Wolfe, Gene - Soldado de Arete

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    SOLDADO DEARET

    Gene Wolfe

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    Gene Wolfe

    Ttulo original: Soldier of AreteTraduccin: Albert Sol 1989 by Gene Wolfe 1990 Ediciones Martnez Roca S.A.Gran va 774 - BarcelonaI.S.B.N: 84-2701-491-0Edicin digital: Elfowar

    Correccin: matqteqmR6 10/02

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    Este libro est dedicado al viejo coronel,el ms subestimadode todos los autores antiguos

    y aquel de cuyos consejos menos caso se ha hecho:Jenofonte el ateniense.

    Y alguien se acerc a Jenofonte cuando estaba ofreciendo un sacrificio y le dijo:Grillus ha muerto. Y Jenofonte se quit la guirnalda que llevaba en la cabeza, perosigui con el sacrificio. Entonces el mensajero le dijo: Ha tenido una muerte noble. YJenofonte volvi a ponerse la guirnalda en la cabeza; y se cuenta que no derram lgrimaalguna sino que dijo: Saba que le engendr mortal.

    Digenes LaercioPrefacio

    Este pergamino se encuentra en malas condiciones y contiene varias lagunas. Latro

    parece haber pasado una semana o ms sin escribir despus de que su grupo saliera dePactia. Es posible que el invierno tracio fuera la nica causa; aunque el papiro puedeperdurar millares de aos, la humedad hace que se rompa en pedazos. El caso de estemanuscrito en particular no hace sino ilustrar demasiado bien la frgil naturaleza delpapiro, pues la parte central ha sufrido daos considerables. Eso ha hecho que perdamosuna porcin considerable del texto: es de suponer que dicha parte tratara la llegada de laEuropa a Pireo. Tras la descripcin de la ceremonia de manumisin en Esparta hay unatercera laguna que parece ser resultado de una depresin morbosa.

    Los eruditos modernos han mostrado un considerable menosprecio hacia lascapacidades ecuestres de la antigedad, pues dichos eruditos son incapaces de concebirque un jinete sea capaz de mantenerse sobre su montura sin estribos. Haran bienexaminando la historia de los Indios de las Llanuras, que montaban como los caballerosde la antigedad y que, como ellos, empleaban lanzas, arcos y jabalinas. (Las hachasligeras de mango largo utilizadas por la caballera persa habran merecido la msentusiasta aprobacin de Jernimo o Cochise.) En mi opinin, los indios que disparabansus rifles Springfield del 45-70 desde su poni lanzado al galope -y esto era algo que sehaca frecuentemente-, realizaban una hazaa ms difcil que cualquiera de las exigidas alos jinetes de la antigedad.

    El lector debe saber que los caballos de la Grecia antigua no llevaban herraduras yraramente estaban castrados: si iban a ser utilizados en una guerra jams lo estaban.Aunque para los patrones modernos se les considerara pequeos, la falta de estribos

    haca que el montar resultara difcil. (De hecho, es muy posible que en un principio losestribos slo fueran usados para montar sobre el caballo, y que empezaran a utilizarsecuando la crianza selectiva logr producir animales de mayor tamao.) El jinete empleabasu lanza o un par de jabalinas para saltar a la grupa de su montura. Algunos caballosestaban entrenados para extender las patas delanteras, con lo que se facilitaba el acto demontar.

    Como este relato deja claro en abundantes ocasiones, los historiadores modernos seequivocan al rechazar la existencia de las amazonas considerndola una pura leyenda.Los escritores de la antigedad hablan con todo detalle de cmo invadieron el centro deGrecia en tiempos de Teseo (c. 1600 a. de C.), y los tmulos funerarios de las amazonascadas en combate puntuaban el camino de tica a Tracia. En cualquier caso, debera

    resultar obvio que entre los nmadas una mujer decidida que pesara unos cincuenta kilospoda resultar una combatiente mucho ms valiosa que un hombre que pesara una vez ymedia esa cifra: sera igualmente efectiva con el arco y cansara mucho menos a su

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    montura. No debera ser necesario recalcar que las mujeres guerreras se encuentran a lolargo de toda la historia, o que nuestra poca las ha conocido en ms abundancia que lamayora de las dems.

    El pancracio era el equivalente antiguo de las artes marciales. Los nicos actosprohibidos eran el morder y el sacar los ojos, y el combate continuaba hasta que elperdedor admita haber sido derrotado. Se advierte a los estudiantes de que no todos los

    atletas a los que se muestra golpeando con los puos son boxeadores. Las manos de losboxeadores estaban protegidas con tiras de cuero anudadas.Este pergamino es de particular inters por cuanto contiene el nico ejemplo conocido

    de la prosa de Pndaro, quien fue el mayor poeta griego despus de Hornero.

    Primera parte

    1 - Empezar de nuevo

    En este pergamino que el hombre negro ha encontrado en la ciudad. Esta maana Io

    me ense lo que escrib en el antiguo y me cont lo valioso que haba sido para m. Slole la primera hoja y la ltima, pero tengo intencin de leer el resto antes de que se pongael sol. Ahora, sin embargo, lo que pretendo hacer es poner por escrito todas las cosas quems necesitar saber.

    Estas personas me llaman Latro, aunque dudo de que se sea mi nombre. El hombrede la piel de len me llamaba Lucius, o eso escrib en el primer pergamino. All tambinescrib que olvido las cosas muy deprisa, y creo que es cierto. Cuando intento recordar loque ocurri ayer slo hallo impresiones confusas de caminar, trabajar y hablar, por lo quesoy como un navo perdido en la niebla desde cuya cofa el viga quiz vea sombras quepueden ser rocas, otras naves o la nada, y oye voces que tanto pueden pertenecer a loshombres de la orilla como a tritones o fantasmas.

    Creo que a Io no le ocurre eso, y al hombre negro tampoco. Gracias a ellos me heenterado de que estamos en el Quersoneso tracio y que esta ciudad capturada se llamaSestos, y que aqu fue donde los Hombres de Pensamiento libraron una batalla contra laGente de Parsa: el jefe de estos ltimos tena la esperanza de que as conseguiranescapar. Eso dice Io. Y cuando le plante la objecin de que la ciudad me parecapreparada para resistir un prolongado asedio me explic que no haba comida suficiente,por lo que la Gente de Parsa pasaba hambre, y los helenos (pues Sestos es una ciudadde los helenos) tambin se moran de hambre detrs de sus murallas. Io parece una niapero ya casi es una mujer. Tiene el cabello largo y oscuro.

    El gobernador de la ciudad reuni a todas sus fuerzas ante una de las puertas

    principales e hizo subir a sus esposas y esclavas (de las que tena muchas) a carretascubiertas con lonas. Despus areng a sus hombres, dicindoles que les llevara alcombate contra los Hombres de Pensamiento; pero cuando se abrieron las puertas, l ysus ministros se deslizaron sigilosamente hasta otra parte de la muralla y se descolgaronpor ella usando cuerdas, pensando escapar mientras la batalla estaba en su apogeo. Nolo consiguieron, y algunos se encuentran cautivos aqu.

    Como lo estoy yo, pues hay un hombre llamado Hipereides que habla de m diciendoque soy su esclavo, y el hombre negro tambin dice lo mismo que l. (Tiene la cabezaredonda y calva y su frente me llega a la nariz; siempre anda muy erguido y habladeprisa.) Y esto no es todo: Io -que dice ser mi esclava, aunque esta maana me ofrec aliberarla-, dice que el Rey Pausanias de Cuerda tambin nos reclama. l nos mand aqu,

    y un centenar de sus Cordeleros se presentaron en esta ciudad poco antes de la batalla.Su jefe fue herido y los Cordeleros partieron en barco con rumbo a su hogar, pues odianlos asedios y esperaban que ste se prolongara durante mucho tiempo.

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    Estamos en invierno. El viento es fro y sopla a rfagas, y llueve con frecuencia;vivimos en una casa muy hermosa, una de las que eran utilizadas por la Gente de Parsa.Hay sandalias bajo mi cama, pero calzamos botas: Io dice que Hipereides nos las compral rendirse la ciudad, y que tambin se compr dos pares para l. El Quersoneso es unatierra muy frtil y, como ocurre en todas las tierras frtiles, la lluvia hace que el suelo seconvierta en barro.

    Esta maana fui al mercado. Los ciudadanos de Sestos son helenos, como ya hedicho, y de la raza eolia, el pueblo de los vientos. Me preguntaron con mucho inters siplanebamos pasar todo el invierno aqu, y me hablaron de lo peligroso que es navegarhasta Helas en esta estacin; creo en sus palabras, pues temen que la Gente de Parsa seapresurar a reconquistar un pas tan frtil. Cuando volv a la casa le pregunt a Io sicrea posible que nos quedramos. Me dijo que seguramente nos marcharamos y pronto;pero que si la Gente de Parsa intentaba reconquistar la ciudad quiz volviramos a ella.

    Esta tarde ocurri algo bastante raro y, aunque ya hace un rato que ha oscurecido,deseo anotarlo antes de volver a salir. Hipereides usa esta habitacin para escribir susrdenes y mantener al da su contabilidad, por lo que hay un fuego y una hermosalmpara con cuatro pbilos que dan una luz muy brillante.

    Hipereides se present mientras yo estaba puliendo mis grebas. Hizo que me ciera laespada y me dijo que deba ponerme la capa y mi nuevo patasos. Cruzamos rpidamentela ciudad con rumbo a la ciudadela, donde estn encerrados los prisioneros. Subimos ungran nmero de escalones hasta llegar a un cuarto situado en lo alto de una torre; losnicos prisioneros eran un hombre y un muchacho, y tambin haba dos centinelas, peroHipereides les mand salir. En cuanto se hubieron marchado Hipereides tom asiento ydijo:

    -Artaictes, mi pobre amigo, te encuentro en una situacin bastante triste.El hombre de Parsa asinti. Es alto, tiene los ojos fros y duros, y aunque su barba casi

    es de color gris parece fuerte; al verle cre comprender la razn de que Hipereides hubieraquerido que le acompaase.

    -Ya sabes que he hecho cuanto he podido por ti -sigui diciendo Hipereides-. Ahora tepido que hagas algo por m..., un favor muy pequeo.

    -No lo dudo -replic Artaictes-. En qu consiste ese pequeo favor? -Creo que hablala lengua de Helas todava peor que yo.

    -Tu seor lleg a nuestra tierra utilizando un puente hecho de botes, no es as? -Artaictes asinti, y lo mismo hizo el muchacho-. He odo contar que toda la longitud delpuente estaba cubierta de tierra -sigui Hipereides con expresin dubitativa-. Algunosincluso afirman que en esa tierra haba plantados rboles...

    -Y as era -dijo el muchacho-. Yo los vi. A los lados haba plantados arbolillos ymatorrales para que nuestros caballos no se asustaran del agua.

    Hipereides dej escapar un leve silbido.-Asombroso! Realmente asombroso! Te envidio... Debi de ser un espectculomaravilloso. -Se volvi hacia el padre-. Un joven seor que promete mucho... Cul es sunombre?

    -Artembares -le dijo Artaictes-. Lleva el nombre de mi abuelo, quien fue amigo de Ciro.Al or esas palabras Hipereides sonri con astucia.-Oh, y quin no era amigo de Ciro? Los conquistadores tienen muchsimos amigos.Artaictes no se dej afectar por sus palabras.-Lo que dices es cierto -replic-, pero no todo el mundo poda sentarse a compartir el

    vino con Ciro.Hipereides mene la cabeza con expresin melanclica.

    -Ah, es una pena que el descendiente de Artembares ya no pueda beber vino. Supongoque los carceleros no os dan vino, verdad?-No. Nos alimentan con agua y gachas -admiti Artaictes.

