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Historia de la Cultura y el Teatro Universales I apuntes Introducción histórica social cultural

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Historia de la Cultura y el Teatro Universales I

apuntes

Introducción histórica

social

cultural

prof. Julio Millares

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Historia del teatro universal I, introducción, 2011, —2—

Introducción

Grecia Antigua — breve Historiafuente ppal: Hist. Oxford del Mundo Clásico, Boardman, J, Classic Encyclopedia, Wikipedia

El término Antigua Grecia se refiere al período de la historia de Grecia que abarca desde la Edad Oscura de Grecia, ca. 1100 a. C. y la invasión dórica, hasta el año 146 a. C. y la conquista romana de Grecia tras la batalla de Corinto. Se considera generalmente como la cultura seminal que sirvió de base a la civilización occidental ya que tuvo luego una poderosa influencia en el Imperio Romano, el cual la difundió a través de muchos de sus territorios de Europa. La civilización de los antiguos griegos ha sido enormemente influyente en la lengua, la política, los sistemas educativos, la filosofía, la ciencia y las artes, dando origen a la corriente renacentista de los siglos XV y XVI en Europa Occidental, y resurgiendo también durante los movimientos neoclásicos de los siglos XVIII y XIX en Europa y América.

La civilización griega fue básicamente marítima, comercial y expansiva. Una rea-lidad histórica en la que el componente geográfico jugó un papel crucial en la medida en que las características físicas del sur de la península de los Balcanes, por su accidentado relieve, dificultaba la actividad agrícola y las comunicaciones internas, y por otro lado, su dilatada longitud de costas, lo que favoreció su orientación hacia ultramar. Un fenómeno sobre el que incidirían también de forma sustancial la presión demográfica originada por las sucesivas oleadas de pueblos (entre ellos aqueos, jonios y dorios) a lo largo del III y II milenios a. C.

Tras las civilizaciones minoica y micénica, en los siglos oscuros (entre el XIII y el XII a. C.) la fragmentación existente en la Hélade constituirá el marco en el que se desarrollarán pequeños núcleos políticos organizados en ciudades, las polis.

A lo largo del período arcaico (siglos VIII al V a.C.) y del clásico (siglo V a.C.), las polis fueron la verdadera unidad política, con sus instituciones, costumbres y sus leyes, y se constituyeron como el elemento identificador de una época. En el período arcaico ya se perfiló el protagonismo de dos ciudades, Esparta y Atenas, con modelos de organización política opuestos entre el régimen aristocrático y la democracia. La actividad de las polis hacia ultramar fue un elemento importante de su propia existencia y dio lugar a luchas hegemónicas entre ellas y al desarrollo de un proceso de expansión colonial por la cuenca mediterránea.

Luego, la decadencia de las polis favoreció su absorción por el reino de Macedonia a mediados del siglo IV a.C. y el inicio de un período de connotaciones nuevas, el helenístico, por el que la unificación de Grecia daría paso con Alejandro Magno a la construcción de un imperio, el que sometió a su vez al imperio persa y al egipcio. En opinión de algunos especialistas, en esta fase, la historia de Grecia volvía a formar parte de la historia de Oriente y se consumaría la síntesis entre helenismo y orientalismo.

Cronología de la Antigua Grecia

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No hay ninguna cronología universalmente aceptada para la Antigua Grecia. En el uso común se refiere a toda la historia griega anterior a la conquista romana, pero los expertos usan el término con más precisión. Por lo general consideran que la Antigua Grecia excluye la civilización micénica grecoparlante que se desmoronó alrededor de 1150 a. C. y que precedió a la cultura griega clásica. Unos pocos historiadores consideran que los primeros Juegos Olímpicos Antiguos en 776 a. C. señalan el comienzo del período conocido como la Antigua Grecia. Entre el fin del período micénico y los primeros olímpicos transcurre una época llamada la Edad Oscura de Grecia, de la cual no existe ningún escrito y quedan pocas reliquias arqueológicas. Hoy en día, este período se incluye en el término Antigua Grecia.

Tradicionalmente se consideraba que la época de la Antigua Grecia finalizaba con la muerte de Alejandro Magno en 323 a. C., dando comienzo al período helenístico. No obstante, se extiende el período de la Antigua Grecia muchas veces para incluir el tiempo hasta la conquista romana de 146 a. C. Algunos autores tratan la cronología de la Antigua Grecia como un continuo hasta la llegada del cristianismo en el siglo III; pero esta opinión es poco convencional.

La Historia de la Antigua Grecia se subdivide en cuatro períodos, teniendo en cuenta alfarería y sucesos políticos:

La Edad Oscura (1100-750 a. C.) con diseños geométricos en la cerámica.

La Época Arcaica (750-480 a. C.) sigue, mientras que los artistas creaban esculturas en posturas estiradas con la "sonrisa arcaica" onírica. Se suele considerar que la Época Arcaica termina al derrocar al último tirano de Atenas en 510 a. C.

El período clásico (500-323 a. C.) ofrece un estilo distinto, que después se consideraba como ejemplar ("clásico"); el Partenón se construyó durante esta época.

El período helenístico (323-146 a. C.) es cuando la cultura y el poder de Grecia se expandió en el Oriente Próximo y el Oriente Medio. Este período comienza a la muerte de Alejandro Magno y termina con la conquista romana.

Fuentes. Hay que tener cuidado con las fuentes de información cuando se trata la his-toria de la Antigua Grecia. La mayoría de los historiadores y escritores políticos cuyas obras han sobrevivido, fundamentalmente Heródoto, Tucídides, Jenofonte, Demóstenes, Platón y Aristóteles, eran o atenienses o pro-atenienses. Por eso sabemos muchísimo más sobre la historia y la política de Atenas que de cualquier otra ciudad griega. Además, estos escritores se centran en la historia política, militar y diplomática y no se preocupan de la historia económica ni social. Todas las historias de la Antigua Grecia tienen que enfrentarse a estas limitaciones.

Civilización prehistórica y la Edad del Bronce. Se cree que las tribus que se convertirían en los griegos aqueos migraron desde los Balcanes hacia el sur en varias oleadas comenzando a mediados de la Edad del Bronce (alrededor de 2000 a. C.). El pueblo aqueo fue un pueblo indoeuropeo procedente de los Balcanes que alrededor de 1800 a. C. fundó los reinos de Micenas y Tirinto y hacia el 1400 a. C. conquistó la isla de Creta. El idioma protogriego que hablaban se fecharía hacia el período que inmediatamente precedió a estas migraciones, ya sea a los finales del III milenio a. C. o a más tardar al siglo XVII a. C. La

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civilización de los protogriegos de la Edad del Bronce es generalmente conocida como heládica y precedió a lo que es conocido como "Antigua Grecia."

La llamada civilización micénica (1500-1100 a. C.) alcanzó su apogeo en esta época, que ocupa un lugar en los famosos poemas épicos de Homero, la Ilíada y la Odisea. Por razones desconocidas, esta cultura colapsó espectacularmente hacia 1150 a. C. cuando sus ciudades fueron saqueadas y hubo una masiva despoblación. Este colapso de la Edad del Bronce coincide aproximadamente con la aparente llegada del último grupo de protogriegos a la misma Grecia, los dorios. Tradicionalmente, los dos sucesos han sido relacionados causalmente, pero hoy se sabe que no es cierto. Con el desplome de la Edad del Bronce, Grecia en-tró en un período de oscuridad llamado Edad Oscura.

Edad Oscura. El período desde 1100 a. C. hasta el siglo VIII a. C. se conoce como Edad Oscura siguiendo al colapso de la Edad del Bronce desde la cual no sobrevive ningún texto primario, y solamente queda escasa evidencia arqueológica. Unos textos secundarios y terciarios contienen breves cronologías y listas de los reyes de este período, incluyendo la Historia de Heródoto, la Descripción de Grecia de Pausanias, la Biblioteca histórica de Diodoro Sículo y el Chronicon de Jerónimo.

Época Arcaica. En el siglo VIII a. C., Grecia empezó a salir de la Edad Oscura que siguió la caída de la civilización micénica. Al pueblo le faltaba alfabetización y se había olvidado el sistema de escritura micénico, Lineal B (Lineal A fue llamado el de los minoicos). Pero los griegos adoptaron el alfabeto fenicio y lo modificaron para crear el alfabeto griego. A partir del siglo IX a. C. empezaron a aparecer escritos. Grecia se dividió en muchas comunidades autónomas pequeñas. Esta pauta fue impuesta en gran parte por la geografía griega, donde cada isla, valle y llanura se aísla de las demás por el mar o las sierras.

La primera mitad del siglo VII a. C. vio la Guerra Lelantina (710-650 a. C.), un conflicto prolongado que se distingue como la guerra documentada más temprana del período de la Antigua Grecia. Se luchó entre las ciudades-estado entonces importantes Calcis y Eretria sobre la llanura lelantina fértil de Eubea. Ambas ciudades parecen haber sufrido declives por resultado de esta larga guerra, aunque Calcis fue el vencedor nominal.

En la primera mitad del siglo VII surgió una clase mercantil, cosa evidenciada por la introducción de las monedas cerca de 680 a. C. y parece haberse gestado tensión en muchas ciudades-estado. Los régimenes aristocráticos que por lo general gobernaban las polis se sentían amenazados por la nueva riqueza de los comerciantes, que a su vez deseaban poder político. A partir de 650 a. C., las aristocracias tenían que luchar para evitar ser derrocadas y reemplazadas por tiranos populistas. La palabra se deriva de la palabra griega, no peyorativa, τύραννος tyrannos, que significa "soberano ilegítimo" y se podía aplicar tanto a buenos como malos líderes.

Una población cada vez mayor y la falta de tierras provocaron conflictos internos entre los pobres y los ricos en muchas ciudades-estado. En Esparta, las guerras mesenias resultaron en la conquista de Mesenia y la esclavitud de los mesenios, a partir de la segunda mitad del siglo VIII a. C., un acto sin precedentes en la Antigua Grecia. La población subyugada, desde entonces conocida como ilotas, labraban y trabajaban para Esparta, mientras todos los ciudadanos varones se convertían en soldados de un estado permanentemente militarizado. Incluso las élites eran obligadas a vivir y a entrenarse como

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soldados; esta igualdad entre pobres y ricos servía para distender los conflictos sociales. Estas reformas, atribuidas al e-nigmático Licurgo de Esparta fueron probablemente completadas antes de 650 a. C.

Atenas sufrió falta de tierras y una crisis agraria a finales del siglo VII, lo que también resultó en conflictos civiles. El arconte (magistrado) Dracón promulgó severas reformas en el 621 a. C. (de ahí la palabra moderna draconiano), pero éstas no pudieron acallar el conflicto. Al final las reformas moderadas de Solón (594 a. C.) le dieron a Atenas una cierta estabilidad, mejorando la vida de los pobres aun cuando afianzaron a la aristocracia en el poder.

El mundo griego a mediados del siglo VI a. C. Para el siglo VI a. C. varias ciu-dades se habían vuelto dominantes en los asuntos griegos: Atenas, Esparta, Corinto y Tebas. Cada una había puesto las áreas rurales y los pueblos menores a su alrededor bajo su control. Además, Atenas y Corinto se habían convertido en potencias marítimas y mercantiles.

Los rápidos aumentos de población en los siglos VIII y VII habían resultado en que muchos griegos emigraron, estableciendo colonias en Magna Grecia (Mezzogiorno italiano, es decir, en el sur de Italia), Asia Menor y más lejos, hasta el Mar Negro. La emigración cesó efectivamente en el siglo VI. Para entonces el mundo griego habían difundido su cultura y su lengua a través de un área mucho más grande que la de la actual Grecia. Las colonias griegas no eran controladas políticamente por las ciudades que las fundaron, aunque muchas veces mantenían vínculos religiosos y comerciales entre ellas.

En este período, grandes desarrollos económicos ocurrieron en Grecia y también en sus colonias de ultramar, que experimentaron crecimiento en el comercio y la manufactura. El nivel de vida de la población también mejoró enormemente. Algunos estudios estiman que la casa griega típica aumentó cinco veces de tamaño entre 800 y 300 a. C., indicando un gran aumento del ingreso promedio de la población.

Tiranía de Pisístrato. En la segunda mitad del siglo VI, Atenas cayó bajo la tiranía de Pisístrato, y luego de sus herederos Hipias y Hiparco. Sin embargo, en 510 a. C., por pedido del aristócrata Clístenes de Atenas, el rey espartano Cleómenes I ayudó a los atenienses a derrocar la tiranía. Después, Esparta y Atenas pronto se traicionaron; fue entonces cuando Cleómenes I instauró a Iságoras como arconte pro-espartano. Con el objetivo de evitar que Atenas se convirtiera en un gobierno de paja bajo el reinado espartano, Clístenes propuso a sus conciudadanos atenienses que Atenas sufriera una revolución política; que todos los ciudadanos compartieran el poder sin importar su condición social; que Atenas se volviera una "democracia". Los atenienses abrazaron esta idea con tantas ganas que después de derrocar a Iságoras e implementar las reformas de Clístenes, pudieron repeler fácilmente una invasión a tres frentes que los espartanos condujeron para reinstaurar a Iságoras. La llegada de la democracia resolvió muchísimos problemas que Atenas sufría, y empezó una "edad de oro" para los atenienses.

Grecia clásica. Siglo V a. C. Atenas y Esparta pronto tendrían que aliarse ante la mayor amenaza a la que la Antigua Grecia se enfrentaría antes de la conquista romana. Después de aplastar la revuelta jónica, una rebelión de las ciudades griegas de Jonia, Darío I de Persia, rey de la dinastía aqueménida, decidió subyugar Grecia. Su invasión en 490 a. C. fue derrotada por los atenienses en la heroica batalla de Maratón bajo Milcíades el Joven. Jerjes I de Persia, heredero de Darío I, intentó su propia invasión 10 años después pero a

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pesar del número abrumador de soldados en su ejército, fue derrotado después de la famosa batalla de las Termópilas y las victorias de los griegos aliados en las batallas de Salamina y Platea. Las Guerras Médicas continuaron hasta 449 a. C., conducidas por los atenienses y su Confe-deración de Delos, durante las que Macedonia, Tracia, las Islas del Egeo y Jonia fueron liberadas de la influencia de Persia.

La posición entonces dominante del "imperio" ateniense marítimo amenazó a Esparta y a la Liga del Peloponeso, compuesta de ciudades de Grecia continental e inevitablemente encendió la llamada guerra del Peloponeso (431-404 a. C.). Aunque durante la mayor parte de la guerra no sucedió mucho, Atenas sufrió varios reveses durante el conflicto. Una gran peste en 430 a. C., seguida por una campaña militar desastrosa llamada la expedición a Sicilia, debilitó severamente a Atenas. Además, Esparta provocó una rebelión entre los aliados de Atenas, debilitando aun más la capacidad ateniense de hacer la guerra. El momento decisivo llegó en 405 a. C. cuando Esparta cortó las provisiones de grano del Helesponto a Atenas. Obligada a atacar, la armada ateniense, paralizada, fue decisivamente vencida por los espartanos bajo el mando de Lisandro en Egospótamos. En 404 a. C. Atenas demandó la paz, y Esparta dictó un acuerdo previsiblemente severo: Atenas perdió sus murallas (incluyendo los Muros Largos), su armada y todas sus pertenencias en ultramar. Esta fecha es central en la historia de la cultura ateniense, y de lo que de hecho para nosotros es griego, porque desde entonces cambiaron diametralmente las condiciones materiales que habían hecho de Atenas la creadora de la impresionante cultura que legó a Occidente. De hecho, ni la tragedia ni la comedia antigua pudieron continuar como antes. La tragedia tiene en Eurípides, que vivió la derrota, al último de sus grandes y la comedia se va transformando del teatro político que había sido en época de Aristófanes en la comedia nueva de Menandro, un teatro orientado por completo al entretenimiento y que había abandonado toda preocupación política, porque al acabarse la democracia directa ateniense el hombre común ya no pudo intervenir en política y el teatro se orientó en cambio hacia lo social.

Siglo IV a. C. Grecia empezó el siglo IV a. C. bajo hegemonía espartana, pero estaba claro desde el principio que el poder constituido era débil. Una crisis demográfica dejó a Esparta sobreextendida, y para 395 a. C. Atenas, Argos, Tebas y Corinto sintieron que podían desafiar el dominio espartano, resultando en la guerra de Corinto (395-387 a. C.). Otra guerra terminó restableciendo el statu quo antes de la amenaza de la intervención persa de parte de los espartanos.

La hegemonía espartana duró 16 años más hasta que, al tratar de imponer su voluntad sobre los tebanos, los espartanos sufrieron una derrota decisiva en Leuctra (371 a. C.). El brillante general tebano Epaminondas condujo luego a tropas tebanas hacia el Peloponeso, donde otras ciudades-estado desertaron de la causa espartana. Por lo tanto los tebanos pudieron marchar a Mesenia y liberar la población. Privada de sus tierras y sus siervos, Esparta se deterioró y se convirtió en una potencia de segunda clase. La nueva hegemonía tebana duró poco tiempo; en la batalla de Mantinea en 362 a. C. Tebas perdió su líder clave, Epaminondas, y muchísimas tropas, aunque salió victoriosa en la batalla. De hecho, todas las ciudades-estado perdieron muchos hombres de tal manera que ninguna pudo restablecer su dominio tras la carnicería de esa batalla.

La situación de debilidad de las ciudades del centro de Grecia coincidió con el surgimiento de Macedonia, encabezada por Filipo II. En veinte años, Filipo había unificado su reino, mientras lo ampliaba hacia el norte y el oeste a costa de tribus ilirias y conquistaba

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Tesalia y Tracia. Sus éxitos en parte se debían a sus muchas innovaciones militares. Filipo solía intervenir en los asuntos de las ciudades-estado del sur, culminando en su invasión de 338 a. C. Al derrotar decisivamente a un ejército aliado de Tebas y Atenas en la batalla de Queronea, se convirtió en el hegemón de facto de toda Grecia. Obligó a la mayoría de las ciudades-estado a unirse a la Liga de Corinto, aliándolas a él e impidiendo de este modo que lucharan entre sí. Luego Filipo entró en una guerra contra la dinastía Aqueménida, pero fue asesinado por Pausanias de Orestis a principios del conflicto.

Alejandro, heredero de Filipo, prosiguió la guerra. Alejandro derrotó a Darío III de Persia y desmanteló completamente la dinastía Aqueménida, anexionándola a Macedonia y ganándose el epíteto de "Magno." Cuando murió Alejandro en 323 a. C., el poder y la influencia de Grecia estaban en su apogeo. Sin embargo, había habido un cambio fundamental, fuera de la fuerte independencia y la cultura clásica de las polis, y hacia la cultura helenística en vías de desarrollo.

Grecia helenística. El período helenístico pasa desde 323 a. C., cuando terminaron las guerras de Alejandro Magno, hasta la anexión de Grecia por la república romana en 146 a. C. Aunque el establecimiento del reinado romano no rompió la prolongada continuidad en la sociedad y la cultura helenísticas – que se mantendrían en la misma forma básica hasta la llegada del cristianismo – señaló sí el final de la independencia política griega.

Durante el período helenístico la importancia de "la misma Grecia" (es decir, el territorio de la actual Grecia) se redujo bruscamente en el mundo grecoparlante. Los grandes centros de la cultura helenística fueron Alejandría y Antioquía, las capitales del Egipto ptolemaico y Siria seléucida respectivamente.

Las conquistas de Alejandro tuvieron varias consecuencias para las ciudades-estado griegas. Ampliaron enormemente las fronteras de los griegos, lo que de hecho resultó en una emigración continua, especialmente de los jóvenes y los ambiciosos, hacia los nuevos imperios griegos al este. Muchos griegos emigraron a Alejandría, Antioquía y a las muchas otras ciudades helenísticas nuevas que se fundaron en la estela de Alejandro, tan lejos como los actuales Afganistán y Pakistán, donde sobrevivieron los reinos grecobactriano e indogriego hasta finales del siglo I a. C.

Después de la muerte de Alejandro y luego de grandes conflictos, su imperio se dividió entre sus generales, resultando en el Reino Ptolemaico (basado en Egipto), el Imperio Seléucida (basado en el Levante), Mesopotamia y Persia, y la dinastía Antigónida (basada en Macedonia). En el período intermedio, las polis de Grecia pudieron recobrar un poco de su libertad, aunque tenían que rendirle cuentas nominalmente al Reino Macedonio. Las ciudades-estado se quedaron en dos ligas: la Liga Aquea (incluyendo Tebas, Corinto y Argos) y la Liga Etolia (incluyendo Esparta y Atenas). En la mayor parte del período hasta la conquista romana, estas ligas solían estar en guerra entre sí, mientras se aliaban a partidos distintos en los conflictos entre los diádocos (los estados sucesores del imperio de Alejandro).

El reino antigónida se implicó en una guerra con la república romana a finales del siglo III. Si bien la Primera Guerra Macedónica quedó inconclusa, los romanos como era su costumbre siguieron haciendo la guerra con Macedonia hasta asimilarla a la república romana (149 a. C.). Al este el Imperio Seléucida, poco manejable, se desintegraba poco a poco, aunque un vestigio sobrevivió hasta el 64 a. C.; mientras que el Reino Ptolemaico

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sobrevivió en Egipto hasta el 30 a. C. cuando también fue conquistado por los romanos. La Liga Etolia se volvió cautelosa de la participación romana en Grecia, y se puso de parte de los seléucidas en la Guerra Romano-Siria. Cuando los romanos terminaron victoriosos, esta liga también se asimiló a la república. Aunque la Liga Aquea duró más que la Liga Etolia y Macedonia, también fue derrotada y asimilada por los romanos en 146 a. C., terminando con la independencia de toda Grecia.

Población. Durante la Época Arcaica, la población de Grecia creció fuera de la capacidad de su limitada tierra arable. (Según un cálculo, la población se multiplicó más de diez veces entre 800 a. C. y 400 a. C., desde 800,000 hasta una población total estimada entre 10 y 13 millones.) Hacia 750 a. C. los griegos empezaron 250 años de expansión, colonizando en todas las direcciones. Al este, colonizaron primero la costa egea de Asia Menor; luego Chipre y las costas de Tracia, el Mar de Mármara y la costa del sur del Mar Negro. Al final la colonización griega alcanzó tan lejos al noreste como Ucrania y Rusia (Taganrog). Al oeste colonizaron las costas de Iliria, Sicilia e Italia del sur; luego Francia del sur, Córcega y España del noreste, lo que hoy es Barcelona. También colonias griegas se establecieron en Egipto y Libia. Las actuales Siracusa, Nápoles, Marsella y Estambul empe-zaron como las colonias griegas Syracusae (Συρακούσαι), Neapolis (Νεάπολις), Massalia (Μασσαλία) y Byzantion (Βυζάντιον). Estas colonias jugaron un papel en la difusión de la influencia griega a través de Europa, y también ayudaron a establecer redes de comercio de larga distancia entre las ciudades-estado griegas, estimulando la economía en la Antigua Grecia.

Estructura política

La Antigua Grecia se componía de varios centenares de ciudades-estado (polis) más o menos independientes. Esta situación era diferente de la mayoría de las otras sociedades, que eran o tribus o reinos que mandaban territorios extensos. Sin duda la geografía de Grecia, dividida y subdividida por colinas, montañas y ríos, contribuía a la naturaleza fragmentada de la Antigua Grecia. Es probable que una estructura política similar existiera en las grandes ciudades-estado marítimas de Fenicia. Sin embargo, hasta cierto punto la situación era única en la Antigua Grecia. Por un lado, los griegos antiguos no dudaban que eran "un pueblo singular", compartían la misma religión, la misma cultura básica y la misma lengua. Además los griegos eran muy conscientes de sus orígenes tribales; Heródoto pudo clasificar las ciudades-estado por tribu. Por otro lado, aunque existían estas relaciones de más alto nivel, parece que rara vez jugaban un papel en la política griega. La independencia de las polis se defendía con fiereza; los antiguos griegos rara vez pensaron en la unificación de Grecia. Aun cuando un grupo de ciudades-estado se aliaron para defender Grecia durante la segunda invasión persa, la inmensa mayoría de las polis permanecieron neutrales, y al derrotar a los persas los "aliados" por necesidad volvieron a sus luchas internas.

Las rarezas del sistema griego son más evidentes en las colonias que los griegos establecieron alrededor del Mar Mediterráneo. Aunque cada una podía considerar cierta polis griega como su "madre" (y mantenerse amable o parcial a ella), era enteramente independiente de la ciudad que la fundó.

Inevitablemente, las menores polis podían ser dominadas por sus mayores vecinos, pero las conquistas y los reinados directos fueron bastante raros. Al contrario, las polis se or-ganizaban en ligas, cuyos afiliados estaban en un estado constante de cambio. Después, en el

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período clásico, el número de ligas decreció y las ligas se hicieron más grandes. Cada una era dominada por una única ciudad (por ejemplo Atenas, Esparta o Tebas), y muchas veces una polis era obligada a afiliarse a una liga bajo la amenaza de la guerra (o bajo las condiciones de un tratado de paz). Aun después de que Filipo II de Macedonia "conquistó" los centros de la Antigua Grecia, no trató de anexionar el territorio ni lo unificó en una provincia nueva; simplemente obligó a la mayoría de las polis a unirse a su propia Liga de Corinto.

Gobierno y ley. Parece que al principio muchas ciudades-estado griegas fueron rei-nos menores; muchas veces había un funcionario municipal que cumplía funciones residuales y ceremoniales del rey (basileus), e.g. el arconte basileus en Atenas. Sin embargo, para la Época Arcaica y la primera conciencia histórica, la mayoría de estas ciudades-estados ya se habían convertido en oligarquías aristocráticas. No se sabe precisamente cómo ocurrió este cambio. Por ejemplo, para 1050 a. C. en Atenas el puesto del rey se había reducido a uno de un magistrado principal (arconte), hereditario y de por vida; para 753 a. C. se había convertido una arcontía elegida decenalmente; y al final para 683 a. C. era un cargo elegido anualmente. Por cada etapa la aristocracia obtenía más poder y le quedaba menos al individuo común.

Con el tiempo, el dominio político y la riqueza de grupos pequeños de familias era propenso a provocar descontento social en muchas polis. En muchas ciudades un tirano (no en el uso moderno como gobernante represivo) en cierto punto tomaba el control y gobernaba según su propia voluntad; una alianza populista solía ayudarlo a quedarse en el poder.

Atenas cayó bajo una tiranía en la segunda mitad del siglo VI. Cuando dicha tiranía terminó, una reforma radical se propuso para que la aristocracia no recobrara el poder: los atenienses fundaron la primera democracia del mundo. Una asamblea de ciudadanos para la discusión de la política municipal (la Ekklesía) había existido desde las reformas de Dracón en 621 a. C., y a todos los ciudadanos se les permitía que asistieran según las reformas de Solón (principios del siglo VI); pero los ciudadanos más pobres no podían hablar ante la a-samblea o postularse como candidatos. Al establecer la democracia, la asamblea se convirtió en el mecanismo de jure del gobierno; todos los ciudadanos entonces tuvieron igualdad de derechos en la asamblea. Sin embargo, los que no eran ciudadanos, los metecos (extranjeros que vivían en Atenas) y los esclavos – no gozaban de ningún derecho político.

Después del surgimiento de la democracia en Atenas, otras ciudades-estado fundaron democracias. No obstante, muchas retuvieron formas de gobierno más tradicionales. Según su costumbre en otros asuntos, Esparta era una excepción notable al resto de Grecia, y fue gobernada no por uno, sino por dos monarcas hereditarios bajo una forma de diarquía. Los Reyes de Esparta pertenecían a los Agíadas y los Euripóntidas, descendientes de Eurístenes y Procles respectivamente. Se cree que los dos fundadores de sus dinastías eran hijos gemelos de Aristodemo, un soberano heráclida. Sin embargo, el poder de estos reyes era limitado tanto por un consejo de ancianos (la Gerusía) como magistrados (los éforos) específicamente designados para vigilar los reyes.

Estructura social

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Solamente los hombres nativos y libres que eran dueños de tierras podían ser ciudadanos, y gozar de la protección entera de la ley en una ciudad-estado. (Después Pericles introdujo excepciones a la restricción sobre los nativos.) En la mayoría de las ciudades-estado, la gente que tenía importancia social no gozaba de ningún derecho especial, a diferencia de Roma. Por ejemplo, nacer de una cierta familia no solía ofrecer privilegios especiales. A veces ciertas familias controlaban algunas funciones religiosas públicas, pero no solían lograr más poder en el gobierno.

En Atenas, la población se dividía en cuatro clases sociales según su riqueza y la gente podía cambiar de clase si adquiería más dinero. En Esparta, todos los ciudadanos varones se nombraban iguales al terminar su educación. Sin embargo, los reyes espartanos, que servían de líderes militares y religiosos de la ciudad-estado, venían de dos familias. Los esclavos no tenían ningún poder ni estatus. Tenían el derecho de criar una familia y ser dueños de propiedades, pero no tenían derechos políticos. Para 600 a. C. la esclavitud se había difundido en Grecia. Para el siglo III A. C. los esclavos componían un tercio de la población entera en algunas ciudades-estado. Los esclavos fuera de Esparta casi nunca se sublevaron porque se componían de muchas nacionalidades y estaban demasiado dispersos para organizarse.

La mayoría de las familias tenían esclavos como sirvientes domésticos y peones, y aun algunas familias pobres podían tener unos pocos esclavos. No se permitía que los dueños pegaran o mataran a sus esclavos. Los dueños muchas veces prometían a sus esclavos liberarlos en el futuro para animarlos a trabajar duro. A diferencia de Roma, los libertos (esclavos liberados) no se convertían en ciudadanos. En su lugar, se mezclaban con la población de los metecos, que incluían la gente de países extranjeros o de otras ciudades-estado a quienes oficialmente se los dejaba vivir en el estado.

Las ciudades-estado legalmente tenían esclavos. Estos esclavos públicos gozaban de una mayor independencia que los esclavos que pertenecían a las familias, viviendo solos y realizando tareas especiales. En Atenas, los esclavos públicos se entrenaban para detectar monedas falsas, mientras los esclavos del templo servían de sirvientes de la deidad del templo.

Esparta tenía un tipo especial de esclavo llamado un ilota. Los ilotas eran cautivos griegos de la guerra que pertenecían al estado y eran asignados a familias donde eran obligados a quedarse. Los ilotas cultivaban alimentos y hacían tareas domésticas para que las mujeres pudieran centrarse en criar hijos fuertes mientras los hombres se entrenaban para ser hoplitas. Sus amos los maltrataban y los ilotas muchas veces se rebelaban.

La economía en la Antigua Grecia

La economía se caracterizaba por la gran importancia de la agricultura, acrecentada todavía más por la pobreza relativa de los campos de cultivo de la geografía de Grecia. A comienzos del siglo VI   a.   C. , se desarrollaron la artesanía y el comercio (principalmente marítimo), que se hicieron cada vez más importantes en el período clásico.

Debe tenerse en cuenta que la idea de una economía desde el punto de vista actual es relativamente anacrónica cuando se usa haciendo referencia a la Antigua Grecia. La palabra griega oikonomia (οἰκονομία) hace referencia a los oikos (οiκος), que significan la casa o el horno. Por lo tanto, el diálogo de Jenofonte titulado Oeconomicus está dedicado a la

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gestión del hogar y de la agricultura. Los griegos no tenían un término exacto para hacer referencia a los procesos de elaboración de productos e intercambio. El economista Murray Rothbard, sin embargo, comenta que si bien el concepto en sí no existía, los antiguos filósofos griegos trataban con cuestiones que hoy en día serían identificadas como económicas.

La agricultura

La agricultura fue la base de la economía de la Antigua Grecia. Desde los tiempos más antiguos, la agricultura griega estuvo basada en los tres tipos de plantaciones mediterráneas básicas: cereales, olivos y viñas. Sin embargo, debido a las restricciones naturales de la zona, la producción pronto comenzó a no ser suficiente para satisfacer a la demanda. La poca fertilidad de la tierra es, por tanto, la razón que explica el comienzo de la creación de colonias griegas y la importancia de las cleruquías de Asia Menor en el control del trigo.1

Además, la dieta se complementaba con el cultivo de hierbas, vegetales y plantas productoras de aceite. La ganadería, sin embargo, se desarrolló muy poco por la falta de pastos. Las especies más comunes entre los ganados eran las ovejas y las cabras. Se llevó a cabo la apicultura con la finalidad de obtener la miel, que por entonces era la única fuente conocida para obtener el azúcar.

La madera fue explotada de forma intensiva. Primero se utilizó con fines domésticos, pero luego se dedicó también a la construcción de trirremes.

Dados los medios con que se contaba entonces y las características de la agricultura como actividad intensiva en mano de obra, un 80% de la población griega estaba dedicada a ella. El trabajo agrario seguía el ritmo de las estaciones: las olivas y las uvas se cosechaban a comienzo del otoño y finales del invierno. Las tierras quedaban sin cultivar en primavera, siguiendo con la práctica habitual de la rotación de cultivos, y se cosechaban los cereales en verano. Se cortaba la madera y se hacía la siembra en otoño.

En las eras más antiguas la mayor parte de la tierra era propiedad de la aristo cracia . Durante el siglo VII   a.   C. la expansión demográfica llevó a la aparición de tensiones entre los propietarios y los trabajadores de la tierra. En Atenas la crisis se resolvió con las reformas de Solón, que eliminaban las disputas provocadas por la obligación de unión del trabajador al propietario por deudas, además de establecer protecciones para la clase trabajadora. Por lo demás, los dominios de los aristócratas griegos fueron pequeños en comparación con los latifundia romanos.

La artesanía

Gran parte de la artesanía de la antigua Grecia formaba parte de la esfera doméstica. Sin embargo, la situación fue cambiando gradualmente entre los siglos VIII y IV a. C. con el incremento de la comercialización de la economía griega. Por tanto, tareas tan importantes como el tejido o la preparación de pan, eran realizadas solamente por mujeres antes del siglo VI a. C. Con el crecimiento del comercio comenzó a utilizarse mucho la mano de obra de los 1 Una cleruquía (en griego, κληρουχία, klêrouquía) designa la asignación por sorteo de lotes de tierra cívica (klêros) a los clerucos soldados-ciudadanos y, por extensión, también designa un tipo de colonia militar. Se encuentran clerucos de Atenas en el siglo IV a. C., y en el reino lágida de Egipto a partir del fin del siglo IV a. C.

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esclavos en las artesanías. Sólo los paños teñidos de la mejor calidad, y en particular el púrpura de Tiro se hacía en los talleres.

Por otro lado, el trabajo con el metal, el cuero, la madera o la arcilla eran actividades especializadas que sí que se llevaban a cabo en talleres especializados. El taller prototípico solía ser familiar y, en ocasiones, recurría al trabajo de los esclavos. El taller de fabricación de escudos de Lisias, por ejemplo, utilizaba a 120 esclavos, y el padre de Demóstenes, que fabricaba espadas, usaba 32.

Tras la muerte de Pericles en 429   a.   C. emergió una nueva clase social compuesta por los ricos dirigentes de talleres de artesanía. Entre estos podemos encontrar a Cleón de Atenas o a Cleofonte, que tenía un taller de liras.

Los trabajadores libres recibían una remuneración en función de cada trabajo llevado a cabo, dado que los talleres no podían permitirse garantizar un trabajo continuado. En Atenas, aquellos que trabajaban para la ciudad-estado recibían un dracma al día, sin importar el trabajo que realizaran. El día de trabajo comenzaba normalmente a la salida del sol y finalizaba por la tarde.

La cerámica

El trabajo de la cerámica consistía en elegir la arcilla, dar forma a la vasija, secarla y hornearla para luego aplicar un barniz. Parte de la producción se dedicaba al uso doméstico (platos, vasijas, lámparas de aceite, etc.) o para usos comerciales, y el resto se dedicaba a funciones religiosas o artísticas.

La fabricación de vasijas decoradas en Grecia tuvo influencias extranjeras muy fuertes. Por ejemplo, el estilo de figuras negras sobre fondo rojo procede muy probablemente de los artesanos corintios, que a su vez se deriva del estilo sirio de metalurgia. La altura a la que llevaron los griegos el arte de la cerámica es, por tanto, debida enteramente a su sensibilidad artística, y no a su capacidad técnica.

La alfarería en la antigua Grecia era a menudo realizada por esclavos. Muchos de los fabricantes de cerámicas de Atenas se encontraban reunidos entre el ágora y el Dípylon, en el barrio que se conoce como el Cerámico. La mayoría eran pequeños talleres que estaban compuestos por un maestro, varios artesanos pagados y esclavos.

La metalurgia

Las minas de metales son numerosas en Grecia. Dentro de éstas las más conocidas son los yacimientos de plata en Laurión. Las minas contribuyeron al desarrollo de Atenas en el siglo V   a.   C. , cuando los atenienses aprendieron a hacer prospecciones y luego tratar y refinar las minas. Además, la composición de la tierra de la zona hacía que el drenaje no fuera necesario, lo cual tenía mucha importancia si tenemos en cuenta que las técnicas de drenaje de la antigüedad no permitían la excavación por debajo de las aguas del subsuelo.

Los pasadizos y niveles de las minas griegas eran excavados con la misma preocupación por la proporción y la armonía que se ponía en la construcción de los templos. El trabajo era extremadamente difícil, dada la profundidad de los túneles, que podía ser mayor a los 100 metros. El minero, equipado con un pico y un martillo de hierro, trabajaba encorvado para extraer la galena. Las minas de Laurión, por ejemplo, eran explotadas por

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una gran población de esclavos, la mayoría procedentes de regiones del Mar Negro como Tracia o Paflagonia.

Comercio marítimo

Muy pronto en la historia de Grecia, su posición geográfica y la necesidad de importar grano forzaron a su población a embarcarse en el comercio marítimo. Las áreas geográficas en las que los griegos encontraban el trigo que necesitaban eran Cirenaica, Egipto, Italia (especialmente el área de la Magna Grecia y la isla de Sicilia) y las regiones que rodean el Mar Negro. Atenas y Corinto servían como estaciones de paso del comercio para las islas del Mar Egeo.

Además del grano, se importaron productos como el papiro, especias, productos manufacturados, metales y materiales de construcción de naves como la madera, el lino o resina. Por otra parte, las ciudades griegas exportaban vino, cerámicas y aceite de oliva. Atenas vendía el mármol que extraía de la montaña de Penteli, que tenía un gran renombre en el mundo griego, así como monedas de plata, conocidas por su elegante acuñación y por la calidad de su aleación. Las monedas no sólo servían como dinero, sino que eran una fuente de metal (plata) en aquellos lugares en los que no se usaban como dinero.

Las fuentes actuales no tienen suficiente información como para evaluar con una gran precisión el volumen de bienes intercambiados en el comercio griego. Sin embargo, sí que existen algunas estimaciones imprecisas de la importancia relativa del comercio en su economía: Daniel Jew, por ejemplo, calcula que cerca de la mitad de la riqueza generada en la Atenas del siglo IV   a.   C. debía proceder de los beneficios del comercio. Ian Morris, por su parte, estima que el volumen de comercio del siglo IV en el mar Mediterráneo era aproximadamente el 20 % del volumen de comercio del siglo I.

Los impulsores del comercio griego eran los pertenecientes a la clase social de los comerciantes, conocidos como emporoi (ἕμποροι), a los que el estado imponía ciertos impuestos a la carga que transportaban. En el puesto del Pireo (el principal de Atenas) el impuesto fue inicialmente fijado en un 1% de la carga, y luego fue aumentado al 2%.

