índole sociolingüística, discursiva y didáctica. Estamos convencidos de que la propuesta así formulada cumple, al menos en parte, el postulado del Prof. Francisco García Marcos, quien propone concebir el mundo lingüístico de Andalucía en términos de mesocomunidades de habla, es decir, en términos de conjuntos que forman parte de una comunidad lingüística mayor y que, a la vez, integran diversas comunida-des de habla. Nos parece una línea interpretativa interesante que ofrece un autén-tico hilo integrador. Seguirla brinda la oportunidad de no reducir el panorama idiomático andaluz al eterno debate sobre sus rasgos diferenciadores. La realidad que nos interesa y a la que tratamos de acercarnos, también por medio del pre-sente volumen, nos parece extremadamente rica, polifacética. Por eso, deseamos concebirla como una realidad viva y, sobre todo, vivida por los propios hablantes, que a través de su lengua no solamente afirman y reafirman su(s) identidad(es), sino que también actúan y coactúan en diversos espacios sociales. Se trata de una realidad que, además, se nos presenta como digna de ser conocida y reconocida en otros ámbitos lingüísticos y culturales. Por ese motivo, entre los distintos estu-dios que forman parte de este libro, incluimos varias propuestas didácticas centra-das en la difusión de la modalidad andaluza y de la literatura nacida en esta región que tanto nos intriga y nos fascina.

Mi más profundo agradecimiento a todos los colegas que han contribuido en este volumen. ¡Gracias, amigos!

Desde la costa báltica polaca, mandamos al mundo un brillante reflejo de la luz andaluza.

Marek Baran

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Francisco García Marcos

Francisco García MarcosUniversidad de Almería

El Andaluz Culto Medio en el horizonte de la planificación lingüística andaluza

El Andaluz Culto Medio en el horizonte…

ResumenEste trabajo se ocupa del Andaluz Culto Medio, la variedad interna del dialecto que ya está presente en los estilos formales. Esa variedad es el resultado de un proceso de convergencia sociolingüística. Asimismo, también es el resultado de un proceso histórico que ha dignificado la cultura andaluza y sus manifestaciones. Por último, ha de ser la base que sustente la futura planificación lingüística en Andalucía.

AbstractThis work deals with Andaluz Culto Medio, the internal variety of the dialect that is already present in formal styles. The Andaluz Culto Medio is the result of a process of sociolinguistic convergence. It is also the result of a historical process which has dignified the Andalusian cul-ture and its manifestations. Finally, it has to be the base that sustains the future linguistic plan-ning in Andalusia.

El andaluz en la historiografía lingüística hispánicaEl andaluz lleva más de un siglo llamando la atención de los especialistas, desde el omnipresente y renombrado Die Cantes flamencos de Schuchardt (1881), referen-cia infatigable en los estudios lingüísticos sobre Andalucía. Destaca igualmente lo persistente de ese interés inaugurado por el romanista alemán, un interés que se ha renovado con el transcurso del tiempo, incorporando periódicas aportacio-nes desde nuevos enfoques, nuevas metodologías y nuevos datos. Tras la romanís-tica, también se aproximaron a la realidad lingüística andaluza los geolingüistas y dialectólogos, los estudiosos del coloquio y la lengua hablada y, más moder-namente, la sociolingüística o el análisis del discurso. Hay, por tanto, un bagaje bibliográfico probablemente mayor al dispensado a otras variedades y dialectos del español peninsular que, en no poca medida, ha trascendido más allá de la lin-güística estricta, integrándose dentro de la mentalidad social acerca de la situación

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idiomática andaluza. A fin de cuentas esa era una de las encomiendas que Fishman (1972) reservaba para los profesionales de la lingüística; el ser guardianes de la len-gua, o lo que viene a ser lo mismo, el fijar y promover patrones de ejemplaridad lingüística que, finalmente, terminaran calando en el imaginario social. Como se verá, Andalucía ha aportado ejemplos muy elocuentes a esa idea fishmaniana.

