"Arqueología del populismo". Enrique Krauze

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Enrique Krauze es historiador y director de la revista Letras Libres. ABRIL / JUNIO 2016 15 ARQUEOLOGÍA DEL POPULISMO E l populismo ha sido un mal endémico de América Latina. El líder po- pulista arenga al pueblo contra el “no pueblo”, anuncia el amanecer de la historia, promete el Cielo en la Tierra. Cuando llega al poder, mi- crófono en mano decreta la verdad oficial, desquicia la economía, azuza el odio de clases, mantiene a las masas en continua movilización, desdeña los parlamentos, manipula las elecciones, acota las libertades. Su método es tan antiguo como los demagogos griegos: “Ahora quienes dirigen al pueblo son los que saben hablar […] las revoluciones en las democracias […] son cau- sadas sobre todo por la intemperancia de los demagogos”. El ciclo se cerraba cuando las elites se unían para remover al demagogo, reprimir la voluntad popular e instaurar la tiranía (Aristóteles, Política V). En América Latina, los demagogos llegan al poder, usurpan (desvirtúan, manipulan, compran) la vo- luntad popular e instauran la tiranía. Esto es lo que ha pasado en Venezuela, cuyo Gobierno populista inspiró (y en algún caso financió) a dirigentes de Podemos. Se diría que la tragedia de ese país (que ocurre ante nuestros ojos) bastaría para disuadir a cualquier votante sensato de importar el modelo, pero la sensatez no es una virtud que ENRIQUE KRAUZE LAS IDEAS Y LA POLÍTICA

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Enrique Krauze es historiador y director de la revista Letras Libres.

ABRIL / JUNIO 2016 15

ARQUEOLOGÍA DEL POPULISMO

El populismo ha sido un mal endémico de América Latina. El líder po-pulista arenga al pueblo contra el “no pueblo”, anuncia el amanecer dela historia, promete el Cielo en la Tierra. Cuando llega al poder, mi-

crófono en mano decreta la verdad oficial, desquicia la economía, azuza elodio de clases, mantiene a las masas en continua movilización, desdeña losparlamentos, manipula las elecciones, acota las libertades. Su método es tanantiguo como los demagogos griegos: “Ahora quienes dirigen al pueblo sonlos que saben hablar […] las revoluciones en las democracias […] son cau-sadas sobre todo por la intemperancia de los demagogos”. El ciclo se cerrabacuando las elites se unían para remover al demagogo, reprimir la voluntadpopular e instaurar la tiranía (Aristóteles, Política V). En América Latina, losdemagogos llegan al poder, usurpan (desvirtúan, manipulan, compran) la vo-luntad popular e instauran la tiranía.

Esto es lo que ha pasado en Venezuela, cuyo Gobierno populista inspiró(y en algún caso financió) a dirigentes de Podemos. Se diría que la tragediade ese país (que ocurre ante nuestros ojos) bastaría para disuadir a cualquiervotante sensato de importar el modelo, pero la sensatez no es una virtud que

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se reparta democráticamente. Por eso, la cuestión que ha desvelado a los de-mócratas de este lado del Atlántico se ha vuelto pertinente para España: ¿porqué nuestra América ha sido tan proclive al populismo?

La mejor respuesta la dio un sabio historiador estadounidense llamadoRichard M. Morse en su libro El Espejo de Próspero (1978). En Iberoamé-rica –explicó– subyacen y convergen dos legitimidades premodernas: elculto popular a la personalidad carismática y un concepto corporativo ycasi místico del Estado como una entidad que encarna la soberanía popu-lar por encima de las conciencias individuales. En ese hallazgo arqueoló-gico está el origen remoto de nuestro populismo.

El derrumbe definitivo del edificio imperial español en la tercera décadadel siglo XIX –aduce Morse– dejó en los antiguos dominios un vacío de le-gitimidad. El poder central se disgregó regionalmente fortaleciendo a loscaudillos sobrevivientes de las guerras de independencia, personajes a quie-nes el pueblo seguía instintivamente y que parecían surgidos de los Discur-sos de Maquiavelo: José Antonio Páez en Venezuela, Facundo Quiroga enArgentina o Antonio López de Santa Anna en México. (Según Octavio Paz,el verdadero arquetipo era el caudillo hispano-árabe del medioevo).

