CARLOS CHIMAL BRAVO NUEVO MUNDOla página 32 y este era un signo infalible del oca o gorilcnsc.' ......

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CARLOS CHIMAL BRAVO NUEVO MUNDO " Pla te ro, tú nos ves ¿verda d?" Juan Ramón Jiménez Na cida de una esquelética polea c ámbr ica y un do- mador de s alones pl atere scos, Georgette sudó su prime ra sal hepática a los tres dias del F estiva l Or- giást ico Senat or ial. Los p adre s tejí an un a red tre is- si ana y, al ver la, sus cor azo ne s d ep osita ro n tr es do- cenas de leucocitos y tres más de linfocitos en la plaquet a del recuerdo infantil. S onr ientes, se mira- ron alguna s glánd ulas lacr imal y se sintieron satisfe- chos de h aber e ngendr ado el el DNA más hermoso de la Tierra. La m adre transportó y recogió. Luego no tu vo s que exclamar s uav emente. - La fémina que a mi hog ar arribó una noche de inqu ieto plexus solar será la a ma tista más fina de to dos los gr an os de malta en la América . El padre, conocid o en la región como " Pla tero el Jiménez" , refor zó los nud os que habí an result ad o del nud o met aforizado por sus brazos. Buscaba ab- sorber se en la tiern a femineidad que llena ba su casa para op acar el cr uento y expe ct ant e futu ro de la nación. -S i ella so la fuera la esper an za que necesitamos - ahu ecó sus labios, mayore sym eno res, dejando pasar a su lengu a el viscoso líq ui do sa lado -: si esta niña reflejara en el azur la inut ilidad de la procla- z 25"""0<""' "U" aún más los labios y deslizó su len gua - je r-: SI por un momento detu viera a los cie ntos de cue. rpo s putrefactos que o cup ar án las sillas consti- tuc ionales -respiró evit ando el cont acto con el pelo y cerró los ojos al sentir su boca de spr ovista de saliva virgen. La mañan a hab ía traído tres en orme sb allena sa las playas de la Bahía arte, aplastando las decla- racio nes del gener al, Director del Triun virato As- tr ocíti co que gobern ab a años atrás, re spe cto de la división .en el mayor itario, Acción Oligo- de nd rocita ac io na l, y blandiendo los insis tente rum ores acerca de una proclama que inquietaba a los cultivadores de ma riguana, publicada c land e- ti na men te por " faccio nes factiblem ente fac tor e de subl evación" . El comunicado militar aparecía en la página 32 y este era un signo infalible del oca o gori lcnsc .' Durante el primer día de vida de c orgeue . frente al balcón y m ientra s ob er vaban lo festejo por un ario m ás en la gracia del : tad o, " Platero el Jirn énez" comenzó a habl arle ca a al oí do, ac - ric iand osu pequeñ a y a ún de snud a cabeza. Esto es, comenzar por una cspc ic de e pllcita agitaci ón . por la certidumbre de una uesti n cm- p apad a de escal ofrí os. na noche de i lcnciu que. supongamos, p udría co menza r con tu ca rta . I o la que me enviaste el mes pasado. ni much men os lu últ ima , pobre de se sperad a, sino con la mía. hora. por favor linda. co mencemos por la mía. tan su til. tan fina, y sohre t od o tan llena del odi que e halo sin interrupc ión . na noche que, egún dice Mu- tco, es como cualquier otra. o lo dud o. 11 simpli- cidad y su búsqueda. par ad ój ic ament e. redu cen 11 capacidad de impresión ante lo mara villoso al mi- nimo de sensibilidad. Por otra parte, ni él ni nadie es t á obligado a sentir, mu ha men os a entender , la violencia, el estup or, el ago tamiento de e tu n che. y no qui se arribar de día aquí. a la cavi da d de tu memoria, porque hub iera tenido que pint ar la a- lIes con al iva y co n timidez. arrico na do p or la ur- be . del imitado el cam ino por el trán ito . Preferí afi- liarme a la no che no ob t ante u po ible traición. am inaba hacia aquel viejo rin ón de la irnágene (tu pubi s de tr igo ) y especulaba. con iro nía y rego- cijo. obre la autenticid ad de la confe ión que é- ar me había hecho poc o m inuto ant de p art ir. - He c omprobado - dijo con ati f acc ión - que la Gioconda ha ido ex celentemente repr odu ida por la propaganda c omerc ial. A ello le deberno su enorme popula ridad: Boticelli tamb ién puede estar orgulloso de llevar Levis, Lo miré con e trañeza y bufé parae pul ar mi incom pre ión sin la timarlo . Fu i bru ca ; lo é aho- ra porque en eguida echó a reír, di ipan do u pro- ito de manife tar e más en aquella o a i ón, la última en per ona qu e tcndríamo p or mu ch o ti em po . l. Vease Ravuela, ca pitu lo prescind ibles núm . Carlos Chimal U .. léxico. 195-1 ) coautor del libro compart ido (Ediciones Punto de part ida . .' •1) ) de Uno bomba para Doménica. relato pub licad o por L máq uina de escribir.