Casi con toda certeza no existe una razón única y exclusiva que explique tanta actividad lingüística en torno al andaluz, sino que, como suele ser habitual, han coincidido varios factores en tal dirección, máxime por el lapso temporal transcu-rrido desde 1881 hasta hoy. Cuando Schuchardt llega a España en 1875, los Cuentos de la Alhambra de Washington Irving llevaban más de cuatro décadas publicados1. El bandolerismo, el cromatismo de sus tierras, su exotismo oriental heredado del pasado árabe y precisamente el flamenco fueron los cuatro grandes tópicos desde los que el credo romántico entendió Andalucía y la convirtió en una referencia internacional. También su forma de hablar, esa seducción de usos diferenciados del español normativo, con perfiles lingüísticos ciertamente acusados y singulares. A ello se sumó un retraso económico endémico, predominantemente rural hasta el último tercio del siglo XX, que terminó por convertir a Andalucía en una espe-cie de depósito vernacular, en un lugar idóneo donde encontrar raíces culturales profundas y antiguas, recubiertas además de un gracejo que parecía consustancial a los andaluces. Los literatos fomentaron ese clisé2 antes que nadie y con mani-fiesta intensidad, por descontado, si bien los propios lingüistas tampoco fueron por completo ajenos a ello. Zamora Vicente (1968) en una obra tan emblemática como su Dialectología española, manual en el que se han formado generaciones y generaciones de hispanistas, no vaciló en caracterizar el andaluz en función de su gracejo y alegría.

1 Por referirme a un texto en gran medida emblemático que, en todo caso, forma parte de una profusa genealogía, casi de un género literario. Alberich (1987) cita más de 124 libros de viajes sobre Andalucía, solo de autores ingleses, durante la primera mitad del siglo XIX. El listado se amplía y diversifica ya a finales de la centuria, cuando Foulché-Delbosc edita su histórica bibliografía sobre los viajeros decimonónicos y sus publicaciones relacionadas con la Península Ibérica. El romanticismo, en todo caso, parece que intensificó una tendencia ya conocida desde el Siglo de Oro. De hecho, Caro Baroja (1946) señala que en aquella época, durante el clasicismo áureo, popularismo y andalucismo eran términos casi equivalentes.

2 Que ha circulado habitualmente, tanto en la literatura como en el cine, fuera y dentro de Andalucía. Los hermanos Álvarez Quintero (Utrera, Sevilla), comediógrafos del primer tercio del siglo XX, son un ejemplo prototípico de cuanto digo. A pesar de su tipismo, consi-guieron que sus obras fueran representadas incluso en América, indicio de que la vis cómica andaluz circulaba con éxito entre el público, más allá incluso de sus fronteras inmediatas.

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El ambiente contextual, objetivo o no, había establecido unos trazos muy acu-sados; la tradición científica también desde finales del siglo XIX. Continuar por ese camino no comportaba excesivos inconvenientes, como de hecho hizo la lin-güística española ya en el mismo arranque del siglo XX3. En su primera mitad se firman referencias clásicas en el tratamiento dialectológico de la caída de la /-s/ en la zona oriental, de la /e/</a+s/ o, entre otros, del vocabulario andaluz de Alcalá Venceslada. Se realizan, asimismo, aportaciones metodológicas de auténtico calado internacional. Como recordaba Boller (1988), la espectrografía aplicada al análisis de la variación dialectal se inicia en Andalucía cuando Navarro Tomás examina el vocalismo oriental, acudiendo a técnicas espectrográficas de indudable van-guardia en aquellos momentos. Y, en fin, el Atlas Lingüístico de la Península Ibérica (ALPI), como no podía ser de otra forma, contempló igualmente la inexcusable área andaluza4. Transcurrida la contienda bélica española, toma el relevo la geolingüís-tica, en lo que no deja de ser una curiosa regresión epistemológica. La secuencia internacional había mantenido la dirección justamente opuesta: la geolingüística (Ascoli, Gillièron, Meringer) había sustentado el posterior desarrollo de la dia-lectología (Popp, Lüdtke, Dauzat). España, en principio, mantiene esa secuencia.

3 Me refiero a la lingüística en sentido estricto, continuadora de la escuela neogramática española, activa a finales del XIX. Otra cosa será la tradición filológica heredada de Menéndez Pelayo, inclinada hacia otras cuestiones de carácter historicista, o en parte literarias, siem-pre en todo caso fuera de los modelos nucleares que iba aportando la vanguardia disciplinar en aquel tiempo. El que, sobre todo a partir de 1939, la rama filológica terminara hegemo-nizando el panorama de la lingüística española no borra la existencia de esa otra corriente, mucho más homologada con lo que sucedía en el resto del mundo científico, que contaría con figuras como Navarro Tomás, Gili Gaya o, entre otros, Alarcos Llorach. Sobre todo ello me he ocupado con más detalle en García Marcos (2005).

