Emanuel Alegre - Samsara

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SAMSARA Emanuel Alegre Novela 96 páginas 13 x 20 cm. Ediciones La Parte Maldita Colección Narrativa Abril 2011

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Alegre, Emanuel Carlos Samsara. - 1a ed. - Buenos Aires : Ediciones La Parte Maldita, 2011. 94 p. ; 20x13 cm.

ISBN 978-987-26754-0-0

1. Narrativa Argentina . 2. Novela. I. Título. CDD A863

Diseño de tapa y diagramación interior:Ed. La Parte Maldita

Foto de solapa: Corina Buceta Reales

©2011, Emanuel Alegre

©2011, Ediciones La Parte MalditaBolivia 269, Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Derechos de autor y de propiedad intelectual en trámite.

[email protected]://edlapartemaldita.blogspot.com

Primera edición, abril 2011

Licenciado bajo Creative CommonsAtribución - No comercial - Compartir obras derivadas igual

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A Jorge Middler, por no existir

A Corina, por existir

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Prólogo (o pequeño tratado sobre la lectura)

The day supplyeth us with truths, the nigh

with fictions and falsehood *

Sir Thomas Browne, On Dreams

Como corresponde a todo buen prólogo a una

novela contemporánea, empiezo por recordarle al lector una anécdota contada por Cicerón (De divi-natione, II, 40). Preparándose para una campaña militar contra los partos, el general romano Marco Craso embarcaba sus ejércitos, cuando de pronto escuchó las siguientes palabras: "Cauneas!", o sea, el pregón de un vendedor que ofrecía "higos traí-dos de Caunos". Sin embargo aquello sonaba muy parecido a "Caue, ne eas!", que en latín significan "¡cuidado, no vayas!". Para cualquier otro supersti-cioso romano el presagio no dejaba lugar a dudas, los dioses no querían que las tropas emprendieran

* El día nos provee de verdades, la noche de ficciones y falsedades

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el viaje, pero al parecer el general creyó que aque-llo era una tontería e hizo caso omiso de la "clara" manifestación de la voluntad divina. Marco Craso pereció en aquella campaña contra los partos. No supo leer la señal, o al menos no la creyó una señal. Además de mostrarnos las ironías del destino, esta historia nos recuerda la más primitiva, imperiosa y verdadera de las facultades del hombre: la de ser un lector. Probablemente esa capacidad de leer en el Libro de la naturaleza, de leer antes de toda es-critura (como el vuelo de los pájaros, las entrañas de los animales o las constelaciones celestes) se en-cuentre hoy profundamente transformada (como afirma Benjamin) pero lo cierto es que no podemos evitar sentir, en algún momento de nuestra vida, que el mundo trata de decirnos algo que nosotros no podemos leer. Como se sabe, antes de la Caída la situación era muy otra, porque estábamos en pose-sión de esa lengua.El protagonista de esta novela (y esto es todo lo que podemos adelantar) vive de noche, con lo que sus intentos de traducir ese silencio detrás del cual se esconde la verdad, como quería Chesterton, resul-tan el doble de problemáticos. Lo que nos depara la

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noche, como se lee en el epígrafe, es ficción y false-dad, pero para el autor de Samsara los sueños fal-sos son en realidad los diurnos, el territorio de la lectura trunca. El protagonista de esta novela vive de noche, dijimos, y es allí donde la revelación es inminente y el dormir de los otros, la reafirmación de un encierro interior en el que las huellas llevan a un lugar al que preferiríamos no llegar, una lengua que querríamos no conocer.Releo el primer párrafo y advierto que Cicerón cita la historia para ridiculizar la idea de que en cual-quier cosa que se nos ocurra, incluso en un estor-nudo escuchado al pasar cuando caminamos por la calle, podemos leer una verdad latente que está tratando de manifestársenos. El filósofo Cicerón encuentra esto irracional; el general romano muere sin embargo en la batalla. El protagonista de este libro persigue en sueños signos que no puede leer. Como todo lector (esto es, como todo melancólico) gusta de mirar el cielo oscuro, las nubes y los árbo-les.

Ramiro H. Vilar Longchamps, febrero de 2011

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I

Jorge es el tipo ideal para pasar las guardias. Nunca se queja por el peso del balde de veinte litros lleno de llaves. Siempre, cuando vamos a buscar las llaves, como si fuese un ritual, lo sigo mientras fumo, mirando hacia las siluetas de los edificios en la os-curidad. Cuando llega hasta la garita y entra, yo me quedo afuera mirando al cielo. El humo se mezcla con mi visión de las nubes, es como si hubiesen dos cielos, dos mundos coexistiendo en el mismo lugar. El día es tan diferente a la noche. Todos los que vivi-mos de noche terminamos comportándonos como negativos de los que viven de día. No es algo preme-ditado, es sólo que te afecta el vivir a contramano. Hay días en que me levanto, y si duermo poco, veo el sol del mediodía como si fuese un astro extra-ño. Parpadeo tanto por la falta de costumbre como por la sorpresa de verlo ahí. El tiempo se vuelve un caramelo que se diluye despacio y al que si te ani-más, podés morderlo. Y las noches parecen chicles largos como cuellos de jirafa. Y no hablemos de los cielos. Las nubes nocturnas parecen los lobos de las diurnas. Siempre juntas, grises, como confabulan-

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do mientras te observan y se acercan. Tiro la colilla. Boludeces. Mejor voy a ayudar a Jorge con las llaves, sino, nos va a alcanzar la madrugada.

-¿Mate?Acepto mientras me siento en la mesa. Las mon-tañas de llaves se van formando despacio. Nova, Maya, Secur, Jma, Yale, Trabex, Dac, Prive, todas tie-ne su montañita. Con esto de seleccionar llaves nos estamos volviendo unos expertos. Las clasificamos como enólogos o numimásticos: doble paleta, sim-ples, rectas, con curva. Ni tenemos que fijarnos las marcas, ya por el peso y la forma las reconocemos.-Hoy ni en pedo llegamos a otro tacho.-¿Llegaron muchas hoy?-Bastantes. ¿La verdad pensás que son para dona-ción o algo así?Jorge Middler es un escéptico, no cree en nada o mejor dicho, duda de todo. Yo por ahora vengo bien, mi racha de pérdidas no es tan grande como la de él, tendría que ver cómo ando después de tres di-vorcios. En realidad él anda mejor que yo: no llegué a sus tres divorcios y ya estoy trabajando de sereno para los curas.

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-Para mí que estos las venden y se quedan con la guita.- Dice y se queda mirando el mate como para atraerlo con la mirada.Le devuelvo el mate y me quedo mirando una llave. No puedo reconocerla. La marca no existe y es muy liviana para ser de bronce. La dejo a un lado. Sigo apartando llaves pero no puedo evitar mirarla de vez en cuando.-Dos y media. –Jorge se pone de pie, agarra la linter-na, el handy y sale. -Tené cuidado si pasás cerca de la granjita, parece que las vacas andaban con diarrea.

-Pavo blanco a perro azul. Cerradura Trabex doble paleta con chanfle. Agarro el handy y contesto.-¿Dónde?-Laboratorio. Cambio y fuera.

-Trabex. Doble paleta. Dientes escalonados. 80 por ciento bronce, 20 por ciento fundición. Industria nacional…-¿Podés dejar eso y probar la llave?Desde que descubrimos el cuarto lleno de llaves

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cerca de la garita estuvimos pensando qué hacer con tantas llaves. Así que a la ecuación que arma-mos le sumamos mucho tiempo disponible y el resultado de la incógnita fue el esperado. La gen-te trae las llaves para los curas que las vendan, las funden o no se que mierda. Nosotros les dimos una finalidad más noble: volver a utilizarlas para su fin primigenio. Y como nosotros, en nuestras casas, no tenemos tantas puertas, en realidad, no tenemos nada interesante detrás de esas puertas, por eso las probamos acá, en el predio: un museo; un labora-torio; una cocina; dos edificios de dormitorios, uno para los curas y otro para las monjas; un colegio; una granja y una iglesia que es una catedral en mi-niatura. Todo eso a nuestro alcance y a nuestro cui-dado. Así sobrevivimos las guardias: clasificamos las llaves y después uno de nosotros, simulando las rondas, busca marcas y morfología de las cerradu-ras para que el otro lleve hasta él la mayor cantidad de llaves compatibles. Hasta ahora no nos fue nada mal: tenemos acceso a una cocina y al dormitorio de monjas. Cena gratis y … nada, lo de las monjas es al pedo, espiar, espiar y nunca pasa nada. Pero lo de la cena no es para menospreciarlo. Ayuda al

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presupuesto.-¿Y?-Pará, se trabó.-Tendrías que haberme dejado a mí, siempre se te traban a vos.-Pará… no me pongas nervioso.-¿Y?-¡Pará!-Shhhhh.-Jorge mira fijo la cerradura y sé que se viene una escena. De repente comienza a patear la puerta. Antes me ponía nervioso cuando hacía esto pensando en que podían aparecer los curas y las monjas y nos iban denunciar con la agencia, pero a estos tipos no parece importarles un carajo el lío que hacemos. Ya nos pusimos en pedo con vino, ju-gamos dos guerras de comida en la cocina, jugamos a las escondidas en la iglesia una vez que quedó abierta.-Listo. Faltaba girarla un cachito más.Abre despacio la puerta y la vuelve a cerrar.Nos miramos. Somos como chicos con chiche nue-vo. Por cábala nos vamos. Descubrimos que es más linda la sorpresa cuando la dejás madurar.