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    -No s si podr salvar tu vida y la de tu hijo -le dijo Hipereides-. Los ciudadanos quierenverte muerto, y Xantipos, como siempre, parece favorecer al bando con quien habla enese momento. Pero creo que puedo hacerte una promesa: mientras sigas con vidatendrs vino y del bueno, pues yo mismo me encargar de proporcionrtelo, y alimentosms sabrosos. Basta con que me respondas a una pregunta.

    Artaictes me mir.

    -Por qu no me golpeas hasta que hable, Hipereides? -le pregunt-. Supongo queentre t y este hombre con el que has venido podrais darme una buena paliza.-Yo nunca hara tal cosa -dijo Hipereides poniendo cara de ofendido-. Jams sera

    capaz de pegarle a un viejo amigo. Sin embargo, hay otros que...-Naturalmente. Tengo que pensar en mi honor, Hipereides, pero soy hombre

    razonable..., y tampoco soy tan idiota como para no imaginarme que vienes enviado porXantipos. Cul es su pregunta?

    Hipereides sonri, volvi a ponerse serio y se frot las manos como si fuera a venderalgo por un buen precio.

    -Yo... Yo, Artaictes, deseo saber si el noble Oeobazo estaba con vosotros cuando osdescolgasteis por la muralla.

    Artaictes mir a su hijo; sus fras y duras pupilas se movieron con tal velocidad que noestuve seguro de haberlas visto moverse.

    -No veo qu dao puede causar el que te responda a esa pregunta... A estas alturas yahabr logrado escapar.

    Hipereides se puso en pie sonriendo.-Gracias, amigo mo! Puedes confiar en que cumplir mi promesa. Y an har ms, si

    est en mi mano, me ocupar de que se os perdone la vida a los dos. Latro, tengo quehablar con algunas personas. Quiero que vuelvas al lugar donde nos alojamos y que cojasun odre del mejor vino para Artaictes y su hijo. Les dir a los centinelas que te dejenentrar con l cuando regreses. Coge tambin una antorcha; creo que oscurecer antes deque volvamos.

    Asent y abr la puerta para Hipereides; pero antes de que su pie hubiera tocado elumbral se dio la vuelta para hacerle otra pregunta a Artaictes.

    -Por cierto, dnde planeabais cruzar? En Egospotami?Artaictes mene la cabeza.-Vuestras naves haban hecho que el Mar de Hele se volviera negro. En Pactia, quiz,

    o ms hacia el norte... Puedo preguntarte cul es la razn de que te intereses tanto pormi amigo Oeobazo?

    La pregunta de Artaictes lleg demasiado tarde; Hipereides ya estaba saliendo de lahabitacin. Le segu y los soldados que vigilaban a Artaictes volvieron a sus puestos deantes; haban estado esperando que saliramos apoyados en la pared.

    La muralla de Sestos traza un crculo alrededor de la ciudad y vara en altura de unlugar a otro; ste era uno de los ms altos, y creo que por lo menos tendra un centenarde cubitos. Desde all se tena una hermosa vista de los campos y del sol ponindosesobre las tierras de occidente, y me detuve un momento para contemplarlo. Es biensabido que quienes miran al sol se quedan ciegos, por lo que mantuve mis ojos clavadosen la tierra y las nubes teidas de colores por el ocaso, que eran muy hermosas; pero elazar quiso que divisara fugazmente el sol por el rabillo del ojo y en vez de la habitualesfera de fuego vi una carroza de oro de la que tiraban cuatro caballos. Entonces supeque haba visto a un dios, igual que -segn mi viejo pergamino- haba visto a una diosaantes de la muerte del hombre que me llamaba Lucius. Me asust, como supongo quetambin debi asustarme la visin de la diosa, y baj rpidamente la escalera y fui por las

    calles de Sestos (que son oscuras y muy angostas, como estoy seguro deben serlo las detodas las ciudades amuralladas) hasta llegar a esta casa. No comprend plenamente la

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    importancia de lo que haba visto hasta no haber encontrado un odre lleno de un vinoexcelente y haber atado un manojo de ramillas para hacer una antorcha.

    Pues lo que haba visto se reduca a esto: aunque el sol ya casi haba llegado alhorizonte los caballos del sol iban lanzados al galope. Me pareci algo tan natural que noreflexion en ello; pero ahora, al pensar con ms calma en lo que haba visto, comprendque ningn auriga ira al galope si se acercara al lugar donde pretenda detenerse...,

    cmo podra frenar a su tiro sin correr el ms grave peligro de que su vehculo acabaradestrozado? De hecho, aunque los carros usados en la guerra slo cuentan con doscaballos, todos los soldados saben que una de las grandes ventajas de la caballera esque los jinetes pueden detenerse y girar mucho ms deprisa y con mucha mayor facilidadque los carros.

    Por lo tanto, estaba claro que el sol no se detena en el confn occidental del mundo, taly como siempre haba supuesto, para reaparecer al da siguiente en el confn oriental dela misma forma que las estrellas inmutables se desvanecen por el oeste para reaparecerpor el este. No, el sol sigue lanzado a toda velocidad, pasa por debajo del mundo yreaparece por el este como si fuera un corredor al que vemos esfumarse detrs de unedificio para acabar reapareciendo por el otro lado de ste. No pude evitar preguntarme el

    porqu de todo esto. Habr gente viviendo debajo del mundo y necesitarn el sol igualque nosotros? Esto es algo en lo que debo pensar con ms detenimiento cuando tengatiempo para hacerlo.

    Consignar aqu todos los pensamientos -la mayora a medio formar y algunos bastanteridculos-, que llenaban mi mente cuando volv a recorrer las calles y sub los peldaos dela torre sera una labor agotadora. Los centinelas de Artaictes me dejaron entrar nadams verme, y uno hasta fue a buscarme una crtera en la que echar agua para mezclarlacon el vino que haba trado. Artaictes aprovech que los centinelas estaban ocupadospara llevarme hacia un lado de la habitacin.

    -No tienes por qu ver turbado tu sueo, Latro -me dijo en voz baja-. Aydanos y estosidiotas jams sabrn que alzaste tu arma contra ellos.

    Sus palabras me confirmaron lo que ya saba por mi viejo pergamino: hubo un tiempoen el que estuve al servicio del Gran Rey de Parsa. Asent y murmur que si pudiera novacilara en liberarles.

    Hipereides entr justo en aquel momento, jovial y sonriente; traa consigo seisarenques salados colgando de un cordel. En el cuarto de guardia haba un brasero decarbn y coloc los peces sobre las ascuas, all donde no se quemaran.

    -Uno para cada uno de nosotros, y supongo que los encontraremos muy buenos. Enesta poca del ao hay poca fruta y Sestos todava no se ha recuperado del asedio, por loque la comida escasea; pero en cuanto hayamos terminado con los arenques, si queris,Latro puede salir a ver si consigue encontrarnos algunas manzanas. Y un poco de pan del

    da... Me dijiste que hoy habas visto una tahona abierta, verdad, Latro?Asent y le record que haba comprado pan cuando fui al mercado.-Excelente! -exclam Hipereides-. Me temo que ahora estar cerrada pero quiz

    consigas despertar al panadero dando unos cuantos golpes en su puerta. -Le gui el ojoa Artaictes-. Latro sabe golpear como nadie, te lo aseguro, y cuando quiere su voz puedeser tan potente como la de un toro. Y ahora, si...

    En ese momento ocurri algo tan extraordinario que vacilo a la hora de consignarloaqu, pues estoy seguro de que cuando lea este pergamino en los das venideros no locreer: uno de los arenques salados de Hipereides se movi.

    Sus ojos deban de ser ms agudos que los mos pues se qued callado y lo contemplfijamente, mientras que yo me limit a suponer que uno de los trozos de carbn sobre los

    que se apoyaba se habra movido. Un instante despus vi como el arenque agitaba lacola igual que hace el pez enganchado en el anzuelo cuando es arrojado a la orilla del ro;

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    y bast un instante ms para que los seis arenques empezaran a saltar sobre las ascuascomo si estuvieran vivos y sintieran las llamas.

    Los centinelas no echaron a correr, lo que dice mucho en su favor; si lo hubieran hechocreo que yo tambin les habra imitado. En cuanto a Hipereides, se puso blanco yretrocedi apartndose del brasero como si ste fuera un perro con la enfermedad que leshace correr enloquecidos. El hijo de Artaictes se encogi como el resto de nosotros, pero

    Artaictes fue hacia Hipereides sin perder la calma y le puso una mano sobre el hombro.-Este prodigio no tiene nada que ver contigo, amigo mo -le dijo-. Est destinado a m...Protesilao de Elaeo est dicindome que aunque se encuentra tan muerto como ese pezen salmuera, los dioses le han permitido conservar la autoridad suficiente para castigar alhombre que tanto dao le hizo.

    Hipereides trag saliva.-S... -balbuce-. sa es... una de las razones principales por las que ellos insisten en

    que t..., t y tu hijo... Dicen que robaste las ofrendas de su tumba y..., y..., que araste elsuelo sagrado que le perteneca...

    Artaictes asinti y se volvi hacia los arenques; ya haban dejado de moverse, pero seestremeci como si todava siguieran hacindolo.

    -Escchame bien, Hipereides, y promteme que le transmitirs cuanto diga a Xantipos.Dar la suma de cien talentos para restaurar el santuario de Protesilao. -Se qued calladodurante unos instantes, como si esperara otra seal, pero no hubo ninguna-. Y a vosotros,soldados de Pensamiento..., si nos dejis con vida recibiris doscientos talentos ms. Eldinero se encuentra en Susa pero podis retener a mi hijo aqu en calidad de rehn hastaque toda la suma haya sido pagada. Y ser pagada, lo juro por Ahura Mazda, el dios delos dioses..., pagada en su totalidad y en oro.

    Los ojos de Hipereides casi se salieron de sus cuencas ante la magnitud de esa suma.Es bien sabido que la Gente de Parsa vive en una opulencia casi inimaginable pero, aunas, creo que pocos habran soado que nadie salvo el Gran Rey en persona pudieradisponer de riquezas tan inmensas como las que sugera la oferta hecha por Artaictes.

    -Se lo dir. Yo... Por la..., no, esta noche. Si...-Bien! Hazlo. -Artaictes le apret suavemente el hombro y retrocedi.Hipereides se volvi hacia los centinelas.-Pero tendr que contarle todo lo que ha ocurrido. Latro, supongo que ahora no te

    apetecer comerte ninguno de estos arenques... Puedo asegurarte que yo soy incapaz dehacerlo. Creo que ya va siendo hora de que volvamos a casa.

    Y ahora volver a la ciudadela..., quiz pueda hacer algo para ayudar a Artaictes yArtembares.

    2 - Artaictes muere

    El grito del heraldo me sac de mi cama esta maana. Estaba calzndome cuandoHipereides llam a la puerta de la habitacin que comparto con Io.

    -Latro! -grit-. Ests despierto?Io se irgui en el lecho y me pregunt qu ocurra.-Artaictes va a ser ejecutado esta maana -le dije.-Recuerdas quin es?-S -respond-. S que habl con l anoche, antes de que Hipereides y yo volviramos

    a casa.Hipereides abri la puerta en ese instante.-Ah, ests levantado. Quieres venir conmigo para ver cmo les matan?

    Le pregunt quin ms iba a morir aparte de Artaictes.-Me temo que su hijo. -Hipereides mene la cabeza, apenado-. No recuerdas almuchacho de Artaictes?