En el año 413   a.   C. Atenas perdió los ingresos que le suponían la recolección de impuestos de la Liga de Delos e impuso una tarifa del 5% en todos los puertos de su imperio esperando con ello aumentar los ingresos. Los impuestos no tenían una finalidad proteccionista, sino meramente recaudadora.

El crecimiento del comercio en Grecia llevó al desarrollo de técnicas financieras. Muchos mercaderes, ante la ausencia de activos líquidos en cantidad suficiente, recurrían a la financiación de todas o de parte de sus expediciones. Uno de los préstamos típicos para este tipo de actividades en el siglo IV a. C. en Atenas era normalmente una importante suma de dinero (aunque no solía ser superior a 2.000 dracmas), prestada por un corto plazo de tiempo (la duración del viaje, que podía ser de varias semanas o meses), a un alto tipo de interés (a menudo del 12%, si bien podía alcanzar niveles del 100%). Las condiciones contractuales siempre se establecían por escrito, y se diferenciaban de los préstamos entre amigos (eranoi). El prestador asumía todos los riesgos del viaje, y a cambio el prestatario garantizaba el préstamo con la carga y con su flota, que como precaución era inmovilizada al retorno del viaje en el puerto del Pireo.

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El comercio en la antigua Grecia era una actividad libre en la que el estado sólo controlaba el suministro de grano. En Atenas, después de la primera reunión de los Pritanos (funcionarios estatales), la normativa sobre el comercio fue revisada y se creó un comité especial para la supervisión del comercio del trigo, la harina y el pan.

El número de naufragios encontrados en el mar Mediterráneo da una evidencia muy valiosa del desarrollo del comercio en la antigüedad. Sólo dos naufragios han sido fechados antes del siglo VIII   a.   C. , mientras que los arqueólogos han encontrado 46 del siglo IV   a.   C. Esto da una idea de que hubo un gran incremento del volumen de comercio entre estos siglos y, considerando el aumento medio del tonelaje de los navíos, se calcula que el volumen de comercio total probablemente se incrementó unas 30 veces.

Comercio al por menor

La información que se tiene sobre la actividad minorista en Grecia es poca. Los obreros y artesanos solían vender sus propios productos, si bien también existieron comerciantes minoristas conocidos como kápêloi (κάπηλοι). Estaban reunidos en gremios y se dedicaban a la venta del pescado, aceite de oliva y verduras. Las mujeres vendían perfume y lazos decorativos.

Pagaban un impuesto por el espacio que ocupaban en el mercado y no solían estar bien vistos por la mayoría de la población, siendo objeto a menudo de hacer trampas con las medidas. Los pesos utilizados se solían revisar periódicamente y comparar con los pesos estándar.

Además, en paralelo a los mercaderes profesionales, estaban también los individuos que vendían el excedente de la producción doméstica, ya fuesen vegetales, aceite de oliva o pan, como ocurría con muchos pequeños granjeros de Ática. Entre los habitantes de las ciudades, esta tarea también recaía en las mujeres. Tenemos constancia de que, por ejemplo, la madre de Eurípides vendía verduras de su jardín.

Impuestos

La imposición directa no estaba bien desarrollada en la antigua Grecia. Existía un impuesto llamado eisphorá (εiσφορά) que se imponía a los muy ricos, pero que sólo se recaudaba cuando se necesitaban los fondos (normalmente en tiempos de guerra). Las grandes fortunas también estaban sometidas a las liturgies, que consistían en la obligación de financiar las obras públicas. Podrían consistir en el mantenimiento de un trirreme, un coro durante un festival de teatro o un gimnasio. En algunos casos el prestigio que acarreaba llevar a cabo estas acciones servía para atraer a los voluntarios. En otros casos se trataba de una donación obligatoria.

En algunas ciudades, como Mileto o Teos, se imponían fuertes tributos a los ciuda-danos. Por otra parte, los impuestos indirectos eran bastante importantes. Se imponían impuestos sobre las casas, los esclavos, el ganado y animales domésticos, el vino y el heno, así como sobre otros productos. El derecho a recolectar esos impuestos solían transferirse a los publicanos, o telônai (τελoναι). Sin embargo, esto no era así en todas las ciudades: las minas de oro de Tasos o los impuestos sobre el comercio de Atenas les permitían eliminar esos impuestos indirectos. Otros grupos dependientes como los penestes con respecto a

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Tesalia o los ilotas con Esparta pagaban los impuestos a la ciudad estado a la que se encontraban sometidos.

Moneda

La acuñación de monedas comenzó en Lidia alrededor del año 600   a.   C. Las primeras monedas que se fueron creando se pusieron en circulación en las ciudades de Asia Menor que estaban bajo su control.

La técnica de acuñación de monedas llegó a Grecia alrededor del año 550   a.   C. , comenzando por ciudades comerciales costeras como Egina o Atenas. Su uso se fue extendiendo y las ciudades estado pronto regularon un monopolio para la creación de las mismas.

Las primeras monedas estaban compuestas de electrum (una aleación de oro y plata) y luego aparecieron las de plata pura, que era el metal valioso más común de la región. Tracia y Macedonia extraían el metal de las minas del monte Pangaion, mientras que Atenas lo extraía de las minas de Laurium. Más adelante, a partir del siglo V a. C., comenzarían también a acuñarse monedas menos valiosas, realizadas en bronce.

Educación

En la mayor parte de la historia griega, la educación era privada, salvo en Esparta. Durante el período helenístico, algunas ciudades-estado establecieron escuelas públicas. Solamente las familias adineradas podían contratar un maestro. Los niños varones aprendían a leer, escribir y citar la literatura. También aprendían a cantar y tocar un instrumento musical, y entrenarse soldados para el servicio militar. Estudiaban no para trabajar, sino para convertirse en buenos ciudadanos. Las niñas también aprendían a leer, escribir y hacer la aritmética elemental para dirigir el hogar. Casi nunca recibían ninguna educación después de la niñez.

Los niños entraban en la escuela al cumplir siete años, o iban a los barracones si vivían en Esparta. Los tres tipos de enseñanzas eran: grammatistes para la aritmética, kitharistes para la música, y paedotribae para los deportes.

Un niño de una familia adinerada que asistía una escuela privada era cuidado por un paidagogos, un esclavo doméstico designado para esta tarea que acompañaba el chico todo el día. Las clases pasaban en las casas privadas de los maestros e incluían la aritmética, leer, escribir, cantar y tocar la lira y la flauta. Al cumplir 12 años de edad, los estudios incluían deportes como la lucha, correr, tirar el disco y lanzar la jabalina. En Atenas algunos mayores jóvenes asistían a una academia para las disciplinas más finas como la cultura, las ciencias, la música y las artes. Un muchacho terminaba sus estudios al cumplir 18 años, luego empezaba su entrenamiento militar en el ejército por uno o dos años.

Una minoría de niños continuaba su educación después de la niñez, como en la agogé espartana. Una parte crucial de la educación de un muchacho rico era un aprendizaje con un mayor, que podía incluir el amor pederástico. El muchacho aprendía por mirar a su mentor mientras hablaba de la política en el ágora, ayudándolo a rendir sus deberes públicos, haciendo ejercicios con él en el gimnasio y asistiendo a simposios con él. Los estudiantes más ricos proseguían su educación estudiando con maestros famosos. Algunas de las mayores escuelas incluían el Liceo (la llamada escuela peripatética fundada por Aristóteles

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de Estagira) y la Academia platónica (fundada por Platón de Atenas). El sistema educacional de los antiguos griegos ricos también se llama paideia.

La guerra en la Grecia Antigua

Ésta es la frase usada para describir la guerra de las polis griegas, entre la revolución hoplítica del siglo VIII   a.   C. y la emergencia del im perio macedonio en el siglo IV   a.   C. La guerra griega antigua estuvo dominada en tierra por la formación de la falange, una profunda línea formada por hoplitas equipados con escudos, lanzas y espadas. El hoplita recibe su nombre de su escudo, el "hoplon." El plan de la falange consistía básicamente en avanzar hacia el enemigo con la lanza de cada falangista extendida hacia el enemigo. Cuando la falange llegaba al alcance de las espadas, los falangistas sacaban las suyas y empezaban a luchar. Si los arqueros enemigos disparaban flechas a la falange, los falangitas levantaban sus escudos, puesto que la unidad era esencial para su defensa. La falange griega era la mejor infantería, demostrada por la victoria ateniense en Maratón. Diez mil hoplitas atenienses organizados en una falange, derrotaron a un ejército persa muy superior en número, de unos 26.000 hombres; los soldados atenienses sufrieron escasas pérdidas. Otro tipo de soldado era el peltasta, que pertenecía a la infantería ligera y estaba equipado principalmente con varias jabalinas. Los peltastas eran usados normalmente para las escaramuzas.

En la época de las guerras médicas, los griegos (y especialmente los atenienses) tuvieron la idea de armar barcos y luchar en el mar. La embarcación de combate griega básica era el trirreme, con tres hileras de remos en cada lado para aumentar la velocidad y la maniobrabilidad. La estrategia ateniense en los combates navales demostró su éxito en la batalla de Salamina, donde una pequeña flota ateniense basada en el principio de chocar, quemar y capturar las embarcaciones enemigas, venció completamente a la flota persa.

Después de la derrota de los persas en el Mar Egeo, los atenienses usaron su marina como defensa contra los piratas y otros peligros, en un esfuerzo de promover el comercio dentro de la confederación de Delos. La guerra naval fue decisiva en la guerra del Peloponeso, cuando la estrategia de Atenas se convirtió otra vez en superioridad naval y los atenienses intentaron encerrarse dentro de sus Muros Largos (murallas desde la ciudad hasta el puerto, asegurando así la conexión con el mar) y utilizar su flota para bloquear los puertos de los aliados de Esparta, limitando el comercio. Después de la arriesgada aventura militar en Sicilia, Atenas perdió una gran parte de su flota y muchos de sus mejores soldados. Los espartanos aprovecharon este golpe aplastando y creando rápidamente su propia marina con el apoyo de Persia. Con un incuestionable ejército de tierra y una marina pasable, Esparta incitó a muchas colonias atenienses a rebelarse, privando a Atenas de los fondos necesarios para construir más barcos. No pasó mucho tiempo antes de que Esparta tomara Atenas, derribara los muros de la ciudad y la saqueara.

El soldado-ciudadano. Un ciudadano era, por definición, un soldado. Y el grado de cualificación política del ciudadano era el que determinaba su grado de cualificación militar. A las clases sociales más altas les correspondían los cargos superiores. En la Atenas del siglo V a. C., los pentacosiomedimnos, los miembros de la primera clase tenían el privilegio de la trierarquía, la liturgia principal, que les encargaba armar la flota. Los caballeros se elegían entre los hippeis, los miembros de la segunda clase. Y para pertenecer a la falange de los hoplitas debían formar parte de los zeugitas, la tercera clase. El buen soldado era el propietario de tierras. No sólo porque no se podía ocultar a la codicia de los enemigos, sino

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principalmente porque trabajar la tierra, según Jenofonte, era una escuela de virtud para el ciudadano, en la que adquiría las cualidades de vigilancia, fuerza y justicia que forman la base del espíritu militar. El buen soldado era también padre de familia, porque la preocupación por conservar la libertad de sus hijos era otro buen motivo para combatir.

El imperialismo ateniense. Atenas, después de las guerras médicas en las que contribuyó más que ninguna ciudad a la derrota de los invasores, trataba de atribuirse la hegemonía y de conservarla después, al margen de las aspiraciones independistas de las ciudades aliadas y de hecho dominadas por Atenas, al margen también de la hostilidad de Esparta y de sus aliados del Peloponeso, que no podían admitir la supremacía ateniense. Para establecer y conservar el dominio sobre las islas del mar Egeo y muchas de las ciudades marítimas de la costa de Asia Menor, para garantizar su abastecimiento de cereales, que, procedentes en gran parte del Ponto Euxino (Mar Negro) debían atravesar los estrechos, Atenas necesitaba una numerosa flota comercial y una poderosa marina de guerra.Sabemos que, desde la decisiva acción de Temístocles en los años anteriores a Salamina (480   a.   C. ), la talasocracia (talaso: mar: gobierno de marinos) ateniense dominó efectivamente toda la cuenca oriental del Mediterráneo hasta el desastre del 404   a.   C. 5

El ejército espartano. El poder terrestre de Esparta se basaba en primer lugar en un sistema educativo desde la infancia totalmente orientado a la preparación para la guerra.De los 16 a los 20 años, el adolescente se convertía en irene de primer, segundo, tercer o cuarto año. El «irenado» corespondía a la efebía ática, con la diferencia de que ésta era más breve, dos años tan sólo.

A los 20 años, todo espartano se incorporaba al ejército activo, pero su formación militar no había finalizado. La educación de los espartanos se prolongaba hasta la edad madura. De los 20 a los 30 años, estos jóvenes guerreros seguían viviendo, aunque estuvieran casados, con sus «camaradas de tienda» y continuaban comiendo todos juntos (sisitias).Todavía no se les permitía el acceso al ágora, ni podían ejercer sus derechos políticos. Para ellos la vida familiar no podía empezar hasta después de los 30 años, pero alterada además por la costumbre de esas comidas en grupo.A los 60 años, el espartano quedaba al fin liberado del servicio militar y podía formar parte del Senado (Gerusía). Pero seguía pasando mucho tiempo en los gimnasios vigilando los ejercicios de los niños y las luchas de los irenes.

El ejército espartano, mandado por uno de los dos reyes que vigilaban a menudo los éforos, estaba compuesto únicamente por los hoplitas, ciudadanos de pleno derecho o periecos. Esta infantería pesada estaba dividida en 5 regimientos (mores o moras), mandados por los polemarcos, a cuya orden estaban los locagós, jefes de batallón, los pentecontarcas, comandantes de compañía, y los enomotarcas, jefes de sección. Las distintas unidades maniobraban con tal flexibilidad que provocaron la admiración del ateniense Jenofonte, sobre todo por pasar de la formación de marcha en columna a la formación en línea: un movimiento de conversión ponía al instante a todas las secciones a la altura de la sección de cabeza, que se había detenido; si en ese momento hubiera aparecido por detrás una tropa enemiga, cada fila habría llevado a cabo una sabia contramarcha para que los mejores soldados estuvieran siempre frente al enemigo en primera línea. Los hoplitas de Esparta se distinguían a simple vista de los de otras ciudades por el color de su túnica y por su cabellera. Sus túnicas eran de color escarlata para que, según decían, «la sangre no se notara», mientras que en el ejército ateniense, por ejemplo, sólo el traje de los oficiales

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estaba adornado con franjas púrpuras. LLevaban el pelo largo, lo que en la Grecia de Pericles era un arcaísmo.

La efebía ateniense. En Atenas, la infancia y el comienzo de la adolescencia se desarrollaban con mayor libertad y en condiciones muy diferentes a Esparta. El joven ateniense se ejercitaba con regularidad en la palestra, bajo la dirección del pedotriba, y la gimnasia era una preparación normal para el oficio de las armas: la lucha, la carrera, el salto y el lanzamiento del disco desarrollaban la fuerza física y la elasticidad. En cuanto a la quinta prueba del pentatlón, el lanzamiento de jabalina, se trataba ya de un ejercicio puramente militar.

Para los hombres adultos, que habían superado ya la edad de la efebía (griego antiguo, φηβία), la gimnasia constituía el mejor medio de mantenerse en forma y de entrenarse entre dos campañas. En el siglo V   a.   C. , la mayoría de los atenienses de todas las edades proseguían con este entrenamiento que les mantenía preparados para soportar las fatigas militares.

A partir del siglo IV   a.   C. hubo cierto relajamiento en la práctica del deporte. En esa época fue precisamente cuando las ciudades griegas trataron de confiar a soldados mercenarios la tarea de defenderlos, a cambio de un sueldo, mientras que antes de la guerra del Peloponeso, los ejércitos griegos estaban compuestos casi exclusivamente por ciudadanos.

Todo ateniense tenía que servir a su polis de los 18 a los 60 años. De los 18 a los 20, era efebo. En este momento realizaba su aprendizaje militar. De los 20 a los 50 años, como «hoplita del catálogo (lista de reclutamiento)» o como jinete, formaba parte del ejército activo, alguna de cuyas clases, y a veces todas, se movilizaban al comienzo de la campaña militar fuera del país (éxodos).

De los 50 a los 60 años pasaba a ser veterano, los presbytatoi, que con los efebos y los metecos de cualquier edad integraban una especie de ejército territorial encargado de defender las fronteras y las plazas fuertes del Ática. En tiempos de paz, el grueso del ejército sólo era una milicia disponible, excepto los efebos, que durante dos años estaban ocupados por entero en sus ejercicios y, por esa misma razón, exentos de cualquier deber político o incluso de comparecer ante la justicia. Eran ciudadanos desde el momento de su ingreso en la efebía, pero no ejercían sus derechos hasta que habían transcurrido esos dos años.

El ateniense pasaba, pues, 42 años de servicio, y cada una de estas 42 clases se designaban con el nombre de un héroe epónimo. Los ciudadanos que habían llegado a los 60 años quedaban liberados de toda obligación militar y se convertían en diaitetas, árbitros públicos, algo parecido a los «jueces de paz».

Al inicio de la guerra del Peloponeso en el 431   a.   C. , Atenas poseía un ejército activo de 13.000 hoplitas y 1.000 jinetes, así como un ejército territorial de 1.400 efebos, 2.500 ve-teranos y 9.500 metecos, unos 27.400 hombres.18

A pesar de una teoría de origen alemán que ha prevalecido durante largo tiempo, es cierto que en el siglo V   a.   C. existía la efebía. Los hoplitas de Maratón habían recibido seguramente una formación militar. Sólo cabe preguntarse si a partir de ese momento todos los atenienses estaban obligados a pasar por la efebía, es decir, si la clase humilde, los tetes, que eran sobre todo remeros de la flota, estaban exentos de ella. Aristóteles nos describe con

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detalle la institución en el siglo IV   a.   C. , que tal vez no había sufrido cambios importantes desde la época de Pericles.

A comienzos del año ático, en el mes de Hecatombeon, los jóvenes atenienses de 18 años se inscribían como demotas, esto es, como miembros del demo de su padre. La asamblea del demo comprobaba su edad y decidía mediante votación si eran hijos legítimos y de condición libre. Cualquier impugnación suponía su remisión ante un tribunal de la Heliea, y el joven convicto de impostura era vendido inmediatamente por el Estado como esclavo.

Más tarde la Boulé (asamblea restringida de ciudadanos para tratar asuntos de la ciudad) sometía a los efebos a un nuevo examen. Las aptitudes físicas de los jóvenes las valoraban, sin duda alguna, bien la asamblea del demo, bien la Boulé en un consejo de revi-sión e incluso un tribunal en caso de impugnación. En el templo de la diosa Aglauro, al norte de la Acrópolis, los efebos prestaban más tarde este juramento, con la mano extendida sobre el altar:

No deshonraré las armas sagradas que llevo; no abandonaré a mi camarada de lucha; combatiré por la defensa de los santuarios del Estado, y transmitiré a la posteridad no una patria empequeñecida, sino más grande, más poderosa, en la medida de mis fuerzas y con la ayuda de todos. Obedeceré a los magistrados, a las leyes establecidas y las que se instituyan debidamente; si alguien intentara abo-lirlas, se lo impediré con todas mis fuerzas y con la ayuda de todos. Honraré los cultos de mis padres. Tomo como testigos a las divinidades: Aglauro, Hes tia , Enio, Enialio, Ares y Atenea, Areia, Zeus, Talo, Auxo, Hegemones, Hera cles , los Límites de la patria, los Trigos, las Cebadas, las Viñas, los Olivos y las Higueras.

Esta lista de divinidades, sobre todo Aglauro, Talo, Auxo, y la inclusión de los límites y de los frutos del Ática tenían un carácter arcaico muy evidente: dicha fórmula de juramento es seguramente anterior al siglo V a. C.

Para dirigir a los efebos, el pueblo elegía a un sofronista (censor) por tribu, de una lista de tres nombres elegidos por los padres de los efebos, y un cosmeta (director), jefe de todo el cuerpo efébico. Él nombraba también a los instructores de los efebos (pedotribas) y a los maestros especiales que les enseñaban a luchar como hoplitas (hoplomaquia), a tirar con el arco y lanzar la jabalina: en la época de Aristóteles se había añadido un instructor para maniobrar la catapulta, recientemente inventada. El traje distintivo de los efebos, la clámide, parece haber sido, en su caso, negra.

El año de servicio se iniciaba dos meses después del comienzo del año civil, en Boedromion. Cosmeta y sofronistas empezaban por llevar a sus efebos a visitar los santuarios del Ática (que deberán defender), luego acudían a El Pireo donde estaban acuar-telados, unos en Muniquia, otros en la Acté. El sofronista recibía dinero para los efebos de su tribu (cuatro óbolos por cabeza y día) y compraba lo necesario para la alimentación de todos, pues comían por tribus.

Carácter religioso de la guerra. En Atenas sobre todo, el juramento de los efebos y su visita a los santuarios daba un carácter religioso a la entrada en la carrera de las armas. En los ejércitos de todas las ciudades griegas había numerosos ritos que jalonaban el comienzo de cada campaña militar y las distintas etapas de la guerra. Antes de decidir una guerra, se consultaba a los dioses dirigiéndose, por ejemplo, al oráculo de Apolo Pitio, o incluso a los oráculos o adivinos locales.

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Una vez decidida la guerra, no se rompían las hostilidades hasta que el heraldo, personaje investido de un carácter sagrado, hubiera procedido a la declaración solemne de guerra. Llegado el caso, el heraldo también llevaba las propuestas de tregua o de paz. La declaración de guerra entre dos polis se caracterizaba jurídicamente por la interrupción de toda relación entre ambas, a través de los heraldos (akerictí).

En cuanto el ejército estaba preparado para partir, no podía ponerse en camino cual-quier día. Los espartanos llegaron a Maratón después de la batalla, porque un es crúpulo religioso les prohibía entrar en campaña antes de la luna llena.La expedición a Sicilia, iniciada un día nefasto, terminó en catástrofe. En el momento en que el ejército estaba listo par la marcha, su jefe ofrecía un sacrificio y pronunciaba una oración.

Si era devoto, como Nicias, tenía mucho cuidado en no olvidar las imágenes de los dioses de Atenas y un altar portátil donde ardía el fuego perpetuo de la ciudad. Asimismo llevaba con él varios adivinos, pues durante la campaña no se podía adoptar ninguna decisión importante sin consultar previamente a los dioses.

Cuando los dos ejércitos estaban ya alineados frente a frente para la batalla, en cada campo el jefe, asistido por los adivinos, dirigía a los dioses unas plegarias consagrándoles las personas y los bienes de los enemigos. También inmolaban víctimas y los adivinos trataban de descifrar los presagios en sus entrañas.

Podía ocurrir que uno de los adversarios iniciara la acción y que el otro no intentara defenderse, si los dioses no se habían pronunciado con claridad: en Platea, el ejército espartano, inmóvil, con las armas a los pies y el escudo en el suelo, recibió una lluvia de flechas mientras esperaba que los dioses hablaran. En la lucha, los dioses y los héroes no abandonaban a sus fieles, sino que luchaban con ellos. En la batalla de Maratón contra los persas, muchos soldados atenienses creyeron ver a Teseo en armas, que se lanzaba a la cabeza contra los bárbaros.

En época homérica, sólo se hacían prisioneros para inmolarlos después, ya que los dioses tenían derecho a ese sacrificio humano, excepto cuando se esperaba obtener un rescate del cautivo. Todavía en época clásica era frecuente matar sin piedad a los enemigos vencidos en el mismo campo de batalla e incluso después de la batalla cuando se habían rendido. Se remataba a los heridos. Cuando se tomaba una ciudad, se pasaba a cuchillo a las mujeres, a los ancianos y a los niños y se vendía como esclavos a quienes se perdonaba la vida. Ésta era la guerra, consagrada, o más bien, impuesta por la religión. El vencedor tenía el deber de enterrar a sus muertos y de conceder una tregua a los vencidos, para que pudieran hacer lo mismo.

Así como durante la campaña se arrasaban las tierras del enemigo y parecía normal arrancar las cosechas y talar los árboles, incluso los olivos, del mismo modo, tras la victoria, el territorio enemigo pertenecía al vencedor, que podía destruir las casas y hacer desaparecer cualquier signo de vida en esa tierra. Cuando se firmaba un tratado de paz, los dioses presidían este acto solemne. En la fórmula del juramento se les nombraba como garantes y este juramento quedaba sellado con un sacrificio.

La mujer en la Antigua Grecia

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En las epopeyas homéricas, la Grecia Antigua se describe como una sociedad patriarcal. Durante el desarrollo de la ciudad a lo largo del siglo VIII a. C., se establecieron dos grandes grupos sociales basados en criterios de exclusión: el «club de ciudadanos», que excluía a los extranjeros (metecos) y a los esclavos; y el «club de hombres», que excluía a las mujeres.

Aristóteles (Política, III, 1) definió la ciudadanía como la posibilidad de participar en el poder político; la mujer constituía, así, el sector social más alejado de la posibilidad de participar en él, por cuanto que, a diferencia de los metecos y los esclavos, no podía convertirse nunca en ciudadana. Hubo que esperar a la época helenística para ver emerger a grandes figuras femeninas en el mundo griego, tal es el caso de reinas como Berenice, Arsínoe o Cleopatra.

La epopeya homérica. La principal fuente de información de las mujeres en esta época es homérica: la Ilíada y sobre todo la Odisea, en los que no describen más que los combates y los banquetes reales, comprenden numerosas escenas de la vida cotidiana, donde las mujeres están en la parte delantera de la escena. El carácter histórico de estas descripciones está evidentemente sujeto a debate: sin embargo, parece probable que el o los poetas autores de estas dos epopeyas hayan sacado su inspiración, en estos pasajes, de la vida cotidiana de su época, en el siglo VIII a. C.

En las epopeyas, la mujer tiene un triple real: esposa, reina y ama de casa. Esposa en primer lugar o futura esposa, lo que permite comprender la complejidad de las prácticas matrimoniales griegas. Se trata allí de una práctica excepcional: normalmente, el esposo debe dar regalos a su suegro, ἕδνα, hêdna. La mujer viene instalarse entonces en la casa de su esposo, aquí, en la morada del padre de Aquiles. La unión es monógama en el mundo de los héroes griegos como los troyanos. Sin embargo, las prácticas matrimoniales permanecen aún poco formalizadas: Helena, esposa legítima de Menelao, es tratada también como la esposa legítima de Paris. Príamo deroga la regla de la monogamia; además, su palacio acoge a sus hijos y sus esposas pero también a sus hijas y sus maridos.

Las esposas de los reyes homéricos son también reinas. Así, en el canto VI de la Ilíada, Hécuba puede convocar a las mujeres de Troya para una ceremonia religiosa. En el canto IV de la Odisea, Telémaco vista Esparta y es acogido en la sala del banquete por Helena que está ante los compañeros de su marido. Incluso, Areté, esposa de Alcínoo, está en la sala del palacio, junto a su esposo.

Por lo demás, ellas son amas de casa, rigiendo el griego οἶκος, oikos, es decir, la casa, el dominio. Su símbolo es la rueca: Penélope teje su célebre tela, a ejemplo de Helena. Quien representa la guerra de Troya — o incluso Andrómaca, a la que Héctor devuelve a su oficio en el momento en el que parte al combate. Él vuelve a acoger a los huéspedes, como lo hace Arete por Ulises o Policasta, hija de Néstor, por Telémaco. Por fin, deben administrar los recursos del dominio. Cuando Ulises parte para Troya, es a Penélope a quien confía las llaves del tesoro.

Alrededor de la esposa legítima gravitan las sirvientes y las concubinas. Las primeras están a disposición del ama de casa. Así, al final de la Odisea, Odiseo mata igualmente a las sirvientes que se habían acostado con los pretendientes. Ellas ayudan a las esposas en sus trabajos domésticos y son supervisadas por una intendente, personaje central del oikos griego. La nodriza ocupa igualmente un lugar importante, atestiguado por el papel jugado

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por Euriclea, nodriza de Ulises, después de Telémaco, adquirida por cien bueyes por Laertes, a la que honra «al igual que su esposa». Las concubinas son cautivas de guerra, el lote del vencedor tales como Briseida y Criseida. Cuando Troya es tomada, la mujer y las hijas de Príamo son trofeos para los vencedores aqueos. Las mujeres, cualquiera sea su estatus, permanecen ante todo sometidas a los hombres, sean los maridos o, como en el caso de Penélope, su hijo Telémaco.

En la vida diaria, las mujeres de la realeza y las esclavas se dedicaban a tareas similares. La distinción entre hombres libres y esclavos estaba marcada en forma más definida. Los hombres libres podían dedicarse a las mismas tareas que los esclavos, pero sólo los hombres libres podían llevar armas y defender a sus ciudades.

Los deberes de la mujer giran alrededor de la casa. El epíteto de Homero de los «brazos blancos» y los frescos de la Edad del Bronce que muestran a las mujeres con la piel blanca y a los hombres tostados por el sol testifica que los trabajos de la mujer estaban orientados de puertas adentro. La señora de la casa es la que se ocupaba de la familia y del hogar. Las casas de Alcínoo y de Odiseo tenían muchas esclavas. Todos los alimentos se preparaban en la casa por esclavas y eran servidos por ellas.

Las ropas se hacían desde el principio al fin, en la casa, y en esta tarea estaban implicadas las mujeres de la realeza, e incluso las inmortales, así como las esclavas. Las mujeres maduras, solían sentarse junto al fuego a hilar y tejer. Este se situaba en el centro de la habitación principal de la casa. El hecho de que Homero muestre a Helena, Penélope o Areté sentadas junto al fuego significa que una mujer estaba totalmente al tanto de todo cuanto sucediera en su hogar. Es común encontrar a una mujer de la realeza tejiendo mientras entretenía a sus huéspedes.

En ciertos ejemplos, este incesante tejer adquiere un significado mágico: las mujeres están trazando el destino de los hombres. Areté, aunque era una reina, pudo reconocer que el vestido que llevaba Odiseo había sido confeccionado en su propio hogar. El episodio de Nausícaa demuestra que hasta una princesa consideraba que el lavado de la ropa era tanto una obligación como una realización digna de elogio.

Las mujeres estaban también encargadas de bañar y untar de aceites a los hombres. Homero es muy explícito en esta ocasión, pues esta tarea no estaba reservada a las esclavas ni tampoco a mujeres que como Calipso tenían intimidad con el hombre al que bañaban. La joven y virginal hija de Néstor era la que bañaba a Telémaco y le daba masajes con aceite de oliva, y Helena relata que en Troya era ella misma la que bañaba y ungía a Odiseo.

Otras fuentes históricas también proporcionan testimonios sobre las tareas usuales de las mujeres de la Edad del Bronce. Tablillas procedentes de Pilos, escritas en lineal B, mencionan como tareas de las mujeres el buscar agua y preparar los baños, hilar, tejer, moler grano y recogerlo. También dicen que la ración alimenticia de los hombres era dos veces y media mayor que la de las mujeres.

Comparada con la literatura griega posterior, la épica da una impresión generalmente atractiva de la vida de las mujeres. Se esperaba que fueran modestas, pero no enclaustradas. Andrómaca y Helena paseaban libremente por las calles de Troya, aunque siempre con escolta, y las mujeres aparecían en el escudo de Aquiles ayudando a la defensa de las murallas de la ciudad. También se habla de las citas de chicos y chicas fuera de las murallas

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de Troya. Muchas mujeres especialmente Helena, Areté y Penélope, podían permanecer en las habitaciones públicas en presencia de invitados varones sin escándalo. No sólo las concubinas sino también las esposas legítimas podían ser consideradas deseables, y aquí aún hay poca influencia de la misoginia que se desprende de la literatura griega.

La edad oscura y la época arcaica. La principal fuente de conocimiento, respecto a las mujeres durante la Edad Oscura y el principio del periodo arcaico, antes de la codificación de sus leyes civiles, es la arqueología, especialmente el material obtenido de los sepelios de mujeres y sus imágenes en las piezas de cerámica.

Los roles del sexo, estaban ya fuertemente establecidos en Atenas durante la Edad Oscura. Tanto los miembros vivos de las familias que aportaban sus presentes a las tumbas de sus muertos como los artesanos que confeccionaban todos los elementos que adornaban los sepulcros eran conscientes de que los contenidos de las tumbas, así como sus inscripciones, debían ser datos indicativos del sexo del fallecido.El sexo se diferenciaba de varias formas. En el periodo protogeométrico (1000-900 a. C.), los enterramientos de hombres y de mujeres que se hacían en el Ática se diferenciaban por las formas de las ánforas en las que las cenizas eran enterradas o en las que servían para marcar las tumbas. Los enterramientos de varones se asociaban normalmente con ánforas que tenían asas en el cuello, mientras que las de las mujeres llevaban asas en la panza, horizontales y colocadas en la parte más ancha de las mismas. Las ánforas con asas en la parte más ancha eran las que se usaban para llevar agua, tarea tradicionalmente realizada por mujeres.

Las mujeres y la colonización griega. La Época Arcaica ve a los griegos, constreñidos por la estrechez de sus tierras, lanzándose en un gran movimiento de colonización. La mayoría del tiempo, los colonos son únicamente hombres: cuentan con la población indígena para suministrarles esposas. Es el procedimiento tradicional de la boda por rapto. Heródoto relata que los colonos atenienses fundadores de Mileto, en Caria, atacaron a los autóctonos, se adueñaron de las mujeres y mataron a los hombres. Para vengarse de los agresores, las mujeres carias juraron no comer nunca con sus esposos y no llamarlos nunca por su nombre.

Matrimonios y tiranos. El matrimonio como medio de establecer alianzas encuentra su apogeo a partir de la segunda mitad del siglo VII a. C., cuando muchas ciudades griegas son gobernadas por tiranos. En ruptura con los feudalismos anteriores, se apoyan, no obstante en ellas para asentar su poder. Así, el ateniense Pisístrato se casa tres veces: la primera vez, con una ateniense anónima; la segunda, con una argiva de alto rango; la tercera, con la hija de su adversario Megacles, de la poderosa familia de los Alcmeónidas. Al final del siglo V a. C., Dionisio I, tirano de Siracusa, viudo de su primera mujer, duplica el beneficio de su matrimonio contrayendo dos alianzas simultáneamente: las dos esposas son hijas de grandes personajes, una de Locri, la otra de Siracusa.

Las hijas de los tiranos sirven para el mismo propósito: las familias aristocráticas rivalizan para obtener su mano. Así, cuando Clístenes, tirano de Sición al principio del siglo VI a. C., su hija Aragisté, tuvo trece pretendientes, descendientes de las grandes familias de doce ciudades. Durante un año, los pretendientes vivieron en el palacio de Clístenes, mantenidos como los pretendientes de Penélope. Los tiranos recurrieron también a la endogamia, a falta de buenos partidos para las hijas: así, Dionisio casó a uno de sus hijos con su propia hermana, mientras que uno de sus hermanos esposó a su nieta.

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En Gortina. Gortina era una pequeña ciudad de Creta que estaba lejos de jugar un papel importante en la antigua Grecia. Sin embargo, ha entregado a la posteridad tres fragmentos de piedra inscrita que constituyen lo que se ha llamado el «Código de Gortina», que consta de siete capítulos de legislación privada, principalmente centrada en el derecho de familia.

Como en las otras ciudades griegas, la mujer en Gortina era inferior. Estaba bajo la tutela permanente de un hombre: padre, hermano o esposo. Si estaba protegida contra la violación, lo cierto es que la legislación no la distingue de la seducción: su consentimiento no tenía valor y sólo los intereses de su tutor eran tenidos en cuenta. El matrimonio era por esencia la unión de dos linajes: el tutor disponía del derecho de dar a su protegida en matrimonio. Cuando daba a luz a sus hijos, su tutor toma él sólo la decisión de conservarlos o de exponerlos.

Sin embargo, la mujer tenía en Gortina una autonomía más grande que en las otras ciudades. Podía poseer bienes, ya fueran muebles o inmuebles. Ella los adquiría principalmente por su dote: recibía la mitad de una parte de la herencia masculina y era libre de disponer de sus bienes: ni su marido, ni sus hijos tenían derecho de hipotecarlos. En caso de divorcio o de viudez, la dote le pertenecía y podía utilizarla para volverse a casar. En cambio, parece seguro que la mujer no administraba ella misma sus bienes. Así, en caso de divorcio, el esposo conservaba la mitad de las rentas de la dote, incluso si era por su culpa.

La hija heredera (es decir, huérfana y sin hermanos), la patrôïôkos (de griego τὰ πατρῷα, tà patrỗia, «el bien paterno»), tenía el derecho de rechazar al que debía normalmente esposarle, es decir, el pariente más próximo. En ausencia de un pariente próximo, o en caso de rechazo de éste último, la patroiokos era libre de casarse con quien quisiera (o pudiera). Si estaba ya casada, la situación variaba si existían o no hijos: en resumen, desde el momento que tenía ya hijos que pudieran recibir la herencia por parte de su madre, la patroiokos era dejada en una relativa libertad, situación que contrastaba con la de la epiclera ateniense.

En Atenas. Atenas es la principal fuente de información sobre las mujeres en Grecia pero es de hecho muy difícil saber en qué punto las características atenienses pueden aplicarse a las otras ciudades griegas.

Hijas y mujeres de ciudadanos. La mujer ateniense era una eterna menor, que no poseía ni derechos jurídicos ni políticos. Toda su vida, debía permanecer bajo la autoridad de un tutor (griego κύριος, kúrios): primero su padre, luego su marido, su hijo si era viuda o su más próximo pariente.

Su existencia no tiene sentido más que para el matrimonio, que ocurría generalmente entre los 15 y 18 años. Era un acto privado, un contrato concluido entre dos familias. Curiosamente, el griego no tiene una palabra específica para designar el matrimonio. Se habla de griego ἐγγύη, engúê, literalmente la garantía, la caución: es decir, el acto por el cual el cabeza de familia daba a su hija a otro hombre. La ciudad no era testigo ni registra en un acta cualquiera este acontecimiento para conferir a la mujer el estatus matrimonial. Por eso, hay que añadir la cohabitación. A menudo, a ésta le sigue el engué. Sin embargo, sucede que el engué tenía lugar cuando la chica era aún niña. La cohabitación no ocurre sino más tarde. De manera general, la joven no tenía ni una palabra que decir en su futuro matrimonio.

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Con su propia persona, la joven casada aportaba también su dote a su nueva familia. Consistía generalmente de dinero. La dote no era propiedad del marido: cuando su mujer moría sin hijos o en caso de divorcio por consentimiento mutuo, la dote debía ser devuelta. Cuando la suma era importante, el tutor de la casada se protegía a menudo mediante una hipoteca especial, la griego ἀποτίμημα, apotímêma: un bien inmobiliario es empeñado como contrapartida, empeño materializado por un horos. A falta de reembolso de la dote, la tierra era embargada.

El divorcio a iniciativa de la esposa no debía normalmente estar permitido: sólo el tutor podría pedir la disolución del contrato. Sin embargo, los ejemplos muestran que la práctica existía. Así, Hipareta, mujer de Alcibíades, pidió el divorcio presentándose en persona ante el arconte. Los comentarios de Plutarco sugieren que se trataba de una procedimiento normal. En el Contra Onétor de Demóstenes, es el hermano de la esposa, su tutor, quien introduce la demanda de divorcio.