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CARLOS CHIMAL

BRAVO NUEVO MUNDO

" Pla te ro, tú nos ves ¿verda d?"J uan Ramón Jiménez

Nacid a de una esquelét ica po lea cámbrica y un do­mador de salones platerescos, G eorgett e sudó suprimera sa l hepática a los tres di as del Festival Or­giástico Sena toria l. Los padres tejí an un a red tre is­siana y, al ver la, sus corazo ne s deposita ro n tr es do­cen as de leu cocitos y tre s más de linfocitos en laplaqueta del rec uerdo infantil. Sonrientes, se mira­ron a lguna s glánd ulas lacr imal y se sintieron sa tisfe­chos de haber engendrado el el D N A más hermosode la T ier ra . La madre tr an sp o rtó y recogió . Luegono tu vo más que exclam ar suavemen te.

- La fémina qu e a mi hogar a rri bó una noche deinquieto ple xus so lar será la a ma tista más fina deto dos lo s gr an os de malta en la América.

El pad re, conocido en la reg ió n como " Pla tero elJ iménez" , reforzó los nud os que habían resultad odel nudo metafor izado por sus br azos. Busca ba ab­sorberse en la tierna femineid ad que llena ba sucasa pa ra opacar el cr uento y expect ante fu tu ro dela nación.

-Si ell a so la fuera la esperanza que necesitamos- ahuecó sus lab ios, ma yores y menores, dejandopasa r a su lengu a el viscoso líq uido sa lado -: si estaniña refl eja ra en el azur la in ut ilid ad de la procla-

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~a - ~brió a ún más los labios y des lizó su lengua­jer-: SI por un momento detuviera a los cientos decue.rpos putrefactos que ocuparán las sillas co nsti­tucionales -respiró evitando el contact o con elpelo y cerró los ojos al senti r su boca desprovistade saliva virgen.

La mañana hab ía tra ído tre s enormes ballenas alas playas de la Bahía arte, a plastando las decla­racio nes del general, D irecto r del Triunvirat o As­tr ocíti co que gobernaba años a trás , respect o de lad ivisión .en el p~rt ido mayoritar io , Acción Ol igo­de nd rocita ac io na l, y blandiendo los insis tenterumores acerca de un a pr oclama que inquietaba alos cultiva do res de ma riguana, publicada clande ­ti na men te por " faccio nes factibl emente fac tore desublevación" . El comunicado militar aparecía enla página 32 y est e e ra un signo infalible del oca ogori lcnsc . '

D urante el primer día de vida de corgeue.frente al balcón y mientras ob er vaban lo festejopor un a rio m ás en la g rac ia del : tado, " Plateroel Jirn énez" co menzó a habl arle ca a al oí do, ac ­riciando su pequeña y a ún desnuda ca beza .