4 El ALPI tuvo una singladura ciertamente desafortunada, por momentos cruel, en lo cien-tífico y hasta en lo personal. Propuesto por Menéndez Pidal en 1914, fue sin embargo un lin-güista como Navarro Tomás quien decidió acometerlo, siendo acogido en 1931 por el Centro de Estudios Históricos, uno de los emblemas de la entonces naciente II República Española. Cuando estalla la Guerra Civil en 1939 ya había sido recogido el 90% de las encuestas. Sin embargo, la obra no se puede finalizar. Navarro Tomás ha de exiliarse, llevándose con él los materiales y su equipo de investigación sufre serios contratiempos. Aníbal Otero, el coor-dinador de la zona norte peninsular, es acusado de espionaje por las tropas franquistas en 1936 al encontrar notación fonética en sus cuadernos de campo. Condenado a muerte, le será con-mutada la pena, aunque no la cárcel, en la que permanecerá hasta 1941. En 1951 los materia-les vuelven a Madrid, al CSIC, para ser editado su primer tomo más de una década después, en 1962. El resto de la obra se paraliza y se dispersa, hasta que entre 1999 y 2001 Heap (Western University Ontario) consigue recopilarlos y editarlos. Hoy, gracias al celo de Heap, están dis-ponibles incluso electrónicamente.

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Un historiador con preocupaciones geolingüísticas y filológicas (Menéndez Pidal) concibe el ALPI que años más tarde desarrollará un fonetista estructuralista, con sólida base dialectológica (Navarro Tomás). Lo que sucede después, como digo, no deja de ser una regresión científica, que invoca reiteradamente los estudios de pala-bras y cosas, propósito declarado y manifiesto del Atlas Lingüístico y Etnográfico de Andalucía (ALEA) en 19615. A partir de ahí, por cierto, la bibliografía española acuña –y mantiene, incluso hasta nuestros días– una curiosa equivalencia entre geolingüística y dialectología, a menudo empleados como términos prácticamente sinónimos. Hasta tal punto es así que, incluso en nuestros días, dentro de una guía para estudiantes de secundaria disponible en Internet, Infante Moraño (2009) se refiere a “la modalidad lingüística andaluza, que también recibe los nombres de andaluz, habla andaluza o hablas andaluzas”.

Por todo ello, a la vista de tal simultaneidad conceptual y terminológica, con-sidero oportuno aplicar el término “geodialectología” a esa singularidad histórica de la lingüística española. Soy consciente de que en el contexto internacional sería una nomenclatura incluso reiterativa, también en gran medida fuera de lugar. Sin embargo, para el caso que ocupa aquí a mi juicio refleja la excepcionalidad de los patrones teóricos adoptados.

En todo caso, al margen de las cuestiones historiográficas y terminológicas, esa tardía geolingüística sobre Andalucía, la geodialectología, resultó especialmente prolífica, culminando en el Atlas Lingüístico y Etnográfico de Andalucía (ALEA), apadrinado y coordinado por Alvar (1961). En el mismo intervinieron sus más directos colaboradores (Llorente y Salvador), convirtiéndose en el punto de par-tida de numerosas investigaciones basadas en sus datos6. Más adelante, el interés por la realidad lingüística andaluza derivará hacia los estudios sobre el español hablado en Andalucía que, no por completo desvinculados de un evidente poso dialectal, incidirán en el acento sobre el coloquio y la conversación.

Tan prolongado y profusa actividad, terminó desarrollando –e imponiendo de manera subsidiaria–, más que una serie de principios sobre el andaluz, una autén-tica mentalidad, con fehaciente proyección más allá de los círculos estrictamente académicos, tal y como he apuntado hace un instante al referirme a los guardines de la lengua. Recogía parte de lo que habían sido lugares comunes en la bibliogra-fía precedente, ensamblándolos dentro de una visión bastante monolítica acerca

5 Los estudios de palabras y cosas se había fundado oficialmente más de medio siglo antes, en 1909, fecha en la que Meringer pone en circulación la revista Wörter und Sachen.

6 Cfr., entre un listado obviamente mayor, los estudios de De Molina (1971), Fernández-Sevilla (1975), Salvador Salvador (1978) o Mondéjar (1970).