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-¿Te pusiste a pensar alguna vez en la felicidad? Lo miro. Estaba por cebar mate. Dejo todo porque se lo que viene.-Una vez le pregunté a un amigo que sonreía todo el día si era feliz. Me dijo que sí, que siempre era feliz, que no pasaba un momento sin dejar de ser feliz. Le dije que era imposible, que no podía ser feliz todo el tiempo. Dejé de verlo. Pasaron una semana, dos, hasta que un amigo me dijo que a al flaco le había agarrado un ataque de pánico. Se pone de pie, me saca la pava y la lleva hasta el calentador. Lo prende y se rasca atrás de la oreja. Nunca dice nada cuando hace cosas así, solamente se queda mirando la pava o alguna otra cosa. Una vez le pregunté por qué hacía eso. Me dijo que pen-saba que si se concentraba en un punto en el infini-to todo alrededor podía llegar a desaparecer. Lo que quedase de todo lo que se desvanecía era realmente real.-La felicidad no existe. Es como un polvo. Vas, cono-cés una mina, te calentás, la llevás a la cama y todo bien. Pero pum, la pusiste, acabaste y se termina todo. Tac, tac, tac, tres escupidas y chau ilusiones, vida en conjunto, amor y todo queda ahí, compren-

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dido en el contenido de un forro. Y entonces sobre-viene el vacío, el alma se queda sin nada, como tu pene después de destilar esperma. Fijate en la gen-te en la calle. Todo meta joda. Minas, bebida, bailes, quilombo y te juego lo que quieras que cuando es-tán solos sin todo el ruido, con el silencio rozándo-los, no lo soportan, se dan cuenta que hagan lo que hagan siempre vana estar solos. Todo está condena-do al pasado. La gente no construye lazos sólidos, sólo algo que les permita mantener la cabeza fuera del agua, nunca sacando todo el cuerpo. Por eso hoy estás y mañana quién sabe.-¿Y nosotros?-En una de esas ya estamos ahogados.Saca la pava del fuego y tira un chorrito de agua al mate. Durante quince minutos no hablamos. De re-pente se pone de pie.-Voy a hacer la ronda. El agua está fría.Se que miente. Apenas salga se va a quedar acodado contra la garita fumando y mirando ese punto que tanto necesita.

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II

Amanece. El sueño y el cansancio me transfor-man los ojos en dos ranuras horizontales. Después de no dormir toda una noche, la sensación que te produce eso del mundo que te rodea, es como el de una ilusión. El límite del ensueño y la realidad se dilata y expande como un espejo de agua. Cuando todo el mundo se levanta para ir a trabajar vos te apurás para poder acostarte y descansar un poco. Es la relatividad del tiempo. Ocho horas nocturnas valen como cien horas de sueño diurnas. Nunca te dormís del todo cuando dormís de día. Siempre es-tás atento a algo: un movimiento, un ruido extraño, una presencia.Saludo a Jorge, que camina como contando las bal-dozas hasta la parada de colectivos y subo al auto.Condusco medio zombie, envidiando a los que dur-mieron toda la noche y ahora muestran sus caras de sueño mientras van a trabajar. Gajes de vivir a des-tiempo. En realidad, no había otro trabajo para mí, desde que recuerdo viví a contramano. Una vez ha-bía una chica que me gustaba mucho cuando esta-ba en la primaria. Nunca me animé a hablarle. Años

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después me enteré que ella estaba enamorada de mí. Entonces ya era tarde. Podría contar un sinnúmero de situaciones similares: trabajos que creía que no sabía si podía cumplir y cuando me decidía a acep-tarlos los puestos ya estaban cubiertos; viajes a los que no me decía a ir y cuando al fin me animaba, ya todos se habían marchado; personas a las que quise mucho y con las que tenía muchas charlas pendien-tes que fallecieron antes que pudiera hablar con ellas. Pero no me quejo, si hubiera tenido un trabajo de día en una oficina o en un taller o en una escuela o hubiera sido policía, ya hubiese matado a alguien. Trabajar de sereno te deja mucho tiempo libre para pensar y meditar y no hacer nada. En otra vida debo de haber sido un monje zen o algo parecido. No me gusta tener mucha gente alrededor. No soy un tipo antipático o violento, mi problema es que soy del tipo esponja: escucho a todo el mundo y absorbo toda la negatividad de la gente que habla conmigo. Ellos se van contentos y pensando qué macanudo es Carlos, pero a mí me dejan lleno de mierda. Y todo el mundo sabe que un recipiente sólo puede contener cierta cantidad de mierda antes de desbordarse. Si, definitivamente hubiese matado a alguien.

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III

Llego a casa porque Dios es bueno. Siempre me pasa cuando vuelvo en auto del trabajo: hay 10 o 15 minutos que se me pierden en el camino de vuelta. No se si me duermo. Es como un lapsus, de repente me encuentro en una parte del camino que no recuerdo cómo llegué. Algún día no voy a llegar a casa: Dios va a meter el dedo meñique en medio de la ruta y voy a terminar de destrozar al pobre Ford Taunus.Estaciono en la calle, nunca lo entro. El barrio sola-mente es peligroso de noche.Es raro. Para cuando llego a casa tendría que estar fundido, con la única necesidad de buscar la cama y acostarme, pero en cambio, cumplo la rutina de todos los días. Recorro la casa viendo qué cosas es-tán fuera del lugar dónde las dejé cuando salí. Es como un juego o leer un mapa, o ver sin ver a una persona, adivinar lo que hizo, lo que pensó. Un vaso en la batea de la cocina, una toalla que antes estaba colgada ahora descansando con la ropa sucia, una botella de gaseosa que antes estaba llena ahora está tirada junto a la heladera. Es el único contacto que

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tengo con el fantasma con el que vivo. Nunca nos vemos. Creo que hace años que no nos hablamos. Sólo tenemos conocimiento el uno del otro por esas pequeñas pistas que sin querer nos dejamos.Voy hasta la cocina y busco en el armario la comi-da de los perros. Miro en la bacha de la cocina una pila de platos sucios. Me obligo a no lavarlos. Que ésta vez los lave el fantasma. Cuando salgo al fon-do llevando la bolsa en la mano solamente espero encontrar a uno de los perros, al mío, a Pocho, el más chiquito; el otro, el de ella, Huno, la mayoría del tiempo anda dando vueltas por el barrio. Entra y sale de la casa a su gusto. Supongo que algún día no va a volver más, pero qué puedo hacer ¿no es lo mismo que pasa con las personas?Busco los tachos de cada uno y les pongo un poco de comida. El más chiquito aparece saltando a mi alrededor y metiéndose entre mis piernas, amena-zando con tirarme. Cuando descubre la comida en el tacho se olvida de mi y se dedica a atacar con an-sias al alimento. Recuerdo cuando mi viejo me regaló mi primer perro. Si digo la edad que tenía entonces mentiría. Sólo recuerdo que era muy chico.

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Cuando me lo regaló, mi viejo me dijo que lo cuida-ra, que íbamos a crecer juntos y ser amigos por mu-chos años, que cuando estuviese triste iba a jugar conmigo e iba a intentar alegrarme, que se acerca-ría a mí y me acompañaría comprendiéndome, que nunca iba a pedirme nada más que una caricia, que iba a ser sincero y que iba a enseñarme tantas co-sas como las que iba a enseñarle yo a él. Mientras me decía todo esto miraba los ojitos del cachorro que me miraba como si estuviese a punto de llorar. Lo que nunca me dijo mi viejo es que ese amigo iba a envejecer y a morir como muchos otros amigos y que la muerte de cada uno de esos amigos iba a dejar pedazos al descubierto dentro mío como una pared con humedad que se va deshaciendo. Mien-tras vuelvo para entrar a la casa pienso en que los padres suelen omitir las partes mas importantes cuando quieren enseñarte las cosas de la vida.Al desvestirme para acostarme miro las manchas de saliva en las almohadas. Tendría que mandarlas a lavar, pero es como una cuestión de principios: el fantasma también las mancha de saliva y si no las lava ella, porque tendría que hacerlo yo.

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Intentando dormirme pienso en cómo dos perso-nas que alguna vez dijeron amarse pueden odiarse tanto.

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IV

Me gustan más las guardias con Jorge que con Walter. Por suerte mañana tengo franco y trabajo en la fábrica. No sé como harán estos dos cuando les toca juntos. Yo nunca discutí con ninguno de los dos, pero se que cuando están solos ni se hablan. Y no es que tenga algo contra Walter, es sólo que el es-cepticismo de Jorge me sienta mejor. Walter tiende a ser un poco crédulo, hasta inocente. Por eso no se hablan. Sus visiones del mundo no son compatibles.-¿Y ésta?- Miro la mano de Walter. Tiene la misma llave que me quedé mirando el día anterior. - ¿De qué pensás que es?Y antes de que pueda decir algo, ya me está contan-do una historia de su abuelo italiano que lucha en la segunda guerra mundial en el frente oriental y que en medio de la avanzada, los sorprende el in-vierno y que para sobrevivir, los soldados alemanes tuvieron que comer carne de caballo y que cuando se les acaba no tuvieron más remedio que comer los cuerpos de sus camaradas muertos, pero ellos no los llamaban camaradas, porque no eran comunis-tas, eran compañeros, conciudadanos que luchaban

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por la misma causa. Entonces se comen los cuerpos de sus compañeros muertos tiempo atrás y hasta hacen algunos chistes por los pedazos de esquirla que alguno de ellos escupe, pero las risas se tornan en lágrimas. Y le tengo que preguntar que qué cara-jo tiene que ver la llave con la historia, me dice que su abuelo tenía un compañero que le había puesto un cinturón de castidad a su mujer y que el cinturón se le había encarnado porque la tipa había engor-dado mucho y que murió de una infección. Lo miro y le pregunto cuántos años tiene.-¿Mi abuelo?-Si.-78-Y la Segunda Guerra fue entre el 39 y el 45-Si, creo.-Ah ¿Y él estuvo en la Segunda Guerra?-Sí.-Y eso fue en el 40 y algo y ahora estamos en el 2010.-Ajá.Hoy no tengo ganas de divagar o de escucharlo. Tomo el handy y voy hasta la puerta de la garita. Antes de salir le digo que encontramos la llave del laboratorio. Sonríe como un chico.

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-Jorge dejó el manojo de llaves en el último cajón. Si está despejado te aviso.

