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.J. DE ESNAOLA

EN LA MONTAÑA ALAVESA

~---VERGARA----

TIP. DE ••gL SANTISIMO ROSARl0°1

---- 1925 ----

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NIHIL OBSTAT1

KL CKNao11,

FR. CLEMENTE DE SAN JOSE.

VICTORIAE 12 FEBRUARll 1925,

IMPRIMATUR,

~ EPISCOPUS VIC.TORiENSIS.

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EN LA MONTAÑA ALAVESA

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DEL MISMO AUTOR

MONOGRAFIA HISTORICA DEL CULTO A SAN·

TA MARIA DE ESTIBALIZ. - ÜBRA LAURBADA BN

BL Cl!RTA.\IEN DE CULTURA CELEBRADO EN VITORIA EN

AGOSTO DEL AÑO 1918. (AGOTADA).

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-R E F R A N E B. O-

COSTUMBRES

- -FO LX LO RE- -

-TOPONIMIA-

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A MIS AMIGOS DE ARLUGEA Y MAROUJNEZ

.:JI[ declzcaros es/a obrz'fa, no hago aira cosa

<¡ue devolveros lo <¡ue vosoftos me clzsfez's.

~do m¡ueflo 9ue me confábat"s, y 9ue yo

trasla daba a mi' vz'e/o block, múmfras vosotros

rez'a z's, va en esfe hoto, 9ue es más vuestro 9ue

m zo.

Q uz'ero c¡ue os sz'tva de alguna recreacúin.

ry c¡uz'ero fambúin 9ue-meclz'anfe esfe fz'bto

-os conozcan Íos c¡urJ se z'nleresan por su pue­'

Slo, por " [ pu.ebÍo ele 9w? firmazs parle.

e)~ ha hablado y srJ ha escrz'fo acG>rca de/

aba:1do120 an 9ue Íos pubh"cz"sfas fz'enrm al

pueblo.

!72ea¡;nenfe, parece 9ue el empeño de Íos

escrz'fores esfá hoy en componer obras para

defedacúin de sus pz'ñas y formen/o de Íos Íec­

fores de escasa z'fr.zsfracúfn ·ft.'ferarz'a.

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es posi"bfe qua nazca de ah{ el recelo con

9ue el aldeano Tntra a Íos fc"bros, a esos fc"btos. ~-Y.

'3lc, deseo 9ue ml fc"buro sea olra cosa .

...We ido recoglendo esos r~anes-r¡ue se­

tán z'mporlados muchos de e/Íos-·en Íos 9ue os

apogazs, como sobte aulorzdad sólc'da e znclzs­

culz"ble, !I Íos he zc/o clzslu"bugendo a fo Íargo

de[ lc"bro.

Cnconlrariz"s lambúfn algunos preclosos

e¡.f>mpÍares loponz'mz'cos, r¡ue ponen de manz'­

fieslo vueslra condz'cz'ón de vascos.

cSz· se ha perdido el z'clzorna-del 9ue ape­

nas r¡ueda , alguna relc'r¡uz'a.-ah{ eslá ese olto

fe;1gua.je de Ías piezas, de Íos t{os, de Íos mon­

les, de Ías foenÍf?s, para recordaros 9ue vues­

ltos abuelos hablaron Ía lengua venerable.

Van lambúfn en esla obura algunos cuen­

los e htslorz'elas .

..Cos p~z'rnetos han sido tecogzdos de vuesltos

Íabzos. Cs posz"bfe r¡ue alguno no sea zniclz'fo.

_</To fo sé. !'l'eto eso no me rnoleslar{a, por9ue

tim voÍvetfa un eÍog!o pata vo.soltos.

cCas hz'sforúdas eslán h<?chas a base de su-

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ceclcdos r¡ue lodos conoc<Íz's, !/ CU!fOS prolagonz's­

las feerán---creo !fO---estas f i'neas.

'0engo ef convencz'mzenlo---i!f no es poca

sw?tlel---ele 9ue os han ele agtadat fas págz'nas

de esle fr.'bto, no por9ue su vaÍot inlri'nseco sea

posz'lzvo, pues corno vosoltos eleczs mu!/ gráy{'­

carnenle,

"donde no esld el rey.

no puta'' oparcc~r. u

Os agtadatá, por9ue eslá escrz'fo con ca tz'ño,

con ef en fusz'asrno c¡ue szernpre ffevo encenclcdo

en ef afm a, cuando se !rafa ele Ía sz'mpálz'ca

montaña aÍavesa. /J;/ soz's vosolros la n aman-

les de Ía monlo.ñal...

SOeclcco a vosoltos asía oÍi·a, pot9w? vosoftos

m e habér's dacio Íos rnafen'aft?s; eslá escrz'fa pat a

vosoltos; Ía Íabor ha sú:lo z'nspz't.ada pot Ía pto­

fonda sz'rnpalz'a 9ue szenlo hacz'a Ía montaña.

¿.:7/ c¡uz'én se Ía t'Ía a eleclccat, sz'no a vosoftos,

ª!/et rnÍ's h:;ios, !/ hoy rnz's amigos?

.::Jlcepíad ef obsec¡uzo ele[ aulor.

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LAS BELLEZAS DE LA MONTAÑA

B caso el entusiasmo por la montaña pone en la pluma conceptos elogio­

sos, que no logran conquistar plenamente el asentimiento del lector, que no conoce nucs· tra montaña.

Pero el entusiasmo racional ha de tener un fundllmento.

Y el fundamento lo da la observación cons­tante de nnestros paisRjcs, el estudio prolon· gado de nucsfras costumbres, la visión cleli· ciosa ele nuestras riquezas.

Ln riqueza es la moral austera , que se des­envuelvo plácidamente en el ambiente quie­to y recogido de la aldea alejada del mundo, ad entrada en. lo interior de la montana , de­fendi<la por cumbres elevadas y profundos barrancos.

Es el cultivo del ent:-·ndimiento, inquieto por conocer y ahondar en . el conocimiento de un p~ograma relativamente mínimo ...

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EN LA MONTAÑA ALAVESA

Es la honradez do nuestros bravos labrie­gos, la seriedad de la mujer montañesa, la alegría cascabelera de nuestros jóvenes, la ingenuidad de nuestros niños ...

El conjunto panorámico de las almas buenas.