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    Trat de que mi mente volviera al pasado.-Tengo el vago recuerdo de haber visto a un chico anoche -le dije-. S, creo que era un

    chico y un poco mayor que Io.Hipereides seal a sta con el dedo y le dijo:-T vas a quedarte aqu, jovencita! Me has comprendido? Tienes trabajo que hacer y

    lo que vamos a ver no es adecuado para una muchacha.

    Le segu a la calle, donde nos estaba esperando el hombre negro; y los tres partimoshacia la explanada de arena en que haba terminado el puente del Gran Rey. All iba amorir Artaictes, tal y como seguan pregonando media docena de heraldos (y la mitad deSestos se encontraba muy ocupada comunicndole esa noticia a la otra mitad). El cieloestaba cubierto y haca bastante viento: nubes de color gris llegadas del norte, donde estel Primer Mar, corran veloces sobre el Mar de Hele.

    -Este tiempo me recuerda que todos necesitamos capas nuevas antes de marcharnosde aqu..., t el que ms, Latro -murmur Hipereides-. Ni un mendigo querra llevar eseharapo tuyo.

    El hombre negro puso la mano sobre el hombro de Hipereides y le mir con los ojosmuy abiertos.

    -Para ti tambin? S, naturalmente, acabo de decirlo... Para todos nosotros, de hecho,incluyendo a la pequea Io.

    El hombre negro mene la cabeza y repiti su gesto.-Oh, ah. Quieres saber algo sobre nuestro viaje..., iba a contrtelo ahora mismo.

    Llvanos hasta donde podamos ver qu est pasando y os dar todos los detalles.Los habitantes de Sestos ya haban empezado a moverse hacia adelante y los

    soldados de Xantipos les hacan retroceder con la contera de sus lanzas. Por suertealgunos soldados reconocieron a Hipereides y no nos cost demasiado conseguir un sitioen primera fila. An no haba nada que ver, slo un par de hombres cavando un hoyo quepareca estar destinado a recibir la punta de un tronco que haban llevado hasta all.

    -Xantipos no ha llegado -coment Hipereides-. An tardarn un poco en empezar.Le pregunt quin era Xantipos.-Nuestro estratega -me respondi-. Todos estos soldados se encuentran bajo su

    mando. Artaictes habl de l la noche pasada. No lo recuerdas?Admit que no lo recordaba. El nombre de Artaictes me pareca familiar, lo cual era

    lgico pues los heraldos lo haban estado gritando cuando llegamos; entonces recordhaberle dicho a Io que la noche anterior haba hablado con alguien llamado Artaictes.

    Hipereides me mir con expresin pensativa.-No recuerdas lo que les ocurri a los peces?Mene la cabeza.-Unos arenques... Sabes qu es un arenque, Latro?

    Asent, y lo mismo hizo el hombre negro.-Un pez no muy grande de color plateado y tirando a rechoncho -le dije-. Se cuenta queson deliciosos.

    -Cierto. -(Algunos integrantes de la muchedumbre haban empezado a gritar:Traedle! y Dnde est?, por lo que Hipereides se vio obligado a subir el tono devoz para que le oyramos)-. Pero los arenques son unos peces bastante aceitosos...,resultan grasientos incluso cuando los han salado. Bien, s que los dos sois hombresinteligentes. Quiero haceros una pregunta. Es algo de cierta importancia y quiero quemeditis cuidadosamente vuestra respuesta antes de drmela.

    Los dos volvimos a asentir.Hipereides trag una honda bocanada de aire.

    -Si unos arenques secos y bien salados fueran arrojados sobre las ascuas de unbrasero de carbn con un buen fuego ardiendo debajo de l..., creis que toda esa grasaque llevan dentro podra hacer que se movieran? O, quiz, que las gotas de aceite

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    desprendidas por los peces podran chisporrotear con violencia y, por as decirlo, hacerque los peces se movieran de un lado para otro?

    Asent, y el hombre negro se encogi de hombros.-Ah -dijo Hipereides-. Yo opino lo mismo que Latro, y l estaba all y los vio, aunque

    ahora no lo recuerde.Y entonces omos el rugido de la muchedumbre.

    El hombre negro seal con el mentn un instante antes de que Hipereides abriera laboca para gritar.-Mirad! Ya llegan..., valen cien talentos cada uno y van a ser degollados como un par

    de cabras.Mene la cabeza y su expresin me hizo pensar que estaba sinceramente apenado.Al hombre deba de faltarle poco para cumplir los cincuenta aos. Era de constitucin

    robusta y estatura mediana, y su barba era del mismo color que el hierro. Bastaba con versu atuendo para darse cuenta de que era de raza meda. Su hijo daba la impresin detener unos catorce aos; su rostro estaba tan por formar como la mayora de rostros delos muchachos de su edad, pero tena unos hermosos ojos oscuros. Al hombre le habanatado las manos por delante del cuerpo.

    Iban acompaados por un hombre alto y flaco que llevaba armadura pero no tenaescudo ni lanza. No vi que diera ninguna seal pero los heraldos gritaron: Silencio!Callad todos y escuchad a Xantipos, el noble estratega de Pensamiento, y cuando elparloteo de la muchedumbre se hubo calmado un poco el hombre de la armadura dio unpaso hacia adelante para decir:

    -Pueblo de Sestos Eolios! Helenos! -Habl en un tono bastante alto pero me dio laimpresin de que usar ese tono imperioso era algo natural en l-. Escuchadme! No mepresento ante vosotros para hablar en nombre de Helas!

    Aquello dej tan sorprendida a la multitud que todos callaron, con lo que se pudo or elgritero de los pjaros que volaban sobre el Mar de Hele.

    -Ojal pudiera hacerlo -sigui diciendo Xantipos-, pues eso significara que por fin hallegado la hora en que el hermano ya no lucha contra el hermano.

    Sus palabras hicieron que la multitud le vitoreara. Los ltimos ecos de los vtores sefueron disipando, e Hipereides me sonri.

    -Tienen la esperanza de que hayamos olvidado que no hace mucho estaban luchandocontra nosotros.

    -Y aun as, hablo como representante de la Asamblea de Pensamiento, y meenorgullece hacerlo. Mi ciudad os ha devuelto la mayor bendicin que pueblo algunopuede poseer..., la libertad.

    Otro estallido de vtores.-Por lo cual no pedimos nada ms que vuestra gratitud.

    Hubo gritos de agradecimiento.-He dicho que no poda hablar en nombre de los helenos. Quin sabe cul ser laactitud de Colina de la Torre? Confieso ignorarlo. Quin sabe lo que piensan loshombres salvajes de la Tierra de los Osos? Tambin lo ignoro, oh ciudadanos de Sestos,y vosotros tampoco lo sabis. Los pocos Cordeleros que estaban aqu partieron por marantes de que vuestra ciudad pudiera ser liberada, como bien sabis. Y en cuanto a laColina..., hay alguien que ignore el salvajismo con que sus lanzas apoyaron a losbrbaros?

    Sus palabras hicieron que la multitud lanzase un gruido de ira.-Vuelve a golpear, Xantipos -murmur Hipereides-. An respiran.-Muchos de mis valerosos amigos yacen en la gran tumba de Arcilla, y no olvidis

    jams que tambin eran amigos vuestros. Fueron enviados aqu no por las flechas de losbrbaros, sino por el caballo de Asopodoro de la Colina.

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    Al or esto la multitud emiti un leve gemido, como si mil mujeres hubieran sentido lasprimeras punzadas de dolor del parto. Pens que en aos venideros los hombres quizdijeran que el da de hoy algo nuevo haba nacido en este angosto dedo con que el oesteapuntaba hacia el este y el Mar de Hele.

    -Y aun as mi ciudad dispone de muchos ms hijos, hombres tan valerosos como ellos;y siempre que los necesitis estos hombres se apresurarn a venir en vuestra ayuda.

    Vtores enloquecidos.-Y ahora, ocupmonos de lo que nos ha trado aqu. Tanto vosotros como yo hemosvenido a este lugar en calidad de sirvientes de los dioses. No hace falta que os recuerdelos muchos crmenes cometidos por Artaictes. Vosotros los conocis mejor que yo.Muchos me han aconsejado que lo mejor sera devolverle a su pas a cambio del pago deun rico rescate. -Tuve la impresin de que Xantipos le lanzaba una rpida mirada desoslayo a Hipereides, aunque ste pareci no darse cuenta de ello-. He rechazado esosconsejos.

    La multitud pregon a gritos su aprobacin.-Pero antes de que se haga justicia con Artaictes actuaremos como solo los hombres

    libres pueden hacerlo..., celebraremos una votacin. En mi ciudad, donde se fabrican

    tantas urnas y platos, votamos usando los fragmentos de los cacharros rotos: cadaciudadano escribe la inicial del candidato al que favorece con su voto en el pedazo decermica. Se me ha dicho que en Sestos tenis costumbre de votar con piedras..., unapiedra blanca para el s y una piedra negra para el no. Hoy tambin votaris con piedras.El chico que veis junto a l -Xantipos le seal con el dedo-, es el hijo del blasfemo.

    Un murmullo de ira; un hombre que estaba a mi izquierda alz el puo izquierdo y losacudi en un gesto amenazador.

    -Vosotros decidiris si vive o muere, y slo vosotros. Si es voluntad vuestra que viva,haceos a un lado y dejadle marchar. Pero si es voluntad vuestra que muera, detenedle yarrojad una piedra. La eleccin queda en vuestras manos!

    Xantipos le hizo una sea a los soldados que vigilaban a Artaictes y su hijo, y uno deellos susurr algo al odo del muchacho y le dio una palmada en la espalda. Xantipos sehaba imaginado que el muchacho echara a correr por entre la muchedumbre paraconseguir la libertad; pero lo que hizo fue echar a correr en sentido contrario, lanzndosepor el angosto dedo de arena y guijarros en direccin al mar, supongo que con la idea dealcanzar las aguas y huir nadando.

    No lo consigui. Las piedras volaron por los aires y por lo menos una docena dehombres dej atrs a los soldados y corri en su persecucin. Le vi caer, alcanzado en laoreja por una piedra tan grande como mi puo. Se puso en pie y avanz tambalendoseunos cuantos pasos ms antes de ser alcanzado por medio centenar de piedras. Mi nicaesperanza es que muriera deprisa, pero no puedo decir con precisin cundo termin su

    vida; estoy seguro de que muchos lapidaron su cuerpo despus de que hubiese muerto.En cuanto a su padre, tuvo que ver morir a su hijo y despus fue obligado a tumbarsesobre el tronco y le atravesaron los tobillos y las muecas con unos grandes clavos dehierro dejndolos unidos a la madera; cuando hubieron terminado, el tronco fue colocadoen el agujero que haban cavado para recibirlo y a su alrededor amontonaron piedras yarena para que no se moviera. Algunas de las mujeres presentes tambin le arrojaronpiedras, pero los soldados no tardaron en impedrselo, pues teman que las piedraspudieran alcanzar a los cinco soldados que Xantipos haba colocado junto al troncomontando guardia.

    -Ven -dijo Hipereides-. El espectculo ha terminado y an me quedan muchas cosas deque ocuparme. Latro, quiero que te encargues de comprar esas capas de las que

    hablbamos. Si te doy el dinero, sabrs arreglrtelas?Le dije que lo hara, suponiendo que en la ciudad hubiera algn sitio donde vendiesencapas.

