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    CULTURA Y DEMOCRACIA : Przeworski

    Adam PrzeworskiSocilogo. Especialista en Ciencias Polticas.

    Profesor en el Departamento de Ciencias Polticas de la

    Universidad de Nueva York (Estados Unidos).En colaboracin con Jos Antonio Cheibub,

    Universidad de Pennsylvania (Estados Unidos),

    Y Fernando Limongi, Universidad de Sao Paulo (Brasil)

    Democracia y "cultura democrtica"

    La democracia ha de apoyarse en una "cultura democrtica" para existir y perdurar? Encaos afirmativo, existen patrones culturales ms o menos compatibles con esta "culturademocrtica" y, por tanto, favorables o perjudiciales para la democracia?

    Desde el punto de vista "no culturalista", la cultura no tiene influencia causal algunasobre la democracia. Un pas no necesita cultura democrtica para instaurar y conservarinstituciones democrticas para instaurar y conservar instituciones democrticas. Bajo laptica "dbilmente culturalista", la existencia de una cultura democrtica esindispensable para el advenimiento y la supervivencia de la democracia, pero lacompatibilidad con las tradiciones de una sociedad es discutible, ya que stas sonflexibles y susceptibles de ser inventadas y reinventadas. As, la cultura democrtica

    puede florecer incluso en contextos culturales aparentemente hostiles. Por ltimo, segnel enfoque "fuertemente culturalista", ciertas culturas son absolutamente incompatiblescon la democracia. Por tanto, incumbe a cada pas establecer el rgimen poltico que

    mejor convenga a su situacin.

    Se plantea, pues, la cuestin de s las instituciones democrticas pueden funcionar entodos los medios culturales, o si habra que admitir que ciertas culturas slo soncompatibles con diversas formas de autoritarismo.

    Es difcil responder a esta cuestin, ya que est sometida a opiniones contradictoriasmuy arraigadas y los elementos de juicio que se necesitara para decidir son difciles deobtener. Lo nico que se puede hacer es reconstruir los puntos de vista contrapuestos ycitar algunos ejemplos, aunque las conclusiones que se obtengan este marcadas por eleescepticismo. Pensamos que los factores econmicos e institucionales bastan para

    explicar suficientemente la dinmica de las democracias, sin que haya que recurrir a lacultura. Y constatamos empricamente que, al menos los rasgos culturales msevidentes, como la religin dominante, slo tienen una influencia menor en lainstauracin y la duracin de las democracias. Se concluye, pues, que, aunque haya

    buenas razones para esperar que las culturas jueguen un papel importante, las pruebasempricas disponibles no corroboran la opinin de que la democracia exige una culturademocrtica.

    Comenzaremos con una breve historia de las tesis culturalistas y despus lasanalizaremos de forma ms sistemtica. La cuestin que se plantea aqu es saber si lademocracia no puede nacer y durar ms que con el concurso de ciertos modelosculturales muy precisos: son necesarios ciertos aspectos determinados de la cultura

    para la democracia?, y, en caso afirmativo, cules y de qu manera? Propondremos una

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    explicacin que no recurre a la cultura y demostraremos que est apoyada por loshechos. Despus, nos preguntaremos si ciertas culturas son ms o menos compatiblescon la democracia; por ltimo, examinaremos si dichas culturas, definidassumariamente en funcin de las religiones nacionales dominantes, in fluyen sobre lainstauracin y la supervivencia de los regmenes democrticos. Concluiremos este

    captulo con la discusin de ciertas cuestiones normativas.

    La democracia no puede nacer ni prosperar ms que basndose en un tipo determinadode cultura, la llamada "cultura democrtica"? Recapitularemos primero las respuestas

    positivas a esta pregunta, que se han aportado en los ltimos siglos, y mostraremosprimero las respuestas positivas a esta pregunta, que se han aportado en los ltimossiglos, y mostraremos en qu difieren unas de otras. Despus, confrontaremos esasrespuestas con un punto de vista que no recurre a la cultura.

    Historia de los puntos de vista culturalista

    Montesquieu, en sus Cartas persas (1721) y despus en El espritu de las leyes (E.L.)(1995 [1748] fue el primero en afirmar que cada forma de gobierno exige la presenciade patrones culturales determinados, para mantenerse y funcionar eficazmente. Cadasistema parte de un principio soberano: el despotismo se basa en el temor, la monarquaen el honor, la repblica en la virtud. Cada sistema de gobierno se basa en estos

    principios que lo hacen funcionar ("ce qui le fait agir", E.L., III, 1), principios que, a suvez, deben ser compatibles con los otros elementos de la cultura. Segn Versini (1995,

    pgs. 2425), la lista establecida por Montesquieu evolucion poco a poco, a medida que

    el autor deduca enseanzas de la experiencia de distintos pases. En Pensamientos, no.645 (1737-1738), los elementos culturales eran la "religin", las "costumbres y lasmaneras"; enEl espritu de las leyes, Montesquieu menciona primero (E.L., XIX, 4) la"religin", los "ejemplos de cosas pasadas", las "costumbres", las "maneras"; y, despus,"la religin de los habitantes", "sus inclinaciones"", "sus costumbres", "sus maneras" y"las relaciones entre ellos". La lista queda abierta porque, finalmente, todo parece tenerimportancia, desde las instituciones matrimoniales hasta el celibato de los sacerdotes yla tolerancia religiosa.

    Los factores culturales no son los nicos; otros son tambin decisivos: el clima, lacalidad del suelo, la extensin del territorio, el "comercio" (la economa). Cul es,

    pues, la causa de cada efecto? Versini (1995, pg. 38) sostiene que "las causas moralesson las que finalmente dominan en El espritu de las leyes. Pero saca esta conclusin delorden que Montesquieu plantea los temas, no de declaraciones explcitas en este sentido.A veces, Montesquieu habla de compatibilidad, no de causalidad, como en este pasaje:"Qu legislador podr proponer el gobierno popular a tales pueblos?" (E.L. XIX, 2).Pero l busca "el orden de las cosas" (E.L. XIX, 1). Poco despus, observa que "hayvarias cosas que gobiernan a los hombres [...]" y que "a medida que, en cada nacin,una de estas causas acta con ms vigor, las otras le ceden el paso" (E.L. IXI", 4). A lolargo de su obra, Montesquieu destaca que las leyes educan, y no son solamente unefecto. De ah se sigue que las relaciones causales entre los principios, de una parte, ylas culturas, de otra, no son evidentes, como no lo son entre las leyes y los principios.

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    El estudio comparativo de los sistemas de gobierno que realiza Montesquieu porque deesto se trata- anuncia las dificultades que van a encontrar, desde aqu, las tesisculturalistas. La primera consistir en identificar cules son los aspectos importantes deuna cultura determinada que afectan a la forma de gobierno. La segunda, determinar lasrelaciones de causalidad entre la economa, las instituciones polticas y la cultura.

    En los escritos de los moralistas escoceses, la hiptesis general de Montesquieuadquiere una perspectiva desarrollista. Dichos moralistas "han transformado los estadosde la sociedad de Montesquieu en una sucesin compleja de etapas del desarrollohistrico de la sociedad civil, con objeto de explicar por qu es preciso inventar una

    palabra nueva, la palabra civilizacin""(Collini, Winch y Burrow, 1983, pg. 18). Danun nuevo giro al pensamiento de Montesquieu, concibiendo la cultura como una

    progresin de lo primitivo a lo civilizado y afirmando que ciertas formas de vidapoltica no se pueden mantener ms que en el contexto de una cultura civilizada. Segnellos, las instituciones polticas no se pueden simplemente inventar ab ovo eintroducirlas deliberadamente, sino que deben corresponder a sentimientos de

    solidaridad, a hbitos de sociabilidad y de respeto y a un sentido aprendido de lautilidad pblica.