Esa es la riqueza más apreciable, el teso­ro más apetecible, y el más glorioso de los blnsones de un pueblo.

Los que no admiten otro género de belle­zas que las que impresionan a los ojos del cuerpo, serán sorprenuidos a tono con sus aficiones.

Nuestra montaña les ofrece un surtido ca­. tálogo de paisajes magníficos.

Estnmoí-1 en el cerro de Beolnrra. Sentémonos a la sombra acogedora de su

ermita.

Ahí está Arluzea, recostado en la clave de una .bóveda invertida.

Encima, la soberbia sierra que corta el ho­rizonte.

Más adelante está el Castillo, estupenda atalaya que domina a la llanada alavesa, y

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·.,.;.

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LAS BELLEZAS DE LA MONTARA

mira de frente al Gorbea, y contempla el manto opulento que cubre las espaldas del Aitzgorri.

Y aquí está Marqu1nez, haciendo guardia a su Virgen.

Detrás, los montes de Nabarra, la cordi­llera de Cantabria, las líneas fronteras rle Izkitz.

Al Poniente, el Confü:do de Trevifio, y las cumbres de los montes ca..,tellanos ...

Peiins gigantescas, enormes mol~~s de pie· dra, p:irece que se agarran a la tierra de las ladera!?, para no caer sobre las piezas que se lfl br:m n bajo.

Una vega fecunda-partida a lo largo por el río Uda-une a los dos pueblos. El mar de mieses amarillea.

Los rebaf10s de cabras y ovejas trepan por los · l'i bazos.

La vieja ea.rreta de bueyes sigue el ca­mino abierto a la orilla de la vega.

Canta el labrador su canción favorita, pe­r ezos:i, lenta, llevando el ritmo que le señala el paso do los bueyes.

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EN LA MONTAÑA ALAVESA

Un cielo intensamente azul ilumina el paisaje ...

Hay que estar aquí para sentir todo l'l va­lor, toda la fuerza de esta belleza de la mon­

taña. La pluma no sabe hablar de estas co~as ..... Las diversas tonalidades de las miese~, que

se van dorando; do las arboledas, de las flo­res que adornan los ribazos; del río que cu· lebrea; de las viejas tapias que cercan las huertas ...

Y la música de los ·pájaros, de los cence­

rros, de la esquila parroquial, de las frescas gargantas pastoriles ...

Y el aroma penetrante, selecto, de las vio· letas, y el montaraz de la manzanilla y del tomillo ...

Todo eso impresiona fuertemente los sen­tidos, y cae en el alma, como una bella sin­fonía, que forzosamente ha de permanecer inécl ita.

Pero :iún hay más.

Tenemos también otra riqueza, para los -14-

. 'ti'

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LAS BELLEZAS DE LA MONTA~A

sabios, para los concentrados en el taller de su espíritu investigador, para los que aman el eco de los siglos viejos.

'Resuena aqui el grito de la lejania con toda su fuerza inicial.

Es esa serie de cuevas artificiales, que vienen estudiando eminentes hombres de ciencia.

El libro de la prehistoria, abierto sobre Sarronda, el Bosque, Gurtupiarana, Bidegur­ba, Alraspia ... Los únicos documentos que hablan de épooas remotísimns ... Hablan con sus líneas, con los arañazos del sílice o del hierro, con sus esculturas rupestres ...

Tocando este asunto, no es posible resis~ir a la tentación de transcribir lo que se dice acerca de las cuevns de Marquine.z en la GEOGRAFIA DEL PAIS VASCO NAVARRO.

Dice el señor Heintz Loll en el volumen dedicado a Alava:

«Las agm1s, al denudar dicha caliza nu­mulítica (del Eoceno inferior), le han dado las formas más extravagantes en unos !Ütios,

y en otros han hecho que guarezca <cual ale·

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E N L A M O N T A Ñ A A L A V E S A -~·

ro de un tejado las rocas interiores menos coherentes, donde un pueblo do remota an­tigüedad utilizó esta circunstancia natural para la perforación de multitud de cavernas, que les sirvieron de viviendas o sepulturas. En algunas de estas cavernas artificiales se ven figuras toscamente esculpidas y sepul­cros abiertos en las rocas»,

«Estas cavernas eran, pues, el objeto de nuestra excursión, y apenas llegamos al pue­blo, nos dirigimos a la curiosa Pefía del Cas­

tillo, vecina de la no menos interesante er­mita de San Juan, joya del arte románico del siglo XIII. Después de trepar por las esca­brosidades del terreno, nos encontramos frente a una imponente mole, que es ob;a, en parte, de la Naturaleza, y en parte dol hom· bre, a juzgar por los restos de una pared de fábrica. Penetramos en el castillo por una cueva de 2 metros de alto por 6 de ancho y de largo.

«En el centro, un pozo cuadrado de 4 me· tros de lado llama enseguida la atención. Está tan bien conservado que parece una

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LAS BELLEZAS DE LA MONTAÑA

obra moderna. En el fondo de la cueva arran­ca una como chimenea de 4 a 5 metros de al­tura, en cuyas paredes hay escalones talla­dos en la roca, formando el conjunto una tosca escalera de caracol que conduce fuera

del sótano. ;,El estado actual de la escalera no permi­

te utilizarla, sin que uno corra peligro de estrellarse; trepamos, pues, por fuera, en don­de las malezas proporcionan mejor apoyo, y notamos que en la pared vertical continúan las entalladuras que conducen a la parte su­perior del castiJlo, desde donde se domina todo el valle. En toda la peña pueden verse nichos de diferentes proporciones, y lo mis­mo sucede con otro pefiasco que está a poeos pasos, y quizás estuvo en otros tiempos uni­do con la primera por un fuerte muro del que aún se ven restos . .

<El estado .del castillo es tal que sería aven­turado emitir cualquier opinión acerca de él.

