CARLOS CHIMAL BRAVO NUEVO MUNDOla página 32 y este era un signo infalible del oca o gorilcnsc.' ......
Transcript of CARLOS CHIMAL BRAVO NUEVO MUNDOla página 32 y este era un signo infalible del oca o gorilcnsc.' ......
CARLOS CHIMAL
BRAVO NUEVO MUNDO
" Pla te ro, tú nos ves ¿verda d?"J uan Ramón Jiménez
Nacid a de una esquelét ica po lea cámbrica y un domador de salones platerescos, G eorgett e sudó suprimera sa l hepática a los tres di as del Festival Orgiástico Sena toria l. Los padres tejí an un a red tre issiana y, al ver la, sus corazo ne s deposita ro n tr es docen as de leu cocitos y tre s más de linfocitos en laplaqueta del rec uerdo infantil. Sonrientes, se miraron a lguna s glánd ulas lacr imal y se sintieron sa tisfechos de haber engendrado el el D N A más hermosode la T ier ra . La madre tr an sp o rtó y recogió . Luegono tu vo más que exclam ar suavemen te.
- La fémina qu e a mi hogar a rri bó una noche deinquieto ple xus so lar será la a ma tista más fina deto dos lo s gr an os de malta en la América.
El pad re, conocido en la reg ió n como " Pla tero elJ iménez" , reforzó los nud os que habían resultad odel nudo metafor izado por sus br azos. Busca ba absorberse en la tierna femineid ad que llena ba sucasa pa ra opacar el cr uento y expect ante fu tu ro dela nación.
-Si ell a so la fuera la esperanza que necesitamos- ahuecó sus lab ios, ma yores y menores, dejandopasa r a su lengu a el viscoso líq uido sa lado -: si estaniña refl eja ra en el azur la in ut ilid ad de la procla-
z
25"""0<""' "U" ~u"oo
~a - ~brió a ún más los labios y des lizó su lenguajer-: SI por un momento detuviera a los cientos decue.rpos putrefactos que ocuparán las sillas co nstitucionales -respiró evitando el contact o con elpelo y cerró los ojos al senti r su boca desprovistade saliva virgen.
La mañana hab ía tra ído tre s enormes ballenas alas playas de la Bahía arte, a plastando las declaracio nes del general, D irecto r del Triunvirat o Astr ocíti co que gobernaba años a trás , respect o de lad ivisión .en el p~rt ido mayoritar io , Acción Ol igode nd rocita ac io na l, y blandiendo los insis tenterumores acerca de un a pr oclama que inquietaba alos cultiva do res de ma riguana, publicada clande ti na men te por " faccio nes factibl emente fac tore desublevación" . El comunicado militar aparecía enla página 32 y est e e ra un signo infalible del oca ogori lcnsc . '
D urante el primer día de vida de corgeue.frente al balcón y mientras ob er vaban lo festejopor un a rio m ás en la g rac ia del : tado, " Plateroel Jirn énez" co menzó a habl arle ca a al oí do, ac riciando su pequeña y a ún desnuda ca beza .
Esto es, co menza r por un a cspc ic de e pllcitaagitaci ón . por la cert id umbre de una uest i n cmpapada de escal ofríos. na noche de i lcnciu que.supo ngamos , pudría co menza r co n tu ca rta . I o laque me enviaste el mes pasad o. ni mu ch menos luúlt ima , pobre desesperada , sino co n la mía . ho ra.por favo r lind a. comencemos po r la mía. tan su til.tan fina , y so hre todo tan llena del odi que e halosin interrupc ión . na noche que, egún d ice Mutco, es como cua lq uier o tra . o lo dudo. 11 sim plicidad y su b úsqueda. par ad ój icamente. reducen 11capacidad de imp resió n ante lo maravilloso a l minimo de sensibi lid ad . Po r o tra parte, n i él ni nad iees t á obligado a sen tir, mu ha men os a entender , lavio lencia , el estupor, el ago tamiento de e tu n che.y no qui se arribar de día aq uí. a la cavi dad de tumemoria, porque hub iera tenido que pint ar la alIes con al iva y con timidez. a rrico nado por la urbe . del imitado el cam ino por el trán ito . Preferí afiliarme a la no che no o b tante u po ib le tr aición.
am inaba hacia aquel viejo rin ón de la irnágene(tu pubis de tr igo ) y especulaba. co n iro nía y regocijo . obre la autenticidad de la co nfe ió n que éar me había hecho poco minuto ant de part ir .