    Esta cuestin hasta qu punto las formas de gobierno son materia de eleccin- diottulo al primer captulo del libro de John Stuart Mill El gobierno representativo (1991[1861]). Mill crea que ciertos patrones culturales son incompatibles con la democracia:"Un pueblo inculto, aunque hasta cierto punto sensible a los beneficios de una sociedadcivilizada, puede ser incapaz de las exigencias que plantea; sus pasiones pueden serdemasiado violentas o su orgullo personal demasiado tirnico para renunciar a lasluchas privadas y para encomendar a las leyes la venganza de sus agravios, reales osupuestos" (pg. 10). La forma de gobierno representativa puede repugnar a estasgentes; o pueden desearla, pero mostrarse poco dispuestos o incapaces de cumplir lascondiciones que exige; o pueden no estar preparados, tcnicamente hablando, paraejercerla. Mill afirma, sin embargo (pg. 14), que estas condiciones son flexibles: "[...]estas pretendidas cualidades indispensables de las instituciones polticas no son ms quesimples facilidades para realizar las tres condiciones [...] Es exagerado transformar encondiciones necesarias cosas que slo son meros recursos o facilidades. Un pueblo sesiente ms inclinado a hacer, y hace ms fcilmente, aquello a lo que estacostumbrado; pero tambin un pueblo aprende a hacer cosas nuevas". Aunque lasgentes no estn preparadas para la democracia se las puede ensear a comportarse comodemcratas.

    La direccin y el encadenamiento de las causas y los efectos es un problema complejo.En la medida en que se distinguen la tecnologa, la riqueza, la cultura como conjunto decreencias y costumbres, y la cultura como conjunto de creencias y costumbres, y lacultura como apreciacin de ideas y smbolos, la mayora de las tesis desarrollistas,desde Adam Smith (Winch, 1978, cap. 3) a la teora contempornea de lamodernizacin, pasando por la mayor parte de las teoras de etapas (Comte, Maine, laescuela de la "poltica comparada" de Cambridge, Tnnies y Durkheim, por citar sloalgunas) son ambivalentes, al referirse a la cadena de causalidad que ha hechoevolucionar las civilizaciones de una etapa a la siguiente. Es el progreso material elque ha hecho avanzar la cultura y las instituciones polticas, o son las transformaciones

    culturales las que han favorecido el progreso material y engendrado las formas degobierno?

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    Almond y Verba han intentado, con su libro (1965 [1963]), resolver estos problemas yha iniciado, al mismo tiempo, una nueva metodologa. Se basan en esta observacin:mientras que la difusin de los aspectos tecnolgicos de la cultura occidental en lasnuevas naciones se efecta sin problemas, la cultura poltica occidental no se transmite,al parecer, tan fcilmente. Existe, adems, una relacin causal entre cultura y

    democracia: "Para que el modelo democrtico de Estado participativo tome forma enestas naciones nuevas, no bastan slo las instituciones formales de la democracia [...]Una forma democrtica de sistema poltico participativo exige tambin una cultura

    poltica que sea compatible con ella" (pg. 3). Aun admitiendo que, en la lnea de lateora de la modernizacin, el desarrollo econmico es una condicin necesaria para lademocracia. Almond y Verba afirman que ello no es suficiente, como lo atestigua elhecho de que las correlaciones constatadas por Lipset (1959) estn lejos de ser

    perfectas. Critican, pues, a Lipset por haber ignorado las bases psicolgicas de lademocratizacin (pg. 9).

    Par Almond y Verba es la cultura la que proporciona la "base psicolgica" de la

    democracia. Adems, al contrario que Laswell (1946) y otros estudios de carcterpsicoanaltico, su psicologa es una psicologa mentalista. La cultura es "la orientacinpsicolgica hacia objetivos sociales" (pg. 13). "Por cultura poltica- explican Almondy Verba- entendemos el sistema poltico en tanto en cuanto se interioriza en lacognicin, los sentimiento y las evaluaciones de la poblacin implicada". Y, paraterminar: "La cultura poltica de una nacin es la distribucin determinada de los

    patrones de orientacin hacia los temas polticos, entre los miembros de la nacin".

    Si nos atenemos a esta conceptualizacin, se podra estudiar la cultura planteandopreguntas a los individuos, y la cultura de una nacin no sera sino una distribucin delas respuestas. La innovacin metodolgica consiste en caracterizar lo que se solaestudiar como "carcter nacional" examinando la historia nacional, o como"personalidad modal" estudiando los sistemas de educacin de los nios. Estos estudiosconsistiran en preguntar a la gente lo que saben, lo que les gusta y lo que aprecian. As,aunque el estudio de Almond y Verba ha sido muy criticado en el plano conceptual ymetodolgico (Barry, 1978; Wiatr, 1979), de hecho ha dado lugar a una nueva industria.

    Preguntar a la gente sobre su conocimiento de las instituciones polticas, suspreferencias por tal o cual sistema de gobierno y el juicio que le merecen los mtodos,los agentes y los resultados polticos, es hoy una actividad comn en el mundo entero.Las respuestas a estas preguntas se valoran como signos de estabilidad democrtica y se

    interpretan, a menudo, con inquietud. Brasil, por ejemplo, pareca acercarsepeligrosamente al lmite, en 1991: slo el 39% de las personas interrogadasrespondieron que la democracia es siempre el mejor sistema de gobierno, mientras queen Chile, por ejemplo, era de esa opinin el 76% de los encuestados en 1990. Lacuestin est en si esas respuestas predicen la supervivencia o el derrumbamiento de lademocracia.

    La cultura que Almond y Verba definen como democrtica, la "cultura civil", ofrece unsospechoso parecido con lo que se esperara encontrar en Estados Unidos. No essorprendente, pues, que este pas, seguido por el Reino Unido, sea el que mejorresponda al ideal de cultura democrtica. Y, puesto que la democracia en estos dos

    pases es ms antigua y ms estable que en Alemania, Italia o Mxico, la hiptesis

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    central del estudio ha resistido la prueba de los hechos: una democracia estable requiereuna forma determinada de cultura poltica.

    Inglehart (1990) y Granato, Inglehart y Leblang (1996) han intentado demostrar loacertado de este punto de vista. La "cultura civil" de Inglehart abarca tres indicadores:

    (1) la confianza interpersonal; (2) el sentimiento de satisfaccin; (3) el apoyo al cambiorevolucionario (que se supone perjudicial para la democracia). Inglehart y suscolaboradores han comprobado que estas variables, consideradas conjuntamente, estnestadsticamente relacionadas con el nmero de aos consecutivos de democracia entre1900 y 1980 y entre 1920 y 1995, en una muestra de 24 pases. No obstante, subsiste laduda (Jackman y Miller, 1996) de si es ste un ndice vlido de estabilidad democrtica.Se podran sacar consecuencias parecidas de una muestra fuertemente sesgada a favorde las democracias duraderas? Cul es la direccin causal?-

    Muller y Seligson (1994) han realizado un nuevo anlisis de los datos de Inglehart,aadiendo a su lista algunos pases de Amrica Latina, con objeto de determinar la

    direccin causal. Concluyen que es la estabilidad democrtica la que engendra a lacultura democrtica, y no a la inversa. Observan adems, al igual que Jackman y Miller,que los indicadores de la "cultura civil" de Inglehart no funcionan juntos: la confianzano depende de la preferencia por cambio gradual, y el estar satisfecho de la vida tiene

    poco que ver con la "cultura democrtica". La confianza interpersonal sera unaconsecuencia de la estabilidad democrtica y no influira sobre la democracia, mientrasque la preferencia por un cambio gradual interno no guarda relacin con unaexperiencia democrtica duradera, si bien ejerce un efecto positivo sobre la democracia.Estas constataciones parecen tambin influidas por al composicin de la muestra de

    pases.