La noche está fresca. Camino hasta el edificio don-de está el laboratorio. Enciendo un cigarrillo por el camino y como está de paso me desvío hasta los co-rrales. No entiendo qué carajo les enseñan los curas a los chicos con un pony, media docena de gallinas dos pares de ovejas y tres chivos. También habían patos pero se los comieron los perros de la villa de al lado. Bueno, no todos, a uno que estaba medio moribundo le dimos una muerte digna en la cocina y lo lloramos a nuestra manera.-Perro Azul a Gorrión Mojado. Los corrales despe-jados. Cambio.-Copiado Perro Azul. Che, ¿no era que iba a dejar de ser Gorrión Mojado y me iba a llamar Lobo de la Os-curidad?-No dijo cambio Gorrión Mojado. Cambio.-Cambio.-¿Cambio qué? Cambio.-Cambio cambio.-Gorrión ¿Piensa que alguien tan boludo como para decir cambio cambio se puede llamar Lobo de la Os-

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curidad? Cambio.-¿Porqué mierda no me decís Walter y yo te digo Car-los y me dejás de tratar de usted? No nos escucha na-die……cambio.-Cambio.-¿Cambio qué?-Cambio boludo...está bien, dejá.Por eso no me gustan las guardias con Walter.

Estoy fumando un cigarrillo en la puerta del labora-torio esperándolo cuando me llama.-¡Vení rápido!-¿Qué pasa Gorrión?-¡Dejá esa boludes y vení rápido! No le pregunto nada más. Salgo corriendo hacia la garita. Mientras corro saco el bastón que nos dieron por si pasaba algo. Miro el bastón y pienso que qué carajo puede llegar a hacer uno si entran unos tipos armados. ¿Los amenazo con el bastón? ¿Les digo que se vayan sino los meo?-¡Acá!El grito de Walter me hace frenar en seco. Casi me caigo al resbalar con el pasto húmedo de rocío. Cuando recobro el equilibrio ya me olvidé de los su-

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puestos tipos armados y camino bastante enojado hasta él apretando el bastón con fuerza. Me paro al lado y estoy por gritarle cuando me señala con la cabeza hacia adelante. Recién me doy cuenta que estamos en los corrales cuando veo la sangre sobre uno de los fardos de alfalfa. Nos quedamos quietos siguiendo el rastro de sangre con la vista hasta el paredón. -¿Perros? – Me dice.-Si te referís a los que trepan con las dos patas de-lanteras, fuman porro y toman cerveza, sí.No me responde. Contamos los animales y vemos que nos falta un chivo.Caminamos de vuelta hasta la garita, yo puteando porque ahora tenemos que hacer un informe y ol-vidarnos del laboratorio, él preguntando si no ten-dríamos que pasar al otro lado del paredón para ver adónde va el rastro de sangre.-A vos te falla ¿No? ¿Arriesgarte a que te peguen un puntazo por 1800 pesos? Ni loco. Si querés andá a fijarte vos, yo me voy a la garita a encerrarme a to-mar mate y hacer el informe.

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-¿Y si vuelven y se llevan otro animal?-Espero que elijan una oveja, están más gorditas.

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V

Entro a la casa arrastrando un mal humor de mierda. Pocho salta golpeando la puerta del fondo. No tengo ganas de darle de comer. Solamente pue-do pensar en el quilombo que vamos a tener por ese chivo. Preparo el mate, pensar me quitó el sueño, por lo menos hoy no tengo que ir a lo de los curas, tengo franco. Hoy me toca en la fábrica.El perro sigue golpeando la puerta del fondo. Me quedo mirando a Pocho por la ventana. Voy a bus-car la comida. El perro no tiene la culpa de nada.

Mientras puteo y lavo los platos que el fantasma dejó sucios como una forma de romperme las pe-lotas, veo una notita con su caligrafía tirada al lado de una de las patas de la mesa. Me seco las manos y la levanto. Llamá a Rulo urgente, dice. Pienso si no podía llamarme para avisarme que tenía un men-saje. Pero entonces caigo en que no se si tiene o no un celular. El agua corre, se desperdicia, se pierde por los agujeritos del drenaje. Me doy cuenta que no recuerdo cómo éramos antes, cuando no existían

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los fantasmas.

Estoy acostado. No puedo levantarme. Es como si fuera un pedazo del suelo. Barro. Está lloviendo. Una mano escribe sobre mí. No puedo leer lo que la mano escribe. La lluvia se hace más fuerte. Me lava, me disuelve, me convierto en parte de una masa charlona y me disuelvo. Estoy por ver las letras pero estas se disuelven sobre mí. Siento angustia. Despierto entre risas y gritos.Levanto la persiana y miro como los nenes del ve-cino juegan a algo parecido a la mancha pero con una pelota. Estoy por putearlos porque no me de-jan dormir, pero la angustia que sentía en el sueño todavía persiste. Miro el sol. Debe ser el mediodía. Entonces me acuerdo de Rulo, pero no dónde tenía anotado su teléfono

-¿Rulo?-Si, ¿quién es?-Carlos.-…-Carlos Kölhn-¿Qué haces, cómo andás?

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-Acá, cosechando éxitos.-Bueno, me alegro.-…-…-Me llamaste.-Sí, hace bastante estoy intentando averiguar tu nú-mero para invitarte a un asado como los de antes. Si querés éste sábado tenemos justo un asado con los chicos en casa.-Bueno, dale. ¿Dónde?-Davel 1271.-Listo ¿Qué llevo?-Algo para tomar.-Duermo un poco y cerca del mediodía estoy ahí.-Ah¿Vas a andar de joda el viernes?-No. Salgo del laburo.-¿De qué trabajás?-Vigilador. ¿Vos?-Ingeniero industrial.-…-¿Estás ahí?-Sí, el sábado nos vemos. – Click. Quién me manda a preguntar.

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A la fábrica no voy en auto. La garita queda como a una cuadra el estacionamiento. Una vez que fui en auto me robaron la parrilla de los faros del Taunus. Además, como en la fábrica estoy sólo y no veo a nadie, aprovecho y si estoy aburrido, me tomo un par de cervezas mientras miro la oscuridad.El laburo lo conseguí después de la segunda pelea de magnitudes cataclísmicas que tuve con el fantas-ma. Me di cuenta que mientras más tiempo estuvié-semos juntos, mayor probabilidades de pelearnos teníamos, así que enganché lo de la fábrica para no tener que verla en mis francos. Igual los domingos a la mañana ella no trabaja, pero por lo general se va a lo de la madre o la hermana o a lo de una amiga para no verme.En definitiva, es un buen trabajo. Nunca hay nadie cerca de uno.

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VI

Miro el libro de novedades. La letra del otro guardia es tan prolija y chiquita que parece la de una mujer. A veces me da no se que escribir mis no-vedades con esa letra ininteligible y con picos que poseo. Pero él apunta todo. 20: 00hs. Pasó un auto cerca del perímetro. No se re-conocieron pasajeros. 21: 00hs. Sin novedad.22: 00hs. Un gato quedó enganchado en el alambra-do perimetral. Se le ayudó a liberarse.23: 00hs. Una luz aparece por el camino pero dobla en alguna calle sin llegar a identificarse procedencia.Yo le pongo a todo sin novedad y se acabó. No en-tiendo como puede ser tan metódico. Le puso ró-tulo a todo con una lapicera y cinta de papel. A la tecla de la luz. Al mate. A la yerba. Al azúcar. A las térmicas de las luces. Este tipo tendría que ser in-vestigador o médico o escritor.Voy hasta el final del cuaderno de novedades y me pongo a leer.Soy mi propia sombra. No puedo recordar el momen-to en que perdí mi corporeidad y cómo ocurrió, puede

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que por esa razón me asalten insistentes las dudas, porque si yo soy una sombra quién es entonces mi proyección, quién es entonces el que arriesga su volu-men contra la luz ¿Soy yo mismo?¿Será aquel o aque-lla que era mi sombra y que ahora es lo que antes yo llamaba mi cuerpo? O el deseo solidificado de lo que ya no soy. Sea como fuere, a veces llego a pensar que con mi nueva condición he salido ganando. El ya no tener un cuerpo sólido, denso, pesado, que te atrape a la vista de los otros por la simple función de que te re-conozcan o adviertan, es un alivio. Puede que por eso sólo dude pero no me moleste mi nueva existencia, porque puedo ser y estar en todos lados; con que sólo haya un pequeño intersticio de luz manando de la os-curidad, soy; dominando la eteriedad que me aleja de un mundo sustancialmente falso y de la complejidad visual que pregona la condición de lo real sólo por lo sensual.Sí, no hay duda, soy una sombra, y escapar de los re-flejos del tiempo que juega con el espejo, del desgaste de la carne y la piel y el molde me han devuelto a la vida, a comprender lo que está inscripto debajo de mis pisadas oscuras. Soy inmortal. Porque las som-bras guardan para sí un secreto desde los comienzos

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del tiempo, nacido junto con el primer Sol y la primer llama: nos es imposible morir. No desaparecemos cuando el cuerpo que imitamos muere y se desin-tegra, todo lo contrario, en ese momento anulamos nuestro contrato de servidumbre, de esclavitud. Así nos transformamos en seres libres con la libertad de representar la imagen oscura de un objeto o animal cualquiera; nos volvemos dueñas de nuestra insus-tancialidad sin necesidad de recurrir a ese contrato secreto que los cuerpos sólidos han pactado con la Luz desde el primer Big Bang. Lo lamento por lo que ahora ocupa el sitio que es ma-triz de los límites de mi oscuridad; pobre de aquello que quedó encadenado al tiempo y su materialidad. Por eso nunca devolvería la inmortalidad que encon-tré sin la necesidad de su búsqueda, pero no es la úni-ca razón, la otra es lo que corroe los cimientos de mi seguridad: mi imposibilidad de desandar a través de las lagunas de mi memoria el camino recorrido hasta lo que soy.Sí, el tipo tendría que ser escritor. Siempre deja co-sas así. Las deja escritas uno o dos días en el cua-derno y después arranca las hojas. Tal vez intenta decirme algo. Tal vez sea un pelotudo con mucho