- He comprobado - dijo con a ti facción - quela G ioco nda ha ido excelentemente reprodu idapor la propaganda comercial. A ello le debernosu enorme popula ridad: Botice lli también puedeesta r o rgulloso de lleva r Levis,
Lo mi ré con e trañeza y bufé para e pul a r miincom pre ión sin la timarlo. Fu i bru ca ; lo é ahora porque en eguida ech ó a reír, d i ipa ndo u prop ó ito de manife ta r e más en aquella o a ión, laúltima en per ona qu e tcndríamo por mu chotiem po .
l . Vease Ravuela, ca pitu lo prescind ibles núm .
Carl os Ch imal U..léxico . 195-1 ) ~ coauto r del libro Z,~Ií"
compartido (Edicio nes Punto de part ida . . ' • 1) ) de Unobomba para Doménica. rela to pub licad o por L máq uina deescribir.
La carta que podría ser, supongamos por segunda vez, el comienzo de un epistol ar io. El descensodel tu rbión o la inalterable promiscuidad o las contracc iones irrepetibles o la recreación (inút il, créeme) de la noche de mi llega da. Un epistolario, pretexto para jugamos mi rabi a y el calo r de tus muslos. Crecí sin la convicció n de mi propia niñez,hundido en la nebulosidad afásica de la adolescencia y sostengo , hoy, que te amaba como un niñomien tras la pasión ado lescente inllamaba un insano fervor por ti que me obligaba a permanecer detrás de tu piel, como aquellos jóvenes músicos, sinpiel para sus tambores, ignorados por las casas disqueras, no más Rol/ing Stones.
La noche que sufrí el frío crepuscular de esta ciudad vi a Mateo. Era un convencido de su futurofracaso . Lo preveía con desparpajo. Su figura quebradiza, romboide, elíptica al caminar, lo man tenía alejado de cualquier especulación . Hablaba de lblues como ablandando posibles iniq uidades; palmoteaba sobre sus piernas sin la necesidad de unrefugiado. Confiaba en la suerte, siempre rentabl e,de la coexistencia, aho ra, después de su "retornode Africa", como él mismo, entre sollozos, decía .(Había llegado a la ciudad de Oaxaca y se había encontrado con cierto chofer de algún camión de laSecretaría de Obras Públicas, quien lo guiaría junto con otros desconocidos a la Sierra, anhelada.
26
Pero él no fue. A un paso de ella, la noche anter iorhabía bebido íncansablemente hasta encontrarsecon dos gabachos. Les escupió, lo incrustaron enuna columna del portal , quebró una botella en algún rostro, lo metieron a la cárcel. Un mes después, sin dinero, regresaba a la ciudad de M éxico.)Esto me lo contaba míentras se animaba y se repetía la historia -nunca dicha por él- de las desproporciones entre el poseedor de un bastardo jard ín yel int ruso que acar icia sin respeto la piel de los frutos; que besa, imbuido de un viejo augurio , las almendras y los musgos y los pequeños árboles, sembrados por él mismo, más que nada ingenuo y curioso, incrédulo de su propia fertilidad , sin ser losuficient emente precoz como para advertir las consecuencias, los grotescos reveses, la sol idaridadcon otros nada más por simple simpatía. Mateodescu brió, frente a mí y pletórico de acechanzas,sus cálidos rodeos a través de una duda dolorosade días, que desdeñaba por existencial pero queguardaba con devoción por viva. Las pequeñas cosas de Josué -también ha regresado, casi al mismotiem po que tú, me dijo- , por ejemplo, en este inaplazable descubrimiento. Sus angustias dentro deun destino anhelado . Sus impresiones, sobradas,grises, inexplicablemente. Y en un momento de
grosera imaginería, las batallas, las conquistas y lapérd ida de la Sierra , se reducirían a la figura delmesero que llega, limpio y descansado, a cubr ir elsegundo turno, y nos invita a pagar la cuenta, aarroja rle la propina, a salir sin historia.