Esto es, co menza r por un a cspc ic de e pllcitaagitaci ón . por la cert id umbre de una uest i n cm­papada de escal ofríos. na noche de i lcnciu que.supo ngamos , pudría co menza r co n tu ca rta . I o laque me enviaste el mes pasad o. ni mu ch menos luúlt ima , pobre desesperada , sino co n la mía . ho ra.por favo r lind a. comencemos po r la mía. tan su til.tan fina , y so hre todo tan llena del odi que e halosin interrupc ión . na noche que, egún d ice Mu­tco, es como cua lq uier o tra . o lo dudo. 11 sim pli­cidad y su b úsqueda. par ad ój icamente. reducen 11capacidad de imp resió n ante lo maravilloso a l mi­nimo de sensibi lid ad . Po r o tra parte, n i él ni nad iees t á obligado a sen tir, mu ha men os a entender , lavio lencia , el estupor, el ago tamiento de e tu n che.y no qui se arribar de día aq uí. a la cavi dad de tumemoria, porque hub iera tenido que pint ar la a­lIes con al iva y con timidez. a rrico nado por la ur­be . del imitado el cam ino por el trán ito . Preferí afi­liarme a la no che no o b tante u po ib le tr aición.

am inaba hacia aquel viejo rin ón de la irnágene(tu pubis de tr igo ) y especulaba. co n iro nía y rego­cijo . obre la autenticidad de la co nfe ió n que é­ar me había hecho poco minuto ant de part ir .

- He comprobado - dijo con a ti facción - quela G ioco nda ha ido excelentemente reprodu idapor la propaganda comercial. A ello le debernosu enorme popula ridad: Botice lli también puedeesta r o rgulloso de lleva r Levis,

Lo mi ré con e trañeza y bufé para e pul a r miincom pre ión sin la timarlo. Fu i bru ca ; lo é aho­ra porque en eguida ech ó a reír, d i ipa ndo u pro­p ó ito de manife ta r e más en aquella o a ión, laúltima en per ona qu e tcndríamo por mu chotiem po .

l . Vease Ravuela, ca pitu lo prescind ibles núm .

Carl os Ch imal U..léxico . 195-1 ) ~ coauto r del libro Z,~Ií"

compartido (Edicio nes Punto de part ida . . ' • 1) ) de Unobomba para Doménica. rela to pub licad o por L máq uina deescribir.

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La carta que podría ser, supongamos por segun­da vez, el comienzo de un epistol ar io. El descensodel tu rbión o la inalterable promiscuidad o las con­tracc iones irrepetibles o la recreación (inút il, crée­me) de la noche de mi llega da. Un epistolario, pre­texto para jugamos mi rabi a y el calo r de tus mus­los. Crecí sin la convicció n de mi propia niñez,hundido en la nebulosidad afásica de la adolescen­cia y sostengo , hoy, que te amaba como un niñomien tras la pasión ado lescente inllamaba un insa­no fervor por ti que me obligaba a permanecer de­trás de tu piel, como aquellos jóvenes músicos, sinpiel para sus tambores, ignorados por las casas dis­queras, no más Rol/ing Stones.

La noche que sufrí el frío crepuscular de esta ciu­dad vi a Mateo. Era un convencido de su futurofracaso . Lo preveía con desparpajo. Su figura que­bradiza, romboide, elíptica al caminar, lo man te­nía alejado de cualquier especulación . Hablaba de lblues como ablandando posibles iniq uidades; pal­moteaba sobre sus piernas sin la necesidad de unrefugiado. Confiaba en la suerte, siempre rentabl e,de la coexistencia, aho ra, después de su "retornode Africa", como él mismo, entre sollozos, decía .(Había llegado a la ciudad de Oaxaca y se había en­contrado con cierto chofer de algún camión de laSecretaría de Obras Públicas, quien lo guiaría jun­to con otros desconocidos a la Sierra, anhelada.

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Pero él no fue. A un paso de ella, la noche anter iorhabía bebido íncansablemente hasta encontrarsecon dos gabachos. Les escupió, lo incrustaron enuna columna del portal , quebró una botella en al­gún rostro, lo metieron a la cárcel. Un mes des­pués, sin dinero, regresaba a la ciudad de M éxico.)Esto me lo contaba míentras se animaba y se repe­tía la historia -nunca dicha por él- de las despro­porciones entre el poseedor de un bastardo jard ín yel int ruso que acar icia sin respeto la piel de los fru­tos; que besa, imbuido de un viejo augurio , las al­mendras y los musgos y los pequeños árboles, sem­brados por él mismo, más que nada ingenuo y cu­rioso, incrédulo de su propia fertilidad , sin ser losuficient emente precoz como para advertir las con­secuencias, los grotescos reveses, la sol idaridadcon otros nada más por simple simpatía. Mateodescu brió, frente a mí y pletórico de acechanzas,sus cálidos rodeos a través de una duda dolorosade días, que desdeñaba por existencial pero queguardaba con devoción por viva. Las pequeñas co­sas de Josué -también ha regresado, casi al mismotiem po que tú, me dijo- , por ejemplo, en este ina­plazable descubrimiento. Sus angustias dentro deun destino anhelado . Sus impresiones, sobradas,grises, inexplicablemente. Y en un momento de