&Es fortaleza'? &morada? ¿lugar de sepulturas'? «Volviendo al pueblo nos dirigimos a las

Peñas Ganas, contra la.s que se apoya la igle-

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EN LA MONTABA ALAVESA

sia del lugar. Detrás de ésta hay algunas cue­vii.s bien conservadas; una sirve de huesera del cementerio; en otra existen, toscamente esculpidas en bajo relieve y tamafio casi na­tural, unas pocas figuras. Y die.e Adán de Yarza:

«Habiendo mostrado una copia de las mis­mas a D. Am·eliano Fernández Guerra, cuya competencia en asuntos arqueológicos es por todos reGonocida, supone esto señor que di­chas figuras representan el hecho de la mito­logía fenicla del robo de Europa por Júpiter convertido en toro, en presencia de Agenor, padre de aquélla, el cual se lamenta en vano de su impotencia para socorrerla.

«Estos dibujos no son cristianos, dada la desnudez de las figuras; no son romanos, porque los romanos empleaban otros mitos. Puede creerse que las cuevas de Marquinez son sepulturas de familias fenicias, acaso cretenses, únicas a quienes podían interesar tales hechos mitológicos».

«Siguiendo el barranco, en cuyo fondo hay campos cultivados, y las laderas formadas

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LAS BELLEZAS DE LA MONTAÑA

por areniscas coronadas por calizas numulí­ticas, se pueden contar las caverna8 por do­cenas en ambos lados. . «Hay, además, otros vnlles con su colec­ci6n de cuevas cada uno, formando así c:ua­tro barrancos convergentes en un mismo punto, en donde está situado l\farquinezi>.

Hablando de la cultura artística en las épocas protohist6rieas, dice el seflor Carre­ras y Candi:

«Su cultura artistica, de tanto relieve en las santanderinas cuevas de Altamira y del Castillo, por sus interesantísimas pinturas, no ha dejado rastro de esta índole en la pro­vincia de Alava. Merecen, sin embargo, un lugar en esta r~seña, las esculturas de la cueva de l\farquinez, por la rarexa de tales obras de arte».

Los seilores Aranzadi, Barandiarán y Egu­ren en su ~0lleto «GRUTAS ARTIFICIALES DE ALAVA»; estudian detenidamtmte las cuevas de Marquinez.

Y para los devotos de la arqueología te­nemos un soberbio ejemplar: la ermita de

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EN LA MONTAÑA ALAVESA

San Juan, de magníficos detalles artísticos. De ella dice D. Vicente Vera: «Es obra de construcción tan bella y lujo·

sa, que se supone con fundamento fué la an­tigua parroquia de .Marquinez•.

Para mí, el detalle de mayor valor es la lápida e inscripción grabarla en una piedra de la fábrica, y cuyo contenido-altamente evocador-quiero que adorne estas páginas.

Esas son algunas de las bellezas que cons· tituyen la riqueza de nuestra montaña.

Son valores indiscutibles. Las aceras amplias, las calles asfaltadas,

las pecheras brillantes, las chisteras de so· berbios reflejos, las sonrisas que se van co­locando en los labios, como se colocan las flores en el ojal de la solapa ... todas esas cosas no me dicen nada.

Venga la mano callosa del montafiés; ven· ga el espectáculo de sus campos; venga la parleta con el ancianito, que dirá-todos los dfas-al despedirse:

Quien mal nos quiere bien nos vea.

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LAS BELLEZAS DE LA MONTA~A

El bien de Dios con todos sea ...

NOTA.-La inscripción de la ermita de San Juan dice así:

<HEDIFICATIO : BUIVS: TEMPLI: FVIT: FAC­

TA : sun : ANNo : Do:vrrN1 : M : ce : xx : v1 : NONO : RL : DECEMBRIS : IOHE : PETRI EPO :

EXISTENTE : IN : CALAGURRA : ET '. REGNANTE

: FETl.DlNADO: REGE: IN: CASTELLA : ET : M : AHClllDIACONO : IN : ARJVIENTIA : ET : FVRTV­

NIO : DE : MARQVINIZ : ARCHlPRESBlTERO : IN

: TRIVINIO: ET: GAHSIAS: DE : PANGUA: MA­

GISTHO: IN; AR;.\'IENTIA : : VT: VIDENTES: HOC

: SCJUPTVM : ORENT : PRO : ANIMA : EPI : :

SPECJALITER: ET: OMNIBVS: BENEFACTORIBVS

. HVlVS : TEPLI : ))

Vertida la inscripción al castellano, dice: <Este templo fué fldificado en el año del

Señor de mil doscientos veintiseis (inaugu­rándose) el día veinticuatro de diciembre, siendo José Obispo de Pedro en Calahorra,

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EN LA MONTAÑA ALAVESA

reinando en CastilJa el rey Fernando, siendo. M[arco'?] Arcediano de Armentia, y Fortún de Marquiniz Arcipreste en Trevifio, y Garsias. de Pangua Maestro de Armentia, para que los que vean este escrito oren por el alma del Obispo especialmente, y por todos los bienhechores de este templo>.

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ENERO

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EN ERO

~ emos celebrado-con toda la solem­).._ ~ nidad posible en la montaña-las

P11scuas de Navidad, los días más simpáticos del año, plenos de m1oranzas amables, remo- · vcdores de hondos sentimiento$.

Cuando se celebra la aparición del Hijo de Dios, hecho hombre, es cuando aparecen h echos dioses los hombres ce buena volun­tacl... ..

No ha faltado el turrón, ni los capones, ni el besugo. Ni ha faltado tampoco el más ex­quisito obsequio nl Niño, el obsequío de las almas.

Se le han cantado vill ancicos en Al hogar; se han disparado salvas en su honor; se le ha recibido en la Eucaristía.

Los montañeses no quieren oír aquello de

San José y el Ni11o fueron a Treviño;

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EN LA MONTAÑA ALAVESA

y los treviileses les dieron pan y nueces, y los alaveses no les dieron, porque no tuvieron.

Para ir a Treviño, habían de pasar por Beolarra.

En Beolarra se hubiesen quedado, porque aquí está la Virgen. Y los montañeses les hu­biesen llevado pan y nueces, aunque hubie­sen tenido que vaci::1r las paneras y subir hasta el cerro con Jo;; nogales al hombro.

Entramos-por Enero-en el nuevo año. ¡Que os sea muy feliz, mis buenos monta­ñeses!

Circuncisión, Epifanía, San Antón, San Sebastián ...

Dijo algún montañés: ··-A veinte de Enero, San Sebastián, el primero.

Y le respondieron: -Detente, varón, que primero es San Antón.

Y terció otro:

-Hombre, mira lo que dices. qt1~ primero es San Felices.

