Ernesto Langer Moreno - Arqueologia de Un Retorno

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Ernesto Langer Moreno Arqueología de un retorno Novela

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Arqueología de un retorno es una novela que revela una faceta diferente del exilio y retorno chileno. Una faceta muchas veces criticada y mal comprendida por simple ignorancia o desagrado. La experiencia del exilio y el retorno son vistos desde una nueva perspectiva. Su gran aporte consiste en mostrar la experiencia singular vivida por algunos compatriotas a través de una historia entretenida y singular. Martín Fernández es un joven que se ve impelido a dejar su patria por motivos económicos y consigue instalarse en el extranjero haciéndose pasar por un refugiado político gracias a la carta de una falsa organización de defensa de los derechos humanos. Quince años después decide retornar a Chile dispuesto a enfrentar sus fantasmas y remordimientos, sin saber lo que le espera: Un Chile nuevo.

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  • Ernesto Langer Moreno

    Arqueologa de un retorno

    Novela

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    Ernesto Langer Moreno De la presente edicin, ediciones escritores.cl Registro: ISBN: Diseo de portada: Swen Andr Langer Fernndez Derechos reservados Abril 2008 Impreso en Chile / Printed in Chile Web del autor: www.escritores.cl/elanger

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    Dedicado a Alejandro Vallarino Estay (Q.E.P.D.)

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    Captulo uno A Martn Fernndez la cada de la noche le

    hizo recordar los duros das de invierno en Europa, en una ciudad de provincia, donde a las seis de la tarde todo est oscuro, fro y solitario. Pero pasaban de las ocho y las calles se vean an llenas de gente, con estudiantes uniformados y juguetones, con personas que pasean sus mascotas mientras fuman un cigarrillo, con muchos autos circulando.

    Entonces pens que el bullicio del trfico lejos de molestarle, le atraa. Toda esa accin nocturna le resultaba agradable, liberadora, como si viniera de un convento donde lo hubiesen tenido encerrado en silencio durante muchos aos.

    Nada es igual se dijo y se estremeci pensando en los diez aos de su vida vividos tan lejos de su patria, sus costumbres y los suyos. S, de los suyos, aquella gente ms alegre y entusiasta, con el alma graciosa, llena de imaginacin. Del diarero que vende sus peridicos y grita en una esquina, mientras

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    bromea ofrecindolos entre los autos detenidos por el semforo. O de aquel otro personaje que ofrece rosas rojas esperando encontrar algn enamorado que meta su mano al bolsillo y compre su perecedera mercanca hecha de tallos y hojas.

    Es tan diferente reflexion, mientras senta cmo el alma casi se le escapaba del cuerpo. Ver aquel alboroto callejero lo conmova profundamente. No haba all gente impertrrita y aburrida transitando como si los otros no existieran; extraos hablando un idioma diferente.

    Por fin poda respirar el aire de su patria. Era como haber cambiado de pronto de dimensin y de piel. Algo soado por mucho tiempo, guardado celosamente en su corazn. Un aire distinto.

    De nuevo en mi casa, es lo mejor que me ha pasado se dijo.

    El taxi se intern finalmente por las estrechas callejuelas de la comuna de San Joaqun que lo llevaran hasta la casa de su madre donde se hospedaba desde hace un par de das. El auto, un viejo Peugeot del ao setenta tena un enorme tajo que dejaba ver la espuma de relleno como si fueran las tripas de un acuchillado. El chofer era un hombre joven que sonrea cada vez que le diriga la palabra. No tena la facha de un chofer de taxis europeo y seguramente su taxmetro estara arreglado, pero lo saba de los suyos y en ese momento era lo que ms le importaba.

    Mientras lo vea conducir reflejando sus ojos en el espejo retrovisor busc el botn para bajar

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    un poco el vidrio y se encontr con una de esas viejas manivelas que lo obligan a uno a ejercitar su brazo, dndoles vueltas y vueltas. Le dio varios giros y luego, por un momento, sac la cabeza para sentir el viento de la noche en la cara y disfrutarlo.

    Menos de cinco minutos despus el auto transitaba por lugares conocidos; el grifo amarillo a la izquierda, luego el pasaje y nuevamente a la derecha hasta llegar a la casa. Conoca el camino de memoria, nada haba cambiado, esos eran los pasajes de sus correras cuando joven, las esquinas donde se reuna con sus amigos a conversar y fumar marihuana a vista y paciencia de todo el mundo, con desenfado. Ahora le pareca irresponsable. Pero por entonces fue su rutina diaria, su manera de disfrutar una placentera y alocada juventud.

    Martn se despidi a travs de la ventanilla y, respirando fuerte, como si quisiera llenarse los pulmones de un espritu familiar, dio unos pasos hasta abrir la reja de la casa, un esqueleto de fierro rechinante.

    Por fin llegas dijo Cristina, mientras lo abrazaba y daba besos sin ocultar la alegra de tenerlo junto a ella otra vez. Para eso haba esperado durante aos. Porque una madre, segn dijo, tiene que aprovechar cada momento como si fuera el ltimo, sobre todo si su hijo vive lejos y no lo ve todos los das.

    Antes de liberarlo de su abrazo le dijo:

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    Te llam el Pato Mancilla, dej un nmero de telfono para que lo llamaras esta misma noche. Dijo que te esperaba con una magnfica sorpresa.

    Ah, s, el Pato pens, el Pato. Qu ser de ese compaero de curso y de juerga, loco de remate, falto de escrpulos, mujeriego empedernido, pendenciero. Todo eso lo tena ms que claro, pero al fin y al cabo era su amigo. Cosas como las que pasamos juntos se dijo no son fciles de olvidar: los carretes, las pichangas, las conversaciones interminables, las mujeres.

    En un principio se haban escrito, pero rpidamente las cartas se fueron distanciando, hasta que los envos cesaron. Lo ltimo que supo de l era que estaba a punto de separarse de Lucy, su esposa, quien ya no aguantaba su desfachatada aficin por las mujeres y el trago.

    Seguramente no ha cambiado nada se dijo y al enterarse de su llegada lo estaba llamando para invitarlo a carretear. Le dio las gracias a su madre con un beso en la mejilla.

    Despus lo llamo. Ahora quiero darme una ducha.

    Tom el papel donde estaba anotado el nmero de telfono de su amigo, lo guard en el bolsillo y se quit la chaqueta para dirigirse al bao.

    Todo iba muy rpido, sin que hasta ese momento pudiera hacer siquiera una pequea sntesis de lo que le vena aconteciendo. Durante la ducha de nuevo pens en lo extrao y

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    sorprendente que le pareca su pas. Se haba impresionado ya al llegar al aeropuerto y atravesar la ciudad encontrando las calles sucias, grises, los autos viejos y la locomocin colectiva desordenada y agresiva. Esa fue su primera impresin. Tan diferente al orden y limpieza del lugar de donde vena. Pero tambin lo haba impresionado el hecho de que se hablara en las colas; en las colas del pan, en las colas de la parafina y hasta en las colas de los bancos.

    Aqu en Chile pens todos hablan con todos sin conocerse. No recordaba esa costumbre popular en la que basta cualquier pretexto para entablar rpidamente una conversacin. No exista algo as en Saint Brevins les Pins, donde la gente era ms bien retrada, encerrada en s misma.

    All las filas eran silenciosas y aburridas. No haba comparacin.

    Cuando sali de la ducha le pas la mano al espejo para quitarle el vapor y poder peinarse y afeitarse, porque quera estar impecablemente limpio. An no saba para qu, pero senta como si ese solo acto le augurar algo positivo. Por alguna razn todo en su interior se agitaba ansioso, llenndolo de un enorme y agradable presentimiento.

    Apenas le haban aparecido unos vellos casi imperceptibles, pero igual decidi afeitarse sintiendo que por mucho que se hubiese afeitado en la maana ya su rostro le pareca una lija.

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    Quera tenerlo verdaderamente suave y limpio, preparado para cualquier acontecimiento.

    Pasadas las diez de la noche son el telfono mientras Martn y su madre conversaban plcidamente, sentados en la pequea sala de estar alumbrada apenas por la luz amarilla de una lmpara de mesa. Ella se levant a atenderlo. Antes de partir encendi otra lmpara y dej a Martn mirando un alto de fotos familiares.

    Desde la pieza escuch a su madre riendo y hablando sobre l con alguien al otro lado del auricular. Trat de averiguar quin era atendiendo a las palabras entrecortadas que perciba, aunque no logr hacerlo. En realidad aquello no tena ninguna importancia, porque despus de todo era normal que la familia llamara para preguntar sobre su suerte. Seguramente sera alguna ta que enterada de su llegada intentaba ponerse de acuerdo para hacerle una visita. Nada ms. No pudo sin embargo evitar sentir un poco de curiosidad y tuvo que esperar a que su madre volviera para enterarse de quien haba llamado.

    Cristina volvi a la sala contenta, haciendo gestos graciosos con las manos, y se sent a su lado en el sof.

    Era la Chelita, te acuerdas de ella?, la prima de tu padre. Supo que habas llegado. Quiere venir y presentarte a Maril, su hija. Me cont que la nia quiere viajar y que le sera muy conveniente conversar con alguien de ms experiencia como t. Es linda acot. Le dije

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    que viniera maana a almorzar. Espero que no te importe.

    No, no me molesta respondi. Un rato despus golpearon a la puerta. Esta

    vez Martn se puso de pie y fue a abrir. Apenas lo hizo se encontr frente al Pato Mancilla un poco ms moreno de como lo recordaba luciendo una sonrisa enorme y con sus brazos abiertos de par en par. No haba cambiado mucho, tal vez se vea un poco ms grueso y ms viejo, pero al parecer el mismo espritu chacotero y travieso de su juventud permaneca intacto. Era el primer amigo con el que se encontraba despus de tantos aos.

    El abrazo casi lo asfixia. Saba que la gente de su pueblo era mucho ms extrovertida y cariosa de lo que sus anfitriones franceses lo tenan casi acostumbrado, pero ese afecto impetuoso lo hizo sentir un poco incmodo.

    En Francia lo acogieron a su manera, un modo de ser que haba aprendido y comparta en la prctica, pero que sin lugar a duda era, siempre lo pensaba, ms calculador y fro, impersonal y a veces hasta aptico.

    Sin embargo l haba entrado en ese juego, cambiando su modo de ver las cosas, mimetizndose, actuando igual que esos europeos ms prcticos e independientes que los latinoamericanos, y a quienes les cuesta expresar a menudo el cario hacia sus semejantes.

    Pero si ests igualito, ni siquiera un pelo menos o una cana! le dijo Pato mientras dur el cerrado abrazo. Compadre continu, esta

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    noche nos reventamos porque le tengo preparado como bienvenida un panorama inigualable.

    Espera, conversemos un poco antes, saluda a mi madre respondi, impresionado todava por aquel efusivo encuentro. Tena que averiguar primero los planes de su amigo, no fuera a ser sta otra de sus locuras.

    Cristina le ofreci un caf y ste acept. Durante todo el rato Martn lo not inquieto, no paraba de hablar y de fumar. Pareca ser el mismo Pato de hace diez aos, acelerado y ansioso. Muy pronto estaba tomando su tercer caf y entre conversacin y conversacin, de pronto Cristina se despidi para dejarlos tranquilos.