Una estricta fidelidad era requerida de parte de la esposa: su rol era dar nacimiento a hijos legítimos que pudieran heredar los bienes paternos. El marido que sorprendía a su mujer en flagrante delito de adulterio, tenía el derecho de matar al seductor en el acto. La mujer adúltera, podía ser devuelta. Según algunos autores, el esposo burlado estaría en la obligación de hacerlo so pena de perder sus deberes cívicos. En cambio, el esposo no estaba sometido a este tipo de restricción: podía recurrir a los servicios de una hetera o introducir en el hogar conyugal una concubina (griego παλλακή, pallakế), a menudo una esclava, pero podía ser también la hija de un ciudadano pobre.

Un caso particular: la hija epiclera. La hija llamada «epiclera» es la que se hallaba como única descendiente de su padre: no tenía ni hermanos, ni descendientes de hermanos susceptibles de heredar. Según la ley ateniense, no podía heredar, pero estaba «atada (griego ἐπι) a la herencia (griego κλῆρος)». En consecuencia, debía esposar a su más próximo pariente: a través de ella, los bienes familiares pasaban a su marido, luego a sus hijos, los nietos del difunto. Este principio, relativamente simple, estaba en el origen de complicados casos, sobre lo que no hay informaciones precisas: así, si la hija epiclera estaba ya casada en el momento del deceso de su padre, se ignora si el pariente más próximo estaba en el derecho de disolver el matrimonio precedente. En cambio, existen al menos dos casos de parientes próximos divorciándose de sus esposas, y cuidando de la segunda nupcias de éstas, para casarse con las hijas epicleras.

En la ciudad. Las mujeres de buena familia tenían como principal papel mantener el oikos. Eran confinadas en el gineceo, literalmente la «habitación de las mujeres», rodeadas de sus sirvientes. No se arriesgaban fuera del dominio familiar más que para cumplir funciones religiosas. En cambio, las mujeres del pueblo aportaban a la economía familiar un complemento de recursos vendiendo su superproducción agrícola o artesanal: aceitunas, frutos y hortalizas, hierbas, así Aristófanes, hace de la madre de Eurípides una vendedora de perifollo, tejidos, etc. Los autores cómicos como los oradores atestiguan a mujeres vendedoras al detalle de aceites perfumados, de peines, de pequeñas alhajas o incluso de cintas. Manejaban, pues, dinero.

Metecas y esclavas. Se sabe poco de las mujeres metecas, excepto el montante del impuesto que las afectaba: el griego μετοίκιον, metoíkion se elevaba para ellas a seis drac-mas anuales, frente a doce para un hombre. Muchas de ellas seguían simplemente a su

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marido, llegado a Atenas por negocios o para seguir las enseñanzas de un maestro reputado. Se puede suponer que su modo de vida era semejante al de las hijas y mujeres de los ciudadanos.

Una minoría estaba constituida de mujeres únicamente llegadas a Atenas para obtener fortuna. Las más pobres acababan a menudo de prostitutas (griego πόρναι, pórnai) en los burdeles del Pireo o de Atenas misma. Las mujeres más educadas podían convertirse en cortesanas. Eran las compañeras casi oficiales de los hombres de negocios y de los políticos atenienses. La más célebre de ella era Aspasia, originaria de Mileto. Concubina de Pericles, por la cual abandonó a su mujer legítima. Bella, inteligente, acogía a la élite intelectual de su época, y se codeaba de igual a igual con los hombres. Como reverso de la moneda, fue el blanco de los autores cómicos que la describen como una vulgar encargada de un burdel y una intrigante.

En Esparta. Esparta se distingue de las otras ciudades griegas en que sitúa a las mujeres más o menos en pie de igualdad con los hombres; todas estaban sometidas al Estado y su fin primero era la reproducción de soldados vigorosos y disciplinados.

Educación. Esparta presentaba la particularidad de tener un sistema educativo obligatorio para todos y organizado por el Estado, donde otras ciudades dejaban a los padres como únicos responsables de sus hijos. Además, no era sólo obligatorio para los chicos, sino también para las chicas. El fin del sistema, para los chicos, era producir hoplitas disciplinados, para las chicas formar madres vigorosas, que parieran niños fuertes y sanos. Como en el caso de los chicos, comenzaban a la edad de 7 años. Se acababa hacia los 18 años, edad a la cual las jóvenes se casaban. Comprendía dos planes deportivos: por un lado un entrenamiento físico para dar firmeza al cuerpo; por otro, la griego μουσική, mousiké, término que para los griegos aglutinaba el baile, la poesía y el canto.

Por lo que respecta al plan deportivo, Jenofonte indica que Licurgo instituyó un entrenamiento físico para los dos sexos, que comprendía la carrera a pie y la lucha, disciplinas confirmadas por Eurípides. Plutarco (Vida de Licurgo) añade a esta lista los lanzamientos de disco y de jabalina. Teócrito representa a dos chicas reclamando fieramente su participación en las mismas carreras que los chicos, a lo largo del río Eurotas y su recurso a los ungüentos, como estos últimos. Por lo demás, ellas se entrenaban también desnudas. Este entrenamiento no era realmente una preparación para el combate: los chicos y chicas se ejercitaban por separado. Sin embargo, el vigor de las mujeres espartanas era proverbial en Grecia: Clearco de Solos (mitad del siglo III) informa que ellas se apropiaban de hombres adultos y solteros y les golpeaban para obligarles a casarse, lo que obviamente implica cierta fuerza física. Parece que el entrenamiento deportivo comprendía una parte de equitación. Así, las figurillas votivas encontradas en el santuario de Artemisa Ortia muestran a chicas montando a lo amazona.

Tratándose de la mousiké, las jóvenes tomaban parte en todas las grandes fiestas religiosas de las partenias, coros de vírgenes, de las cuales Alcmán2 es el principal autor. Los cantos eran aprendidos de memoria; permitían a las chicas aprender los grandes relatos mitológicos, pero también adquirir el sentido de la competición: los cantos hacían alusión a concursos de belleza o representaciones musicales. Las figurillas votivas las muestran

2 Alcmán (siglo VII a. C.) era un poeta griego coral lírico de Esparta. Es el representante más antiguo del Canon de Alejandría de los nueve poetas líricos (los demás serán Safo, Alceo, Anacreonte, Estesícoro, Íbico, Píndaro, Simónides de Ceos y Baquílides).

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tocando diversos instrumentos. Parece que algunas espartanas al menos sabían leer y escribir. Así, las anécdotas, algunas tardías, evocan las cartas enviadas por las madres a sus hijos partidos al combate. Gorgo, hija del rey Cleómenes I fue la única en descubrir el secreto de un mensaje enviado pro el rey Demarato: ella hizo quitar la cera de la tablilla, revelando el texto grabado en la madera.

El matrimonio. Durante la época clásica, se encuentran dos sistemas concurrentes en Esparta: el primero, tradicional, era común a todas las ciudades griegas. Se trataba de asegurar la prosperidad de la línea familiar. Le segunda se sometía al ideal igualitario estatal: se trata de producir chicos fuertes.

Desde la segunda óptica, el matrimonio se producía más tarde que en las otras ciudades: el marido tenía alrededor de 30 y su mujer, sobre 18. Daba lugar a una curiosa forma de inversión: la intermediaria afeitaba el cráneo de la esposa, le proporcionaba vestidos y la dejaba sola en un pajar, a oscuras. El esposo, al salir de la sisitia (comida en común) se reunía con su mujer, siempre en la oscuridad, y después de tener una relación con ella, volvía a marcharse para reunirse con sus compañeros de dormitorio. El matrimonio permanecía así secreto, hasta el primer hijo. Plutarco afirma que así, los esposos, «ignoran la saciedad y el declive del sentimiento que entraña una vida en común sin trabas.»

Las mujeres ejercían una forma de control sobre su matrimonio. Si los viejos maridos eran incitados a «prestar» a sus mujeres a jóvenes fuertes, Plutarco menciona también que las mujeres tomaban a veces un amante, de modo que el niño que naciera pudiera heredar dos lotes de tierra en lugar de uno.

En la época helenística. La cantidad de información disponible sobre las mujeres de la época helenística es sorprendentemente amplia.La abundancia de información sobre las mujeres de la realeza puede atribuirse tanto al impacto de estas mujeres en los escritores antiguos como a que ellas mismas se involucraron en la actividad política de los hombres.

La acción de mujeres de estatus menos elevado puede también verse en actuaciones públicas, cómo algunas mujeres libres, consiguieron una mayor influencia en asuntos políticos y económicos, y al mismo tiempo, difundieron sus opiniones sobre el matrimonio, el papel de la mujer, la educación y la conducta en sus vidas privadas.

La experiencia de las mujeres, desde las esclavas y heteras hasta las reinas, fue recogida y preservada en las creaciones culturales del período.Un cómputo cuidadoso de las representaciones de la mujer en la escultura, comedia, cerámica pintada y otras artes muestra una mayor atención a sus experiencias sexuales y a la naturaleza de su vida cotidiana.

El comentario de los filósofos, en su mayor parte inclinados a la pervivencia de los papeles femeninos tradicionales, revela que la posición de las mujeres cambió a medida que también lo hacía la sociedad durante este período.

Esposas y madres de los conquistadores macedonios. La muerte de Alejandro Magno, trajo cincuenta años de guerras entre sus sucesores y el establecimiento de dinastías de macedonios: Antigónidas en Grecia, Ptolomeos en Egipto y Seléucidas en Asia Menor.

Entre las familias reinantes de Macedonia, la relación entre madre e hijo podía ser mucho más fuerte y significativa que la de marido y mujer. Muchos reyes macedonios se permitían una poligamia tanto formal como informal, razón por la cual se resistían a menudo a conferir un estatus privilegiado a alguna de sus esposas (lo que hubiera también aclarado

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cuál de sus hijos era el designado como sucesor al trono), propiciando así un clima de intriga y lucha por el poder dentro de su corte que podía terminar con su propia muerte a manos de una madre hambrienta de poder conspirando en nombre de su hijo.

La historia nos muestra a las reinas macedonias como ambiciosas, astutas, y en muchos casos, despiadadas. Los elementos comunes de estos relatos cuentan la eliminación, a menudo por el veneno, de antagonistas políticos y reinas rivales así como de sus progenies, el asesinato del marido, y la esperanza de la reina de poder disfrutar de un mayor poder en el reino de su hijo del que gozaba cuando era su marido el que ocupaba el trono. Estas son mujeres que competían en una palestra tradicionalmente masculina y que utilizaban con toda decisión armas y técnicas de hombres, además del veneno, reputado como «arma de las mujeres».

Aparte de Cleopatra VII, las más poderosas e ilustres de las princesas macedonias fueron Olimpia y Arsínoe II. Olimpia es famosa por ser la madre de Alejandro Magno. En la corte de su marido, Filipo, Olimpia luchó contra esposas rivales, amantes e hijos con objeto de asegurar a Alejandro la sucesión al trono de Macedonia. Aunque finalmente fue derrotada y condenada al exilio, fue claramente una mujer de genio y determinación.

Alejandro fue proclamado rey después del asesinato de Filipo en 356 a. C. Se culpó a Olimpia de esta muerte, injustamente con toda probabilidad ya que estaba por aquel tiempo en el exilio, aunque tenía mucho que ganar cuando su hijo, de 20 años de edad sucedió a su padre. Dos años más tarde, Alejandro partió para la conquista del Imperio Persa. Mientras Alejandro estaba en campaña, Olimpia presidía la corte en Macedonia. Compitió por el poder con Antípatro, al que Alejandro había dejado como su segundo. Políticamente, Alejandro apoyaba a Antípatro, pero nunca dejó de estar muy unido a su madre.

Aunque el modelo de alianzas entre madres con poder y sus hijos fue repetido una y otra vez, las mujeres también fueron usadas en roles pasivos por los reyes helenísticos en forma paralela a la empleada por los tiranos griegos de la Época Arcaica.

Los matrimonios de las princesas macedonias, por ejemplo, eran a menudo arreglados por sus mayores varones para cimentar alianzas entre los hombres, es decir, entre estos y los maridos. Estos matrimonios dinásticos eran disueltos cuando aparecían nuevas alianzas políticamente más atractivas.Por supuesto, el rechazo unilateral de una reina por su esposo en provecho de otra podía terminar violentamente, y una vez que los padres o tutores de la esposa rechazada se veían afectados, estas alianzas matrimoniales podían a menudo producir enfrentamientos internacionales. Uno de los matrimonios desafortunados fue el de Berenice y Antíoco.

Las otras mujeres. Las mujeres también fueron beneficiarias de los más generosos reconocimientos de ciudadanía y derechos políticos en las ciudades griegas, por razones diplomáticas, culturales y económicas, lo que fue un fenómeno característico de este período cosmopolita.

Algunas mujeres obtuvieron concesiones de derechos políticos o de ejercicio de actividades públicas. Otras obtuvieron la ciudadanía honoraria y los derechos de proxenía (privilegios otorgados a los extranjeros) por ciudades foráneas como gratitud por servicios prestados. En el año 218 a. C., Aristodama, una poetisa de Esmirna, obtuvo la ciudadanía de los etolios de Lamia (Tesalia), porque su poesía alababa al pueblo de Etolia y a sus

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antepasados. Una inscripción recuerda la existencia de una mujer arconte en Istria durante el siglo II a. C. En el siglo I a. C., otra mujer magistrado, File de Priene, fue la primera mujer que construyó una presa y un acueducto. Es muy probable que fuera nombrada magistrada porque prometió contribuir con su fortuna privada a la realización de estas obras públicas.

Estas mujeres eran excepcionales, aunque muchas otras continuaron siendo excluidas de la participación en el gobierno. Pero desde entonces, bajo la dominación de los monarcas helenísticos, las implicaciones de la ciudadanía y sus privilegios fueron mucho menos favorables para los hombres de lo que habían sido en las ciudades-estado del mundo clásico. Por un lado, el abismo entre los privilegios masculinos y femeninos se había estrechado, y por otro, los hombres, en vez de tratar de ampliarlos, estuvieron más dispuestos a compartir con las mujeres la disminución de privilegios que tenían.

Aunque el incremento de la dedicación política de las mujeres griegas no pertenecientes a la realeza era muy pequeño, una lenta evolución en el estatus legal, particularmente en el derecho civil, se estaba produciendo. Este cambio era más apreciable en las áreas recientemente helenizadas por las conquistas macedonias que en las viejas ciudades de la Grecia continental.En este contexto de griegos desenraizados, faltos de las tradicionales salvaguardas de la polis, una mujer griega podría no tener un fácil recurso a la protección de sus familiares varones, y por lo tanto, verse obligada tanto a guardarse por sí misma como a incrementar su capacidad legal para actuar en su propio beneficio.

Egipto. Papiros provenientes de Egipto suministraban abundantes evidencias de lo dicho en el ámbito del derecho privado, pero esto no quiere decir que haya que sacar la conclusión de que las leyes helenísticas fueran uniformes ni que las prácticas egipcias se aplicaran en otras áreas. Es necesario distinguir entre las leyes que afectaban a las mujeres griegas que vivían en Egipto y las que se referían a las egipcias nativas, leyes estas últimas, que aunque menos estudiadas, parecen ser menos severas. Las mujeres griegas cuando actuaban dentro de las convenciones tradicionales de las leyes griegas, continuaban necesitando algún tutor; las egipcias, no. Cuando una mujer griega tenía que hacer alguna declaración pública o que incurrir en una obligación contractual que afectara a personas o propiedades, necesitaba siempre de un familiar varón que actuara como tutor. Hay innumerables ejemplos de contratos de tal clase. Documentos en los que aparece una mujer como compradora, vendedora, prestataria o prestamista, arrendadora o arrendataria. Las mujeres estaban sujetas, como los hombres, a varios impuestos que recaían sobre estas actividades comerciales. También tenían derecho a recibir y otorgar donaciones y legados, actuando siempre con sus tutores, nombrando usualmente a sus maridos e hijos como herederos. A las ciudadanas de Alejandría, las denominadas astai, se les prohibió hacer testamento.

A las mujeres griegas de Egipto se les permitía, no obstante, actuar sin tutores en tales situaciones. A una mujer se le permitía dirigir una petición al gobierno o a la policía en su propio favor, siempre que ello no implicara una obligación contractual ni una indebida publicidad. Unas pedían una especial consideración como mujeres "necesitadas y sin defensa"; otras, alegaban merecer obviamente piedad por ser "mujeres trabajadoras" y no faltaban las que pedían ser relevadas de la obligación de cultivar terrenos del Estado, citando antiguas decisiones en las que se concedía exención a las mujeres con la exclusiva base de su pertenencia al sexo femenino o que "al no tener hijos no podían subvenir a sus propias necesidades." Viudas o madres de hijos ilegítimos podían dar a sus hijas en matrimonio o

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colocar como aprendices a sus hijos varones. Conocemos al menos un caso de una viuda que tuvo el derecho a abandonar un hijo póstumo después de haber obtenido el permiso de su anterior suegra.

Contrato de matrimonio de Heráclides y Demetria. La expansión de los derechos de la mujer casada puede verse en un contrato de matrimonio de 311 a. C., entre un griego y una mujer que vivía en Egipto. Las características más notables de este contrato son el reconocimiento de dos códigos para la conducta matrimonial, uno para el marido, otro para la esposa, y la estipulación de que ambos cónyuges estén sujetos a la interpretación de lo socialmente igual para la pareja. Los derechos y obligaciones sociales y morales se les reconocen a ambas partes. Las potenciales indiscreciones del marido están especificadas, mientras que las de la mujer se muestran modestamente veladas. En el contexto helenístico, las obligaciones contractuales pueden ser interpretadas de esta manera: para la mujer, la prohibición absoluta de relaciones sexuales extramaritales; el adulterio casual, especialmente con esclavas o prostitutas, se le permite a los hombres; ningún segundo e ilegítimo hogar con otra mujer cuya presencia pueda ser odiosa a la esposa y cuyos hijos pudieran hacer reclamaciones por tal situación.La definición del delito de adulterio según el juicio realizado por el círculo social de la pareja y la adscripción de los bienes al cobro de las indemnizaciones estipuladas como penas pecuniarias, son ideales legales elogiables. Se estableció un fondo teórico consistente en el valor de la dote de la esposa y una suma equivalente aportada por el marido. El contrato prevé que si la trasgresión del código moral es probada a satisfacción de los tres árbitros, el fondo pasa a ser propiedad de la parte perjudicada, en concepto de indemnización de daños y perjuicios; y como castigo, en cuanto al trasgresor se refiere.

El documento no tiene especificaciones en cuanto a herencias o división de los bienes comunes en caso de divorcio. Sin duda no eran necesarias estipulaciones explícitas al respecto, pues ya se había establecido por los griegos, en la colonia Elefantina, un modelo sobre este tema.

La participación de la madre en el acto de dar una hija en matrimonio no era corriente. La novia no rompía sus lazos con su familia, pues ello permitía la posibilidad de que el padre siguiera interviniendo en la elección del lugar en el que la pareja podía vivir.

El papel del padre de la novia. Al progresar la era helenística, el papel del padre de la novia disminuyó. Era normal para un padre el dar una hija en matrimonio de acuerdo con su papel de tutor formal, pero muchos contratos de esponsales se hacían simplemente entre un hombre y una mujer que acordaban compartir sus vidas. los derechos de la hija casada a su autodeterminación, en contra de la autoridad paterna, comenzaban a afirmarse. De acuerdo con las leyes de Atenas, Roma y Egipto, un padre podía disolver el matrimonio de su hija aún en contra de la voluntad de ésta. Por supuesto, las leyes romanas y egipcias posteriores restringieron la autoridad del padre sobre la hija ya casada decretando que en estos casos los deseos de la hija habrían de ser un factor determinante. Si quería permanecer casada podría hacerlo así.

El divorcio. El divorcio está previsto en numerosos contratos matrimoniales, permitiendo a marido y mujer iguales oportunidades para repudiarse mutuamente. También se han hallado escrituras de divorcio. Las estipulaciones más importantes son las que se referían a la restitución de la dote. Los hijos tenían que ser mantenidos por el padre, aunque

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no residieran con éste. Esta medida era justa, ya que lo normal era que la propiedad común quedara en manos del marido. Un contrato matrimonial de 92 a. C., que aborda la protección de los bienes comunes a lo largo de toda la duración del matrimonio, admite que la esposa normalmente sufre un daño financiero tras la disolución de su matrimonio, ya que no recibe parte alguna de los bienes del matrimonio sino, simplemente le devuelven la dote que aportó. Este documento también hace constar específicamente cual debe ser la conducta sexual del marido, lo que incluye la prohibición de traer al hogar una segunda esposa, tener una concubina o un joven amante y tener hijos con otra mujer o vivir en una casa que no sea la suya, apartándose así de su esposa.

Actividades económicas de las mujeres. La capacidad legal de la mujer para obtener beneficios de actividades económicas se incrementó durante este período. No sólo en Egipto, sino en otras áreas del mundo griego, mujeres respetables participaron cada vez más en actividades económicas. Las mujeres griegas ejercían un control sobre sus esclavos, pues era corriente que figuraran en las inscripciones en las que se nombraba a los que concedían su manumisión. Hay 123 mujeres entre los 491 que se relacionan como liberadores en una lista de Delfos del año 150 a. C.Los registros de tierras en Ceos y Tinos muestran muchos nombres femeninos.

Hay una clara evidencia de la actividad económica de la mujer en Delos: mujeres casadas, asistidas por sus tutores, pedían dinero en préstamo, lo que sugiere que eran ellas mismas, más bien que sus maridos, los responsables de sus deudas particulares, y esposas de prestamistas aparecen registradas como "conformes" con los préstamos concedidos por sus esposos.

En Amorgos, hay también inscripciones que muestran a los esposos haciendo contratos concernientes a propiedades con la explícita conformidad de sus mujeres. Unas cuantas mujeres habían merecido reconocimiento por generosas contribuciones hechas de su fortuna personal. No obstante, aunque los tutores familiares no son citados específicamente, ellos tomaban parte en las operaciones, al menos en una especie de ficción legal.

En Esparta. Esparta fue una excepción, pues allí las mujeres empleaban su dinero como querían, a despecho de la desaprobación ocasional que pudieran hacer los parientes varones. Las mujeres de Esparta constituían un conspicuo grupo de mujeres ricas. Las más ricas de la Esparta helenística eran la madre y la abuela del rey Agis. Las mujeres poseían los dos quintos de las tierras, y siempre se opusieron a las reformas económicas que hubieran redistribuido la riqueza de Esparta. Como los hombres de alta posición, también presentaban a menudo caballos de raza en las carreras de los juegos olímpicos con objeto de atraer la atención hacia ellas mismas y su prosperidad económica. Sus nombres aparecen registrados en listas de participantes y de ganadores. Dos espartanas, Cinisca y Eurileonis, y una cortesana, Bilitisque de Argos, que fue concubina de Ptolomeo II, fueron las primeras mujeres cuyos caballos ganaron en Olimpia. Las hijas de Polícrates de Argos fueron vencedoras en las Panateneas, a principios del siglo II a. C.

En Atenas. En Atenas, contrastando con otras partes del mundo griego, hubo muy poca, por no decir ninguna emancipación legal o económica de la mujer. De hecho, entre 317 y 307 a. C., durante el gobierno de Demetrio de Falero, hubo menos libertad que en el periodo clásico. La legislación de Demetrio reflejaba las ideas éticas de Aristóteles, quien creía que la parte intelectiva del alma femenina era débil y necesitaba de una supervisión.

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Demetrio estableció un junta de de gynaikonomoi, una especie de supervisores de la mujer, que censuraban su conducta e incluso controlaban la prodigalidad en fiestas y banquetes. Aristóteles opinaba que la supervisión de la conducta de las mujeres era conveniente para regular las extravagancias de las clases ricas, ya que las pobres carecían de esclavos y se veían obligadas a enviar a sus mujeres a la calle a hacer recados como si fueran sirvientes. Las mujeres ricas e independientes, como las espartanas y las prostitutas, podían presumir de las riquezas que realmente poseían, pero la esposa de un hombre rico, debía ser un emblema de la prosperidad de su esposo. De aquí que la regulación en Atenas de la conducta de las mujeres, especialmente en lo referente a restricciones en los banquetes suntuarios, constituyese realmente una limitación a las extravagancias de los hombres.

El arte

El arte griego empezó con pequeñas esculturas hechas de madera (xoana) y sólo más tarde se comenzó a trabajar sobre mármol. El período de mayor esplendor del arte griego fue el denominado Siglo de Pericles. Las obras artísticas que se hacían más frecuentemente eran las esculturas. Entre los escultores clásicos más destacados se encuentran Mirón y Fidias. Los griegos instituyeron el principio de la consideración racional del hombre y de la naturaleza, en la que encuentran la razón que explica la experiencia sensorial de la estética en el arte griego. La belleza para los griegos estaba en la perfección, la proporción y la armonía. El sofista griego Protágoras mantenía que el hombre era la 'medida ideal' de todas las cosas. El conocimiento de las partes, y su relación con el todo, está en la raíz de la belleza y de la virtud para los helenos. La belleza se define intelectualmente como «la armonía de las partes en el todo».

Estas ideas se plasmaron en la arquitectura y la escultura con la aplicación de los conceptos de 'orden arquitectónico' y 'canon de belleza', en ambos la belleza se concibe como proporción armónica entre las partes y el todo, sea de un edificio o del cuerpo.

El arte de la Antigua Grecia ha ejercido enorme influencia en la cultura de muchos países occidentales desde los tiempos antiguos hasta el presente, particularmente en la escultura y arquitectura, evolucionando y vinculándose con la sociedad de la época. El arte del Imperio Romano deriva de los modelos griegos. En Oriente, las conquistas de Alejandro Magno iniciaron largas décadas de intercambio entre las culturas griega, hindú y asiática, resultando en el denominado arte Grecobudista, cuyas ramificaciones llegan incluso hasta Japón. El Renacimiento europeo se nutrió del ideal humanista y de los altos estándares técnicos del arte griego, inspirando a generaciones de artistas europeos. La tradición clásica surgida de Grecia dominó periódicamente el arte del mundo occidental hasta finales del siglo XIX.

Períodos. El arte de la Antigua Grecia se divide estilísticamente en cuatro períodos:GeométricoArcaicoClásicoHelenísticoEl arte geométrico se data entorno al año 1000 a. C., aunque se conoce poco sobre el

arte griego durante los 200 años precedentes (tradicionalmente conocido como edad oscura griega); el período del siglo VII a. C. atestiguó el lento desarrollo del estilo arcaico según lo observado por el estilo de pintura de 'figura-negra'. El inicio de las Guerras Médicas marcará

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el final del período Arcaico y el comienzo del clásico; el reinado de Alejandro Magno (336 a. C. a 323 a. C.) es tomado como la separación entre el arte clásico y el helenístico.

En realidad, no hubo ninguna transición radical entre un período y otro. Las distintas formas de arte evolucionaron a ritmos distintos en diferentes lugares del mundo griego, y como en cualquier época algunos artistas elaboraron estilos más innovadores. Fuertes tradiciones locales, el carácter conservador, y las exigencias de los cultos religiosos, permiten a los historiadores localizar los orígenes de obras de arte, incluso de las desplazadas.

El arte antiguo griego ha perdurado en la forma de esculturas y arquitectura; también en artes menores como el diseño de monedas, el grabado de alfarería y gemas. Los griegos, como la mayoría de las culturas europeas, consideraron la pintura como una de las formas más altas de arte. El pintor Polignoto de Tasos, que trabajó en el siglo V a. C., fue considerado por algunos griegos de igual manera como actualmente se recuerda a Leonardo o a Miguel Ángel, sus trabajos fueron admirados incluso 600 años después de su muerte, sin embargo, ninguna obra o copia ha perdurado.

Los pintores griegos trabajaron generalmente con paneles de madera, que se estropeaban rápidamente (después del siglo IV a. C.), cuando no eran bien protegidas. Hoy en día no queda casi ninguna pieza de pintura griega, excepto algunos restos de pinturas en terracota y de algunas pinturas en las paredes de tumbas, sobre todo en Macedonia e Italia. De las obras maestras de la pintura griega tenemos solamente algunas copias realizadas en las épocas romanas, la mayoría de ellas son de una calidad inferior. Las pinturas en cerámica, de la cual han sobrevivido muchas piezas, sobre todo del período arcaico, dan un cierto sentido de estética a la pintura griega.

Todas las esculturas y obras de arquitectura que ha perdurado, sólo son una pequeña muestra de la inmensa colección de obras griegas. Muchas esculturas de dioses paganos fueron destruidas durante la era cristiana. Desgraciadamente, cuando se calcina el mármol se produce la cal, y ése era el destino de muchas obras de mármol griegas durante la Edad Media. Durante ese mismo período, debido a la escasez de metales, la mayoría de las estatuas de bronce eran fundidas.

La gran mayoría de edificios griegos no han perdurado, debido a varias razones: fueron destruidos en guerras, saqueados para obtener materiales de construcción o abatidos por terremotos. Solamente un puñado de templos, tales como el Partenón y el templo de Hefesto en Atenas. De las cuatro maravillas del mundo creadas por los griegos ninguna ha perdurado:

La estatua de Zeus en Olimpia.El templo de Artemisa en Éfeso.El Coloso de Rodas.Faro de Alejandría.

La Arquitectura en la Antigua Grecia es aquella que se desarrolló en la Grecia de la antigüedad, desde el primer milenio antes de Cristo hasta el siglo II   a.   C. Reviste particular importancia para la historia de toda la arquitectura occidental porque sienta sienta las bases de lo que será la arquitectura del mundo occidental durante siglos. La codificación de la edad arcaica en tres órdenes estéticos conforme a los cuales construyeron los antiguos

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griegos (dórico, jónico y corintio) se convertiría con el helenismo en un lenguaje compartido por todo el mundo mediterráneo.

Materiales. Los materiales frecuentemente empleados en la arquitectura griega fueron la madera, para soportes y techos; ladrillo sin cocer para las paredes, especialmente de casas; la piedra caliza y el mármol, para columnas, muros y porciones elevadas de los templos y edificios públicos; la terracota, para ornamentos; y metales, especialmente el bronce, para detalles decorativos. Los arquitectos de la época arcaica y clásica usaron estos materiales constructivos para edificios: religiosos, cívicos, domésticos, funerarios y recreativos. El adobe se reservaba para las construcciones más pobres y sin importancia.

En cuanto a las tejas, ha de recordarse que los restos más antiguos de la Grecia arcaica están documentadas en un área muy limitada en torno a Corinto (Grecia), donde las tejas fueron sustituyendo a los techos de paja en los dos templos, de Apolo y de Poseidón entre los años 700 y 650 a. C. Se expandió rápidamente, durante los cincuenta años siguientes, usándose en un elevado número de lugares alrededor del Mediterrá neo oriental , incluyendo la Grecia continental, el oeste de Asia Menor, y el sur y el centro de Italia. Las primeras tejas tuvieron forma de S, y eran bastante abultadas, con un peso de unos 30 kilos cada una. Resultaban más caras y costosas de producir que un tejado de paja, por lo que su introducción se explica por la resistencia al fuego, que daba la necesaria protección a los costosos templos.

La expansión de la cubierta de teja debe verse en relación con el simultáneo auge de la arquitectura monumental en la Grecia Arcaica. Sólo los muros de piedra que estaban apareciendo por entonces, reemplazando a las precedentes paredes de barro y madera, eran suficientemente fuertes para soportar el peso de una techumbre de tejas.5

Finalmente, no puede olvidarse que el aspecto general de los edificios era distinto al que se ve actualmente, ya que se pintaban con colores brillantes, de rojo, de azul, de tal manera que llamaban la atención no sólo por su estructura, sino también por su policromía.

Historia. La mayor parte del conocimiento actual de la arquitectura griega proviene del período arcaico tardío (550 - 500   a.   C. ), la época de Pericles (450 - 430   a.   C. ), y el período puramente clásico (430 - 400   a.   C. ). Los ejemplos griegos son considerados junto a los períodos helenístico y romano (puesto que la arquitectura romana copió en gran medida a la griega), y fuentes escritas tardías tales como Vitrubio (siglo I). Como resultado, queda una fuerte tendencia hacia los templos, los únicos edificios que sobreviven en un número significativo.

Período arcaico. Es la primera etapa. Tiene varias fases. Comienza a principios del primer milenario antes de Cristo y se cierra en el primer tercio del siglo V. La ar qui tectura , definida como edificaciones ejecutadas según un diseño estético consciente, desapareció de Grecia desde finales del períodomicénico (alrededor de 1200   a.   C. ) hasta el siglo VII   a.   C. , cuando la vida urbana y la prosperidad se recobraron hasta el punto de poder emprenderse la edificación pública. Pero a partir de entonces muchos edificios griegos durante el período de las colonizaciones (siglos VIII - VI   a.   C. ), se hacían de madera o adobe o arcilla, nada queda de ellos excepto unos pocos planos sobre el terreno, y casi ninguna fuente escrita sobre esta arquitectura temprana o descripciones de estos primeros edificios.

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Alrededor del año 600   a.   C. , las columnas de madera del antiguo Hereo de Olim pia sufrieron una transformación material, conocida como «petrificación», en la que fueron reemplazadas por columnas de piedra. Poco a poco, otras partes del templo fueron petrificadas hasta que todo él estuvo hecho de piedra. Con la expansión de este proceso a otros santuarios, los templos griegos y edificios significativos desde el siglo VI   a.   C. en adelante, fueron construido en gran parte con piedra, y unos pocos ejemplos afortunados han sobrevivido a lo largo de los siglos. La introducción de paredes de piedra también permitieron que los tejados con techo de paja fueran reemplazados por tejas que actuaron como medio para mejorar la resistencia ante el fuego. En esta época se usaba el orden dórico, incluso el jónico. Ejemplo de la etapa de transición entre el período arcaico y el clásico es el templo de Poseidón, en Paestum, de planta rectangular, períptero y hexástilo.

Período clásico. Es la segunda etapa, que se corresponde con los siglos V y IV   a.   C. Como la pintura y la escultura de la época, la arquitectura griega de la primera mitad de la Antigüedad clásica no era «arte por el arte» en el sentido moderno. El arquitecto era un artesano empleado por el estado o por un rico cliente privado. No se distinguía entre el arquitecto y el constructor. El arquitecto diseñaba el edificio, contrataba a los obreros y artesanos que lo construían, y era responsable tanto de su presupuesto como de su acabado a tiempo. No disfrutaba del estatus noble que tienen los modernos arquitectos de edificios públicos. Incluso los nombres de los arquitectos son desconocidos antes del siglo V   a.   C. Un arquitecto como Ictino, que diseñó el Partenón, que hoy en día sería considerado un genio, era tratado en vida tan sólo como un comerciante experto y muy valioso. Supone el apogeo de los órdenes dórico y jónico.

Período helenístico. Es la tercera y última etapa del arte griego. Se extiende desde el siglo III   a.   C. hasta mediados del siglo II   a.   C. , tomándose como fecha simbólica de cierre el año 146   a.   C. , cuando la ciudad de Corinto es conquistada por los ro ma nos . El peso del desarrollo artístico se trasladó hacia Oriente. En esta época se desarrollaron grandes construcciones en Pérgamo (Altar de Zeus), Rodas y Alejandría. De esta época es el Mausoleo de Halicarnaso. Lo más destacado son los proyectos urbanísticos como los de Hipodamo de Mileto, con organizaciones en cuadrículas, ejemplo que fue seguido en siglos posteriores. Se abandonó el severo estilo dórico.

Estructura y estilo de los templos griegos. La arquitectura griega clásica está representada, fundamentalmente, por templos, pues se desarrolló en torno a los santuarios, siendo los principales los de Olimpia, Delfos, Atenas, Eleusis, Delos, Epidauro, Mileto, Éfeso y Selinonte. El formato estándar de los edificios públicos griegos se conoce a través de los ejemplos supervivientes tales como el Partenón y el Hefestión de Atenas, el grupo de Paestum, el complejo de templos de Selinunte (Selinus) y los santuarios de Agrigento.

El templo era la forma más conocida y frecuente de arquitectura pública griega, pero no cumplía las mismas funciones que una Iglesia moderna. El altar estaba al aire libre en el témenos, a menudo directamente delante del templo. Los templos servían

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como depósitos de tesoros asociados al culto del dios al que se dedicaban, como lugar donde permanecía una imagen de culto a veces de gran antigüedad, pero a menudo desde los tiempos de Fidias era asimismo una gran obra de arte. El templo era un sitio para que los devotos depositaran sus ofrendas votivas, tales como estatuas, yelmos y armas. La habitación interior del templo, la cella, servía así principalmente como una cámara acorazada y una despensa. Puesto que no estaba pensado para alojar a los fieles, no precisaba que fueran de grandes dimensiones, ni tampoco elevarlos. Se concebían para ser vistos desde fuera.

El templo primitivo de los siglos VII y VI   a.   C. es de ladrillo y madera. Un ejemplo es el templo de Apolo en Corinto, que a pesar de estar construido ya en piedra, desprenden una impresión de arcaísmo las robustas columnas, muy próximas entre sí. La mayor parte de los edificios estaban hechos con caliza o toba calcárea, que Grecia tiene en abundancia, que se cortaba en grandes bloques y se preparaba. El mármol era un material de construcción caro en Grecia: el mármol de alta calidad sólo provenía del monte Pentélico en Ática y de algunas islas como Paros, y su transporte en bloques grandes era difícil. Se usaba principalmente para la decoración escultórica, no para la estructura, excepto en edificios muy grandes del período clásico como el Partenón.

El templo griego. El templo pudiera haber tenido origen en el megaron, sala rectangular precedida por un pórtico de columnas (stylos), existente en la casa micénica y que era la habitación más importante de la casa griega y santuario de los dioses familiares, tal como lo describe Vitrubio. En las invasiones y guerras, los ganadores derruían el palacio del rey vencido, pero respetaban el megaron puesto que era la casa del dios de la región. Así, el templo más antiguo era el in antis, que tiene todo el aspecto de ser una habitación que ha perdido la casa que tenía alrededor.

Distribución espacial. Los templos de la antigua Grecia tienen en común un espacio abierto que se encontraba en el centro del edificio llamado naos y ahora conocido como ‘nave’, este era el corazón del templo y en él se hallaban las esculturas o los al ta res correspondientes a la divinidad patrona del templo, era este el lugar a donde solo la clase sacerdotal podía acceder. El pronaos, era aquella sala o espacio comúnmente delimitado por columnas al frente de la naos y por la que se accedía a tal sala. El opis todomo era el espacio

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que al contrario del pronaos estaba situado en el espacio trasero y podía o no tener comunicación con la naos.

El Crepidoma o Krepis es la plataforma del templo, en ella el estilóbato es una base sobre el cual descansan los templos griegos, a partir de él se elevan las columnas y a su vez descansa en los estereóbatos, que son los escalones que dan altura al templo (cuyo número cambia dependiendo del orden del templo). En los templos griegos podían existir paredes en ocasiones, tales paredes podían estar formadas por pilastras o ser separaciones solo inducidas por la presencia de columnas.

Aunque es una creencia común el que todos los templos griegos tuvieran columnas que los rodean, no todos las tenían. A los templos sin columnas se les llama astilo y son de menor importancia. De aquí proviene la clasificación de los templos griegos.

El templo griego difiere de su equivalente romano en que la columnata forma con mayor frecuencia un peristilo alrededor de toda la estructura y no un mero porche en el frente, y también en que el griego no se eleva respecto al nivel del suelo sobre un alto podio, contando sólo con escalinatas en cada extremo (los estereóbatos). Los pilares son importantes en él porque sujetan el pesado techo de piedra.