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N E R o

No se ha conocido un invierno tan negro,

como lo va siendo el actual. Podemos decir que no ha nevado. No fue­

ron más que .dos días. Se vistió de blanco la tierra. Se tendió so­

bre los espinos de los ribazos un finísimo enm1je veneciano.

Colgaban las arracadas rojas de los ave­llanos. Queda la blanca flor de las brigazas, la sunve pelusilla, sobre el fondo verde de los biijarrales.

Siguiendo en esta forma, 1cuánto ha de prosperar la tierra!

Primero, la siembra, la siembra del ajo, que ha de ser luego:

En la menguante de Enero siembra los ajos el ajero.

Aunque un bulbo de la planta familiar sostenla otra cosa:

:....¿Por qu~ no medraste, ajo ruin? -Pues por no sembrarme en la menguante de San Martín.

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EN LA MONTAÑA ALAVESA

Más tarde, la escarda de los cereales, rela­tivamente benigna.

Hay que sofocar-en cuanto nacen-los cardos, lapas, castellanas, abibollos, abre­ojos, zarapotes, lujardas, carrigüelas ..... Los hijos de la tierra, que obstaculizan el des­arrollo de los cereales y llegan a arrui­narlos.

Lo que se escarda en Enero bien suena en el triguero.

Terminó la muda de las gallinas, la época

difícil en que quedan in curitatis, feas, po­

chas, sin color.

Ahora comienzan a visitar los nidales. Lue­go vendrá la puesta:

Por San Antón, huevos al trompón.

Van y vienen las vacas. Pacen las yeguas en Izkitz.

Y en los corrales se traban-unas con otras-las largas cornamentas de los bueyes, graves, serios, perezosos, que . descansan­tumbados-y se levantan pesadamente, para hundir el belfo en el pesebre.

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E N E R o

¡Qué lucidos, qué lustrosos están en este tiempo de invierno!

Por Reyes, buenos son los bueyes,

Aunque no nieva, sigue siendo la vida to­talmente familiar y casera.

¡Qué simpática la tertulia! Hay extraordi­narios en la mesa. Una gran animación en los labios. Mucha luz, quo juega en las pu­pilas.

Hasta los niños comprenden la bondad de los mayores, en estos días de Pascua, en que les han visto besar los pies desnuditos de un Nifio, que acercaba a sus labios-en la igle­sia-el señor cura.

Y volverá-lseguramentel-aquella nena de dos afios a cogerme las manos y a darme palmaditas en ellas con la suya, regordeta y rosada, mientras dice, queriendo cantar:

Palomita banca, rebanea, ande está tu nido, renido, en un palo verde, reverde, todo forecido, forido ...

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FEBRERO

'-('"') aisaje montafiés. · ~ Todo está blanco, con una blancu­

rl'I que hiere las retinas. Juega el sol en el inmenso lienzo con las

caras brufí.idas de la nieve cristalizada, que comienza a licuarse, despidiendo un brillo cegador.

Todo está blanco. Las cumbres y la ribera y el casco de la vieja aldea.

Rompe débilmente la bl!rnca monotonía el plano oblicuo de los riuazos, cuya tonalidad obscura absorve la lana-menos blanca-de los rebaf10s, extendida-como una transición azufrosa-a lo largo de los ribazos.

Todo está blanco. La hermosa peña de Arizulo es un gignnt,~sco pelotón algodono­so. Los chaparrales ele Belabia y Dorronda, una blanca erupción en el riiión de la mon­taña.

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F E B R E R o

Y los robles centenarios de Espaltza se ocultan-enmascarados-bajo el amplio ro­pón blanco, como si quisieran jugar con los jabalíes, sus camaradas.

Encima del ribazo, sobre la sábana des­lumbrante de la campiña nevada, quiebra el blanco panorama una nota obscura, imnóvil, clavada como . un espantajo. Es un pastor . . Está embutido en el recio capote de color carmelitano, y tiene calado el capuchón.

Todo ostá blanco. iY quiera Dios que las cribas celestes si­

gan enviándonos los blancos mandiles; si· quiera por unos días!

Porque

más vale ver el lobo entre las ovejas,

que el sol el dfa de Candelas.

Hay leyendas que certifican la verdad de la observación.

&Será que la casualidad-«el anónimo de Dios», que dijo Gounod-ha hecho desgra­ciados para el labrador los años en que el día 2 de Febrero ha sido soleado?

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EN LA MONTAÑA" ALAVESA

No. Ello obedece, sin duda, a una ley uni­versal e inmutable, según parece despren­derse de esta rotunda afirmación que ha lle­gado hasta la montafia, atravesando los pi­cachos fronterizos:

Cuando Candelilla plora, el invierno ya está fora.

Y o desconozco la razón. Y algún monta­ñés-allá, por marzo-dijo, rascándose la oreja:

Si lloró o no lloró, el invierno aqul quedó.

A pesar de nuestro infantilismo mental, no somos tan · candorosamente optimistas, que esperemos otra cosa que nieve y frío en una larga temporada, mientras sigan car.tanda los tx intxines, de árbol en árbol, bajo los toldos de nieve:

Nieve, si; nieve, si; nieve, si:

Aún está pálido el sol, y las nubes en el desarrollo de su más intensa actividad.

Poco a poco, gradualmente, ha de ir impo­niéndose el astro rey, y quebrantándose la

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.E B R E R o

fuerza de sus rivales opacos, que luego lle­garán a una aplanante decadencia, retirán­dose, plegándose, formando una aureola lu­minosa, pálidamente dorada, con galones de fuego, a lo largo de las cumbres. Y en me-~ dio brillará el sol, indulgente y piadoso en su convalecencia, que es la iniciación de la reconquista, la epifanía brumosa de la vida.

Visitará de nuevo la tierra. Y los fl ecos de su manto de luz llegarán a todos los rinco­nes, entrai·án bajo las peñas, acariciarán el fondo dé los barrancos, juguetearán en las vertientes castigadas por el cierzo, donde aún está-bajo la nieve-trabada la tierra.

Por San Matías,

entra el sol en las umbría!'!.

Mientras tanto, atiende el labrador a las necesidades de la casa, preparando los aperos.

Visita las yeguas, qu.e están en Izkitz, les lleva sal, y les atusa los bigotes, que van medrando.