    Hay que permitir que se encuentre con sus amigos, que salga a redescubrir el Chile que tanto aoraba, para eso vino. A lo mejor le gusta y se queda pens Cristina, y se march con el pretexto de que tena algunas cosas pendientes.

    Una vez solos tomaron unos sorbos de caf en silencio, durante un par de segundos y...

    No ms palabras dijo de repente el Pato, lo tom del brazo, le pas su chaqueta que estaba colgada en el respaldo de una silla y se lo llev.

    Afuera la noche estaba embarazada de estrellas y Martn respir profundamente, despus de acomodarse la chaqueta.

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    Captulo dos

    Maril tena fama de complicada. Los

    hombres eran fcilmente atrados por su belleza extica, por su pelo ondulado, atado siempre con finas cintas de colores. Sus ojos azules, la ropa que vesta siempre ceida al cuerpo, ms una especial alegra y gracia femenina, los deslumbraba. En verdad eran encantados, pero luego de conocerla mejor cambiaban de opinin, a causa del modo tan extrao que tena a veces de comportarse.

    Joven, linda e inteligente, ya haba hecho varios intentos por encontrar su camino en los estudios: bachillerato, fotografa, periodismo y cursos de un cuantohay que no haban logrado hacerla llegar a buen puerto. Corriendo el tiempo se haba vuelto un picaflor de los estudios.

    En todo caso lo que le interesaba ahora era la poesa. Le gustaba escribir y se atreva a hacerlo, combinando esta nueva aficin con largas sesiones de lectura que la haban convertido en

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    una verdadera devoradora de libros. Debido a esto mismo se haba ido apartando an ms de la gente y su ya conocida insatisfaccin por las cosas iba creciendo, incubando en su espritu un carcter todava ms difcil y complicado que el habitual.

    Me importa un bledo se deca lo que otros piensen de m. Cada uno debe buscar su propio camino, por difcil que parezca. Yo no voy a ser igual a esas que suean con encontrar un buen partido, casarse y formar una familia, para despus darse cuenta que son esclavas de sus responsabilidades y que no han hecho nada de lo que hubieran querido. Yo quiero salir y conocer el mundo, ir a Europa, vivir en una buhardilla en un viejo edificio de Pars donde hagan nata los artistas, y escribir, escribir y escribir hasta que me d puntada.

    En ese pensamiento estaba cuando entr a la pieza su madre, a contarle que haba hablado con Cristina.

    Y que no era medio raro ese tipo? La Chelita no respondi. Claro que era raro pens despus la Chelita,

    si nunca se supo porqu de la noche a la maana se fue del pas. Algunos decan que estaba metido en poltica con esos comunistas que ponan bombas durante el gobierno militar, y que se coman las guaguas. Aunque a ella eso no le constaba en lo ms mnimo y sus padres lo negaron desde un principio.

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    En todo caso haba quedado siempre una sombra de duda en torno suyo. Un misterio que tal vez ahora sera el momento de aclarar.

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    Captulo tres

    El barrio alto de Santiago luca su habitual

    decoro de grandes avenidas y letreros publicitarios iluminados. Grupos de jvenes se apiaban a la entrada de las discotecas y el ambiente era festivo.

    A Martn le pareci que este sector de la ciudad se pareca mucho ms a un barrio europeo de lo que l hubiera imaginado. Era como si en ese momento descubriera que existan dos Chile: uno moderno, limpio, iluminado, decoroso y prspero; y otro rasca, sucio, estancado y pobretn.

    Cmo ests encontrando Chile? le pregunt Pato.

    No s, cambiado. S pues, harto cambiado, nada que ver como

    cuando estaban los milicos. Ahora estamos en d e m o c r a c i a pronunci lentamente, gesticulando. Ahora no hay toque de queda, pero

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    hay poca plata, se la han robado toda. Aunque no falta donde ni como pasarlo bien concluy.

    Pato pensaba conocer bien a Martn y no crea que hubiese cambiado. An lo vea como uno de sus compaeros de parranda. Saba que no era un mojigato, por eso estaba seguro que no se iba a alarmar con el panorama que le tena preparado. Sobre todo le van a gustar las minas se dijo de eso estoy seguro. S que despus me lo va a agradecer.

    En la Villa el Dorado, al final de Vitacura, el auto se detuvo frente a una casa color blanco cercada por una reja de madera a mal traer. El jardn se vea descuidado y algunos de los pastelones de la entrada estaban sueltos.

    Martn observ a alguien mirando por la ventana, detrs de las cortinas, y enseguida escuch abrirse la puerta de la casa.

    Pato lo inst a entrar y cuando lo hizo ste ya tena abrazada a la Piti, una mujer rubia, cuarentona y a juzgar por sus gestos, coqueta. La besaba y le tena sus dos manos puestas en el traste desde donde la empujaba atracndola contra su cuerpo.

    Este es mi amigo Martn, del que te he hablado, viene llegando de Francia.

    Comment allez vous, monsieur? dijo ella en un muy mal francs. Martn le sonri y la bes en cada mejilla a la usanza francesa.

    Cmo va la cosa? le pregunt Pato a la Piti. Vienen en camino, llamaron hace un rato,

    pero igual, yo tengo algo.

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    Y la Florencia? Tambin est que llega, no te preocupes. Despus de escuchar aquel breve dilogo,

    Martn intuy que en ese lugar se jugaba con fuego, pero continu como si nada. Se imagin estar viviendo aquellos viejos tiempos de juventud en que el riesgo y la aventura eran lo ms importante.

    Acaso no era para eso que haba vuelto a su pas, a reencontrarse consigo mismo, a recordar y tratar de entender la lnea ya trazada de su vida?

    Esa juventud perdida era tambin parte de su historia; adems, quin podra certificar que no segua todava perdido, solamente que con ms tristezas en el alma y unos kilos de ms en el cuerpo? Aquello le resultaba diferente y no tena por qu ser pecado portarse un poco mal. Despus ya vera se dijo.

    La decoracin era extremadamente sencilla, con muebles de mimbre y algunas imgenes como las del che Guevara, Mahatma Gandhi y Jesucristo colgadas en la pared. En las ventanas unas cortinas de crea cruda con algunos vuelos y en el piso alfombras artesanales. Lo invitaron a sentarse en torno a una mesa de madera hecha de palos quemados, con sillas de estilos diferentes, y antes que alguien pudiera decir algo Pato dibuj varias lneas de polvo blanco sobre la mesa separndolas unas de otras con una tarjeta de crdito. Luego, como para dar el ejemplo, tom una hoja de papel que enroll haciendo un

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    pequeo tubo con sus dedos y aspir el polvo de una de las lneas dando una fuerte inhalacin.

    Dale que es de la buena le dijo. Por curiosidad Martn no rechaz la invitacin

    e hizo lo mismo, llenando sus pulmones de la poderosa diosa blanca.

    Despus le toc el turno a la Piti quien lo hizo lentamente, estremecindose entera cada vez que lo inhalaba.

    Para sellar el despegue siguieron unos vasos de pisco y unos pitos de cogollos verdes, enormes, que Martn no haba visto hace mucho, pero mucho tiempo.

    Ya va a llegar la Florencia, amigo mo le dijo Pato, ahora mucho ms acelerado que antes, con la lengua pastosa y los ojos saltones, mientras fumaba tomando pequeos y repetidos sorbos de pisco.

    Piti.... a qu hora dijiste que iba a llegar la Florencia?

    Una hora ms tarde an no llegaba Florencia y se haban acabado el pisco, los pitos y la coca. Piti hizo varios llamados por telfono en los que no logr comunicarse y Pato se vea ms nervioso fumando un cigarrillo tras otro.

    Martn comenz a sentirse un poco mal. Quin lo haba mandado despus de todo a

    meterse en ese asunto? se pregunt, y dese estar lejos.

    Esa pareca ser la historia de su vida. Estar en algn lado sin querer estarlo y verse imposibilitado de cambiar su situacin. Record

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    entonces las noches de angustia de los primeros aos en Francia, cuando anhelaba poder volver a su pas, sin poder decrselo a nadie, solo en el silencio espantoso, a tantos kilmetros de distancia, sintindose impotente, desamparado en tierra extraa, aguantando como un hombre esa angustia mientras las lgrimas rodaban por sus mejillas. Adems, el Pato y la Piti se pusieron cariosos de repente y sinti que estaba de sobra. Quiso entonces salir arrancando de esa casa, disparado hacia cualquier otra parte, pero sin embargo apret fuerte el cojn que tena a sus espaldas, como si su mano fuera una garra que aprieta una presa, y resisti.

    Pato se dio cuenta que su amigo no estaba bien y no hall nada mejor que maldecir a esos estpidos que no llegaban con el paquete, y a esa Florencia que quin sabe qu chuchas le pas!

    Tom de nuevo a Martn del brazo, como lo haba hecho antes en la casa de su madre, y lo llev a la calle donde se sentaron en la cuneta bajo la luz de un farol. No quera por ningn motivo que su amigo se aburriera, quera que recordara aquella noche con alegra. Pero tampoco poda irse y dejar botado el negocio. Lo mejor era tomar un poco de aire, as que encendi otro cigarrillo y escupi el humo hacia las estrellas de esa noche.

    No se haban contado mucho, pensaba que referirle su desordenada y tormentosa vida slo le aburrira. Muchas veces se haba preguntado el porqu no parti con l a Francia. Por miedo tal

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    vez, o porque la Lucy todava lo amarraba en ese tiempo. Se qued en Chile sin ninguna explicacin convincente. Mil y una vez haba pensado que por eso mismo era un idiota. Mientras, Martn gozaba de los beneficios de una nacin que a sus ojos adems de ser antigua, con una gran historia, era econmicamente poderosa y extremadamente culta.

    Por eso tambin haba dejado de escribirle, porque no tena cosas interesantes que contarle, como las que Martn le relataba en sus cartas. Cosas extraordinarias, entretenidas, novedosas, mientras l slo poda contarle de la represin, de los milicos en las calles, del general amenazando a la gente por la televisin.

    Y al que no le guste...! Despus se meti en la droga y pens que

    aquello era an menos digno de contarse, as que no contino escribiendo. Mientras pensaba todo esto, sac de su billetera un papelillo de ltimo minuto, cogi un poco de coca con la punta de la misma tarjeta de crdito que haba usado antes para separar las lneas y se lo ofreci a Martn:

    Toma, con esto te vas a sentir bien. Luego caminaron, porque no hay nada mejor

    que caminar y fumar por las calles en silencio mientras la mente corre a un milln de revoluciones por segundo y los dientes permanecen apretados, imposibles de relajar.

    Llegaron a Vitacura, donde se vea an bastante agitacin. Autos que circulaban con jvenes sacando la cabeza por la ventanilla,

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    vctimas de una evidente intemperancia. Mujeres, o tal vez travestis, que esperaban algn cliente solapados en una esquina, dejndose ver cada vez que un auto reduca la velocidad. Una que otra micro y varios taxis a la caza de algn nocturno pasajero.