grosera imaginería, las batallas, las conquistas y lapérd ida de la Sierra , se reducirían a la figura delmesero que llega, limpio y descansado, a cubr ir elsegundo turno, y nos invita a pagar la cuenta, aarroja rle la propina, a salir sin historia.

Ahora supongamos que ella accedió a vivir con­migo sólo obligada por la crisis, por la obn ubila­ción , porque cerca no había nadie más , y mis cariocias y hasta mis indiferencias le agradaban; yo, pormi parte , me sentía fuertemente atraído por su sen­sualidad. Su excitable sonrísa. El candor de mi in­somnio.

Ella me había pedido que la entretuviera en Mé­xico mientras se iba a San Francisco. Porque eso.yno un encuentro de arrebatos y fervores , era nues­tra intimidad, Debíamos inventar, momento a mo­mento , pequeños detalles; luchábamos angustiosa.

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mente po r construir ladrillo por ladrillo y sonreir­nos entre las rendijas. Pasábamos noches descu­briendo fallas y fisuras; nos divertiamos localizandocimiento s falsos. Las carcajadas (ella de lado y yomirando el pálido techo) sobrevení an en cuant o lo­grábam os definir el monto de mi carga. Yo, enton ­ces, le dab a la espalda y mi creciente rabia evocabaal imbécil que, sin saberlo aú n, ag uardaba en SanFrancisco. Su piel morena, fuerte. Sus 28 años y sucorta est atura. Su rostro agrada ble, favorecido porel mostacho negro, lo convert ían en la figura ade­cuada para remover mis recelos. Baterista de unamediocre can adiense band a fun kie, esper aba laoportunidad que le ofrecieran los observadoresconsuetudinarios, alcohólicos por costumbre labo­ral. Ex rocanrolero, ocasiona lmente vendía pastasy coca para sostenerse cuando la band a no lograbarenovar el co ntrato semanal y, a pesar de haber vi­vido muc hos años en San Fran cisco, nunca habiaconocido a Kerou ac. o le inte resaba másCoun try l oe McD onald no obs ta nte haber apren­dido de él los primeros pasos en la música. El bluesera ya clásico y el rack había qu e hacerlo a un ladosegún la exigencia del público; ese mismo blues quese nos revienta en la gargant a. Conocerlo camino aNueva O rleans, junto con ella, qu ien al fin habíaaceptado acompaña rme an tes de par tir a SanFrancisco, fue una premonición, una creciente pe-

f (x)= 2 senx

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sadez que más tarde se quedó justo en la puerta delcuarto del hotelucho. Adentro, las cosas se larga.ban por una pequeña ventana. Huían por temor opor com pasión. a qu izá debido a una especie demela ncolía por los basureros que abajo da nzabansin respetar al hombre de decenas de gatos sobre­cogidos. Un arreba tado. O más bien, y ante todo,no desenfrenado ganzúa nigüev ón, como los desati­nos de ella, efímeros descolones, le habían recu­bierto pómul os pecho alma, sino, llanamen te, unsoñador sin sueño . Su discernimiento, después dela ciudad y sus menesteres, resultaba un suave ychusco reto a su piel. Pero no para la de ella . Allá,entre sus brazos, su cuarto helado, la playa del gol­fo, su bastión impenetrable yarda, el refuego y lasdádivas eran como la den idad de lo puebl o inva­didos a fuerza de co tidiana húmeda violacione .Los sobresaltos de ella, no rná leja de u contor­no, se convertían en venganza . I arrebato , uimaginería podrida por imperecedera. le llegaba atr av é de viejos silbido , de numer o o organillode boca (dispue tos a fajar e in contemplacio ne ,qué caraja decía yo), por la gracia (decía ella) de uestupidez. Su di tra cción (decla yo) le venia de doanunciaciones: el hundimiento prematuro del Po­temkin y la desquici ada muerte del prlncipe l ar.