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tiempo libre.Salgo a la noche a sentir el fresco y el canto de las chicharras. Acá todo el año cantan las chicharras y los bichos. En verano se ven en los campos cerca-nos los bichitos de luz como nubes iridiscentes al ras del suelo. Miro hacia todos lados y sólo se ve os-curidad. Es tan raro este lugar de noche. Una vez pasé con el auto de día. El estacionamiento estaba lleno de autos y se veía a algunos obreros cargando palliers en unos camiones con acoplados. De noche, excepto por el perímetro iluminado de la fábrica, el resto del mundo desaparece engullido por la negri-tud. Solamente la otra fábrica que está a 300 metros y las luces de los autos y de los camiones que pasan por la ruta escapan a la oscuridad. A veces si me siento solo me hago señas con el sere-no de la otra fábrica. Supongo que a él le debe pasar lo mismo porque siempre me responde como apu-rado o inquieto. Somos casi dos náufragos en sóli-das islas iluminadas.Camino hasta la otra garita y voy viendo si todas las luces están encendidas. El perímetro de la fábrica debe cubrir fácil 1600 metros, así que me doy tres o cuatro paseos por noche. Llego a la garita y apenas

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miro hacia adentro. Me paro y meo contra la pared. Miro el vapor que sube del suelo, después fijo la vista en la oscuridad. Algo parece moverse rápido. Miro al suelo. Miro de nuevo a la oscuridad y tras unos segundos, otra vez parece moverse. Siempre pasa. Uno no puede confiar en su propia mente. Me subo el cierre y apunto mis pasos hacia la siguiente garita. Tengo que ocuparme en algo y no pensar. A mi lado aparece la otra fábrica. Hago señas para ver si el sereno me responde. La linterna se apaga y se enciende tres veces. Me quedo tranquilo y sigo el recorrido. Por un momento me pierdo en el tiempo y choco contra el alambrado. Siguiendo el círculo de luz en el piso me dormí despierto. Apago la linter-na. Apunto hacia la garita principal. Es hora de la primera tanda de mates.

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VII

-Este es para vos. Yo me quedo con la carabina y la pistola.Miro el revolver 22 y después miro a Jorge.-¿Me estás cargando? ¿Qué se supone que voy a ha-cer con esto?La historia del chivo al final se transformó en un do-lor de huevos como ya sabía que iba a ser. Los curas se quejaron al supervisor de Securepolice, el super-visor apareció ayer a la noche y los cagó a pedos a Walter y a Jorge por no cumplir con sus tareas como es debido. Yo me salvé, pero me dejó una citación para presentarme en la oficina central para hacer mi descargo. Aparte de gritarles les dejó, por si pasa algo de nuevo un revolver 22 sin marca, dos pisto-litas Bersa 22 automáticas y una carabina también 22. Jorge se le rió en la cara. Según él le preguntó por qué no les compraban una bolsa de cohetes. Así por lo menos hacíamos algo de ruido, que con esas pistolitas si pasaba algo, los que entraran se nos iban a cagar de risa.-Mirá, no creo que pase de nuevo. Solamente es para llevarlas en la cintura y que los curas vean que

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estamos armados, a ellos les da seguridad eso ¿En-tendés?Dejo la pistolita en la mesa y la miro. Al lado de la pistolita veo la llave que habíamos encontrado hace dos días. La agarro y me la quedo mirando. -Estuve intentando saber de donde. – Me dice Jor-ge y le tira un choro de agua caliente al mate. Mira la espumita y asiente sonriendo. Es un arte hacer mate para el tipo. Primero pone el agua a calentar. Después agarra el mate, le pone la yerba y tapa la boca del mate con un papel o cualquier cosa que encuentre y comienza a batirlo despacito. Lo bate lo bate lo bate todo el tiempo que tarda el agua en calentarse. Cuando está el agua se pone de pie y la busca. Después está otros cinco minutos echándole chorritos de agua a la yerba para mojarla. Cada vez que prepara mate me dan ganas de pegarle con el bastón atrás de la oreja.

-Igual que la otra vez. ¿Por qué mierda se traba?Jorge forcejea con la puerta del laboratorio. La ron-da la hicimos pero a medias. Ambos queremos sa-ber que hay en el laboratorio. Ayer, con todo el lío de la granjita, el supervisor y los curas dieron vuel-

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tas hasta cerca de las dos de la madrugada y no pu-dieron ver nada. Cuando sentimos que la cerradura se queja, nos miramos y nos reímos: como siempre, Walter es el último en entrar a los lugares que lo-gramos abrir.Jorge entra primero. Me quedo mirándolo. Camina por una mesa larga de metal que tiene varias bachas como para lavar elementos de cocina. Seis en total. Ilumino con la linterna y entro. Cierro despacio la puerta. Cuando me doy vuelta me pego un cagazo que casi me para el corazón. Tengo adelante mío un frasco con algo informe adentro parecido a un feto. Jorge se esfuerza por contener la risa. Juega con el frasco.-Un feto de vaca. Son jodidos estos curas, ¿eh?Caminamos iluminando los estantes que están de-trás de las bachas y vemos muchos otros frascos con fetos adentro. Hay otros vacunos, perros, gatos, un mono, y al final, casi escondidos en una repisa, tras una cubierta de polvo, fetos humanos. Miramos los frascos en silencio. No los tocamos, sólo los mi-ramos con respeto y cierto temor. Todos los fetos tienen malformidades: deditos, manitos, cabecitas que están sólo con media carita, un solo ojito. Me

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parece escuchar que Jorge se queja. Le apunto con la linterna y lo veo triste. Sacame eso de la cara, me dice enojado. No le doy bola, a veces se le dan por estos arranques. Salgo del laboratorio y me voy a dar una vuelta para que si en una de esas algún cura nos está observando, por lo menos vea a alguien. Paso por el corralito. Los animales duermen. Una oveja se para y me mira cuando saco el paquete de cigarrillos. Una imagen se forma de repente: se me cae el cigarrillo y se prende fuego la paja y la alfal-fa. Los animales también se prenden fuego y corren envueltos en llamas, gritando, enloquecidos. Me puedo imaginar los cuerpos chamuscados, pelados, con el olor de la carne quemada. No se si me lo ima-gino o lo vi en algún lugar. Lo vi. Perros al costado de la ruta atropellados y que alguien los prendió fuego para que dejen de dar mal olor. En la Biblia también leí algo parecido. Creo que fue Sansón el que le prendió fuego a la cola de una zorra para lar-garla enloquecida hacia unos sembrados de algún tipo malo. Un turro Sansón, le dio su merecido al tipo pero la pobre zorra quedó chamuscada como esos perros al costado de la ruta. La oveja parece adivinar lo que estoy pensando y bala. Me voy a ver

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si Jorge ya está más calmado.

Jorge no está en el laboratorio. Lo dejó abierto. Doy una vuelta por el interior para ver que haya dejado todo en orden antes de cerrarlo. Mirando las caritas en los frasquitos de golpe me voy para abajo. Cuan-do me levanto no entiendo qué carajo pasó. Miro para arriba y veo un cuadrado azul oscuro. Me pon-go de pie y siento una puntada en la rodilla. Busco algo cerca para apoyarme y encuentro unas varillas verticales cruzadas por una serie de varillas hori-zontales que suben: una escalera. Una luz potente me ilumina el rostro.-¿Te caíste? – No le respondo, sólo lo miro. – Creo que tendría que haberte avisado de la trampa en el piso. -No, ¿para qué? Yo estoy acostumbrado a caer de tres metros de altura y aterrizar con el culo. Me quejo un rato más aprovechando su silencio y su culpa. -¿A ver que es tan interesante para que casi me des-nuque?Entonces Jorge ilumina alrededor muestro y mien-tras sigo con mi linterna el haz de la suya, súbita-

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mente me quedo mudo.

-¿Para qué carajo servirá? – Le pongo cara de que-mierda-se-yo y lo sigo observando mientras le da vueltas a la manijita de la caja. Unida a la caja hay una cuerda y en la punta una especie de berenjena cabezona. – Giro giro giro giro y nada.-No habrá que poner esta parte… - Y alargo la mano hacia la berenjena. El grito y el olor a chamuscado que doy al ver cómo una lucesita azul sale de la be-renjena y me cocina el dedo índice hacen que Jorge se cague de risa.-¡Mirá vos! Produce electricidad. -Ajam… - Le respondo mientras me chupo el dedo. Los curas tienen en el sótano mil boludeces: rifles Mauser, teléfonos de esos de las películas en blanco y negro, libro inmensos con tapas que pesan kilos, y cientos de aparatitos como éste que vaya uno a saber para qué sirven. - Jürgen und Dusseldorf. Deuschtland. 1890. Mierda que es viejo. – Dice Jorge leyendo una plaquita de bronce que está clavada a un costado de la cajita.Lo vuelvo a mirar. ¿Qué hace un tipo como Jorge laburando acá? No es ningún caído del catre. Sabe

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inglés, algo de alemán, cuando habla no dice cosas que suenen a los desvaríos de un tipo aburrido. Eso me lleva a pensar cómo llegué acá. No soy tan inte-ligente como Jorge, pero tampoco soy un tarado. Y estoy trabajando de vigilador nocturno. -¿Porqué sos vigilador?Jorge deja de darle vueltas a la manivela de la cajita y me mira. La aparta a un lado.-Porque el destino de ciertas personas cabe en la baldosa de una vereda. ¿Qué diferencia había si era médico, mecánico, gerente o vigilador? Mirá alre-dedor. Estamos tranquilos. En verano la noche es fresca, en invierno nos concentramos en quedarnos dentro de la garita y hablar. ¿Cuánta gente tiene un trabajo como éste? Nadie nos grita, ni nos jode por si hacemos algo o no, es más, nos pagan por no ha-cer nada. Acá somos sinceros. Nadie nos ve, así que no tenemos que simular, y hablamos tanto como si estuviésemos todas las noches de salidas con un amigo en un bar. Es como estar de nuevo en la ado-lescencia cuando te quedabas sentado junto a un conocido hablando de un sinnúmero de boludeces. Ya trabajé de día, ya hice de todo en la calle y vi tan-tas cosas que cuando me dijeron de un trabajo dón-

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de tu jefe sólo aparecía para pagarte, donde tenías que dar paseos nocturnos y sentarte con otro tipo a fumar o hablar, ¿qué iba a decir? Además estoy solo. En mi cuenta no hay más que un par de ex esposas y cuotas alimenticias. A ver, preguntón, ¿y vos porqué estás acá?-Porque no me animo a enfrentar a los fantasmas.