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    -Estoy seguro de que debe haberlo. Llvate contigo a Io y a ste para que puedanescoger sus capas. Procurad no escoger nada demasiado lujoso; slo conseguiraismeteros en los... En cuanto a m, treme una capa de un color vivo pero que no sea roja,porque se es el color que llevan los Cordeleros, aunque supongo que nadie me tomarapor uno de ellos, pero aun as... Y que no sea amarilla; las capas amarillas enseguidapierden el color. Compra una capa azul o verde, una prenda de aspecto caro, si es que

    tienen alguna, y procura que le vaya bien a mi estatura. -El hombre negro y yo le llevamosmedia cabeza de ventaja-. Asegrate de que sea gruesa y de que abrigue.Asent y me entreg cuatro dracmas de plata. El hombre negro se puso la mano en el

    hombro y fingi tirar de un pliegue de tela.-Ah, el viaje! Tienes razn, promet hablaros de eso... Bueno, es bastante sencillo.

    Supongo que los dos habis odo hablar del puente del Gran Rey, no?-Recuerdo que los heraldos dijeron que aqu es donde terminaba -respond-. Supongo

    que el ejrcito del Gran Rey debi de ir por el mismo camino que recorrimos para llegarhasta este lugar.

    -Tienes razn. El puente estaba hecho de botes... Me imagino que habra decenas ydecenas de ellos, y los botes estaban unidos los unos a los otros por cuerdas muy largas,

    con planchas colocadas sobre sus cubiertas para formar un camino. Segn lo que he odocontar estuvo aqu durante casi un ao hasta que una gran tormenta acab rompiendo lascuerdas.

    Asentimos para demostrarle que le habamos entendido.-El Pueblo de Parsa no lo repar: decidieron guardar las cuerdas en Sestos. Deban de

    haber costado mucho dinero y, naturalmente, si el Gran Rey daba la orden de reconstruirel puente siempre se las poda volver a utilizar. Xantipos quiere llevrselas a Pensamientopara presumir de su victoria. Me imagino que all causaran toda una conmocin, pues encasa nadie ha visto jams cuerdas de semejante tamao... -Hipereides extendi losbrazos para indicarnos cul era la circunferencia de los cables, y aunque doblara sudimetro lo cierto es que deban de ser muy grandes-. Bien -sigui diciendo-, como yapodis suponer lo primero que todo el mundo preguntar es quin las fabric y qu hasido de l. Xantipos me hizo investigar el asunto y descubr que el encargado defabricarlas fue un hombre llamado Oeobazo, uno de los brbaros que se descolgaron porla muralla de la ciudad con Artaictes. Y la noche pasada, cuando t y yo hablamos con l,Artaictes dijo que tenan intencin de ir hacia el norte, puede que hasta el muro deMilcades. A Xantipos le gustara hacer prisionero a ese tal Oeobazo para mostrrselo a laAsamblea junto con las cuerdas, por lo que partiremos en su busca tan pronto como laEuropa est preparada.

    Le pregunt cundo sera eso.-Espero que maana por la tarde. -Hipereides suspir-. Lo cual muy probablemente

    significa pasado maana, pero... Ahora estn ocupndose de calafatearla y deberanterminar hoy. Despus tendremos que cargar las provisiones, pero an hay que compraralgunas cosas y no las conseguir quedndome aqu para hablar con vosotros, as quehaz lo que te he dicho y ve a buscar esas capas. Cuando las hayas comprado haz elequipaje..., no s si volveremos aqu.

    Se alej con paso presuroso hacia los muelles, y el hombre negro y yo volvimos aSestos y a la casa en donde habamos dormido para recoger a Io.

    Pero al llegar la encontramos vaca.

    3 - El mantis

    Hegesstrato me ha interrumpido, pero ahora ya puedo volver a escribir. Es muy tarde ylos dems estn dormidos; Io me ha dicho que poco despus del amanecer olvidar todocuanto he visto y odo hoy, y hay cosas que debo consignar por escrito.

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    Cuando el hombre negro y yo volvimos a esta casa y descubrimos que Io no estaba mepreocup mucho por ella; pues, aunque no puedo recordar cmo he llegado aencontrarme en posesin de tal esclava, s que la amo. El hombre negro se ri al vermetan abatido y me dijo por seas que crea que Io nos habra seguido para ver la ejecucinde Artaictes, y yo me vi obligado a admitir que probablemente tena razn.

    Salimos de la casa y fuimos al mercado. Algunas de las tiendas que dan a l vendan

    capas. Compr unas de tela spera y sin teir para el hombre negro, Io y yo mismo:estaban nuevas y las haban tejido sin quitar el aceite de la lana, entrelazando las hebrasde forma tan apretada que no dejaran pasar la lluvia. Saba que una capa de color comola que deseaba Hipereides resultara bastante cara, por lo que estuvimos regateando unbuen rato antes de comprar las nuestras. El hombre negro (que me parece sabe regatearmejor que yo) empez a hablar con el tendero en una lengua que no comprendo, peropronto me di cuenta de que el tendero tena ciertos conocimientos de esa lengua, aunquefinga ignorarla. Al final incluso logr captar una o dos palabras: zlh, que creo significabarata y sel, chacal, una palabra que al tendero no le hizo mucha gracia.

    Dej que siguieran discutiendo y me dediqu a buscar una capa para Hipereides. Casitodas las capas de colores me parecieron demasiado delgadas para el invierno. Al final

    logr encontrar una capa azul brillante de tela gruesa y de la longitud adecuada, hecha deuna lana fina y muy suave. La cog y se la ense al tendero, que a esas alturas ya debade estar harto de discutir con el hombre negro. Le mostr nuestros cuatro dracmas deplata y las cuatro capas, y le expliqu que era el nico dinero de que disponamos.

    (Eso no era estrictamente cierto, pues s que el hombre negro posee una cierta sumade dinero; pero estoy seguro de que no habra querido gastrselo en las capas, yprobablemente no la llevaba encima en aquellos momentos.)

    Le dije que si nos venda las cuatro capas por cuatro dracmas ya podamos dar el tratopor cerrado; de lo contrario tendramos que buscar en otro sitio. Examin los dracmas ylos pes mientras el hombre negro y yo le observbamos para asegurarnos de que no lossustitua por otras monedas de peor calidad. Acab diciendo que no poda vendernos lascuatro capas por ese precio y que slo la capa azul deba proporcionarle dos dracmas,por lo menos, pero que si queramos las capas grises estaba dispuesto a vendrnoslaspor un dracma cada una.

    Le dije que tambin necesitbamos la capa azul, la ms pequea de todas, pues erapara un nio, y nos fuimos a otra tienda donde volvimos a empezar desde el principio todoel proceso que he descrito. Hasta ahora no me haba dado cuenta, pero las cosas que sele escaparon al segundo tendero me hicieron comprender lo nerviosos que seencontraban los comerciantes como l, pues no saban si los soldados de Pensamientopensaban quedarse o marcharse. Si se quedaban no caba duda de que estos comerciospodan albergar la esperanza de hacer muy buenos negocios, pues la mayora de los

    soldados haban conseguido algn botn y haba unos cuantos que tenan mucho; pero silos soldados se marchaban a su casa y el Pueblo de Parsa volva y asediaba la ciudad,los comercios no haran ningn negocio, pues durante un asedio todo el mundo se guardael dinero para comprar comida. Cuando comprend esto me las arregl para decirle alhombre negro que zarparamos maana, y el precio de la capa verde que estabaexaminando baj considerablemente.

    El propietario de la primera tienda que habamos visitado entr en ese mismo instante(el propietario de la segunda le mir como si tuviera la esperanza de que algn da lesera permitido asesinarle) y dijo que haba cambiado de parecer: podamos quedarnoslas cuatro capas por cuatro dracmas. Volvimos a su tienda con l y alarg la mano pararecibir el dinero. Pero yo pens que mereca ser castigado por habernos hecho perder

    tanto tiempo regateando; as que volv a examinar las capas y mientras contemplaba lacapa azul le pregunt al hombre negro si le pareca adecuada para que la llevaseHipereides durante el viaje que bamos a emprender.

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    El tendero se aclar la garganta.-As que vais a zarpar pronto, eh? Y vuestro capitn es Hipereides?-As es -le dije-, pero las otras embarcaciones no partirn con nosotros. Como mnimo

    an se quedarn unos cuantos das ms.Lo que dijo entonces el tendero me sorprendi, y creo que tambin sorprendi al

    hombre negro.

    -Ese tal Hipereides..., es calvo? -me pregunt-. Tiene la cara ms bien redonda, no?Esperad, me dijo cul era el nombre de su nave... La Europa?-S -le dije-, se es nuestro capitn.-Oh! Ah! Bien, quiz no debera deciros esto, pero si vais a comprar esa capa para l

    entonces tendr dos capas nuevas, por lo menos. Entr en mi tienda despus de que osmarcharais y me dio tres dracmas por una capa escarlata muy elegante. -El tendero cogila capa azul y la despleg-. Aunque esa capa era para un hombre ms alto que l...

    Mir al hombre negro y l me mir, y por nuestras expresiones estaba claro queninguno de los dos comprenda nada.

    El tendero cogi una tableta cubierta de cera y un punzn.-Te har un recibo de la venta. Puedes poner tu marca en l. Dile a tu capitn que si no

    quiere quedarse la capa azul le ensear el precio pagado por ella y le devolver sudinero.

    Empez a escribir en la tableta y cuando hube terminado yo escrib Latro junto a cadalnea en los caracteres que estoy utilizando ahora. Escrib esa palabra al final de cadalnea, lo bastante pegada a ella para tener la seguridad de que se volvera borrosa sisostena una vasija con agua recalentada debajo de la tableta con el fin de borrar lo quehaba escrito en ella. Despus, el hombre negro y yo llevamos las capas a la casa ehicimos el equipaje. Yo segua esperando que Io volvera de un momento a otro, pero nofue as.

    Cuando hubimos terminado le pregunt al hombre negro qu tena intencin de hacer yl me respondi por seas que pensaba irse a su habitacin para dormir un poco. Le dijeque yo hara lo mismo, y nos separamos. Pasados unos instantes abr la puerta de mihabitacin lo ms silenciosamente que pude y sal de ella con el tiempo justo para vercomo el hombre negro abandonaba su cuarto con idntica cautela. Sonre y mene lacabeza, l me sonri y fuimos juntos hasta la explanada de arena donde terminaba elpuente del Gran Rey, con la esperanza de que all encontraramos a Io.

    Por lo menos, creo que se era el nico motivo del hombre negro; en cuanto a m, deboconfesar que fui all impulsado por un doble motivo, pues en caso de que se mepresentara la oportunidad tena intencin de liberar a Artaictes.

    A medida que nos acercbamos al lugar fuimos encontrando a los ltimos rezagadosde la multitud que volvan a casa; algunos de ellos nos dijeron que Artaictes estaba

    muerto. Haba uno con aspecto de ser persona inteligente, por lo que le detuve y lepregunt cmo lo saba. Nos dijo que los soldados le haban clavado sus lanzas sinobtener ninguna reaccin, y que por lo menos uno de ellos haba hundido la punta de sulanza en el vientre de Artaictes para ver con qu fuerza brotaba la sangre, y que sali tanpoca como el agua que se escurre de una esponja, por lo que todos quedaronconvencidos de que su corazn haba dejado de funcionar.

    El hombre negro me hizo seas apremindome a preguntar por Io. As lo hice, y elhombre al que estbamos interrogando me dijo que todo el mundo se haba marchadosalvo una nia acompaada por un hombre lisiado. No me pareci que nadie pudiera vera Io y pensar que era una nia (la recordaba bien de haber hablado con ella aquellamaana) y mientras apretbamos el paso para llegar all le pregunt al hombre negro si

    conoca a algn lisiado. Mene la cabeza.Y, sin embargo, era Io y la reconoc de inmediato. Junto al cadver de Artaictes sloestaban ella, un chico, los soldados y el hombre de quien nos haba hablado el rezagado.