in emba rgo, a nad ie le importaba. a ve ni a élmismo, puesto que i niñeaban bodrio del p a­do. tard anzas sin esper a. a ¡ corno tridencia inescucha. Pura ' imaginaciones. Dema iado turdc,decía ella, pero nun ca como parn empezar . dccíuyo,es todo , u pesar de que le amo decía ella p ro e p é­rate un rato nomás decía yo, exhau to, in fuerzadecía ella in convicción, e pérute un poco de íyo, la imaginación , a no no va a traicionar. adónde decía ella, cn dónde no vamo a meter . a Iboca del demonio decía yo. a la cueva de lo ladro­nes. a un antro de vicio. al meritito fango in lugara dud as decía ella: no. enti éndelo, ya no pued o mápero ni siquiera hemos empezado decía yo: n~. dijoella con sus frágile ojo húmedo . Me detu ve mi­rando cómo adelantaba alguno pa o y u an iade erraban. empobrecida ; ope ando ent onces lainutilidad agolpada en mi mano. miré a una re­bo tar en su cabeza . Una acudida. como a lo ár­boles en el otoño. desp reciando la última cari­cias. buscando conc iliar mi piel con la de ella en unacto de sublime abolición.

De madrugada. miré al Greyhound perder erumbo a San Franci co, a los pequeño negro consus risas incompletas. a las máquina de pedir y meaco rdé de los cronistas de las ciudades, de Penn,por ejemplo. Me met í en una ala pornográfica .(Conocer a los poetas no rteamericano. a lo dro­gadictos. homosexuales, jardinero . comuneroderrotados, uno por uno, en las barriada de la cul­tura' confinados, tr as los ama neceres del embota­miento, a recrudecer e dentro de la cíudad • ex­traña suert e de mónada feudálica, dest inadas aexpand irse por un destino impo tergable.)

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A Uli la conocí esa noche. Fue la empecinadaatracción sobre susgiros faciales la que me obligó asentarme, sin saber cómo, en la única mesa queellas ocupaban (amigas de peregrinaje) en el pequ e­ño restaurante atendido por italianos sin ánimopara emprender el regreso.

- Una centuria llena de esquizoides -gritó unjoven, tambaleándose y arrastrando una mochilamientras salía del local.

Ellas se alarmaron. Yo las tranqu ilecéexplicán­doles de la forma más coherente posible los efectosde la cocaina con cerveza sobre el coco de cual­quier individuo. Sus caras se tornaron apacibles,refugiadas en el barullo de datos y afirmacio nes.Les hablé del viento, de la forma de encontrarsecon la felicidad que produce la amargura. En esemomento, por supuesto, ni yo mismo entendía entoda su magnitud tal felicidad. Los acontecimíen­tos le darían, con el tiempo y su cónclave, su cruelreconocimiento. Hablaba y hablaba , convencidode que ese era el remedio contra el recelo, pero sólouna imagen, o mejor dicho, un sonido prevalecíanen mí.

- Bajo su piel enervada se oculta todo un cúmu­lo de sugerencias. Sabe, les aseguro, que mañanava a llorar; que nadie le dijo quién era ya que loaprendió tensando las cuerdas de una guitar ra; quela irracionalidad gritando a través de cientos de de-

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partamentos, testigos inermes de su nacimiento, lehan impuesto la lucha dentro de él mismo , sin posi­bilidades de salir. Ya no le resta más que hablar desueños, ilusiones o vivir en barcos.. .

En ese momento el sonido atrajo irremediable­mente mi atención. Perdí la frase. Apenado, bus­qué algún feliz término, pero ella se adelantó:

-¿En barcos de cristal? -esperó.Supuse que algo debía responder, pero el adere­

zo de sus ojos rozó mis labios. Sonreí. Sonreímossubsanando la herida de aquel olvidable incidente.