    De hecho, uno de los puntos dbiles del mtodo de encuesta es que se adapta mejor a lacuestin de la estabilidad democrtica que a la de saber si la democracia tiene msoportunidades de desarrollarse en sociedades que tienen unas determinadascaractersticas culturales. No es frecuente que los regmenes dictatoriales permitan quese planteen encuestas sobre la democracia; slo dejar de oponerse, de ordinario, en suagona. Por ello, los testimonios de que se dispone sobre las actitudes polticas bajoregmenes dictoriales son ms que insuficientes. Es difcil, pues, saber con precisin sison los demcratas los que engendran la democracia o si es la democracia la queengendra a los demcratas. Segn Maravall (1995), la adhesin a las ideas democrticasse reforz en Espaa entre 1966 y 1976, y en Chile durante los ltimos aos del rgimen

    de Pinochet, mientras que el apoyo al rgimen militar disminuy en Brasil, entre 1972 y1990. Concluye, pues, que "en todos estos pases, la democracia vino precedida por unaumento del nmero de demcratas" (pg. 17) Por su parte, Schimitter y Karl (1991)sostienen que es la democracia la que engendra a los demcratas, y no a la inversa.

    Papel de la cultura en el proceso democrtico

    Como muestra esta breve resea histrica, la idea de que la democracia necesita unsustrato cultural determinado ha conocido muchas vicisitudes. Al parecer, en la culturahay un elemento necesario para la instauracin y la supervivencia de la democracia,

    pero cul? Segn Montesquieu, se tratara de una fuerza motriz irracional ("ce sont les

    passions humaines qui le font mouvoir", E.L. III, 1) el temor, el honor, la virtud-reflejo de las religiones, las costumbres y las maneras. Segn los defensores de la teora

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    de etapas, se tratara ms bien de sentimientos, de hbitos, del sentido racional de lautilidad pblica. John Stuart Mill es ms sistemtico, y distingue entre la preferencia porla democracia, las caractersticas naturales necesarias para su mantenimiento y elespritu comunitario. Almond y Verba ponen el acento en las creencias, los afectos y lasevaluaciones del proceso y los resultados polticos. Inglehart quiere saber si las gentes

    se sienten satisfechas de la vida que llevan, si confan unos en otros y si aprecian loscambios revolucionarios. Otros investigadores han tratado de averiguar si los individuosaman la democracia por si misma, sin importarles las circunstancias que la rodean y losresultados que produce.

    Esta ambigedad y las confusiones que de ella derivan, son evidentes en los intentosrealizados por Weingast (1997) para conciliar las explicaciones, aparentementeantagnicas, de la estabilidad democrtica. Weingast trata de demostrar que, para que lademocracia sea estable, los ciudadanos deben adoptar el mismo punto de vista sobre loslmites de legitimidad de los actos realizados por el Estado, y estar dispuestos acombatir al Estado que traspase dichos lmites. Lo primero exige una coordinacin de

    acciones. El primer problema queda resuelto cuando los ciudadanos concentran suatencin en los lmites prescritos por la Constitucin del pas o precisados por pactos

    polticos explcitos. El segundo, cuando, por miedo a los abusos que el Estado puedacometer en el futuro, los ciudadanos constituyen un frente unido contra los actosilegtimos del poder pblico aun cuando momentneamente les sean favorables. Enltimo trmino, la democracia es estable cuando los individuos estn dispuestos arebelarse, todos juntos, cada vez que el Estado traspase ciertos lmites, biendeterminados.

    Qu papel juego entonces la cultura en el mantenimiento de este equilibriodemocrtico? Weingast (pg. 253) no comparte la tesis de la causalidad, segn la cualseran los valores los que aseguraran la estabilidad de la democracia, pero tampoco latesis contraria. Una cultura determinada y la estabilidad democrtica son solamente dosaspectos diferentes de una situacin en la que una sociedad ha resuelto sus dilemas decoordinacin. Qu aspectos de la cultura contribuyen a mantener esa situacin?Podemos distinguir dos, en un primer nivel: un consenso en cuanto a los lmites de laaccin legtima del Estado y el sentimiento compartido de que es "deber" de losciudadanos defenderlo. Weingast habla tambin de "consenso sobre los valores y laestabilidad de la democracia" (pg. 246), de "estimacin" de los lmites de la accin

    pblica (pg. 251), de "confianza" (pg. 257) y de "tolerancia mutua" (pg. 257). Perohay aqu una operacin puramente lingstica, que no hace sino embrollar las cosas.

    As pues, para que las tesis culturalistas puedan ofrecer una explicacin convincente delos orgenes y la supervivencia de la democracia, deben precisar el papel que desempeala cultura. Veamos, entonces, cules son los aspectos de la cultura que pueden entrar en

    juego.

    Pas Porcentaje Escala de

    De personas que piensan tolerancia

    Que se debe ensear la tolerancia

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    Suecia 91 39

    Holanda 86 38

    Bielorrusia 80 9

    Chile 79 17

    Argentina 78 29

    Alemania (antigua RFA) 77 25

    Nigeria 76 4

    Eslovenia 75 6

    Espaa 73 18

    Rusia 70 5

    Turqua 69 10

    Italia 69 22

    Portugal 69 15

    Austria 66 20China 63 11

    Japn 60 26

    Lutania 57 1

    India 56 8

    Corea del Sur 55 21

    Bulgaria 52 2

    Grfico 7

    Ensear Y Practicar La Tolerancia (1990-1993)

    Fuente: A. Van der Staay (captulo 16, tablas 21 y 23 de este informe)

    Primero: las gentes aprecian la democracia por si misma, cualesquiera que sean susfrutos. Quieren conseguir su instauracin y la defienden contra las amenazas que pesan

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    sobre ella porque la democracia segunda en la igualdad poltica (Tocqueville), porque esla expresin de la libertad (Dunn, 1992) o por cualquier otra razn no determinante. Enuna palabra, cree o, al menos, actan como si lo creyeran- que la democracia es elmejor sistema de gobierno (o el menos malo).

    Segundo: las gentes creen su deber plegarse a las circunstancias derivadas de reglas conlas que han mostrado su "acuerdo". Ponemos "acuerdo" entre comillas porque esteacuerdo puede ser implcito: habran optado por esas reglas si se les hubiese consultado.La democracia es, pues, legtima en el sentido de que los ciudadanos estn dispuestos aaceptar decisiones cuyo contenido es todava indeterminado, siempre que dichasdecisiones deriven de la aplicacin de reglas. Incluso a regaadientes, respetan losresultados del juego democrtico porque derivan de la aplicacin de reglas aceptadas.Para Neubauer (1967, pg. 225), "la socializacin por aceptacin de reglas de juego" esuna condicinsine qua non de la democracia. Existe una segunda variante de la teoradel deber poltico, que pone el acento en la participacin, ms que en las reglas. Segnesta versin, las gentes consideran un deber respetar los resultados en cuya obtencin

    han podido participar. En pie de igualdad con todos los dems, han tenido la ocasin demanifestar pblicamente sus razones (Cohen, 1997) o, al menos, de votar. Y, porquehan tenido esa posibilidad, se sienten moralmente obligados a reconocer los resultados.La "cultura de la participacin" es, pues, la clave de la estabilidad democrtica.

    Tercero: los individuos tienen valores y, quizs, caractersticas temperamentales (una"personalidad democrtica", como se deca en los aos 50). Lipset (1959, pg. 153)sostiene que "si un sistema poltico no se caracteriza por un sistema de valores que

    permita el "juego" pacfico del poder [...] no podra haber una democracia estable".Estas caractersticas pueden incluir la "virtud republicana", la confianza, la empata, latolerancia, la moderacin y la paciencia. Los individuos pueden amar a la colectividadms que a s mismos; pueden confiar en que el gobierno no los explotar, inclusoaunque est en manos de sus adversarios; pueden estar dispuestos a respetar opiniones eintereses distintos de los suyos y a reconocer su validez; y pueden aceptar que otrostengan tambin derechos y esperar su turno.

    Por ltimo, lo que puede favorecer la instauracin de la democracia no es tanto lo quelas gentes tengan en comn, sino su capacidad para alcanzar el "consenso". J. S. Mill(1991, pg. 230) fue quizs el primero en proponer que "las instituciones libres son casiimposibles en un pas compuesto por nacionalidades diferentes, en un pueblo donde noexistan relaciones de simpata, sobre todo si este pueblo lee y habla idiomas diferentes.