Ahora supongamos que ella accedió a vivir conmigo sólo obligada por la crisis, por la obn ubilación , porque cerca no había nadie más , y mis cariocias y hasta mis indiferencias le agradaban; yo, pormi parte , me sentía fuertemente atraído por su sensualidad. Su excitable sonrísa. El candor de mi insomnio.
Ella me había pedido que la entretuviera en México mientras se iba a San Francisco. Porque eso.yno un encuentro de arrebatos y fervores , era nuestra intimidad, Debíamos inventar, momento a momento , pequeños detalles; luchábamos angustiosa.
y~
2
mente po r construir ladrillo por ladrillo y sonreirnos entre las rendijas. Pasábamos noches descubriendo fallas y fisuras; nos divertiamos localizandocimiento s falsos. Las carcajadas (ella de lado y yomirando el pálido techo) sobrevení an en cuant o lográbam os definir el monto de mi carga. Yo, enton ces, le dab a la espalda y mi creciente rabia evocabaal imbécil que, sin saberlo aú n, ag uardaba en SanFrancisco. Su piel morena, fuerte. Sus 28 años y sucorta est atura. Su rostro agrada ble, favorecido porel mostacho negro, lo convert ían en la figura adecuada para remover mis recelos. Baterista de unamediocre can adiense band a fun kie, esper aba laoportunidad que le ofrecieran los observadoresconsuetudinarios, alcohólicos por costumbre laboral. Ex rocanrolero, ocasiona lmente vendía pastasy coca para sostenerse cuando la band a no lograbarenovar el co ntrato semanal y, a pesar de haber vivido muc hos años en San Fran cisco, nunca habiaconocido a Kerou ac. o le inte resaba másCoun try l oe McD onald no obs ta nte haber aprendido de él los primeros pasos en la música. El bluesera ya clásico y el rack había qu e hacerlo a un ladosegún la exigencia del público; ese mismo blues quese nos revienta en la gargant a. Conocerlo camino aNueva O rleans, junto con ella, qu ien al fin habíaaceptado acompaña rme an tes de par tir a SanFrancisco, fue una premonición, una creciente pe-
f (x)= 2 senx
27
sadez que más tarde se quedó justo en la puerta delcuarto del hotelucho. Adentro, las cosas se larga.ban por una pequeña ventana. Huían por temor opor com pasión. a qu izá debido a una especie demela ncolía por los basureros que abajo da nzabansin respetar al hombre de decenas de gatos sobrecogidos. Un arreba tado. O más bien, y ante todo,no desenfrenado ganzúa nigüev ón, como los desatinos de ella, efímeros descolones, le habían recubierto pómul os pecho alma, sino, llanamen te, unsoñador sin sueño . Su discernimiento, después dela ciudad y sus menesteres, resultaba un suave ychusco reto a su piel. Pero no para la de ella . Allá,entre sus brazos, su cuarto helado, la playa del golfo, su bastión impenetrable yarda, el refuego y lasdádivas eran como la den idad de lo puebl o invadidos a fuerza de co tidiana húmeda violacione .Los sobresaltos de ella, no rná leja de u contorno, se convertían en venganza . I arrebato , uimaginería podrida por imperecedera. le llegaba atr av é de viejos silbido , de numer o o organillode boca (dispue tos a fajar e in contemplacio ne ,qué caraja decía yo), por la gracia (decía ella) de uestupidez. Su di tra cción (decla yo) le venia de doanunciaciones: el hundimiento prematuro del Potemkin y la desquici ada muerte del prlncipe l ar.