Luego de escuetas preguntas y respuestas y har­tos de esperar a que el debate entre meseros, coci­neros y algunos trabajadores acerca de cómo debíaredactarse el menú del día siguiente terminara, op­tamos por dejar un par de dólares de propina. Ellastenían que regresar a su hotel para descansar yabandonar la ciudad al día siguiente. Forzosamen­te, y no molesto en lo más mínimo con ello , me viobligado a acompañarlas. ¿Las veré en México?fue mi primera pregunta al comenzar la cam inatapor las solita rias calles del centro . Respondieronentre carcaja das queeso era claro. Yo no compren­dí la causa de las risas pero de cualquier manerahice mi parte. A la distancia se escuchaba la bocadel jazz. Nos acercábamos a su hotel y enfrente ha­bía un bar remoja do por las insaciables gargantassedientas de saxofones y trompetas. El piano mecíalos cuerpos de los negros recargados en la ent rada.Llegó la hora de despedirnos. La compañera seadelantó. Uli, acar iciando mi mano dijo tam biénadiós. Impulsado por un contrabajo lleno de rego­cijo mantu ve mis dedos entre los suyos. Ningunodijo nada hasta que la compañera regresó y la lla­mo. De inmediato prop use la cercanía deljczz,' delcream jeans' bar .

- Al rato voy - le contestó.

Por tercera vez, sin historia y sin cartas, dejastede. (No dejaste nada en realidad; pasa que el escu­do de armas, longevo, supuraba abuelos , grandilo­cuentes mamás, de esas que nos tienen hast a la ma­dre por su grandeza .) ¿Entiendes?¿Sabes distinguirel desgarramiento producido por la destrucc ión detu soledad y los deformes aspavientos de un solita­rio "hasta la madre"? Pagado de ti mismo. Mistifi­cado. Y no se refiere (quien lo quiera decir, no muositar) a la soledad sino a Soledad, a sus nalgas yvientre. A sus hom bros sin enmendaduras. Al co­ño, caraja; al coño, tu minoría.

Doble decisión: Una, mirar a la muchach ita quealza su mano, lenta , y muestra la palma como pe­queña Sioux importada del viejo John Ford ; mirar­la resecar la viscosidad de sus labios siempre mayo­res y menores (siempre). Su pincel y los grises here­deros de sus engaños por la vida, de sus suplanta-

, En caló. copulación, vagina.J En caló, orgas mo.

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ciones generalizad as, sus pequeñas inversiones.Desde muy adentro, la acidez de l amarillo par asolventar la cuenta creciente, la especulación acti­va . Reco nociendo desde su puño hasta la tela'reco­bra por un momento la ansiada revelación, la pala­bra en sesgo, su estado en cla ve, person al, unívoco.Desde abajo , atrás, desde los rincon es, la resinamuestra las capas, las mut aciones. Su inoperanteestado de cuen ta. Ella misma pinta su devalu acióndijo alguna vez ella mism a.

Dejó su abrigo sobre la ca ma co mo ' si fuera élmism o. Al isad o, enmohecido , el cuello tenso q uizásin garbo si estuviera dentro . Cam inó hasta la recá­mara vecina y besó la máquina, la fab ril Adler,mien tr as decía arriben arr iben co rdo nes de la pescamayo r; suban por el tejado, a rañen paredes y ras­guen los ventanales. lnmiscúya nse. Tomó la manode su mad re y la apretó de paso . Ella , sin impulso,le preguntó por las caricias de su padre . Sigu ió has­ta la ventana, decid ido a escucha r los agrios emba­tes de un a utomóvil (subcutáneo le caería bien) tra sun a camioneta que , par a disgusto de él (sin su ma­dr e), no podía verla aho ra . El conductor del a uto­mó vil descend ió, miró de frente, en d irecció n al es­pejo de la cam ioneta, y se q uitó el saco; lo ech ó so­bre el asiento tr asero y entró de nuevo, agachándo­se, jalando con irrem ediable á nimo la puerta . Sumadre la pid ió q ue no oculta ra el rostro . o pasa