    La opinin pblica comn necesaria para la obra de un gobierno representativo, nopuede existir". Si los individuos no tienen ciertas caractersticas fundamentalescomunes, no comparten la misma lengua o la misma religin, o no pertenecen a lamisma etnia, lo que tengan en comn no ser suficiente para mantener la democracia.Tampoco es suficiente la homogeneidad de las caractersticas fundamentales: el buenfuncionamiento de la democracia exige un "acuerdo" sobre cierto nmero de valores

    bsicos, sobre las reglas del juego, etc. (Dahl, 1956; Lipset, 1959; Eckstein, 1961). ParaWeingast (1997, pg. 254), la democracia es inestable en Amrica Latina porque "losestados de Amrica Latina no se caracterizan por un conjunto comn de valoresciudadanos sobre el papel legtimo del gobierno".

    Los defensores del consenso llaman la atencin sobre las tradiciones nacionales quegobiernan la toma de decisiones. Citan el ejemplo del consejo comunal (thing) de las

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    ciudades escandinavas medievales, que demuestra que los escandinavos estabanpreparados para establecer parlamentos democrticos (Esposito y Voll, 1996, pg. 22).Pero este argumento es de doble sentido, porque se puede aducir el mismo ejemplo detoma de decisiones consensuada en Indonesia o en frica, para demostrar la tesis de quela cultura es hostil a la democracia y creara ms conflicto que consenso.

    Obviamente, estas bases culturales de la democracia no se excluyen necesariamenteunas a otras. Aunque algunas sean ms adecuadas para implantar la democracia y otras

    para mantenerla, cualquiera de ellas, o todas juntas, pueden ser indispensables para quequienes viven bajo un rgimen dictatorial luchen por la democracia y, una vezinstaurada, la defiendan activamente. Ahora bien: para que las tesis culturalistas tenganvalor explicativo, deben distinguir y especificar. De otro modo, nunca se podr concluirque la cultura no cuenta.

    El segundo punto se refiere a la causalidad. Porque, aunque se descubriese que todas lasdemocracias estables tienen en comn una forma determinada de "cultura democrtica",

    ello no sera suficiente para determinar si la cultura democrtica precede a lasinstituciones democrticas o a la inversa. Aun a riesgo de ser pedantes, es precisoestablecer una distincin entre las cadenas causales que pueden relacionar el desarrolloeconmico, las transformaciones culturales y las instituciones polticas.

    Primero: la cultura genera a la vez desarrollo y democracia, cualquiera que sea larelacin causal entre estos dos ltimos elementos. Es el punto de vista que llamamos"fuertemente culturalista". El protestantismo se puede considerar como una cultura quefavorece a la vez el desarrollo y la democracia (vase despus); al menos sta era laopinin de Lipset en 1994. En cuanto al catolicismo, Wiarda (1981).

    Democratizacin y derechos de la mujer en la Constitucin surafricana:

    el problema del derecho consuetudinario africano.

    Una cuestin fundamental es saber qu lugar deben ocupar las nociones de cultura ydiversidad cultural en las estructuras constitucionales que tratan de promover los valoresde la democracia y los derechos fundamentales, en especial la igualdad, la nodiscriminacin y la dignidad humana. Si se comparan la cultura y el derechoconsuetudinario africano, en particular el derecho de familia, de una parte, y, de otra, las

    disposiciones de la Constitucin surafricana relativas al derecho consuetudinarioafricano y a los derechos fundamentales, aparecen contradicciones inevitables, sobretodo en torno a los derechos de la mujer y a la igualdad entre los sexos.

    Hoy parece claro que el principal punto de friccin entre las prcticas y derechosconsuetudinarios, por un lado, y los derechos del individuo, por el otro, es la cuestindel patriarcado. Es fcil reunir una lista de prcticas culturales, relativas al matrimonio yapoyadas en el derecho consuetudinario, que pueden ser fuente de tensiones. Dicha listaincluira: rituales de seduccin (como el "simulacro de rapto" de la mujer, en ciertos

    pueblos, que puede enmascarar una coaccin real); la edad y el consentimiento (que noslo plantea la cuestin del "noviazgo de nios", sino tambin las costumbres y rituales

    de sumisin que cuestionan la sinceridad del consentimiento, incluso tratndose demujeres adultas); las consecuencias del matrimonio (en especial la desigualdad

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    institucional entre los sexos); los motivos y el procedimiento de divorcio (caracterizadospor desigualdades legales entre los cnyuges, como ocurre cuando la mujer no puedeincoar un procedimiento de divorcio y ha de persuadir a su tutor para que intervenga); elestatuto de viudedad (adems de ciertas costumbres, como el levirato, hay rituales deduelo, que deben aceptar las viudas, y que son una afrenta contra la dignidad humana).

    Como ya hemos mencionado, para la mayora de las personas que viven bajo estossistemas, estas prcticas no son ms que un "modo de vida" y forman parte de la rutinadiaria. Para el jurista, sin embargo, pueden ser "anticonstitucional".

    La cuestin consiste en saber si estas prcticas estn condenadas necesariamente adesaparecer, por la sencilla razn de que pueden ser incompatibles con ciertos artculosde la Constitucin. Mi respuesta sera: "no necesariamente"; una respuesta pococoncluyente, que exige una explicacin y una estrategia legal.

    Decir que la inconstitucionalidad de una prctica cultural no significa "necesariamente"que dicha prctica no sea mantenida, equivale a decir muchas otras cosas. Primero_

    establecer la incompatibilidad con la Constitucin es, en s, una tarea compleja, que nopuede tomarse a la ligera. Segundo: sugiere que hay otros factores, legales o no, quepueden influir sobre la decisin. Tercero: indica, con carcter general, que la clusula delimitacin (s. 36) juega, probablemente, un papel importante en la decisin.

    La estrategia propuesta es una estrategia en dos frentes para adaptar la cultura a una"sociedad abierta y democrtica, basada en la dignidad humana, la igualdad y lalibertad". El primer "frente" se refiere a las propias culturas y a su necesaria adaptacina las nuevas exigencias; el segundo plantea los mtodos judiciales y legislativos que

    permitan alcanzar los objetivos de una Constitucin que trata de consolidar los derechosculturales en el contexto de unos derechos individuales muy arraigados.

    Por poner un ejemplo, el concepto amplio de familia est demasiado arraigado en latradicin africana para que pueda cuestionarse seriamente. Es sencillamente imposiblesuprimir su influencia y la de la comunidad sobre el matrimonio. Sin embargo, es

    preciso encontrar nuevos mtodos que permitan contrarrestar sus aspectosdiscriminatorios. Debe resolverse la contradiccin entre los intereses de los padres y

    parientes, por un lado, y los de las madres y sus hijos, de otro. Los valores implcitos enla institucin de la familia amplia merecen conservase; sin embargo, hay que encontrarfrmulas que permitan expresar estos valores en forma no discriminatoria. Por ejemplo,en cuanto a la tutela y otros derechos sobre los hijos, la evolucin de las circunstancias

    socio-econmicas ha debilitado considerablemente la preferencia sistemtica otorgada alos padres (e incluso a los abuelos), en detrimento de las madres. La despersonalizacinevidente de las madres no es lgicamente indispensable para alcanzar los objetivossociales de la familia amplia.

    Tanto los tribunales como los legisladores deben dar pruebas de creatividad paraconciliar los intereses de las dos partes: los de la mayora, que exige que su cultura setenia en cuenta (tanto ms cuanto que ha estado pisoteada durante dcadas por las

    potencias coloniales que practicaban el apartheid), y los de las mujeres africanas: esnecesario impedir que se perpeten los "focos de opresin" donde estas mujeres, bajo elyugo de la cultura, sufren ms perjuicios que las de otras razas. El compromiso a favor

    de los derechos de la persona humana debe ser tan sincero como la voluntad de defender

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    la diversidad cultural. Para ello, las dos visiones del mundo, la occidental y la africana,deben considerarse, en principio, conceptualmente iguales.