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    Se apoyaba en una muleta y vi que haba perdido el pie derecho; en su lugar haba unapieza redonda de madera que terminaba en una pata de palo. La pieza de madera estabaatada a su pantorrilla con tiras de cuero, del mismo modo que se atan los cordones deuna sandalia. Estaba llorando e Io intentaba consolarle, pero cuando nos vio agit lamano y nos sonri.

    Le dije que no debera haber desobedecido a Hipereides y, aunque no pensaba

    golpearla por ello, ste quiz s quisiera hacerlo. (No se lo dije a Io, pero tema que si ledaba una paliza demasiado severa quiz no pudiera contenerme y acabase matndole,en cuyo caso era muy posible que yo tambin acabara muerto a manos de los soldadosde Pensamiento.) Me explic que no haba tenido intencin de desobedecerle: estabasentada en el umbral de la casa cuando vio al lisiado y le pareci que estaba tan cansadoy triste que intent consolarle. El lisiado le pidi que fuera con l porque tanto su muletacomo la punta de su pata de palo se hundan en la arena. Por lo tanto, no haba ido allpara asistir a la muerte de Artaictes, cosa que le haba sido prohibida por Hipereides, sinopara ayudar a un lisiado y a un compatriota heleno, lo cual no caba duda de que no ibaen contra de las rdenes de Hipereides.

    El hombre negro sonri al orle decir todo aquello, pero tuve que admitir que haba

    cierta verdad en sus palabras. Le dije al lisiado que Io deba regresar a casa con nosotros,pero que si l tambin se dispona a volver a Sestos poda contar con nuestra ayuda.

    El lisiado asinti y me dio las gracias; dej que se apoyara en mi brazo. Admito queencontrarme con un heleno que lloraba por un meda hizo que sintiera cierta curiosidad, ycuando habamos recorrido una pequea distancia le pregunt qu saba de Artaictes y sihaba sido un buen hombre.

    -Me trat como a un amigo -respondi el lisiado-. Era el ltimo amigo que tena en estaparte del mundo.

    -Pero vosotros los helenos estabais en lucha con el Pueblo de Parsa, no? -lepregunt-. Al menos, eso me parece recordar.

    Mene la cabeza y me dijo que no todas las ciudades estaban en guerra con el GranRey y que algunas de ellas no haban obrado con sabidura al plantearle batalla. Aadique nadie haba luchado con ms bravura en la Batalla de Paz que la Reina Artemisia, lagobernanta de una ciudad de helenos aliada con el Gran Rey y me dijo que en Arcillaninguna tropa haba superado en valor a la caballera de la Colina, y que el GrupoSagrado de la Colina haba luchado hasta que todos sus miembros perdieron la vida.

    -Yo soy de all -le dijo Io con orgullo.El lisiado le sonri y se limpi los ojos.-Ya lo saba, querida ma; basta con que hables para que todos se den cuenta. Yo soy

    de la isla de Zakuntios. Sabes dnde se encuentra? -Io no lo saba, as que el lisiadoaadi-: Es una pequea isla situada al oeste, y quiz esa misma pequeez sea lo que la

    hace tan hermosa y tan amada por todos sus hijos.-Espero verla algn da, seor -dijo Io con mucha cortesa.-Yo tambin -respondi el lisiado-. Es decir, espero volver a verla una vez ms, cuando

    pueda volver a mi hogar sin correr peligro. -Y, volvindose hacia m, aadi-: Gracias porvuestra ayuda... Creo que la superficie del camino ya es lo bastante firme para que puedaseguir avanzando sin ayuda.

    Yo estaba tan absorto en mis pensamientos que apenas si le o. Si realmente habasido amigo de Artaictes (y seguramente estbamos en un sitio donde ningn helenomentira al respecto), pareca probable que conociera a Oeobazo, a quien prontoestaramos buscando. Adems, poda ayudarme a rescatarle, si es que tal cosa llegaba aser necesaria. Estaba lisiado y no servira de mucho en un combate, pero pens que en

    una batalla no todo se reduce a luchar y si Artaictes haba sido amigo suyo es posible quele hubiera encontrado til.

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    Y, con esas ideas en mi cabeza, le ofrec la hospitalidad de la casa que Hipereideshaba requisado, dicindole que all tenamos mucha comida y un vino bastante bueno, yle suger que si lo deseaba y si Hipereides daba su permiso quiz pudiera quedarse adormir all esta noche.

    Me dio las gracias y me dijo que no andaba escaso de dinero, pues Artaictes le habarecompensado generosamente en muchas ocasiones. Me cont que iba a alojarse en

    casa de una familia de buena posicin donde estara bastante cmodo.-Me llamo Hegesstrato -aadi-, Hegesstrato hijo de Telias, aunque ahora casi todosme suelen llamar Hegesstrato de Elis.

    -Oh, hemos estado en Elis -dijo Io-. Fue cuando bamos de camino a..., a un sitio en elnorte donde el Rey Pausanias hizo un sacrificio. Latro no lo recuerda, pero el hombrenegro y yo s. Por qu dices que eres de Elis si realmente eres de Zakuntios?

    -Porque tambin soy de Elis -le respondi Hegesstrato-, y mi relacin con ese lugar esmuy reciente. Nuestra familia tiene sus races all..., pero no es una historia adecuadapara los odos de una doncella. Ni tan siquiera para una doncella de la Colina...

    -Soy Latro -le dije-. Supongo que ya sabes quin es Io. No conocemos el nombre denuestro amigo porque no hablamos su lengua, pero podemos dar fe de que es un buen

    hombre.Los ojos de Hegesstrato se encontraron con los del hombre negro durante un

    momento que me pareci muy largo y luego le habl en otra lengua. (Creo que en lamisma que el hombre negro haba utilizado con el tendero); y el hombre negro lerespondi usando la lengua en que le haba interpelado. No tard en poner su manosobre la frente de Hegesstrato y ste puso su mano sobre la frente del hombre negro.

    -Es la lengua de Aram -me dijo Hegesstrato-. En ella el nombre de tu amigo es SieteLeones.

    Estbamos acercndonos a la puerta de la ciudad y me pregunt si la casa de la que lehaba hablado quedaba muy lejos. Daba la causalidad de que estaba en la calle quehaba detrs del muro, y as se lo dije.

    -La casa donde me alojo se encuentra al otro lado de la plaza del mercado -meinform-. Quiz pueda pasar por vuestra casa y beber una copa de vino en tu compaa.Lo crees posible? Caminar hace que me duela el mun -seal su pierna lisiada-, y tequedara muy agradecido si me permitieras dejarlo reposar un rato.

    Le inst a quedarse todo el tiempo que deseara y le dije que me gustara conocer suopinin sobre mi espada.

    4 - Auspicios favorables

    Hegesstrato ha estado en la muralla observando a los pjaros. Dice que tendremos un

    viaje afortunado y que vendr con nosotros. Hipereides quiso saber si lograramosencontrar al hombre que buscamos, si se lo entregaramos a Xantipo y cmo nosrecompensara la Asamblea por ello, pero Hegesstrato se neg a responder a ninguna deesas preguntas, diciendo que hablar sobre aquello que uno ignora es un pozo cavadopara atrapar a quienes son como l. Despus estuvimos hablando durante un rato, peroahora se ha marchado.

    Algo extrao ha ocurrido mientras el hombre negro, Io y yo estbamos sentados con lbebiendo vino; no logro comprenderlo, por lo que voy a consignarlo aqu exactamente taly como ocurri, sin hacer comentarios o, por lo menos, reducindolos al mnimo posible.

    Mientras hablbamos fui sintiendo una curiosidad cada vez mayor hacia mi espada. Lahaba visto en el cofre esta maana cuando me puse un chiton limpio y volv a verla

    cuando el hombre negro y yo hicimos el equipaje; pero entonces no sent ningunacuriosidad hacia ella. Ahora apenas si era capaz de seguir sentado en mi sitio. En unmomento dado incluso tem que me la hubiesen robado. Un instante despus estuve

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    seguro de que posea alguna peculiaridad sobre la que los comentarios de Hegesstratoresultaran profundamente reveladores.

    Me levant apenas hubo mezclado el vino con el agua, fui corriendo a mi habitacin ysaqu mi espada del cofre. Estaba a punto de drsela cuando me golpe la mueca conla muleta y la espada cay de mi mano; el hombre negro se puso en pie de un saltoenarbolando su taburete mientras Io lanzaba un grito.

    Hegesstrato fue el nico que no perdi la calma y sigui sentado en su sitio. Me dijoque recogiera mi espada y volviera a guardarla en la vaina. (Su punta se haba hundidotan profundamente en el suelo que necesit usar las dos manos para arrancarla de l.)Entonces sent como si hubiera despertado de un sueo. El hombre negro me grit algoque no entend, seal el vino y empez a hablar en voz alta con Hegesstrato,sealndome primero a m y luego al techo.

    -Desea que te recuerde que un invitado es sagrado -me explic Hegesstrato-. Dice quelos dioses castigarn a quien despus de haber invitado a un desconocido a su casa lehaga dao sin una causa justa.

    Asent.-Latro olvida las cosas -murmur Io-. A veces...

    Hegesstrato la hizo callar con un gesto.-Latro, qu ibas a hacer con esa espada?Le dije que deseaba que la examinara.-Y todava lo deseas?Mene la cabeza.-Muy bien -dijo-, en tal caso la examinar. Vuelve a desenvainarla y djala sobre la

    mesa, por favor.Hice lo que me peda y Hegesstrato puso las dos manos sobre la hoja y cerr los ojos.

    Permaneci largo rato en esa postura, sin moverse; estuvo as tanto tiempo que pudefrotarme la mueca y terminarme el vino antes de que volviera a abrir los ojos.

    -Qu ocurre? -le pregunt Io en cuanto hubo quitado las manos de la espada.Creo que se estremeci levemente.-Vosotros... Alguno de vosotros es consciente de que la divinidad puede transmitirse,

    igual que una enfermedad?Los tres permanecimos en silencio.-Es posible. Toca a un leproso y quiz acabes descubriendo que has contrado la lepra.

    Las puntas de tus dedos se vuelven de color blanco y tambin es posible que la manchaaparezca en tu mejilla o en tu mentn, porque te los rascaste con los dedos. Con ladivinidad ocurre lo mismo. En la Tierra del Ro hay templos cuyos sacerdotes debenlavarse y cambiarse la ropa despus de haber servido al dios; si no lo hacen no se lespermite salir del templo, y eso aunque en la mayora de casos el dios no est presente... -

    Hegesstrato suspir-. Creo que esta espada ha estado en contacto con una deidadmenor.Me lanz una mirada interrogativa, pero no supe qu responderle; as que me limit a

    menear la cabeza.-Has matado con ella?-No lo s -dije-. Supongo que s.-Mataste a algunos Cordeleros... -empez a decir Io, y se tap la boca con la mano

    antes de terminar la frase.-Mat a unos Cordeleros? -pregunt Hegesstrato-. Puedes hablarme de ello..., te

    aseguro que no soy amigo de su pueblo.-Slo eran unos esclavos suyos -le explic Io-. Lograron capturarnos, pero antes Latro

    y el hombre negro mataron a muchos.Hegesstrato tom un sorbo de su vino.-Supongo que todo eso ocurri lejos de aqu, verdad?

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    -S, seor. En la Tierra de las Vacas.-Mejor, pues los muertos pueden andar. Sobre todo aquellos que han perecido a causa

    de esta hoja.Mir a mi alrededor, pues haba odo los pasos de Hipereides. Se sorprendi un poco al

    ver a Hegesstrato; pero cuando les hube presentado le trat con amabilidad y le dio labienvenida.