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de qué son las lenguas y de cómo las sociedades responden a ellas. En ese sentido, al margen de su mayor o menor consistencia científica, indudablemente la geo-dialectología desarrolló un influjo evidente, y hasta cierto punto nuevo –al menos en intensidad– sobre Andalucía y su vida lingüística. Combinando viejas constan-tes y nuevas acuñaciones propias, terminó articulándose un auténtico credo lin-güístico, sustentado sobre cuatro grandes criterios:

1– El primero, el más básico aunque no por ello menos matizable, considera que Andalucía constituye un marco dialectal, de base geográfica, dentro del conjunto del español peninsular y, por ende, del español en general.

2– Ese dialecto geográfico, en su conjunto, quedaría definido por un marcado carácter diferenciador respecto del supuesto núcleo histórico de la lengua, ubicado para estos autores en el español castellano. La amplitud atribuida a esa cesura lingüística movió a honda preocupación entre los geodialec-tólogos, convencidos de que el andaluz, sobre todo en su versión oriental, contenía un enorme potencial disgregador para el conjunto de la lengua, llegando incluso a pensar que podía amenazar su unidad.

3– Paradójicamente, se fomentó una visión atomística y muy fragmentada de  la realidad lingüística andaluza, amalgamada en torno al concepto de hablas andaluzas. Ese potencial tan idiomáticamente corrosivo, en todo caso, para los geodialectólogos procedería de un mapa lingüístico surcado por múltiples realizaciones locales que, en última instancia, hacían cues-tionar seriamente su unicidad. Encontraban diferencias de toda clase –de inventario, de realización, de tendencias lingüísticas– a lo largo y ancho de Andalucía. Justo por eso preferían eludir su consideración como un solo dialecto, proponiendo que por el contrario constituían una mera suma de hablas.

4– Por último, con independencia de su estatus dialectal, para estos autores la Andalucía lingüística suponía una deformación idiomática, en tanto que se apartaba del referente normativo situado en el castellano. La transcrip-ción social de ese planteamiento, como se verá más adelante, solo podía conducir a una palpable estigmatización lingüística.

A partir de los años 80 se incorporan otras perspectivas lingüísticas más con-temporáneas que, entre otras cosas, estaban destinadas –voluntaria o involun-tariamente– a matizar en profundidad, tanto el diagnóstico lingüístico de los geodialectólogos, como sus derivaciones sociolingüísticas. No quiero decir, entién-daseme bien, que surgiesen con ese propósito manifiesto de partida. Pero, al mismo tiempo, es evidente que sus datos completaron de manera más exigente la radio-grafía lingüística andaluza, alejándose de ella los tintes tenebristas y, sobre todo,

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homologándola a los comportamientos observables en el panorama internacional. Sus datos por fuerza habían de incidir, directa o indirectamente, en la considera-ción social del andaluz acuñada en el período anterior y, a fin de cuentas, iban a terminar replanteando de forma radical la visión de la Andalucía lingüística; también su consideración social.

En la segunda mitad de esa década Bellón (1982; 1988) partió temáticamente de la oralidad andaluza, aunque proyectándola hacia lo que hoy sería el análisis crítico del discurso, en lo que constituyó una aportación realmente precursora. Bellón, además, mantuvo muy claro el horizonte de aplicación de los datos lin-güísticos sobre la enseñanza de la lengua materna, inaugurando otra página poco menos que desconocida hasta aquel momento. A partir de ese momento se incor-poraron también las primeras investigaciones sociolingüísticas, fijando el prolegó-meno de lo que sería un enfoque que ha ofrecido interesantes resultados en y desde Andalucía. Surgió, además, en una especie de poligénesis científica, que encuentra sus primeros orígenes, casi simultáneos, en Sevilla (con la serie sobre Sociolingüística andaluza7 a partir de 1981; Carbonero 1981; 1985) y Granada (Bellón 1982), para trasladarse muy pronto a la Costa Granadina (García Marcos 1987) o el vocalismo andaluz (Villena 1987). En la plena consolidación de la sociolingüística andaluza, desde luego, fue crucial la intervención en 1984 de López Morales, con un trabajo que examinaba el llamado desdoblamiento fonológico del andaluz oriental, uno de los emblemas de la escuela precedente. Según la lectura geodialectal, la caída de la /-s/ implosiva ocasionaba la irremediable pérdida de la marca fonológica de plural y de segunda persona verbal. Ese era un problema únicamente orien-tal, dado que en la mitad occidental de Andalucía no se registraba un completo /Ø/ fonético, sino diversos grados de aspiración de la consonante. Para solventar la carencia de la marca fonológica, el andaluz oriental habría desdoblado su sis-tema vocálico. Junto al conocido triángulo del castellano estándar para el singular, coexistiría otro subsistema de vocales abiertas o alargadas encargadas de las mar-cas fonológicas. Esa solución, amén de la discusión sobre su exacta configuración, se postulaba como homogénea y uniforme para todos los hablantes de la zona. López Morales demuestra empíricamente que no es así, que en varias poblaciones granadinas, en realidad, no solo coexisten realizaciones aspiradas y abiertas/alarga-das, sino que además ese conjunto de variación se encuentra sociolingüísticamente