Y las mujeres traen de la ciudad los enre-

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EN LA MONTA&A ALAVESA

dos necesarios para la matanza, que comien­za ahora: pimiento, n ser posible, de Cala­horra; especia, intestinos, arroz, algod6n ...

Y en todas las casas-en todas-se matará un hermoso cerdo, o dos.

Probaremos los txitxikis con gran delecta­ción, y un día solemne comeremos el morci-11 ón, y colgaremos al humo los embutidos,' que alegrarán y coloreará~ el cocido duran­te todo el año.

Rueda por el mundo un refrán que dice:

Carne en calceta, que la coma el que la meta.

Y iqué rica nos ha de saber, si Dios nos

da vida! Febroro ... Bendición de las Candelas, ben-

dición de comestibles, la fiesta de los mozos ... A dos, Candelas, a tres, San B1ás, a cuatro, ·nada, y a cinco, Santa Agueda.

El día cinco vend_rán los mozos a saludar­me, con la indispensable guitarra, y me can­

tarán: -34-

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E n R E

Ya venemos tos los mozos a casa del señor cura, ya tenemos en el bolso una peseta segura ...

R o

Y me obsequiarán con una hermosa zanca de carnero y una botella de vino navarro, áspero y tieso ...

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MARZO

'-{)o nos faltan motivos a los montafie, . j_ C ses para temer a Ma•rzo, el versátil~ pro>ocador de grandes trastornos en el or­ganismo y en el proceso difícil de la vida vegetal.

Las mayores nevadas, a que alcanza la memoria de los ancianos, han tenido lugar en este mes temible.

Pero ... ¡bueno! Ya no es tan insistente el frio, ni las nieves tan continuas, ni las no­ches, interminables, eternas ....

Por San Matías, igualan las noches

coi1 los días.

No será del todo exacta la observación, pero si es cierto que en el mes que inaugu­ramos se impondrá la ansiada nivelación. y una muy apreciable Yentaja a favor del sol.

Hay que disponerse a abandonar la tibie­

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A R z o

za confortable de la cocina, el mentidero· al· deano, para dedicarse al laboreo intenso de la tierra. · Es lo que ansía el labrador, trabajador p9r temperamento y por educación.

Pronto vol verán de sus invernaderos afri­'Canos las grullas cenicientas.

Cuando vuelvan las grullas de vendimiar,

coge el zarcillo, ponte a escocar.

A deshacer los terrones, facilitando el bro­te de las plantas, a nivelar la tierra con el znrcillo y con la narria.

Y mientras contempla el suave ascender de los tallos débiles, que tornan Ja vega en d eliciosa alfombra de terciopelo esmeralda, irá sembrando el tubérculo salvador, la pa­tata prosáica, dueiw y señor de las cocinas -aldeanas . .

La fidelidad para con los viejos preceptos .garantiza un éxito feliz:

Las patat:is se siembran en marzo, escardar y acollar en abril ,

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EN LA MONTAÑA A LAVES,.\

y se sacan en el mes de mayo, y sale cada una como un celemín.

Comienza a apuntar la resurrección de la naturaleza, pero no nos sorprendería un gesto cefrndo de la sierra deCantabria,con la subsiguiente decoloración de la campiña, que. comienza a reir en las yemas de los árboles,. Robre el tono triste de la tierra, en los rinco ... nes abrigados, donde se abren las flores ....

Y saldrá del escondite de los bujarrales la aloya terrosa, y subirá en espiral, sobre el pastor, su amigo, que se agachará a coger una piedra, mientras aquella le toma el pelo::

¡Pastorciiiito! ¡Cuánto pan has traiiiido! ¡Ya te lo has comiiiido! ¡Mucho largo el diiiia! ¡Tira, tira, tira, tira!

¡Guiri, guiri, guiri, guiri! ¡Sal, sal, sal, sal, sal! ....

Y descenderá, como una bala, para volver­ªsubir, silbando su canción etr.rna.

Se acercan las solemnidades de la Semana. Santa.

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M A R z o

mas de recogimiento religioso, de pro­funda meditación en la montaña .....

Almas enlutadas desfilan, camino de la iglesia, como en una silenciosa procesión de negras mortajas ...

Capas que huelen a alcanfor, con los plie­gues de la prensa; grandes velos negros en­marcando unos rostros dolientes ...

Renovación de recuerdos sangrantes, de tragedias trascendentales ... El hilo de una santa refl exión hilvanando los labios jugue­tones de los niños, que abaten la cabeza en la iglesia, no gritan en el pórtico, y van a ser muy buenos.

Y más tarde, Pascua ele Resurrección. La alegria deliciosa de las almas buenas,

que acompañan siempre, con su espíritu llo­roso o con el risueño regocijo del corazón, al Buen Maestro ...

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A B R 1 L

D os aldeanos que no dirigimos yuntas ni apacentamos rebaI1os, saludamos

-alegres y risueños-la llegada de Abril. EL nos aproxima al deseado estío, dejando

atrás-como un recuerdo ingrato-el blo­queo de las grandes nevadas, la hostilidad de los fríos intensos, la caricatura de un sol indigente y gruñón.

Llega, con abril, el furor de la escarda, el dulce esponjar de la gleba, la dura labor del labriego, combado sobre el azadón, escru­tando en las entrañas del surco el misterio de un porvenir que se 11.vecina.

La tierra es buena, es fecunda y es ge­nerosa.

En su seno amable no está el secreto. Hay que mirar hacia arriba. Y arriba gira la ve­leta, vacilante, irónica, caprichosa, trazando una equis que nunca termina.

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A B R 1 J.

Cada mirada de la aguja al noroeste es una amenaza para el labriego. Allí está el peligro.

· Lo dijo el buen Abril, el infeliz Abril, de­fendiéndose de una calumnia:

Si no hubiera Abril,

no hubiera afio rufn .

Y el simpático Abril contesta:

Si el aire gallego no anduviera,

Abril bueno fuera.

El regañón, el matacabras, ese es el ene­migo del aldeano.

El nos trae los golpes fuertes de sol, y los más fuertes golpes de granizo, las terribles kaslrnrrinadas, el azotar de una implacable pedrea, que aturde y destroza y arruina.