in emba rgo, a nad ie le importaba. a ve ni a élmismo, puesto que i niñeaban bodrio del p ado. tard anzas sin esper a. a ¡ corno tridencia inescucha. Pura ' imaginaciones. Dema iado turdc,decía ella, pero nun ca como parn empezar . dccíuyo,es todo , u pesar de que le amo decía ella p ro e p érate un rato nomás decía yo, exhau to, in fuerzadecía ella in convicción, e pérute un poco de íyo, la imaginación , a no no va a traicionar. adónde decía ella, cn dónde no vamo a meter . a Iboca del demonio decía yo. a la cueva de lo ladrones. a un antro de vicio. al meritito fango in lugara dud as decía ella: no. enti éndelo, ya no pued o mápero ni siquiera hemos empezado decía yo: n~. dijoella con sus frágile ojo húmedo . Me detu ve mirando cómo adelantaba alguno pa o y u an iade erraban. empobrecida ; ope ando ent onces lainutilidad agolpada en mi mano. miré a una rebo tar en su cabeza . Una acudida. como a lo árboles en el otoño. desp reciando la última caricias. buscando conc iliar mi piel con la de ella en unacto de sublime abolición.
De madrugada. miré al Greyhound perder erumbo a San Franci co, a los pequeño negro consus risas incompletas. a las máquina de pedir y meaco rdé de los cronistas de las ciudades, de Penn,por ejemplo. Me met í en una ala pornográfica .(Conocer a los poetas no rteamericano. a lo drogadictos. homosexuales, jardinero . comuneroderrotados, uno por uno, en las barriada de la cultura' confinados, tr as los ama neceres del embotamiento, a recrudecer e dentro de la cíudad • extraña suert e de mónada feudálica, dest inadas aexpand irse por un destino impo tergable.)
......... .....
a ,~ . .... ..._...
...........
A Uli la conocí esa noche. Fue la empecinadaatracción sobre susgiros faciales la que me obligó asentarme, sin saber cómo, en la única mesa queellas ocupaban (amigas de peregrinaje) en el pequ eño restaurante atendido por italianos sin ánimopara emprender el regreso.
- Una centuria llena de esquizoides -gritó unjoven, tambaleándose y arrastrando una mochilamientras salía del local.
Ellas se alarmaron. Yo las tranqu ilecéexplicándoles de la forma más coherente posible los efectosde la cocaina con cerveza sobre el coco de cualquier individuo. Sus caras se tornaron apacibles,refugiadas en el barullo de datos y afirmacio nes.Les hablé del viento, de la forma de encontrarsecon la felicidad que produce la amargura. En esemomento, por supuesto, ni yo mismo entendía entoda su magnitud tal felicidad. Los acontecimíentos le darían, con el tiempo y su cónclave, su cruelreconocimiento. Hablaba y hablaba , convencidode que ese era el remedio contra el recelo, pero sólouna imagen, o mejor dicho, un sonido prevalecíanen mí.
- Bajo su piel enervada se oculta todo un cúmulo de sugerencias. Sabe, les aseguro, que mañanava a llorar; que nadie le dijo quién era ya que loaprendió tensando las cuerdas de una guitar ra; quela irracionalidad gritando a través de cientos de de-
ed
II
'. ).. ./ '.,I.
,; x .. I'. t
¡'.¡ ' ... .. '.·· : ,·
I.,.:
b
28
partamentos, testigos inermes de su nacimiento, lehan impuesto la lucha dentro de él mismo , sin posibilidades de salir. Ya no le resta más que hablar desueños, ilusiones o vivir en barcos.. .
En ese momento el sonido atrajo irremediablemente mi atención. Perdí la frase. Apenado, busqué algún feliz término, pero ella se adelantó:
-¿En barcos de cristal? -esperó.Supuse que algo debía responder, pero el adere
zo de sus ojos rozó mis labios. Sonreí. Sonreímossubsanando la herida de aquel olvidable incidente.