7 Sociolingüística andaluza arranca con un volumen editado por Lamíquiz y Carbonero en 1981, manteniendo una encomiable continuidad que perdura hasta nuestros días. En 2013 se edita el decimosexto volumen en lo que ha sido todo un emblema de esta corriente en lin-güística en Andalucía.

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distribuido. El diagnóstico de López Morales fue confirmado –de nuevo empírica-mente– en posteriores investigaciones sobre la Costa Granadina y Almería (García Marcos 1987; 1999). Más allá de la discusión puntual sobre el llamado desdobla-miento fonológico, la propuesta de López Morales mostró las serias limitaciones descriptivas de la metodología geodialectal. En consecuencia, hizo imperioso tam-bién recabar nuevos datos que atendieran mejor y de manera más eficiente a la com-plejidad intrínseca de la vida de las lenguas, para lo que resultaba imprescindible incorporar esa nueva perspectiva de análisis. A partir de ese momento, se ha ido completando un nuevo mapa sociolingüístico de Andalucía, actividad de la que ha dado solvente cuenta (Villena 2001). Precisamente ha sido el propio Villena, con su núcleo de investigadores de la Universidad de Málaga, el encargado de realizar la aportación teórico-metodológica más enjundiosa de la sociolingüística andaluza, depurando de manera excelente los estudios sobre redes sociolingüísticas que les han permitido analizar con detalle el vernáculo malagueño (García Marcos 2015).

A partir de parámetros sociolingüísticos, desde luego, además de pertinente, resulta poco menos que inevitable plantearse cuál era la relación del andaluz con el resto de la comunidad lingüística hispánica, dónde cabría fijar sus límites, cuáles podrían ser sus dominios de uso y, en definitiva, como debería articularse todo ello en una planificación lingüística razonable. Esa es la página actual que está escri-biendo la lingüística sincrónica en Andalucía, o cuando menos una parte de ella, con un elemento tan discutido como crucial para la resolución eficiente de esos nuevos cometidos: el llamado Andaluz Culto Medio (ACM). Solo que antes de adentrarse a debatir cuáles pueden ser algunos de esos parámetros y que rol sociolingüístico debería desempeñar el ACM, parece inexcusable tratar de aclarar todos los inte-rrogantes que todavía quedan pendientes de etapas anteriores.

El marco sociolingüístico del andaluz. ¿Dialecto vs. hablas?Los propios dialectólogos, al menos los que abogan por una versión más actuali-zada de sus planteamientos, desconfían severamente de una delimitación única-mente espacial del concepto de dialecto. Prefieren, con razonable prudencia, hablar de haces de isoglosas. Estas no suelen empezar y terminar dentro de ese imagina-rio límite espacial, sino que lo atraviesan, manteniendo sus rasgos en otras áreas. Quiere ello decir, por tanto, que el dialecto vendría a configurarse a partir de la coe-xistencia de un conglomerado de fenómenos que, en todo caso, no son privativos ni exclusivos de una determinada zona concreta. De manera que, de entrada y desde postulados teóricos más actualizados, la idiosincrasia exclusivamente espacial que postularon los geodialectólogos resulta, cuando menos, bastante cuestionable.