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VIII

Mierda. Carajo. La puta que la re mil parió. La recalcada concha de su madre. Me cago en mi suer-te y en el día que nací y este motor de mierda. ¿Me olvidé de algo?Ya sabía que iba a pasar, pero cabezón como soy le seguí dando. El motor se queja y el tipo sigue para adelante como si los fierros fueran inmortales, y todo el mundo sabe que los fierros son como las mujeres: nunca sabés cuando te van a dejar a gam-ba. Me arrodillo para ver de nuevo como se desangra el motor. La mancha de aceite ya no crece. Tampoco tenía mucho más aceite el motor como para la man-cha creciera.Venía tan tranquilo por la ruta pensando en mi cama y en cómo iba a dormir más de cuatro horas. Estaba motivado para tirarme con ropa y todo y quedarme ahí, culo para arriba roncando. Pero el hombre pro-pone y Dios dispone. Sólo quería dormir dos horas, nada más. Dos horitas para ir medio tarado al asado. Ahora voy a ir tara-do del todo. Podría llamar a la grúa del seguro. No.

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No pago el seguro desde hace tres meses. Entonces miro como pasan todos los otros autos a 100 por hora y pienso en como se estarán cagando de risa los conductores del tipo que está tirado al costado de la ruta. Evalúo todas mis posibilidades. A cuatro cuadras se ve una estación de servicio. A empujar.

Al playero de la estación le dije que iba a buscar a un amigo y que ya volvía. Cuando me vio parando el 79 creo que empezó a dudar. En realidad yo tenía pensado decirle al Turco si me podía remolcar has-ta casa, pero ya que el playero puso cara de duda, no voy a defraudarlo. Además, quién me va a robar la porquería que tengo por auto.

Cuando bajo del colectivo ya estoy decidido a bus-carlo mañana. Pero mañana es domingo. Bueno, que espere hasta el lunes, total, arreglarlo no lo voy a arreglar.

Entro a la casa pensando en si los perros tendrán agua. El Fantasma no movió nada. Al cerrar la puer-ta veo un papel de cuaderno cuadriculado tirado en el piso. Su presencia sólo es delatada por la si-

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guiente nota. Pagá el alquiler. Voy hasta el fondo y les doy agua a los perros. Creo que es la segunda co-municación que tuvimos en toda la semana. Antes hablábamos mucho, todo el día. Nos llamábamos, nos mandábamos mensajes, nos buscábamos con-tinuamente. Después, solamente nos veíamos para pelear. Por lo menos, de esta forma ya no peleamos. Si me pongo a pensar, tengo que darle la razón a Jor-ge: el matrimonio mata la pasión. En realidad nues-tra pasión no está muerta, es sólo que se equivoca en la forma de expresarse. Pocho toma el agua sediento. ¿El Fantasma no le dio agua anoche? A Huno no lo veo. Le chiflo pero no aparece. Igual le dejo agua en otro plato. Miro la hora. 9:15. Chau ilusiones de acostarse aun-que sea un ratito. Espero que el asado valga la pena.

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IX

Los miro y no puedo decir nada. Hay un par de doctores, un profesor universitario, dos músicos, otro ingeniero. De los viejos amigos sólo hay tres. Antes llegábamos a ser quince y nos emborrachába-mos hasta vomitar. De entrada tendría que haber-me ido. Todo salió mal. Traje dos vinos Santa Ana de cuarto, en la mesa habían botellas que solamente vi en televisión; aporté a la parrilla dos kilos de asa-do de tira. Ya descansaban sobre la braza no se qué carajo de cerdo, chorizos con trufas y mojellas y un montón de porquerías. Esto no es un asado, es una competencia de ostentación. Y bueno, voy a comer de todo, chuparles los vinos y apenas pueda, si te he visto no me acuerdo. -Así que sos vigilador.- Miro al que me habla, no recuerdo si Rulo me dijo… perdón, si el Ingeniero Bustelli me dijo que el tipo era doctor o empresario.-Si.-Debe ser un trabajo bastante interesante.- Pienso en Walter contándome boludeces, en Jorge toman-do litros de mate, en el sereno desconocido de la fábrica con su caligrafía inmaculada, en el otro se-

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reno que sólo es una luz que danza acompañando mi linterna.-Si, la verdad que si.-A veces pienso en que debería haber hecho otra cosa en mi vida…¿le sirvo un poco más?- Y me echa un chorro de ese vino caro. Le miro la camisa, los mocasines, los pantalones cortos color caqui. Le sigo la corriente.-¿Otra vida?-Sí, hay tantas presiones en la profesión que no siempre se puede salir airoso diariamente. Estar frente al dolor de otros y muchas veces no poder hacer nada, tener que volverse duro porque sino uno termina derrumbándose. Pero vos, ¿no te mo-lesta que te tutee, no? Pero vos seguro tenés una vida más tranquila, ves otras cosas que nosotros no vemos. – No se si el tipo me está cargando o no sabe qué carajo es un vigilador.Y entonces tira la frase que estaba esperando. -¿Cuál es el sentido de nuestras vidas?Y entonces me contengo antes de responderle. Pien-so un instante mirando cómo un gorrioncito come una miga que se cayó de la picada al piso.¿Qué te pensás que sos? ¿Un escritor, un filósofo? No

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seas boludo. No hay sentido en nuestras vidas. Sola-mente nacés para morirte y listo. No le des más vuel-ta, no hay nada aparte de eso. Puede que un par de accidentes en tu vida te suenen a que hiciste algo, enamorarte, tener una casa, hijos, terminar una ca-rrera universitaria, prosperar económicamente, as-cender en tu trabajo... pero eso no son más que anéc-dotas. Si ese es el sentido de la vida es muy triste, si no creés en dios es doblemente triste porque cuando te pongan en el cajón con los ojitos cerrados para escu-char como te lloran ya no vas a poder dudar o espe-rar nada. Si creés en dios, vivís para la mierda y con culpa. Así que antes de pensar en esas pelotudeces o decir algo más sobre el tema pensá en eso. Solamen-te nacés para morir y nada más, flaco. En el medio, dolor y sufrimiento, y algún que otro caramelito de felicidad esporádico para sacarte un poquito el gusto ácido que tiene la vida. No me mires así ¿Vos pensás que son pelotudeces mías? Eso ya lo pensaron otros boludos antes, lo leí en mil lugares. Hay hasta reli-giones que se basan en eso. ¿O te pensás que aunque hagas mucha guita vas a estar mejor? Nah, es sola-mente un adobado más rico para cuando te llegue la muerte. Mirate. Tu mujer en cualquier momento

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te deja, te parás en medio de la calle y pensás qué carajo hacés acá. Linda la vida, eh. ¿Sentido? Andate, desaparecé, metido en esta mierda que llaman civili-zación no vas a encontrar nada. Ojo, no te vayas por ahí como los giles que callan su mediocridad interior con putas y escabio, andate adentro tuyo sin nadie alrededor. La pregunta en realidad es otra: ¿qué que-rés hacer de tu vida?Me disculpo diciéndole que voy a la parilla a ayudar. Miro a todos y me centro en los amigos que aún so-breviven: parecen perritos felices de estar con esta gente. Los ubico en un cuadro. Voy suplantando uno a uno por los que realmente eran mis amigos: Cha-pu, Naza, Fede, Raúl, Carlitos, el Chino. ¿Cómo pudo el ingeniero Rulo pensar que se podían sustituir a nuestros amigos con estos fantoches? Recuerdo que año a año la mesa se hacía más chica: uno que moría, otro que caía en cana, otro que se mudaba y nunca más aparecía, disputas entre nosotros. Todos fueron desapareciendo y ahora es como si nunca hubiesen estado. ¿Para qué me llamó, para que esté incómodo, para refregarme en la cara los amigos que tiene ahora? Este ya no es Rulo, es el Ingeniero Bustelli, y yo a ese tipo no lo conozco. De tanta rabia

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me dan ganas de ir a cagar. Paso casi una hora sentado en el inodoro pensando en el recorrido de mi vida, en como todo se fue a la mierda, y me di cuenta que lo hecho, hecho está, no puedo hacer nada ahora. Me dieron ganas de patearme los huevos cuando me puse a pensar en ese gran sueño que tuve cuando chico. Decido salir, morfar un par de sanguches e irme con alguna ex-cusa así no me joden.Alargo la mano y encuentro un cilindro de cartón desnudo. Tarde me doy cuenta que no hay más pa-pel higiénico. Miro a mi derecha. Nunca fui partida-rio del bidet, pero a falta de papel no tengo muchas opciones, o si, pero por orgullo me inclino por el bi-det. Siento el agua que me da en el culo y es como si se me insensibilizara. Cierro la lluvia invertida y adelante mío, como cargándome, veo la toalla col-gada a un metro. Tengo que ponerme de pie y ca-minar como un pato intentando no mojarme el cal-zoncillo. Me seco. Y entonces surge otro dilema: en el baño no hay más jabón ni toalla que los que usé para lavarme y secarme el culo. Pienso en que ten-dría que avisarle a Bustelli, pero después descarto la idea. Cuelgo la toalla bien acomodadita y dejo el

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jabón junto al lavatorio.

Vuelvo justo cuando están sirviendo el asado. El tipo que me estaba hablando sobre mi interesante vida pide que lo disculpen pero que antes debe ir al baño. Me imagino que es para lavarse. Es un tipo inteligente, uno no sabe a lo que se arriesga si toma el alimento con las manos sucias con tanto germen suelto como hay hoy en día.