    En esa caminata nocturna y bien drogados el Pato se sincer. Le cont que estaba metido en el trfico de coca y que tena ahora un crculo de amigos muy importante a quienes provea continuamente. Le cont tambin que con Lucy haca tiempo que ya no pasaba nada, que ella viva sola con el Patito, despus de haberlo engaado con un futbolista. Aunque l no le reprochaba nada en absoluto, cmo podra hacerlo?, si su engao fue uno contra cientos que l tena a su cuenta. Adems que ya era tarde para arrepent imientos y reconciliaciones. A esas alturas de la vida cada uno intentaba rehacerla a su manera.

    No es una vida buena le dijo, al menos no como la tuya, Martn. Qu bueno que ests aqu remat, dndole una buena chupada a su cigarrillo.

    Pero, estaba all?, realmente estaba all? No haba sido de repente transportado nueve o diez aos en el pasado, al escuchar que su amigo consideraba que su vida, la suya, era buena, correcta y atinada?

    Su vida tambin haba sido dura. Qu saba Pato por lo que l haba pasado siendo un extranjero tratando de instalarse sin siquiera

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    entender lo que se dice, a la buena de Dios, viviendo de la caridad de organismos internacionales, compartiendo en hogares especiales para refugiados junto a orientales que llenaban los pasillos de olores insoportables, y donde haba que hacer caca en cuclillas porque los inodoros eran asquerosos.

    Pero no le estaba permitido sincerarse con su amigo, deba callar si quera seguir siendo un tipo respetado por su familia y por aquellos que lo conocan. No le sera posible confesar jams su condicin de refugiado poltico ni de los trucos y mentiras que se haba visto obligado a inventar para no ser expulsado.

    Todo eso deba mantenerlo usando una pantalla, crearse un cuento, otro yo hecho de miedo y falsedades. Buena su vida? De ningn modo! La suya tampoco era un modelo para nadie.

    En la casa los esperaba Piti, sin noticias. Un poco ms decada y bajoneada, pero sin ninguna novedad. Se haba cansado de llamar por telfono. Era como si a los dos sujetos que esperaban, Humberto Garrido y el Lucho Derrida, se los hubiera tragado la tierra. La ausencia de Florencia no importaba, ella nunca le haba cado bien y no era ms que una de las voladas del Pato, una mina para otro de sus amigotes, eso era todo. Lo importante era el negocio, y la mercanca que no llegaba.

    Desde que les abri la puerta, Martn se dio cuenta que le haba cambiado el genio,

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    seguramente por la espera inacabable y por la falta de droga. Como no quedaban cigarrillos se fumaba las colas de los ceniceros, y cuando Pato se quiso poner carioso y besarla le quit la cara.

    Algo anda mal dijo, y volvi a telefonear sin ningn resultado.

    Quizs los pillaron a estos huevones continu; es lo nico que falta para matar esta noche desgraciada, que de pronto lleguen los tiras y nos vayamos todos en cana.

    El ambiente comenz a ponerse tenso. Pato daba vueltas nervioso en el living, como un len enjaulado. Martn tambin comenz a sentir una ansiedad terrible y pidi algn trago para calmarla. Piti no lo mir con muy buena cara, pero se fue a la cocina y volvi con medio vaso de vino tinto.

    Es lo nico que queda. Martn observaba la situacin mientras

    empinaba el vaso. Haba viajado miles de kilmetros para encontrarse ah en medio de un drama de traficantes. Pero pens luego eso era en realidad el Chile que a l le tocaba. Porque por algo haba llegado ah y se encontraba ahora observndolo todo como si aquello fuera un perfecto melodrama criollo: su amigo, la Piti, la noche, esa casa, los discos de Silvio Rodrguez, la ausencia de la famosa Florencia, la espera, las drogas. Todo aquello formaba parte de la experiencia chilena y no iba a renegarla de ningn modo. Cualquier cosa que sucediese tena para l la importancia de suceder en Chile. Era

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    del mayor inters atesorarlo en su corazn, como quien guarda preciados recuerdos, porque sabe que despus llegar el momento de pasarles revista y disfrutarlos.

    Alguien toc a la puerta y hubo un momento de tensin donde se miraron a los ojos.

    Pato masacr una colilla en el cenicero y levant la mano como seal para que se quedaran tranquilos y en silencio. Luego se acerc a la ventana y haciendo apenas un lado la cortina espi hacia afuera.

    Es el Humberto dijo de repente, y se apresur a abrir la puerta.

    Un relajo les sobrevino. Humberto cont que haban tenido problemas

    y que el Lucho iba a llegar despus con el paquete. l se haba adelantado para avisarles.

    Pero tienes algo? le pregunt enseguida la Piti.

    Sin demora ste traz varias lneas sobre la mesa, y puso una botella de pisco y cigarrillos.

    Despus de haberlo presentado le ofrecieron el turno a Martn, pero ste no acept. Era mucho para una sola noche. Senta que no poda seguir adelante, que haba alcanzado su lmite, que lo mejor era terminar all y despedirse. Eso s, acept un vaso de pisco que se tom al seco.

    Pato quiso convencerlo de que jalara otro poquito, pero no hubo caso. Martn pronto se quiso ir y argument como pretexto que la Florencia ya era caso perdido, que no tena

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    sentido esperarla, que no vendra, y que lo dems no era de su incumbencia.

    Encendi un cigarrillo y se despidi levantando la mano, a pesar de la insistencia del Pato porque se quedara otro rato.

    No te preocupes le dijo, puedo irme solo perfectamente. A ti te quedan todava cosas pendientes. Y abriendo la puerta sali de nuevo a la noche y al silencio.

    Camin unas tres cuadras fumando, cada vez ms contento de haber abandonado esa casa.

    Caminaba leyendo los nombres de las calles y cuanto letrero se le pona por delante, cuando de repente escuch la bocina de un auto que chillaba a sus espaldas.

    Era Pato que haba decidido acompaarlo.

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    Captulo cuatro

    Pato lo dej en la puerta de su casa y se

    march dndole un buen apretn de manos. Pero Martn no entr y prefiri dar una vuelta

    por el barrio. No iba a encerrarse ahora en una habitacin a mirar el techo sin poder cerrar los ojos, porque saba que le asaltaran mil preguntas sin respuestas, preguntas que no lo dejaban en paz y que bastaba unos instantes de soledad para que, rpidamente, reclamaran su atencin.

    Se puso entonces en movimiento, tranquilo, aunque por dentro todava se senta agitado. La ansiedad que produce la droga an le afectaba, as que no par de frotar una mano contra la otra y sin darse cuenta sus pasos se aceleraron.

    Ech de menos un cigarrillo y aunque por un momento pens en buscar donde comprar una cajetilla, enseguida desisti para no tener que alejarse demasiado. Prefiri quedarse all observando lo que le sugeran las sombras.

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    Rumbo a Brasil, donde el avin hara escala para seguir luego hasta Madrid ciudad que sera su puerta de entrada al Viejo Mundo, Martn se estremeci pensando en lo que haca. Estaba dejando atrs su madre y sus amigos, lanzndose hacia el vaco sin ms armadura que unos cuantos pesos que se haban encogido atrozmente al cambiarlos a dlares y que llevaba escondidos en un cinturn especial muy ceido a la cintura, como si fuera parte de su cuerpo.

    Haba intentado acomodarse en la estrecha butaca de clase turista y tratado de conciliar el sueo, pero despus de varias horas movindose en el lugar, no lo haba conseguido.

    Era la primera vez que viajaba en avin y los nervios lo acosaban pensando que iba por los cielos en un aparato que poda precip itarse a tierra al menor desperfecto. Todo ese presentimiento de fatalidad que sola poseerlo a veces le asaltaba ahora sin querer dejarlo. Pero ya estaba all, y no le quedaba ms que rezar, repensar una y otra vez sobre el plan que haba tramado para escapar de su pas y radicarse en el extranjero.

    Tena todos los papeles que le haban aconsejado llevar, los certificados de nacimiento y de estudios, el permiso de conducir internacional obtenido en el Automvil Club de Chile, y la carta aquella que le haban entregado donde deca que en su pas era perseguido por la dictadura. Esto ltimo una gran mentira, porque como l mismo se deca, en Chile a lo ms lo

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    perseguan los boy scout o los bomberos. Pero haba sido una verdadera oportunidad de abandonar esa tierra sin futuro, de dejar atrs ese pesado ambiente represivo que asfixiaba a sus compatriotas sin remedio bajo la bota de los militares. Quin podra culparlo de arrancarse de tal forma de aquella pesadilla? Ante el horroroso panorama de la dictadura casi cualquier cosa era legtima.

    Le contaron de la oportunidad y sin pensarlo dos veces haba vendido sus cosas, juntado la plata para conseguir la carta y que lo incluyeran en la famosa red de escape hacia ese otro mundo ms promisorio.

    Esa carta entonces era de suma importancia, deba presentarla donde y cuando le dijeran aquellos que iran a recibirlo, estando una vez en el pas que haba escogido para el refugio. Pas donde entrara sin embargo con una simple visa de turista.

    El avin fue vctima de algunas turbulencias y se estremeci, causndole temor y espantndole definitivamente el sueo.

    Quiso sentirse seguro y confiado de que haca lo correcto, pensando en que nada malo poda pasarle. Despus de todo su pasaje era de ida y vuelta con una duracin de noventa das, igual que su visa de turista. Y si algo sala mal, siempre podra regresar y hacer como si volviera de un viaje de placer visitando museos en Europa, caminando por esas grandes avenidas de los Campos Elseos en Pars.

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    Todo segn l estaba bien pensado, no iba nervioso por eso. Lo que s le incomodaba y pona a ratos los nervios de punta era ese avin, el miedo a no llegar y desaparecer antes de empezar siquiera la aventura. El temor a desintegrarse y quedar hecho polvo entre miles y miles de pedacitos esparcidos en el mar.

    Tom una revista y la hoje con prisa mientras el tiempo pareca que no pasaba, detenido all arriba sobre las nubes.

    Trece horas ms tarde, despus de un viaje que le pareci una eternidad, lleg a Barajas, tan cansado que si no hubiese sido por la enorme curiosidad que lo embargaba, se habra tirado all mismo, sobre un banco del aeropuerto. Pero abri los ojos y forz sus msculos obligndolos a despertar y revivir. Porque despus de todo estaba en Espaa, la madre patria, por primera vez.

    Pas su pasaporte para que fuera timbrado por un oficial de aduanas, a quien dio tambin el formulario de ingreso al pas que le haban entregado en el avin.

    Luego se fue directo a retirar su maleta. Ya estoy en Espaa se dijo y a salvo. Minutos despus Martn asom su maltrado

    cuerpo al calor aplastante del verano europeo, y con su maleta a cuestas se acerc a preguntarle a uno de los choferes de taxi que se amontonan a la salida del aeropuerto, sobre la tarifa de transporte hasta la Puerta del Sol.

  • 31

    En todo momento, desconfiado como era, temi ser un turista vctima de engaos. No poda evitar sentirse as.

    Cunto es hasta la Puerta del Sol? Treinta euros, seor. Record que el dato que le haban dado en

    Chile sobre las tarifas de los taxis hablaba de una cifra muy inferior a la que pretendan cobrarle. Comenz a transpirar y decidi volver a entrar al saln del aeropuerto para preguntar a un polica sobre la legalidad de esa tarifa. Cuando el polica lo escuch, le pidi que lo acompaara a identificar a quien calific como un verdadero estafador, pero el chofer ya no estaba, se haba hecho humo, seguramente advertido por mirones invisibles que podan estar en todas partes, como en su patria.