Luego de escuetas preguntas y respuestas y hartos de esperar a que el debate entre meseros, cocineros y algunos trabajadores acerca de cómo debíaredactarse el menú del día siguiente terminara, optamos por dejar un par de dólares de propina. Ellastenían que regresar a su hotel para descansar yabandonar la ciudad al día siguiente. Forzosamente, y no molesto en lo más mínimo con ello , me viobligado a acompañarlas. ¿Las veré en México?fue mi primera pregunta al comenzar la cam inatapor las solita rias calles del centro . Respondieronentre carcaja das queeso era claro. Yo no comprendí la causa de las risas pero de cualquier manerahice mi parte. A la distancia se escuchaba la bocadel jazz. Nos acercábamos a su hotel y enfrente había un bar remoja do por las insaciables gargantassedientas de saxofones y trompetas. El piano mecíalos cuerpos de los negros recargados en la ent rada.Llegó la hora de despedirnos. La compañera seadelantó. Uli, acar iciando mi mano dijo tam biénadiós. Impulsado por un contrabajo lleno de regocijo mantu ve mis dedos entre los suyos. Ningunodijo nada hasta que la compañera regresó y la llamo. De inmediato prop use la cercanía deljczz,' delcream jeans' bar .
- Al rato voy - le contestó.
Por tercera vez, sin historia y sin cartas, dejastede. (No dejaste nada en realidad; pasa que el escudo de armas, longevo, supuraba abuelos , grandilocuentes mamás, de esas que nos tienen hast a la madre por su grandeza .) ¿Entiendes?¿Sabes distinguirel desgarramiento producido por la destrucc ión detu soledad y los deformes aspavientos de un solitario "hasta la madre"? Pagado de ti mismo. Mistificado. Y no se refiere (quien lo quiera decir, no muositar) a la soledad sino a Soledad, a sus nalgas yvientre. A sus hom bros sin enmendaduras. Al coño, caraja; al coño, tu minoría.
Doble decisión: Una, mirar a la muchach ita quealza su mano, lenta , y muestra la palma como pequeña Sioux importada del viejo John Ford ; mirarla resecar la viscosidad de sus labios siempre mayores y menores (siempre). Su pincel y los grises herederos de sus engaños por la vida, de sus suplanta-
, En caló. copulación, vagina.J En caló, orgas mo.
ciones generalizad as, sus pequeñas inversiones.Desde muy adentro, la acidez de l amarillo par asolventar la cuenta creciente, la especulación activa . Reco nociendo desde su puño hasta la tela'recobra por un momento la ansiada revelación, la palabra en sesgo, su estado en cla ve, person al, unívoco.Desde abajo , atrás, desde los rincon es, la resinamuestra las capas, las mut aciones. Su inoperanteestado de cuen ta. Ella misma pinta su devalu acióndijo alguna vez ella mism a.
Dejó su abrigo sobre la ca ma co mo ' si fuera élmism o. Al isad o, enmohecido , el cuello tenso q uizásin garbo si estuviera dentro . Cam inó hasta la recámara vecina y besó la máquina, la fab ril Adler,mien tr as decía arriben arr iben co rdo nes de la pescamayo r; suban por el tejado, a rañen paredes y rasguen los ventanales. lnmiscúya nse. Tomó la manode su mad re y la apretó de paso . Ella , sin impulso,le preguntó por las caricias de su padre . Sigu ió hasta la ventana, decid ido a escucha r los agrios embates de un a utomóvil (subcutáneo le caería bien) tra sun a camioneta que , par a disgusto de él (sin su madr e), no podía verla aho ra . El conductor del a utomó vil descend ió, miró de frente, en d irecció n al espejo de la cam ioneta, y se q uitó el saco; lo ech ó sobre el asiento tr asero y entró de nuevo, agachándose, jalando con irrem ediable á nimo la puerta . Sumadre la pid ió q ue no oculta ra el rostro . o pasa