A medida que los griegos se hicieron más adeptos a los edificios monumentales, los estilos arquitectónicos regionales cuajaron en lo que hoy conocemos como órdenes clásicos: dórico, jónico y corintio.

Teatro. El segundo tipo de edificio griego en orden de importancia, después de los templos, son los teatros, siendo los primeros edificios en Occidente destinados a espectáculos. Cada ciudad griega contaba con uno. Los teatros se usaban tanto para reuniones públicas como para interpretaciones dramáticas. Estas actuaciones se originaron como ceremonias religiosas vinculadas con el culto a Dionisos; evolucionaron hasta asumir su estatus clásico como la más alta forma de cultura griega en el siglo VI   a.   C.

Se construían al aire libre, sobre una colina en las afueras de la ciudad. Las gradas te-nían forma semicircular y se asentaban en la ladera de un cerro. De esta forma aprovechaban la inclinación natural del terreno, para permitir que todos los espectadores vieran el escenario sin obstáculos y sin necesidad de alzar grandes y costosas estructuras arquitectónicas. Conseguían teatros que podían acomodar hasta 15.000 espectadores, cifra que aun hoy parece muy grande (los teatros actuales más grandes tienen menos, y ni siquiera los teatros romanos llegaron a ese tamaño). A este graderío semicircular se le llama Koilan, Cávea o theatron. A partir del siglo IV   a.   C. se realiza en piedra.

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Las gradas estaban en torno a un círculo central, llamado orquesta (orchestra). Tenía el suelo de tierra. Allí se colocaban los músicos, se bailaba y se situaba el coro que relataba la acción de la obra y actuaban mientras los actores se cambiaban e incluso junto a estos. A veces en la orquesta se colocaba la thyméle, el altar del dios Dioniso.

El escenario quedaba detrás de la orquesta, y estaba cerrado por un sencillo muro. No obstante, con el tiempo se diferenció el proscenio (proskenion) y la escena (skené), actuando los actores en el primero y dejándose la segunda para almacén, vestuario y telón de fondo. En principio estaba al mismo nivel que la orquesta y luego se elevó. En los laterales estaban los parodos o parodoi, pasillos que separaban el auditorio de la escena.

Es en la época clásica cuando los edificios de los teatros se fueron haciendo más importantes. Se considera que el más antiguo es el de Dioniso en la falda de la Acrópolis de Atenas, pues su construcción se inició en el siglo VI   a.   C. No obstante, su aspecto actual se corresponde con la transformación sufrida en el siglo IV, cuando la anterior construcción rudimentaria se sustituyó por otra de piedra equiparable a los de Delfos o Epidauro.

De los teatros que sobreviven prácticamente intactos, el más conocido es el de Epidauro, erigido por Policleto el Joven alrededor del 350   a.   C. Es el mejor conservado, y en él se puede apreciar un espacio circular para el coro y el graderío sin divisiones. Ya en la Antigüedad fue considerado el más bello «por su armonía y belleza» (Pausanias). Cuenta con una acústica excepcional; tiene una capacidad para 14.000 personas.

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Distintos de los teatros son los odeones (odeion), de menor tamaño, y destinados a recitales musicales. Tenían planta cuadrangular, con varias hileras de columnas soportando la cubierta, y varios pórticos. Entre los que quedan está el odeón construido cerca del teatro de Dioniso en la Acrópolis.

Edificios de utilidad pública. Entre los edificios de utilidad pública figuraban como principales después de los templos y los mencionados teatros:

Las ágoras o plazas públicas rodeadas de pórticos y obras artísticas para reuniones civiles, mercados y asambleas.

Las ciudades griegas necesitaban también al menos un bouleterión o cámara del consejo, un gran edificio público que servía como tribunal y lugar de reuniones para el consejo de la ciudad (boulé). Debido a que los griegos no usaban arcos ni bóvedas, no podían construir edificios con amplios espacios interiores. El bouleuterion por lo tanto tenía filas de columnas internas que sostenían el tejado (salas hipóstilas). No quedan ejemplos de estos edificios.

Los gimnasios y palestras o edificios para escuelas, también con patios y pórticos, donde se practicaban los ejercicios físicos y concursos atléticos. Las ciudades griegas de cierto tamaño tenían al menos una palestra o un gimnasio como centro social para los ciudadanos varones. Son espacios cerrados perípteramente, pero a cielo abierto.

Los estadios, con gradería recta a lo largo y semicircular en un extremo para carreras a pie y pugilatos. Estaba destinado a espectáculos de carácter deportivo. El estadio griego más antiguo es el que se encuentra en Olimpia. Medía 600 pies griegos, esto es, un estadio, pues la unidad de medida nació precisamente aquí. El de Atenas fue reconstruido en 1896 para la celebración de los primeros juegos olímpicos de la Edad Moderna. Quedan asimismo los de Delfos (sede desde 582   a.   C. de los Juegos Píticos), Epidauro, Mileto y Pirene.

Los hipódromos, semejantes a los estadios pero con cerramiento arqueado en ambos extremos y que se destinaban a carreras de caballos y carros. Quedan pocos restos de ellos.

La Stoa/ Στωα , un espacio amplio con una columnada abierta al costado, que se usaba para el ágora (centro comercial y cívico) en las ciudades griegas. Una estoa completamente rstaurada, la Estoa de Átalo, puede verse en Atenas.

Casas y planeación urbana. Fuera de los edificios singulares, lo cierto es que las aglomeraciones urbanas en las ciudades-estado griega no debieron seguir ningún plan predeterminado. Las calles serían estrechas y tortuosas, con edificios apretujándose unos contra otros.

Se atribuye a Hipodamo de Mileto la idea de un plano urbanístico regulador, basándose en la forma de cuadrícula o de rejilla, con las calles cortándose regularmente en ángulos rectos. No obstante, la aplicación práctica de este planeamiento sólo era posible en ciudades de nueva planta, como las que planeó para el Pireo y la colonia ateniense de Thuril.

Olinto, ciudad de fundación tardía, es un caso raro de ciudad clásica con trazado regular, presentando la influencia de Hipodamo en la uniformidad de las calles y los bloques. Fue en la época helenística cuando se cambió la orientación y se decidió seguir la regularidad del plano. Símbolo de este nuevo planeamiento es la reconstrucción de Priene, en Asia Menor.

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Se reducía la importancia del Ágora, que quedaba encerrada por los cuatro lados. Y se desarrollaban otros edificios, siendo ejemplo de construcción pública de esta época la stoa de Atalo, donación de Atalo II, rey de Pérgamo, un pórtico gigantesco que dominaba todo el Ágora y que tenía el fondo lleno de tiendas.

En cuanto a la tipología de las casas, aunque había diseños variados, entre los siglos V y IV   a.   C. se popularizaron dos clases. Las casas típicas en Olinto durante este período y las del siglo II en Delos tenían habitaciones pequeñas distribuidas en un rectángulo alrededor de un patio interior con columnas. Un segundo tipo de casa se encuentra en Priene que también se centraba en un patio interior pero tenía una planta muy diferente. En lugar de una serie de pequeñas habitaciones, la principal zona de habitación era una gran sala rectangular que lleva a un porche con columnas. Abriéndose a los lados del patio había pequeñas habitaciones para la servidumbre, almacenes, y cocinas. Las casas del período helenístico tuvieron más diversidad. Por ejemplo, los ricos presentaban umbrales, columnas y entradas de mármol; los suelos con mosaicos representando escenas humanas o de animales; y paredes enyesadas modeladas para parecer piedra.

Órdenes de la arquitectura griega. Los griegos fueron quienes desarrollaron en mayor medida la función ornamental de la columna, elemento arquitectónico ya existente con anterioridad. Fueron ellos quienes fijaron unas normas o cánones de com po si ción arquitectónica en tres estilos (u órdenes clásicos): dórico, jónico y corintio, aunque los dos primeros son los principales. Durante el período helenístico apareció el capitel compuesto. Posteriormente, los romanos asumieron esta tipología, aunque introdujeron algunas variantes.

La columna consta de basa, fuste y capitel. Sobre las columnas se asienta el entablamento, que consta de arquitrabe, friso y cornisa. Sobre las fachadas principales, formados por el tejado a dos aguas, están los frontones. Estos estilos se conocen sobre todo por los diferentes capiteles de las columnas, pero hay diferencias en la mayor parte de los elementos de diseño y decoración entre los órdenes, como la proporción alto/diámetro de la columna y las formas del entablamento.

Los propios griegos usaron los nombres de dórico y jónico, lo que reflejaba su creencia de que los estilos descendían de los griegos dorios y jónicos de la Edad Oscura, pero es improbable que esto sea cierto.

Orden dórico. El estilo dórico es el más rudo y se empleaba en exteriores, especialmente de los templos dedicados a los dioses varones. Este estilo clásico responde a una de las dos raíces del arte griego, la doria, que está en relación con las culturas de los metales europeas.

Entre otros rasgos estilísticos, se caracteriza por un capitel de gran sencillez, formado por collarino, equino y ábaco cuadrado, así como por un friso en el que se alternan metopas y triglifos. Las columnas son esbeltas y carecen de basa. El estilo dórico era más formal y austero.

Se cree que tuvo su origen en las construcciones en madera, cuyas formas pasan a la piedra. Así, los triglifos responderían a las cabezas de las vigas transversales en las construcciones de madera.

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El estilo dórico se usaba en la Grecia continental y de allí se difundió por las colonias griegas en Italia. La mayor parte de los templos que se conservan de época griega pertenecen a este estilo: el de Hera en Olimpia (600   a.   C. ), el de Apolo en Corinto (540   a.   C. ), los de Paestum (siglo VI   a.   C. ), el de Apolo en Delfos (520-500   a.   C. ) y el Hefestión y los Propileos (437-432   a.   C. ) en Atenas. Se considera que el estilo culmina con el Partenón de Atenas (447-438   a.   C. ), templo octástilo y períptero. En su construcción participaron el arquitecto Ictino y su ayudante Calícrates. Destaca la decoración de sus frontones y del friso, obra de Fidias. Una explosión del año 1687 destruyó en parte este templo.

Orden jónico. El estilo jónico se empleaba en interiores o en exteriores de templos dedicados a divinidades femeninas. Resultaba elegante y refinado frente al dórico, por lo que se asociaba a con la gracia y delicadeza de lo femenino. Era más relajado y decorativo que el dórico.

Este segundo estilo clásico se relaciona con la otra raíz del arte griego, la jonia, en relación con Asia Menor. Se usó en las ciudades de Jonia (hoy costa occidental de Turquía) y algunas islas del Egeo. El orden jónico se hizo preponderante durante el período helenístico, pues es más decorativo y apropiado a la estética de este período que el más severo dórico. La documentación demuestra que la evolución del orden jónico se encontró con resistencias en muchos estados griegos, pues entendían que representaba el dominio de Atenas.

El rasgo más representativo de este estilo es el capitel con dos volutas o espirales encuadrando el equino. Del entablamento destaca el hecho de que el arquitrabe, que se muestra usualmente descompuesto en tres fajas horizontales, llamadas platabandas y que el friso sea una banda continua, sin metopas ni triglifos. Las columnas son más esbeltas y ocasionalmente son sustituidas por estatuas de muchachas llamadas cariátides, como ocurre en el Erecteión.

Al orden jónico pertenecen dos templos construidos en la Acrópolis de Atenas: el de Atenea Niké (427-424   a.   C. ) y el Erecteión. El Erecteión es un triple templo, con las cariátides jónicas. Algunos de los edificios helenísticos mejor conservados, como la

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Biblioteca de Celso, pueden verse en Turquía, en ciudades como Éfeso (templo de Artemisa) y Pérgamo. Pueden citarse los templos de Atenea Polias en Priene y el de Apolo en Dídima. Pero en las grandes ciudades helenísticas como Alejandría en Egipto, no queda prácticamente rastro.

Orden corintio. Al igual que el estilo jónico, el corintio se empleaba en interiores o en exteriores de templos dedicados a divinidades femeninas. El estilo corintio, más ornamentado, fue un desarrollo tardío del jónico en el siglo V   a.   C. Es el más ornamentado o recargado. Destaca como rasgo estilístico el capitel en forma de campana invertida o cesta, en cuya parte inferior hay una doble fila de hojas de acanto, de las cuales surgen unos caulículos o tallitos que se enroscan en las cuatro esquinas y en los centros.

Entre los templos de este orden, destaca el de Zeus Olímpico en Atenas (174   a.   C. ). También cabe mencionar la Linterna de Lisícrates en Atenas, monumento conmemorativo que fue encargado por el poeta Lisícrates para exponer el trofeo obtenido en un certamen de teatro.

Religión y mitología

La mitología griega se compone de historias contadas por los griegos antiguos sobre sus dioses y héroes, la naturaleza del mundo, y los orígenes y la importancia de sus prácticas religiosas. Los mayores dioses griegos eran los doce olímpicos:

Zeus – el dios del cielo y el trueno; el de mayor rango y el más poderoso, regidor del monte Olimpo

Hera – la consorte de Zeus, reina de los dioses, la diosa del matrimonio, la fidelidadPoseidón – junto con Hades el siguiente en antigüedad, el controlador de los mares,

de los océanos y de los terremotosAres – el dios de la guerra, la crueldad y del asesinatoHermes – el dios mensajero, también de la orientación, los viajeros, los pastores, los

ladrones, el consuelo y las reunionesHefesto – el dios del fuego, la fragua, el trabajo manual, los artesanos y las armasAfrodita – la diosa del amorAtenea –diosa de la sabiduría, la educación, guerra; la protectora de los héroesApolo – el dios de la danza, las artes, la música, la arquería, la prudencia y la belleza

masculinaArtemisa – la diosa de la caza, los animales, la castidad y las amazonasDeméter – la diosa de la tierra, las flores y las plantas, la comida y la agriculturaHestia – la diosa del calor de hogar y la familia

Otras deidades importantes incluían:Hebe – la diosa de la juventud y la ayudante de los diosesHelios – el dios del solHades – el dios del inframundo y de los muertos sobre los que el reinaDioniso – el dios más joven del panteón, y el dios del vino, la naturaleza en estado

salvaje y la sexualidad abiertaPerséfone – la diosa del inframundoHeracles – un héroe y un semidiós de forteza extraordinaria

Los padres de Zeus eran Crono y Rea que también eran los padres de Poseidón, Hades, Hera, Hestia y Deméter.

Literatura — La épica

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Homero

Homero (en griego antiguo Ὅμηρος Hómēros; siglo VIII a. C.) es el nombre dado al poeta y rapsoda griego antiguo al que tradicionalmente se le atribuye la autoría de las principales poesías épicas griegas, la Ilíada y la Odisea. Desde el período helenístico se ha cuestionado si el autor de ambas obras épicas fue la misma persona; sin embargo, anteriormente no sólo no existían estas dudas sino que la Ilíada y la Odisea eran considerados relatos históricos reales. No cabe duda de que es el pilar sobre el que se apoya la épica grecolatina y, por ende, la literatura occidental.

Etimología. El nombre de Hómēros es una variante jónica del eólico Homaros. Su significado es rehén, prenda o garantía. Hay una teoría que sostiene que su nombre proviene de una sociedad de poetas llamados los Homēridai, que literalmente significa ‘hijos de rehenes’, es decir, descendientes de prisioneros de guerra. Dado que estos hombres no eran enviados a la guerra al dudarse de su lealtad en el campo de batalla, no morían en éste. Por tanto se les confiaba el trabajo de recordar la poesía épica local, para recordar los sucesos pasados, en los tiempos anteriores a la llegada de la literatura escrita. También se ha sugerido que lo que podría contener el nombre Hómeros es un juego de palabras derivado de la expresión ho me horón, que significa el que no ve.

Biografía. En la figura de Homero confluyen realidad y leyenda. La tradición sos-tenía que Homero era ciego, y varios lugares reclamaban ser su lugar de nacimiento: Quíos, Esmirna, Colofón, Atenas, Argos, Rodas, Salamina, Pilos, Cumas e Ítaca. El Himno homérico a Apolo Delio menciona «que es un ciego que reside en Quíos, la rocosa». El poeta lírico Simónides de Amorgos atribuye al «hombre de Quíos el siguiente verso de la 'Iliada, «¿Por qué me preguntas mi linaje? Como el linaje de las hojas soy», convertido en proverbio en la época clásica. Luciano de Samósata dice que fue un babilonio enviado a Grecia como rehén, (griego antiguo ὅμηρος, homêros), y de ahí su nombre. Pausanias transmite una tradición de los chipriotas, quienes también reclamaban para sí a Homero, como así también se afirmó su origen salaminio. En cuanto a su muerte una tradición del siglo V a. C. sostiene que se produjo en la isla de Íos.

Aunque ya en la época de la Grecia clásica no se conocía nada concreto y seguro a-cerca de Homero, a partir del período helenístico empezaron a surgir una serie de biografías acerca de él que recogían tradiciones muy diversas y a menudo datos de contenido fabuloso. Hoy se considera que la mayor parte de las biografías de Homero que circularon en la antigüedad no contienen ningún dato seguro sobre el poeta. Sin embargo, sí suele admitirse que su lugar de procedencia debió ser la zona colonial jónica de Asia Menor, en base a los rasgos lingüísticos de sus obras y a la fuerte tradición que lo hacía proceder de la zona. El investigador Joachim Latacz sostiene que Homero pertenecía o estaba en permanente contacto con el entorno de la nobleza. También persiste el debate sobre si Homero fue una persona real o bien el nombre dado a uno o más poetas orales que cantaban obras épicas tradicionales.

Obras que le fueron atribuidas. Además de la Ilíada y la Odisea, a Homero se le atribuyeron otros poemas, como la épica menor cómica Batracomiomaquia (‘La guerra de las ranas y los ratones’), el corpus de los himnos homéricos, y varias otras obras perdidas o fragmentarias tales como Margites. Algunos autores antiguos le atribuían el Ciclo épico completo, que incluía más poemas sobre la Guerra de Troya así como epopeyas que narraban

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la vida de Edipo y guerras entre argivos y tebanos. Los historiadores modernos, sin embargo, suelen estar de acuerdo en que la Batracomiomaquia, el Margites, los himnos homéricos y los poemas cíclicos son posteriores a la Ilíada y la Odisea.

Datación. Testimonios antiguos. La mayor parte de la tradición expresaba que Homero había sido el primer poeta de la Antigua Grecia. Heródoto, que cita varios pasajes de la Ilíada y la Odisea, dice que Homero vivió cuatrocientos años antes que él, por lo que se situaría en torno al siglo IX a. C. Por otra parte, Helánico de Lesbos dijo que Homero había sido contemporáneo de la guerra de Troya; Tucídides lo situaba unos 60 años después de ella y Eratóstenes sostenía que debió vivir un siglo después. Otros autores antiguos consideraban que Homero era contemporáneo de Licurgo o de Arquíloco.

También en la antigüedad se discutía acerca de la relación cronológica entre Homero y Hesíodo. Jenófanes, Filócoro y Eratóstenes pertenecían al grupo de los autores que situaban a Homero con anterioridad a Hesíodo. El Certamen, una obra muy tardía, suponía que eran contemporáneos entre sí. En cambio, la Crónica de Paros y Filóstrato decían que Hesíodo había sido anterior.

Con anterioridad a Heródoto, hubo otros autores que citaron a Homero: Heráclito, Teágenes de Regio, Píndaro, Simónides y Jenófanes. Además, Heródoto recoge la noticia de que el tirano Clístenes había prohibido a los rápsodos competir en Sición a causa de los poemas homéricos, pues estos celebraban continuamente a Argos y a los argivos. Sin embargo, esta última alusión es posible que se refiriera al ciclo tebano y no a la Ilíada ni a la Odisea.

Redacción de los poemas homéricos en el siglo VIII a. C. La mayoría de los historiadores sitúa la figura de Homero en el siglo VIII a. C., aunque existe controversia acerca de la fecha en la que sus poemas se pusieron por escrito. El hallazgo de una inscripción relacionada con un pasaje de la Ilíada en una vasija de Isquia conocida como la copa de Néstor, datada hacia el año 720 a. C., ha sido interpretada por algunos investigadores como Joachim Latacz como un claro indicio de que en aquella época la obra de Homero ya había sido consignada por escrito. Sin embargo otros autores como A. Heubeck y Carlo Odo Pavese niegan que de la mencionada inscripción puedan extraerse tales conclusiones. Algunos fragmentos de cerámica del siglo VII a. C. que representan un Cíclope cegado por Odiseo suelen interpretarse como influidos directamente por la Odisea. Existen otras obras de poesía arcaica que han sido interpretadas como influidas por Homero, como un poema de Alceo de Mitilene que alude a la cólera de Aquiles y un poema de Estesícoro en el que Helena se dirige a Telémaco para anunciarle que Atenea ha dispuesto su regreso.

Redacción de los poemas homéricos en el siglo VII a. C. Algunos investigadores defienden que los poemas homéricos fueron puestos por escrito en el siglo VII a. C. Mencionan que de la referencia que hay en la Ilíada a la ciudad de Tebas de Egipto se deduce que ésta fue realizada tras la conquista realizada de esta ciudad por el rey asirio As-surbanipal. Además algunos pasajes parecen referirse a tácticas hoplitas que se cree que tuvieron su origen en este siglo. También se cita la referencia a la ciudad de Ismaro de la Odisea como indicio, pues ésta estaba de actualidad en el siglo VII a. C. No creen que la redacción de los poemas fueran tampoco posterior porque consideran que hay suficientes

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referencias iconográficas y literarias para sostener que antes del siglo VI a. C. ya se conocían los poemas homéricos por escrito.12

Redacción de los poemas homéricos en el siglo VI a. C. Hay una corriente de investigadores que sostiene, en cambio, la hipótesis de que los poemas homéricos sólo se pusieron por escrito a partir del siglo VI a. C. Creen que las coincidencias de temas entre los poemas homéricos y otros fragmentos literarios o iconográficos anteriores sólo indican que ambos bebieron de las mismas fuentes orales.

Además, existen algunos testimonios antiguos, como un pasaje de Flavio Josefo, que defendían que Homero no había dejado nada escrito. Ya a fines del siglo XVIII algunos historiadores como Friedrich August Wolf consideraban que la primera redacción escrita de los poemas homéricos había sido en la época de Pisístrato, tirano de Atenas. Esta idea fue también defendida en el siglo XX por otros investigadores como Reinhold Merkelbach, que también han situado la primera redacción escrita de los poemas homéricos en el siglo VI a. C. Esta postura es criticada por los defensores de la redacción escrita de los poemas en el siglo VIII puesto que creen que supone confundir la composición escrita de los poemas con la manipulación que sufrieron al ser puestos por escrito en la época de Pisístrato. En contra de las tesis de Wolf ya se manifestó Ulrich von Wilamowitz, en un estudio realizado en 1884, que consideraba que lo que había ocurrido era que la versión realizada en Atenas de los poemas homéricos se había impuesto a las demás.

La cuestión homérica. Se denomina cuestión homérica a una serie de incógnitas planteadas en torno a los poemas homéricos. Entre los interrogantes más debatidos se encuentran quién o quiénes fueron sus autores y de qué modo fueron elaborados. Los investigadores están generalmente de acuerdo en que la Ilíada y la Odisea sufrieron un proceso de estandarización y refinamiento a partir de material más antiguo en el siglo VIII a. C. Un papel importante en esta estandarización parece que correspondió al tirano ateniense Hiparco, quien reformó la recitación de la poesía homérica en la festividad Panatenea. Muchos clasicistas sostienen que esta reforma implicó la confección de una versión canónica escrita.

Controversia en torno a la unidad de los poemas. La escuela analítica ha tratado de demostrar la falta de unidad existente en los poemas homéricos. Fue iniciada por el abad François Hédelin d'Aubignac en su obra póstuma Conjeturas académicas, en 1715 y sobre todo a partir de la obra Prolegomena ad Homerum de Friedrich August Wolf en 1795. Los analistas defienden la intervención de varias manos distintas en la elaboración de cada uno de los poemas homéricos, que además serían producto de la recopilación de pequeñas composiciones populares preexistentes. Posteriormente, una escuela denominada neoanalítica ha interpretado los poemas homéricos como resultado de la obra de un poeta a la vez recopilador y creador.

Frente a ellos se halla un punto de vista unitario que sostiene que cada uno de los poemas homéricos tiene una concepción global y una inspiración creativa que impide que puedan ser resultado de una compilación de poemas menores. Algunos de los defensores del punto de vista unitario, sin embargo, señalan que las diferencias existentes entre ambos poe-mas sugieren la presencia de un autor distinto para cada uno de los dos poemas. El investigador clásico Richmond Lattimore escribió un ensayo titulado Homero: Homer: Who Was She? (¿Quién era ella?) Samuel Butler era más específico, teorizando que una joven

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mujer siciliana habría sido la autora de la Odisea (pero no de la Ilíada), una idea sobre la que especuló Robert Graves en su novela La hija de Homero. No obstante, prevalece la postura que defiende que un único poeta genial fue el autor tanto de la Ilíada como de la Odisea.

Modo en que fueron elaborados los poemas. Es objeto de debate el modo en el que los poemas homéricos fueron elaborados y cuándo podrían haber tomado una forma escrita fija. La mayoría de los clasicistas están de acuerdo en que independientemente de que hubiera un Homero individual o no, los poemas homéricos son el producto de una tradición oral transmitida a través de varias generaciones, que era la herencia colectiva de muchos cantantes-poetas, aoidoi. Un análisis de la estructura y el vocabulario de ambas obras muestra que los poemas contienen frases repetidas regularmente, incluyendo la repetición de versos completos. Milman Parry y Albert Lord señalaron que una tradición oral tan elaborada, ajena a las culturas literarias actuales, es típica de la poesía épica en una cultura exclusivamente oral. Parry afirmó que los trozos de lenguaje repetitivo fueron heredados por el cantante-poeta de sus predecesores y eran útiles para el poeta al componer. Parry llamó «fórmulas» a estos trozos de lenguaje repetitivo.

Sin embargo existe una serie de investigadores (Wolfgang Schadewaldt, Vicenzo di Benedetto, Keith Stanley, Wolfgang Kullmann) que defiende que los poemas homéricos fueron originalmente redactados por escrito. Como argumentos a favor de esta postura señalan la complejidad de la estructura de estos poemas, los reenvíos internos a pasajes que se encuentran situados a considerable distancia o la creatividad en el uso de las fórmulas. La solución propuesta por algunos autores como Albert Lord y posteriormente por Minna Skafte Jensen es la «hipótesis de la transcripción», en la que un «Homero» iletrado dicta su poema a un escriba en el siglo VI a. C. o antes. Homeristas más radicales, como Gregory Nagy, objetan que un texto canónico de los poemas homéricos como «escritura» no existió hasta el período helenístico.

Geografía homérica. Homero concebía un mundo que estaba completamente rodeado por Océano, el cual era considerado padre de todos los ríos, mares, fuentes y pozos. El estudio de las menciones geográficas en la Ilíada desvela que el autor conocía detalles muy precisos de la actual costa turca y, en particular, Samotracia y el río Caístro, cerca de Éfeso. En cambio las referencias a la península griega, con excepción de la pormenorizada enumeración de lugares del catálogo de naves, son escasas y ambiguas. Todo esto indicaría que, de haber sido Homero una persona concreta, se trataría de un autor griego natural de la zona occidental de Asia Menor o de alguna de las islas próximas a ella.

El mencionado catálogo de naves, que es la enumeración de los ejércitos de la coa-lición aquea, recoge un total de 178 nombres de lugar agrupados en 29 contingentes distintos. Se trata de un catálogo en el que muchos de los lugares geográficos mencionados ya no podían ser reconocidos por los geógrafos griegos posteriores a Homero, pero en el que no se ha podido demostrar ninguna localización errónea. En la Odisea, Homero menciona una serie de lugares en la parte que trata de las aventuras marinas de Odiseo de los que la mayoría de los historiadores sostiene que se trata de lugares puramente fabulosos, a pesar de que la tradición posterior trató de encontrar una localización precisa de ellos. En la Biblioteca mitológica de Apolodoro se señala que: “Odiseo, según dicen algunos, vagó errante por Libia, según otros por Sicilia y, según el resto, por el Océano o por el mar Tirreno.” Otro aspecto controvertido de la geografía homérica ha sido la localización de la

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isla de Ítaca, patria de Odiseo, puesto que algunas de las descripciones de ella que aparecen en la Odisea no parecen corresponderse con la isla de Ítaca actual.

Rasgos de la sociedad descritos por Homero. Homero describe una sociedad basada en el caudillaje; se trata de una sociedad guerrera en la que cada región tenía una autoridad suprema que habitualmente es hereditaria. Cada caudillo tenía un séquito personal formado por personas que guardaban un alto grado de lealtad. Disfrutaban de una serie de privilegios: las mejores partes en la distribución de botines y la propiedad de un dominio. Tenían una única esposa, pero podían tener numerosas concubinas, aunque hay un caso en el que Homero menciona una situación de poligamia: la del rey troyano Príamo. Las decisiones políticas eran discutidas en un consejo formado por el caudillo y los jefes locales y luego eran explicadas en la asamblea del pueblo. Los caudillos también tenían la función de presidir los sacrificios ofrecidos a los dioses.

Homero describe un tribunal de justicia que juzgaba los delitos, aunque a veces las familias de los implicados podían llegar a un acuerdo privado que sirviera como compensación por el delito cometido, incluso en caso de asesinato. En las relaciones exteriores era importante la hospitalidad, que era una relación en la que los caudillos o embajadores estaban obligados a ofrecerse mutuamente alojamiento y ayuda cuando uno viajara al territorio del otro.

Entre los hombres libres citados se encuentran los thètes o siervos, que eran trabajadores libres cuya supervivencia dependía de un escaso salario. También se mencionan los demiurgos, que eran profesionales que tenían una función pública, tales como artesanos, heraldos, adivinos o aedos.

La esclavitud también era práctica aceptada en la sociedad descrita por Homero. Los esclavos solían tomarse entre prisioneros de guerra, o bien en expediciones de pillaje. Se citan ejemplos de compraventa de esclavos y de personas que ya habían nacido siendo esclavos. Los amos a veces recompensaban a sus esclavos concediéndoles tierras o una casa. Se cita la posibilidad de que una esclava pueda acabar convirtiéndose en la legítima esposa de su señor.

En cuanto a los valores éticos descritos, se incluyen el honrar debidamente a los dioses; respetar a mujeres, ancianos, mendigos y suplicantes extranjeros y no deshonrar el cadáver de un enemigo muerto. La incineración es el uso funerario que aparece en los poemas homéricos.

La religión era politeísta. Los dioses tenían características antropomórficas y decidían el destino de los mortales. Se realizaban numerosos ritos tales como sacrificios y plegarias para tratar de conseguir su ayuda y protección.

Aunque se conocía el hierro, la mayor parte de las armas eran de bronce. Homero describe también el uso del carro de guerra como medio de transporte empleado por las cau-dillos durante las batallas.

Controversia sobre los aspectos históricos descritos. Desde el siglo VI a. C., Hecateo de Mileto y otros pensadores debatieron acerca del trasfondo histórico de los poemas cantados por Homero. Los comentarios escritos sobre ellos en el período helenístico exploraron las inconsistencias textuales de los poemas.

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Las excavaciones realizadas por Heinrich Schliemann a finales del siglo XIX, así como el estudio de documentos de los archivos reales del Imperio Hitita comenzaron a convencer a los investigadores de que podía haber un fundamento histórico en la Guerra de Troya. Sin embargo, aunque la identidad de Troya como escenario histórico cuenta con el acuerdo de la mayoría de los investigadores, no se ha podido demostrar que haya existido una expedición de guerra contra la ciudad comandada por atacantes micénicos.

La investigación (encabezada por los antes mencionados Parry y Lord) de las épicas orales en serbocroata y en lenguas turcas demostraron que largos poemas podían ser preservados con consistencia por culturas orales hasta que alguien se tomase la molestia de ponerlos por escrito. El desciframiento del lineal B en los años 1950 por Michael Ventris y otros constató una continuidad lingüística entre la lengua notada por la escritura micénica del siglo XIII a. C. y la lengua de los poemas atribuidos a Homero.

Por otra parte, la cuestión de saber a qué época histórica se pueden referir los testimonios de Homero y en qué medida pueden ser usados como fuentes históricas ha constituido el objeto de un largo debate, que se encuentra lejos de haber concluido. Algunos estudiosos como John Chadwick sostenían que la Grecia descrita por Homero no se parecía ni a la de su época ni a la de los cuatro siglos anteriores, mientras que Luigia Achillea Stella destaca que hay un importante legado micénico en los poemas homéricos. Joachim Latacz insiste en que el catálogo de naves del canto II de la Ilíada recoge la situación de la época del siglo XIII a. C., es decir, de la civilización micénica.

En cambio, Moses I. Finley arguye que lo descrito por Homero no era ni el mundo micénico ni su propia época, sino la Edad Oscura de los siglos X y IX a. C., en todo caso una época anterior al desarrollo de las polis en el siglo VIII   a.   C. 20

Los descubrimientos arqueológicos han aportado ciertos elementos desaparecidos con la caída de dicha civilización, pero cuyo recuerdo (topónimos, objetos, costumbres, etc.) guardó Homero. De gran insignificancia, comparado con lo que Homero olvida decir del mundo micénico en el ámbito de las instituciones y de los acontecimientos, aunque los poemas homéricos pretendan ser una descripción de ese mundo desaparecido. Por otro lado, en base a los datos aportados por las tablillas micénicas en lineal B, se da concordancia entre muchas de las armas mencionadas en los poemas homéricos y armas de la época micénica. El desciframiento de dichas tabillas ha puesto de manifiesto la diferencia entre el mundo micénico y la sociedad homérica. Los palacios micénicos, con su minuciosa burocracia, eran muy diferentes de los de los reyes homéricos, que tenían una organización mucho menos compleja y en los que no existe la escritura.

Homero sólo alude en una ocasión a los dorios y no nombra la migración griega a Asia Menor durante la Edad Oscura.

Lo anterior, ha sido esquematizado por Michel Austin y Pierre Vidal-Naquet, afirmando que: «existen tres niveles históricos en Homero: el mundo micénico que el poeta trata de evocar, la Edad Oscura y la época en la que vivió; y no siempre resultará fácil distinguir con claridad lo que pertenece a uno otro nivel».

Lengua homérica. Se llama lengua o dialecto homérico al tipo de lengua griega utilizada en la Ilíada y la Odisea, adoptada en cierta medida en la tragedia y la lírica griega

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posterior. Es un dialecto griego artificial porque fue sólo usado para componer estas obras y no hay constancia de que hubiera sido realmente hablado.

Es una lengua típica de la epopeya, arcaica ya en el siglo VII a. C., y sobre en la fijación del texto en el siglo VI a. C. Antes de este momento, por cierto, algunos de estos arcaísmos fueron sustituidos, introduciendo aticismos en el texto.

Las razones de la utilización de esta lengua obedece a motivos sociales, ya que estas serían obras dirigidas en principio a un público aristocrático y culto, y a motivos de estilo, ya que el verso hexámetro dactílico con que se componían los poemas épicos era muy rígido y se necesitaban variantes de la misma palabra que cupieran en las diferentes partes del verso. A veces la métrica del hexámetro dactílico, permite encontrar la forma inicial tanto encontrar la forme inicial, como explicar ciertos giros. Por ejemplo, es el caso de la digamma (griego antiguo|Ϝ}} /w/), fonema desaparecido desde el primer milenio a. C., aunque utilizada por Homero en cuestiones de silabación, incluso si no era escrito o pronunciado. Así, en el verso 108 del Canto I de la Ilíada:

griego antiguo ἐσθλὸν δ’ οὔτέ τί πω [Ϝ]εἶπες [Ϝ]έπος οὔτ’ ἐτέλεσσας

El empleo concurrente de dos genitivos, el arcaico en -οιο y el moderno en -ου, o incluso dos dativos plurales (-οισι y -οις) muestran que el aeda podía alternar a su voluntad: «la lengua homérica era una mezcla de formas de épocas diversas, que nunca fueron empleadas juntas y cuya combinación resulta de una libertad puramente literaria» (Jacqueline de Romilly).

Más aún, la lengua homérica combina diferentes dialectos. Se pueden descartar los aticismos, transformaciones encontradas cuando se plasmó el texto. Quedaron dos grandes dialectos, el jónico y el eolio, cuyas particularidades son manifiestas para el lector: por ejemplo, el jónico utiliza un êta (η) allí donde el jónico-ático utiliza una alfa larga (griego antiguo|ᾱ), de ahí los nombres «Athéné» o «Héré», en lugar de los clásicos «Athéna » y «Héra». Esta «coexistencia irreductible» de los dos dialectos, según la expresión de Pierre Chantraine, puede explicarse de diversas maneras:

composición en eólico, que después pasó al jónicocomposición en una región donde ambos dialectos son utilizados por iguallibre elección del aedo, como para la mezcla de formas de épocas diferentes, a

menudo a causa de la métrica.

De hecho, el dialecto homérico fue una lengua heterogénea que no existió más que para los poetas, que nunca fue realmente hablada, lo que acentúa la ruptura creada por la epopeya con la realidad cotidiana. Más tarde, mucho después de Homero, los autores griegos quisieron imitar los «homerismos» precisamente para «hacer literatura».

Varía del griego clásico en la morfología de las palabras, en varias formas de declinación y flexión del nombre y el verbo, y en el vocabulario. La lengua homérica tiene una base de dialecto jonio, formas del dialecto dorio y de otros, formas tanto arcaicas como más modernas, y otras nuevas.

Influencia de la épica homérica en la literatura griega posterior. La épica homérica era tan apreciada entre los griegos que fue la herramienta de enseñanza utilizada entre ellos. Además sus versos eran memorizados y repetidos constantemente aunque la gente fuera iletrada, por ello fueron muy conocidos en casi todas las etapas de la historia

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griega desde la composición de los poemas. La influencia que tuvieron, por su importancia, en otros géneros literarios contemporáneos o posteriores es fácilmente rastreable en la lírica y el teatro griegos.

La vinculación de la lírica a la épica es evidente en temas, influencia de vocabulario “épico” (“homerismos”, arcaísmos conservados por Homero, palabras muy técnicas sobre la guerra etc.), las fórmulas homéricas, los epítetos tradicionales, muchas escenas épicas (aumentadas, cambiadas o satirizadas para dar cuenta de la originalidad del poeta lírico).

Las composiciones de ambos géneros se cantaban ante un público, aunque con funciones diferentes: la épica narraba hechos heroicos del pasado al son de la lira con una lengua elevada y culta; la lírica criticaba, celebraba, veneraba etc. al son de la flauta o la lira.

En sus orígenes los versos épicos eran compuestos y cantados por los mismos autores. Con el tiempo se va separando el autor del ejecutante. En la épica queda un corpus cerrado interpretado por un rapsoda que se limita a ponerlo en ejecución. En la lírica también ocurre, aunque existen “poietés” líricos que componen y que insertan su nombre en las obras conscientes de su autoría, para que, sea quien sea quien interprete sus poemas, hable de él. El autor de épica podía componer lírica, aunque es una circunstancia especial (en la épica hay pasajes que bien podrían identificarse con monodias líricas mencionadas a la manera de la épica).