    Es esperanzador ver que los tribunales estn dispuestos a afrontar los problemas queplantean las costumbres que, sin duda, no encajan en el sistema occidental de valores,

    pero que, sin embargo, deben considerarse conformes con la constitucin. Enconsecuencia, aunque sea ms corriente recurrir a la nocin constitucional de dignidadhumana para defender los derechos del individuo, no es impensable imaginar que estamisma nocin pueda ser un criterio esencial para que un tribunal evale una costumbrecomo el lobolo, por ejemplo. (El lobolo es la transferencia y todo lo relacionado conella- de ganado u otros bienes de la familia del esposo a la de la esposa, como parte del

    proceso matrimonial.)

    La opcin legislativa puede ir an ms lejos. Una reforma legal hbil puede permitir laadaptacin del derecho consuetudinario a la esfera constitucional, sin alienarse a susadeptos y sin provocar un enfrentamiento entre los llamados valores occidentales y los

    valores africanos. La Comisin Legislativa de Surfrica ha tomado una iniciativaimportante a este respecto, proponiendo el reconocimiento legal (esperado hace tiempo)de los matrimonios consuetudinarios, al tiempo que recomienda que se respeten lasnumerosas disposiciones de la Convencin sobre la Eliminacin de Todas las Formas deDiscriminacin de la Mujer. La propuesta precisa la edad mnima a la que puedencelebrarse los matrimonios consuetudinarios; hace del consentimiento de las partes unimperativo necesario; deroga las leyes que consagraban la desigualdad de los esposos;introduce el derecho de plena propiedad de la esposa; e iguala la situacin de losesposos en cuanto a la capacidad para celebrar contratos, la comparecencia ante lostribunales, los motivos de divorcio y la custodia y tutela de los hijos. Al mismo tiempo,rechaza resueltamente "occidentalizar" el matrimonio consuetudinario hasta hacerloirreconocible. Una reforma legal, hbil y razonable, de este tipo, puede conseguir quesean operativas las disposiciones, algo contradictorias, de la Constitucin.

    En una Constitucin moderna, es posible tener en cuenta la cultura y las modalidadesculturales, sin sacrificar los derechos fundamentales, incluso en campos tan sensiblescomo los derechos de la mujer. La palabra clave es el equilibrio; un equilibrio basado enun doble objetivo: defender la autntica diversidad cultural y defender los derechoshumanos. El equilibrio es ms fcil de encontrar cuando ningn sistema de valores tratade prevalecer sobre los otros. El mantenimiento de este principio permite concentrarms fcilmente la atencin en los aspectos positivos del sistema autctono; en otras

    palabras, sobre la creatividad de los sistemas familiares africanos y la solidaridad socialque engendran.

    Las constituciones deben ganarse el respeto de las poblaciones autctonas, y loconseguirn estimulando el sentimiento de pertenencia. As se podrn liberar lasenergas nacionales para abordar los problemas del desarrollo, utilizando mtodos a losque no se podra recurrir si una parte importante de la poblacin est alienada.

    Ronald Thandabantu Nilapo

    Profesor de Derecho en la Universidad de

    El Cabo (Surafrica).

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    Una explicacin no culturalista

    La tesis no culturalista est corroborada por los hechos. Segn dicha tesis, lademocracia perdura porque las fuerzas polticas encuentran ms ventajoso aceptar susveredictos que cualquier otra lnea de actuacin (es una simple cuestin de intereses).Aunque los perdedores en la contienda democrtica podran tener inters, a corto plazo,en revelarse en vez de aceptar los resultados, podran encontrar su oportunidad enelecciones futuras: podran tener suficientes opciones para ganar y, por tanto, lesinteresa seguir respetando el veredicto de las urnas. Lo mismo sucede con losvencedores. La democracia se estabiliza porque las fuerzas polticas tienen inters ensometerse a sus resultados (Przeworski, 1991, cap. 1).

    Tomemos un ejemplo tpico (Przeworski, 1996): un agente poltico (colectivo, por lapropia definicin del trmino "poltico") se plantea si participar en el juego democrticocon la posibilidad de ganar las elecciones y obtener una "parte del pastel", en caso devictoria- o luchar para instaurar una dictadura, a expensas de los recursos productivos, ycon posibilidad de triunfar. La disyuntiva es, entonces, la siguiente: o bien obtener una

    parte de la renta, si permanece en la democracia, o bien correr el riesgo de combatir para

    instaurar una dictadura, con la esperanza de lograr toda la riqueza nacional, pero al costede la destruccin temporal de una parte de la misma. Es, pues, una eleccin entre "unaparte de lo ms" y "la totalidad de lo menos" (en ambos casos, una lotera).

    Planteemos ahora una o dos hiptesis econmicas tpicas. Supongamos que los agentespolticos valoran cada vez menos los aumentos del consumo, a medida que van siendoms ricos. Entonces, los beneficios que puede obtener el vencedor de la lucha por ladictadura son ms pequeos en una sociedad rica. Adems, si la produccin tienerendimientos decrecientes, no proporcionales a los recursos productivos, la"recuperacin del retraso", resultante de la destruccin de una parte de esos recursosdurante la guerra por la conquista del poder, es ms rpida si la riqueza del pas es

    limitada. As, en los pases pobres resulta ms ventajoso convertirse en dictador y elcoste total de la destruccin del patrimonio nacional es menos elevado. En los pasesricos, el beneficio que se puede obtener acaparando la totalidad, y no slo una parte dela riqueza nacional, es inferior y el proceso de recuperacin, despus de la destruccin,es ms lento. En conclusin, la lucha por el poder dictatorial, la "rebelin", presenta msinters en los pases pobres. Del mismo modo, la rebelin es tambin ms interesante

    para las fuerzas polticas que detentan una parte pequea de la renta nacional en unrgimen democrtico.

    Este sencillo ejemplo nos lleva a varias predicciones empricas; (a) la probabilidad deque la democracia se mantenga debe crecer con la mejora del nivel de vida, actual y

    futura; (b) la probabilidad de que la democracia se mantenga ser ms elevada sininguna fuerza poltica domina completamente el sistema; (c) en los pases muy pobres,

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    la democracia puede ser suprimida por quienes ejercen funciones de gobierno y porquienes han perdido el poder; en los pases medianamente ricos, la democracia podraser suprimida poroutsiders (los "perdedores"), ms que por las autoridades oficiales; yen los pases ricos, la democracia ser apoyada tanto por los vencedores como por losvencidos.

    Examinemos ahora algunos patrones empricos, que se aplican a la casi totalidad de lasdemocracias que han existido, en uno u otro momento, entre 1950 y 1990.

    El hecho ms significativo es que ningn rgimen democrtico ha cado jams, en elperodo considerado, en un pas cuya renta per cpita fuera superior a la de Argentina en1976.

    La probabilidad de supervivencia de la democracia aumenta de forma lineal con elcrecimiento de la renta per cpita. En los pases con renta inferior a 1,000 dlares, la

    probabilidad de que la democracia desaparezca en un ao determinado es de 0,1216, lo

    que implica que la esperanza de vida de los regmenes democrticos en estos pases esligeramente superior a ocho aos. Entre 1.001 y 2.000 dlares, la probabilidad es de0,0556, con una esperanza de vida democrtica de unos dieciocho aos. Con ms de6,000 dlares de renta per cpita, la democracia debe ser estable.

    Por otra parte, las democracias, en especial las de renta limitada, son extremadamentevulnerables frente a las crisis econmicas. La esperanza de vida de una democracia quesufre un ao de declive econmico es slo de 5,4 aos. Sin embargo, las democraciasmuy pobres con menos de 1,000 dlares por habitante- tienen aproximadamente lasmismas probabilidades de sobrevivir, si sus recursos aumentan, que las democraciasms ricas con rentas entre 1.000 y 3.000 dlares- si sus recursos disminuyen.