L/
//
//
//
I
l-::-Y/I oc,
61/,I
29
/___ L/
//
/R'
na da, ¿eh?; nad a, le repitió . So n las caricias irrev erentes de los muslos de una baila rina . Es la griteríade los arca buces rot os. ¿Los viste en el río? ¿Mepuedes decir si est á co mpleto, si estoy sin cuarteaduras? Cuando se fueron, le dijo la madre, insistente, me pr opu se callar. Hay una mujer madre, hayuna chiq uilla q ue silba roc k, que suda blues. o espo r nad a pero nos po nemos hasta el gorro junto,en el cine, a veces; con cerveza y pizza, a vece. Miró dar vuelta a la ca mioneta y dio vuelta él mismo.Se prend ió en la ma dre un propósito, uno que había sed imentado po r años, desde que u padre lahabia descubierto vistiendo ratones para el ci rco delos her manos, juntos en un rinc ón de la asa Ma yo r. Ahí no había más que subir la e ca leras y altar a la otra azotea . Saltó y su padre e paral izó, detenie ndo br uscam en te el cin turonazo. Tal prop ósito comenzó a gesta r en u vientre. Pidió que el eren o le ca nta ra un a canc ión. El e encontró on untrofeo de bol iche y le dibujó la mirad a interna (deJosu éy sus iniciados magos del ;1110 ). n día de é 'tos podría seguirla (a ella) gritó porq ue, en rea lidad, no tenía ninguna razón par a deci rlo; por esolo gritaba . Madre , uund o algo no se qu iere decir,se grita . Salvaje descu br imien to , tan salvaje cornoella dice que es. a l men os sus labio ' 'a ben asi . 'oes sencillo , ca rajo madre, no es sencillo; pero cuando se me entu me la boc I sólo sus labio ibcn si.: lIa me lo dijo ; mira ma d re, cuando nos embriaga
mos, nos dete ctam os. Y si ella no cst j, )' est áno tros , nos falta nues tra propia rcscquc d d aquí. enlos r i ñones, en la le n rua . l e cae de madre, madre.La madre aguantó el hilo y lo pasó p r la a uja .Prendi óla lucecilla so bre la tela . Presio nó el pedal.El buscó las p áginas del pasado, vieja canción e tr aviada de la moda .
- ¿Qué te pasa'! - le d ijo micntra . volteaba la tela - ; hace sema na que no viene ' , ¿ óm e tú '!;sa luda al menos.
- Hola.Al día iguien te no reun imo Jo u é y yo; él me
hab ía enviad o una ca rta, lo recordaba ahora qu e lotenia enfrente e trechándole la man o." ve e temiro )' te me haces un gato" , pen é: " a vece ni teescucho" , volví a pen ar. Jo ué no me hab l6 de ucarta, aunq ue de hecho e hab ía tr at ad ? de unaso rprenden te (por la incoheren cia enfermiza de uentusiastas impre io ne ) apolog ía del e t.ad o deCalifornia. Se dir igíó al trabajo in pre facio alguno; habló de u éxi to en San Franci co , de lo a lucinados concierto de Yes. de la playa y lo a maneceres, de lo atardeceres y la luna , de e granpulmón cósmico. ..
_ Supe que te habías metido un ácido -le dijecon toda la oca rro nería conten ida .
Se metió las mano en lo bol illo , a intió m~có sin tener nada en la boca. Toda u adolescenCia,hinchada, e le clavó en el entrecejo. Me aco rdé deq ue, según decían ella, el can adien e y el mi ~o Josu é, San Fra ncisco, santo patrono de lo an imales .
"¿Es preciso convencer a estosseresde que son resultado de unespejismo
o bien darles ocasión demanifestarse?"