    El polica llam otro taxi y lo recomend a su chofer, acordando con ste la mxima cantidad de Euros a pagar por ese recorrido. Y le tom la patente.

    Me salv pens mientras viajaba. Me quisieron hacer leso desde mi llegada. Vaya madre patria!

    El Cervantes, hotel de dos estrellas, con aire acondicionado, a pocas calles de la Puerta del Sol y del Corte Ingls sirvi para que por fin descansara sus alicados huesos. All, en la habitacin de una sola cama de un hotel madrileo logr dormir un poco. Luego se duch y sali a conocer las supuestas maravillas de esa gran metrpolis.

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    Entonces fue cuando al pasar a depositar la llave de su habitacin en el hall del hotel, escuch de los labios del conserje la frase aquella que no olvidara nunca, y que se convertira adems en una de sus principales ancdotas de viaje:

    Seor, tenga cuidado, cuide muy bien su billetera, mire que sus compatriotas andan muy bravos, robando a medio mundo!

    Despus ocup su tiempo en pasear, en conocer parques y museos, durante los dos das que haba decidido detenerse antes de seguir a su destino.

    Para mal o para bien no se toc con ningn chileno, conoci el Parque del Retiro, comi una paella en un pequeo y atractivo restaurante lleno de mesas con manteles color rojo, y ya estaba en un asiento del tren que lo llevara hasta Pars despus de viajar toda una noche.

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    Captulo cinco

    Cuando el tren se detuvo en la estacin

    Austerlitz de Pars pens que el corazn se le saldra del pecho sin que pudiera detenerlo. De ah en adelante deberan pasar muchas cosas para cumplir con su propsito de quedarse en esas tierras.

    Baj del tren y comenz a caminar por el andn mientras escuchaba hablar en una lengua desconocida, incomprensible, hasta que lleg a un gran saln repleto de personas.

    Gare dAusterlitz; da mircoles 27; 17 horas 30; hall principal de la estacin. Esas eran las instrucciones. All deba esperar. As que se sent en un banco ocupado por otras dos personas, y esper.

    Vea como la gente iba de un lado para otro. No entenda ni una palabra de lo que decan, pero estaba seguro que con el tiempo, algn da no muy lejano, llegara a comprender. Le llamaban la atencin el carcter meldico de la lengua y el

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    persistente sonido gutural del francs. Sobre todo las r pronunciadas roncas, como si obedecieran a un problema en la garganta.

    Cuando fueron las seis de la tarde y nadie llegaba a recibirlo, se aventur a cruzar el enorme saln en busca de la oficina de informaciones, con la esperanza de llamar por micrfono a quienes ya deberan haberlo contactado. Marcelo Faras era uno de los nombres que tena escrito.

    Pero al llegar a la ventanilla todos los intentos que hizo por comunicarse resultaron infructuosos. La mujer detrs de sta slo hablaba francs y despus de un rato de intentar entender lo que Martn trataba de decirle, cambi sbitamente de actitud y simplemente lo ignor. Desconcertado, desisti y volvi a sentarse en el banco que ahora se encontraba vaco, aprovechando para estirarse.

    Despus de todo son chilenos se dijo aunque estemos en Pars. Los chilenos nunca hemos sido puntuales.

    Cerca de las ocho treinta Martn comenz a pensar que nadie llegara a buscarlo. Que todo no haba sido ms que una vulgar estafa en la que haba cado fcilmente. Porque, de qu le servira la carta si no saba qu hacer con ella ni mucho menos dnde dirigirse?

    Por un momento se sinti obligado por las circunstancias a cambiar de planes. Es decir, a seguir el plan B y disfrutar del viaje como un simple turista. Sin embargo, cuando ya se decida a darlo todo por perdido, sinti que alguien pona una mano sobre su hombro.

  • 35

    Martn Fernndez? pregunt el hombre. S, l mismo. Marcelo Faras, supongo. Siento la tardanza, pero ms vale tarde que

    nunca dijo sonriendo. Que chistoso le contest Martn, y yo que

    pensaba que me estaran esperando. No se preocupe amigo, yo lo llevo ahora a un

    hotel y planificamos las cosas. Trajo la carta? Por supuesto. El hotel estaba cerca de la famosa plaza de la

    Bastilla y cuando llegaron ya casi oscureca. Marcelo hizo de traductor y lo dej instalado prometindole pasar por l al otro da a primera hora. Adems, le hizo entrega de un nmero de telfono por si acaso, como le dijo.

    La habitacin era amplia, con vista a la calle, desde donde provenan las inagotables sirenas de las ambulancias que no pararon de sonar durante toda la noche.

    Anchas cornisas y un papel mural con motivos antiguos le daban a la habitacin un dejo de otro siglo.

    El bao era amplio y limpio, pero estaba equipado de manera muy curiosa. El agua caliente se pagaba aparte, en un depsito para monedas de cinco francos con una ranura especialmente implementada para tal efecto. Martn no tena idea. Recin lo vino a descubrir metido en la baera, cuando vio que el agua caliente se agotaba. Cada tantos litros, cinco Euros. As era el asunto.

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    No fue una grata sorpresa, pero el hecho de ser algo nunca visto y espectacular ayud a aplacar su nimo y a conformarlo.

    Luego prendi el televisor y se acost sobre la cama hasta quedarse dormido.

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    Captulo seis

    Su sueo aquella noche, como lo sera despus

    durante muchas otras, fue una mezcla de ansiedad con imgenes difusas.

    So que estaba y no estaba all en la Ciudad Luz, que an permaneca en su casa de Santiago y que los deseos de viajar y conocer Europa lo embargaban. So que todava no haba dejado su pas y que una mala racha de extraas circunstancias no le permita partir, ahogndolo, con ganas de llorar, hacindole sentir impotente.

    Se despertaba por momentos para encontrarse completamente transpirado y volva a dormirse para caer otra vez en ese mismo sueo. Era la sensacin de no estar all ni ac, envuelto permanentemente en una dimensin transitoria, en la que el espritu pareca resistirse a asumir el cambio ya ocurrido.

    As, por la maana, tena la sensacin de haber sido triturado emocionalmente. Senta que una pequea angustia le oprima el pecho. Intentaba

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    reponerse, cuando alguien golpe a la puerta y l, en espaol, le dijo que entrara.

    Votre petit dejeuneur, monsieur. Caf, mantequilla, mermelada, panes tostados

    y un vaso de jugo de naranjas. Merci se le ocurri decir. La camarera lo mir con simpata, mostrando

    una pequea sonrisa. Como a las nueve treinta Marcelo Faras haba

    pasado a buscarlo y se dirigan a realizar su primera diligenc ia.

    Lo primero era ir a declarar su intencin de refugiarse en Francia a una oficina de la polica.

    Martn estaba nervioso, pero Marcelo logr calmarlo dicindole que aquello era un mero trmite, que no haba nada que temer. Estaba acostumbrado, lo haba hecho antes cientos de veces ayudando a otros compatriotas.

    En la estacin de polica gente de todas las nacionalidades y razas formaban una fila interminable. Una babel que segn Marcelo se formaba igual todos los das del ao. La gente vena a Francia escapando de alguna guerra o dictadura, con la esperanza de encontrar una mejor vida, lejos de las pesadillas.

    Los franceses son famosos por su tradicin de Terre dasile, a la que hacen honor abriendo sus puertas a los extranjeros perseguidos de todo el mundo, a pesar que siempre hay gente en contra, a causa del desempleo y los millones de Euros que se gastan en mantener a miles de refugiados polticos.

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    Cuando lleg su turno Martn llen un formulario ayudado por Marcelo. Mostr su pasaporte y recibi una especie de recibo que guard en su billetera por instrucciones de su compatriota.

    La carta la muestra ms tarde, cuando yo le diga.

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    Captulo siete

    Despus de pasar casi toda la noche

    caminando y haciendo memoria, Martn volvi a su casa a tomar desayuno, entrando por la puerta de atrs sin hacer mucho ruido. Se prepar un caf bien cargado, y desde la ventana de la cocina vio llegar el amanecer. Un amanecer chileno, donde poco a poco va apareciendo al este la cordillera, y slo despus de ella el sol.

    No se senta realmente fatigado, as que prefiri tomar una ducha y cambiarse de ropa, dispuesto a enfrentar el nuevo da sin haber pegado un ojo. Cuando su madre estuvo en pie l terminaba de mirar las fotos que haban quedado sobre la mesa del living. Ella se extra de verlo despierto y vestido tan temprano, cuando era de suponer que despus de la salida nocturna iba a dormir a lo menos hasta medio da. Sin embargo se alegr de aquello que consider positivo. Deba aprovechar lo ms posible su permanencia en Chile. Una estada demasiado corta para su

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    gusto de madre. Ella hubiese deseado tenerlo ms tiempo a su lado, ordenarle su ropa y prepararle la comida con ese amor que la desbordaba. Era toda sonrisas para su hijo, esperando que cada cosa suya le agradara. Estaba decidida a hacerlo sentir cmodo y en familia. As podra ser que decidiera volver a vivir entre los suyos y con ella.

    En un principio no haba logrado entender cuando Martn parti hace aos y despus avis que se quedaba. Se supona que era slo un viaje, al que ella misma haba contribuido ayudando a vender sus cosas y entregndole sus pocos ahorros. Su marido, entonces vivo, haba sospechado, pero fueron sospechas que ella no tom en cuenta para nada, segura de que eran slo aprehensiones.

    Pero ese era el ayer lleno de recuerdos tristes. Un pasado malogrado para tantos chilenos y tambin para ella, que vio a su hijo partir y no volver hasta ahora. Aunque despus de todo, con el tiempo comprendi que su hijo haba tomado esa decisin porque no le quedaba otra, porque el pas estaba hecho un asco y era lgico que intentara buscar oportunidades que en su tierra le negaban.

    Haca tiempo que haba entendido eso sin problemas. Desde entonces incluso dej de llorar por su partida, y le dio gracias a Dios por darle un hijo capaz de atreverse a buscar por s mismo una mejor vida en otra tierra. As se dieron las cosas pensaba, pero ahora era diferente, la dictadura haba terminado y los nuevos gobiernos civiles

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    podran ser una nueva esperanza para Chile. Ya podan volver los que se fueron.

    Su Martn, si lo quera, iba a encontrar una oportunidad y se quedara en Chile. De todos modos despacio, mujer! se dijo, calmndose a s misma, si apenas ha llegado.

    Como a las diez se acordaron de que haban invitado a la Chelita con su hija a almorzar, y Cristina se apresur en ir de compras para tener con qu agasajarlas.

    Pero, si esta niita est hecha toda una mujer! fueron las palabras de Cristina al recibirlas.

    Martn tambin pens que Maril era toda una mujer, bien que esperaba encontrarse con una chiquilla. Y una mujer bella, desenvuelta, atrevida. Esto ltimo cosa rara entre las chilenas pens comparadas con las francesas.

    Para l las francesas ya haban tenido hace rato su revolucin sexual y el sexo dejado de ser un tema lleno de pudores e hipocresa. En Francia no haba de qu extraarse en materia sexual. O te encuentras con una mujer que rpidamente te quiere llevar a la cama, o es una lesbiana que te confiesa su desviacin como si nada.