Pero la legitimidad carismática pura no podía sostenerse. El propio Ma-quiavelo reconoce la necesidad de que el Príncipe se rija por “leyes queproporcionen seguridad para todo su pueblo”. Según Morse, nuestros paí-ses encontraron esa fuente complementaria de legitimidad en la tradicióndel Estado patrimonial español que acababan de desplazar. Si bien lasConstituciones que adoptaron se inspiraban en las de Francia y EstadosUnidos, los regímenes que en la práctica se crearon correspondían másbien a la doctrina política neotomista formulada (entre otros) por el granteólogo jesuita Francisco Suárez (1548-1617).

La tradición neotomista –explicó Morse– ha sido el sustrato más pro-fundo de la cultura política en Iberoamérica. Su origen está en el PactumTranslationis: Dios otorga la soberanía al pueblo pero este, a su vez, la ena-jena absolutamente (no solo la delega) al monarca. De ahí se desprende unconcepto paternal de la política, y la idea del Estado como una arquitec-

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tura orgánica y corporativa, un “cuerpo místico” cuya cabeza correspondea la de un padre que ejerce a plenitud y sin cortapisas la “potestad domi-nadora” sobre el pueblo que lo acata y aclama.

Este diseño tuvo aspectos positivos, como la incorporación de los pue-blos indígenas, pero creó costumbres y mentalidades ajenas a las libertadesy derechos de los individuos.

Varios casos avalan esta interpretación patriarcal de la cultura políticaiberoamericana en el siglo XIX: el último Simón Bolívar (el de la Consti-tución de Bolivia y la presidencia vitalicia), Diego Portales en Chile (un re-publicano forzado a emplear métodos monárquicos) y Porfirio Díaz enMéxico (un monarca con ropajes republicanos). Y este paradigma siguió vi-gente durante casi todo el siglo XX, pero adoptando formas y contenidospopulistas. En 1987, Morse escribía:

“Hoy día es casi tan cierto como en tiempos coloniales que en Latinoaméricase considera que el grueso de la sociedad está compuesta de partes que se re-lacionan a través de un centro patrimonial y no directamente entre sí. El go-bierno nacional […] funciona como fuente de energía, coordinación ydirigencia para los gremios, sindicatos, entidades corporativas, instituciones, es-tratos sociales y regiones geográficas”.

En el siglo XX, inspirado directamente en el fascismo italiano y su con-trol mediático de las masas, el caudillismo patriarcal se volvió populismo.Getulio Vargas en Brasil, Perón en Argentina, algunos presidentes del PRIen México se ajustan a esta definición. El caso de Hugo Chávez (y sus sa-télites) puede entenderse mejor con la clave de Morse: un líder carismáticojura redimir al pueblo, gana las elecciones, se apropia del aparato corpo-rativo, burocrático, productivo (y represivo) del Estado, cancela la divisiónde poderes, ahoga las libertades e irremisiblemente instaura una dictadura.

Algunos países iberoamericanos lograron construir una tercera legiti-midad, la de un régimen respetuoso de la división de poderes, las leyes ylas libertades individuales: Uruguay, Chile, Costa Rica, en menor medidaColombia y Argentina (hasta 1931). Al mismo tiempo, varias figuras polí-ticas e intelectuales del XIX buscaron cimentar un orden democrático: Sar-

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miento en Argentina, Andrés Bello y Balmaceda en Chile, la generación li-beral de la Reforma en México. A lo largo del siglo XX nunca faltaron pen-sadores y políticos que intentaron consolidar la democracia aun en lospaíses más caudillistas o dictatoriales (el ejemplo más ilustre fue el vene-zolano Rómulo Betancourt). Y en los albores del siglo XXI siguen reso-nando voces liberales opuestas al mesianismo político y al estatismo (MarioVargas Llosa en primer lugar).

Esta tendencia democrática (liberal o socialdemócrata) está ganando labatalla en Iberoamérica. El populismo persiste solo por la fuerza, no por laconvicción. La región avanza en la dirección moderna, la misma que apren-dió hace casi cuarenta años gracias a la ejemplar Transición española.

Parecería impensable que, en un vuelco paradójico de la historia, Españaopte ahora por un modelo arcaico que en estas tierras está por caducar. Apesar de los muchos errores y desmesuras, es mucho lo que España ha hechobien: después de la Guerra Civil y la Dictadura, y en un marco de reconcilia-ción y tolerancia, conquistó la democracia, construyó un Estado de derecho,un régimen parlamentario, una admirable cultura cívica, una considerablemodernidad económica, amplias libertades sociales e individuales. Y doblegóal terrorismo. Por todo ello, un gobierno populista en España sería más queun anacronismo arqueológico: sería un suicidio.

PALABRAS CLAVEAmércia Latina•España•Populismo•Estado•Cultura política•Democracia