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na da, ¿eh?; nad a, le repitió . So n las caricias irrev e­rentes de los muslos de una baila rina . Es la griteríade los arca buces rot os. ¿Los viste en el río? ¿Mepuedes decir si est á co mpleto, si estoy sin cuartea­duras? Cuando se fueron, le dijo la madre, insisten­te, me pr opu se callar. Hay una mujer madre, hayuna chiq uilla q ue silba roc k, que suda blues. o espo r nad a pero nos po nemos hasta el gorro junto,en el cine, a veces; con cerveza y pizza, a vece. Mi­ró dar vuelta a la ca mioneta y dio vuelta él mismo.Se prend ió en la ma dre un propósito, uno que ha­bía sed imentado po r años, desde que u padre lahabia descubierto vistiendo ratones para el ci rco delos her manos, juntos en un rinc ón de la asa Ma ­yo r. Ahí no había más que subir la e ca leras y al­tar a la otra azotea . Saltó y su padre e paral izó, de­tenie ndo br uscam en te el cin turonazo. Tal prop ósi­to comenzó a gesta r en u vientre. Pidió que el e­ren o le ca nta ra un a canc ión. El e encontró on untrofeo de bol iche y le dibujó la mirad a interna (deJosu éy sus iniciados magos del ;1110 ). n día de é '­tos podría seguirla (a ella) gritó porq ue, en rea li­dad, no tenía ninguna razón par a deci rlo; por esolo gritaba . Madre , uund o algo no se qu iere decir,se grita . Salvaje descu br imien to , tan salvaje cornoella dice que es. a l men os sus labio ' 'a ben asi . 'oes sencillo , ca rajo madre, no es sencillo; pero cuan­do se me entu me la boc I sólo sus labio ibcn si.: lIa me lo dijo ; mira ma d re, cuando nos embriaga­

mos, nos dete ctam os. Y si ella no cst j, )' est áno tros , nos falta nues tra propia rcscquc d d aquí. enlos r i ñones, en la le n rua . l e cae de madre, madre.La madre aguantó el hilo y lo pasó p r la a uja .Prendi óla lucecilla so bre la tela . Presio nó el pedal.El buscó las p áginas del pasado, vieja canción e ­tr aviada de la moda .

- ¿Qué te pasa'! - le d ijo micntra . volteaba la te­la - ; hace sema na que no viene ' , ¿ óm e tú '!;sa luda al menos.

- Hola.Al día iguien te no reun imo Jo u é y yo; él me

hab ía enviad o una ca rta, lo recordaba ahora qu e lotenia enfrente e trechándole la man o." ve e temiro )' te me haces un gato" , pen é: " a vece ni teescucho" , volví a pen ar. Jo ué no me hab l6 de ucarta, aunq ue de hecho e hab ía tr at ad ? de unaso rprenden te (por la incoheren cia enfermiza de uentusiastas impre io ne ) apolog ía del e t.ad o deCalifornia. Se dir igíó al trabajo in pre facio algu­no; habló de u éxi to en San Franci co , de lo a lu­cinados concierto de Yes. de la playa y lo a ma­neceres, de lo atardeceres y la luna , de e granpulmón cósmico. ..

_ Supe que te habías metido un ácido -le dijecon toda la oca rro nería conten ida .

Se metió las mano en lo bol illo , a intió m~­có sin tener nada en la boca. Toda u adolescenCia,hinchada, e le clavó en el entrecejo. Me aco rdé deq ue, según decían ella, el can adien e y el mi ~o Jo­su é, San Fra ncisco, santo patrono de lo an imales .

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"¿Es preciso convencer a estosseresde que son resultado de unespejismo

o bien darles ocasión demanifestarse?"