    Las chilenas no estaba seguro, a las chilenas hay que pololearlas!

    Tena su francesa, Chantal, por quien, sin estar enamorado, senta respeto y cario, pero haba algo en aquella relacin que le preocupaba. Tal vez la excesiva independencia de su amiga y su amarga impotencia de macho para adaptarse a esa

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    forma de vivir en pareja. Demasiada libertad lo ahogaba, hacindole sentir inseguro.

    As que t eres Martn le dijo Maril, y ahora ests de paseto en Chile, no es as?

    La pregunta lo sorprendi, porque sin duda l no estaba de paseto en Chile. Qu era eso de un paseto? En realidad ni l mismo tena muy claro la razn de su venida. Tal vez porque nunca se le quitaron las ganas de regresar. Jams nada ni nadie se lo haba impedido, pero durante mucho tiempo se qued pegado, incapaz de tomar la decisin y volver, aunque fuera de visita. Eso, hasta el da aquel en que llevado por un impulso, despus de diez aos, compr el billete de avin y llam a su madre para anunciarle su llegada. Su decisin fue espontnea, tal como su partida. Pero, de paseto en Chile s que no estaba. La experiencia del retorno era para l muy importante.

    Maril, quien intuy que algo se haba detonado en la mente de su anfitrin, le dijo:

    No lo tomes tan a pecho, si es slo una manera de decir. Algo as como que ests de vacaciones. O es que piensas quedarte?

    Martn no lo saba, y hubiese querido no tocar ese tema entonces, inseguro de sus intenciones como estaba. Por el momento tena que esperar y ver como las cosas se daban.

    Yo quiero volar continu Maril, salir, descubrir el mundo. Vivir tal vez en Pars, en una buhardilla, vecina de artistas y poetas. Lo tengo decidido.

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    Bella, pero ingenua y desinformada pens Martn, otra persona que imagina que en Pars se vive de nada, de sueos; que cree que caminar por sus calles como caminaron Breton y Victor Hugo; se juntar en algn caf con sus amigos y hablarn de poesa en un ambiente infestado por el humo de los cigarrillos. El conoca bien que la cosa no era as. Que la vida no es fcil en ninguna parte del mundo, ni mucho menos en Pars. Esa no era ms que una visin romntica de Francia, la que siempre terminaba en desgracia, ahogando a sus ingenuos soadores. Ya conoca algunos de ellos viviendo vidas complicadas. Pero, tena que contradecirla?

    Hermosa y decidida, se vea una mujer de armas tomar. As que slo le pregunt:

    Te puedo ayudar en algo? Y le sonri. Durante el almuerzo, cada cierto tiempo, la

    Chelita lo acos a preguntas sobre su vida en Francia. Quera saber cmo lo trataban los franceses, si las francesas eran bonitas, como se ganaba la vida, si se la ganaba, y si echaba mucho de menos.

    Eran tantas cosas que Maril se sinti obligada a interrumpir.

    Mam le dijo lo ests atorando. Pero, si slo quiero saber algunas cosas

    respondi ella, como la criatura ms inocente, saber si es verdad lo que se dice sobre quienes se han aprovechado de las circunstancias y estn viviendo como reyes.

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    Martn se disculp mientras se levantaba de la mesa, antes que la Chelita continuara. Saba reconocer cuando haba segundas intenciones. Y ahora alguien pretenda hurgar en sus secretos.

    No era posible. Qu poda saber ella se dijo, tpica seora que no sabe donde est parada; quien cree que porque vio algo en la televisin eso es verdadero; y que anda tratando de averiguar todo para despus chismear de buena gana.

    Pidi disculpas y se retir, marchndose a la calle.

    Dije algo malo? pregunt la Chelita. Maril tambin se puso de pie despus de

    hacerle unas muecas de desaprobacin a su madre.

    Martn no la esper. Tuvo que correr para alcanzarlo. Espera, no le hagas caso le dijo. No se da

    cuenta de lo que dice. Es una seora que no piensa mucho. Pero, Detente! dijo de pronto, cansada, tomndolo con sus dos manos del brazo. Conversemos. An soy tu invitada, no es cierto?

    Martn reaccion y disminuy el ritmo de sus pasos. Luego, despus de caminar otro poco en silencio, con Maril tomada de su brazo, llegaron a una plaza donde se sentaron en el pasto, apoyando sus espaldas en el mismo rbol.

    A m no me importa cmo se fueron los que dejaron este pas dijo Maril. Lo importante es que se fueron. A algunos los obligaron y para

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    esos debe haber sido espantoso; otros deben haber estado asustados o simplemente tan aburridos como lo estoy yo ahora e hicieron sus maletas. A quin le importa! continu. A m me tienen hasta la coronilla con eso. Siempre mirando hacia el pasado. Lo encuentro injusto. Igual que las preguntas camufladas que te hizo mi madre. No tena derecho. Pero, perdnala, ya te dije, este pas est loco. La gente est dormida.

    Martn la tom de la mano y cambiando de tema, le dijo:

    Sabes que somos medio primos. Ahora que recuerdo, te conoc cuando tenas pecas y chapes y vestas trajes con vuelitos. Ambos rieron.

    Decididamente no le molestaba estar en compaa de esa joven bella e inquieta, quien adems mostraba ahora una inusual reflexin sobre las cosas que le acontecan. Y a Maril le pareca que por fin poda compartir con alguien capaz de comprenderla, alguien con ms mundo y que haba realizado mucho de lo que ella ahora pretenda.

    No volvieron a la casa. Estuvieron juntos toda la tarde, hasta que oscureci. Martn quiso ir al cerro Santa Luca y desde su gran terraza observaron el crepsculo. Ella no paraba de hablar de su poesa y sobre el cmo instalarse en otra tierra.

    Ya oscuro Martn comenz a sentirse fatigado y decidi volver. Primero se ofreci para ir a dejarla, pero ella quera seguir mostrndole Santiago y tantas cosas que estaba segura

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    desconoca por completo. Muchas cosas cambian en una dcada.

    Te lo agradezco dijo, has sido muy buena conmigo, pero estoy agotado. No he parado desde que llegu.

    Si no hay remedio... dijo Maril.

  • 48

    Captulo ocho

    La carta fue entregada ms tarde ese mismo

    da, a cambio de un permiso de residencia provisorio, en otra oficina de Pars, donde tuvo que someterse a una entrevista en la que dos personas esperaban amablemente que l les respondiera. Una de ellas era el intrprete, un tipo delgado, de pelo corto, vestido con jeans y polera que hablaba un espaol de Espaa pronunciando todas las zetas. La otra era una funcionaria de esa organizacin internacional que vesta pantalones, una blusa azul de seda con un enorme prendedor y que se encargaba de llenar un cuestionario.

    All repiti lo que le haban instruido que dijera. Que como explicaba la carta que portaba, emitida por la supuesta agrupacin por los derechos humanos, l era un hombre que corra peligro en su pas, perseguido por los organismos de seguridad de la dictadura, quienes vean en l un activista del marxismo internacional, a pesar de que les haba asegurado una y otra vez que no

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    tena nada que ver con esos asuntos y que no era ms que un ciudadano comn y corriente.

    La carta aseguraba tambin que haba sido vctima de llamados telefnicos, amenazndolo de muerte si no terminaba con sus actividades subversivas, y l entonces aprovech para dramatizar este pasaje buscando un mayor efecto en quienes lo interrogaban.

    Cada da por las tardes sonaba el telfono y alguien me insultaba amenazndome. Despus de eso, ustedes saben les haba dicho; despus de eso es muy difcil dormir, sentirse tranquilo.

    La entrevista fue corta y durante sta no le fue difcil mentir. Casi no se dio cuenta que no deca la verdad y jug su papel de maravillas.

    Seor Fernndez le comunic el intrprete, desde este preciso momento usted es aceptado en nuestro pas como solicitante de asilo poltico. De aqu a unos seis meses usted tendr la respuesta definitiva, de si su peticin de asilo es o no aceptada.

    Esto, que cualquiera podra haber llamado un buen principio, fue para Martn su primera piedra de tropiezo en la consecucin de un sueo que ahora vea ms complicado. Esa condicionalidad oficializada pens desestabilizaba el control de sus planes, y lo pona en una difcil situacin.

    Por un lado estaba casi seguro que le concederan el refugio y le permitiran radicarse en el pas, pero y si no lo hacan!, si investigaban y descubran que todo lo que les haba dicho era falso. Que l era nicamente uno de esos

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    compatriotas que sufra una violencia encubierta, no declarada. Esa violencia que se sufre cada da frente al noticiario de televisin cuando el general o alguno de sus esbirros amenaza sin escrpulos a todos los chilenos. Aquella violencia que no se puede mostrar con marcas en el cuerpo porque las marcas quedan en el espritu.

    Para l, sin embargo, haba sido ms que suficiente el no haber querido continuar bajo la bota del dictador. Eso era todo. Y en estas circunstancias la carta y las mentiras no eran ms que un subterfugio necesario. El objetivo era quedarse.

    Desde ese momento, Martn qued bajo la proteccin del gobierno francs y fue enviado al Hotel San Jacques, en un barrio perifrico de Pars, con comida y unos cuantos Euros para el bolsillo.

    Haba entrado en el sistema.

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    Captulo nueve

    Desnuda en su tina, cubierta de espuma,

    Maril decidi soar despierta en todas las posibilidades que tena por delante. Pas revista a esa tarde con Martn, quien a sus ojos era como un enviado del cielo para ayudarla a cumplir su sueo.

    Muchos haban intentado acercrsele, pero ella los haba corrido. No quera hombres a su lado, por eso era siempre fra como una estatua, cargante y hasta insoportable. Se alegraba cada vez que vea a uno de ellos desistir en su conquista y abandonar su empeo hasta desaparecer. La aburran. Segn ella no valan la pena. Los vea insensibles, siempre buscando lo mismo, ignorando por completo su vida interior y verdaderas inquietudes.

    Pero Martn era diferente. Record cuando ste le tom la mano en la plaza haciendo que se le crisparan todos los pelos de su cuerpo.

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    Adems es buenmozo dijo de repente en voz alta, contenta.

    Luego se jabon el cuerpo lentamente, se acomod en la tina y fue bajando su mano derecha hasta que sus dedos encontraron los rubios y mojados vellos de su sexo. All los dej, acaricindose suavemente, tiernamente, dejn-dose llevar, sintiendo un gran placer procurado por ella misma, hasta que se relaj y qued rendida bajo la tibieza del agua y las pompas de jabn.

    Martn susurr... Haber encontrado en Martn la persona precisa

    en el momento oportuno no iba ya a dejar su mente. Como nunca, senta que haca lo correcto. Su intuicin de mujer le deca que sta era la oportunidad que esperaba. Y usara para ello todos sus recursos. Quera que Martn espantara su miedo, que borrara sus temores con el simple traspaso de su experiencia y fuera l quien le abriera la puerta a ese antiguo nuevo mundo con que soaba.

    Pero, hasta el momento saba tan poco sobre l. Cmo haba partido a Europa? Tendra razn su madre al haber sugerido que l poda ser uno de esos que se aprovecharon de las circunstancias y que vivan un exilio dorado, aprovechndose? O haba tenido realmente problemas polticos y simplemente no gustaba de andar gritando sus cosas a los cuatro vientos, siendo ms recatado? No era que le importara, le

  • 53

    daba lo mismo, pero necesitaba saber si haba hoy una oportunidad para ella.