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Los hechos objetivos, por descontado, apuntan en esa dirección de manera bastante firme, circunstancia que por lo demás tampoco pasó desapercibido para estos autores, lo que debilita ciertamente sus posiciones. Las isoglosas que surcan Andalucía no suelen ser privativas de ella. La /-s/ y otras consonantes implosivas caen igualmente en otros puntos del vasto dominio hispánico, tanto en la Península como en América, compartiendo por lo demás variantes. El yeísmo, en diversas ver-siones y grados de intensidad, se ha generalizado en prácticamente toda la comuni-dad lingüística, sin diferencia ya de registros o estratos sociales. Como igualmente se constatan en algunas áreas hispánicas otros fenómenos de variación fónica que aparecen en Andalucía, caso de la velarización de /x/ o los rotacismos /r/-/l/, por no extenderme en un listado innecesariamente prolijo y reiterativo. Mención aparte merece el seseo, por completo generalizado fuera de la Península, donde la dis-tinción /s/-/θ/ subsiste casi como un vestigio en trance de inevitable extinción. Andalucía, en todo caso, tampoco es zona por completo distinguidora. De hecho, tan solo su área oriental mantiene esa distinción, y tampoco de forma uniforme. Esas isoglosas fónicas, por otra parte, en muchas ocasiones seguían viejas líneas evolutivas ya confirmados en la Romania. Los ejemplos del seseo o de la caída de las consonantes implosivas son clásicos dentro de la Romanística. En cuanto a la gramática, los propios geodialectólogos insistieron en que el andaluz prácti-camente no se apartaba de la norma española común. En Andalucía se consigna-ron realizaciones que, o bien formaban parte de los registros bajos peninsulares en general (“me se” < “se me”), o bien participaban de nuevo en isoglosas dispersas más allá de los límites andaluces (caso del diminutivo “-ico”)8. Por lo que respecta al vocabulario, en principio uno de los grandes albaceas de vernacularidad idio-mática, en el fondo muestra una situación análoga a la comentada para la fonética y la gramática. Las investigaciones andaluzas sobre léxico disponible9, por ejem-plo, han documentado una ostensible homogeneidad interhispánica en aquellas áreas léxicas más habituales y comunes en las interacciones idiomáticas cotidia-nas. No había, por tanto, una radical contraposición de inventario, al menos en las áreas más comunes. Fuera de la estricta disponibilidad léxica, simplemente muchos supuestos localismos lo son únicamente en apariencia, como por lo demás sucede en cualquier comunidad de habla o en cualquier ámbito dialectal de no importa qué

8 La  geografía de  “-ico” se  extiende por todo el  oriente del dominio hispanófono de la Península, desde Andalucía hasta el norte de Aragón.

9 La disponibilidad léxica andaluza realiza sus primeras incursiones en torno al año 1992 en el Seminario de Sociolingüística, organizado en el campus almeriense por el área de Lingüística General, aunque no será hasta tres años después cuando plasme formalmente su proyecto (López Morales y García Marcos 2005).

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lengua ni qué lugar. La conciencia de los hablantes atribuye carácter idiosincrásico y vernacular a términos que, sin embargo, forman parte también de los reperto-rios verbales de otras latitudes. Andalucía, una vez más, tampoco es una excepción al respecto. El “auto” que emplean algunos hablantes mayores en Diezma (Granada) está ampliamente extendido en América (más que “carro”). Otro tanto sucede con las “alcobas” de Almería, dentro de un listado que podría prolongarse casi inde-finidamente. Por supuesto que el vocabulario está en condiciones de suministrar también un número considerable de contraejemplos, como los que introducirían las consabidas “cuadras” americanas (frente a las “manzanas” peninsulares) o, por descontado, los indigenismos que pueblan parte de la cotidianidad del español del otro lado del Atlántico. Pero esas diferencias, además de que puedan remitir a dia-lectos más o menos delimitados en lo geográfico, sobre todo suelen estar sujetas a procesos de auto-regulación de las comunidades de habla, en la línea de lo mos-trado por la sociosemántica de Ávila (1997).

Así pues, dentro de las fronteras que delimitan Andalucía sucede mucha acti-vidad lingüística ajena al español normativo, solo que esos fenómenos tampoco son privativos única y exclusivamente de ella. El criterio geográfico no es suficiente para sostener la identidad de un dialecto, como principio general de la descripción lingüística, ni en Andalucía, ni en México o La Habana, ni probablemente en nin-gún otro punto del planeta.

Claro que la geodialectología sobre Andalucía a menudo planteó propuestas, junto a sus correspondientes contrapuestas, sin mediar tampoco demasiado tiempo entre ambas. En su lectura sobre la vida lingüística andaluza encontraron aco-modo las tesis diametralmente opuestas a la homogeneidad dialectal. Muy pronto se subrayó también la considerable heterogeneidad del amplio mapa andaluz. Sobre todo a partir de la documentación aportada por el ALEA, esa evidencia quedaría sólidamente documentada. La pérdida de la /-s/ escindía Andalucía en dos sec-tores, al menos aparentemente: uno inclinado hacia la aspiración (el occidental), otro proclive a su completa desaparición, substituyéndola por las ya mencionadas vocales abiertas y alargadas. Otro tanto sucedía con el seseo, aunque al área sevi-llana había que agregar Córdoba, Jaén y parte de la capital granadina. El ceceo, en cambio, recorría el litoral, desde el Poniente almeriense hasta la Costa Atlántica. Ni qué decir tiene que el léxico vuelve a suministrar una cuantiosa casuística. El “escamondar” mediante el que se indica una limpieza a fondo en Villamartín (Cádiz), Priego y Cabra (Córdoba) o Estepona (Málaga), en los Montes Orientales granadinos es sustituido por “espercojar”, mientras que en Almería a esa tarea se le imprime una celeridad particular mediante “alear”.