“Y comenzó a hablar el padre de hombres y dioses, pues se había acordado del irreprochable Egisto, a quien acababa de matar el afamado Orestes, hijo de Agamenón. Acordóse, pues, de éste, y dijo a los inmortales su palabra:

«¡Ay, ay, cómo culpan los mortales a los dioses!, pues de nosotros, dicen, proceden los males. Pero también ellos por su estupidez soportan dolores más allá de lo que les corresponde. Así, ahora Egisto ha desposado -cosa que no le correspondía- a la esposa legítima del Atrida y ha matado a éste al regresar; y eso que sabía que moriría lamentablemente, pues le habíamos dicho, enviándole a Hermes, al vigilante Argifonte, que no le matara ni pretendiera a su esposa. "Que habrá una venganza por parte de Orestes cuando sea mozo y sienta nostalgia de su tierra." Así le dijo Hermes, mas con tener buenas intenciones no logró persuadir a Egisto. Y ahora las ha pagado todas juntas.»

Y le contestó luego la diosa de ojos brillantes, Atenea:«Padre nuestro Cronida, supremo entre los que mandan, ¡claro que aquél yace víctima de

una muerte justa!, así perezca cualquiera que cometa tales acciones. Pero es por el prudente Odiseo por quien se acongoja mi corazón, por el desdichado que lleva ya mucho tiempo lejos de los suyos y sufre en una isla rodeada de corriente donde está el ombligo del mar. La isla es boscosa y en ella tiene su morada una diosa, la hija de Atlante, de pensamientos perniciosos, el que conoce las profundidades de todo el mar y sostiene en su cuerpo las largas columnas que mantienen apartados Tierra y Cielo. La hija de éste lo retiene entre dolores y lamentos y trata continuamente de hechizarlo con suaves y astutas razones para que se olvide de Itaca; pero Odiseo, que anhela ver levantarse el humo de su tierra, prefiere morir. Y ni aun así se te conmueve el corazón, Olímpico. ¿Es que no te era grato Odiseo cuando en la amplia Troya te sacrificaba víctimas junto a las naves aqueas? ¿Por qué tienes tanto rencor, Zeus?»

Y le contestó el que reúne las nubes, Zeus:«Hija mía, ¡qué palabra ha escapado del cerco de tus dientes! ¿Cómo podría olvidarme tan

pronto del divino Odiseo, quien sobresale entre los hombres por su astucia y más que nadie ha ofrendado víctimas a los dioses inmortales que poseen el vasto cielo? Pero Poseidón, el que conduce su carro por la tierra, mantiene un rencor incesante y obstinado por causa del Cíclope a quien aquél privó del ojo, Polifemo, igual a los dioses, cuyo poder es el mayor entre los Cíclopes. Lo parió la ninfa Toosa, hija de Forcis, el que se cuida del estéril mar, uniéndose a Poseidón en profunda cueva. Por esto, Poseidón, el que sacude la tierra, no

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mata a Odiseo, pero lo hace andar errante lejos de su tierra patria. Conque, vamos, pensemos todos los aquí presentes sobre su regreso, de forma que vuelva. Y Poseidón depondrá su cólera; que no podrá él solo rivalizar frente a todos los inmortales dioses contra la voluntad de éstos.»

Hesíodo

Hesíodo (en griego antiguo Ἡσίοδος Hêsíodos, en latín Hesiodus) fue un poeta de la Antigua Grecia. Su datación en torno al año 700 a.C. es discutida.

Biografía. Nació en Ascra, cerca de Tebas hacia la segunda mitad del siglo VIII a. C. o la primera del siglo VII a. C. Fue campesino e hijo de un comerciante. La tradición lo sitúa como contemporáneo de Homero e incluso rival suyo en certámenes poéticos.

Suele considerarse el más antiguo de los poetas helenos después de Homero y, durante buena parte del siglo XIX, la crítica llegó a dudar de su auténtica existencia, aunque ésta parece fuera de toda duda en la actualidad. La familia de Hesíodo estableció su residencia en Beocia, procedente de Cime de Eolia, lugar de origen de su padre. Poco se sabe de su vida; parece que fue fundamental en ella la enemistad con su hermano Perses a causa de la herencia paterna, y este tema abordó en su obra Los trabajos y los días. Muerto su padre, Hesíodo se estableció en Naupacto, donde pasó su juventud al cuidado de un rebaño de ovejas y llevando la vida plácida y sencilla de los campesinos griegos. Los actuales especialistas sitúan como contemporáneo de Homero a Hesíodo, mas su poesía, muy alejada del estilo épico y grandioso de la de aquél, está destinada a instruir más que a exaltar. Se sabe también que en Calcis (Eubea) participó en un concurso de aedos y obtuvo la victoria. Murió al parecer en Ascra y sus cenizas se conservaron en Orcómeno, donde se le rindieron honores como a un fundador de la ciudad.

Muchas de las obras que durante la Antigüedad se le atribuían, como los poemas sobre arte adivinatorio La ornitomancia, Los versos mánticos y Las explicaciones de los prodigios, no son realmente suyas. Lo que parece probado con seguridad es que fue el autor de Los trabajos y los días, de la Teogonía, que explica el origen del universo y la genealogía de los dioses, y de los cincuenta y cuatro primeros versos del El escudo de Heracles. Junto con las de Homero, las obras de Hesíodo se convertirían en parte del corpus fundacional de la cultura griega, gracias a su labor de sistematización del conjunto de mitos heredados y al inicio de su interpretación en un sentido moral y práctico. La cultura griega se caracterizaría en todo momento por la compleja relación que mantendría con el conjunto de concepciones mitológicas y religiosas de sus propias tradiciones, tanto para rechazarlas como para reverenciarlas, aunque siempre extraería de allí sus más fecundas intuiciones.

Obra. Sus obras, como las de Homero, fueron objeto ya desde el siglo VI a. C. de estudio y veneración. Es el gran y primer compilador de la religión antigua griega. Puso por escrito y ordenó todo el cuerpo mitológico transmitido hasta entonces de forma oral. En su obra se basaron los mitógrafos posteriores clásicos, gracias a lo cual ha llegado en gran parte hasta nuestros días. Su obra principal es la Teogonía, en la que relata la genealogía de los dioses de la mitología griega.

En ella se narra el origen del cosmos y el linaje de los dioses de la mitología griega, hasta entonces propagada por medios orales. Escrita en primera persona, refleja el afán de Hesíodo por «pensar» en el mundo según categorías esenciales. Es una de las obras claves de la épica grecolatina. La Teogonía sirvió para fundamentar el posterior trabajo de Hesíodo,

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más moralista y diseñado como una guía práctica para la vida diaria, en el cual explica la justificación divina del trabajo, dentro de un marco conceptual en el cual lo divino es entendido como lo fundador de la realidad, pero sólo en la medida en que su presencia y realidad se verifican cada día en el acaecer del mundo.

A diferencia de los textos homéricos, la Teogonía está escrita para ser leída como Verdad, como una revelación hecha al autor por las Musas del Monte Helicón; historia que forma la primera parte del texto. Los relatos de la Teogonía parecen escritos en respuesta a la excesiva humanización de los dioses de la tradición homérica.

Se han transmitido de forma completa:

TeogoníaEl escudo de HeraclesLos trabajos y los días

Se conservan de forma fragmentaria o hay referencias de:

Catálogo de mujeres (o Eeas, en teoría continuación de la Teogonía)Consejos de Quirón o Grandes EeasBoda de CeixMelampodiaDescenso de PirítooDáctilos ideosGrandes TrabajosEgimioLos AlfarerosOrnitomancia

De la Teogonía.

“Decidme estas cosas, Musas de moradas olímpicas, y cuáles de entre ellas fueron

las primeras en un principio.

Antes que todas las cosas fue Caos; y después Gea la de amplio seno, asiento siempre sólido de todos los Inmortales que habitan las cumbres del nevado Olimpo y él Tártaro sombrío enclavado en las profundidades de la tierra espaciosa; y después Eros, el más hermoso entre los Dioses Inmortales, que rompe las fuerzas, y que de todos los Dioses y de todos los hombres domeña la inteligencia y la sabiduría en sus pechos.

Y de Caos nacieron Erebo y la negra Nix, Eter y Hemero nacieron, porque los concibió ella tras de unirse de amor a Erebo.

Y primero parió Gea a su igual en grandeza, al Urano estrellado, con el fin de que la cubriese por entero y fuese una morada segura para los Dioses dichosos.

Y después parió a los Oreos enormes, frescos retiros de las divinas ninfas que habitan las montañas abundantes en valles pequeños; y después, el mar estéril que bate furioso, Ponto; pero a éste lo engendró sin unirse a nadie en las suavidades del amor. Y después, concubina de Urano, parió a Océano el de remolinos profundos, y a Coyo, y a Críos, y a Hiperión, y a Yapeto, y a Tea, y a Rea, y a Temis, y a Mnemosina, y a Feba coronada de oro, y a la amable Tetis. Y el último a quien parió fue el sagaz Cronos, el más terrible de sus hijos, que cobró odio a su padre vigoroso.

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Y parió también a los Cíclopes de corazón violento, Brontes, Steropes y el valeroso Arges, que entregaron a Zeus el trueno y forjaron el rayo. Y eran en todo semejantes a los demás Dioses, pero tenían un ojo único en medio de la frente. Y se llamaban Cíclopes, porque en su frente se abría un ojo único y circular. Y sus trabajos rebosaban fuerza, vigor y poder.

Y después, de Gea y de Urano nacieron otros tres hijos, grandes, muy fuertes, horribles de nombrar: Coto, Briareo y Giges, raza soberbia. Y de sus hombros arrancaban cien manos indomables, y cada uno de ellos tenía cincuenta cabezas que se erguían sobre la espalda, por encima de sus miembros robustos. Y su fuerza era inmensa, invencible, dada su gran talla. De todos los hijos nacidos de Gea y Urano, eran los más poderosos. Y desde el origen fueron odiosos a su padre. Y conforme nacían, uno tras de otro, los sepultó, privándolos de la luz, en las profundidades de la tierra. Y se alegraba de esta mala acción, y la gran Gea gemía, por su parte, llena de dolor. Luego, ella abrigó un designo malo y artificioso.

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Filosofía – Los presocráticosfuente ppal: Histoire de la Philosophie, II, ed. Yvon Belaval, Wikipedia

Los «presocráticos» experimentan, en nuestro tiempo, un renovado interés que es preciso, ante todo, justificar. En la Antigüedad, casi todas las escuelas postsocráticas adoptaron a Sócrates por maestro. Este sabio tuvo incluso la singular fortuna de que los Padres de la Iglesia erigieran su muerte como testimonio de las creencias precristianas en la inmortalidad. Tal suceso se transformó, por ello, en símbolo para la común tradición de Europa. Hegel comenzó a lanzar el descrédito, afirmando que algunos rasgos esenciales de la cultura helénica van a perderse alrededor de Sócrates y con él. Sin embargo, Hegel sigue alabando a Sócrates, a la manera de los Padres, como el precursor de una necesaria evolución. A esta nueva perspectiva histórica, Nietzsche añade la acusación de «decadencia»: el maestro de Platón engendró el linaje de los «alucinados del transmundo». De ahí se derivó la tentación de volver a engarzar con los sabios que pensaron en la época en que Grecia daba a luz sus estructuras políticas, sus artes y la tragedia. Una tradición del pensamiento post-nietzscheano busca inspiración los escasos y preciosos vestigios de la sabiduría anterior a Sócrates.

Prejuicios y anacronismos. La primera tarea cuando nos enfrentamos a esa época sigue siendo la de suprimir nuestros propios prejuicios en el sentido de que hay un corte que separa lo precientífico de lo científico y que estaría ahí en la filosofía griega. En el pensamiento griego es difícil separar nítidamente entre lo precientífico y lo científico porque el pensamiento filosófico comenzó a expresarse con medios inadecuados, tomados de la teología o de la poesía. La racionalidad helénica, por su parte, contaba en aquellos tiempos con más éxitos políticos que físicos, en el sentido moderno de la palabra. La physis tiene un sentido diferente. Los hombres de esta época forjaron palabras severas para decir mejor la verdad que afectaba a todas las cosas, o el ser de las cosas, o la fuerza que las empuja a la luz. A medida que se formaba un vocabulario original, el pensamiento de estos físicos se fue diferenciando del pensamiento de los teólogos.

Materia y espíritu. Desechemos, en segundo lugar, la costumbre que nos hace oponer la materia al espíritu, y el cuerpo al alma, acentuando con más fuerza el alma o el espíritu. En aquella época, la materia no estaba inventada ni nombrada. La armadura categorial de las cosmologías y de las antropologías estaba formada por parejas de opuestos y, en ellas, no se encuentra precisamente la oposición de la materia y el espíritu. Las oposiciones de sustitución como las de lo escaso y lo denso, lo luminoso y lo oscuro, tienen otro sentido. Tampoco es verosímil que los presocráticos fuesen capaces de representar la cosa que sitúan al principio, en el primer plano, con algo diferente a un cuerpo. «Con un cuerpo» sigue siendo una expresión viciosa para designar algo que concebimos mal, pero esa cosa posee expansión, compacidad, forma y, sobre todo, presencia, con un impacto sobre la sensibilidad. Incluso los dioses de la tradición griega tienen cuerpo. Carece de sentido clasificar a los presocráticos, por lo menos a los más antiguos, con nuestras propias rúbricas de materialistas y espiritualistas.

Oposición entre sujeto y objeto. Lo mismo ha de decirse de la oposición entre su-jeto y objeto, en el sentido que nosotros le damos. Es verdad que los griegos más antiguos distinguieron de las otras funciones sensoriales una función apta para captar el sentido de las cosas, su ser o su cualidad divina, dándole el nombre que se acostumbra traducir por

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«inteligencia» o «espíritu». El verbo captar, tomado del lenguaje de la caza, es por otra parte una palabra viciosa para expresar lo que ocurre cuando esta función se despierta. La Cosa más preciosa de todas no se deja atrapar en las redes del hombre, sería mejor decir que se percibe, muy cerca del hombre y, por decirlo así, dentro de él. Entonces, el ser efímero desaparece. Los griegos más tardíos siguieron confundiendo, incluso en sus sabias filosofías, la inteligencia que conoce dentro del hombre los Principios supremos, con la Inteligencia divina y que se conoce a sí misma.

El macro y el microcosmos y el anthropos tardío. La categoría del sujeto y del objeto sitúa al hombre ante una realidad extraña, manejable e incluso nombrable, pero incognoscible en su trasfondo. Antes de descubrir esa categoría reinaba la homología de lo grande y lo pequeño: lo más grande es mundo, lo más pequeño es el hombre o, por lo menos, el ordenamiento de la ciudad; porque antes incluso de reinar entre un cosmos y un anthropos, que fue relativamente tardío, la homología reinó entre las «cosas lejanas» y las «cosas cercanas» del hábitat humano. Aquéllas se ordenan como éstas, sólo que mucho mejor. En esta extrapolación, el arte de estructurar las sociedades humanas constituye el elemento positivo, que va acompañado por una ingenua epistemología, definida por la fórmula: “lo mismo conoce a lo mismo” (el conocimiento por analogías). A esta fórmula se opone, a su vez, la contraria: “lo otro conoce a lo otro.” Unos sabios defienden la primera, otros la contraria, en virtud, según parece, de un juego que consistía en definirse contradiciéndose.

La physis. La filosofía presocrática comprende a un conjunto heterogéneo de filóso-fos y escuelas filosóficas griegas anteriores a Sócrates. Entre los pioneros, los originarios de la costa de Jonia, fueron llamados "físicos" por preocuparse por temas que refieren a la fisis (physis), es decir, la naturaleza. Otros, sin embargo, los llamados "itálicos" (por ser originarios de la Magna Grecia, la actual Italia, o haberse asentado en su territorio), orientaron sus preocupaciones preferentemente hacia el terreno de la lógica y de las matemáticas.

Una explicación racional. Si bien existen notorias diferencias entre los muchos filó-sofos y escuelas presocráticas, puede decirse, en términos generales, que los presocráticos coincidieron en el intento de ofrecer una explicación racional [λόγος] del Universo [κόσμος] en lugar de hacerlo mediante mitos [μύθοι] a la manera de los poetas Homero y Hesíodo.

Primer principio o arjé. Tales explicaciones se limitaban, frecuentemente, a la pos-tulación de un primer principio, arjé [πρώτη αρχή] o elemento [στοιχείον] de todas las cosas existentes [τά όντα]. Pero cabe dejar en claro que en este principio no era entendido como originario de todas las cosas, ya que los griegos no tenían una idea de creación del universo a partir de la nada, sino que era concebido como un elemento común presente en la naturaleza, a partir del cual, luego, se conformaría el resto.

Los cuatro elementos: de mitológicos a metafísicos. Ahora bien, sobre cuáles eran dichos principios y de qué naturaleza, sus ideas diferían bastante. Para algunos, el principio podía ser cualquiera de los llamados "cuatro elementos" (tierra, agua, aire y fuego). Esto se ve principalmente en los primeros filósofos, quienes dieron el primer paso para superar la explicación mítica, retomando los elementos que antes eran encarnados por los dioses, y ahora, serían metafísicos. Por otra parte, en el caso de Empédocles, p. e., se trataba de los

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cuatro elementos considerados conjuntamente más otros dos principios: el amor [φιλία] y la lucha [νείκος]. Para otros presocráticos, en cambio, existía un único principio que podía ser una sustancia infinita o indeterminada [τό άπειρον], o bien el pensamiento [νούς] e incluso el ser [τό όν].

Los filósofos físicos. Aristóteles fue el primero en referirse a los presocráticos como filósofos "físicos" [οι φυσικοί] y les atribuyó esta búsqueda del αρχή como rasgo distintivo. Con todo, algunos comentaristas contemporáneos (v. gr. H. Cherniss: Aristotle's Criticism of Plato and the Academy) consideran que el criterio aristotélico es erróneo. En efecto: si bien es cierto que algunos filósofos presocráticos sostienen que el Universo está formado por un principio natural —como el aire [αήρ], en el caso de Anaxímenes—, no es menos cierto que, en el caso de otros filósofos —como Tales o Heráclito, para quienes el agua [ύδωρ] o el fuego [πύρ], respectivamente, constituyen el principio generador de todo lo que existe—, los elementos serían meros "precursores" del cosmos (cf. G. S. Kirk & J. E. Raven: The Presocratic Philosophers), o bien complejas metáforas que en realidad no supondrían la existencia de un elemento concreto como principio fundante. Tal podría ser el caso de Heráclito, quien podría utilizar el fuego como símbolo para representar el devenir "...fuego que se enciende según medida y se apaga según medida".

Monistas

Los Monistas (del término griego mónos, solo, único), son los filósofos presocráticos que postulaban un único "Arjé" o principio constitutivo de las cosas que es lo verdaderamen-te existente, y que a partir de él surge la pluralidad por procesos físicos. Este principio filo-sófico suele conservar un carácter divino. Para Tales de Mileto y Anaxímenes, este principio elemental y único es algo concreto como lo son el "Agua", y el "Aire". Para Anaximandro se trató de algo indefinido, el "Apeiron", que significa un sustrato "indeterminado" que fue anterior a cualquier elemento concreto. En el caso de Parménides, define el principio como el "Ser". Parménides presenta un caso lógico y antológico. Este Ser designa a lo verdaderamente existente, mientras que la pluralidad de las cosas son sólo apariencias.

Lista de Filósofos Monistas

Tales de MiletoAnaximandroAnaxímenesHeráclitoPitágorasParménides

Pluralistas

Los Pluralistas son los filósofos presocráticos que postulaban varias sustancias como (Arjé) o principio constitutivo de las cosas como lo verdaderamente existente, y que a partir de estas sustancias surgía todo por procesos físicos. Los Pluralistas sugerían una pluralidad de principios como lo son: pares de contrarios (amor-odio) o los cuatro elementos de Empé-docles (agua, aire, tierra y fuego), o como afirma Demócrito, como una pluralidad de (áto-mos) o como una pluralidad de cosas en una mezcla originaria (magma). En base a estos principios aparece el cosmos por distintos procesos: relaciones de equilibrio o desequilibrio,

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o como Empédocles sugirió, con acciones conjuntas de elementos o fuerzas contrarias; Anaxágoras por su parte hablaría del impulso venido del exterior, por el llamado (Nous); y los Atomistas por el resultado de choques por parte de partículas regidas por al azar.

Entre esta corriente de nuevos pensamientos, los pluralistas se muestran más alejados de los aspectos míticos, no como los monistas. Los pluralistas resaltaron el predominio de causas naturales como únicas fuerzas generadoras del cosmos.

Lista de Filósofos Pluralistas

AnaxágorasEmpédoclesLeucipoDemócrito

Los monistas

Tales

Tales de Mileto (en griego Θαλής ο Μιλήσιος) (h. 639 - h. 547/6   a.   C. 1 ) fue el i-niciador de la indagación racional sobre el universo. Se le considera el primer filósofo de la historia, y el fundador de la escuela jonia de filosofía, según el testimonio de Aristóteles. Fue el primero y más famoso de los Siete Sabios de Grecia (el sabio astrónomo) y tuvo como dis-cípulo y protegido a Pitágoras. Es además uno de los más grandes astrónomos y matemáticos de su época, a tal punto que era una lectura obligatoria para cualquier matemático en la Edad Media y contemporánea. Sus estudios abarcaron profundamente el área de la Geometría, Álgebra lineal, Geometría del espacio y algunas ramas de la Física, tales como la Estática, Dinámica y Óptica. Su vida está envuelta en un halo de leyenda. Fue el primer filósofo Jó-nico.

Datos biográficos y anécdotas. Los datos biográficos de Tales de Mileto son una mezcla de opiniones, hechos atribuidos a su persona, y citas con alto grado de verosimilitud, recogidas de diversos autores de épocas bastante posteriores, y reinterpretados y expuestos a la luz de la mentalidad del narrador. Contamos con la importante aportación de Aristóteles, el cual, en su descripción, intenta delimitar los escritos y dichos atribuibles con certeza al mismo Tales, de los hechos dudosos ('dicen...') y de sus propias opiniones ('quizá quiso decir...'). Tales nació en la ciudad de Mileto (griego: Μίλητος literalmente Miletos, turco: Milet) una antigua ciudad en la costa occidental de Asia Menor (en lo que actualmente es la Provincia de Aydın en Turquía), cerca de la desembocadura del río Menderes. La mayoría de los historiadores nos lo presentan como genuino milesio. Sin embargo, según Diógenes Laercio, importante historiador griego, fue admitido en la ciudad jonia de Mileto, a orillas del Mar Egeo después de ser expulsado de Fenicia junto con Nileo. Lo que es incuestionable es que residió en aquella ciudad y fue allí en donde desarrolló su filosofía. Fue hijo de Euxamias (conocido también como Examio) y de Cleobulina (o Cleóbula), y al parecer tuvo ascendencia fenicia. Como los jonios mantenían tráfico comercial con Egipto y Babilonia, es probable que Tales visitara el primero en su juventud, durante el reinado del faraón Amasis, en donde se supone que fue educado por los sacerdotes. Quizás fueron condiscípulos suyos Solón y Ferécides de Siros. También es probable que haya conocido personalmente a Pitá-goras, a quien recomendaría viajar a Egipto y educarse con los sacerdotes de Menfis y Diós-

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polis. De los babilonios debió aprender astronomía. Anaximandro y Anaxímenes pueden haber sido discípulos suyos. Apolodoro, en su ¨Cronología¨, afirma que murió a la edad de setenta y ocho años. Sin embargo, Sosícrates asegura que murió en la olimpiada LVIII, a la edad de noventa años.

¿La inmortalidad del alma? Tanto Heródoto (I, 170) como Diógenes Laercio (I, 25) lo señalan como un sabio consejero político de jonios y lidios. Laercio afirma que algunos como el poeta Corilio declararon que fue el primero en sostener la inmortalidad del alma, que, según nos refiere Aristóteles, es para Tales una fuerza motriz. También refiere Heródoto (I, 75) que logró desviar el río Halys para que fuera cruzado por el ejército de Creso. Aristó-teles, por su parte, cuenta en su Política (I, 11, 1259a) que también se destacó en el área de las finanzas, una vez que, habiendo predicho (gracias a sus conocimientos astronómicos) có-mo sería la cosecha de aceitunas, compró durante el invierno todas las prensas de aceite de Mileto y Quíos y las alquiló al llegar la época de la recolección, acumulando una gran fortuna y mostrando así que los filósofos pueden ser ricos si lo desean, pero que su ambición es bien distinta.

El eclipse solar. Quizás la anécdota más conocida de Tales es aquella que nos refiere Heródoto, cuando predijo a los jónicos el año en que sucedería un eclipse solar (quizá llevada a cabo gracias al sistema babilónico), hacia el año 585 a. C. Asimismo, Diógenes Laercio cuenta que, al caer Tales en un pozo después de ser llevado por una vieja mujer a ver las estrellas, ésta replicó a su pedido de ayuda: ¨¿Cómo pretendes, Tales, saber acerca de los cielos, cuando no ves lo que está debajo de tus pies?¨. Se le atribuye el haber realizado la medición de las pirámides, mediante las sombras que proyectan cuando éstas son de la misma medida que nosotros mismos. Fue el primero en haber hecho una explicación científica de un eclipse. También se dice que fue el primero en dividir al año en estaciones y en 365 días.

La explicación de la Naturaleza. En tiempos de Tales, los griegos explicaban el ori-gen y naturaleza del cosmos con mitos de héroes y dioses antropomórficos. La filosofía grie-ga se inició con una pregunta por la Naturaleza (physis) o por el principio o principios últi-mos (tierra, agua, aire...) que son la naturaleza de las cosas. Los primeros filósofos griegos creían que, o la tierra, el agua, el aire, etc. eran aquellos por los que se generaban todos los elementos del universo, es decir, el origen. También pensaban que este principio o principios eran aquellos en los que consistían todos los seres del universo, es decir, el sustrato. Por último también debían ser aquello o aquellos que podían explicar las transformaciones que acontecían en el universo, la causa.

El agua como arjé. Para Tales, si la Naturaleza remitía siempre a un principio o arjé cabía preguntarse por si era posible concebir una única realidad o sustancia que pudiera ejercer en ella tanto de origen, sustrato y causa. Tales argumentaba que era el agua quien desempeñaba dicho papel, y quizás sea la primera explicación significativa del mundo físico sin hacer referencia explícita a lo sobrenatural. Tales afirmaba que el agua es la sustancia universal primaria y que el mundo está animado y lleno de divinidades.

Razones de por qué el agua es el principio. Aristóteles nos dice que para Tales el agua es el principio o arché (arjé) de todas las cosas debido a que:

La tierra descansa sobre el agua como una isla.

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La humedad está en la nutrición de todas las cosas. Tal vez debido a una observación de las orillas del Nilo y como en estas "crecía" la vida después de que este bajara su cauce.

El calor mismo es generado por la humedad y conservado por ella.

Las semillas de todas las cosas son húmedas, y el agua es el origen de la naturaleza de las cosas húmedas.

Origen de su pensamiento. Es muy probable que haya sido uno de los primeros hombres que llevaron la geometría al mundo griego, y Aristóteles lo consideraba como el primero de los φυσικόι o "filósofos de la naturaleza". Muchas de estas ideas parecen provenir de su educación egipcia. Igualmente, su idea de que la tierra flota sobre el agua puede haberse desprendido de ciertas ideas cosmogónicas del Oriente próximo.

Obras. Algunos estudiosos sostienen que Tales no escribió ninguna obra, y que su conocimiento se transmitió, en un principio, de forma oral. Otros sin embargo, opinan que sí y, siguiendo a las fuentes antiguas, citan entre sus obras (las cuales no han sobrevivido ni siquiera de manera fragmentaria), una Astronomía náutica (atribuida también a Foco de Samos), Sobre el solsticio y Sobre los equinoccios.

Heráclito

Heráclito de Éfeso, conocido también como «El Oscuro de Éfeso», fue un filósofo griego. Nació hacia el año 535 a. C. y falleció en el 484 a. C.. En griego Ἡράκλειτος ὁ Ἐφέσιος, Herákleitos ho Ephésios). Era natural de Éfeso, ciudad de la Jonia, en la costa occidental del Asia Menor (actual Turquía). Como los demás filósofos anteriores a Platón, no quedan más que fragmentos de sus obras, y en gran parte se conocen sus aportes gracias a testimonios posteriores.

Legado. Heráclito es netamente aforístico. Su estilo remite a las sentencias del Oráculo de Delfos y reproduce la realidad ambigua y confusa que explica, usando el oxímoron (combinación en una misma estructura sintáctica de dos palabras o expresiones de significado opuesto, las que originan un nuevo sentido; p. ej., un silencio atronador) y la antítesis para dar idea de la misma. Diógenes Laercio (en Vidas..., IX 1-3, 6-7, 16) le atribuye un libro titulado Sobre la naturaleza (περι φυσεως), que estaba dividido en tres secciones: "Cosmológica", "Política" y "Teológica". No se posee mayor certeza sobre este libro. I. Bywater ha hecho un reacomodo de los fragmentos conforme a la indicación de Laercio, traducida al español por José Gaos. Agustín García Calvo reconstruye la posible estructura del libro en su edición de los fragmentos del mismo, titulada Razón común. Distingue tres apartados: Razón General, Razón Política y Razón Teológica.

El cambio continuo. Heráclito afirma que el fundamento de todo está en el cambio incesante. Que el ente deviene, que todo se transforma en un proceso de continuo nacimiento y destrucción al que nada escapa.

Fuego como metáfora del cambio continuo. Es común incluir a Heráclito entre los primeros filósofos físicos (φυσικοι, como los llamó Aristóteles), que pensaban que el mun-do procedía de un principio natural (como el agua para Tales, el aire para Anaxímenes), y este error de clasificación se debe a que, para Heráclito, este principio es el fuego, lo cual no debe leerse en un sentido literal, pues es una metáfora como, a su vez, lo eran para Tales y

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Anaxímenes. El principio del fuego refiere al movimiento y cambio constante en el que se encuentra el mundo. Esta permanente movilidad se fundamenta en una estructura de contrarios. La contradicción está en el origen de todas las cosas.

Logos, la ley rectora. Todo este fluir está regido por una ley que denomina Λόγος (Logos). Este Logos no sólo rige el devenir del mundo, sino que le habla (indica, da signos, fragmento B93DK –notación de los fragmentos) al hombre, aunque la mayoría de las per-sonas "no saben escuchar ni hablar" (fragmento B73DK). El orden real coincide con el orden de la razón, una "armonía invisible, mejor que la visible" (B54DK), aunque Heráclito se lamenta que la mayoría de las personas vivan relegados a su propio mundo, incapaces de ver lo real.

Los sentidos como medio de conocimiento. Si bien Heráclito no desecha el uso de los sentidos (como Platón) y los cree indispensables para comprender la realidad, sostiene que con ellos no basta y que es igualmente necesario el uso de la inteligencia, como afirma en el siguiente fragmento:

Se engañan los hombres [...] acerca del conocimiento de las cosas visibles, de la misma manera que Homero, que fue [considerado] el más sabio de todos los griegos. A él, en efecto, unos niños que mataban piojos lo engañaron, diciéndole: 'cuantos vimos y atrapamos, tantos dejamos; cuantos ni vimos ni atrapamos, tantos llevamos'. (en Diels-Krantz, Fragmente der Vorsokratiker, 22 B56)

Actitud crítica e indagadora. Al uso de los sentidos y de la inteligencia, hay que agregarle una actitud crítica e indagadora. La mera acumulación de saberes no forma al verdadero sabio, porque para Heráclito lo sabio es "uno y una sola cosa", esto es, la teoría de los opuestos.

El río y el logos. Quizás el fragmento más conocido de su obra dice:

ποταμοις τοις αυτοις εμβαινομεν τε και ουκ εμβαινομεν, ειμεν τε και ουκ ειμεν τε En el mismo río entramos y no entramos, pues somos y no somos [los mismos] (en Diels-Kranz, Fragmente der Vorsokratiker, 22 B12).

El fragmento (citado con frecuencia erróneamente como “no se puede entrar dos veces en el mismo río”, siguiendo a la versión que da Platón en el Crátilo) ejemplifica la doctrina heraclítea del cambio: el río —que no deja de ser el mismo río— ha cambiado sin embargo casi por completo, así como el bañista. Si bien una parte del río fluye y cambia, hay otra (el cauce, que también debe interpretarse y no tomarse en un sentido literal) que es relativamente permanente y que es la que guía el movimiento del agua. Algunos autores ven en el cauce del río el logos que "todo rige", la medida universal que ordena el cosmos, y en el agua del río, el fuego. A primera vista esto puede parecer contradictorio, pero debe recordarse que Heráclito sostiene que los opuestos no se contradicen sino que forman una unidad armónica (pero no estática). Es razonable, entonces, que la otra cara del agua sea el fuego, como él mismo lo adelanta en sus fragmentos.

Similitud aparente con Parménides, el filosófo de la permanencia. A pesar que existen ciertas similitudes entre Heráclito y Parménides, las doctrinas de ambos siempre han sido contrapuestas (con cierto margen de error), ya que la del primero suele ser llamada "del devenir" o (con cierto equívoco) "del todo fluye", mientras que el ser parmenídeo es presentado como una esfera estática e inmóvil.

El flujo universal de los seres. Era conocido como "el oscuro", por su expresión lapidaria y enigmática. Ha pasado a la historia como el modelo de la afirmación del devenir

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y del pensamiento dialéctico. Su filosofía se basa en la tesis del flujo universal de los seres: "Panta rei" (πάντα ρει), todo fluye.

Conflicto y armonía. El devenir está animado por el conflicto: "La guerra ("póle-mos") es el padre de todas las cosas", una contienda que es al mismo tiempo armonía, no en el sentido de una mera relación numérica, como en los pitagóricos, sino en el de un ajuste de fuerzas contrapuestas, como las que mantienen tensa la cuerda de un arco. Para Heráclito el arjé es el fuego, en el que hay que ver la mejor expresión simbólica de los dos pilares de la filosofía de Heráclito: el devenir perpetuo y la lucha de opuestos, pues el fuego sólo se mantiene consumiendo y destruyendo, y constantemente cambia de materia. Ahora bien, el devenir no es irracional, ya que el logos, la razón universal, lo rige: "Todo surge conforme a medida y conforme a medida se extingue".

El logos interior. El hombre puede descubrir este logos en su propio interior, pues el logos es común e inmanente al hombre y a las cosas (La doctrina de Heráclito fue interpretada, olvidando esta afirmación del logos, en la filosofía inmediatamente posterior -sobre todo, en Platón- como una negación de la posibilidad del conocimiento: si nada es estable, se niega la posibilidad de un saber definitivo). De Heráclito es también la doctrina cosmológica del eterno retorno: la transformación universal tiene dos etapas que se suceden cíclicamente: una descendente por contracción o condensación, y otra ascendente por dilatación.

He aquí algunas frases de Heráclito:

En el mismo río entramos y no entramos, pues somos y no somos. La armonía invisible es mayor que la armonía visible.Ni aun recorriendo todo camino llegarás a encontrar los límites del alma; tan profundo logos tiene.Siendo el logos común, casi todos viven como si tuvieran un logos particular.Conviene saber que la guerra es común a todas las cosas y que la justicia es discordia.

Pitágoras

Pitágoras de Samos (aproximadamente 582   a.   C. - 507   a.   C. , en griego: Πυθαγόρας ο Σάμιος) fue un filósofo y matemático griego, famoso sobre todo por el Teorema de Pitágoras, que en realidad pertenece a la escuela pitagórica y no sólo al mismo Pitágoras. Afirmaba que todo es matemáticas, y estudió y clasificó los números.

Biografía. Pitágoras, nació en la isla de Samos en el año 582 a. C. Siendo muy joven viajó a Mesopotamia y Egipto (también, fue enviado por su tío, Zoilo, a Mitilene a estudiar con Ferécides de Syros y tal vez con su padre, Babydos de Syros). Tras regresar a Samos, finalizó sus estudios, según Diógenes Laercio con Hermodamas de Samos y luego fundó su primera escuela durante la tiranía de Polícrates. Abandonó Samos para escapar de la tiranía de Polícrates y se estableció en la Magna Grecia, en Crotona alrededor del 525  a.C., en el sur de Italia, donde fundó su segunda escuela. Las doctrinas de este centro cultural eran regidas por reglas muy estrictas de conducta. Su escuela (aunque rigurosamente esotérica) estaba abierta a hombres y mujeres indistintamente, y la conducta discriminatoria estaba prohibida (excepto impartir conocimiento a los no iniciados). Sus estudiantes pertenecían a todas las razas, religiones, y estratos económicos y sociales. Tras ser expulsados por los pobladores de Crotona, los pitagóricos se exiliaron en Tarento donde se fundó su tercera escuela.

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Mundo como armonía cósmica. Poco se sabe de la niñez de Pitágoras. Todas las pistas de su aspecto físico probablemente sean ficticias excepto la descripción de una marca de nacimiento llamativa que Pitágoras tenía en el muslo. Es probable que tuviera dos hermanos aunque algunas fuentes dicen que tenía tres. Era ciertamente instruido, aprendió a tocar la lira, a escribir poesía y a recitar a Homero. Había tres filósofos, entre sus profesores, que debieron de haber influido a Pitágoras en su juventud. El esfuerzo para elevarse a la generalidad de un teorema matemático a partir de su cumplimiento en casos particulares ejemplifica el método pitagórico para la purificación y perfección del alma, que enseñaba a conocer el mundo como armonía; en virtud de ésta, el universo era un cosmos, es decir, un conjunto ordenado en el que los cuerpos celestes guardaban una disposición armónica que hacía que sus distancias estuvieran entre sí en proporciones similares a las correspondientes a los intervalos de la octava musical. En un sentido sensible, la armonía era musical; pero su naturaleza inteligible era de tipo numérico, y si todo era armonía, el número resultaba ser la clave de todas las cosas.

El hombre como microcosmos. La voluntad unitaria de la doctrina pitagórica quedaba plasmada en la relación que establecía entre el orden cósmico y el moral; para los pitagóricos, el hombre era también un verdadero microcosmos en el que el alma aparecía como la armonía del cuerpo. En este sentido, entendían que la medicina tenía la función de restablecer la armonía del individuo cuando ésta se viera perturbada, y, siendo la música instrumento por excelencia para la purificación del alma, la consideraban, por lo mismo, como una medicina para el cuerpo. La santidad predicada por Pitágoras implicaba toda una serie de normas higiénicas basadas en tabúes como la prohibición de consumir animales, que parece haber estado directamente relacionada con la creencia en la transmigración de las almas; se dice que el propio Pitágoras declaró ser hijo de Hermes, y que sus discípulos lo consideraban una encarnación de Apolo.

La hermandad pitagórica. A su escuela de pensamiento se la conocía como los pitagóricos y afirmaban que la estructura del universo era aritmética y geométrica. Políticamente apoyaron el partido dórico, obteniendo grandes cuotas de poder hasta el Siglo V, en el que fueron perseguidos y donde muchos de sus miembros murieron. La hermandad estaba dividida en dos partes: Los estudiantes y los oyentes. Los estudiantes aprendían las enseñanzas matemáticas, religiosas y filosóficas directamente de su fundador, mientras que los oyentes se limitaban a ver el modo de comportarse de los pitagóricos.

La forma esférica de la Tierra. Pitágoras pasa por ser el introductor de pesos y medidas, y elaborador de la teoría musical; el primero en hablar de "teoría" y de "filósofos", en postular el vacío, en canalizar el fervor religioso en fervor intelectual, en usar la definición y en considerar que el universo es una obra sólo descifrable a través de las matemáticas. Fueron los pitagóricos los primeros en sostener la forma esférica de la tierra y postular que ésta, el sol y el resto de los planetas conocidos, no se encontraban en el centro del universo, sino que giraban en torno a una fuerza simbolizada por el número uno.