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X

-¿Te conté sobre mi abuelo alguna vez? – Hoy no quiero escuchar ninguna historia de Walter. No quiero pensar y acomodar en una línea temporal sus mentiras. Ya no se si tiene un hijo, una hija, ambos o ninguno; si sus padres están vivos murie-ron en un accidente de tren; si está casado o esos supuestos hijos son adoptados o está viudo; si su abuelo estuvo en la segunda guerra mundial, o fue republicano o traficaba tabaco y licor con Uruguay. Una vez quise armar su vida en un papel. Habíamos comprado fiambre y empecé a escribir en un cua-drado muy grande de papel liso, ese que usa para envolver el fiambre una especie de árbol genealó-gico: fue imposible, por momentos su abuelo era su padre, su mujer su hermana, sus hijos sus abuelos. Lo mismo pasa con los hechos de su vida: comenzó a trabajar a los trece vendiendo autos y al mismo tiempo trabajaba para un servicio secreto, o tuvo ocho trabajos en un año y los dejó porque no le inte-resaban, incluido el de secretario de medio ambien-te de una provincia que a veces estaba en argentina y otras en Paraguay. Hoy no puedo hacer el esfuerzo

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de seguirlo.-¿Porqué no vas a hacer la ronda vos, no querés?Walter se pone de pie y no dice nada. Duda junto a la puerta pero sale. La pava comienza a hervir. La tapa bailotea con un tintineo nervioso. Me pongo de pie y la apago. Le pongo agua por el pico hasta que la tapa salta. Mientras vierto el agua caliente en el termo me quedo pensando en el asa-do. Me pongo triste, un poco melancólico. No puedo reconocer en el ingeniero Bustelli al pibe con el que salía en invierno a comprar bolitas de fraile. El pibe que pinchaba las bolitas sobrantes en las rejas de los vecinos dejándolos como un estandarte de re-beldía sí era Rulo. O cuando íbamos a la vieja plaza en Carapachay y si uno de los pibes quería un juego lo arrancábamos y los terminábamos llevándolo a la rastra hasta la puerta del que tenía que recibir-lo como regalo. Cuantos pasamanos y calesitas hi-cimos migrar por las calles de Santa Isabel. O sino arrancábamos los carteles que indicaban las calles y se los dejábamos clavaditos en los jardines de nuestros amigos. ¿Cuando carajo murió ese pibe? ¿Cuando uno deja de hacer esas cosas que te ha-cían sentir vivo? Ahora que lo pienso bien, todo eso

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era mejor que el sexo. Hace tanto que no me siento vivo. Y lo que es peor, no me imagino alguna forma de poder encontrar de nuevo eso que se murió. Es como dicen los Heroes del Silencio: y para siempre/me parece/ mucho tiempo. Nada es para siempre, todo está condenado a volverse una fruta madura y hedionda.

-¡Boludo, vení!-¿Qué pasa Chancho Blanco? Cambio.-¡Vení! ¡Plaf! ¡Plaf!

Corro lo más rápido que puedo. Cerca de la entrada al colegio tropiezo y me caigo. Me golpeo la rodilla y el codo tan fuerte que me olvido de Walter. Escu-cho dos plaf más. Son cómo si alguien aplaudiera. ¿A qué le está disparando? Me pongo de pie y logro llegar a los corrales cojeando. Entonces veo pasar frente a mí, corriendo enloquecida a una oveja con dos perros colgando de ella. El cuerpo de algodón blanco está manchado de sangre. Nunca pensé que las ovejas gritasen. Parece decir salveeeeenmeeee o máteeeeenmeeeee. Otro perro le gruñe a un chi-vo en el corral de enfrente. Walter esté petrificado,

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la Bersa automática le cuelga de la mano como un pene flácido. -¿Qué hacés boludo? ¡Dispará! – Le grito, mientras busco en mi cinturón el revolver 22.Me doy cuenta que el revolver lo dejé sobre el es-tante al lado de la cocina. Walter dispara dos veces más. A cada aplauso que se escucha veo que la oveja grita y sangra por dos nuevos agujeros. La sangre es de los tiros que Walter le pegó, no de las mor-didas de los perros. Le quito la pistola y lo mando a que corra hasta la garita a buscar mi revolver. Tengo que empujarlo para que despierte. La oveja sigue corriendo enloquecida con los perros pega-dos a ella. Apunto y escucho el grito de uno de los perros que se revuelca en el piso y arrastra el culo como si le picara. Vuelvo a apuntar y el otro perro se desprende de la oveja y cae cojeando de la pata delantera. El tercer perro se da vuelta y me gruñe. También le disparo, creo que le doy en la paleta. Se da media vuelta y sale corriendo hacia el paredón de atrás de los corrales, sube a un fardo de alfalfa y salta al otro lado, el de la pata coja lo sigue, pero más despacio. Solamente queda el que se arrastra-ba sobre los cuartos. Walter vuelve corriendo. Dos

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curas lo siguen. Preguntan que qué pasó, pero al ver al perro arrastrándose y gruñendo y a la oveja que está contra un rincón sangrando, se quedan mudos. Uno se adelanta y le ordena a Walter que le dispare. Walter lo mira como si el tipo le hablase en ruso. Le vuelven a decir que le dispare, ahora la expresión de Walter cambia, ya no le hablan en ruso, ahora le están hablando en coreano. El cura le quita el revol-ver y se acerca al perro. Le dispara dos veces. El pe-rro gime y aúlla de dolor. Si le hubiese partido la ca-beza a palazos hubiese sufrido menos. Finalmente con dos disparos en la cabeza lo mata. El cura le da de mala manera el revolver a Walter y me mira. Por sus ojos veo que si no se metía a cura la otra opción era ser policía o gendarme. Entonces escuchamos un meeeee y la oveja cae de costado como si fue-ra un muñeco que se quedó sin pilas. Los curas nos miran pero no nos dicen nada. Se dan media vuelta y se van para el edificio principal. Walter tampoco dice nada: está llorando.

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XI

Hay como un click cuando comprendés que todo tu mundo pasa como a través de la ventani-lla de un tren. Como si fueran figuras fotografiadas y luego montadas sobre una cinta transportadora eterna. No ves rostros, no ves pies, sólo cuerpos y paisajes de vías, casas viejas e hiedra trepadora. Justo en eso estaba pensando antes de dormirme y terminar en Constitución. Ahora me contento con mirar fijo al tipo morocho que tengo enfrente y no pensar, así no paso de largo de nuevo. El tipo ronca. Parece un buda oscuro meditando, comunicándose con sonidos con su estado superior del Yo. Otra vez estoy pensando. Estoy cansado de pensar, no sirve de nada. Jorge dice que parezco siempre triste. Pero eso que él toma por tristeza no es más que la manía que tengo por pensar. Pero no es que sueñe despier-to o que planifique algo, pienso en boludeces, cómo sería si tal cosa fuese así y después asá y de ese otro modo y después me disperso y no me acuerdo de dónde había salido el primer pensamiento. O pue-de que sea como dice Jorge, pero en todo caso no sería tristeza, sería algo más como melancolía. En

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realidad no se cual es la diferencia entre tristeza y melancolía. Puede que todo lo que Jorge ve no sea más que el efecto de algo como de esponja que tiene mi personalidad. Cuando veo a los chiquitos mendi-gando en el tren me siento mal de repente, como si se formara un bolo fecal y no pudiera contenerlo, no es que sea un luchador social ni nada por el estilo. Esa tristeza/melancolía/esponja no tiene un fin po-lítico definido, es sólo como un aroma que se cuela por una ventanilla, como el que sentís cuando pasás por el puente ferroviario sobre el Riachuelo, es im-posible no sentir el aroma, ni aunque respires por la boca. Debe ser algo de eso que te enseñan de chico, algo de la Biblia como lo de amar a tu prójimo como a ti mismo. Viéndolo así termina siendo en vez de tristeza masoquismo.

La puta madre, me dormí. Lo primero que veo al abrir los ojos es el cartel de la estación de Lanús y a un pibe leyendo un poemario. ¿Porqué lloraba Wal-ter? Si es por la oveja es un pelotudo. Si es porque posiblemente nos echen, también lo es. Apoyo un codo en el marco de la ventana y después la cara en la mano que está ligada a ese codo. Evite demo-

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ras y accidentes innecesarios. Leo una y otra vez el cartel intentando adivinar qué quisieron decir en realidad. Accidentes innecesarios: mi vida es un ac-cidente que podría haberse evitado.

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XII

Entro en casa. No busco indicios del fantasma ni me importan los perros. Entro en la pieza y siento un aroma extraño. Tampoco me importa. Solamen-te quiero que los ojos dejen de arderme. Necesito dormir.

Llueve. Hay huellas en el barro acuoso. Más que ba-rro parece mierda. No se dónde estoy pero se que tengo que seguir las huellas. Entonces me pongo a caminar. Camino horas, días, meses, años, no ten-go almanaques ni relojes ni puedo ver la luna o el sol para saber que el tiempo pasa, simplemente lo siento. Y de tanto caminar, mis piernas comenzaron a fundirse con el barro, así que a medida que pasa el tiempo mi rostro está cada vez más cerca del sue-lo. Pero no me detengo, se que no puedo, que tengo que seguir las huellas. Intento correr, alcanzar a la que deja las huellas estampadas en el barro, tengo miedo que la lluvia las borre o que las huellas se detengan y desaparezcan cuando hayan llegado a su destino. Pero los pies me pesan, casi no puedo moverme, además, ya no tengo pies, ahora es mi

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torso el que avanza tras las huellas. Pasa el tiempo, la lluvia y todo alrededor es siempre igual: gris y el barro como mierda. Mi torso ya no existe, ahora las huellas están a la altura de mi boca, alargo la lengua para intentar tocarlas pero es inútil. Y sigo más ade-lante, con miedo, porque se que no voy a alcanzar a la que deja las huellas en el barro. Y llego a tal punto que ya no existo como yo, me fundo con el barro, y entonces, siendo parte de esa mierda acuosa puedo correr más rápido y finalmente alcanzo las huellas, llego hasta la fuente, pero cuando estoy por verla, acercarme a sus pies, saltan, todas las huellas saltan muy alto y cuando aterrizan comienzan a zapatear sobre mí. Y grito, les digo que se detengan, que due-le, pero solamente se escucha una carcajada y una mano comienza a escribir algo sobre el barro, pero es difícil leer, me duele hacerlo, toda mi superficie está temblando y las letras bailan como enfermas, hasta que finalmente puedo leer lo que está escrito: boludo.