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Frente a tanta dispersión y falta de unanimidad en las soluciones adoptadas, algunos geodialectólogos retrocedieron respecto de las posiciones de sus maestros, proponiendo la noción de hablas andaluzas para caracterizar esa realidad lingüís-tica, tan diversificada y dispersa. No habría, pues, un dialecto, una forma de emplear el español común a toda la zona geográfica andaluza, sino un conjunto de modali-dades, más o menos relacionadas, aunque suficientemente diferenciadas. De paso esa pretensión, terminológica en primera instancia, pero descriptiva en el fondo, solucionaba otra serie de problemas asociados al andaluz. La desaparición del dia-lecto debería clausurar todas las discusiones vinculadas a su estatus, su relación con el español común o su futuro desarrollo. Si no hay objeto (dialecto) no hay problema (todo lo demás), o al menos esa era la inferencia práctica que se obtuvo de la circulación del concepto de hablas andaluzas.

Claro que, de entrada, el planteamiento teórico en el que se sustentaba la noción de hablas andaluzas tiene más que serios reparos. En realidad, los geodialectólogos se quedaron en el nivel local, el de las comunidades de habla, pero podrían haber continuado su ejercicio discriminador hasta llegar al mismo hablante individual y al conjunto de circunstancias entre las que se desenvuelve. Cualquier comuni-dad humana se estratifica internamente en función de la clase social, la cultura, la edad o, entre otros factores, el sexo. Incluso cada hablante modifica su idiolecto a lo largo de su biografía. Resulta evidente, pues, que existe un continuo que abar-caría desde la lengua, en su nivel más global y abstracto, hasta cada uno de los rin-cones de la biografía de cada persona. El que haya hablas, andaluzas o con cualquier otra adjetivación, no es nada singular ni relevante dentro de ese proceso.

Justo es reconocer que para resolver ese intrincado panorama había que acudir a unas coordenadas epistemológicas radicalmente distintas a las manejadas por la geodialectología López Morales (1989) aportó una distinción que sería crucial para empezar a resolver esta cuestión. Por supuesto que lo animaron preocupaciones generalistas, no sujetas a la particular casuística andaluza, si bien sus planteamien-tos resolvían en gran medida la problemática que estoy comentando ahora. López Morales distinguía con claridad las nociones de comunidad lingüística y comuni-dad de habla. La primera articula a todos los hablantes que comparten una misma lengua, con independencia de que haya –o no– continuidad espacial entre ellos. Quienes hablan español conforman una comunidad lingüística. Dentro de ella coe-xisten diversos subconjuntos, las comunidades de habla, caracterizadas por compar-tir un mismo modelo de prestigio. Caracas, Madrid, Buenos Aires o México, D.F., son otras tantas comunidades de habla. Como lo serán Pedro Martínez (Granada), Aguamarga (Almería), Antequera (Málaga) o Tarifa (Cádiz). De manera que, como

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mínimo, cabe entender las hablas andaluzas como un conjunto de comunidades de habla, sin que ello signifique renunciar a aportar mayores precisiones.

Recientemente (García Marcos 2015), he apuntado que el proceso de subdivisión y articulación de variedades dentro de una lengua no tiene por qué restringirse solo a esas dos magnitudes. Por debajo de las comunidades de habla, aparecen los socio-lectos, las peculiaridades de algunos barrios10, las jergas juveniles, en definitiva, las especificidades lingüísticas grupales a las que acabo de hacer referencia. De igual modo, cabe la posibilidad de que entre las comunidades lingüísticas y las de habla aparezcan subconjuntos que amalgamen varias comunidades de habla que, sin per-der su singularidad lingüística, compartan rasgos y normas con otras integradas dentro de ese ámbito intermedio. Es lo que he llamado mesocomunidades de habla, pretendiendo subrayar esa doble condición: que forman parte de una comunidad lingüística mayor y que, a la vez, integran diversas comunidades de habla. Aunque en apariencia se vuelva a la formulación inicial de dialecto por otro camino, exis-ten diferencias más que sustanciales. Las mescocomunidades de habla no son uni-dades espaciales, trazadas por la escuadra y el compás de los científicos, sino que proceden de dinámicas sociológicas e históricas concretas y tangibles, responsa-bles en última instancia de su existencia.