Matemáticas. Los pitagóricos atribuían todos sus descubrimientos a Pitágoras por lo que es difícil determinar con exactitud cuáles resultados son obra del maestro y cuáles de los discípulos. Los números pentagonales son un ejemplo de números figurados. Entre los descubrimientos que se atribuyen a la escuela de Pitágoras están:

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Una prueba del teorema de Pitágoras. Si bien los pitagóricos no descubrieron este teorema (ya era conocido y aplicado en Babilonia y la India desde hacía un tiempo considerable), sí fueron los primeros en encontrar una demostración formal del teorema. También demostraron el converso del teorema (si los lados de un triángulo satisfacen la ecuación, entonces el triángulo es recto).

Ternas pitagóricas. Una terna pitagórica es una terna de números enteros (a, b, c) tales que a²+b²=c². Aunque los babilonios ya sabían cómo generar tales ternas en ciertos casos, los pitagóricos extendieron el estudio del tema encontrando resultados como cualquier entero impar es miembro de una terna pitagórica primitiva. Sin embargo, la solución completa del problema no se obtuvo hasta el siglo XIII cuando Fibonacci encontró la forma de generar todas las ternas pitagóricas posibles.3

Sólidos regulares. Los pitagóricos descubrieron el dodecaedro y demostraron que sólo existen 5 poliedros regulares.

Números perfectos. Estudiaron los números perfectos, es decir aquellos números que son iguales a la suma de sus divisores propios (por ejemplo 6=1+2+3). Encontraron una fórmula para obtener ciertos números perfectos pares.

Números amigables. Un par de números son amigables si cada uno es igual a la suma de los divisores propios del otro. Jámblico atribuye a Pitágoras haber descubierto el par amigable (220, 284).

Números irracionales. El descubrimiento de que la diagonal de un cuadrado de lado 1 no puede expresarse como un cociente de números enteros marca el descubrimiento de los números irracionales.

Medias. Los pitagóricos estudiaron la relación entre las medias aritmética, geométrica y armónica de dos números y obtuvieron la relación .

Números figurados. Un número es figurado (triangular, cuadrangular, pentagonal, hexagonal, etc) si tal número de guijarros se pueden acomodar formando el polígono correspondiente con lados 1,2,3, etc.

Religión y metempsícosis. Afirmaba que las almas eran inmortales y transmigraban, y que conseguían su pureza a través del conocimiento y una serie de prohibiciones. Pitágoras creía firmemente que había habitado en otros cuerpos humanos de épocas anteriores. Se puede admitir que Pitágoras aceptó la doctrina de la metempsícosis. El renacimiento religioso había devuelto a la vida la vieja idea del poder del alma y de que su vigor perdura tras la muerte, en contra de la concepción homérica de las sombras de los difuntos como incapaces de articular palabra.

Vida fuera del cuerpo. Aquí se presenta Pitágoras con algo inaudito. Lo que permanece fuera del cuerpo no es un resto miserable, sino lo verdaderamente vivo. La vida que sigue a la presente no es un pálido reflejo, sino la verdadera y más intensa vida. La existencia terrena del hombre es sólo una de sus vidas posibles y una de las más pequeñas. El alma es lo más alto, prisionero en el cuerpo. El alma va tomando los más distintos cuerpos de todas las cosas que hay en el cosmos. La forma más alta y propia del alma parecen haber sido los astros, y donde llega la influencia pitagórica hallamos también la doctrina del parentesco del alma con la sustancia de los astros. El alma es eterna por ser semejante a los astros, y tiene en ellos su verdadera morada.

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Parentesco de todos los seres vivos. El alma va tomando los más distintos cuerpos de todas las cosas que hay en el cosmos. Pero el alma tiene en su mano el decidir la clase de cuerpo en el que va a introducirse, y que puede ser el cuerpo de una bestia o de un dios. Por lo tanto las almas podían reencarnarse en forma de seres vivos distintos del hombre, lo que, a su vez, sugiere el parentesco de todos los seres vivos. La versión de Empédocles incluía algunas plantas entre los seres vivos, y, por esta razón se pedía la abstención de las hojas de laurel y de las habas. Es muy posible que también Pitágoras creyera que era posible la reencarnación en forma de planta. Sobre este tema Empédocles escribe lo siguiente : “Lo que sobre él (Pitágoras) dice es lo siguiente: –Dice que al pasar él, en una ocasión, junto a un cachorro que estaba siendo apaleado, sintió compasión y dijo: Cesa de apalearle, pues es el alma de un amigo que reconocí al oírle gritar. Se piensa que esta doctrina fue aprendida por Pitágoras en el extranjero. Escritores tardíos dicen que visitó a los caldeos, indios brahmanes, los judíos, druidas o celtas. Heródoto sugiere que su teoría proviene de Egipto.

Reglas de abstinencia y otras prohibiciones. La metamorfosis del alma se realiza por necesidad, pero es también un camino de la libre decisión del hombre. Al puro se le da una encarnación en lo puro, y al impuro en lo impuro. Es tarea del hombre comportarse de tal modo que, al abandonar la vida terrena, pueda esperar, volver a nacer en una forma más elevada. De este modo el concepto de pureza es una pieza maestra de la vida pitagórica. De él brotan no sólo preceptos prácticos de vida, sino también, en un posterior desarrollo, dos ciencias que han conservado todavía en el bajo helenismo elementos de su origen: la medicina y la música. La práctica del silencio, la influencia de la música y el estudio de las matemáticas se consideran valiosas ayudas para la formación del alma. Sin embargo, varias de estas prácticas tuvieron un carácter meramente externo. Si es que Pitágoras prohibió en verdad comer carne, tal prohibición se debería probablemente a la doctrina de la metempsícosis, o estaría, por lo menos, en conexión con ella. Como también lo estaría la prohibición de ofrecer sacrificios sangrientos a la divinidad. El vegetarianismo en la Antigüedad tiene su origen en el pitagorismo. También prohíbe gustar el vino, las habas , el laurel... Además existen listas transmitidas de preceptos como “no te dejes poseer por una risa incontenible”, “no creas nada extraño sobre los dioses o sobre las creencias religiosas” –Preceptos. Son en parte preceptos y en parte símbolos que hay que interpretar. Otros símbolos que utilizaban era llamar al mar “las lágrimas de Cronos”, a los planetas “los perros de Perséfone”... y otros tomados y elaborados por el pitagorismo avanzado: la justicia es el número cuatro, la salud o buena fortuna el siete, el matrimonio el cinco.

Su idea de Dios. Protesta contra la imagen de los dioses trazada por la mitología. Es el comienzo de una época nueva en la religión griega. Enseña la existencia de un único Dios que mantiene el mundo unido en la justicia. Este Dios no piensa de manera humana ni tiene forma humana. Su cuerpo es una esfera y la divinidad se manifiesta en el movimiento circular del fuego de los astros.

Parménides

Parménides (en griego Παρμενίδης), (Elea Magna h. 510 a. C. - 450 a. C.), filóso-fo griego, nació, de acuerdo con Apolodoro, en la ciudad de Elea, colonia griega del sur de Magna Grecia (Italia). Es considerado por muchos eruditos como el miembro más importante de la escuela eleática, e incluso de todos los Filósofos presocráticos. Platón, por medio de los personajes de sus diálogos, lo llama "el grande" (Sofista 237 a), "padre" (241

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d), hace decir a Sócrates que Parménides es "venerable y temible a la vez (...) se me reveló en él una magnífica y muy poco frecuente profundidad de espíritu" (Teeteto 183 e). Aristóteles reconoce, en la Metafísica y en la Física que Parménides tiene una posición especial dentro de los primeros filósofos, y no le da el nombre de "fisiólogo" -como hace con el resto- puesto que su pensamiento torna imposible el saber acerca de la φυσις.

Hegel dice de él: "Con Parménides comienza el filosofar auténtico; en él hay que ver el ascenso de lo ideal." (Lecciones sobre la historia de la filosofía, en Werke in zwanzig Bäden, vol. 18, p.290). Heidegger ha reconocido la intelección de Parménides como el comienzo de la historia de la metafísica, esto es, el encubrimiento del principio de la metafísica (Was heisst Denken?, p. 98). Según el filólogo Diels, autor de Die Fragmente der Vorsokratiker junto con Kranz, los fragmentos conservados de Parménides representan aproximadamente un 90% de su obra, hecho único en el conjunto de los pensadores llamados presocráticos. El juicio de la posteridad acerca de la importancia de su obra, a pesar de lo variado de las razones, es unánime: Parménides es una figura de primer orden en el panorama de la filosofía griega y de todo el pensamiento occidental.

Biografía. Según Diógenes, Parménides fue discípulo de Jenófanes, pero no le siguió en su doctrina. Soción, según el mísmo Diógenes, afirma que el que lo convirtió a la vida contemplativa fue Aminias. Plutarco, Estrabón y Diógenes, siguiendo el testimonio de Espeusipo, coinciden en afirmar que Parménides participó en el gobierno de su ciudad, organizándola y dándole un código de leyes admirable.

Platón, en su diálogo Parménides relata que, acompañado de su discípulo Zenón de Elea, visitó Atenas cuando tenía aproximadamente 65 años de edad y que, en tal ocasión, Sócrates, entonces un hombre joven, dialogó con él.

El primer tratado sobre el ser. De sus escritos sólo se han conservado 160 versos, pertenecientes a 19 fragmentos de un poema didáctico, intitulado Sobre la naturaleza. En este tratado, considerado el primero sobre el ser, abogaba por la existencia del “Ser absoluto”, cuya no existencia declaraba inconcebible, pero cuya naturaleza admitía ser también inconcebible, ya que el “Ser absoluto” está disociado de toda limitación bajo la cual piensa el ser humano.

Apariencias irreales. Mantenía que los fenómenos de la naturaleza son sólo aparentes y debidos, en esencia, al error humano; parecen existir, pero no tienen entidad real. Sostenía también que la realidad, “Ser verdadero”, no es conocida por los sentidos, sino que sólo se puede encontrar en la razón. Esta creencia le convirtió en un precursor de la Teoría de las Ideas de Platón.

El ser no puede originarse del no ser. La teoría de Parménides de que el ser no pue-de originarse del no ser, y que el ser ni surge ni desaparece, fue aplicada a la materia por sus sucesores Empédocles y Demócrito, que a su vez la convirtieron en el fundamento de su explicación materialista del Universo.

Ser absoluto y relativo. Frase famosa de este gran filósofo griego es, "El ser es y el no-ser no es". Para Parménides existían dos seres: el ser absoluto y el ser relativo. La diferencia de estos dos seres es que el ser absoluto es algo que no es ni puede llegar a ser y el ser relativo es algo que no es pero puede llegar a serlo. Parménides dice que el fundamento

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de todo es el ente inmutable, único y permanente, el ente “es”, simplemente, sin cambio ni transformación alguna.

Sobre la naturaleza. Parménides escribió un poema filosófico en hexámetros del que conservamos la mayoría de los versos a través de Simplicio (Citas del poema según la versión de Alberto Bernabé, De Tales a Demócrito, Madrid, 1988). En dicho poema, luego de un premio de carácter religioso, en el que el autor realiza una serie de invocaciones para conseguir el favor de una diosa no identificada con el objeto de poder acceder al verdadero conocimiento, Parménides nos expone su doctrina: la afirmación del ser y el rechazo del devenir, del cambio. El ser es uno, y la afirmación de la multiplicidad que implica el devenir, y el devenir mismo, no pasan de ser meras ilusiones.

Verdad y opinión. El poema expone su doctrina a partir del reconocimiento de dos caminos para acceder al conocimiento: la vía de la verdad y la vía de la opinión. Sólo el primero de ellos es un camino transitable, siendo el segundo objeto de continuas contradicciones y apariencia de conocimiento.

La vía de la opinión parte, dice Parménides, de la aceptación del no ser, lo cual resulta inaceptable, pues el no ser no es. Y no se puede concebir cómo la nada podría ser el punto de partida de ningún conocimiento. ("Es necesario que sea lo que cabe que se diga y se conciba. Pues hay ser, pero nada, no la hay"). Por lo demás, lo que no es, no puede ser pensado, ni siquiera "nombrado". Ni el conocimiento, ni el lenguaje permiten referirse al no ser, ya que no se puede pensar ni nombrar lo que no es. ("Y es que nunca se violará tal cosa, de forma que algo, sin ser, sea"). Para alcanzar el conocimiento sólo nos queda pues, la vía de la verdad. Esta vía está basada en la afirmación del ser: el ser es, y en la consecuente negación del no ser: el no ser no es.

Identidad y unidad del ser. Afirma Parménides en estas líneas la unidad e identidad del ser. El ser es, lo uno es. La afirmación del ser se opone al cambio, al devenir, y a la multiplicidad. Frente al devenir, al cambio de la realidad que habían afirmado los filósofos jonios y los pitagóricos, Parménides alzará su voz que habla en nombre de la razón: la afirmación de que algo cambia supone el reconocimiento de que ahora "es" algo que "no era" antes, lo que resultaría contradictorio y, por lo tanto, inaceptable. La afirmación del cambio supone la aceptación de este paso del "ser" "al "no ser" o viceversa, pero este paso es imposible, dice Parménides, puesto que el "no ser" no es.

El ser eterno e ingénito. El ser es ingénito, pues, dice Parménides ¿qué origen le buscarías? Si dices que procede del ser entonces no hay procedencia, puesto que ya es; y si dices que procede del "no ser" caerías en la contradicción de concebir el "no ser " como "ser", lo cual resulta inadmisible. Por la misma razón es imperecedero, ya que si dejara de ser ¿en qué se convertiría? En "no ser " es imposible, porque el no ser no es... ("así queda extinguido nacimiento y, como cosa nunca oída, destrucción").

El ser indivisible. El ser es entero, es decir no puede ser divisible, lo que excluye la multiplicidad. Para admitir la división del ser tendríamos que reconocer la existencia del vacío, es decir, del no ser, lo cual es imposible. ¿Qué separaría esas "divisiones" del ser? La nada es imposible pensarlo, pues no existe; y si fuera algún tipo de ser, entonces no habría división. La continuidad de el ser se impone necesariamente, y con ello su unidad. Igualmente, ha de ser limitado, es decir, mantenerse dentro de unos límites que lo encierran por todos lados.

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El ser inmóvil. El ser es inmóvil, pues, de lo visto anteriormente queda claro que no puede llegar a ser, ni perecer, ni cambiar de lugar, para lo que sería necesario afirmar la existencia del no ser, del vacío, lo cual resulta contradictorio. Tampoco puede ser mayor por una parte que por otra, ni haber más ser en una parte que en otra, por lo que Parménides termina representándolo como una esfera en la que el ser se encuentra igualmente distribuido por doquier, permaneciendo idéntico a sí mismo.

El ser material. El ser al que se refiere Parménides es material, por lo que difícilmente puede ser considerado éste el padre del idealismo. El hecho de que Platón, posteriormente, aceptando los postulados parmenídeos, identificara a ese ser con la Idea, no debe ser extrapolado históricamente hasta el punto de llegar a afirmar que Parménides interpretaba el ser como algo no material. La afirmación de que el ser es Uno, finito, parece indicar claramente una concepción material del ser.

Conocimiento racional y sensible. Por lo demás, la asociación de la vía de la verdad con el pensamiento racional y de la vía de la opinión con la sensación parece poder aceptarse, aunque sin llegar a la claridad de la distinción que encontramos en Platón. Efectivamente, Parménides afirma en el poema la superioridad del conocimiento que se atiene a la reflexión de la razón, frente a la vía de la opinión que parece surgir a partir del conocimiento sensible. Pero el conocimiento sensible es un conocimiento ilusorio, de apariencia. Podemos aceptar pues que Parménides introduce la distinción entre razón y sensación, entre verdad y apariencia.

Tradicionalmente se ha asociado este poema con la crítica del movimiento, del cambio, cuya realidad había sido defendida por el pensamiento de Heráclito. Es probable que Parménides hubiera conocido el libro de Heráclito, pero también que hubiera conocido la doctrina del movimiento de los pitagóricos, contra la que más bien parece dirigirse este poema. Especialmente si consideramos la insistencia que hace Heráclito en la unidad subyacente al cambio, y en el papel que juega el Logos en su interpretación del movimiento. Obviamente, en la medida en que Heráclito afirma el devenir, las reflexiones de Parménides le afectan muy particularmente, aunque Heráclito nunca haya afirmado el devenir hasta el punto de proponer la total exclusión del ser.

Los pluralistas

Anaxágoras

Anaxágoras (en griego Αναξαγόρας) (500 - 428 a. C.) fue un filósofo griego presocrático que introdujo la noción de nous (νοῦς, espíritu, mente o pensamiento) en la filosofía de los orígenes; sus predecesores habían estudiado los elementos (tierra, aire, fuego, agua) como realidad última. Nació en Clazomene (en la actual Turquía) y se trasladó a Atenas (hacia 483 a. C.), debido a la destrucción y reubicación de Clazomene tras el fracaso de la revuelta jónica contra el dominio de Persia. Fue el primer pensador extranjero en establecerse en Atenas. Entre sus alumnos se encontraban el estadista griego Pericles,

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Arquelao, Protágoras de Abdera,Tucídides, el dramaturgo griego Eurípides, y se dice que también Demócrito y Sócrates.

Conocedor de las doctrinas de Anaxímenes, Parménides, Zenón y Empédocles, Anaxágoras había enseñado en Atenas durante unos treinta años cuando se exilió tras ser acusado de impiedad al sugerir que el Sol era una masa de hierro candente y que la Luna era una roca que reflejaba la luz del Sol y procedía de la Tierra. Marchó a Jonia y se estableció en Lámpsaco (una colonia de Mileto), donde, según dicen, se dejó morir de hambre.

Anaxágoras expuso su filosofía en su obra Peri physeos (Sobre la naturaleza), pero sólo algunos fragmentos de sus libros han perdurado. Según Aristóteles, Anaxágoras concibe el nous como origen del universo y causa de la existencia, pero a la vez trata de explicarse y llama a encontrar las cosas cotidianas de lo que ocurre en el mundo. Por otro lado, hizo formar parte de su explicación de la realidad al concepto de nous, inteligencia, la cual, siendo un «fluido» extremadamente sutil, se filtra por entre los recovecos de la materia, a la que anima con su movimiento. El nous penetra algunas cosas y otras no, con lo que se explica, siguiendo a Anaxágoras, la existencia de objetos animados e inertes.

Nous como causa de todo. Sócrates en el Fedón se muestra de acuerdo con la afirmación según la cual el nous es la causa de todo y conduce al orden y la armonía, pero discrepa con la búsqueda de las causas materiales emprendida por Anaxágoras.

Su doctrina del nous fue más tarde adoptada críticamente por Aristóteles. Las diferencias entre las concepciones de uno y otro pueden apreciarse con este ejemplo: Para Anaxágoras los humanos pudieron hacerse inteligentes debido a que tenían manos, en cambio para Aristóteles el hombre recibió manos debido a que tenía inteligencia.

Empédocles

Biografía. Empédocles nació en Agrigento (Sicilia), el año 495 a. C.(?) y murió probablemente en 435 a. C. Fue un destacado filósofo y poeta griego. Realmente se conoce muy poco de la biografía de Empédocles; su personalidad está envuelta en la leyenda, que lo hace aparecer como mago y profeta, autor de milagros y revelador de verdades ocultas y misterios escondidos.

Se sabe, no obstante, que Empédocles nació en el seno de una familia ilustre, y llegó a ser jefe de la facción democrática de su ciudad natal. Su fama como científico y médico-taumaturgo, unida a su posición social, le permitió ocupar importantes cargos en la vida pública. El final de su vida lo pasó exiliado en el Peloponeso. Se forjaron varias versiones en torno a su muerte, la más conocida de todas es aquella según la cual se habría arrojado al volcán Etna para ser venerado como un dios por sus conciudadanos.

De sus escritos se conservan únicamente Los Políticos, el tratado Sobre la medicina, el Proemio a Apolo, Sobre la naturaleza (sólo se conservan unos 450 versos de los 5.000 de que constaba la obra) y Las Purificaciones (de argumento místico e inspirado en el orfismo). Parece que hay que considerar espúreas las tragedias que se le atribuyen. Escribió sus obras en forma de poemas. Su doctrina parece depender en muchos puntos de Parménides, a quien se supone conoció en un viaje a Elea.

Necesidad del ser conciliado con el devenir. En sus obras Empédocles comienza, como Parménides, estableciendo la necesidad y perennidad del ser. Pero su originalidad

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consiste en conciliar dicha necesidad con el devenir, con el transcurrir de todo. Intentando responder a esta cuestión, nos habla de cuatro "raíces" (rhicómata) eternas, los cuatro elementos naturales: fuego, agua, aire y tierra. Estas raíces corresponden a los principios (arjé) de los jónicos, mas, a diferencia de éstos, que se transforman cualitativamente y se convierten en todas las cosas, las raíces de Empédocles permanecen cualitativamente inalteradas: son originarias e inmutables (se prepara así la noción de "elementos"). Lo que provoca el cambio son dos fuerzas cósmicas que él llama Amor y Odio. (También en esto Empédocles prepara el camino para la causa o fuerza natural).

Amor y Odio. Para Empédocles, el Amor tiende a unir los cuatro elementos, como atracción de lo diferente; el Odio actúa como separación de lo semejante. Cuando predomina totalmente el Amor, se genera una pura y perfecta esfera toda ella igual e infinita, que goza de su envolvente soledad. El Odio comienza entonces su obra, deshaciendo toda la armonía hasta la separación completa del caos. De nuevo al Amor interviene para volver a unir lo que el odio ha separado, y así, las dos fuerzas, en sus cíclicas contiendas, dan vida a las diversas manifestaciones del cosmos.

Los cuatro elementos y el conocimiento. Los cuatro elementos y las dos fuerzas que lo mueven explican asimismo el conocimiento, según el principio de que lo semejante se conoce con lo semejante. Las cosas emanan flujos que, pasando a través de los poros de los elementos, determinan el contacto y el reconocimiento.

Observación de la naturaleza. Sobre estas bases Empédocles dedicó gran interés a la observación de la naturaleza (botánica, zoología y fisiología), y expuso originales concepciones sobre la evolución de los organismos vivos, la circulación de la sangre, y la sede del pensamiento en el corazón, tesis acogida durante mucho tiempo por la medicina.

Metempsícosis. Esta doctrina de la evolución y transformación de todos los seres le da pie para la teoría de la metempsícosis: por ley necesaria los seres expían sus delitos a través de una serie de reencarnaciones. "Yo he sido ya, anteriormente, muchacho y muchacha, arbusto, pájaro y pez habitante del mar". Solamente los hombres que logren purificarse podrán escapar por completo del círculo de los nacimientos y volver a morar entre los dioses.

Visión del hombre. La teoría de los cuatro elementos que han de estar en armonía, permite elaborar una concepción de salud, que tendrá amplia repercusión en la medicina griega posterior. Utilizando otros términos Empédocles considera al hombre un microcosmos (El hombre, concebido como resumen completo del universo o macrocosmos), una suerte de mundo microscópico (dado que contiene los mismos elementos) y ello le permite formular una explicación de conocimiento por "simpatía": "lo semejante conoce a lo semejante". Así, las emanaciones que proceden de las cosas entran por los poros del cuerpo humano, yendo a encontrar lo semejante que en éste hay:

"Vemos la tierra por la tierra, el agua por el agua, el aire divino por el aire y el fuego destructor por el fuego. Comprendemos el amor por el amor y el odio por el odio." Fr. 109

Para Empédocles, la realidad es concebida como una esfera, lo cual sugiere que parte de la concepción de Parménides. La esfera de Empédocles equivale al Ser de Parménides, aunque a diferencia de éste último, no niega el valor de las apariencias porque para él, hay movimiento y hay pluralidad de seres. Lo que hace es introducir dentro de la esfera a la variedad: en su interior se encuentran los cuatro elementos.

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Resumen de otros filosofías. Podría decirse pues, que inspirándose en Tales, Anaxímenes, Heráclito y Jenófanes, aúna de todos ellos sus elementos primigenios. Cada uno de estos elementos es eterno e imperecedero, pero al mezclarse entre sí dan lugar a la diversidad de seres y cambios que se observan en el mundo. La mezcla de los elementos es producido por dos fuerzas cósmicas: el amor y el odio. Son fuerzas que también se encuentran en el hombre y que al explicar en su lucha todo cuanto sucede, determinan la visión trágica que Empédocles tiene de la existencia:

Estos elementos no cesan nunca su continuo cambio. En ocasiones se unen bajo la influencia del Amor, y de este modo todo devinen lo Uno; otras veces se disgregan por la fuerza hostil del Odio (...) y tienen una vida inestable (...) Este mismo combate de dos fuerzas se ve claramente en la masa de los miembros mortales. A veces, por efecto del amor, todos los miembros que posee el cuerpo se reúnen en unidad, en la cima de la vida floreciente. Pero otras veces, separados por el odio cruel, vagan por su lado a través de los escollos de la existencia." Fr. 17-20. Para Empédocles, la vida del hombre es unánime.

Demócrito

Demócrito (en griego Δημόκριτος), fue un filósofo griego presocrático (n. Ab dera , Tracia ca. 460   a.   C. - m. ca. 370   a.   C. ) 1 2 discípulo de Leucipo.

Biografía. Demócrito de Adbera vivió entre los años 460 al 370 aC, siendo contemporáneo a Sócrates. Hiparco de Nicea asegura, según Diógenes de Laertes, que Demócrito murió a los 90 años de edad; y todos los autores de la antigüedad que hayan hecho referencia a su edad, coinciden en que vivió más de cien años. Fue conocido en su época por su carácter extravagante, ya que según relatos solía reír muy a menudo. Se dice que viajó por Egipto, Caldea y Persia y que incluso llegó a la India en busca de conocimientos. Una leyenda dice que se arrancó los ojos en un jardín para que no le estorbara en la contemplación del mundo externo en sus meditaciones; leyenda que expresa el desprecio que Demócrito tenía por el conocimiento meramente sensitivo.

Diógenes de Laertes listó una serie de escritos de Demócrito que superan las 70 obras sobre ética, física, matemática, técnica e incluso música, por lo que Demócrito es considerado un autor enciclopédico.

Filosofía. Junto con su maestro, Leucipo, Demócrito es considerado fundador de la escuela atomista. Se inscribe entre los post-eleatas, en tanto que acepta los principios establecidos por Jenófanes y Parménides, pero desarrolla una filosofía pluralista como Anaxágoras o Empédocles.

Dos causas para la realidad. Para Demócrito, la realidad está compuesta por dos causas (o elementos): το ον (lo que es), representado por los átomos homogéneos e indivi-sibles, y το μηον (lo que no es), representado por el vacío. Este último es un no-ser no-absoluto, aquello que no es átomo, el elemento que permite la pluralidad de partículas diferenciadas y el espacio en el cual se mueven.

Átomos indivisibles. Demócrito pensaba y postulaba que los átomos son indivisibles, y se distinguen por forma, tamaño, orden y posición. Se cree que la distinción por peso, fue introducida por Epicuro años más tarde o que Demócrito mencionó esta cualidad sin desarrollarla demasiado. Gracias a la forma que tiene cada átomo es que pueden ensamblarse —aunque nunca fusionarse (siempre subsiste una cantidad mínima de vacío

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entre ellos que permite su diferenciación)— y formar cuerpos, que volverán a separarse, quedando libres los átomos de nuevo hasta que se junten con otros. Los átomos de un cuerpo se separan cuando colisionan con otro conjunto de átomos; los átomos que quedan libres chocan con otros y se ensamblan o siguen desplazándose hasta volver a encontrar otro cuerpo.

Para Demócrito, los átomos estuvieron y estarán siempre en movimiento y son eternos. El movimiento de los átomos en el vacío es un rasgo inherente a ellos, un hecho irreductible a su existencia, infinito, eterno e indestructible. Al formar los átomos, por necesidad, un vórtice o remolino (dine), sus colisiones, uniones y separaciones forman los diferentes objetos y seres y la realidad con toda su diversidad. Cada objeto que surge en el universo y cada suceso que se produce, sería el resultado de colisiones o reacciones entre átomos. Aunque la cita "todo cuanto existe es fruto del azar y la necesidad" se atribuye a Demócrito, sus escritos enfatizan en la necesidad, al contrario de Epicuro que enfatizó en el azar. El modelo atomista se interpreta por el azar y las reacciones en cadena.

La psyché (alma) del hombre estaría formada por átomos esféricos livianos, suaves, refinados y el soma (cuerpo), por átomos más pesados. Las percepciones sensibles, tales como la audición o la visión, son explicables por la interacción entre los átomos de los efluvios que parten de la cosa percibida y los átomos del receptor. Esto último justifica la relatividad de las sensaciones.

El conocimiento verdadero y profundo es el de los átomos y el vacío, pues son ellos los que generan las apariencias, lo que percibimos, lo superficial.

Filosofía del hombre: Sócrates

Sócrates (en griego, Σωκράτης, Sōkrátēs) (470 a. C. - 399 a. C.) filósofo griego, es considerado uno de los más grandes tanto de la filosofía occidental como universal. Precursor de Platón y Aristóteles, representantes fundamentales de toda la filosofía griega. Nació en Atenas, donde vivió durante los dos últimos tercios del siglo V a.C, la época más espléndida en la historia de su ciudad natal, y de toda la antigua Grecia. Desde muy joven llamó la atención de los que le rodeaban por la agudeza de sus razonamientos y su facilidad de palabra, además de la fina ironía con la que salpicaba sus tertulias con los ciudadanos jóvenes aristocráticos de Atenas, a quienes les preguntaba sobre su confianza en opiniones populares, aunque muy a menudo él no les ofrecía ninguna enseñanza.

Su inconformismo le impulsó a oponerse a la ignorancia popular y al conocimiento de los que se decían sabios. Él no se consideraba a sí mismo sabio y comenzó así su búsqueda, preguntando y conversando con aquellas personas a quienes la gente consideraba sabias, pero se dio cuenta de que en realidad creían saber más de lo que realmente sabían. Filósofos, poetas y artistas, todos creían tener un gran conocimiento, pero en cambio Sócrates era consciente tanto de la ignorancia que le rodeaba como de su propia ignorancia, y este conocimiento le llevó a tratar de hacer pensar a la gente y hacerles ver el conocimiento real que tenían sobre las cosas. Fingiendo saber menos, conversaba con la gente y luego les hacía notar sus errores; a esto se le denominó «ironía socrática», la cual queda expresada con su célebre frase «Sólo sé que no sé nada». Su más grande mérito fue crear la mayéutica,

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método inductivo que le permitía llevar a sus alumnos a la resolución de los problemas que se planteaban, por medio de hábiles preguntas cuya lógica iluminaba el entendimiento.

El rechazo al relativismo de los sofistas llevó a Sócrates a la búsqueda de la definición universal, que pretendía alcanzar mediante un método inductivo; probablemente la búsqueda de dicha definición universal no tenía una intención puramente teórica, sino más bien práctica. Tenemos aquí los elementos fundamentales del pensamiento socrático. Los sofistas habían afirmado el relativismo gnoseológico y moral. Sócrates criticará ese relativismo, convencido de que los ejemplos concretos encierran un elemento común respecto al cual esos ejemplos tienen un significado. Si decimos de un acto que es "bueno" será porque tenemos alguna noción de "lo que es" bueno; si no tuviéramos esa noción, ni siquiera podríamos decir que es bueno para nosotros pues, ¿cómo lo sabríamos? Lo mismo ocurre en el caso de la virtud, de la justicia o de cualquier otro concepto moral. Para el relativismo estos conceptos no son susceptibles de una definición universal: son el resultado de una convención, lo que hace que lo justo en una ciudad pueda no serlo en otra. Sócrates, por el contrario, está convencido de que lo justo ha de ser lo mismo en todas las ciudades, y que su definición ha de valer universalmente. La búsqueda de la definición universal se presenta, pues, como la solución del problema moral y la superación del relativismo.

¿Cómo proceder a esa búsqueda? Sócrates desarrolla un método práctico basado en el diálogo, en la conversación, la "dialéctica", en el que a través del razonamiento inductivo se podría esperar alcanzar la definición universal de los términos objeto de investigación. Dicho método constaba de dos fases: la ironía y la mayéutica. En la primera fase el objetivo fundamental es, a través del análisis práctico de definiciones concretas, reconocer nuestra ignorancia, nuestro desconocimiento de la definición que estamos buscando. Sólo reconocida nuestra ignorancia estamos en condiciones de buscar la verdad. La segunda fase consistiría propiamente en la búsqueda de esa verdad, de esa definición universal, ese modelo de referencia para todos nuestros juicios morales incluso a través de la aporía. La dialéctica socrática irá progresando desde definiciones más incompletas o menos adecuadas a definiciones más completas o más adecuadas, hasta alcanzar la definición universal. Lo cierto es que en los diálogos socráticos de Platón no se llega nunca a alcanzar esa definición universal, por lo que es posible que la dialéctica socrática hubiera podido ser vista por algunos como algo irritante, desconcertante o incluso humillante para aquellos cuya ignorancia quedaba de manifiesto, sin llegar realmente a alcanzar esa presunta definición universal que se buscaba.

Esa verdad que se buscaba ¿era de carácter teórico, pura especulación o era de carácter práctico? Todo parece indicar que la intencionalidad de Sócrates era práctica: descubrir aquel conocimiento que sirviera para vivir, es decir, determinar los verdaderos valores a realizar. En este sentido es llamada la ética socrática "intelectualista": el conocimiento se busca estrictamente como un medio para la acción. De modo que si conociéramos lo "Bueno", no podríamos dejar de actuar conforme a él; la falta de virtud en nuestras acciones será identificada pues con la ignorancia, y la virtud con el saber.

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Del mito a la ciencia: la Historia

Fuente: Introducción a la literatura griega, Bowra, C.M.

El rápido desarrollo de la civilización griega en los siglos VII y VI dio origen a nuevas creencias que exigían una nueva expresión en palabras. Éste fue el caso de la ciencia y la filosofía, ya visibles en los comienzos del siglo VI. Si la ciencia se producía como se producían las cosas, la filosofía preguntaba por qué son las cosas y aunque al principio no se podía distinguir entre una y otra necesitaban ambos medios adecuados para expresar sus problemas.

La poesía como primer medio de expresión. El padre de la ciencia griega, Tales, que predijo un eclipse el 28 de mayo del 585 a. de C., parece que no dejó escritas sus especulaciones; y sus enseñanzas, como ésa de que todas las cosas proceden en último término del agua, debieron de transmitirse por vía oral y de recordarse gracias a su sorprendente carácter. Pero otros no se conformaron con este procedimiento y se vieron obligados a descubrir el medio conveniente de expresión. Tanto Tales como sus sucesores eran griegos de Jonia; tenían tras de sí una larga tradición de poesía, y por ello no es sorprendente que algunos de estos primitivos pensadores escribieran en verso. Al hacerlo así, continuaron en nuevas condiciones lo que Hesíodo había hecho al explicar el mundo por medio de genealogías míticas, o Alcmán cuando, anticipándose de un modo curioso a Tales, dijo que Tetis, la diosa del mar, fue la que puso en los comienzos orden en las cosas. La poesía era una forma establecida, y era na-tural que se emplease en la formulación de temas de investigación intelectual.

Elegía para la crítica. Jenófanes de Colofón (570-479 a. de C.) empleó la elegía para criticar los defectos sociales, tales como la concesión de elevadas recompensas a los atletas victoriosos, o la necesidad de entonar canciones serias en las fiestas, pero cuando se vio impelido a tratar temas de interés más amplio, los expuso en hexámetros, sin duda alguna, por ser éste el medio fijado por la tradición para exponer cosmologías. Sentía un interés particular por los dioses y sobre ellos tenía ideas atrevidas y originales. Rechazó todas las leyendas en las que se robaba, fornicaba o engañaba. Sostuvo que la concepción antropomórfica estaba por completo equivocada y que si los caballos y los bueyes tuvieran manos, harían las imágenes de los dioses a semejanza suya. Creía en un solo dios, al parecer, material y a la vez espiritual : la totalidad de las cosas en todos los niveles: “Todo él ve, todo él piensa, todo él oye.” Sus vigorosos argumentos y sus ejemplos bien escogidos se acomodan con facilidad a sus versos, claros y melodiosos, aunque no sea sino porque rehuye los argumentos demasiado abstractos y no emplea términos técnicos. Era a la vez teólogo, filósofo y científico y supo combinar estos tres aspectos sin dificultad.

En hexámetros la filosofía sobre el ser. Parménides de Elea (c. 5 20-45o a. de C.) acometió una empresa mucho más dificultosa cuando expuso en hexámetros su notable concepción de la realidad como unidad inmutable, y de la apariencia, como una masa de contradicciones sobre la que tan sólo se pueden hacer conjeturas. La importancia que atribuía a sus temas se trasluce en los versos que abren su poema, en los que se describe a sí mismo como conduciendo un carro hasta las Puertas de la Noche y del Día, en las que le recibe una diosa y le hace una revelación. Pero, a pesar de tener un notable dominio de la palabra, resulta envarado, porque la argumentación lógica es algo que el hexámetro no puede

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fácilmente soportar, y por esa razón, no sólo por el estado fragmentario de su texto, se hace su mensaje tan dificil de desentrañar.

Ciencia y religión en hexámetros. Después de él, ningún otro filósofo volvió a emplear el verso. La ciencia y la religión, en cambio, pudieron emplearlo por más tiempo. Empédocles de Agrigento (494-434 a. de C.) escribió dos obras en hexámetros, Las Purificaciones y Sobre la naturaleza. La primera se ocupa de ciertas creencias religiosas extendidas en Sicilia en su época y en especial de la transmigración de las almas, en la que creía fervorosamente. El tratado Sobre la naturaleza se ocupa, en cambio, de temas más técnicos e intenta reducir la realidad a los cuatro elementos: tierra, aire, agua y fuego, una teoría que gozó de general aceptación durante muchos siglos. Tiene pasajes complejos de discusión y de demostración, pero conserva su sabor poético y echa mano de recursos míticos, cuando atribuye el gobierno del mundo al Amor y a la Disputa, que producen el nacimiento y la muerte de las cosas mortales. Los restos considerables de esta obra demuestran que Empédocles era capaz de escribir bien incluso sobre los temas más áridos: tan adaptable era el hexámetro griego y tan abundante el vocabulario que tenía el poeta a su disposición.

En prosa sobre la estructura del universo. Por brillantes que fueran estos logros en la ampliación de las actividades del arte de las palabras, de haberse proseguido, hubieran supuesto un grave obstáculo para el libre desarrollo de la investigación intelectual. Por fortuna, los primitivos pensadores no siguieron todos el mismo modelo. Algunos de ellos, especialmente Anaximandro (610- 540 a. de C.), y su discípulo Anaxímenes (546 a. de C.), ambos de Mileto, escribieron en prosa sobre la estructura del universo, y su estilo lo tuvieron que tomar de la lengua coloquial. Así Anaxímenes dijo: "tal como nuestra alma que es aire mantiene nuestra cohesión, el aliento y el aire mantienen la totalidad del mundo", empleando una imagen muy sencilla para dejar en claro su pensamiento. La prosa griega debió su nacimiento a estos primeros pensadores, y es significativo que su estilo directo, reflejo de la agudeza de sus inteligencias, lo continuaran a lo largo del siglo siguiente otros investigadores como Demócrito (c. 460-370 a. de C.), el padre putativo de la física atómica por su filosofía atomística. Pero, aun así, no todos los filósofos escribieron como ellos. Al menos uno sintió que su cometido especifico exigía un estilo especial.