    Hay otros factores que influyen sobre la supervivencia de la democracia, aunque nosean tan decisivos como la renta por habitante. Dos de ellos son especialmenteimportantes. En primer lugar, las democracias sern ms duraderas cuando ningn

    partido ostente una parte demasiado importante (ms de dos tercios) de los escaoslegislativos. En segundo trmino, las democracias ms estables son aquellas en las quelos jefes de gobierno cambian peridicamente, con ms frecuencia que cada cinco aosy con menos que cada dos aos. Estas dos observaciones (ambas justificadasestadsticamente en anlisis multivariantes) se resumen diciendo que las democraciastienen ms oportunidades de sobrevivir cuando ninguna fuerza poltica domina

    totalmente y de forma permanente. Cuando un partido ejerce un dominio incontroladosobre el cuerpo legislativo, o cuando los jefes del ejecutivo permanecen mucho tiempoen el poder, las democracias son menos estables.

    En todo caso, los ejemplos de cada de la democracia siguen el esquema previsto: lasdemocracias de los pases pobres (con renta per cpita inferior a 1.000 dlares) sonsuprimidas tanto por quienes estn en el poder como por quienes no lo detentan;aquellas en que la renta per cpita esta entre 1.000 y 6.000 dlares corren el riesgo deser suprimidas poroutsiders; las democracias de los pases no corren riesgo alguno.

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    Tabla 2

    Tasas de transiciones observadas (segn rentas per capita retardadas y tasas retardadasde crecimiento econmico)

    Todos los pases Dictaduras Democracia

    Nivel PJK TJK N PAD TAD N PDA TDA N

    -1000

    G0

    0,0147

    0,0193

    0,0109

    15

    9

    6

    1 019

    467

    552

    0,0063

    0,0091

    0,0040

    6

    4

    2

    945

    440

    505

    0,1215

    0,1852

    0,0851

    9

    5

    4

    74

    27

    47

    1 001-2000

    G0

    0,0321

    0,0447

    0,0263

    32

    14

    18

    997

    313

    684

    0,0242

    0,0313

    0,0211

    18

    7

    11

    745

    224

    521

    0,0556

    0,0787

    0,0429

    14

    7

    7

    252

    89

    163

    2 001-3000

    G0

    0,0325

    0,0522

    0,0251

    16

    7

    9

    493

    134

    359

    0,261

    0,0341

    0,0229

    8

    3

    5

    306

    88

    218

    0,0428

    0,0870

    0,0284

    8

    4

    4

    187

    46

    1413 001-4 000

    G0

    0,0201

    0,0303

    0,0160

    7

    3

    4

    349

    99

    250

    0,0146

    0,0172

    0,0136

    3

    1

    2

    205

    58

    147

    0,0278

    0,0488

    0,0194

    4

    2

    2

    144

    41

    103

    4 001-5 00

    G0

    0,0339

    0,0500

    0,0284

    8

    3

    5

    236

    60

    176

    0,0469

    0,0588

    0,0426

    6

    2

    4

    128

    34

    94

    0,0185

    0,0385

    0,0122

    2

    1

    1

    108

    26

    82

    5 001-6 000G0

    0,03080,0541

    0,0253

    62

    4

    19537

    158

    0,05950,0952

    0,0476

    52

    3

    8421

    63

    0,00900,000

    0,0105

    10

    1

    111116

    95

    6 001-7 000

    G0

    0,0190

    0,0857

    0,0000

    3

    3

    0

    158

    35

    123

    0,0606

    0,3333

    0,0000

    2

    2

    0

    33

    6

    27

    0,0080

    0,0345

    0,0000

    1

    1

    0

    125

    29

    96

    7 001-

    G

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    G>0 0,0018 1 559 0,0313 1 32 0,0000 0 527

    TOTAL

    G0

    0,0213

    0,0324

    0,0164

    88

    41

    47

    4 126

    1 265

    2 861

    0,0198

    0,0240

    0,0174

    49

    21

    28

    2 481

    874

    1 607

    0,0237

    0,0512

    0,0152

    39

    20

    19

    1 645

    391

    1 254

    Nota: El nivel representa la renta por habitante en dlares de Estados Unidos (paridad de poder de compra[PPC] de 1985) PJK es la probabilidad de las transiciones. TJK es su nmero total. N es el nmero deobservaciones anuales. PAD es la probabilidad de las transiciones del autoritarismo a la democracia yTAD su nmero. PDA es la probabilidad de las transiciones de la democracia al autoritarismo y TDA sunmero

    Tabla 3

    Caos En Que Ha Cado La Democracia, Respecto A Renta Por Habitante Y A Responsables De La Cada

    Nmero de transicionesRenta

    Total Por los dirigentes Por los no dirigentes

    -1 000

    1 000-3 000

    3 001-6 055

    17

    29

    9

    10

    12

    1

    7

    17

    8

    6 066- 0 0 0

    TOTAL 55 23 32

    Ciertamente que hay otras interpretaciones posibles; por ejemplo, que la renta no es msque un indicador del nivel de instruccin y que las personas instruidas son ms

    proclives a abrazar los ideales democrticos. Pero, aunque el nmero de aos de estudiode un obrero medio (el capital educativo de cada uno) influye sobre la probabilidad de

    supervivencia de la democracia, independientemente de la renta, el efecto de stapersiste y es el doble de significativo, estadsticamente.

    Finalmente, no hay prueba alguna de que la democracia cree hbito. El que unademocracia haya existido durante mucho tiempo no aumenta sus probabilidades desobrevivir. Una democracia se considera "consolidada" cuando la probabilidadcondicional de que desaparezca en un ao determinado, supuesto que ha sobrevividohasta entonces (la "tasa de riesgo"), disminuye cuanto ms tiempo ha durado; es decir,cuanto ms antiguas son las democracias, ms probabilidades tienen de sobrevivir. Estoes cierto en ausencia de otras variables exgenas, pero una vez que interviene la renta

    per cpita, la tasa de riesgo, no corregida ara tener en cuenta la renta, disminuye porque

    el pas se desarrolla, no porque se cree hbito con el tiempo. As, aun cuando el hbito

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    de la democracia engendra una cultura democrtica, es la riqueza, y no la cultura, la quemantiene viva la democracia.

    Basta una ojeada a la tabla 2 para ver que los factores econmicos no tienen todos elmismo efecto sobre la supervivencia de las dictaduras y, por tanto, sobre la

    supervivencia de las dictaduras y, por tanto, sobre las transiciones ala democracia. Laprobabilidad de instauracin de un rgimen democrtico aumenta a medida que crece lariqueza de un pas, y vuelve a disminuir cuando el pas llega a ser suficientemente rico.El efecto de las crisis econmicas sobre las dictaduras es ms dbil. Los anlisisestadsticos muestran, en efecto, que es casi imposible predecir las transiciones hacia lademocracia, incluso si se conocen todos los factores observables, econmicos oculturales. Lo nico que se puede decir es que las dictaduras corren muchos peligros y

    perecen por muchas razones.

    As pues, aunque los factores econmicos jueguen un papel ms importante en lasupervivencia de la democracia que en su instauracin, la renta por habitante y su

    crecimiento son suficientes para explicar la dinmica de los dos regmenes polticos.Para comprobar el valor proftico de estos factores, vamos a recurrir a la informtica.Tomemos cada uno de los 135 pases de los que poseemos datos, con su rgimen y surenta per cpita, el ao de la primera observacin (1950, o el ao de su acceso a laindependencia, o el primer ao del que se dispone de datos econmicos) y las tasasobservadas de crecimiento econmico en el perodo anterior a 1990 (o el ltimo ao

    para el que se dispone de datos econmicos) y cambiemos los regmenes de estos pasesen funcin de su nivel de renta actual y de sus tasas de crecimiento, es decir, de las

    probabilidades que figuran en la tabla 2. Como admitimos que las probabilidades sonlas mismas para cualquier pas que, con un nivel de renta dado, obtenga una tasa decrecimiento determinada, la hiptesis es que la cultura no influye sobre el nacimiento yla supervivencia de la democracia. A continuacin, creemos 1.000 "historias" para cadauno de estos pases y comparemos los patrones basados en estas hiptesis con losobservados realmente. Los patrones simulados reproducen casi exactamente las historiasreales: la correlacin entre los porcentajes previstos y los porcentajes observados deltiempo que cada pas pasa bajo cada rgimen es de 0,91.