    -Espero que me disculpes por no levantarme -dijo Hegesstrato-. Estoy lisiado.-Naturalmente, naturalmente. -El hombre negro fue a buscar un taburete paraHipereides y ste se sent a la mesa-. A m tambin me cuesta caminar. Llevo todo el dadando vueltas por la ciudad.

    Hegesstrato asinti.-Y hay otro asunto por el cual tambin te debo una disculpa. Hace un momento mi

    amigo Latro me llam Hegesstrato de Zakuntios. Es cierto; nac all y all fue donde llegua la edad viril, pero mi autntico nombre es Hegesstrato, hijo de Telias...

    Hipereides pareci sobresaltarse.-Y soy ms conocido como Hegesstrato de Elis.-T eras el mantis que aconsej a Mardonio en Arcilla -exclam Hipereides-. Le dijiste

    que no avanzara..., eso es lo que he odo contar.Hegesstrato volvi a asentir.-Es que eso me convierte en un criminal a tus ojos? De ser as, me encuentro a tu

    merced. Estos dos hombres te obedecen, y uno de ellos tiene una espada.Hipereides trag una honda bocanada de aire y luego la dej escapar.-Mardonio est muerto. Creo que deberamos permitir que los muertos descansen en

    paz.-Eso mismo pienso yo, aunque a veces ellos no estn de acuerdo.-Si empezramos a buscar venganza tendramos que convertir en esclavos a todos los

    habitantes de esta ciudad, y entonces, quin defendera la ciudad contra el Gran Rey?Son palabras del mismo Xantipos.

    Le serv una copa de vino y la acept.-Sabes qu es lo que la Asamblea quera hacer con la Colina?-Hegesstrato mene la cabeza-. Arrasarla! Queran vender todos los habitantes de la

    Tierra de las Vacas a los Hombres Escarlata! Yo me dedico al cuero..., en pocas de paz,quiero decir. Puedes imaginarte cul habra sido el efecto de esas medidas sobre elcomercio del cuero? -Haca fro, pero aun as Hipereides se pas la mano por el rostrocomo si estuviera sudando-. Los Cordeleros lo impidieron. Bueno, los dioses saben queno soy amigo de los Cordeleros, pero... de qu te res t, jovencita?

    -Habis usado las mismas palabras que l, seor -dijo Io-. Las pronunci un momentoantes de que entrarais. Dicen que eso da buena suerte.

    -S, es cierto. -Hipereides se volvi nuevamente hacia Hegesstrato-. Es cierto,verdad? -le pregunt-. Si hay alguien que lo sepa, supongo que debes de ser t.-Es verdad -dijo el mantis-. Que los hombres estn de acuerdo siempre presagia buena

    fortuna.-Tienes razn -admiti Hipereides-. Bien, escchame: soy el patrn de la Europa y

    estamos a punto de zarpar..., deberamos levar el ancla hacia el medioda de maana.Cunto me cobraras por averiguar qu piensan los dioses de nuestro viaje y, quiz,advertirnos de algn peligro en particular con el que podamos enfrentarnos?

    -Nada -replic Hegesstrato.-Quieres decir que no deseas hacerlo?-Quiero decir justamente lo que he dicho..., que lo har y que no te cobrar nada por

    ello. Pretendes subir por el Mar de Hele en busca de Oeobazo, no es as?Hipereides puso cara de asombro y confieso que yo tambin.Hegesstrato sonri.

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    -Oh, lo que te he dicho no me ha sido revelado por ningn poder misterioso, creme.Antes de morir, Artaictes me cont que le habas estado haciendo preguntas sobreOeobazo, como puede atestiguar Io.

    -El hombre negro y yo volvimos all cuando hubimos terminado de hacer el equipaje -ledije a Hipereides-. Artaictes ya estaba muerto y no haba nadie salvo Hegesstrato, Io, unchico y los soldados. As es como conocimos a Hegesstrato; estaba llorando por

    Artaictes.-Y an le lloro -aadi Hegesstrato-. Y, naturalmente, t pensaste que quiz fuera tilhablar con alguien que conoca de vista a Oeobazo. Revelaste eso con toda claridadmientras Io nos traa el agua y este vino, que es realmente excelente. Muy bien...Oeobazo es meda. No es nativo de Parsa, aunque los helenos suelan llamarles medas,sino un autntico meda; de unos treinta y cinco aos de edad, ms alto que la mayora desus compatriotas, fuerte y un soberbio jinete. En su mejilla derecha hay una cicatrizbastante larga que la barba slo logra esconder en parte; en una ocasin me dijo que sela hizo de joven cuando intent cruzar un seto al galope. Y ahora, puedo preguntarle aHipereides qu le ha impulsado a pasarse todo el da dando vueltas por Sestos? Creaque la mayor parte de cosas necesarias para un navio pueden encontrarse con facilidad y

    que de no ser as resultaran claramente imposibles de obtener. Qu es lo que pareceposible y, aun as, se revela tan huidizo?

    -Alguien que hable los dialectos de las tribus del norte, conozca sus costumbres yquiera venir con nosotros -dijo Hipereides-. Hay tres posibilidades: Oeobazo puede habervuelto sano y salvo al Imperio, con lo que se encuentra fuera de nuestro alcance, puedeestar prisionero en una de las ciudades civilizadas que hay al norte, en cuyo caso nodebera ser difcil de localizar, o se encuentra en algn reino brbaro a este lado delPrimer Mar. sa es la razn de que podamos tener problemas, y me gustara estarpreparado para vrmelas con ellos.

    Hegesstrato se acarici la barba, de color negro, rizada y muy espesa.-Puede que ya hayas encontrado a esa persona -dijo.Se despidi de nosotros. El hombre negro empez a preparar la segunda comida e Io

    me indic que deseaba hablar conmigo.-Amo, realmente ibas a matarle? -me pregunt.-Claro que no -le respond.-Bueno, pues por tu cara lo pareca. Entraste casi corriendo con tu espada en la mano

    y por tu expresin parecas dispuesto a partirle la cabeza en dos... Creo que si no hubierasido por la rapidez con que se movi lo habras hecho.

    Le expliqu que slo deseaba ensersela, pero me pareci que no quedaba muyconvencida y me hizo muchas preguntas sobre las cosas que el hombre negro y yohabamos hecho hoy. Describrselas me record que todava no le haba enseado a

    Hipereides las capas que habamos comprado, por lo que cuando hube satisfecho lacuriosidad de Io fui a buscarlas y se las mostr. Parecieron gustarle, sobre todo la suya,pero no dijo nada de la capa escarlata y pens que no sera demasiado prudentepreguntarle por ella.

    Despus de haber comido, Io me trajo este pergamino y me apremi a escribir en ltodo lo que haba ocurrido hoy; me dijo que estaba segura de que despus querramosestudiarlo con ms detenimiento. As lo he hecho, explicando detalladamente todas lasconversaciones de alguna importancia usando las mismas palabras de quien habl, tanbien como puedo escribirlas en mi propia lengua.

    Como ya he escrito antes, Hegesstrato me interrumpi. Quera saber dnde habamosestado Io y yo cuando fuimos capturados por los Cordeleros, y cuando no pude

    responderle despert a Io y habl con ella. Despus dijo que iba a la muralla paraobservar el vuelo de los pjaros; ya haba oscurecido y durante esas horas los pjarosapenas vuelan, aunque s que hay algunas especies que s lo hacen. Estuvo fuera un

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    rato muy largo, pero cuando volvi habl con Hipereides y le dijo que el mensaje de losdioses era favorable y que ira con nosotros si Hipereides as lo deseaba. ste se mostrencantado y le hizo muchas preguntas de las cuales l slo respondi dos o tres, eincluso a stas de tal forma que le revel muy poco a Hipereides.

    Cuando Hipereides hubo regresado a la cama, Hegesstrato se sent conmigo delantede este fuego y me dijo que le gustara poder leer este pergamino. Le dije que si quera se

    lo leera, y aad que en mi cofre tena otro donde ya no quedaba espacio para escribir.-Quiz te pida que lo hagas pronto -me respondi-. Io me dice que no recuerdas lascosas, y me pregunto hasta qu punto eres consciente de ello.

    -S que no recuerdo las cosas -le dije-. Al menos, veo que los dems recuerdan losdas pasados. Eso me parece extrao y, aun as, hay ciertas cosas que yo tambinrecuerdo..., mi padre y mi madre, y la casa donde vivamos.

    -Comprendo. Pero no recuerdas que Pausanias de Cuerda te ofreci su amistad?Le dije que recordaba que Io me haba contado que cuando fuimos con el Rey

    Pausanias para hacer el sacrificio estuvimos en Elis, y le pregunt si Pausanias era unautntico rey.

    Hegesstrato mene la cabeza.

    -No, pero suelen darle ese ttulo. Los Cordeleros estn acostumbrados a tener un reycomo lder; y dado que ahora l es su lder le llaman rey. En realidad, es regente ygobierna en nombre del Rey Pleistarco, que an es un muchacho. Pausanias es to suyo.

    Me atrev a observar que si Pausanias se haba mostrado amable con Io, el hombrenegro y conmigo, eso quera decir que al menos era un buen hombre.

    Mis palabras hicieron que Hegesstrato permaneciera en silencio durante un ratobastante largo con los ojos clavados en las llamas, viendo en ellas ms de lo que yo podaver (o eso creo).

    -Si Pausanias hubiera nacido en cualquier otra nacin yo le calificara de malvado -dijopor fin-. Latro, ya que no te acuerdas de Pausanias, no te acordars por casualidad dealguien llamado Tisameno de Elis?

    No me acordaba de l, pero le pregunt a Hegesstrato si este Tisameno era parientesuyo, dado que a los dos se les llamaba de Elis.

    -Es un primo muy lejano mo -me dijo Hegesstrato-. Nuestras dos familias pertenecenal grupo de los lamidas; aunque llevan siendo rivales desde la Edad de Oro, cuando losdioses moraban entre los hombres.

    -Ojal estuviramos en la Edad de Oro -repuse-. Podra buscar a un dios y quizquisiera hacerme igual a los dems hombres.

    -Eres menos distinto de ellos de lo que crees y para los hombres no es fcil ganarse lagratitud de los dioses. stos no son de natural agradecido.

    Mi corazn me dijo que estaba en lo cierto.-Io me ha contado que eres capaz de ver a los dioses. Hay momentos en que yotambin puedo verlos.

    Le confes que ignoraba que pudiese verlos.-Si pudiera olvidar lo que he visto tan deprisa como t..., eso hara que mi existencia

    fuera mucho ms feliz. -Se qued callado durante unos instantes-. Latro, Tisameno meodia y creo muy probable que te haya hechizado. Me permitirs que intente romper suhechizo, si est en mi mano?

    Mientras hablaba se balanceaba de un lado para otro, como se balancea el rbol jovenmecido por una brisa fuerte y, aun as, suave y refrescante. Alz las manos con los dedosextendidos como si fueran los ptalos de dos flores.

    Recuerdo lo que me pregunt pero no recuerdo cul fue mi respuesta. Ya no est aquy el cuchillito que cog para afilar mi punzn est manchado de sangre.

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    5 - Nuestra nave

    La Europa zarp de Sestos en el da de hoy cuando el sol ya haba recorrido la mitaddel cielo. Podramos haber partido mucho antes. Hipereides, nuestro capitn, le encontrdefectos primero a una cosa y luego a otra hasta que el hombre lisiado que pareceenfermo subi a bordo. Despus de eso ya no le encontr ms defectos a nada.