A. Breton
era la libertad en persona . Las viejas hipóte sis pen sé mientras Josué relataba pr óximos advenimientos. Recordé una de las viejas hipótesis, una no tanperdida en el tiempo y en el espacio, una obsesivaintimidad en tanto que Josué llenaba de nuevo suvaso y los desquiciados citadinos sin techo hacíanplanes para esta noche. Pensé en mi primo, en cómo sus dóciles e inexpertas manos masturbaban mimiembro (la fotografia, dice Josué, es mi sucia socia, y ríe), regresando el favor y cómo, ar dien do,mi ráb am os pasar a un a mujer, no mayor de 16años. La imagi nábamos de centeno, con sus ojosnegros y sus labio s gra ndes . Las piernas bri llantes.Jo sué se levant ó al baño y yo y mi pr imo decidimoshacerla nuestra . o un a simple tarde danto vueltasa la man zana, sino nuestra . Sonrió y se sentó juntoa nosotros, en un escalón de la puerta. Mi primo, asu lad o y una huella más arr iba , disfrutaba mejorde sus senos que , sin duda después de discusiones ycomprobacione , caían desnud os. o plati cam osdemasiado porque su prudente coquetería la despertó . De pronto, sin más preámbulo, se levantó yse de pidió. Mi primo, as tuto , la invi tó al cine. Ellaacept ó y me tendió la ma no. Repit ió que si y preguntó la fech a, miránd ome. Mi primo dijo mañana . -lIa sepa ró su man o y se fue. La vi por detrás:esc udriñé en su piel de cacao y encontré, sin quererlo , un corazón de espa das , lleno de sables y dehach as, y de dagas y espa d ines. Tamb ién hallé unmache te.
ru cé mis ma nos. Mi pr imo me observó y me
30
apostó que tendriamos orgía asegurada. La llevaríamos al hotel donde se hospedaban él y su padre,con el pretexto de pasar a recoger algunos enca rgos, y la meteríamos sin precedentes. Josué regresóy pidió otra cerveza pero yo y mi primo, uno decada lado, la guiábamos al cine, a prepararla co m oél decía. Cuando llegamos, la función había co menza do apenas o iba a la mitad. No importa, dij omi primo , qué carajos te fijas en eso. (Josué cuentacóm o el arte en los Estados Unidos es real , ver dadero, no sombrió como aquí.) Subimos al pr imerpiso y nos sentamos atrás, clar ificando nuest ras intencio nes . Ella me preguntó por el nombre de lapelícula y yo no supe, pero le expliqué que por lomenos Sofia Loren se veía muy bien de doncella yque la pelícu la era más bien una porquería y queme gustaba n sus ojos . (Josué me define: Vaticinio:algo que cae aproximadamente entre una predicción y una profecía; carece de la dirección divina dela última y de las bases empíricas de la primera.)Ella volteó a verme y se regocijó en silencio, acariciándome la mano . Mi primo, atento a la atmósfera, se percató de la ind iferencia de la gente y laabrazó. La besó decidido. Le apretó el hombro conenergía. Le acarició las piernas. (Yo me imagino,dice Josué, un orga nismo, ya sea planta o ani mal,como una especie de oligarquía en la que una minoría de áto mos, que actúan como catalizadores,dirig ieran la gigantesca masa de moléculas plásticas .) Yo inten té desentenderme. La película y susmurmullos se volvieron una plasta de incomodidades . El Renacimiento era entonces superfluo parala lengua de mi primo, el cuello de ella y mi vistafija en la Loren declamando su fidelidad por elhombre que defiende su reino y cultiva las gar antías de un pedazo de tierra llamada por Dios parasa lvar a los ho mbres. Los cuchicheos se acrece ntaron y mi primo fastidia do por la docilidad iner te, ladejó .
- Que te faje aquel cabrón -dijo rabioso.Ella continúo paralizada. Yo, inmóvil también,
escuché con toda la atención que pude eljúbilo porla co nquista sacrosanta, la euforia por el triunfo dela épica eterna . Al fin, ella se movió hacia mí. Dudé. Me agité. Viejos alcázares fueron rociados porel agua renovadora. Con las manos sudadas, sinhaber movido un solo rincón de mi cuerpo, miréencen derse las luces y aproveché para restregarmelos ojos . Sin hablar , nos levantamos y caminamosde regreso. Frente al hotel, mi primo hizo aún el último intento. Ella, asustada, con los brazos cruzados, dijo que debía llegar de inmediato, que teníafrío. Me miró y mi primo y yo nos quedamos en elrestaurante del hotel , bebiendo refrescos, lamentándose él de la mala suerte. Josué, cansado de esperarm e, pidió la cuenta y salió. "Hace muchotiempo que no lo veo gato", pensé, cerran do lapuerta del coc he y poniendo una cinta , cualquiera.alguna de las traídas por Josué, de moda en SanFrancisco.