Imágenes, paradojas y estilo oracular. Heráclito de Éfeso (500 a. de C.), que concebía la realidad como un fluir perpetuo escribió en un estilo oracular que oculta casi por completo su pensamiento en imágenes y paradojas y produce gracias a ello, como sin duda alguna se proponía, efectos que chocan a la imaginación e impresionan, como cuando dice "el camino hacia arriba y el camino hacia abajo es uno y el mismo" o “el tiempo es un niño que juega a los dados, el poder real es el de un niño" o "los mortales son inmortales y los in-mortales son mortales, los unos viven la muerte de los otros, y mueren la vida de los otros." Desde sus primeros comienzos conscientes la prosa griega siguió más de una trayectoria y cuando llegó a su madurez quienes la practicaban hallaron abiertas frente a sí multitud de po-sibilidades, para escoger entre ellas la más adecuada a sus fines y a sus capacidades.

La distinción entre científicos y filósofos un anacronismo. En este período los griegos apenas establecían distinción alguna entre científicos y filósofos y consideraban que todos los indagadores de la naturaleza de las cosas practicaban lo que llamaban historie, que significa sencillamente “indagación.” Esto incluía la indagación de la naturaleza del hombre,

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de sus hechos, de su patria, y fue ésta la que condujo a la creación de lo que conocemos como historia.

La Historia

En un principio no tenía los límites que tendemos a imponerle hoy día. Su fundador es Hecateo de Mileto, que del 500 al 494 a. de C. fue un activista de la política antipersa, y escribió dos libros de los que se conservan restos importantes. En sus Genealogías trató de hacer con respecto a los hombres el equivalente de lo que había hecho Hesíodo con respecto a los dioses y trazó un gran número de árboles genealógicos. En su Vuelta a la tierra describió la geografía de ciertas regiones de Europa, Asia y África con ciertas noticias sobre sus habitantes, hasta Tartesos en España, por un lado, y hasta la India, por otro, aunque la mayor parte de su material lo constituía la cuenca del Mediterráneo. Con todo, echó los cimientos de la Historia, porque situó la generación de su época con respecto a las de un largo pasado y se dio cuenta de que a los pueblos se les debe estudiar en su medio ambiente geográfico. Pese a las críticas de sus sucesores por su poco juicio y sus muchos débitos con su predecesores, sus intenciones eran excelentes según se desprende de sus palabras al comienzo de sus Genealogías: "lo que escribo aquí es el relato que estimé cierto. Pues las historias de los griegos son múltiples y en mi opinión ridículas." Este agudo sentido de la independencia manifiesta su distancia jónica, y en un espíritu similar al suyo continuarían su obra otros.

Heródoto

Heródoto de Halicarnaso (485-428 a. de C.) fue calificado por Cicerón de "padre de la historia", y como tal se le sigue considerando en los anales de la civilización occidental. Abandonó su patria en edad temprana e hizo largos viajes por el Mar Negro, hasta Crimea y tierra adentro, por las regiones occidentales de Asia Menor, en la principal ruta de caravanas de Palestina a Egipto, por Egipto hacia el Sur hasta Asuán. Pasó varios años en Turios al sudoeste de Italia, pero su patria espiritual fue Atenas. Por ella sintió muy pronto un cariño y una admiración que jamás perdió. Al escribir su Historia sabía lo quería hacer y expresó sus propósitos en este párrafo que la abre:

“ésta es la exposición de la historia de Heródoto para que los hechos de los hombres no se olviden con el tiempo y no queden sin gloria las grandes y admirables hazañas realizadas por los griegos y por los bárbaros, especialmente la causa por la que lucharon entre sí.”

Tema Grecia y su entorno. El tema principal de Heródoto es las relaciones entre los griegos y los otros con su culminación en las Guerras Médicas del 490 y del 480-479. Se da cuenta de que para poderlas situar en su contexto adecuado le es preciso relatar previamente los contactos y los conflictos anteriores entre dichos pueblos y exponer en sus líneas generales la evolución que les hizo a los griegos ser lo que eran en el momento de las invasiones persas. Echa los cimientos de su historia, a gran escala, comenzando por la primera amenaza procedente de Lidia en el siglo VII, continuándola con la conquista de Lidia por Ciro y los sucesores de Ciro, Darío y Cambises, hasta llegar a Jerjes. Pero en su profundo interés por los persas, da amplios informes no sólo de su historia política, sino de los grandes territorios que conquistaron en Babilonia y Egipto y de su intento de conquistar Escitia. Luego pasa a África, conquistada en parte por Cambises, y se extiende asimismo ampliamente sobre ella.

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En la primera parte de su gran obra los griegos aparecen con frecuencia, y se hacen algunas menciones a su historia de los siglos VII y VI, pero, hasta el choque de los persas con los jonios de Asia Menor, Heródoto no concede el mismo espacio a los beligerantes y en sus últimos libros se hace más escueto, para atender al detalle, a las batallas y a los hechos políticos de las Guerras Médicas. El desarrollo exuberante de los primeros libros es un recurso deliberado para situar los acontecimientos posteriores en su perspectiva correcta y dejar en claro la magnitud del escenario en el que dichos acontecimientos tuvieron lugar. Las digresiones en él son muy numerosas, en parte debido a que el formato del libro de entonces excluía las notas al pie de página, que debían incluirse en el texto, y a que los mapas no se ofrecían en forma de diagramas y tenían que hacerse por medio de palabras, pero, sobre todo, por la heterogeneidad tan grande de sus materiales que no permite encuadrarlos en una narración directa. Si hubiera tratado su ingente tema de un modo más económico, hubiéramos quedado considerablemente empobrecidos.

Más que guerra y política. La concepción herodotea de la Historia rebasaba ampliamente el relato de los sucesos de los acontecimientos políticos y militares. Heródoto tenía el convencimiento de que los hombres, en gran parte, son el producto de sus circunstancias, y de que, por tanto, debía dejar en claro cuáles eran éstas.

Su geografía. Se sirvió de los pocos mapas disponibles que eran más bien diagramas esquemáticos y no mapas detallados. Su material cartográfico le hizo concebir la división del mundo en tres continentes, Europa, Asia y África, pero no le indujeron consideraciones a-priorísticas a decir la configuración que debían tener. Dudaba de la existencia del río Océano, del que se pensaba que fluía alrededor de la tierra, y no creía en los míticos hiperbóreos de quienes se decía que habitaban más allá del viento norte. Sabía que África estaba rodeada por el mar porque habla sido circunnavegada por los marinos fenicios, pero no estaba convencido de que las Casitérides o “islas del Estaño", al parecer las islas Británicas, fueran en realidad islas, o de que el Erídano, identificado con el Ródano, el Rin o el Po, corría hacia el Norte.

Sentía un gran interés por el Nilo, especialmente por sus aluviones que forman el delta de Egipto. Daba por seguro que las bocas del Nilo se cerrarían con el tiempo y de que el río crearía un segundo Egipto en el mar Rojo. Patentizó su sentido del tiempo al suponer, lo que no es ningún absurdo, que ese proceso duraría unos veinte mil años. Sus informes recogidos de las más diversas fuentes, abarcaban la ruta a través del Sahara hasta Bahr-el Ghazal y sus pigmeos, la enorme extensión del Asia oriental, los cocodrilos de un río de la India, tal vez el Indo o incluso el Ganges, el comercio terrestre del ámbar desde el Noroeste, y el cambiante paisaje de Rusia, al menos hasta los Urales. Prestaba gran atención a las condiciones naturales, desde las bien irrigadas tierras de Mesopotamia a los desiertos de África y también a los animales salvajes que abundaban en las diversas regiones. Visitó los campos de batalla de las Guerras Médicas y ajustó el relato de éstas a la correspondiente topografía. Veía en el hombre un producto de sus circunstancias y tenía sus ideas personales sobre la conexión entre aquél y éstas.

Muchos tipos de hombres, la antropología. Sus viajes le permitieron llegar al conocimiento de que hay muchos tipos de hombres y la curiosidad que le despertaban hizo de él el padre de la antropología. Algunas de las diferencias de los pueblos las atribuía a causas físicas, pretendiendo que el sol, por ejemplo, oscurece las facciones y endurece los cráneos. Llega incluso a hacer, con éxito, una audaz clasificación de los hombres según las

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afinidades de sangre o físicas, de lenguaje, de cultos y ritos, y de formas de vida. De cada una da buenos ejemplos. Observó que ciertos escitas de Ascalón no tenían barba y que el mismo fenómeno se observaba en Escitia. Cita a menudo palabras extranjeras y recoge la interesante anécdota de cómo el faraón Psamético de Egipto trató de descubrir cuál era el lenguaje más antiguo aislando dos niños desde su nacimiento. La primera palabra que pronunciaron fue bekos, el término frigio para el pan y esto dirimió la cuestión. Heródoto recoge multitud de ritos religiosos, describiéndolos detalladamente en el caso de persas, escitas y egipcios.

Comidas y pueblos Muestra gran interés por el régimen alimenticio y apunta los pueblos que comen trigo, cereales, fruta, asnos o piojos, como los nómadas Boudini del norte de Africa, o a los cálatas de la India. En todos estos temas se muestra sorprendentemente tolerante y no le repugnan prácticas que muchos griegos hubieran considerado repelentes y bárbaras. En su apoyo cita las palabras de Píndaro: "la costumbre es la reina de todas las cosas" y, aunque Píndaro las empleó para demostrar que a los dioses les está permitido hacer lo que les es ilícito a los hombres, Heródoto las aplica en un sentido mucho más amplio para demostrar que los hombres obran conforme a su educación y tradiciones.

Cuatro pruebas para diferenciar a unos hombres de otros. Sus cuatro pruebas para diferenciar unos pueblos de otros no están todavía anticuadas, y en cada una hizo multitud de agudas observaciones personales. Empero, estaba bien consciente de que dichas pruebas no eran definitivas y de que "en el transcurso de los años puede suceder algo", pero, precisamente por tener tan clara consciencia de las diferencias humanas, estaba capacitado para contrastar los enormes imperios multirraciales de Asia con los con los griegos, que aunque divididos, eran homogéneos. Su antropología, lo mismo que su geografía, le deparó un marco de incalculable valor para la historia del conflicto que se proponía relatar.

La política. Una tercera parte de las investigaciones atañentes al hombre era lo que los griegos llamaban "política". Se trataba del estudio de los métodos y de los principios de gobierno, un campo destinado a convertirse con el tiempo en uno de los temas principales de los filósofos. En Heródoto vemos cómo procedía este pensamiento teórico en un estadio primitivo. Tras el derrocamiento de los magos, que se habían apoderado del poder en Persia, los jefes de la conspiración discuten el tipo de gobierno que debía instituirse. Por riguroso turno Otanes, Megabizo y Darío defienden respectivamente las ventajas de la democracia, la oligarquía y la aristocracia. Los cuatro restantes, que no hablaron, votaron a favor del último, que consiguió imponer su criterio. Evidentemente, es muy improbable que tales discursos se pronunciasen, o que si se pronunciaron, hubiera podido tener noticias de ellos Heródoto, pero éste hace hincapié en el hecho de que "aunque ciertos de nuestros conciudadanos se niegan a creer que se pronunciaron, sin embargo se pronunciaron.”

Heródoto debió sin duda de dar crédito a su fuente, y si el que se lo diera es digno de observarse, más importante es la breve discusión en la que cada orador, expone con cierta fuerza los argumentos al uso para justificar su elección de gobierno, lo cual es un intento de dejar sentados sus méritos respectivos. Heródoto desea aclarar el problema y lo consigue con ese recurso, pero personalmente no está de acuerdo con su conclusión.

Admiración por Atenas. A pesar de su tolerancia hacia todos los tipos de hombres y de gobiernos, su admiración la acaparaba la democracia ateniense tal como se había

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establecido durante las Guerras Médicas, y creía que la derrota de Persia se debió en gran parte al desarrollo de la libertad democrática. De hecho, da la impresión de haber aceptado más de una vez con excesiva ligereza la versión ateniense de los últimos acontecimientos en detrimento de Esparta, Corinto o Tebas. Pero si sus convicciones democráticas le hacían equivocarse a veces, reconocía, en todas sus variantes, los méritos de cualquier tipo de hombre y estaba muy lejos de creer que los tiranos y los grandes reyes tuvieran por fuerza que ser malvados. A pesar de que no obtuvo la ciudadanía ateniense y de que no pudo pasar muchos años en Atenas, se expresa desde el punto de vista de los atenienses en el máximo esplendor de su ciudad.

Lo que oía decir y sus investigaciones. Heródoto vio con sus propios ojos muchas cosas pero amplió enormemente su conocimiento con lo que oía decir y con sus propias investigaciones. No parece haber dependido en el mismo grado que los historiadores modernos de los documentos escritos. De éstos tal vez recibiera alguna información en el caso de Egipto, pero ignoraba la lengua y estaba a la merced de lo que los guías le referían. No visitó Persia, y su excelente información sobre los asuntos persas la tuvo que recibir de algún persa que hubiera encontrado fuera de su patria, sin que quepa pensar en este caso en el manejo de documentos. Había leído al puñado de sus predecesores, especialmente a Hecateo, pero no tenía una buena opinión de él.

Su fuente principal de información fueron las conversaciones que mantuvo con extraordinario entusiasmo en las regiones más diversas. De dar crédito a sus palabras, habría hablado con gentes procedentes de más de cuarenta ciudades y regiones de Grecia, desde Chipre a Siracusa, y de más de treinta países, desde Arabia y el oasis de Ammón hasta el Cáucaso y Escitia, y desde Persia a Cartago. Se daba plena cuenta de que no podía aceptar todo lo que oía decir y, a pesar de que sus métodos no se pueden calificar propiamente de científicos, se percató de la necesidad de verificar los hechos y de establecer criterios, que, a su manera, formuló.

Quizá su decisión más prudente fue la de recoger todo lo que había escuchado, lo creyera o no. Así, cuando los fenicios circunnavegaron África, contaron que, a partir de un determinado punto el sol se levantó a su mano derecha. El aserto, desde luego, era correcto, pero Heródoto sin conocer la forma esférica de la tierra, no podía aceptarlo. Fue amigo del gran clan de los Alcmeónidas de Atenas y no podía creer que hubieran planeado colaborar con los persas, si éstos ganaban en Maratón, y refiere como prueba de ello que se empleó un escudo para comunicarles, mediante los reflejos del sol, noticias de la batalla.

Le gustaba, siempre que le era posible, recoger diferentes versiones de los sucesos y si eran contradictorias exponía los puntos de vista honestamente, como cuando recoge la versión ateniense de que los corintios escaparon de Salamina, añadiendo: “ellos, por su parte, sostienen que eso no es cierto…y el resto de Grecia testimonia a su favor.” Sus conclusiones personales no las estimaba de tanta importancia como el relato de lo que había oído. Su deber primordial versaba sobre su documentación y sabía presentarla con imparcialidad admirable.

Disposición de su obra. El material que Heródoto recogió gracias a estos procedimientos es espléndido y abigarrado, pero, una vez reunido, le era preciso disponerlo de una forma atractiva. La grandiosa concepción de su obra le deparaba el esquema general, pero dentro de él tenía que decidir el tratamiento que se debía dar a los distintos tipos de

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episodios. En lo concerniente a la información puramente geográfica la solución era fácil. Podía disponerla como un comentario de corrido a un mapa, procediendo de Oriente a Occidente, como en el caso del norte de Africa, o de Sur a Norte, como en el de Escitia.

Los relatos de acción, empero, exigían un tratamiento diferente y en ellos Heródoto se sirve de los géneros literarios conocidos de su época. Es probable que recitara personalmente su obra en público y, si así lo hizo, no debía olvidar las exigencias de la recitación pública ni de las susceptibilidades del auditorio. Los griegos estaban acostumbrados a escuchar diversos tipos de relato, entre los cuales los más humildes eran los cuentos que tal vez referían a un público complejo al aire libre recitadores profesionales.

Cuentos populares. Cuentos de esta índole existen en la mayor parte del mundo, y Heródoto sin duda alguna recogió algunos de ellos. De Egipto procede uno de los más espectaculares, el que relata los robos extraordinariamente ingeniosos del tesoro de Ramsinito, Ramsés III, cuyo interés mantiene la expectación del lector hasta la boda final del ladrón con la hija del faraón como premio a ser “el más inteligente de los hombres."

El cuento de Darío. Otro cuento procede de Persia y refiere cómo los tres principales conspiradores persas, una vez que tuvieron que decidir cuál de ellos había de ser rey, se pusieron de acuerdo en que fuera aquel cuyo caballo relinchase primero después del amanecer. El criado de Darío resolvió la cuestión en favor de su amo, haciéndole oler al caballo de su amo el aroma de una yegua que ató en el lugar donde se iban a reunir por la la mañana. El potro relinchó y Darío llegó a ser rey. Cuentos de esta clase hay en todos los países pero Heródoto los relata con brillantez, de un modo fluido y vivo y sin alargarlos demasiado.

La boda. Pudo hallarlos también en Grecia y griega debió ser la fuente del relato que hace de una boda famosa. Clístenes, tirano de Sición, convocó a los pretendientes de toda Grecia para conceder la mano de su hija Agariste. Entre ellos estaba el ateniense Hipoclides, por quien se inclinaba. Llegado el día de la boda, los pretendientes compitieron en la música y en la charla. Hipoclides comenzó a danzar y terminó bailando encima de una mesa, poniéndose de cabeza en ella, con las piernas en alto. Clístenes quedó espantado y le dijo que "se había danzado a su esposa", a lo que el joven replicó: "¿qué le importa eso a Hipocli-des?"" Se trata de un antiguo cuento que tiene un paralelo en otro indio de un pavo danzarín. A duras penas se puede admitir su historicidad y parece como si procediera de la plaza del mercado. Heródoto recurre a cuentos semejantes para variar la tónica de su obra introdu-ciendo en ella elementos populares que todo el mundo pudiera disfrutar.

Adaptación de tragedias. Un segundo modelo, que probablemente tenía presente, aunque exigía un esfuerzo considerable de adaptación, era la tragedia. Sin duda debió de contemplar a menudo representaciones trágicas en Atenas y fue amigo personal de Sófocles a quien dedicó incluso un poema, hoy día perdido. Los influjos trágicos se traslucen en la primera parte de su obra, cuando relata cómo Creso, rey de Lidia, trató de impedir el cumplimiento de un oráculo que predecía la muerte de su hijo por un arma de hierro. Creso mantenía al muchacho apartado de las ocupaciones masculinas con la esperanza de salvarlo. Un hombre, Adrasto, llega y le suplica asilo a Creso, quien se lo concede. Poco después le convence al rey a que deje a su hijo tomar parte de una expedición de caza contra un jabalí monstruoso. El jabalí es muerto pero Adrasto mata de un modo accidental al hijo de Creso, cumpliéndose así el oráculo. Es posible que en este caso Heródoto siguiera una tragedia real,

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pero en otros se percibe cómo configura su narración sobre el modelo de la tragedia; por ejemplo, en la historia de Cambises, el rey persa que conquistó Egipto, a la que da un tratamiento similar. Cambises desafía primero a los dioses de Egipto, comienza a enloquecer después y mata a su hermano y heredero, y espera poder ocultar el hecho. Pero, habiéndose herido accidentalmente con su espada, al preguntar en qué lugar estaba, se le informó que se hallaba en Ecbatana. Recordó entonces un oráculo que le había anunciado que moriría en Ec-batana, pero había creído que se trataba de la capital de Persia, no de una oscura ciudad de Egipto. Se dio entonces cuenta de que el oráculo se cumplía y murió. Es éste un tipo de oráculo muy parecido al que recuerda Heracles en su agonía en Las traquinias de Sófocles, y, aunque temas semejantes eran harto comunes en los cuentos populares, formaban parte del mecanismo de la tragedia, y el tratamiento que les da Heródoto sugiere que fue de ella de donde los tomó.

En tercer lugar, Heródoto había sido educado en la épica; su propio tío, Paniasis, habla realizado un intento de remozar el viejo arte con un relato de los trabajos de Heracles. Heródoto recuerda la épica por las proporciones y la amplitud de sus temas principales, en especial, por la estructura de éstos. Como la Ilíada su Historia comienza con una serie de episodios independientes, pero, a medida que avanza, los diversos hilos del relato confluyen en el tema unificador de las Guerras Médicas. Como en la épica, hay en ella multitud de di-gresiones, algunas de las cuales se cuentan sencillamente por sí mismas, por su propio in-terés. La épica exige personajes sorprendentes, construidos con sencillez y en grandes pro-porciones, y tales caracteres aparecen en todas las páginas de Heródoto.

Sus nobles persas, como Darío y sus sátrapas, en gran parte debieron ser inven-ción personal de Heródoto, pero los perfiles que les dio no los tomó de las nociones al uso de los griegos sobre los persas, sino de la imagen que se formó sobre la personalidad que de-bieron tener hombres de tanto poder y tan emprendedores. Las leyendas locales de Grecia, en las que hay a menudo penetrantes atisbos psicológicos, le debieron deparar el modelo para la descripción de figuras de tanto vigor como Cleómenes, rey de Esparta, el cual, tras una vida de incesante acción, enloqueció al beber vino puro y se mutiló hasta producirse la muerte; o Milcíades, quien, si gracias a su inquebrantable fuerza de voluntad, logró imponer la estrate-gia y la táctica de Maratón, se enriqueció indebidamente después y cayó en descrédito por el fracaso de su ataque a Paros; o Temístocles, a quien no admira sin ciertos reparos, pero cuya astucia y previsión aprecia en todo su valor épico.

Pero por encima de todo, es en la fluencia de la narración, en la sensibilidad para el detalle revelador, en el sentido de la sorpresa, en el majestuoso tratamiento de los temas im-portantes en los discursos pronunciados por los personajes principales antes de tomarse las decisiones, donde Heródoto muestra cómo la técnica de la épica puede transferirse a la nar-ración histórica y darle mayor vida y realismo.

Imparcialidad. De la misma manera que Homero no delata preferencia alguna al ocuparse de griegos y troyanos, Heródoto, al tratar de los griegos y los persas, pone de su parte todo lo que puede para ser honesto con ambos bandos contendientes y presentar a los personajes principales en la plenitud de sus contornos. Sus "grandes y admirables acciones" no son, después de todo, muy diferentes de "las gloriosas hazañas de los hombres" que canta Aquiles en su tienda.

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La voluntad de los dioses. Heródoto ve los hechos de los hombres como si los gob-ernara inexorablemente la voluntad de los dioses. Su actitud hacia éstos a primera vista parece ambivalente e incluso contradictoria, pero siempre ha sido esto algo harto frecuente en la mayoría de las religiones, y desde luego, era bastante habitual en el siglo v, cuando el nuevo espiritu crítico en la teología había causado algún impacto en las viejas creencias, aunque sin conseguir desacreditarlas ni llegar a un compromiso con ellas. Y tanto más fácil era esto, por cuanto que la religión griega carecía de dogmas y libros sagrados, y dejaba un amplio margen a la especulación.

Heródoto delata su devoción tradicional a los dioses olímpicos de múltiples ma-neras. Acepta su existencia, respeta sus ritos y santuarios, y no dice una palabra en contra de ellos. No pone en tela de juicio los vaticinios del oráculo délfico y se esfuerza por recalcar que, aun cuando se les pudiera creer refutados por los hechos, resultaban ciertos al final. Re-fiere, sin que por fuerza tenga que creerlo, que, cuando los persas llegaron a Delfos, les rec-hazó, y causándoles grandes pérdidas, la caída de rayos y de rocas ingentes del Parnaso. Repite la encantadora historia de la aparición de Pan al corredor Fidípides mientras llevaba la noticia de la invasión persa a Esparta y la de Helena a una mujer espartana. Supercherías semejantes las aceptaría su auditorio y no hay necesidad de creer que les diese crédito per-sonalmente. Con todo, según observó Gibbon, "a veces escribe para niños y a veces para filósofos".

Credulidad e incredulidad. A la credulidad de Heródoto, en efecto, se iguala en ciertos momentos su incredulidad, ecuánime e irónica. Admite que un tajo de Tesalia es obra de Posidón, porque se dice de él que produce los terremotos, y la quebrada semeja el resul-tado de uno de ellos. Parece admitir la creencia ateniense de que en la Acrópolis vivía una enorme serpiente, pero deja la cuestión abierta a las dudas, cuando dice: "le ofrecen un pastel de miel todos los meses como si realmente existiera." Aceptó la existencia de los dioses de Egipto y gustó de hallar puntos de semejanza entre ellos y los dioses griegos, especialmente con Heracles. En este sentido fue un pionero de la historia comparada de las religiones. La religiosidad de Heródoto en multitud de aspectos fue la que se podría esperar de un hombre que vivió o mediados del siglo v, época en la que, si bien la religión seguía siendo una reali-dad en la vida pública, atravesaba una crisis de modificación y de reforma en múltiples senti-dos.

La envidia de los dioses. Tan sólo en un aspecto Heródoto puede dar la impresión de ser más supersticioso de lo que cabría esperar. Con frecuencia habla del phthonos que sien-ten los dioses hacia los hombres más afortunados que lo normal. La palabra significa "en-vidia" o "resentimiento", y suponemos que para Heródoto "lo divino", según lo llama, es un dios envidioso. Es más, afirma explícitamente que "lo divino es envidioso y nos perjudica." Esta doctrina la aplica casi de un modo esquemático a Creso, rey de Lidia, y a Polícrates, tirano de Samos. Creso es el hombre más rico de su tiempo, pero la fatalidad se abate sobre él y Ciro le derrota y destrona. Su caso sorprende tanto más, cuanto que tiene una devoción poco frecuente al dios de Delfos y hace generosas dádivas a su templo, cuyos ambiguos oráculos, erróneamente interpretados, le conducen a la derrota. Polícrates es una figura más brillante y atractiva, que sabe compaginar la práctica de la piratería y el dominio del mar con la protección a las artes y las ciencias, pero que termina por caer víctima de una traición y por ser crucificado por los persas.

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El sistema del Universo que exige equilibrio y armonía. A Heródoto le gustan am-bos, y siente por uno y otro admiración, pero esto no modifica la teoría de su caída. Tomada literalmente, esa teoría implica que los dioses se resienten, como los hombres, de envidia y que descargan su resentimiento sobre los que son demasiado afortunados. Pero no hay necesidad de tomar a Heródoto al pie de la letra. Emplea un lenguaje teológico para un he-cho universal y su teoría de la envidia divina tiene estrechas relaciones con los puntos de vista mantenidos por los teólogos y filósofos. Lo mismo que Sófocles encuentra la raíz de una situación trágica en la ruptura del orden dentro del sistema del universo, los médicos y los filósofos pensaron que la totalidad del esquema de las cosas dependía del mantenimiento de un equilibrio o armonía, y que, si se alteraba éste, la naturaleza se imponía para corregir el problema.

Así, Anaximandro decía que el equilibrio se mantenía en el universo "pues las cosas se reparan y se satisfacen mutuamente en un momento dado" y Heráclito le siguió de cerca al afirmar: "el sol no sobrepasará sus medidas; si lo hace, las Erinias, servidoras de la justicia, lo descubrirán." Heródoto aplica a los asuntos de los hombres una teoría que los grandes pensadores habían aplicado al universo físico y, aunque su lenguaje sea el de la tradición, también lo era el de éstos. El vocabulario del mito se aplica a un propósito nuevo y a temas para los que, en principio, no se había modelado. Esto era inevitable en una época en que los pensadores tenían que forjar sus instrumentos idiomáticos por vez primera y recoger, de aquí y de allá, imágenes y frases que, con pequeños reajustes, se podían adecuar a fines sin prece-dentes.

La hybris de los hombres. Heródoto, sin incoherencia alguna, combina esta teoría con otra, con la creencia tradicional de que hay hombres tan embriagados de vanidad, que forjan su propia destrucción. Si de ella apenas hay trazas en Homero, esta creencia es, al menos, tan antigua como Solón, y contó con la aprobación de Píndaro, que se sirvió de ella para amonestar con tacto a sus protectores principescos contra el deseo desmedido de ir de-masiado lejos. Ciertos tipos de éxito engendran un orgullo tan ciego a las limitaciones del hombre, que le impelen a hacer lo que cae fuera de su alcance. En la aplicación de esta teoría no es requisito imprescindible el introducir a los dioses, pero los griegos encontraban natural el hacerlo así, ya que eran ellos quienes ponían a los hombres frente a tentaciones que no siempre podían resistir y, cuando estaban así de envanecidos, los hombres se exponían a olvidarse de los dioses.

Las ambiciones de los persas; la teoría del justo término medio. Heródoto aplica esto sobre todo a las ambiciones de los persas. Contaba con un buen precedente poético en Los persas de Esquilo, una obra en la que Jerjes, empujado por su confianza en sí mismo y su sed de éxitos, trataba de obtener más de lo posible y sufre por ello una gran humillación. Se trata de la aplicación a casos concretos de la aplicación de la doctrina griega del justo tér-mino medio, que trata de dar una explicación dramática, razonable y convincente a multitud de acciones humanas. Heródoto recurre a ella para el caso de Jerjes en una gran escala. Ad-mira a Ciro y a Darío, aunque piensa que uno y otro fueron a veces demasiado lejos, pero es en el caso de Jerjes donde muestra cómo funciona en realidad el esquema. Le presta a Jerjes muchos rasgos regios, grandiosos incluso. Generoso con quienes están en desacuerdo con él, es un déspota implacable en el castigo de los titubeantes y cobardes, y tiene poderosas ra-zones de Estado para obrar así. Su soberbia radica en su creencia de que puede conquistar Grecia.

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A nosotros nos resulta casi increíble que con sus enormes recursos de hombres y dinero fracasara en su empeño, pero no era así como vela Heródoto los hechos. Heródoto creía que los griegos, con la fuerza que les daba su fe en la libertad garantizada por la ley, no podían sino derrocar a los súbditos del Gran Rey, poco menos que esclavos. Hay en ello parte de verdad, ya que, después de todo, Grecia derrotó a los persas, porque tenía algo por lo que combatir, mientras que la mayoría de las víctimas de Persia no hicieron sino cambiar una autocracia por otra.

Su originalidad: instruir deleitando. A pesar de la enorme deuda de Heródoto con los cuentos populares, con la épica y la tragedia, la forma que creó fue de su propia inven-ción. Su propósito era el de narrar en prosa acciones de varia índole, que pertenecían a un pasado histórico. Daba por supuesto que la historia tenía que ser interesante por sí misma, pero veía también que le era indispensable la verdad, si se le había de dar crédito, y que, sin ese crédito, el placer que producía no era ni mucho menos completo. No hay razón alguna para creer que emitiera un solo aserto en el que no creyera y, aunque nos figuremos conocer mejor que él los hechos, es de notar la sensatez y el equilibrio de su versión de éstos. Posee las virtudes esenciales del historiador convencido de que ha de hacer historia. Su intención no es la de que su obra sea, desde un punto de vista técnico, útil para los estudiosos de la política, sino la de instruir deleitando, como Homero y los trágicos áticos. Y esto lo logra plenamente.

Pericia de narrador. Como narrador es de primerísima clase. Varía sus dimen-siones, su estilo, su tono, de relato a relato, y siempre logra producir efectos sorprendentes, a veces únicos. Sabe ganarse, desde un primer momento, la atención con algún aserto audaz, como cuando dice de un rey lidio: "Este Candaules se enamoró de su esposa y creía que era la más hermosa de todas las mujeres"; o comienza la historia de un rey persa que acaba de subir al trono: "Astiages tenla una hija llamada Mandane y soñó que ésta orinaba en tales cantidades que inundó la ciudad y anegó el Asia entera"; o pone en antecedentes del cerco de la retaguardia griega en las Termópilas con una noticia sobre el traidor Efialtes, que se llegó hasta Jerjes "con la esperanza de una buena recompensa, para indicarle el atajo que conducía por encima de las montañas hasta las Termópilas, y la información que dio sería la muerte de los griegos que defendían el paso. En todos estos casos, la misma manera de empezar re-dobla nuestra atención y pone su justo valor en lo que sigue.

Ese certero instinto para captar las situaciones se manifiesta inesperadamente de múltiples maneras. Arión, un famoso poeta de Corinto, hizo en Occidente una gran fortuna, pero, a su regreso a la patria, le arrojaron al mar unos piratas que codiciaban su dinero. El poeta se comporta con gran calma, se reviste de sus mejores vestiduras, entona un canto célebre y se arroja después al mar, donde le recoge un delfin en cuyos lomos arriba a tierra firme. El relato no tiene afectación alguna, ni está forzado, ni traspasa los límites de la posi -bilidad. Un impostor se hace rey de Persia pretendiendo ser Esmerdis, que había sido as-esinado por Cambises, pero no se atreve a aparecer en público. Lo desenmascara una de las esposas de aquél, que descubre en la oscuridad que le habían cortado las orejas, lo que prueba que no era Esmerdis. Cuando el rebelde jonio Histieo, retenido a la fuerza en la corte de Darío, desea enviar un mensaje a su sobrino Aristágoras, afeita la cabeza de un esclavo, escribe el mensaje en el cuero cabelludo y, una vez que le hubo crecido el pelo, lo envía a Mileto. Polícrates de Samos arroja un valioso anillo al mar, quizá un precedente de cere-monias tales como los desposorios de Véncela con el Adriático, y cree que así eludirá la des-

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gracia. Pero un pescador captura un pez enorme, se lo lleva a Polícrates, que le da las gracias y le recompensa, para encontrar luego en las entrañas el anillo y reconocer el fracaso de su exorcismo.

Relato convincente de las batallas. Heródoto no precisó tomar parte en la guerra para saber cómo es. Entre los hombres con quienes tuvo trato debió de haber muchos que fueron o seguían siendo soldados y de ellos pudo recibir noticias sobre la guerra, tal como los soldados la ven, es decir, en esos momentos en que tan poca relación tiene con las ór-denes del mando supremo o las teorías de los tácticos. De hecho, el relato herodoteo de las Guerras Médicas es, por lo general, mucho más convincente que gran parte de sus recon-strucciones modernas. Conocía los campos de batalla y a hombres que habían combatido en ellos. Ahora bien, lo que cautiva de su imaginación es ese toma y daca del combate, los episodios imprevistos, que explican tantas de las emociones y de los esplendores de la guerra. Hace notar cómo los griegos en Maratón, por primera vez, a lo que sabía, 'avanzaron a paso gimnástico; cómo el repliegue del centro de su línea hace que los persas caigan dentro de ella, lo que facilita el separar parte de sus efectivos del resto; cómo a Cinagiro, hermano de Esquilo, le cortaron la mano de un hachazo, mientras agarraba la popa de un navío y murió de resultas.

Comparación entre Heródoto y el mito de Ío

Fragmento de Los Nueve libros de la Historia, Heródoto

La publicación que Herodoto de Halicarnaso va a presentar de su historia, se dirige principalmente a que no llegue a desvanecerse con el tiempo la memoria de los hechos públicos de los hombres, ni menos a oscurecer las grandes y maravillosas hazañas, así de los Griegos, como de los bárbaros. Con este objeto refiero una infinidad de sucesos varios e interesantes, y expone con esmero las causas y motivos de las guerras que se hicieron mutuamente los unos a los otros.I. La gente más culta de Persia y mejor instruida en la historia, pretende que los fenicios fueron los autores primitivos de todas las discordias que se suscitaron entro los griegos y las demás naciones.Habiendo aquellos venido del mar Erithreo (Mar Rojo) al nuestro, se establecieron en la misma región que hoy ocupan, y se dieron desde luego al comercio en sus largas navegaciones. Cargadas sus naves de géneros propios del Egipto y de la Asiria, uno de los muchos y diferentes lugares donde aportaron traficando fue la ciudad de Argos, la principal y más sobresaliente de todas las que tenía entonces aquella región que ahora llamamos Helada (Hélade, nombre griego de Grecia).Los negociantes fenicios, desembarcando sus mercaderías, las expusieron con orden a pública venta. Entre las mujeres que en gran número concurrieron a la playa, fue una la joven Ío, hija de Ínaco, rey de Argos, a la cual dan los Persas el mismo nombre que los Griegos. Al quinto o sexto día de la llegada de los extranjeros, despachada la mayor parte de sus géneros y hallándose las mujeres cer -canas a la popa, después de haber comprado cada una lo que más excitaba sus deseos, concibieron y ejecutaron los Fenicios el pensamiento de robarlas. En efecto, exhortándose unos a otros, arremetieron contra todas ellas, y si bien la mayor parte se les pudo escapar, no cupo esta suerte a la princesa, que arrebatada con otras, fue metida en la nave y llevada después al Egipto, para donde se hicieron luego a la vela.II. Así dicen los Persas que Ío fue conducida al Egipto, no como nos lo cuentan los griegos, y que este fue el principio de los atentados públicos entre Asiáticos y Europeos, mas que después ciertos Griegos (serían a la cuenta los Cretenses, puesto que no saben decirnos su nombre), habiendo aportado a Tiro en las costas de Fenicia, arrebataron a aquel príncipe una hija, por nombre Europa, pagando a los Fenicios la injuria recibida con otra equivalente.Añaden también que no satisfechos los Griegos con este desafuero, cometieron algunos años después otro semejante; porque habiendo navegado en una nave larga hasta el río Fasis, llegaron a Ea en la Cólquide, donde después de haber conseguido el objeto principal de su viaje, robaron al Rey de Colcos una hija, llamada Medea. Su padre, por medio de un heraldo que envió a Grecia, pidió, juntamente con la satisfacción del rapto, que le fuese restituida su hija; pero los Griegos contestaron, que ya que los Asiáticos no se la dieran antes por el robo de Ío, tampoco la darían ellos por el de Medea.

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Mitología. En la mitología griega, Ío (en griego antiguo Ίώ) era la doncella de Argos, hija de Ínaco, sacerdotisa de Hera, que fue amada por Zeus. Otra versión la hace hija de Yaso, rey de la ciudad. El dios Zeus se le presentaba en sueños incitándola a que le entre-gara su virginidad en el lago de Lerna: «Oh virgen de Júpiter digna y que feliz con tu lecho, ignoro a quién has de hacer, busca». Cuando la joven le contó esto a su padre, Ínaco fue a consultar al oráculo, que le aconsejó que la expulsara de su casa o Zeus aniquilaría con su rayo a toda su estirpe. Ínaco obedeció y fingió no saber nada de su hija, pero al poco tiempo se arrepintió y envió a Cirno para que la buscase. Éste llegó hasta Caria, y al no encontrarla se instaló allí por miedo a regresar sin cumplir su misión. Lo mismo ocurrió con Lirco, enviado también por Ínaco y que terminó habitando en Caria y casándose con la hija del rey Cauno.

Mientras tanto, Ío se había entregado a Zeus, pero fueron sorprendidos por Hera, que vigilaba a su marido carcomida por los celos. El dios, para salvar a la joven, la convirtió en una ternera blanca. Hera le exigió al esposo que se la entregase y ordenó al gigante de cien ojos Argos Panoptes que la vigilara. Pero Zeus encargó a Hermes que rescatase a su amada. Lo guió transformado en pájaro hasta el árbol donde Argos la tenía atada y Hermes durmió al guardián con su flauta, matándolo con una piedra afilada cuando se cerraron todos sus ojos. En recompensa por sus servicios Hera puso los ojos de su servidor en la cola del pavo real, su pájaro favorito, y clamó venganza. Ató a los cuernos de la ternera un tábano que la picaba sin cesar y que obligó a Ío a huir corriendo por el mundo sin rumbo fijo. Así atormentada atravesó el mar Jónico, que recibió de ella su nombre, recorrió Iliria, Tracia y el Cáucaso, donde encontró a Prometeo encadenado y prosiguió por África, topándose con las grayas y las gorgonas.