    Salimos del puerto impulsndonos con los remos. Fue un trabajo duro, pero tambinagradable. Izamos la vela despus de adentrarnos en el Mar de Hele; con este fuerteviento del oeste no hay necesidad de remar. Los marineros dicen que la orilla estepertenece al Gran Rey y si el viento nos acerca demasiado a ella tendremos que volver aremar. Cuando empec a escribir esto vimos pasar a tres naves como la nuestra. Volvana Sestos, o eso nos pareci, y tenan que remar. Sus remos suban y bajaban dndoles laapariencia de pjaros de seis alas que volaran rozando el mar invernal.

    Io vino a hablar con el hombre negro y conmigo. Me repiti muchas veces que estepergamino se romper en pedacitos si llega a humedecerse, y yo le promet muchasveces que lo guardara en mi cofre tan pronto como hubiera terminado de escribir. Lepregunt quin era el hombre de la muleta. Me dijo que su nombre era Hegesstrato, que

    el hombre negro y yo le conocamos (el hombre negro asinti al or estas palabras) y queha estado cuidndole. Le han puesto a popa, debajo de la cubierta que protege de lastempestades, donde el viento no puede llegar a l; ahora est durmiendo. Le preguntcul es su enfermedad, pero Io no quiso decrmelo.

    El kiberneta ha recorrido los bancos hablando con los marineros. Es el hombre msviejo de a bordo: creo que es todava ms viejo que el lisiado o que Hipereides, y es bajitoy flaco. Ha perdido casi todo su cabello y el poco que le queda es de color gris. Se acerca nuestro banco, le sonri a Io y le dijo que era muy agradable volver a tenerla a bordo. Iome cont que en una ocasin contorneamos la Isla Roja en este barco, pero no s dndese encuentra. El kiberneta hizo que tanto el hombre negro como yo le enseramos lasmanos. Las toc y dijo que no estaban lo bastante duras. La piel de mis manos es muydura -debo de haber trabajado mucho con ellas-, pero l dijo que deba endurecerse msantes de que pudiera pasarme todo el da remando. Nos dijo que deberamos remar mspara estar preparados por si llegaba el momento en que tuviramos que remar pornuestras vidas. Io me dijo que el kiberneta es un viejo marinero cuyos conocimientossobre el mar y los navios son mayores que los de Hipereides, aunque ste sabe muchosobre esas cosas. Hipereides pag la construccin de esta nave con su dinero (porque laAsamblea de Pensamiento le oblig) y sa es la razn de que sea nuestro capitn. Yo ledije que me pareca bastante inteligente..., quiz demasiado. Io me asegur que es unhombre muy bueno, aunque sabe muchas cosas sobre el dinero y cmo ganarlo.

    Debo anotar que el hombre negro y yo ocupamos el banco ms alto de babor. Io dice

    que nos han puesto aqu para que podamos estar juntos y se encuentra cerca de la proaporque los mejores remeros se encuentran en popa, all donde los dems puedan verlos yseguir el ritmo que marcan. El hombre negro est sentado ms cerca del mar y es untranita, un hombre del banco. Yo soy un zigita, un hombre de la bancada. Le llamanas porque el hombre negro rema contra el parodos, que es una especie de balcnsuspendido del flanco de la nave. Yo remo contra el banco o, mejor dicho, contra ungrueso remache de madera incrustado en l. Cuando avanzamos impulsados por lasvelas es posible colocar hombres en el parodos para impedir que la nave cabeceedemasiado; pero cuando remamos, quien camine por l debe pasar por encima de losremos de los tranitas.

    Tambin debera anotar que los hombres que se sientan debajo de nosotros son los

    talamitas. Creo que esa palabra quiere decir hombres del interior. Sus remos pasan poragujeros abiertos en el flanco de la nave y estn protegidos por aros de cuero engrasado.Uno de los marineros fue castigado hace un rato (no s por qu). Los hombres de los

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    escudos le ataron a un banco de los talamitas con la cabeza asomando por el agujero delremo. Cada vez que tragaba aire deba sentir como si le arrojaran un cubo de agua fra demar a la cara. Cuando le desataron daba la impresin de estar muy arrepentido y mepareci que haba aprendido la leccin.

    El hombre negro se march durante un rato. Cuando volvi le pregunt dnde habaestado, pero se limit a menear la cabeza. Ahora est muy quieto contemplando las olas.

    En la barandilla hay colgadas lminas de cuero para protegernos de la espuma, pero nonos llegan hasta la cabeza.Nos acercamos a la costa para pernoctar y varamos nuestra nave en la playa. Hicimos

    hogueras para calentarnos y cocinar -hay mucha madera arrojada a la arena por las olas-,y ahora estoy escribiendo a la luz de una de esas hogueras mientras todos los demsduermen. El fuego estaba a punto de apagarse, pero he recogido ms madera. Uno de losmarineros despert hace un momento, me dio las gracias y volvi a dormirse.

    Hipereides, el kiberneta, Acetes y Hegesstrato tienen una tienda para protegerse. Sillueve haremos ms tiendas con la vela y la vela de combate; pero ahora dormimos juntoa estas hogueras, envueltos en nuestras capas y pegados los unos a los otros paradarnos calor. Cuando pregunt adonde bamos Io me dijo que a Pactia, donde est la

    muralla.Me despert y vi a una mujer observando nuestro campamento. La luna brillaba en el

    cielo, por lo que pude verla con toda claridad: estaba de pie ms all de la sombra de lospinos. Dos hombres de Acetes montaban guardia, pero no la vieron o, al menos, no leprestaron ninguna atencin. Me puse en pie y fui hacia ella, pensando que sedesvanecera entre las sombras cuando me acercara, pero no lo hizo. Debo llevar muchotiempo sin acostarme con una mujer; mis entraas se agitaron como tiembla la velacuando intentamos tomar el viento demasiado de cerca. En nuestra nave no hay mujeres,slo Io.

    Esta mujer era de poca estatura, expresin grave y muy hermosa. La salud y lepregunt de qu forma poda servirla.

    -Soy la novia de este rbol -me dijo, y seal el pino ms alto-. Casi todos los quevienen a mi bosque me hacen un sacrificio y me preguntaba por qu vosotros, que soistantos, no lo habis hecho.

    Entonces cre entender que era la sacerdotisa de algn santuario rural. Le expliqu queno era el lder de los hombres que vea durmiendo en la playa, pero que supona que nohaban hecho ningn sacrificio porque no tenamos vctimas que ofrecerle.

    -No necesito un cordero o una cabrita -me dijo-. Me bastar con un pastel y un poco demiel.

    Volv al campamento. Esta noche el hombre negro, Io y yo comimos con los cuatro queduermen en la tienda: el hombre negro se encarg de prepararnos la cena, por lo que

    saba que entre las provisiones de Hipereides haba algo de miel. Encontr un jarrosellado con cera de abeja, mezcl un poco de la miel con harina, agua, sal y ssamo ycoc la pasta en las ascuas de la hoguera. Cuando los dos lados del pastel estuvierontostados se lo llev junto con la miel y un odre de vino.

    Me gui hasta el pino. Al pie del tronco haba una piedra plana. Le pregunt qu debadecir cuando depositara nuestras ofrendas en ella.

    -Los hombres declaman poemas, y sus mujeres e hijas prefieren otros poemas distintosa los de los hombres -me dijo-, pero todos han olvidado el verdadero ritual, que esdepositar las ofrendas sin pronunciar ni una palabra.

    Dej el pastel sobre la piedra, derram un poco de miel encima de ella y coloqu eljarro de miel a su lado. Abr el odre y vert un poco de vino en el suelo.

    La mujer me sonri y se sent junto a la piedra, de espaldas al tronco. Cogi un trocitode pastel, lo moj en la miel y se lo comi. Le ofrec el odre de vino hacindole unareverencia; lo acept y bebi un buen trago del vino, que no estaba mezclado con agua.

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    Despus se limpi la boca con el dorso de la mano y me hizo una sea para que tomaraasiento delante de ella.

    La obedec, creyendo saber lo que no tardara en ocurrir, pero no muy seguro de cmodeba obrar para que ocurriera, pues la piedra del altar se interpona entre nosotros. Medevolvi el odre y tragu un sorbo de vino caliente.

    -Ahora puedes hablar -me dijo-. Cul es tu deseo?

    Un instante antes lo haba sabido; ahora en mi mente slo haba confusin.-Fertilidad para tus campos? -Volvi a sonrer.-Soy propietario de campos? -le pregunt-. Lo ignoro.-Descanso, quiz? Tambin lo damos. Y una sombra fresca donde reposar, pero no

    es eso lo que deseas, verdad?Mene la cabeza e intent hablar.-No puedo llevarte a tus campos -me dijo-. Eso queda ms all de mi poder. Pero si

    quieres puedo mostrrtelos.Asent y me levant de un salto, alargndole la mano. La mujer se puso en pie con el

    odre de vino sobre el hombro y acept mi mano.Un instante despus el mundo se inund de luz. Los rboles, la playa, el navio y los

    hombres dormidos..., todo eso desapareci. Estbamos caminando sobre los surcosrecin abiertos en donde an se retorcan los gusanos. Ante nosotros caminaba unhombre de cabellos grisceos con una mano sobre el arado y un aguijn para bueyes enla otra. Por encima de su espalda encorvada vi un jardn, un viedo y una gran casablanca.

    -Si quieres puedes hablar con l -me dijo la mujer-; aunque no te oir.Tom otro trago del odre.-Entonces no le hablar.Sent el deseo de preguntarle si aquellos campos eran realmente mos y, de ser as,

    qu haca aquel anciano arndolos; pero saba que me pertenecan y que el jardn, elviedo y la casa tambin eran de mi propiedad. Hasta poda imaginarme quin era aquelhombre que araba los campos. Era mi padre.

    -La cosecha ser buena -me dijo la mujer-. Mi presencia aqu har que la tierra dbuenos frutos.

    -Cmo nos has trado a este lugar? -le pregunt-. Por qu no puedo quedarme?Alz la mano sealando hacia el sol y vi que ya casi estaba en el horizonte; las

    sombras ya empezaban a alargarse.-Deseas ver la casa?Asent y fuimos hasta ella pasando por el viedo. La mujer cogi algunas uvas y las

    comi. Me puso un grano en la boca. Jams habra credo que una uva pudiera ser tandulce y as se lo dije, aadiendo que la dulzura deba de venir de sus dedos.

    -No -me dijo-. Estas uvas te parecen dulces porque son tuyas.Vi el reflejo de las estrellas en el agua que haba bajo las espesas sombras de lasvides.

    Algo que no era ni mono ni oso se agazapaba junto al umbral: estaba cubierto de velloy tena una apariencia feroz, pero aun as me pareci que estaba envuelto en un aura deamable bondad, como un perro viejo que saluda a su amo. En sus ojos ardan chispasdoradas, y cuando las mir record (igual que lo recuerdo ahora) como las haba vistobailar por la habitacin cuando era pequeo. Cuando nos acercamos aquel ser velludo nose movi, aunque sus ojos dorados nos siguieron al pasar.

    La puerta estaba abierta y entramos sin dificultad, pero tuve la sensacin de quepodramos haberla atravesado aunque estuviera cerrada. Una marmita herva sobre el

    fuego y una anciana estaba sentada ante l con los brazos sobre una vieja mesa y lacabeza apoyada en los brazos.

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    -Madre! -exclam-. Oh, madre! -Me pareci como si las palabras hubieran sidoarrancadas de lo ms hondo de mi garganta.

    -Lucius! -Se puso en pie nada ms or el sonido de mi voz y me abraz. Su rostrohaba envejecido; estaba cubierto de arrugas y surcado por las lgrimas, pero me bastcon verla para saber quin era y creo que la habra reconocido fueran cuales fuesen lascircunstancias. Me apret contra su cuerpo, llorando y repitiendo-: Lucius, has vuelto.