    De pronto se sinti despertar. Se dio cuenta que tena los dedos arrugados por el tiempo que llevaba bajo el agua. Se moj el pelo hundiendo hacia atrs su cabeza y se alz alcanzando una toalla para secarse. Enseguida se puso una bata, dej una toalla cubriendo la parte superior de su cabeza y sali del bao decidida a encontrar papel y lpiz con que escribir.

    Al otro da como a las diez telefone a Martn, quien an regaloneaba con las sbanas.

    Te pill durmiendo, dormiln! le dijo. Es que estoy recuperando fuerzas. Juntmonos a almorzar? Casi sin reparar, Martn se puso en pie y

    respir profundo mientras abra de par en par sus brazos. Era otro da en su tierra y a la natural ansiedad del redescubrimiento de su pas se sumaba ahora la inquietud misteriosa que Maril provocaba en su espritu.

    No haba nada entre ellos, ni tena la intencin de que lo hubiera, pero ella le agradaba. Esa ternura y espontaneidad le atraan, adems de su belleza que le hacan el centro de atencin de donde fuera.

    Ella conoca lugares nuevos y atractivos que l hasta haca pocos das ni siquiera imaginaba.

    Hoy iremos al Parque Forestal, y maana a Via. Tal vez al Museo de Bellas Artes si hay algo interesante.

  • 54

    Por un momento se sinti turista en su propia tierra, y su madre sonri al escuchar esto al desayuno. Aunque qued pensativa al enterarse que saldra nuevamente con Maril. No quera esta niita irse a vivir al extranjero?

    Volvers en la tarde a comer?, pregunt. No s, mam, te aviso.

  • 55

    Captulo diez

    Cuando sali de su casa ya era medioda,

    cuatro horas menos que en Saint Brevins, donde seguramente Chantal, su compaera, se encontraba preparando el desayuno para luego ir a trabajar.

    Como a las ocho y media ella bajara del departamento y caminara los poco ms de cien metros que la separan de la parada de autobs. All a las ocho diesisis en punto subira al autobs y se dejara llevar hasta su lugar de trabajo.

    Admiraba ese orden casi perfecto, esa exactitud sin excepciones, en un pas donde los trenes parten a las 11:07 o a las 23:41, sin fallas.

    Nunca haba entendido realmente como poda eso funcionar. Una flota de buses modernos circulando en un orden espectacular, conducidos por choferes bien pagados y cumpliendo sin problemas con un horario estricto.

  • 56

    Como an tena tiempo prefiri tomar una micro en vez de taxi, buscando una experiencia diferente, ms cerca de su gente. Y tom la 239B que pasaba por Plaza Italia.

    Los frenos de la micro rechinaban y el chofer vena acelerado. Unos cuantos paraderos ms y la micro se llen hasta la pisadera. Entonces sinti como si se encontrara en medio de una lata de sardinas y quiso bajarse de prisa aprovechando la primera parada.

    Permiso, permiso, perdn, disculpe. Pero, oiga, por qu no se fija! Logr descender y arreglarse la ropa,

    desordenada debido a tantos roces y empujones. Camin contento, observando cada cosa sin

    perderse nada. El da estaba hermoso y la cordillera poda verse a pesar del esmog. Continu silbando, relajado, hasta que descubri que su billetera haba desaparecido. Incrdulo, se busc otra vez en el bolsillo posterior y como no la encontr sigui con ms nerviosismo buscando en sus otros bolsillos, sin encontrarla.

    Chucha! dijo de pronto, me robaron la plata, las tarjetas de crdito y el pasaporte.

    La micro ya iba lejos para seguirla. No se haba dado ni cuenta, tena que haber sido en medio de todos esos empujones y roces al bajarse.

    Hizo parar un taxi y le pidi que lo llevara al lugar acordado con Maril. No tena intencin que esto le arruinara el da. La plata perdida no era mucha, y las tarjetas quedaran bloqueadas en cuanto diera aviso. El nico problema era su

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    pasaporte francs, aunque an conservaba el chileno, con lo que poda moverse sin problemas.

    Por esas circunstancias felices de la vida, Maril haba sido puntual, y estaba esperndolo.

    Sbete, me robaron. Cmo que te robaron! Algn manolarga meti sus deditos en mi

    bolsillo. Y ahora me veo obligado a bloquear las tarjetas, denunciar el robo y volver a mi casa a buscar ms plata. Aprovechemos el taxi.

    Llegaron a la comisara y antes de bajarse Maril tuvo que pagar el taxi. Entraron y al hacerlo el carabinero de guardia, apostado detrs de un gran mesn, les pidi esperar para ser atendidos. Un poco ms all se vean otros carabineros conversando, pero ninguno se interes en preguntarles la causa de su presencia.

    El que estaba de guardia escriba en un libro gordo sin levantar la cabeza mientras se escuchaba una voz entrecortada en un pequeo, pero al parecer potente equipo de comuni-caciones. Martn pens haber olvidado ese olor habitual de los cuarteles policiales. A pesar de que l haba sido un frecuente visitante durante la dictadura, detenido innumerables veces por infringir el toque de queda.

    Un rato despus el carabinero de guardia levant la vista y sin mirarlos siquiera pregunt:

    Qu se les ofrece? Venimos a denunciar un robo. Qu robo.

  • 58

    Me robaron la billetera mientras viajaba en una micro.

    Cundo, y dnde. Bueno, la micro iba por la Gran Avenida,

    como a medioda. Su nombre. Martn Fernndez. Carn. Precisamente me robaron el pasaporte, yo

    vivo en el extranjero. Pero soy chileno se apresur a decir.

    El de la dama entonces. Maril sac su carn y lo puso sobre el mesn

    para que el carabinero lo anotara. ste escribi la denuncia, les pidi que la firmaran y les dijo que en todo caso ellos no podan hacer nada. Que slo quedaba estampada la denuncia del robo del pasaporte, lo ms importante, por si acaso algn vivo quisiera suplantarlo. Acto seguido el carabinero se puso a atender un llamado hecho por radio e hizo como si el asunto estuviera terminado.

    Vamos dijo Maril, aqu no hay ms que hacer. Vamos ahora a bloquear tus tarjetas de crdito.

    Martn se sinti aliviado de dejar la comisara. Dieron media vuelta y cuando se disponan a salir, de pronto aparece ante ellos el mismsimo Humberto Garrido, traficante amigo de su amigo Pato Mancilla, esposado, en medio de dos enormes carabineros.

  • 59

    Cuando Humberto vio a Martn abri grandes sus ojos, pero fingi no conocerlo, y en su lugar no hall mejor idea que ponerse a cantar:

    Dganle a la Piti que la estoy queriendo, dganselo rpido.

    Pero hasta ah lleg, porque lo hicieron callar con un fuerte manotazo en el pecho.

    En todo caso esto haba sido ms que suficiente. El mensaje haba sido recibido y bien comprendido por Martn, quien sali de prisa con Maril tomndola del brazo.

    Pero, qu te pasa, viste un fantasma? Algo parecido. Humberto Garrido haba sido arrestado no

    hace mucho y por casualidad cuando un polica, llamado por el deber, persegua poner trmino a una trifulca suscitada por tres hermanos que trataban de darle una pateadura a uno de sus cuados.

    Al ser alertado por los vecinos el polica haba apurado el paso y en su recorrido tropez estpidamente con Humberto, quien estpi-damente tambin se pas una terrible pelcula y cuando se vio con el hombre de verde encima entr en pnico y se desesper.

    El polica, que por el costalazo vea como su intencin de correr tras los hermanos agresores se desvaneca, se levant sobndose la cadera y se desquit con Humberto, sospechando de inmediato de l y procediendo a revisarlo.

  • 60

    Humberto portaba dos gramos de coca para su consumo personal, suficiente para ser arrestado y puesto a disposicin de los tribunales.

    l no iba a decir nada, pero saba que cuando sus amigos lo supieran se iban a preocupar, temerosos de que abriera la boca. As que el encuentro casual con Martn le vena como anillo al dedo. Tena que prevenirlos.

  • 61

    Captulo once

    De Pars lo enviaron en bus a Saint Brevins les

    Pins a vivir en la habitacin de un hotel especialmente acondicionado para recibir a demandantes de asilo poltico. Su pieza, una ms de las ochenta que posea el edificio, meda unos seis metros cuadrados, tena una cama, una pequea mesa con una silla y un ropero metlico donde meti sus cosas amontonadas. La nica ventana le permita mirar hacia un estacio-namiento repleto de automviles.

    Sus vecinos ms prximos eran un joven iran que apenas balbuceaba el francs y una familia de camboyanos que mantena permanentemente el piso del edificio oliendo a un insoportable olor a frituras y que sonrean amables bajo toda circunstancia, sin poder tampoco comunicarse.

    El bao era comn, con varios excusados y duchas al final del corredor. La cocina, la sala ms grande, era un lugar provisto de quemadores, lavaplatos y grandes mesones cubiertos con el

  • 62

    mismo azulejo blanco de las paredes. Las escaleras eran sucias, oscuras como boca de lobo, y en todos los pasillos del edificio haba de esas luces que slo se mantienen encendidas unos cuantos minutos y luego se apagan autom-ticamente.

    En ese lugar y recin llegado haba enfermado hasta sentir, debido a la fiebre, que todo su cuerpo no era ms que un delgado esqueleto, tiritando, vuelto un guiapo que deliraba y transpiraba sin tener mucha conciencia de lo que en ese momento le ocurra.

    El doctor Shu Lin, camboyano a cargo de la salud de los residentes, lo atendi lo mejor que pudo con la ayuda de Veronique, una enfermera francesa que hablaba espaol y que deca tener un especial aprecio por los chilenos. Cosa bien comprensible como pudo despus comprobar al conocer a Domingo Cceres, un chileno radicado en Francia desde haca ya algunos aos.

    Casi te vai pal otro mundo le dijo Domingo, chileno de pura cepa, de Melipilla.

    Trabajo como jardinero y soy el compaero de la francesita que te est cuidando. Es un poco mayor pero igual est bien rica, me quiere y me ha ayudado un montn. Habla bien el espaol la gringa, no te parece?

    Domingo era un muchacho como l, no pasaba de los veintisis aos, moreno, de pelo negro, corto, tieso, ojos caf, flaco y alto como una espiga, y que hablaba un psimo francs a pesar de llevar aos practicndolo. Se haba refugiado

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    despus de haber sido sacado violentamente una madrugada, a punta de culatazos, de la casa de su madre en una poblacin de Melipilla.

    Sin tener nada que ver con nada, segn fue su relato, de puro miedo arranc siguiendo a su primo militante de la juventud comunista que se asil en la embajada de Francia en Santiago, sin tener otra cosa que hacer porque su vida estaba en peligro.

    Haban llegado juntos, pero su primo despus de vivir algunos meses en Francia decidi emigrar a Blgica, donde lo esperaban algunos de sus correligionarios. El por su parte haba conocido a Veronique en pleno trance de separacin de su marido ingeniero, la que luego de ahogar durante varias noches las penas en sus brazos, le pidi que se quedara.