El apicultor, el labriego, el ganadero, tiemblan si apunta el regañón.

Después .de una prolongada huelga de trompas caídas, comienzan a moverse-in­quietas-las abejas. Abril trae a sus colme­nas dulces aromas que convidan al trabajo, y las obreras se asoman a sus piqueras, rom -

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F. N LA MONTAÑA ALAVESA

piendo un vuelo bullicioso y complicado, para llegar-acariciadas por el sol, que pa­tina rnbre sus élitros-a la flor que abre sus pétalos y brinda su néctar.

La oveja, cansada del pasto seco de los hórreos y de los pajares, envenenada por la atmósfera mal oliente de los corrales, trisca -retozona-por los prados, jugando con sus corderillos, recibiendo los halagos del sol que templa los cuerpos y fecunda los campos.

Todo el ganarlo--el oro de la montaña­saluda ai sol y besa sus hebras.

Y la veleta mira nl regañón. Una nube, otra, otra, otra, hinchadas, apa­

ratosas, amenazadoras, y enseguida, el gra­nizo, la maldita kaskarrina, que üa<' como una lluvia loca de piedra, tronchando tallos, matando abejas, arrancando a las ovejas tris­tes validos.

En abril

la ab · ja, la oveja y la yegua vieja

pi erden la pelleja

Sol y granizo. Calor amable y fiera lrnska­

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?'*'

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A B R I L

rrina. Y eso produce la incertidumbre que desorienta al labriego y al ganadero.

Graniza poco, pero graniza frecuente­mente:

Algaradas de abril, unas dir y otras venir;

todas cogen en un barril.

Abril es bueno. No tiene él la culpa de las kaskarrinadas.

La tiene el matacabras, el regañón . . Abril nos trae flores y perrechicos. Y cuen­

tan que son los mejores:

Los perrechicos de marzo valen un cuarto; los de abril

valen mil.

Y el canto monótono del cuclillo. El anciano que oye cantar al cuclillo, es

feliz. Comienza para él un nuevo afio. La preocupación que de8piertan en su es·

píritu las heladas aniquiladoras del invierno, se torna en apacible bienestar. El optimismo destierra al miedo. La solana, al fogón.

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EN LA MONTANA ALAVESA ~

Y ha do cantar el cuclillo antes del veinte. De lo contrario, algo grave acontece en la

naturaleza:

Si el pecu no canta pal veinte de abril, o se ha muerto el pecu,

o viene la fin.

La musa del pueblo es caprichosa. En algunas ocasiones se ríe de los precep­

tos de la métrici:1. En otras, llega su cerrazón hasta el sncrificio de la grmnátic!t- en aras ·del metro.

No es consecuente. El sol y las flores en el campo, los parre­

-chicos en la mesa, y el canto del cuclillo amenizando el silencio de la noche, hacen que nos olvidemos de las kaskarrinadas y .sonriamos a la vida.

Un pastor, curtido y socarrón, veía próxi­ma su r edención ufi dí a treinta de marzo.

Moría el Yíejo mes, después de haber ju­gado a!gur.. as malas partidas al rebafio de

nue~tro pastor. Y se despide de él, diciéndole:

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A B R

Marzo, marciagas,

agua y nieve echabas;

ya no tengo miedo , a tus kaskarrinadas.

1 L

, Y Marzo, herido en su dignidad, y con fe- · ·

sando su impotencia sonil, le contesta, mi­rando-como un pordiosero--a Abril:

Con uno que me queda,

y dos que me dé Abril, no tengo de dejarte ni rabo ni rabil.

Y efectivamente. Una feroz granizada mató a cien carneros,.

quedando un solo superviviente, y éste sin rabo.

Y el pastor fanfarrón-zurrón a la espalda­Y cayado al b~azo-empuja suavemente al único carnero que le queda, cuesta arriba,. hacia los pastos sabrosos de la serranía.

Le acaricia, le mima, y le dice:

Chospa, chospa, rabón, J

de ciento uno que tenía, tú eres el mejor.

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MAYO

e stá arrinconada la cuarta nljaba que . trajo «el rey Enert>».

Sus flechas, empujadas por el soplo asesi­no del regañón, lograron siempre el éxito de las dianas.

Las tierras, vomitando agua. Las yugadas -enterrando sus pezuñas anchas en los tor­cos-no pueden avanzar en la brega.

Los alorines - alholíes - ayer hi::J.chados, inagotables, parecen hoy gigantescos tam­bores.

Los pajares, vacíos. Y una serie interminable de yeguas que

malparieron en las soledades de Ognrba y Gortnpia; vacas entorcsdlls en las za.pacas do Izkitz; cabrns tísicas, resbalando por las can­teras de Izki-bidea ...

Y los mocetes-ajenos al agotamiento de los graneros y a las pesadumbres calladas

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M A y o

del hogar-juegan al corro en las eras, ale­gres y chillones:

Keskarrina, kaskarrina, que nos matas la gallina ...

Kaskarrina, nieve y agua. Lluvia. pesada, constante. Desde el chapa­

rrón que gol pea el cráneo, hasta el nieblaj o, menudo, espiritual, que no respeta las fron-teras epidérmicas y parece peiietrar hasta las vísceras.

Ha sido necesario esto para llegar al con- . vencimiento de lo que me decía un buen aldeano:

Cuando en marzo llueve,

se mojan más de nueve; cuando llueve en abril, se mojan más de mil.

Embarrados, aburridos, arruinados casi, inauguramos el mes de mayo.

El mes beHo de las flores, de los pájaros, . de las alegrías.

El mes de la Virgen, Nuestra Sefiora. Abril ha muerto. Por haberse asociado al ·

mal humor del matacabras, le hemos amor­\.

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,

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EN LA MONTAÑA ALAVESA

tajado con un rop6n de polichinela despres­tigiado y ridículo.

Después de once meses de tumba, resucita Mayo.

Y miramos hacia él con una ansiedad enor­me. Confiados y esperanzados.

Un descenso en el term6metro sería'ho­rrible.

' Las heladas en esta época son peores que «la piedra imán,,, según aG_uello que reza con los viñedos, y - de rechazo-con todo la­brantío:

Jorgete, Marquete y Crucete, se vendimia sir. corquete, si hela.