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XIII

Hoy llovió. Todavía amenaza con un par de chaparrones más. Llegué a la fábrica todo emba-rrado. A medida que iba esquivando los charcos del camino, miraba unos postes de hormigón que co-menzaron a colocar desde la ruta hasta la entrada del predio. Algunos y están de pie, otros descansan caídos al costado del camino como árboles muer-tos. Mientras abría el candado del portón principal, pensaba como sería todo si de noche hubiese luz. No tuve que imaginármelo mucho: una cagada. La isla moriría, los autos serían simples autos, el otro sereno en vez de comunicarse conmigo por medio de la linterna podría verme, vería que no estoy en un lugar que me pertenece, sino nuevamente con todo el mundo.Entro a la garita y me siento. Miro el libro de actas. Me quedo quieto mirando solamente la forma que tiene, cómo está apoyado sobre la mesa. Me pongo de pie y lo abro. 7: 45 horas: sin novedad, escrito con esa letrita tan ordenada y metódica. Sin novedad. Ojalá yo pudiese decir lo mismo. Desde que me des-perté del sueño no puedo sacarme el olor del per-

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fume que había en la almohada. Lo siento como si fueran gotas de plomo fundido que se van deposi-tando dentro mío. Old Spice ¡En mi puta vida usé Old Spice!Voy hasta la cocinita y la enciendo. Cuando quiero ponerle agua a la pava, veo que el turro del otro vi-gilante dejó la botella vacía. Camino puteando hasta la canilla que está contra la pared norte del primer galpón. Mientras lleno la botella veo como el sereno de la otra fábrica hace luces en mi dirección. Lo mis-mo parecen hacer los autos que pasan por la ruta. Es como si intentasen decirme algo. Puedo imagi-narme el mensaje: cornudo. Cuando llego a la garita busco la linterna y le respondo las señas al otro se-reno. De repente me dan ganas de agitar la linterna mover los brazos como hacen los tipos que reciben los aviones en las películas arriba de los portaavio-nes. No responde.Pongo agua en la pava y mientras caliento el agua voy hasta la última página del cuaderno. Alguien en algún sitio esta sentado frente a una mesa en una habitación extraña, familiar, rodeado de una multitud de ojos pintados e intentando digerir unas ideas para poder darles nuevos sentidos a unas gas-

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tadas y simples palabras.Alguien al igual que yo, se completa solo.Es agradable pensar así, me ayuda a no autocom-padecerme, a no mutilar mi ego por estar tan defec-tuosamente acompañado por una radio y un locutor atorado en ella, que mas que entretener, me estresa con sus vibraciones.Es casi tan agradable como patético.Me contento con espiar por la ventana. Me fascina ver a las personas bajo el día que muere al igual que muere cualquier ser humano o animal o idea. ¿Llega-rán a comprender que no se preocupan en salvar a los pensamientos, a la idea o al animal que día a día se despereza y se dilata dentro de sus rutinas?Agradable. Los cuadros crean (¿Puede algo creado a su vez crear? Yo sólo transformo.) un espacio, acom-pañan más que el pensamiento de alguien que en al-gún sitio intenta darles nuevos sentidos a las gastadas y simples palabras. No dicen nada. No molestan. No se mueven. No roban mi oxígeno. No preguntan:¿Qué estas escribiendo? Sí, son una buena no compañía.Puede que espere, que alguien llegue y comience a hablar, a molestar, a moverse, a robar mi oxígeno y a preguntar; a competir con los cuadros por capturar

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mi atención.No va a importar si alguien llega o no; si los cuadros permanecen o se escapan, ya todo da igual. Creo que puedo contentarme con sólo espiar por la ventana.

Miro alrededor y no veo un puto cuadro. El tipo está mal. Salgo, saco la silla y me quedo sentado, fuman-do, mirando la oscuridad. Entonces me siento como esas noches en las que me sentaba en el patio con mis viejos, tranquilo, y cerrando los ojos escuchaba los murmullos de una ciudad que supuestamente estaba dormida. En una de esas noches mi abuelo intentó explicarme algo sobre el destino y la vida. Me contó la historia de un tipo que soñó que moría. Era su futuro, entonces, al despertarse a la mañana se puso a pensar en el sueño y durante todo ese día se mortificó dándole vueltas al asunto para cambiar ese hado, y tras pensar en muchas soluciones, una duda se le presentó ¿Y si el intentar cambiar su des-tino finalmente era lo que iba a llevarlo a su muer-te? ¿Y si no hacer nada también lo hacía? No entendí nada, se lo dije a mi abuelo. Mi viejo fue más directo para explicarme el asunto. La vida es una porque-ría, me dijo. Tengo que admitir que nunca me dijo

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algo tan verdadero.Siento como la tapita de la pava comienza a bailo-tear. Me pongo de pie y siento la sirena. Cuando le-vanto la vista hacia el camino veo una camioneta de la policía.-¡Vení, no te hagás el boludo, vení, levantá las ma-nos!Señalo a la garita para explicarles que el agua está hirviendo, pero me siguen gritando y me apuntan para que me acerque al portón de entrada. Siento como si un boludo estuviera escribiendo mi vida y se estuviese divirtiendo con esto, así que camino re-signado hacia el portón. -¡Dale gato, apurate!Y me apuro. Mientras veo cómo se aleja la camioneta pienso que en realidad tendría que tirarme en el campo de enfrente a ver si los bichos me comen antes que me pase algo más. También podría caminar hasta la ruta e intentar topetear a los autos que pasan a ver si alguno me hace el favor de dejarme tirado al cos-tado, en la banquina. Voy hasta la garita, pensando en los mates que no tomé y que ya no tengo ganas de tomar. Miro la linterna y estoy por agarrarla y ti-

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rarla hacia la fábrica vecina, pero me contengo ¿No fui yo el tarado que se puso a hacer payasadas cuan-do sólo tendría que haberle hecho un par de señas? ¿No es mi culpa al fin y al cabo que el otro sereno haya confundido mi estupidez con señales de auxi-lio? ¿No hubiera llamado yo también a la policía si hubiese visto hechas por él las mismas piruetas pe-lotudas? ¿No podría haber sido médico o ingeniero y sólo preocuparme por algún nuevo tipo de cáncer o por una construcción que tiene mal calculada la tensión de una viga? No. Yo tenía que ser esto: un sereno nocturno que no sabe qué carajo hacer con el Old Spice que quedó impregnado en una almoha-da y una pava recalentada.

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XIV

Miro las ruedas del auto. En realidad me las imagino. Porque donde antes estaban las ruedas ahora no hay nada. Si no fuera porque quedó el baúl intacto, no podría reconocer en ese auto carboniza-do mi Taunus. Me extraña sentirme tan tranquilo, en realidad me da un poco de miedo. Si me sintie-se un poco enojado, hasta indignado, podría cami-nar la media cuadra que me separa de la estación de servicio y sacarle a trompadas los mocos por las orejas al playero al que le dejé el auto. Pero siento como si toda esta mierda que siento adentro mío fuera mi estado natural, que esto (Y señalo un auto carbonizado al costado de la ruta.) representara una metáfora de mi vida. Saco las llaves del auto del bolsillo y las tiro adentro. El Tano me mira pero no me dice nada. Subo a la camioneta y parece enten-derme. Mientras arranca me pregunta si no quiero ir a buscar unas gomas a lo de un amigo de él para llevarnos lo que queda del Taunus a remolque. Le digo que no. Que así como está, está bien, que no tengo un peso para arreglarlo y le largo una pelotu-dés de que ya estaba pensando en regalarlo o dejar-

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lo tirado por ahí, que siempre me quedaba tirado y que el motor estaba fundido, que con lo que sale el seguro en un par de meses me podía comprar una moto y que no iba a gastar la animalada en nafta que gastaba con el Ford. -Bueno, para donde vamos, ¿te llevo a tu casa?-¿Para qué?Nunca pensé que una respuesta dada por mi mismo pudiera hacerme sentir tan triste.

Lavo la funda de la almohada y las sábanas con fu-ria, como si estuviese golpeando a alguien. Saco todo al patio y lo cuelgo en la soga. Pocho viene y me mira moviendo la cabeza de un lado a otro como diciéndome ¿te pensás que con eso basta para sacar ese olor de adentro tuyo? Todavía siento el olor a Old Spice por toda la casa. Le tiro la comida así nomás. Huno no apareció más. Deben de haberlo atropella-do. Ojalá, es su perro y nunca se calentó un cara-jo por darle de comer o cuidarlo. Entro y cierro la puerta del fondo de un portazo. Me tiro en el sillón a dormir. Mientras cierro los ojos con fuerza repito mecagoenelfantasma mecagoenelauto mecagoenella-buro mecagoenlafábrica mecagoenloscuras mecagoene-

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lotrosereno mecagoeneloldspice mecagoenlosperros me-cagoenlasovejas mecagoenRulo… Y lo repito como si se tratase de un mantra que pudiera alejar las pesadi-llas. Y funciona. Sólo sueño con mi auto quemado.