    Has vuelto! Creamos que estabas muerto. Creamos que estabas muerto!Y aunque mi madre me rodeaba con sus brazos como haba hecho cuando era nio,durante todo ese tiempo yo poda ver a travs de su hombro que segua durmiendo, conla cabeza acunada en los brazos.

    Me bes y acab volvindose hacia la joven.-S bienvenida, querida ma! No, eres t quien debe darme la bienvenida, si as lo

    quieres, y no yo... Esta es la casa de mi hijo, no la ma. Soy...? Mi esposo y yo...Somos bienvenidos aqu?

    La joven haba estado bebiendo del odre mientras mi madre y yo nos abrazbamos. Sebalance levemente sobre la punta de los pies, pero sonri y asinti con la cabeza.

    Mi madre corri hacia la puerta.

    -Ha vuelto! -grit-. Lucius est en casa!El anciano que araba no se volvi: sigui guiando su arado y clav el largo aguijn con

    punta de hierro que sostena en el flanco de uno de los bueyes. El sol ya estabaacariciando los campos embarrados; pude ver nuestra nave varada en la oscuridad quehaba al final de los surcos, y me pareci que esta granja iluminada por los rayos del solagonizante flotaba sobre un mundo feliz y bendecido por los dioses que me haba sidorevelado por la punta del arado.

    -Tenemos que marcharnos -dijo la mujer, con voz pastosa-. Vamos a hacer el amor,no?

    Mene la cabeza con un brazo alrededor de mi madre, y me agarr al marco de lapuerta de la cocina con mi mano libre. Todo empez a derretirse como la miel espesacuando la calientas dentro de la boca.

    -Bueno, yo s quiero hacerlo -dijo la mujer.El ltimo destello del sol se desvaneci y la atmsfera se volvi ms fra. Vi el mar,

    nuestras hogueras agonizantes y la nave varada en la playa recortndose por entre unosarbustos oscuros. La mujer peg sus labios a los mos y sent como si bebiera un vinoviejo servido en una copa de madera recin tallada. Nos dejamos caer sobre los helchosy las agujas de pino.

    Dos veces yac con ella, llorando la primera y riendo la segunda. Bebimos ms vino. Ledije que la amaba y ella me prometi que nunca me abandonara, y cada uno se ri delotro porque los dos sabamos que estbamos mintiendo y que nuestras mentiras eran

    inocentes y carecan de malicia. Un conejo avanz dando saltitos bajo la luz lunar, claven nosotros un ojo brillante, grit Elata! y sali corriendo. Le pregunt si se era sunombre y ella asinti mientras tomaba un gran trago del odre. Despus volvi a besarme.

    O el ruido de los perros persiguiendo a un ciervo, lejos al principio y despus cada vezms y ms cerca. Record vagamente lo que les haba ocurrido a muchos infortunadosque se encontraron en el camino de tal jaura: haban sido despedazados por lossabuesos... Entonces dese haber cogido mi espada antes de llevar nuestra ofrenda alrbol. Elata se haba quedado dormida con la cabeza sobre mi regazo; me levant conella en brazos, aunque estuve a punto de caer, pensando en llevarla hasta una hoguerade la playa.

    Antes de que pudiera dar un paso o un sonido de madera rompindose. Un ciervo

    sali dando saltos del refugio ofrecido por las sombras, vio las hogueras (o quiz sloventeara el humo, no lo s) y se esfum de un salto, faltando poco para que me hiciera

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    caer al suelo. O el trabajoso jadeo de su respiracin, parecido al que hacen los fuelles deuna fragua, y pude oler su miedo.

    Elata se agit en mis brazos cuando el ciervo desapareci en la espesura, y losladridos de los sabuesos parecan ms cercanos que antes. La dej en el suelo, puesquera que me acompaara hasta las hogueras. Me bes y alz la mano sealando haciala playa.

    -Otro hombre de tu nave que viene a verme -anunci con la voz solemne propia de laembriaguez.

    6 - La ninfa

    Elata volvi hace un momento y me suplic que apagase la hoguera. Me negu ahacerlo, aunque de las otras ya slo quedan ascuas. S que ha yacido con Hegesstrato ydespus de eso creo que ha estado con uno de los soldados de Acetes. Se ha lavado enel arroyo de donde cogemos el agua; pero cuando le suger que se secara delante de mihoguera pareci asustarse y me pidi que la apagara, besndome y suplicndome convoz melosa mientras deslizaba una mano por debajo de mi chiton.

    Estoy muy cansado; si Elata desea volver a estar con un hombre tendr que escoger aotro. Aun as, antes de dormir he de escribir sobre la mujer (Hegesstrato dice que es unadiosa) y los sabuesos que la acompaaban. Las cosas que dijo y lo que Hegesstrato lerespondi pueden ser importantes maana.

    La diosa era joven, menos voluptuosa que Elata y ms bella; al verla estuve seguro deque jams ha estado con un hombre. Con ella iban otras mujeres que tambin eran muyhermosas. No pude verlas tan bien como a ella, pues huan de la brillante claridad lunarque caa tan osadamente sobre la Cazadora.

    Pero antes debera hablar de sus sabuesos. Los vimos antes que a la Cazadora y sucortejo. Como no tena espada cog un palo del suelo. Cuando vi a esos sabuesoscomprend que haba cometido una estupidez: mi palo me sera tan poco til contra elloscomo si fuese una brizna de hierba. Cada uno era tan grande como un ternero y por lomenos deba de haber unos veinte. Elata se apoy pesadamente sobre mi brazo (si he deser sincero, creo que no habra sido capaz de sostenerse en pie por s sola) y me salv.Nada ms verla, aquellos feroces sabuesos empezaron a comportarse como cachorrillos,olisquendola y lamindole los dedos con sus inmensas y speras lenguas cada vez queles acariciaba la cabeza. No me atrev a permitirme ninguna muestra de familiaridad conellos, pero no me hicieron dao.

    La Cazadora no tard en aparecer llevando consigo su arco de plata. Nos sonri, peroen su sonrisa no haba calor ni jovialidad; si sus sabuesos hubieran logrado atrapar alciervo, habra sonredo de la misma forma, o eso me pareci. Y, aun as, qu delicada

    era! Qu hermosa!-El hombre que olvida. -se es el nombre que me dio; su voz era como la de unamuchacha, pero contena el grito del cuerno de caza, una nota aguda y lmpida-. No mehabrs olvidado, verdad? -Entonces me toc con su arco y en cuanto lo hizo record miencuentro con ella en la encrucijada, aunque al principio y al final de ste haba sido msvieja y menos alta, y estaba flanqueada por inmensos sabuesos negros de una razadistinta a sta de ahora. Tambin record que era una reina, por joven que pareciese, y lehice una reverencia, tal y como haba hecho entonces-. Veo que has profanado a midoncella -aadi, sealndola con una media sonrisa.

    -Si vos lo decs, Madre Oscura... -respond yo.Mene la cabeza.

    -Llmame Cazadora.-S, Cazadora, si tal es vuestro deseo.

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    -Quiz puedas servirle de distraccin a mis animalitos. Te gustara que te diera unpoco de ventaja inicial? Puede que hasta te conceda uno o dos estadios...

    Sus ninfas se agrupaban en la oscuridad detrs de ella; pude or las campanillasplateadas de su risa.

    -Como deseis, Cazadora -respond-. El final ser el mismo.Las hogueras de la playa no podan estar a mucho ms de un estadio de distancia, y

    pens que quiz pudiera coger algn madero en llamas. Con algo de fuego en mis manosy los marineros despertados de su sopor, la cacera poda cobrar un giro muy distinto.-Latro? -grit otra voz, de hombre.-Aqu -respond, casi en un susurro.-Hay alguien contigo?Or esas palabras estuvo a punto de hacerme sonrer.-Supongo que no te somos desconocidas, mantis -dijo la Cazadora.Hegesstrato estaba un poco ms cerca, por lo que me pareci que debera haber visto

    a la Cazadora baada por la luz lunar, pero lo nico que dijo fue: Quin hay junto alrbol? Una mujer?. Pese a la ayuda de su muleta, la oscuridad y lo abrupto del terrenohacan que le resultara bastante difcil caminar. Dej caer mi palo y extend la mano hacia

    l; la tom y un instante despus inclin la cabeza ante la Cazadora. Los helenos nocomparten nuestra costumbre de arrodillarse, y tampoco se prosternan como hacen lospueblos del Oriente; y, aun as, creo que ese acto de inclinar la cabeza en hombres queno besan el polvo por nadie honra ms a los dioses que ninguna otra costumbre.

    -A quin sirves, Hegesstrato?-A ti, Cintia, si as lo deseas -murmur Hegesstrato.-Y t, Latro? Volvers a servirme si te lo pido?El contenido de mis entraas se agitaba tan deprisa como la leche cuando se la

    desnata, y el brazo con que sostena a Elata haba empezado a temblar; pero me recordque esta mujer ultraterrena me haba devuelto una pequea parte de mi pasado..., la demi encuentro anterior con ella. (Ahora ya lo he olvidado, aunque me acuerdo de que lorecordaba no hace mucho tiempo; y sigo recordando lo que pens y lo que dije entonces.)

    -Sois una reina -le respond con humildad-. Aunque lo deseara, cmo podranegarme?

    -Oh, ha habido ocasiones en que otros se las han arreglado para hacerlo. Y ahora,escuchadme los dos... No, por mi virginidad! Los tres, escuchadme bien.

    Las muchachas escondidas entre las sombras dieron un respingo.-Latro me ha llamado reina. Pronto conocers a otra..., puedes confiar en mi palabra.

    Tiene un gran protector y mi intencin es utilizarle para que me libre de un jabal; debisayudarla y no quiero que os opongis a ella. Pero cuando llegue el momento la rameradebe acabar derrotada. Todo esto de que os hablo ocurrir en casa de mi hermano -t ya

    la conoces, mantis-, por lo que os encontraris en suelo amistoso. Seguid hacia el norte yel oeste hasta que la encontris. Si no os desviis hacia el sur la reina os salvar.Hegesstrato le hizo una reverencia y yo le asegur que haramos cuanto estuviera en

    nuestras manos, aunque no haba comprendido nada de lo que nos haba dicho. Uno desus inmensos sabuesos estaba olisqueando los pies de Hegesstrato.

    -S, grbate bien ese olor -dijo la Cazadora mirndole de soslayo-. Latro tiene todas lascualidades de un hroe salvo una..., olvida las instrucciones que se le dan -aadivolvindose hacia Hegesstrato-. Quiero que las recuerdes. Mi reina debe ganar para queel prncipe pueda ser destruido..., y, por lo tanto, esta reina no debe vencer.

    Hegesstrato le hizo una inclinacin de cabeza todava ms pronunciada que laanterior.

    -T traes la victoria, Latro, por lo que debes servirle de auriga a mi prncipe. Si triunfassers recompensado. Qu es lo que ms deseas?

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    -Mi hogar -le dije, pues mi corazn segua lleno de la tristeza y el anhelo que sent alverlo.

    -Cmo? Campos de avena, porquerizas y apriscos para vacas? Esas cosas no mepertenecen y no puedo darlas. Lo que poseo... Recuerdas lo que le pediste a Kore?

    Mene la cabeza.-Deseabas reunirte con tus amigos. Te concedi tu deseo..., por lo menos, hizo que te

    reunieras con algunos de ellos. Estaban muertos o agonizaban, como es lgico dado queKore es la Reina de las Sombras. Yo tambin har que vuelvas a reunirte con tusamigos..., pero con los vivos, pues no siento el ms mnimo inters hacia los muertos.

    -Y, aun as,