A. Breton

era la libertad en persona . Las viejas hipóte sis pen ­sé mientras Josué relataba pr óximos advenimien­tos. Recordé una de las viejas hipótesis, una no tanperdida en el tiempo y en el espacio, una obsesivaintimidad en tanto que Josué llenaba de nuevo suvaso y los desquiciados citadinos sin techo hacíanplanes para esta noche. Pensé en mi primo, en có­mo sus dóciles e inexpertas manos masturbaban mimiembro (la fotografia, dice Josué, es mi sucia so­cia, y ríe), regresando el favor y cómo, ar dien do,mi ráb am os pasar a un a mujer, no mayor de 16años. La imagi nábamos de centeno, con sus ojosnegros y sus labio s gra ndes . Las piernas bri llantes.Jo sué se levant ó al baño y yo y mi pr imo decidimoshacerla nuestra . o un a simple tarde danto vueltasa la man zana, sino nuestra . Sonrió y se sentó juntoa nosotros, en un escalón de la puerta. Mi primo, asu lad o y una huella más arr iba , disfrutaba mejorde sus senos que , sin duda después de discusiones ycomprobacione , caían desnud os. o plati cam osdemasiado porque su prudente coquetería la des­pertó . De pronto, sin más preámbulo, se levantó yse de pidió. Mi primo, as tuto , la invi tó al cine. Ellaacept ó y me tendió la ma no. Repit ió que si y pre­guntó la fech a, miránd ome. Mi primo dijo maña­na . -lIa sepa ró su man o y se fue. La vi por detrás:esc udriñé en su piel de cacao y encontré, sin que­rerlo , un corazón de espa das , lleno de sables y dehach as, y de dagas y espa d ines. Tamb ién hallé unmache te.

ru cé mis ma nos. Mi pr imo me observó y me

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apostó que tendriamos orgía asegurada. La lleva­ríamos al hotel donde se hospedaban él y su padre,con el pretexto de pasar a recoger algunos enca r­gos, y la meteríamos sin precedentes. Josué regresóy pidió otra cerveza pero yo y mi primo, uno decada lado, la guiábamos al cine, a prepararla co m oél decía. Cuando llegamos, la función había co ­menza do apenas o iba a la mitad. No importa, dij omi primo , qué carajos te fijas en eso. (Josué cuentacóm o el arte en los Estados Unidos es real , ver da­dero, no sombrió como aquí.) Subimos al pr imerpiso y nos sentamos atrás, clar ificando nuest ras in­tencio nes . Ella me preguntó por el nombre de lapelícula y yo no supe, pero le expliqué que por lomenos Sofia Loren se veía muy bien de doncella yque la pelícu la era más bien una porquería y queme gustaba n sus ojos . (Josué me define: Vaticinio:algo que cae aproximadamente entre una predic­ción y una profecía; carece de la dirección divina dela última y de las bases empíricas de la primera.)Ella volteó a verme y se regocijó en silencio, acari­ciándome la mano . Mi primo, atento a la atmósfe­ra, se percató de la ind iferencia de la gente y laabrazó. La besó decidido. Le apretó el hombro conenergía. Le acarició las piernas. (Yo me imagino,dice Josué, un orga nismo, ya sea planta o ani mal,como una especie de oligarquía en la que una mi­noría de áto mos, que actúan como catalizadores,dirig ieran la gigantesca masa de moléculas plásti­cas .) Yo inten té desentenderme. La película y susmurmullos se volvieron una plasta de incomodida­des . El Renacimiento era entonces superfluo parala lengua de mi primo, el cuello de ella y mi vistafija en la Loren declamando su fidelidad por elhombre que defiende su reino y cultiva las gar an­tías de un pedazo de tierra llamada por Dios parasa lvar a los ho mbres. Los cuchicheos se acrece nta­ron y mi primo fastidia do por la docilidad iner te, ladejó .

- Que te faje aquel cabrón -dijo rabioso.Ella continúo paralizada. Yo, inmóvil también,

escuché con toda la atención que pude eljúbilo porla co nquista sacrosanta, la euforia por el triunfo dela épica eterna . Al fin, ella se movió hacia mí. Du­dé. Me agité. Viejos alcázares fueron rociados porel agua renovadora. Con las manos sudadas, sinhaber movido un solo rincón de mi cuerpo, miréencen derse las luces y aproveché para restregarmelos ojos . Sin hablar , nos levantamos y caminamosde regreso. Frente al hotel, mi primo hizo aún el úl­timo intento. Ella, asustada, con los brazos cruza­dos, dijo que debía llegar de inmediato, que teníafrío. Me miró y mi primo y yo nos quedamos en elrestaurante del hotel , bebiendo refrescos, lamen­tándose él de la mala suerte. Josué, cansado de es­perarm e, pidió la cuenta y salió. "Hace muchotiempo que no lo veo gato", pensé, cerran do lapuerta del coc he y poniendo una cinta , cualquiera.alguna de las traídas por Josué, de moda en SanFrancisco.