    Domingo pareca conocer bien todo el tejemaneje de la supervivencia en el pas. Desde las primeras semanas lo ayud a postular y obtener varios beneficios sociales disponibles en Francia para cualquier residente que los solicitara.

    As, sin llevar siquiera un mes Martn ya tena una cuenta corriente y con los dlares aportados desde Chile compr su primer auto en una gigantesca feria de autos usados. Un Citron AX, color beige, con una suspensin de las mil maravillas.

    En ese entonces dorma durante todas las maanas. Por las tardes bajaba a unos cursos de francs impartidos especialmente para aquellos

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    recin llegados, y en ellos conoci a una pareja de chilenos con dos nios.

    Cudate del chico Miguel le dijo Domingo un da, es un tipo extrao. Antiguo mirista con muy malas pulgas, se jacta de haber aparecido en la primera plana de Le Figaro como uno de los terroristas que el gobierno francs acoge y protege, para disgusto de muchos. Cualquiera se da cuenta de que eso es algo malo, pero l se siente orgulloso. No te ha mostrado an la revista?

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    Captulo doce

    Para Martn el hecho de haberse encontrado

    con Humberto en la comisara y haber recibido tan claro como el agua ese mensaje era angustiante. No quera por nada del mundo inmiscuirse. Ese era un mundo del que prefera mantenerse a distancia. Aunque por otra parte no se trataba sino de dar una mano a conocidos evidentemente en problemas, una simple llamada, una pequea ayuda de buen samaritano.

    Llam por telfono para bloquear sus tarjetas de crdito y cambi algunos dlares despus en el centro. En la calle Hurfanos, en donde varias veces estuvo a punto de abalanzarse sobre un telfono y alertar a la Piti tal como Humberto le pidiera.

    Pero no quera que Maril sospechara. Tema que al enterarse pudiera imaginar cosas que asustan a la gente decente. As que prefiri olvidar el asunto y dedicarse a comentar acerca de los cambios de la ciudad.

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    Modernos, modernos dijo, refirindose a los edificios, como en cualquier otra parte del mundo. El Caf Hait eso s est igualito. Esto de los vendedores ambulantes perseguidos por los carabineros es de lo ms folclrico que he visto.

    Y all, cmo es? pregunt Maril, muy diferente?

    Como en el barrio alto dijo. Ni ms ni menos.

    Tomaron varios caf, algunos sentados en un saln y otros en la barra de un local atendido por esbeltas mujeres con sus cuerpos casi desnudos. Comieron un completo en el Domin de calle Agustinas, casi al llegar al Paseo Ahumada y la oscuridad los pill caminando en medio del ajetreo de la gente volviendo a sus casas.

    Martn estaba en verdad fascinado de estar ah en ese lugar, escuchando los gritos de los vendedores en su propia lengua, viendo esos rostros morenos, hijos de su tierra. Era para l un momento incomparable y entonces, dejndose llevar por la emocin, compr una rosa a un vendedor callejero y se la regal a Maril haciendo un gesto de reverencia, del mismo modo que un caballero andante saludara a una princesa.

    Qu hacemos ahora? Cher Monsieur. Lo que hagamos no importa, la noche an es

    joven, no tienes problemas supongo. Para nada respondi firmemente Maril. Se pusieron en marcha otra vez, mientras ese

    mundillo nocturno de la ciudad comenzaba a tomar posesin de las calles del centro. Maril

  • 67

    sinti miedo, pero sin decir nada se aferr con todas sus fuerzas al brazo de Martn. No haba sido nunca temeraria y conoca la inseguridad de las calles del centro a esa hora.

    Tomemos mejor un taxi dijo, a esta hora por aqu se pone peligroso.

    Pero a Martn la Alameda le pareca una verdadera taza de leche. Gozaba de poder caminar libremente por las calles sin tener que temer alguna patrulla de los milicos que apareciera de las sombras. Sin tener que ir ocultndose a cada rato en la entrada de los edificios por temor a ser descubierto.

    S, ya s lo que ests pensando dijo Maril, como si le hubiese ledo el pensamiento, pero los fusiles de los militares se cambiaron ahora por los trabucos de los delincuentes. Y estos no te detienen, te asaltan.

    Finalmente, despus de pasar a la Fuente Alemana y comerse un lomito largamente aorado, y que segn l no se compara con ningn sndwich servido en el ms especializado restaurante de Pars, ambos se sentaron en plena Plaza Italia bajo la luz de los letreros luminosos, a conversar de amores y desamores, de sueos y pesadillas, como dos grandes amigos invitados por el destino a una ntima conversacin.

    Sin embargo, l saba que su deber era cuidar lo que deca, que ni por un momento poda relajar sus mscaras y caer en confidencias que podran despus costarle caro. Por eso en muchas cosas tuvo que mentirle, contarle hechos inventados,

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    preparados con antelacin para mostrar una imagen fabricada y, de sbito, se dio cuenta de que le estaba contando precisamente lo que ella quera escuchar; de cmo haba logrado instalarse con mucha garra y sin ayuda en ese pas extranjero. Le relat varias ancdotas inventadas y termin dicindole que el objetivo de su viaje era sondear lo que realmente suceda en su pas. Sin pensar en un regreso definitivo, porque donde l estaba, estaba bien, sin problemas econmicos y feliz, viajando a un pas diferente cada ao, totalmente integrado.

    Maril por su parte tambin tena su ideal de mundo, mezcla de realidad y fantasa esperando concretarse o desaparecer. Ya era toda una mujer y se resista, segn fueron sus palabras, a caer en convencionalismos esclavizantes e indignos para una mujer de este siglo. Ella quera un cambio radical y pensaba que lo conseguira alejndose de los suyos, de su madre y su pas.

    Imagino que el dolor del extraamiento purifica, que la distancia sana de los prejuicios que nos envenenan y que le proporciona oxgeno a los sueos. Yo sera capaz de trabajar en cualquier cosa con tal de forjarme un futuro en otro pas. Limpiara escusados, cuidara nios, o manejara camiones si fuera necesario. Pero en este pas siento el peso de la noche y los ojos de todos queriendo inmiscuirse en mi vida. Adems que no hay oportunidades, ni mucho menos para una aprendiz de poeta.

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    Maril apoy su cabeza en el hombro de Martn y ste se sinti un poco culpable. Culpable de incentivar esos locos sueos de mujer bonita con mentiras de hombre enaltecido por sus propias palabras, porque se dio cuenta de lo peligroso que poda resultar el crear falsas expectativas en su nueva amiga.

    Sigamos caminando le pidi, y una vez de pie, al mirarla, pens que su belleza era la de una verdadera diosa.

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    Captulo trece

    Durante sus primeros seis meses en Francia,

    mientras llegaba su carta de residencia por diez aos, y hasta que fue aceptado definitivamente como refugiado, Martn no hizo otra cosa que dedicarse a conocer la gente y la lengua del pas que lo acoga.

    Pero cuando le lleg la hora de abandonar el hotel y las regalas que en ste disfrutaba, no pudo hacerlo, tuvo que subsistir por un tiempo con las ayudas del Estado, vctima de su imposibilidad de encontrar un empleo como la gente, es decir como los franceses comunes y corrientes, quienes si bien sonrean y repetan su bonjour en todas partes y a todas horas, eran celosos de sus puestos de trabajo, escasos y hasta cierto punto, reservados.

    Limitado por el lenguaje, los puestos de vendedor u oficinista le estaban vedados, y slo pudo conseguir un empleo de medio tiempo pintando muros de edificios, trabajo que debi

  • 71

    abandonar muy pronto al no poder superar su fobia natural a las alturas.

    nicamente despus de dieciocho meses de haber llegado, con ayuda de Domingo y Veronique, logr abandonar el edificio del hotel para mudarse a un pequeo departamento de un solo ambiente en el piso quince de una torre infestada de extranjeros casi puros rabes desadaptados, en la periferia de la ciudad.

    Este cambio y esta sensacin de empezar una nueva etapa lo hicieron sentir feliz y olvidar tambin ciertos sntomas de frustracin que comenzaba a sentir en su estrecha pieza del hotel.

    Entonces fue cuando empez a escribir a sus padres que todo iba bien y mejorando. Claro que nunca relat los verdaderos hechos, que en un principio fueron extremadamente complicados.

    Tens que contarle puras cosas buenas le aconsejaba Domingo, y l les escriba maravillas, mentiras piadosas para no preocuparlos. Seguro de que las cosas mejoraran.

  • 72

    Captulo catorce

    La noche se armaba de a poco en Santiago,

    alumbrada por una magnfica luna llena. Vamos a comer, tengo hambre. Est bien, pero avisemos dijo Maril. Cuando llam a su casa tena recado de su

    amigo Patricio Mancilla. Necesitaba hablar con l urgentemente, y haba dejado un nmero de telfono.

    No importa dijo Martn, despus lo llamo, ignralo, nada importante. Y se apresur a hacer parar un taxi.

    Pato era su amigo, pero an as se resista a ser arrastrado a ese escenario de drogas e intrigas que nada tena que ver con l, en absoluto. Saba o supona porqu lo llamaba, pero no estaba con nimo para repetir experiencias de ese tipo. La noche anterior haba sido ms que suficiente.

    Cerr los ojos y no se dio por enterado del mensaje.

  • 73

    A Pedro de Valdivia con Providencia le orden al taxista.

    Mientras coman pens en decirle a Maril lo que pasaba. Lo dud, pero finalmente termin contndole con lujo de detalles lo que a ella le pareci inslito y peligroso. No entenda cmo poda haberse mezclado con esa clase de gente. A no ser que Martn fuera tambin uno de ellos, porque de nuevo pens en que no saba casi nada de su persona. Quin podra creerle tamaa historia sin pensar que no estaba tambin comprometido. Pero como haba tomado unas cuantas copas de ms, se sinti valiente y suficientemente intrigada.

    Por qu entonces no llamas de una vez y te enteras de lo que pasa le dijo.

    Acaso ests loca, podra meterme quizs en que lo.

    Pero, si slo se trata de una llamada telefnica.

    Tambin es cierto. Desde un telfono pblico en pleno

    Providencia marc el nmero dejado por su amigo y le respondi una voz femenina que le pareci ser la de la Piti, pidindole que esperara un momento.

    Al! escuch despus la voz de su amigo al otro lado del auricular. Martn, eres t?

    Pero Martn cort la comunicacin y se qued mirando con la vista fija hacia el piso, mientras Maril que estaba detrs lo abrazaba apoyando la cabeza en su espalda.

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    Algo lo detuvo, una intuicin que le avisaba de posibles conflictos. Algo que le deca que era mejor no tener ningn contacto con cosas como esas, y que deba alejarse de ello como se alejara del sida o de cualquier otra enfermedad contagiosa. Daba lo mismo que pareciera un acto sin importancia y sin peligro. Una llamada de telfono puede desencadenar toda una tragedia.

    Mejor posponer ese llamado dijo, sin despabilarse todava, y luego caminaron en silencio de la mano por Pedro de Valdivia hacia la costanera.

  • 75

    Captulo quince

    El ro Mapocho bajaba de la cordillera

    alborotado arrastrando su caudal de aguas sucias, y ambos se sentaron a contemplarlo iluminado por la luna llena. Otra vez sinti esa emocin de estar junto a lo suyo y abraz a Maril, quien le puso la mano en su muslo.