    Se demuestra, pues, claramente, la importancia de los factores econmicos. No haynecesidad de recurrir a la cultura para reproducir los patrones efectivamente observadosde la dinmica de los regmenes polticos. Es cierto que todava se podra defender latesis culturalista, sosteniendo que algn tipo de cultura, la "cultura de mercado", es el

    primer vector del desarrollo y, en ltimo trmino, es la cultura la que explica todo lodems. Es posible, pero esta lnea de investigacin lleva a una regresin infinita, porqueentonces se podra preguntar qu es lo que da lugar a la cultura de mercado, y assucesivamente.

    Culturas, Cultura democrtica y democracia

    Ciertas culturas (por otra parte identificables) son favorables o perjudiciales para elnacimiento y la pervivencia de las instituciones democrticas? Supongamos que

    queremos demostrar que, independientemente de otros factores como la riqueza, todoslos pases con fuerte porcentaje de protestantes son demcratas, y ningn pas donde los

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    protestantes sean minora es demcrata. Tendramos entonces una pruebaprima facie deque, sea cual fuere la "cultura democrtica", el protestantismo proporciona componentesindispensables. Pero si no pudiramos demostrar esta hiptesis, ello podra deberse ados razones: o bien porque el nacimiento y la pervivencia de la democracia no exigen

    patrones culturales determinados, o bien porque, aunque existan condiciones culturales

    necesarias y obstculos culturales para la democracia, todas las culturas son compatiblescon estos patrones, o al menos pueden llegar a serlo.

    Vamos a discutir, en primer trmino, la compatibilidad de ciertas culturas con la culturademocrtica, y despus examinaremos algunos patrones empricos.

    Culturas y cultura democrtica

    Desde un punto de vista histrico, el debate sobre este tema ha girado en torno a lasculturas definidas por las religiones dominantes. La idea de una influencia causaldeterminante por parte de la religin fue sugerida por Max Weber (1959 [1904-1905]),quien pensaba que la "vocacin" asctica de acumular riquezas, con motivacinreligiosa, era la clave del xito econmico del capitalismo. Segn Weber (pg. 180),"uno de los elementos fundamentales del espritu del capitalismo moderno, y no slo deste, sino de toda la cultura moderna, a saber, la conducta racional basada en la idea del

    Beruf(vocacin), procede del espritu de ascetismo cristiano". "Como estilo de vidadeterminado, apoyado por una tica, el espritu del capitalismo" (pg. 58)

    proporciona la principal explicacin de la diferencia entre los protestantes (o al menoslos protestantes ascetas) y los miembros de otras confesiones en lo que respecta al

    comportamiento econmico (pg. 40).Weber no tena casi nada que decir sobre las consecuencias de este espritu delcapitalismo en la poltica en general, y en la democracia en particular; democracia sobrela cual mantena opiniones ambiguas y cambiantes. En un pasaje deLa tica protestante

    y el espritu del capitalismo (pg. 41), cita a Montesquieu, quien, enEl espritu de lasleyes, dice de los ingleses: "Es el pueblo del mundo que ms ha sabido progresar en trescosas: la religin, el comercio y la libertad". Y despus plantea una cuestin formal: "Susuperioridad comercial y la adopcin de instituciones polticas libres, no dependern de[esta preeminencia religiosa], de esta mayor piedad que Montesquieu les atribuye?". Sinembargo, Weber no explota esta idea y, al final del texto (pg. 182) dice simplemente:

    "Nuestro prximo objetivo consistir en mostrar el significado [...] del racionalismoasctico para el contenido de la tica poltico-social, as como par los tipos deorganizacin y las funciones de los grupos sociales, desde el conventculo hasta elestado". Pero no pas de ah.

    La idea de Weber de que el protestantismo es la fuente de la democracia moderna estmuy extendida entre los especialistas contemporneos de las ciencias polticas. En unartculo sobre las condiciones de la estabilidad democrtica, Lipset (1959, pg. 165)dice: "Se ha sostenido, sobre todo por Max Weber, que los factores favorables a lademocracia en esta zona (noroeste de Europa ms Norteamrica y Australia) son unaconcatenacin de elementos excepcionales en la historia, una parte del conjunto que

    engendr tambin el capitalismo en esta zona", ya que "la importancia especial queconcede el protestantismo a la responsabilidad individual ha favorecido la aparicin de

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    valores democrticos". En cuanto al catolicismo, en opinin de Lipset (1960, pgs. 72-72) se ha opuesto a la democracia en la Europa de entreguerras y en Amrica Latina.

    En un discurso pronunciado como presidente de la American Sociological Association,Lipset (1994, pg. 5) atribua el origen de estas opiniones no a Weber, sino a

    Tocqueville, sin hacer referencia a ningn texto concreto. Sin embargo, Tocqueville(1961, vol. 1, pg. 427), refirindose a los inmigrantes irlandeses, no slo observaba que"estos catlicos [...] forman la clase ms republicana y ms democrtica de EstadosUnidos", sino que conclua que "es injusto considerar a la religin catlica comoenemigo natural de la democracia", llamando especialmente la atencin sobre eligualitarismo propio del catolicismo.

    El catolicismo no es el peor enemigo de la democracia: el confucianismo y el islamostentan la primaca a este respecto (Eisenstadt, 1968, pgs. 25-27). Segn Huntington(1993, pg. 15): "No hay desacuerdo entre los especialistas en cuanto a que elconfucianismo tradicional es, o bien no democrtico, o bien antidemocrtico". Puntos de

    vista anlogos se han expresado con frecuencia sobre el Islam (Gellner, 1991, pg. 506;Lewis, 1993, pgs. 96-98).

    Por su parte, el presidente de Taiwan, Lee Teng Hui (1997), estima que elconfucianismo tradicional pone el acento sobre los lmites del poder gubernamental, queson esenciales para la democracia. Y, en su inventario sistemtico de textos sobreconfucianismo y democracia, Im (1997), al igual que otros antes que l, defiende unamayor matizacin: por una parte, el confucianismo ignora el concepto de sociedad civil,el de derechos del individuo (se insiste sobre todo en las funciones que deben cumplirlas personas), y el de autoridad de la ley pero, por otra, propugna un gobierno limitado,reconoce el derecho a rebelarse contra los dirigentes que se aparten de la "va" prescrita,es tolerante en el plano religioso y antimilitarista. Adems, al menos en corea, la

    pluralidad de opiniones, la existencia de una esfera pblica, han caracterizado a ladinasta Chosun, que dur seis siglos.

    El debate dentro y sobre el islam es an ms complejo. Segn Esposito y Voll (1996),los tres principios fundamentales del islam se prestan, y han estado sometidos, ainterpretaciones ms o menos antidemocrticas. El principio de la Unidad de Dios(tawhid), aunque postula la conformidad con las leyes divinas, permite su interpretacin

    por cualquier musulmn capaz y competente y no debe ser incompatible con un sistemade gobierno en el que el Ejecutivo "est formado por la voluntad general de los

    musulmanes que tienen, por otra parte, la facultad de deponerlo" (pg. 24); ni tampococon "una asamblea cuyos miembros sean verdaderos representantes del pueblo" ( pg.27). Asimismo, el principio del representante de Dios en la tierra (khilafah) no tiene porqu interpretarse en trminos monrquicos, sino que puede extenderse a todos loshombres y todas las mujeres. Por ltimo, las tradiciones de consulta, de consenso y de

    juicio interpretativo independiente pueden servir de argumentos a favor y en contra dela democracia. De hecho, Eickelman y Piscatori (1996) muestran que esasinterpretaciones doctrinales han servido en el pasado, y sirven todava hoy, para

    justificar sistemas polticos muy diferentes.