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XV

Llego tarde. 30 minutos. No me importa.-¿Comiste?-Me dice Jorge cuando me ve. Está senta-do frente a una cena que me hace mugir el estóma-go. Aparto una silla y me siento. Me dedico a atacar una pata de pollo. Después me corto un pedazo de jamón crudo tan gruesa que debe pesar cerca de un cuarto de kilo. Seguimos comiendo en silencio. De repente comienzo a largarle a Jorge lo del pe-rro que no aparece, lo de la colonia Old Spice, lo del asado en lo de Rulo, los sueños, lo del loco que en el otro laburo escribe cosas sin sentido en el cuaderno de actas.Jorge no hace más que mirarme. Entonces deja caer ruidosamente un pedazo de costilla sobre la mesa y me hace un gesto de que espere. Se limpia las pal-mas de las manos contra el pantalón y busca algo en el bolsillo de la camisa. Lo miro atento mientras le arranco un pedazo de carne a una costilla de cerdo. Sigue buscando hasta que por su cara veo que en-contró lo que buscaba. Me lo tira. Delante mío cae la llave sin marca.-Guardala como recuerdo.

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-¿Recuerdo de qué?-De éste trabajo.Le arranco otro pedazo a la costilla de cerdo mien-tras lo miro. Tardo un poco hasta que comprendo. Dejo caer la costilla al plato y busco con la vista algo con qué limpiarme. No lo encuentro. Sigo el ejemplo de Jorge.-¿Vos decís que van a echarnos por lo de los anima-les?-Si no es por los animales entonces va a ser por la cena.Recién entonces se me ocurre preguntarle de dónde salió tanta comida. No me responde, por lo menos verbalmente. Sólo me tira el llavero que habíamos armado con las llaves donadas. Una fuerte nausea me invade. Quiero putearlo, agarrarlo del cuello y romperle la boca, tirarlo al piso y patearlo y cuando me encuentren los curas, porque ellos son los que van a encontrarme a la madrugada junto al cuerpo destrozado de Jorge, gritarles que ahora sí, si ellos quieren que me echen.-¿Vos sos boludo?Deja de masticar. Me clava los ojos como si mi frente fuera un monitor y hubiese visto en él todo lo que

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me imaginé.-A ver pendejo, vamos de nuevo. Preguntame por qué preparé la cena.-No se….-Preguntame te dije.-¿Porqué preparaste la cena?-Para que mañana cuando los curas abran el come-dor, se den cuenta que estuvimos ahí y que sacamos todo lo que quisimos y que se quejen y que si la em-presa nos quiere echar, que nos echan a todos, no solamente a Walter.Seguramente debo tener una mirada muy estúpida, por lo que me dice: Si, los tipos quieren echar a Wal-ter y tirarle encima la culpa de los animales muertos. Así que cuando me lo comentó el inspector, lo mandé a la mierda, de parte de los dos.-¿Pero vos estás drogado? – Y me pongo de pie. Jor-ge se ríe y saca de debajo de la mesa una botella de vino tinto. Por el estado de la etiqueta debe ser muy vieja. -Ves, sabía que te ibas a poner así. Sentate pibe, te voy a contar un cuento. Antes había un tipo que era como vos, no tenía más compromiso que el que tie-ne una piedra, constantemente concedía y compla-

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cía a la gente: a su mujer, a su jefe, a su hijo. Si su vida era puesta en un gráfico resultaba tan plana como el electrocardiograma de un muerto. Todos decidían por él y hacían con él lo que querían. En-tonces un día el tipo conoció el desencanto. Nunca supo de dónde salió, tal vez de tantos desencuen-tros amorosos, de tantos fracasos laborales o con la amistad que lentamente se fue pudriendo, o puede que haya sido producto de la paloma que lo cagó esa mañana cuando estaba entrando a la oficina. Lo cierto es que estalló como un globo inflado en demasía. En la oficina el tipo pego dos gritos y tres sopapos y todo el mundo estaba mirándolo como si fuese Mr. Hyde. Después, fue a su casa y mandó a su mujer a la mierda, juntó sus cosas y se fue.Caminó días y días por la calle como un zombie sin entender qué pasaba. Entonces, alguna gente que el tipo conocía comenzó a buscarlo. Cuando lo en-contraron le preguntaron si estaba bien. Y el tipo no supo decirles si sí o si no. Entonces se alejó de todos. Había días en que no se levantaba de la cama, en que se olvidaba el nombre de las cosas, de los días, de las personas, y no sabía por qué. Hasta que una mañana entendió qué le pasaba: se le habían

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acabado los sí. Todas esas personas a las que había atendido durante su vida le habían quitado los sí. Ahora sólo le quedaban el descontento y la negati-vidad. Y así es como ese tipo empezó a comprender muchas cosas de la gente y comenzó realmente a conocerla. A todos les decía que no. Si la persona se iba ofendida, no volvía a tratarla: seguramente era una persona débil y sin perseverancia. Si en cambio al primer no la persona continuaba cerca, la cobija-ba como un hermano, porque esa persona era fuer-te, no se amedrentaba ante la primer adversidad. ¿Sabés lo que veo en vos? La sombra de ese tipo. No hacés nada para cambiar lo que te pasa. Me contás siempre sobre tu mujer, ¿cuánto tiempo más va a estar con vos? ¿Cuánto tiempo más vas a aguantar vos vivir así? ¿Y tu otro trabajo? Cuado te des cuenta vas a ser cadáver pibe. Así que te dí una mano: tomé la desición que vos no podés tomar. Mandé todo a la mierda. A mí éste laburo no me importa, Walter ya está echado, vos tenés que despertar.

Se me pasan mil imágenes por la cabeza: podría ahorcarlo, romperle la botella en la cabeza, pegarle tres tiros en las rodillas con el .22, ponerme a gri-

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tar o llorar. Jorge no me presta atención, sigue co-miendo y cada tanto le da un trago a la botella. De repente me encuentro en uno de esos momentos en que todo parece detenerse, en los que uno no quie-re respirar por el miedo de romper algo. Me giro y voy hasta la puerta. Antes de salir le pregunto por qué entonces si sabía tanto de la vida estaba solo ¿era por fuerza o por debilidad? Suspiró largo y se apoyó en la mesa como cansado.

-Algunas personas precisan del drama para darle sentido a sus vidas. –Me dijo.Salí.

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XVI

Mientras volvía a casa tuve que bajarme en Burzaco porque no aguantaba más. No sé si era por todo lo que había comido o por lo que estaba pen-sando estaba siendo somatizado en un bolo fecal que intentaba salir de mi y lanzarse al mundo, pero tenía que bajarme: me estaba cagando.Mientras hacía fuerza al final del andén, escondido entre las sombras, me puse a pensar en Jorge y en lo que me dijo. Como un resumen de todo vi en una pared delante mío un grafitti: Vacío.De eso se trata todo esto.No medité mucho en eso, como si fuese mi karma, descubrí que otra vez me encontraba sin papel.

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XVII

Me siento raro caminando hacia la fábrica un día en que no tengo que hacerlo. Pisar el suelo su-mergido en la oscuridad me da la sensación de es-tar soñando. Llego solo a 100 metros de la fábrica. Me siento en uno de los postes que todavía están sin colocar y enciendo un cigarrillo. Old Spice. Recuerdo que antes, cuando recién la co-nocí, me quedaba mirándola mientras dormía para adivinar qué soñaba. Queríamos comprar una casa, cambiar de auto, tener una nena, no, ella quería una nena, yo un nene: no me gustaba la idea de andar atrás de la piba porque cuando creciera sabía que iba tener que andar con cuatro pares de ojos. Y bue-no, por eso están los perros. Huno es el hijo que no tuvo, a Pocho lo encontré yo. Si la dejaba, la guacha le ponía Dos. Está bien, Pocho no es un gran nom-bre, pero mejor que Dos es. Miro las nubes y pienso que cuando pongan todos estos postes casi no se van a ver por las luces. Me pongo de pie. Desde acá puedo ver al otro sereno. Tengo ganas de ir a verlo, de saber quién es el tipo de la letra ordenada y minúscula. De repente no se

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qué voy a decirle cuando lo vea, porque no se por qué vine hasta acá. Me quedo parado como un estú-pido. ¿Por qué no voy hasta mi casa? Un haz de luz me enceguece de repente.-¡Eh! ¿¡ quién anda ahí!?Salgo corriendo hacia la ruta. Ya no me siento un estúpido. Tengo la certeza de serlo.

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XVIII

Entro a casa con un presentimiento. Cierro la puerta y me quedo mirando el piso esperando en-contrar algo fuera de lugar. Pocho se da contra la puerta del fondo queriendo llamar mi atención. Voy hasta la cocina y me paro al lado de la heladera. No hay ningún mensaje, nada fuera de lugar. Pocho cambia de táctica, ahora ladra a intervalos regula-res culminando cada ladrido con una especie de aullido. Abro la heladera y miro adentro: verduras y frutas podridas, un queso untable vencido, una jarra con jugo a medio llenar, un bol con salsa cu-bierta por hongos. Cierro la puerta y miro la pileta: nada, ni un vaso, ni un plato. Olfateo. Camino hasta la habitación olfateando, intentando encontrar algo que delate su presencia. La cama me recibe como la dejé, deshecha y con las sábanas por el piso. Es inevitable que mire hacia los placards. Voy directo al que le pertenecía. Me detengo de golpe. La pala-bra pertenecía me da nauseas. Me siento en la cama y miro el mueble intentando no sentir nada. En el fondo no quiero abrirlo. Pocho ladra más fuerte pi-diendo comida y agua. Desde la casa de al lado se

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escuchan los gritos de una mujer llamando a los chicos para que se levanten para ir a la escuela. Des-de la calle se perciben los ruidos del tránsito que comienza a circular con mayor intensidad. Y miro de nuevo el placard y se que no necesito abrirlo, pero igual me pongo de pie y lo abro. Recuerdo el graffiti que vi cuando estaba cagando: Vacío. De eso se trata todo esto. Bajo las escaleras. El perro se está poniendo ronco de tanto ladrar. Voy hasta la cocina y mientras agarro el alimento para perros, pienso en qué triste y solo se va sentir Pocho ahora que Huno no va a estar con él.

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Se terminaron de imprimir 100 ejemplares, en el mes de abril de 2011, en los talleres gráficos de Tecnooffset, Araujo

3293, Ciudad de Buenos Aires, República Argentina