El final del viaje fue Egipto, donde encontró descanso y fue devuelta a la condición de mujer por las caricias de Zeus. De ambos nació Épafo, a orillas del Nilo. Entonces Hera ordenó a los curetes que le trajeran al recién nacido. Habiéndolo conseguido, fueron castigados por Zeus, que los aniquiló por cumplir las crueles órdenes de su esposa. Entonces comenzó la segunda peregrinación de Ío, esta vez en busca de su hijo. Lo encontró por fin en Siria, donde lo amamantaba Astarté o Saosis, la esposa del rey Malcandro de Biblos. Ya con su hijo en brazos, regresó a Egipto, donde se casó con Telégono, que gobernaba entonces esa región. Por esto Épafo llegó a heredar la corona del país del Nilo, siendo según el mito el fundador de la ciudad de Menfis y el ancestro común de los libios, los etíopes, y de gran parte de los reinos griegos. También Ío era la ascendiente de la estirpe de los bizantinos, a través de Ceróesa, la hija que tuvo de Zeus en el lugar donde posteriormente se levantaría esta ciudad. Ío construyó una estatua de la diosa Deméter, que en Egipto era llamada Isis. Con el tiempo ella misma recibió ese nombre, y terminó siendo deificada por su amante Zeus. Se le atribuía un gran conocimiento de las hierbas medicinales, incluida la de la inmortalidad.

Tucídides

Una generación separa a Tucídides (455-400 a. de C.) de Heródoto, pero fue ésta una generación tan abundante en cambios, que se hace difícil imaginar que los dos hombres pudieran haber coincidido en Atenas. Si Heródoto se inspira en el auge de Atenas después de las Guerras Médicas, Tucídides, en su primera juventud, compartió los ideales de Pericles y

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vivió lo suficiente para verlos corrompidos por los demagogos y para contemplar después la caída de su patria frente a Esparta. Tucídides procedía de una buena familia, propietaria de minas en Tracia, y estaba emparentado con Milcíades. Su origen induce a pensar que pertenecía al partido de la oposición a Pericles y la admiración que siente hacia él es la de un converso que no dudaba que la razón estaba de parte del político. Cuando estalló la guerra del Peloponeso el 431 a. de C., intervino de un modo activo en ella; contrajo la peste en al-gún momento entre el 430 Y el 427 pero a diferencia de otros muchos, pudo recuperarse. El 424 estaba al mando de una pequeña escuadra en la zona de operaciones de Tracia, pero no consiguió arribar a Anfípolis a tiempo para salvarla del general espartano Brásidas. Por ello fue condenado al exilio y no regresó hasta pasados veinte años, cuando la guerra había termi-nado y murió algo después. Pasó su exilio recogiendo materiales para su historia y traba-jando en ella, pero la dejó sin terminar a su muerte. Las palabras con que Tucídides abre su historia revelan su intención y su propósito:

Tucídides el ateniense relató la guerra de los peloponesios y de los atenienses, describiendo cómo lucharon entre sí, y comenzó a hacerlo desde el momento en que se declaró porque esperaba que iba a ser grande y más digna de mención que las anteriores.

Xxx Se funda este juicio en hechos sólidos y lo inspira una notable capacidad de pre-ver el futuro. Los hechos son que en esta guerra Grecia entera quedó escindida entre dos bandos como antes no lo había estado nunca, y que también afectó a una gran parte del mundo no-helénico; su previsión era que la guerra habría de arruinar indefectiblemente a la Grecia clásica, al dejar exhausta no sólo a Atenas, que había desempeñado un papel prepon-derante durante el siglo V, sino también a Esparta, que quedaría incapacitada para ocupar el puesto vacante dejado por el derrumbamiento de Atenas. Después del 404 Grecia no volvió a ser la misma de antes. Algo desapareció de ella para siempre, la antigua seguridad en sí misma, el antiguo valor, la convicción de que no hay logro que no esté al alcance del es -fuerzo humano, la fe de que los griegos tenían algo que enseñar al resto del mundo. La predicción de Tucídides se cumplió de un modo que tal vez no previera, pero lo que sí tenía razón en subrayar, era la importancia excepcional de la guerra que tan meticulosamente había estudiado. Su propósito era distinto al de Heródoto. No le interesa la guerra como mero capítulo de los asuntos humanos; esperaba que sus investigaciones fueran útiles en las generaciones venideras:

Bastará con que cuantos quieran comprender la verdad de los acontecimientos pasados y la de los futuros de índole semejante y parecida que se repitan de acuerdo con la naturaleza humana, la estimen útil.

Sus predecesores. Sin mencionarlos por su nombre, desacredita a sus predecesores tanto a Heródoto porque admitía "un elemento mítico", como a Helánico, que, al tratar de crear una cronología, no asentó con firmeza sus hechos esenciales.

Los objetivos de su Historia. Desde un principio Tucídides delimitó el objetivo de su historia en tres direcciones. Primero, lo que le interesaba primordialmente era la guerra entre dos confederaciones griegas y se limitó a ella. En segundo lugar, no sentía gran interés por los hechos que no podía comprobar personalmente, y se tomaba el trabajo, no sólo de entrevistar a los testigos oculares de los acontecimientos, sino de obtener, siempre que le era posible, una confrontación de testimonios. En tercer lugar, se percató de que la cronología constituía la trama esencial de su obra y, aunque la tarea era dificil, hizo cuanto pudo para fijarla. Trabajando dentro de estas normas, aspiró a que su obra fuese lo mejor posible y proclamó orgullosamente que la había compuesto “como una posesión para siempre y no como una exhibición para el momento.”

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Actitud crítica. Este propósito práctico, unido a la gran altura intelectual que le acompaña, está estrechamente ligado a los movimientos científicos y filosóficos del siglo V. Como historiador Tucídides no sólo se basa en el rumor público, en la tragedia o en la épica, sino en las ciencias más cultivadas de la época. La verdad es la meta primordial de la ciencias y la tarea del historiador es descubrirla.

Historia más limitada. Pero su concepto de la historia no es tan amplio como el de Heródoto. La antropología queda al margen de su propósito y aunque examinó los campos de batalla su concepción de la geografía se limitaba a su valor de instrumento para explicar ciertos hechos limitados.

Política y medicina. Por otra parte, se hallaba profundamente influido por la política y la medicina, ciencias por entonces florecientes. La primera había hecho una aparición, tímida e inocente, en Heródoto, pero en Tucídides se halla en plena madurez y le sirve para subrayar uno de sus juicios más importantes. La política para él es un saber lo suficientemente científico como para permitir el estudio general de fenómenos que se repiten y capacitar al hombre para su examen, con conocimiento de causa y con prudencia. Pero, a pesar de este convencimiento y de estar respaldado por un acervo considerable de profundos estudios, se muestra muy cauto en su aplicación personal de las lecciones extraídas de la historia. Las da en abundancia en los discursos que atribuye a sus principales personajes, pero no siempre representan sus propios puntos de vista, ni las presenta como tales. Sus opiniones personales se traslucen más en lo que se calla que en lo que dice, y con ello revela la claridad de sus convicciones y su inmunidad a las supersticiones de la época.

Desecha la idea de la fortuna. Por ejemplo, Heródoto y la mayoría de los griegos hubieran admitido una intervención mucho mayor de la mala fortuna y hubieran dejado las cosas ahí, sin preocuparse más. Tucídides, en cambio jamás recurre a la noción de fortuna. Para él no se trata de una acción externa de fuerzas sobrenaturales, sino simplemente de lo imprevisible e impredecible. En esto se muestra seguidor de las nuevas teorías de los científicos, en especial de Demócrito, que dice: “La fortuna es un ídolo que los hombres crearon para justificar su propia incapacidad mental.” Por esa razón Tucídides elude cualquier palabra que sugiera calamidad, hado o némesis. Para él las fortunas de los hombres las determinan causas naturales y, sobre todo, sus propias decisiones. Aunque la peste, que causó tantos estragos en Atenas, pudiera considerarse como un golpe de mala suerte, lo fue tan sólo porque no se la pudo prever. Aunque pensaba que la decadencia entra dentro de la naturaleza de las cosas, no presuponía para ella proceso misterioso alguno de índole sobrenatural, sino reconocía que es eso lo que sucede en un mundo sometido al cambio.

La medicina como modelo. Aunque Tucídides se sintió profundamente atraído por la investigación científica, era esencialmente un hombre de acción que esperaba que sus investigaciones produjeran resultados prácticos. En su época la ciencia más conspicua que los lograba era la medicina. Hipócrates de Cos (469-3oo a. de C.) fue algo mayor que Tucídides, y los nuevos métodos instituidos por él y por su escuela ejercieron en el historiador un influjo más decisivo que los de cualquier otra ciencia. De ellos aprendió a tratar al cuerpo político de un modo análogo al cuerpo humano y a aceptar el corolario de que es imposible comprender las partes sin una comprensión del todo. Al tratar de la enfermedad Hipócrates hacia hincapié en la necesidad, primero, de una observación precisa y completa de todos los síntomas, de la clasificación después de éstos y de su comparación

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con otros casos observados, y por último, del diagnóstico. Una vez establecido éste, era posible prescribir el tratamiento.

Observación de la peste de Atenas. Era éste un procedimiento genuinamente científico y lo bien que supo comprenderlo Tucídides se patentiza en su relato de la peste de Atenas, que padeció personalmente. Registra todos los síntomas y concluye que aquella peste fue un caso único en la experiencia de su época. De ahí que fuera imposible curarla e incluso buscarle una explicación. Pero, como a pesar de todo es un escritor político, lo que más le interesa de la peste son sus consecuencias psicológicas: la ineficacia de los oráculos y de las plegarias para acabar con ella, con la consiguiente renuencia de la gente a creer en unos y otras; la desesperación que producía en sus víctimas, debilitando así su su resistencia, y el desprecio hacia la religión y hacia la ley que engendraba.

Observación de las consecuencias de la guerra. Los métodos con los que Tucídides examinó la peste podían aplicarse también a un fenómeno político: las guerras civiles tuvieron resultados funestos para todos. En el caso de Corcira agrupa los síntomas bajo un capítulo general y dice que la guerra, al dificultar la satisfacción de las necesidades cotidianas, rebaja la mentalidad de los hombres al nivel de sus presentes circunstancias. Un síntoma especialmente agudo de esta enfermedad política es el desarrollo de las banderías, con los defectos que el espíritu de partido crea y alienta. Analiza luego lo que esto implica:

El significado habitual de las palabras lo cambiaron, acomodándolo a los hechos, para justificarse. La audacia irreflexiva fue considerada como la valentía propia de un buen adicto al partido; la demora previsora, cobardía especiosa; la prudencia, una forma de encubrir la falta de hombría; la aplicación en todo de la inteligencia, ineptitud total para la acción. Por el contrario, se estimó propio de un hombre, el entusiasmo fanático.

Diagnóstico, síntomas y resultados. En este profundo análisis, lo mismo que en su relato de la peste, Tucídides describe los síntomas y los resultados, pronuncia su diagnóstico de la causa, pero no sugiere remedio alguno. Aunque es ésta la única ocasión en que Tucídides expone sus puntos de vista personales con cierta extensión, el minucioso examen de los hechos es algo fundamental en la totalidad de su obra, y aunque rara vez condena, o alaba, o deja ver hacia dónde se inclinan sus simpatías, no cabe dudar de que tenía profundas convicciones, que, por lo demás, no puede ocultar del todo y configuran el enfoque de su descripción de los acontecimientos.

Un punto de vista político. Tucídides describe el acontecer histórico desde un punto de vista exclusivamente político. Sin duda alguna, pensaba que la historia política se debía tratar de esa manera, pero así era también como procedía su mente. Mucho más limitado que Heródoto, era también mucho más indagador, mucho más crítico, y mucho más intenso en su interés.

La inteligencia. La cualidad que más admiraba era la inteligencia y a quienes la poseían en la política les distingue con alabanzas. Por ejemplo, un Temístocles que, “por la agudeza de su ingenio y la rapidez de su acción, no tuvo rival en hacer lo debido precisamente en el momento debido”; un Pericles que comprendió cuál era la estrategia adecuada para derrotar a los espartanos, hasta el punto de que, cuando la abandonaron sus sucesores, Atenas fue derrotada; un Hermócrates, el organizador de la resistencia siracusana frente a Atenas, que califica de “hombre extraordinariamente inteligente.”

Por el contrario, Tucídides no tiene tan buena opinión de los individuos carentes de este tipo de inteligencia. Cleón, a quien no le faltaba valor y fue el autor del golpe final con

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que los atenienses obligaron a los espartanos de Esfacteria a rendirse, recibe un duro trato, se le acusa de violencia de carácter y no se le reconoce capacidad alguna de juicio. Tampoco podemos por menos de percibir una irónica nota de condena en el veredicto que emite Tucídides sobre el virtuoso y popular Nicias, responsable en gran parte del desastre de la expedición a Sicilia, que cayó a la postre prisionero de los siracusanos y fue pasado a cuchillo: “un hombre que entre todos los helenos de mi época fue el que menos mereció llegar a tan desgraciado fin, ya que toda su vida se había consagrado al estudio y a la práctica de la virtud.” La inteligencia era lo que Tucídides valoraba, y estaba dispuesto a reconocerla en Alcibíades, a pesar de su peligroso carácter y del daño que hizo a Atenas.

Comparación con Maquiavelo. Se le ha comparado a Tucídides con Maquiavelo, y la comparación es correcta, al menos en cuanto que ambos pensaron que la primordial cualidad y la de mayor importancia en el político es la sabiduria práctica. La importante secuela que se deduce en Maquiavelo es la de que “un político se ve obligado a menudo a obrar en contra de la fe, de la humanidad y de la religión” y en efecto Tucídides más de una vez justifica hechos que benefician exclusivamente al Estado.

El poder del estado. En lo que se refiere a política internacional para él el primer deber de un estado es el de hacerse poderoso, a expensas incluso de las consideraciones morales. Al discutir la expedición a Sicilia, no dice una sola palabra sobre la injusticia de Atenas al atacar una ciudad, que no la había provocado ni amenazado, y tan sólo insiste en la incompetencia y en la falta de decisión con que se dirigió la campaña. Cuando los atenienses no logran convencer a los habitantes de Melos de aliarse con ellos, argumentan de un modo coherente desde el punto de vista de las conveniencias y, cuando los melios creen que los dioses velarán por ellos, los atenienses replican:

No pedimos ni hacemos nada fuera de lo que los hombres creen sobre los dioses o quieren con respecto a sí mismos. Pues de los dioses, suponemos, y de los hombres nos consta que, por imposición misma de la naturaleza, mandan siempre sobre aquellos a quienes dominan.

La grandeza de Atenas. A todas luces su deseo era la grandeza de Atenas, no porque fuera simplemente su ciudad, sino porque se alzaba en defensa de muchas cosas que tenía en gran aprecio y que asociaba a la personalidad de Pericles.

Los discursos de Pericles. En boca de este político pone tres discursos, que sin duda deben parte de sus ideas a lo que Pericles dijo en realidad, pero Tucídides los arregló para dejar sentadas algunas cuestiones de principio.

El primer discurso se refiere a la manera de llevar las operaciones militares, y en este punto Tucídides opina que Pericles tenía razón y que sus críticos estaban equivocados. Se basa, desde luego, en consideraciones de conveniencia.

El segundo es el famoso discurso fúnebre, que sitúa Tucídides en el primer invierno de la guerra. Si a Pericles le cumplió esta vez recordar a los atenienses aquello por lo que estaban combatiendo a Tucídides le viene bien explicar los acontecimientos que tuvieron lugar. Quizá contenga temas que Pericles trató en otras ocasiones, pero no se puede poner en duda que contiene la exposición de su credo y de su ideal de Atenas. Tan detallado en su presentación, tan rico y tan enérgico es este discurso que ocupa un lugar especial dentro de la estructura de la Historia de Tucídides; un lugar que éste debió de elegirle deliberadamente. Por él sabemos lo que creía Pericles que representaba Atenas y podemos concluir que era muy similar a lo que pensaba Tucídides.

Tenemos un régimen político que no se propone como modelo las leyes de los vecinos, sino que más

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bien es él modelo para otros. Y su nombre, como las cosas dependen no de una minoría, sino de la mayoría, es Democracia. A todo el mundo asiste, de acuerdo con nuestras leyes, la igualdad de derechos en los conflictos privados, mientras que para los honores, si se hace distinción en algún campo, no es la pertenencia a una categoría, sino el mérito lo que hace acceder a ellos; a la inversa, la pobreza no tiene como efecto que un hombre, siendo capaz de rendir servicio al Estado, se vea impedido de hacerlo por la oscuridad de su condición. Gobernamos liberalmente lo relativo a la comunidad, y respecto a la suspicacia recíproca referente a las cuestiones de cada día, ni sentimos envidia del vecino si hace algo por placer, ni añadimos nuevas molestias, que aun no siendo penosas son lamentables de ver. Y al tratar los asuntos privados sin molestarnos, tampoco transgredimos los asuntos públicos, más que nada por miedo, y por obediencia a los que en cada ocasión desempeñan cargos públicos y a las leyes, y de entre ellas sobre todo a las que están dadas en pro de los injustamente tratados, y a cuantas por ser leyes no escritas comportan una vergüenza reconocida … Resumiendo, afirmo que la ciudad toda es escuela de Grecia, y me parece que cada ciudadano de entre nosotros podría procurarse en los más variados aspectos una vida completísima con la mayor flexibilidad y encanto. Y que estas cosas no son jactancia retórica del momento actual sino la verdad de los hechos, lo demuestra el poderío de la ciudad, el cual hemos conseguido a partir de este carácter. Efectivamente, es la única ciudad de las actuales que acude a una prueba mayor que su fama, y la única que no provoca en el enemigo que la ataca indignación por lo que sufre, ni reproches en los súbditos, en la idea de que no son gobernados por gentes dignas. Y al habernos procurado un poderío con pruebas más que evidentes y no sin testigos, daremos ocasión de ser admirados a los hombres de ahora y a los venideros, sin necesitar para nada el elogio de Homero ni de ningún otro que nos deleitará de momento con palabras halagadoras, aunque la verdad irá a desmentir su concepción de los hechos; sino que tras haber obligado a todas las tierras y mares a ser accesibles a nuestro arrojo, por todas partes hemos contribuido a fundar recuerdos imperecederos para bien o para mal.”

La idea de la expansión del poder como explicación del imperio. La idea de Tucídides de la expansión del poder tal vez derive de la ciencia natural. El filósofo y biólogo Anaxágoras, protegido de Pericles, expuso una teoría de la mente como causa primera y eficiente, en la que se afirmaba la continua expansión de su dominio sobre los fenómenos. Es posible que Pericles aplicara esta idea a la política y la emplease para justificar su concepción del imperio atenlense. Ahora bien, Tucídides, si es que aceptaba esta teoría, estaba plenamente consciente de lo que costaba y en el tercer discurso que atribuye a Pericles lo manifiesta.

En este discurso Pericles defiende su política contra las duras críticas de su pueblo. Hace hincapié en que los atenientes deben estar resueltos a enfrentarse a los desastres y a no sacrificar jamás su gloria, y tacha de cobardes a quienes no están de acuerdo con él. Esta vez no alaba los grandes logros de Atenas y reconoce que el imperio es una tiranía de la que los atenienses no pueden abdicar. Reconoce que por ello se les odia y extrae su moraleja:

El ser odiados y aborrecidos en su época les ha acontecido a cuantos pretendieron mandar sobre los otros. Pero el que acepta la envidia por los más grandes motivos tiene razón. Pues el odio no dura mucho tiempo, y en cambio el esplendor del momento queda en el futuro como gloria imperecedera. Con la previsión, pues, de la gloria futura y de vuestro honor actual, conseguid ambos con vuestro ardor de ahora.

El fracaso de la política de Pericles. Sea como sea Tucídides sabía que la política de Pericles había fracasado y somete este fracaso a examen. La explicación que le dio fue la de que, si bien la política en sí era acertada, su fracaso se debió a las equivocaciones y errores de cálculos de los hombres que no supieron en realidad comprenderla. Tucídides da la impresión de que idealizó a Pericles mucho más de lo que se podría esperar de su temperamente crítico. En vez de reprochar las líneas generales de su estrategia que exigía ciertamente demasiado del pueblo ateniense al esperar de él que permaneciera inactivo dentro de las murallas mientras el enemigo devastaba sus tierras, recalcaba que era la acertada; y, a pesar de que sus convicciones políticas propugnaban una especie de democracia reformada, aceptó la idea periclea de la soberanía popular, aunque no fuera más que por el hecho de que "fue él quien dirigió al pueblo y no el pueblo quien lo dirigió a él.”

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Concentración en el tema. Tucídides trata su tema con cuidado. Se ciñe tan estrictamente a su contenido que elude incluso temas que se pudieran estimar importantes para éste, como por ejemplo, la política de los partidos de Atenas, la personalidad de los líderes políticos, los logros intelectuales y artísticos, mencionados de pasada tan sólo una vez, y la historia económica de la época, que se limita a la mención de la superioridad de recursos financieros de Atenas.

Disgresiones para explicar la guerra. Este sentido de lo importante hace, que Tucídides dé mucha menos información en multitud de asuntos que Heródoto, pero, al propio tiempo, su insaciable curiosidad por los eventos que relata le obliga a sobrepasar sus límites estrictos. Antes de penetrar de lleno en el tema elegido, hace dos largas digresiones, estrechamente relacionadas entre sí, la primera sobre los comienzos de la civilización griega, y la segunda sobre la historia de Grecia desde el final de las Guerras Médicas hasta el estallido de la guerra del Peloponeso. La primera, se mire como se mire, es una obra maestra impresionante. Tucídides acepta los antiguos relatos como el del sitio de Troya, pero los somete a examen con un gran sentido crítico, aplicando métodos rigurosos y la arqueología inclusive, para formular una teoría sobre ellos. Su pretensión es demostrar que Grecia se ha ido desarrollando a partir de humildes comienzos y que, en virtud de ese mismo desarrollo, la guerra del Peloponeso ha sido mayor que cualquier otra guerra de antaño, pero subraya también otras cuestiones cuyo influjo se dejaba todavía sentir en su época: el desarrollo del poderío naval, la fundación de colonias, el carácter arcaico de la constitución espartana, el nacimiento del imperio ateniense y de la liga espartana. A pesar de que no dedica gran espacio a estas cuestiones, abunda en trozos penetrantes y se atiene a una línea simple de argumentación.

Poco después hace otra larga digresión sobre la historia de Grecia en los cincuenta años que precedieron al estallido de la guerra. Se trata de un resumen muy esquemático de los acontecimientos, pero deja en claro cómo se produjo la guerra entre Atenas y Esparta y confirma su opinión expresada anteriormente de que “la guerra se hizo inevitable de todo punto por el crecimiento del poderío ateniense y por el miedo que éste le causaba a Esparta.” En otros lugares vuelve a hacer nuevas digresiones, que no son ni tan extensas ni tan fundamentales como ésta, pero su empleo de este recurso deja ver que su concepción de la historia, a pesar de la limitación que le impuso, era amplia y extensa y que vela los acontecimientos presentes desde una vasta perspectiva que retrocedía hasta el pasado legendario. Tan sólo hay, en apariencia, una gran excepción en la típica concentración tucídidea de relatar los hechos históricos.

Su historia abunda en largos discursos, pronunciados con frecuencia en público debate por los personajes principales, que versan sobre los problemas fundamentales que estaban sobre el tapete. Cierto es que Heródoto hacía más o menos lo mismo, pero sus discursos son a todas luces de su propia invención y ofrecen tanto su idea personal de lo que eran sus personajes como sus comentarios sobre ellos. Cabe la sospecha de que Tucídides hubiera hecho algo parecido aunque con una mentalidad mucho más moderna, aunque él mismo asegura que no fue así y que dio a los discursos un tratamiento a su manera:

El recordar exactamente lo que dijeron en sus discursos cuando estaban a punto de entrar o estaban ya en guerra, me fue dificil en el caso de los que yo escuché y lo fue también para quienes me informaron de otras partes. Los he escrito según me parecía que cada uno decía lo debido en las sucesivas circunstancias, ciñéndome lo más estrictamente posible al sentido general de las palabras realmente pronunciadas.

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En otras palabras, aunque los discursos de Tucídides se basan en lo que se dijo en realidad, él los modificó y alteró para hacerlos más luminosos.

Son a la vez documentos históricos, aunque no del todo exactos, y una especie de comentario interno a los acontecimientos. Por lo general, reflejan la personalidad de los oradores. Antes del estallido de la guerra, el viejo rey de Esparta, Arquidamo, expresa abiertamente sus dudas y aprensiones sobre ella. Los tres discursos de Pericles exponen su política desde tres ángulos diferentes, pero en todos ellos se percibe el tono autoritario con que hablaba a su auditorio ateniense y su maña para reprenderle por sus equivocaciones. Los discursos de Cleón revelan su arrogancia y violencia, y los de Alcibíades su vanidad, su ambición y su ingenio para retorcer los argumentos a su favor. Esta tónica general se concretiza en ciertas frases, cuya idiosincrasia nos hace suponer que se transcribieron literalmente. Antes de la guerra los corintios dicen de los atenienses que “por naturaleza no pueden llevar una vida tranquila, ni dejársela llevar a los demás" y precisamente eso debió de ser lo que sus adversarios dijeron de ellos. Oímos la voz auténtica de Pericles cuando afirma: "Lo que temo no es la estrategia del enemigo, sino nuestras equivocaciones” o "nuestro amor por la belleza no nos lleva al despilfarro; nuestro amor por las cosas de la mente no nos hace blandos"; o "la tierra entera es el sepulcro de los hombres famosos." El valeroso espartano Brásidas expone al pueblo de Acanto las pretensiones atenienses: “Es más triste... conseguir lo que uno se propone con engaños que pretenden ser morales que con la violencia declarada.” La sofistería y vanidad de Alcibíades se manifiestan mientras está traicionando a su patria ante los espartanos: “el país al que estoy atacando ya no me parece el mío; antes bien, lo que estoy tratando de hacer es recuperar una patria que ha dejado de ser mía.” Perdida toda esperanza en Siracusa, Nicias hace su última arenga a sus tropas y termina diciendo: “son los hombres quienes hacen la ciudad, no las murallas ni los barcos sin hombres dentro." Frases de este tipo hacen pensar que son los dichos auténticos de los oradores a quienes se atribuyen, y captan la tónica de alguna ocasión dramática en la que las palabras cuentan mucho.

Adaptación y selección de los discursos. Con todo, a pesar de que hay siempre algún elemento genuino en los discursos de Tucídides, hay igualmente otro elemento, preponderante quizá, de adaptación de los mismos por su parte. Del acervo de discursos que tenía a su disposición ha elegido evidentemente aquellos que se acomodan mejor a su propósito, y en unos cuantos se puede incluso sospechar la acción de su inventiva. El diálogo entre los atenienses y los melios antes de la aniquilación de los últimos difícilmente pudo sostenerse de esa manera y tiene un regusto muy fuerte a ejercicio retórico, por un lado, y a rotunda convicciones individuales, por otro. Aunque los discursos los pronuncien individuos y representen puntos de vista personales, están dispuestos de manera que muestren las diferentes facetas que ofrece una coyuntura. Por ejemplo, antes del estallido de la guerra del Peloponeso, una embajada de Corinto denuncia en Esparta los planes agresivos de Atenas y exige pasar a la acción contra ella. La replican los legados atenienses que casualmente se encuentran en Esparta "por otros motivos", y previenen a los espartanos de los peligros de un ataque a Atenas. Luego, el rey de Esparta, Arquidamo, hace un llamamiento a la prudencia y a la moderacion, y finalmente el éforo Estenelaidas, en un discurso muy breve rechaza el consejo del rey y exige la guerra con Atenas. De la misma manera que el discurso ateniense replica al corintio, el del éforo replica al del rey. Todo lo que se dice es pertinente a la ocasión y se sacan a relucir muchas cuestiones de principio. El resultado, sin duda, es un

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debate, pero un debate más orgánico y ajustado a los problemas de lo que pudo haber sido en realidad.

Debate sobre los puntos en litigio. En otras ocasiones, antes de que los acontecimientos tomen un nuevo giro, Tucídides presenta un debate, que siempre sirve para arrojar luces sobre los principales puntos en litigio desde múltiples ángulos. Cuando Mitilene se subleva, Cleón apremia a la asamblea ateniense a que mate a los mitileneos y logra imponer su opinión, pero al día siguiente Diódoto con razones de mera prudencia logra que se revoque el acuerdo. En el debate sobre la expedición a Sicilia, Nicias comienza señalando sus riesgos y dificultades, pero le replica Alcibíades, que subraya las enormes ventajas que podrían obtenerse y los medios para obtenerlas. A continuación, toma de nuevo Nicias la palabra para señalar los grandes contingentes militares necesarios al efecto. Pero su esperanza de hacer desistir con ello a Atenas de la expedición se desvanece, porque obtiene todo lo que pide. En Siracusa la inminencia de una invasión ateniense provoca una discusión general. Hermócrates, a quien Tucídides admira, señala que el peligro existe en realidad y propone todo un programa para conjurarlo. En contra suya, Atenágoras, el líder democrático, emite sus dudas sobre la expedición y, al mismo tiempo, proclama que Siracusa puede ser derrotada si no recibe ayuda. Termina con un excurso sobre la política de partidos que, si no tiene relación con lo fundamental del debate, muestra al menos su descontento personal.

Los dos debates sobre la expedición a Siracusa exponen las luchas de los partidos políticos y arrojan luz sobre los problemas implicados en ellas. En ningún caso son puras divagaciones del intelecto. Tucídides está bien consciente de la fuerza de la pasión en la política y muestra sus efectos en los argumentos que se dan. Sus discursos son deliberadamente dramáticos, por cuanto que preceden a acontecimientos de gran significado y destacan en alto relieve lo fundamental de las controversias.

El estilo de los discursos es muy notable. No sólo difiere por completo del de las partes narrativas, sino que tiene características sorprendentes, que son lo más opuesto tanto a la libertad y a la fluencia de un Heródoto, como a la delicadeza y musicalidad de un Platón. Con todo, es al menos probable que el estilo de esos discursos fuera norma en la última parte del siglo v. Dificultoso siempre, se complace en las antítesis, en el equilibrio rígido de las frases, en el énfasis logrado con asonancias e incluso con rimas; concentrado al máximo, parece al propio tiempo exponer los temas más vulgares de la forma más compleja. Si se quisiera poner un ejemplo exagerado de este estilo sería preciso buscarlo en los fragmentos del retórico Gorgias (483-376 a. de C.), que llegó a Atenas el 427 a. de C. y produjo una profunda impresión. Pero no es necesario suponer que Tucídides lo imitara. Gorgias fue más bien un práctico de un estilo ya existente, al que llevó casi al absurdo con sus manierismos exagerados. A quienes piensan que Tucídides impuso su estilo personal a los discursos de Pericles, se les pueden citar algunas palabras de este último conocidas por otra fuente. El 440 a. de C. pronunció un discurso en honor de los caídos de la guerra de Samos en el que comparaba a los muertos con los dioses pues no los vemos en sus personas, pero de los honores que reciben y de los beneficios que hacen, inferimos que son inmortales."Es éste el estilo, no sólo del discurso fúnebre transmitido por Tucídides, sino de otros muchos discursos de su Historia. Se puede inferir que Tucídides escribía sus discursos en el estilo oratorio de su época.

Tucídides jamás deja que sus consideraciones generales sobre la guerra y la política obstaculicen el relato preciso y detallado de los acontecimientos. Entre ellos

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ocupan las batallas el primer lugar, y no cabe duda de que sentía hacia el arte de la guerra algo más que el interés de un profesional. Sus relatos de batallas por tierra y mar son siempre comprensibles, e incluso fáciles de seguir, aunque el conseguir semejante resultado le hubiera supuesto el más cuidadoso examen de los documentos disponibles. Comprende la importancia de los pequeños detalles y de sus efectos en las acciones militares. Cuando los tebanos penetran de noche en Platea, sus habitantes, que conocen las calles y las casas mejor que sus enemigos, se las apañan para dividirlos y acorralarlos. Durante el sitio de Platea por los espartanos y beocios, un grupo sale de la ciudad cruzando el muro que los enemigos han construido a su alrededor y en un momento dado la caída de una losa está a punto de delatarlos.

Cuando los espartanos están bloqueados en la isla de Esfacteria, se intenta abaste-cerles por mar mediante buceadores que transportaban bolsas cargadas de harina, mezclada con miel y granos de adormidera. Al entrar en combate en Mantinea, los espartanos marchan lentamente al son de la música de los muchos flautistas que había en sus filas, lo que les permite moverse acompasadamente sin romper la línea. Los combates navales en la bahía de Siracusa los ganan los siricusanos por tener más inventiva que los atenienses, tanto al simular la retirada para avanzar después cuando el enemigo retrocedía a su base, como al recubrir las amuradas de sus naves con pieles de buey al objeto de que los garfios de abordaje no hicieran presa en ellas, o al construir una barrera en la bahía que no pudieron romper los atenienses.

Este amor por los detalles da vida a los extensos relatos de combates. Tucídides tiene los suficientes conocimientos de táctica para percatarse de que Cleón perdió la batalla de Anfípolis al exponer su ala derecha al enemigo; para darse cuenta de que, una vez fracasado el intento de rodear Siracusa, los atenienses no podían ganar la guerra; para saber que nada hay tan contagioso como la moral elevada, cuando las cosas marchan bien, o la baja moral cuando las cosas marchan mal; para saber, en suma, que, cuando un ejército cree estar derrotado, deja de combatir. No es que subraye estas lecciones, pero las presenta de forma tan clara y convincente que transmite su mensaje sin necesidad de comentarios.

El vasto drama humano. Si los efectos conseguidos por Tucídides se deben en gran parte a su profundo interés profesional, sus méritos no se reducen a esto. Contempla los acontecimientos de la guerra como parte de un vasto drama humano y escribe sobre ellos con una pasión tal que, aunque en parte quede oculta por su estilo objetivo de narrar, se nos transmite conforme vamos leyendo lo que cuenta. Es ésta su profunda preocupación por todos los protagonistas de la guerra, desde las tripulaciones de las naves hasta las tropas en el campo de batalla o la población de Atenas, horriblemente amontonada dentro de las murallas y diezmada por una peste devastadora. Sabe transmitir la exaltación de la victoria y la melancolía de la derrota, el ardor con que los hombres se lanzan al combate y la rapidez con que descubren que han perdido o han ganado. Si sus grandes debates exponen el fondo psicológico de los grandes acontecimientos, ofrece también discursos más cortos pronunciados por los jefes militares antes de entrar en acción, en los que alientan a sus hombres recordándoles aquello por lo que luchan o su superioridad sobre el enemigo.

Relación de guerra y política. Comprende la relación íntima que existe entre la guerra y la política, y, aunque quizá sobreestime la estrategia de Pericles e infravalore ciertas causas que contribuyeron a la guerra, no es menor por eso el asombro que nos produce el

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hecho de que una persona como él, tan próxima a los acontecimientos, tuviera la capacidad de enjuiciarlos de modo tan imparcial y con sentido tan agudo de su importancia.

Pertenecía a una generación que había aprendido mucho de los sofistas, aquellos maestros profesionales que hablaban de todo, de física y de política, y que a veces se mostraban demasiado quisquillosos o escépticos. Pero de ellos aprendió lo difícil que es el descubrir la verdad y que en esto reside el deber primordial e ineludibleble de un historiador. Instituyó la historia como ciencia, gracias al constante examen de toda la documentación disponible, pero supo conservar su cualidad de arte que hace revivir los hechos de los hombres ante nosotros y nos los hace parecer tan reales como lo fueron para sus protagonistas.

Jenofonte

Tucídides dejó su historia inconclusa, y su calidad excepcional se pone en evidencia cuando la comparamos con su continuación, escrita por Jenofonte (430-353 a. de C.), que prosiguió el relato desde el 411 a. de C., pasando por la caída de Atenas el 404 a. de C., hasta la batalla de Mantineaa el 362 a. de C. Jenofonte era un hombre de acción que en su juventud tomó parte en la expedición militar que organizó un pretendiente al trono contra el rey de Persia. El pretendiente fue muerto y Jenofonte, al encontrarse con el mando, dirigió magistralmente la retirada de las tropas griegas desde Persia al mar Negro.

Anábasis. Este hecho lo relata en su Anábasis, que tiene todo el frescor de la experiencia personal y revela una personalidad sencilla, amistosa y leal. Jenofonte sabe describir una escena y dar vida a un personaje, la táctica militar desde dentro, sobre todo si se trata de las operaciones de caballería. Pero todas estas cualidades no eran suficientes para hacer de él un historiador serio.

Sus Helénicas, que continúan la historia de Atenas, tienen algunos momentos notables, como el pasaje que relata el lamento que recorrió los Largos Muros, desde el Pireo a Atenas, a la llegada de la noticia de la destrucción de la escuadra ateniense en Egos Pótamos y que sembró el convencimiento de que Atenas estaba condenada a la ruina. Tiene cierto sentido de la situación dramática y escribe con fluidez, que alterna a veces con intentos, por lo general fallidos, de hacer algo más grandioso. Jenofonte debía tener ciertas aficiones literarias, porque, a más de sus obras principales, compuso varios tratados, la Ciropedia entre ellos, una biografía idealizada de Ciro el Grande, que sirve a los múltiples fines de un manual de educación. Jenofonte sin embargo, se resiente de cierta autocomplacencia y del afán de ser sentencioso: extrae excesivas moralejas, que, por perogrullescas, evidentemente no valía la pena de sacar. Sus méritos como historiador son muy menguados.

Se preocupó muy poco de comprobar los hechos y, aunque sigue a Tucídides al atribuir discursos a sus personajes, sus discursos no desempeñan ninguna función de utilidad y carecen de la densidad intelectual de los de su maestro. Aunque Jenofonte conocía Atenas antes de su caída y debió probablemente de combatir en la guerra del Peloponeso, no parece sentirse muy orgulloso de eso y prefería Esparta a Atenas. A pesar de que conoció a Sócrates y recogió ciertas conversaciones con él en sus Memorables, se hace dificil creer que el filósofo que inspiró a Platón hubiera sido tan vulgar como el que nos presenta.

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En Jenofonte ha desaparecido el espíritu de la época periclea, y su lugar lo ocupa un afán moralizante a base de lugares comunes, que se ofrecen como remedios baratos para el mal y carecen de imaginación y de pasión.

El fin de la Historia griega. Después de él hubo muchos historiadores, cuyas obras se conservan fragmentariamente, pero ninguno de ellos da muestras de que, ni, por lo más remoto, pudiera aproximarse al alto nivel de la época de Tucídides. El siglo v fue el zenit de la historiografía griega y, cuando Atenas se derrumbó, se derrumbó con ella la historia. Las convicciones empedernidas o la curiosidad apasionada eran algo difícil de encontrar en el depauperado mundo intelectual del siglo IV, e incluso las hazañas prodigiosas de Alejandro no lograron inspirar nada que se aproximase, ni de lejos, al vigor de un Tucídides.

Su único sucesor de valía fue Polibio (C. 203- 12o a. de C.), que aplica algunos de sus métodos a la historia de la Roma republicana. El sentido estrictamente científico de la verdad, la fe profunda en la importancia de la misión de Atenas, y una concepción filosófica de la historia se hermanaron en Tucídides con una inteligencia y una agudeza poco habituales y con la pasión del artista que sabe presentar sus conclusiones de un modo bello y grandioso.