Andalucía constituye una mesocomunidad de habla bastante bien tipificada. Como tal, no la define la mayor o menor independencia de sus rasgos lingüísticos, el que sean exclusivamente privativos o no de ella, sino la dinámica sociolingüís-tica que ha generado: ha organizado su formalidad comunicativa con sus corres-pondientes asignaciones de variedades, ha admitido diversidad interna dentro de sí misma y, sobre todo, ha desarrollado una personalidad propia derivada pre-cisamente del hecho de ser una comunidad y de reconocerse como tal. En el caso andaluz esa mesocomunidad coincide con una entidad político-administrativa en gran parte, aunque también la trasciende. Dentro de ella deben incluirse igual-mente los hablantes andaluces que han formado parte de la emigración, sobre todo a partir de la década de los 50, así como sus descendientes.

Como toda comunidad sociolingüística –del tipo y grado que sea– posee un dina-mismo consustancial que la lleva a modificarse en mayor o menor medida, a trasfor-mar sus normas y, en definitiva, a reactualizarse conforme a las transformaciones que se vayan registrando en su retícula social. Andalucía no es una magnitud histó-rica estática, sino una realidad social –y por consiguiente sociolingüística– activa.

10 La ciudad de Granada suministra un ejemplo prototípico al respecto. Según sus zonas predomina el seseo, el ceceo o la distinción, siendo el único punto del Mundo Hispánico donde concurren las tres posibles variantes de /s/-/θ/.

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Desde esa perspectiva, plantear y acometer su planificación, más que una virtua-lidad, constituye un imperativo sociopolítico poco menos que inexcusable. Contra los tópicos relativamente habituales en la bibliografía ajena a la sociolingüística, no solo se planifican los dominios con lenguas en contacto. Los ámbitos monolingües también requieren de intervenciones sociales (García Marcos 2015), de naturaleza distinta bien es cierto, aunque no menos necesarias para actualizar sus gramáti-cas, diccionarios y ortografías, para reorganizar su repertorio funcional o, como en el caso del andaluz, también para establecer patrones sociolingüísticos que orga-nicen internamente sus comunidades o mesocomunidades de habla.

El andaluz como una deformación idiomática, potencialmente disgregadora

Tanto en la versión inclinada hacia el dialecto único y compacto, como en la que preconizó una dispersa multiplicidad de hablas, los geodialectólogos compartie-ron la convicción de que todo ello suponía una deformación idiomática. Conforme a la fórmula acuñada por el mismísimo Alvar (1969), el sistema de la lengua se corres-pondería con su norma, de manera que todo lo que quedara fuera de su radio de acción automáticamente implicaría grados diversos de corrupción, más que normativa, idiomática. El argumento no quedaba muy alejado de la visión impe-rante sobre la historia del español manejada por la escuela filológica heredera de Menéndez Pidal. La “cuña castellana”, que resistió la arabización en el norte peninsular durante la Edad Media, habría progresado al par que la Reconquista. De ese modo, por una parte, se impuso a otros dialectos romances (leonés, ara-gonés, riojano, etc.), siguiendo una suerte de ciclo natural, dada la modernidad de sus soluciones. De otro, a medida que se asentó lejos de sus dominios naturales simultáneamente fue deformándose.

La lectura de la secuencia histórica es ya de por sí cuestionable, pero desde luego sus consecuencias teóricas sobre la descripción sincrónica resultan clara-mente no pertinentes. Fuera de la geodialectología española nadie con cierto peso en la lingüística contemporánea ha mezclado –y confundido– dos órdenes clara-mente independientes: el del sistema lingüístico (un hecho estructural) con las consecuencias lingüísticas de una coyuntura histórica y sociocultural (la norma). Dentro del canon estructuralista, el sistema de por sí contenía una importante carga de virtualidad. Era un conjunto de elementos, posiciones, reglas e interre-laciones entre todo ello, que en otro plano más tarde se concretaba en la práctica, en la realización lingüística. Esa era la distancia, y al mismo tiempo la conexión, que De Saussure atribuía a la paradigmática y a la sintagmática. Y, dentro de esta

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