    Decidieron ir ms a la orilla y avanzaron para sentarse en el suelo, desde donde ya no se divisaba ni la calle ni los autos. El paisaje era nocturno y agreste, a pesar de estar en medio de la ciudad. Se quedaron en silencio.

    Haba rechazado a tantos hombres que comieron como frgiles pollitos de su mano y ahora estaba all exponindose al peligro de la noche santiaguina al lado de quien inevitablemente le atraa y agitaba sus hormonas. Qu diran sus conocidas si supieran que estaba a punto de cometer una locura, de perder el juicio frente a un hombre medio francs y medio chileno, de quien ni siquiera saba mucho.

  • 76

    Moriran de envidia, de seguro pens para s misma.

    Entonces volvi a apoyar su cabeza en el hombro de Martn y sin siquiera pensarlo, instintivamente, como una hembra en celo, meti su mano dentro del pantaln del hombre buscando su pene.

    Martn se estremeci y comenz a besarla, respondiendo a su osada. Hasta que Maril logr bajar el cierre y descendi para meter en su boca el delicado y erguido hueso del amor. Luego, sin que ninguno dijera una palabra, ni tampoco tuviera tiempo para pensarlo, Maril se sent sobre sus piernas y se hizo penetrar, envueltos ya en el fuego imparable del deseo y la pasin.

    Permanecieron abrazados, disfrutndose, saciados y gozosos. Unos minutos despus se incorporaron, arreglaron sus ropas y se tendieron de espaldas uno junto al otro, sabiendo que no podran quedarse as, en ese lugar, por mucho tiempo.

    Maril se haba dejado ir sin importarle lo que haca. Haba subido y bajado como una desaforada buscando el placer en los brazos de un hombre casi desconocido, pero no sufra arrepentimiento, sino ms bien agradeca esos momentos de sana locura, esa catarsis callejera en la que se haba transportado por un momento a los siete cielos, sintindose ms mujer que nunca.

    No saba lo que Martn pensaba o pensara. Maana o esa noche tal vez se dir an adis y no se volveran a ver, y ella fracasara en su

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    propsito de arrimarse a l para partir al extranjero, pero no le importaba.

    En realidad en ese momento tirada all en silencio de espaldas mirando las estrellas, eran slo ella y el universo, el dulce placer, como si todo le hubiese resbalado por su blanca piel llena de deseo. Lo dems qu poda importarle? Ella era una hembra y lo disfrutaba, satisfecha, como Dios manda. Para eso estaba en el mundo.

    No mucho ms tarde, an tendidos sobre la hierba, unas risillas los pusieron en alerta. Sobre todo a Maril, que conoca muy bien el peligro al que estaban expuestos. Se miraron el uno al otro y se levantaron. Sacudieron su ropa y decidieron reincorporarse a la civilizacin.

    Escuchaste ruidos? S, y comienzo tambin a ponerme nervioso. Salgamos a la luz. No tan rpido dijo una voz que vena desde

    unos matorrales. Ya lo pasaron bien, ahora nos toca a nosotros. Tambin tenemos derecho.

    Amparados en la oscuridad y de entre los matorrales comenzaron a aparecer una media docena de nios y nias. Maril se sonroj inmediatamente por el solo hecho de pensar que ellos haban podido ser espectadores silenciosos de todo su desborde. No dijo una palabra y de nuevo se aferr al brazo de Martn para sentirse protegida y con ms nimo.

    Qu quieren los increp Martn. Bueno dijo uno de ellos, despus de

    habernos hecho pasar tan buen rato en primera

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    fila del espectculo, ahora queremos algunas cositas y los dejamos tranquilos para que se vayan a la mierda si quieren, y juntitos.

    El muchacho hablaba en serio, y los dems le secundaban riendo. Pero no podan ser peligrosos pens Martn, son slo nios con hambre. Sac unas monedas de su bolsillo y se las entreg al ms grande.

    Y qu cre, huevn, que con esto vamos a conformarnos! Date vuelta que te vamos a revisar.

    Una de las nias del grupo se adelant decidida y cuando Martn hizo ademn de rechazarla dos de ellos sacaron un cuchillo rpidamente.

    No te vayai poniendo cabrn pus huevoncito, si ya te dije, ahora nos toca a nosotros.

    A Martn no le qued otra que aceptar mientras escuchaba a Maril sollozando en su hombro, dicindole que era mejor hacer todo lo que les pidieran. Volaron los relojes, la plata chilena que haba cambiado esa tarde y su chaqueta de cuero negro comprada en Holanda.

    Y ahora? Por qu, estai apurao? Claro si ya te pegaste

    la cachita. Pero, no te preocups, anda a dejar tu mina.

    Acto seguido desaparecieron como haban venido, en silencio y entre los matorrales.

    Maril temblaba. De miedo y de vergenza. Martn la aferr contra su pecho y le dijo:

    Ya! Todo est bien. Te llevo a tu casa.

  • 79

    Captulo diecisis

    Despus de sobreponerse a la emocin y

    recuperar un poco la calma, cuando regresaban a Providencia para intentar tomar un taxi, Martn iba pensando en que su viaje se estaba convirtiendo en una verdadera aventura. Senta a su lado el cuerpo tembloroso y tibio de Maril que no se le despegaba y, mientras caminaban, record que en materia de mujeres siempre le ocurra algo inslito.

    A Caroline la conoci en una de esas reuniones obligatorias que citan las agencias de empleo si uno quiere continuar recibiendo el subsidio de desempleo. Ella era casada con un dentista; rubia, crespa, delgada, de poco ms de cuarenta. Martn la atrajo como atraa a muchas al saber que era extranjero y que vena de un pas tan extico y distante para los franceses como le Chili.

    Sin perder tiempo Caroline se le acerc y dirigi la palabra. Estaban conversando cuando se

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    les sum de improviso y a pito de nada Jacquelinne, otra francesa cuarentona, aburrida de permanecer en su casa criando sus hijos y que finga buscar trabajo slo para salir de su casa. Casada con un constructor.

    Las dos se mostraron muy interesadas en Martn y ste se sinti halagado al punto de llegar a coquetear con ellas abiertamente, sin importarle los dems.

    Esa misma tarde, Jacquelinne y Caroline, que se hicieron en poco ms de un minuto grandes amigas, se ofrecieron a llevarlo.

    Queremos llevarte para que no tengas fro, qu te parece?

    El auto era un Renault y Martn subi en el asiento de atrs. Cuando se pusieron en movimiento y no llevaban ms de tres cuadras recorridas Caroline, que conduca, le insinu un cambio de rumbo e ir directamente a la cama a fornicar.

    Martn no supo qu responder y para tratar de sacrselas de encima dijo que s, siempre y cuando fueran las dos, seguro que con esto las desalentara. Pero Caroline mir a Jacquelinne y sta le dijo:

    Por qu no. Vamos! Caroline lo debe haber visto palidecer por el

    retrovisor, sentirse pequeito y asombrado. Tuvo que arrancar, desaparecer a la primera

    oportunidad, cuando pararon por cigarrillos. Esperen aqu, comprar unos tragos y

    cigarrillos minti.

  • 81

    Aun as, Caroline quien result ser la ms persistente de las dos, averigu su direccin y un da la encontr esperando frente a su puerta con un regalo, una camisa de lunares que l no acept, a pesar de su insistencia.

    Ese invierno en Saint Brevn le Pins fue duro. Persistentes oleadas polares entumecieron a la poblacin. Martn ya llevaba aos subsistiendo en gran parte gracias a las ayudas sociales y a uno que a otro pololito que lograba de vez en cuando.

    Su francs era lo bastante slido como para haber logrado dominar esa r gutural que tanto le asombrara al principio. A veces hasta era aplaudido por los mismos franceses que se asombraban de escuchar a un extranjero hablar su idioma con la gracia que l lo haca. Como tena un acento extranjero algunos al escucharlo le preguntaron si era canadiense. Porque ya manejaba a sus anchas los tiempos de los verbos y los pronombres personales, adems de poseer un extenso vocabulario, improvisando incluso pequeas sutilezas.

    La vida no lo haba tratado mal. Conoca casi al dedillo la ciudad y el buen nivel de vida francs le agradaba. Su ltimo trabajo por ese entonces fue en un restaurante autoservicio, como reponedor de ensaladas. El trabajo consista en decorar platos de ensaladas en los que el diseo era hecho utilizando un huevo partido en seis pedazos iguales, ms cuatro lechugas en forma de cruz y una porcin de mayonesa en el centro. El

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    diseo en cuestin deba asemejarse al modelo de una fotografa.

    Lo pusieron al lado de una madame para que aprendiera y lo ayudara. Pero en definitiva, mientras Martn haca un plato, que por defectuoso y cochino daban ganas de botar a la basura, madame haca diez, y con la prolijidad de una profesional.

    No hubo caso y el jefe del restaurante le dio las gracias por los servicios prestados, le pag las horas trabajadas y le dijo que simplemente no tena dedos para el piano.

    Su deporte entonces era jugar a los bolos, pasatiempo que practicaba todos los das martes por la tarde con otros chilenos en un boliche abierto hasta altas horas de la madrugada.

    All, en medio del ruido de la msica extremadamente alta y de las bolas que rodaban sobre un suelo de madera, se juntaban los chilenos a comentar sus vivencias de seres expatriados, vidos de su tierra.

    Algunos lloraban a Chile y el pisco y maldecan a los franceses que los desesperaban con sus costumbres tan diferentes. Otros, ms resignados, disfrutaban del bienestar que nunca o muy difcilmente tendran alguna vez en su tierra, y cuando comenzaban estos pelambres, ellos callaban. El haba sido primero de los unos, despus de los otros.

    De pronto sonri perdido en su recuerdo. Maril pareci despertar y le dijo:

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    Qu bueno que a pesar de todo, conserves el buen humor. Increble!

    Al mal tiempo buena cara fue su respuesta.

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    Captulo diecisiete

    Su experiencia poltica en Francia haba sido

    corta y accidentada. El chico Miguel era quien organizaba las

    reuniones polticas en la Maison des Artisans, a la que concurran latinoamericanos y franceses para enterarse de la vida en Chile bajo la dictadura.

    Casi todo el mundo conoca el pas exclusivamente gracias a Pinochet, que junto con el Ayahtola Homeini, encabezaba una clebre lista en la que se mostraba a los dictadores ms odiosos y repudiados del mundo. Sus fotos aparecan todos los santos das en la televisin, antes de los noticiarios.

    En esas reuniones se vendan empanadas mientras se denunciaban las persistentes atrocidades cometidas por la dictadura contra un pueblo privado de voz y libertad. El chico Miguel era buen orador y lograba conmover el corazn de los franceses para que estos contribuyeran con dinero a la resistencia chilena.

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    Chers amis deca Miguel. Tenemos noticias que los militares siguen haciendo de las suyas sin contrapeso, negndose a respetar los ms elementales derechos humanos. La prensa opositora es continuamente silenciada y los empresarios son dueos y seores del pas llenndose los bolsillos a manos llenas. Para qu hablar de los jueces que desoyen los recursos de amparo, convirtindose con esto en uno de los mejores aliados de la dictadura.