Se templará la tierra. Y el buen aldeano tornará a la pieza. Acaso en abril la m~ada cortó algunos car-

dos, sin llegar hasta las raíces, y

en abril,

si cortas un cardo, salen mil.

Y hay que extirparlos por completo.

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M A y o

Cuontan de un matrimonio, que fué a es­

cardar por mayo, y la mujer, después de contemplar la pieza, dijo a su marido, po· niéndose en jarras:

La lapa por el trigo arriba escapa; el zarapón aumenta el montón; la arbejana bien engrana; cardos no hay, chico, vámonos a casa.

El tempero está reclamando lluvia de se­millas.

Y caerán en el surco, como un diluvio de promesas, las simientes del tardío.

Y mientras en el vientre neg1·0 de la so­tierra se realiza el misterio de la germina­ción, las parejas arrastrarán el aladro, des­cortezando la tierra, que ha descansado.

Y el montañés-la mano en la esteva­murrnurará, dibujando una mueca que de­biera avergonzar a Abril:

Más vale un agua de Mayo,

que txfpili txápala, todo el año.

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E N L A M O N T A Ñ A A L A V E S -A .... Los temporales de abril han entumecido

las plantas.

Los talios, anquilosados, quieren sol, quie­ren oolor, para medrar mucho. ¡Que las es­pigas no se ruboricen sobre los tallos mez­quinos!.

Mayo-cortés y galante cop. su amiga tie­rra y con sus amigas pl~ntas-nos otorgará

. ~

el sol deseado.

Los días calurosos se sucederán con el en­tusiasmo de los rivales, en plan de glorioso torneo.

Las flechas de «la quinta aljaba que trajo el rey Enero ~ caldearán la tierra y alegra­rán a las almas sombrías.

Y luego ... un poco de agua La tierra de la montaña es hidrópica. Y

las nubes son buenas vecinas.

El montafiés verá que cada golpe de agua da un soberano empujón a las plantas.

Y los mocetes, que univorsalizari. las virtu­des del agua de mayo, volverán a jugar al corro en las eras, cantando:

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A

Agua de mayo, médrame el pelo, siete varitas, menQs un dedo.

y o

'Los aldeanos' no vemos el porvenir. Leemos en las estrellas, en la direceión de

los astros, en las costumbres de los animales, en el color de la tierra.

Pero muchas veees leemos mal. Y donde creíamos ver sol, dice agua.

' Estos pronósticos que aquí he escrito, no los he leído en las Astrellas, ni en las nubes, ni en los animales, ni en la tierra.

Los he leído en un calendario íntimo, que .anuncia nuestros deseos.

e.Fracasará mi visión? He visto al sol abrazado a Mayo ... Pero un viejo diablo de la montaña decia

que enterraron a Mayo

· con siete capotes y un sayo.

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• ) UN 1 O

'

Dos grandiosos av~nces de la natura, leza-rápidos e impetuosos-dan la

sensación de un desarrollo monstruoso. La creación-como toda obra de sabio, y

más que las demás obras de los sabios-tie'. ne una serie de etapas graduadas, una esca­la para sus ascensiones y para sus descensos.

La arritmia en la canción estupenda que desenvuelve la naturaleza, es una nota que acusa la visión de una tragedia.

Tragedia en la campifia, en los hogares y en las almas.

Crisis de la belleza, de la poesía. Sol ardoroso, tierra encendida-dura y

apretada-acordes mustios de mieses sedien, tas, sombras de pesimismo, inquietudes y conjeturas grises en el ambiente montañés.

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u N 1 o

La musa aldeana-ila de Homero se dor· mía!-ha roto la historia brillante de sus pronósticos acertados, al decir que

Abril seca las fuentes,

y Mayo lleva los puentes.

Mayo comenzó bien.

Nos obsequiaba el sol con largas proyec-13iones.

Las nubes nos enviaban el agua tibia, b1anda, menuda, de sus entrañas amorosas.

Y el labriego, de ceño rugoso y alma rien· te, volcó en el surco-con un gesto de espe· ranza-la simiente del tardío~

Turnaban admirablemente el fuego y el agua.

Pero se impuso el sol, omnipotente, sofo· cante, amenazador.

Las nubes han huído a tierras lejanas, misteriosas.

Reina una sequía desconcertante. La campiña ostenta todo el magnífico es­

plendor de su belleza primaveral.

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EN LA MONTA~A ALAVESA

Los trigales-salpicados de amapolas en­sangrentadas-apuntan sus espigas.

Brota el tardí<f, como una alfombra d& musgo en un amplio pizarral.

Los bosques dan sombra deliciosa. Las huertas-de parcelas alineadas, geométricas. -acarician, con promesas de abundancia, al hortelano, que bracea con su regadera cuan-

' do una llamarada suave anuncia, por orien-te, la llegada del sol. /

El ingenio de la aldea ha señalado-con una frase breve, como todas las suyas-las·. condiciones necesarias para una buena co-. secha:

Mayo, pardo;

Junio, claro.

· ¿,Se invertirán los términos'? Es preciso que llueva. Que llueva en la.

montafia y en el valle. Las tierras se quiebran, como un enorme.

cristal. Los trigales comienzan a amarillear antes.

de tiempo.

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J u N I o

Arderán los bosques, Se quemarán los vi­fíedos.

Están sedientas las tierras, las plantas, el ganado.

El aldeano tiembla. Y mira al cielo, como un piadoso indi­

gente. Un poco de agua. Nada más que un poco.

Y que sea pronto, porque

el agua de San Juan

quita vino y no da pan.

Y continuará su tradici6n el simpatico Ju­nio, el mes de un sol magnífico y quemante; el mes de las sanjuanadas.

El día de San Juan, antes que asome el ¡:o], los mozos correrán por los callJ.pos de centeno, <cogiendo la rociada,,, que garanti­za sn salud durante el año.

El mes del Corpus Christi. La apoteosis de la Eucaristía. Jesús-precedido de los hom­bres, con velas encendidRs, y seguido de las muj eres, que encuadran sus rostros punti­agudos en v:elos tupidos-recorrerá estas

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EN LA MONTAÑA ALAVESA

oscuras callejas, y bendecirá-desde el viril de la custodia-los campos y los ganados.

Es una bendición de bienestar. Y bendecirá también al montaftés, creyen­

te y laborioso... •

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JU L 1 O

e 1 malestar, la inquietud que mordía el alma del montañés ha desapa­

recido ..... por ahora. El cielo ha escuchado la oración de los

buenos. Aparece la campiña, como un inmenso lago

de espigas llenas, abatidas. Rojas amapolas, flores de cobalto, aplicadas sobre el lienzo de la ribera, en la amable cañada.

Cantar de codornices. Escorpiones y cu­lebras.

El primero es temible. La segtinda es benigna.

Si te pica el escorpión, . la pala y el zadón; si te pica la culebra, la aguja y la hebra.

Y al anochecer, el eterno diálogo de los sapo-zabales, ocultos bajo .las losas del arro­

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EN LA MONTAÑA ALAVESA

yo; el concierto monorrítmico que escuchan las estrellas, parpadeando fuertemente en el firmamento:

-Juan.- ¿Qué? - ¿~as cenao? -Yo, sf. -Yo, no. -Pues, ¿qué ha pasao? -No sé ...

Clon, clin, clun, clin, clon ... ~

Las lluvia8 de junio han atajado los bra-víos arrestos de mayo.

La precocidad es un peligro. Aún verdea el cnmpo. Y no es extraño. El

sol es avaro en esta tierra. Entramos en el mes de los grandes calores.

del viento sofocante, del bochorno que apla­na y quema.

Llega el verano, tardío y fugaz. El verano de la montaña: un payaso en traje de baño~ con un abrigo de pieles al brazo.

El verano en la montana, desde S!lntiago a Santa Ana, y si hay niebla, nada.

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J u N 1 o

No importa. Pronto, muy pronto, impera­rán la hoz, la guadaña, la máquina segado­ra, dinamómetros fieles, que acusan una épo­ca que llegan al ocaso, una bravura que es un desafío, una posición envidiable.

Y el lago de espigas lozanas será luego una áspera y prosáica rastrojera, con tristes tonalidades de infecundo erial.

La si ega es la ilusión del labriego. Ella es la que le rinde y le agota.

El aldeano estará en el tajo, antes que el sol. Y vol verá a su hogar tarde, muy tarde.

Ahora es cuando llega a su mayor grado la fiebre del trabajo. ....

El segador tiene un buen amigo; la bota de vino, de buen vino, de mucha grana, chis­peante y saltarín:

'

el pan, con ojos; el queso, sin ojos; el vino, que salte a los ojos.

¡El gran amigo! El apaga la sed ardiente del segador, tostado.

Y echará un trago, y otro ... Y vol ved al tajo, y tornará a la bota . .

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J<~N LA MONTAÑA ALAVESA

Las frecuentes libaciones son una garantfa: Si quieres que el vino

no te hago daño, echa•un remiendo

del mismo pafio.

Avanza el segador con locura, con una acometividad maravillosa.

Le empuja el hambre, o el fantasma del hambre.

El trigo del agosto pasad.o ya lo hemos comido.

Y la viejecita, que sabe muchos cuentos de la montaüíl , meterá la cabeza entro las espigas, defendiendo la mano izquierda con

' la zoqueta, y manejará torpemente la hoz, mientras dice, filosofando:

Entre la hoz y la gavilla

anda la hambrilla

Venció al sapo. El sapo es uno de los ene· migos más taimados y fatales de los labrado­r es, un insaciable herbívoro en los trigales.

Pero pudo mucho la virtud del agua ben­dita, el agua del sábado santo, con la que aspergaron los campos, diciendo:

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¡ . u L

Agua bendita del cirio pascual, mata el sapo

y gtfarda el pan.

I o

Todo está dispuesto para la recolección. El pan del afio del labrador se columpia en las espigas. danzando un ceremonioso rigo­dón. Cada grano tiene . su celda, y de cada celda emerge una alabarda, protegiendo la · felicidad de los hogares. ' . Sin embargo, puede haber una sorpresa. La más grande, la más dolorosa.

Un cielo espléndido, que comienza a po­nerse gris, gris plomo.

Suenan los tamboriles, la música trágica, que dibuja gestos de espanto en los rostros.

Todo el mundo-hombres, mujeres, niilos -salen al portal y arroja a la calle las pie­drecitas que recogió el sábado santo, mien­tras las campanas r emovían el recuerdo de la Resurrección, tocando a gloria.

Y sobre el labio de bronce de la campana comienza a golpear suavemente el pesado ba­dajo. Percute con fuerza, castiga duramente.

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EN LA ~ONTAÑA ALAVESA

Conjura la campana, tocando a tente·nube:

Tente, nube, tente en tí,

no te caigas sobre mi¡ si eres agua, ven acá,

si eres piedra, vete allá,

siete leguas de Miranda,

y otras siete más allá,

más allá, más allá, más allá ...

'

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AGOSTO

Y o no sé si los pronósticos aldeanos se han ido formando al margen de

una larga serie de observaciones y estudios; o brotaron del magín retortijado de algún truhán disfrazado de agorero.·

Lo cierto es que uno de ellos dice:

el dos y el tres, verás el mes,

y no falló el pronóstico. Días serenos, claros. Calor, bochorno, oleadas de fuego en el

ambiente. Y la tiorra, como mm inmensa remora de

ascuas oculta'!. Luego, a la tardecica, el cierzo consolador,

que refresca, sacude y despabila. Algún insignificante nieblajo; pequeños

raspazos de agua, excelente::; para el tardío.

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EN LA MONTA~A ALAVESA

Pero el montañés está descontento ... Los alardes del sol-constante, pertinaz­

de mayo, quebraron el proceso suave de la campiñ6.

Nos lo anunció más tarde la miseria de los habares:

Por las habas verás · la cosecha que jendrás.

El panujo~-alhblva, yero-muestra toda su ruindad, burlándose del filo de la guadaña.

Está la menucia a flor de tierra, y hay que arrancarla a mano.

La cosecha de paja es muy corta. Tampoco abunda el grano. Hay grandes

corros rastro.fa,os, trangnlaos, de espigas va· cías, que no recib ieron caricias del sol.

La exuberancia de los endrinales anuncia la pobreza de los scmbraclos:

Año de mucha andrina año de poca harina.

Se han segado los centenales. Es una operación previa, pues hay q uo

preparar los vencejos, que achiquen el vien· tre opulento de los haces.

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