    Cabe preguntarse si las culturas o las civilizaciones (Mazrui [1997, pg. 118] prefiere

    considerar el islam como una civilizacin) ofrecen las condiciones necesarias oconstituyen obstculos invencibles para el advenimiento de la democracia. Primero: los

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    argumentos invocados en apoyo de la relacin entre civilizacin y democracia parecenmuy a posteriori: si muchos pases protestantes son democrticos, se buscan lascaractersticas del protestantismo que contribuyen a instaurar la democracia; si ningn

    pas musulmn es democrtico, algo debe de haber en el islam que sea antidemocrtico.Por su parte. Eisentadt (1968) estima que la civilizacin hind presenta todas las

    condiciones necesarias, al contrario del confucianismo y del islam.

    Segundo: en cada cultura, incluido el protestantismo, se pueden encontrar elementosque parecen compatibles con la democracia, y otros que parecen incompatibles. LaLegitimacin de la desigualdad econmica por los protestantes, por no hablar de la ticamisma del inters personal, ofrece una base moral poco satisfactoria para la vida ensociedad y para la resolucin de conflictos por vas pacficas. Otras culturas sonautoritarias, jerarquizadas pero respetuosas del derecho de rebelin, comunitariasaunque tolerantes con la diversidad, etc., etc. Hay, pues, muchas opciones posibles.

    Tercero: cada una de las grandes tradiciones religiosas se ha mostrado histricamente

    compatible con una amplia gama de modalidades polticas prcticas. Esta gama variasegn las religiones, pero es suficientemente amplia en cada caso para demostrar que lasreligiones son muy flexibles frente a los sistemas polticos con los que pueden llegar aser compatibles.

    Por ltimo, y esto es lo ms importante, las tradiciones no se dan de una vez por todas:continuamente se inventan y reinventan (Hobsbawm y Ranger, 1983). Eickelman yPiscatori (1996) han puesto este punto de manifiesto en su anlisis del islam. De hecho,los anlisis de la tradicin confuciana, antes mencionados, no son ms que tentativas

    para inventar un confucianismo democrtico. Las culturas estn hechas de tejidos, perola confeccin vara con cada sastre.

    Huntington (1993, pg. 40) manifiesta una opinin claramente opuesta a este respecto,observando que "las ideas occidentales difieren radicalmente de las que prevalecen enotras civilizaciones. El individualismo, el liberalismo, el constitucionalismo, losderechos humanos, la igualdad, la libertad, la primaca del derecho, la democracia, laeconoma de mercado, la separacin de la Iglesia y el Estado, son todas ideas propias deOccidente que despiertan pocos ecos en las culturas islmica, confuciana, japonesa,hind, budista u ortodoxa". Y aade: "los esfuerzos de Occidente por propagar estasideas provocan una reaccin de rechazo contra el "imperialismo de los derechoshumanos y una afirmacin reiterada de los valores autctonos, como lo demuestra el

    apoyo que encuentra el fundamentalismo religioso en las jvenes generaciones de lasculturas no occidentales". Es difcil evaluar sobre qu bases se apoya esta afirmacin.La mayora de los que han estudiado el fundamentalismo islmico atribuyen suincremento a la degradacin de la situacin econmica de las masas urbanas, y no al"imperialismo de los derechos humanos". El auge del fundamentalismo religioso noafecta ms que a algunos pases situados en ciertas zonas culturales, y tiene especialamplitud en el ms "occidental" de todos, los Estados Unidos de Amrica. Pero (lo quees ms importante), las Cassandras delKulturkampfpendiente (vase Fukuyama, 1995)haran bien en recordar el pasado, antes de seguir adelante.

    Al contrario que Lipset, Almond y Verba o Huntington, que afirman que las culturas

    consumistas son; por naturaleza, menos favorables a la democracia, Weber (en Gerth yMills, 1958, pgs. 337-338) piensa que el papel poltico de las religiones organizadas es

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    funcin de sus intereses y no de su contenido: "las posturas empricas, radicalmentediferentes, que han adoptado las religiones histricas frente a la accin poltica, hanvenido determinadas por la implicacin de las organizaciones religiosas en lasrelaciones de fuerzas y en las luchas por el poder [...] por la utilidad y la utilizacin deesas organizaciones para dominar polticamente a las masas y, en especial, por la

    necesidad que sienten las autoridades constituidas de ver su legitimidad consagrada porlos jefes religiosos". En un profundo estudio sobre el nacimiento de la democraciacristiana europea, Kalyvas (1996) muestra que las relaciones entre el catolicismo y lademocracia han estado regidas por las preocupaciones estratgicas de la Iglesia catlica.En una audaz comparacin entre el fundamentalismo islmico argelino contemporneo,Kalyvas (1997) concluye que la diferencia entre las situaciones de los dos pases se debea la estructura organizativa de las dos religiones, ms que a su contenido cultural. Linz yStepan (1996, pg. 453) llegan a la misma conclusin con respecto a casos recientes dedemocratizacin. Por ltimo, Laitin (para el resumen ms reciente, vase 1995) haestudiado, en diversos contextos, el papel de los "empresarios culturales" en la dinmicadel cambio cultural y ha demostrado ampliamente que, cualquiera que sea el resultado

    de los conflictos culturales, lo que est en juego son intereses y estrategias, no uncontenido cultural fundamental determinado. En consecuencia, la afirmacin de que lasinclinaciones antidemocrticas de las "civilizaciones" constituyen un dato inicialirreversible va completamente en contra de la experiencia histrica. Para volver a JohnStuart Mill, al que ya hemos citado, "un pueblo est ms dispuesto a hacer y hace msfcilmente, aquello a lo que est acostumbrado; pero tambin aprende a hacer cosasnuevas".

    Tabla 4

    Religiones Y Transiciones De Un Rgimen A Otro: Modelo Dinmico De Probits

    Probabilidad en coordenadas logartmicas -355,9044

    Probabilidad restringida en coordenadas logartmicas (pendiente=0) -2685,421

    Chi-cuadrado (13) 4659,033

    Umbral de significacin 0,0000000

    Transicin a la dictadura Transicin a la democracia

    Variable Coeficiente Razn-t Prob

    Coeficiente Razn-t Prob

    Constante

    Renta

    -0,53859

    -0,84880E-04

    -5,676

    -3,935

    0,00000

    0,00008

    -2,46014

    0,102732E-03

    -11,762

    1,814

    0,00000

    0,06961

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    Crecimiento

    Renovacin

    -0,16626E-01

    0,17583

    -2,942

    1,938

    0,00327

    0,05262

    -0,222413E-01

    0,636220

    - 3,764

    3,585

    0,00017

    0,00034

    Catolicismo

    Protestantismo

    Islam

    0,83732E-03

    -0,84245E-03

    0,18935E-02

    0,781

    -0,418

    1,360

    0,43487

    0,67630

    0,17386

    0,497148E-02

    -0,512016E-02

    -0,186515E-02

    1,941

    -0,962

    -0,657

    0,05221

    0,33593

    0,51107

    Frecuencia de los resultados reales y previstos.

    El resultado previsto presenta la probabilidad mxima

    Reales

    DEM

    DIC

    DEM

    1 546

    38

    DIC

    49

    2 358

    Total

    1 595

    2 396

    TOTAL 1 584 2 407 3 991

    Nota: Los coeficientes son derivadas parciales de las probabilidades correspondientes, con respecto a lasvariables evaluadas en la medida.

    DEM=democracia; DIC= dictadura

    La prueba emprica

    Qu prueba emprica se puede aportar sobre el impacto de las religiones en la dinmicade los regmenes polticos? En las democracias hay protestantes y catlicos, pero estaconstatacin no es suficiente para establecer una relacin de causalidad. Aunque seadmita que la democracia ha nacido en los pases protestantes, la cuestin consiste ensaber si, una vez que se ha establecido, puede ser trasplantada y sobrevivir en otroslugares. No es una cuestin puramente formal, como parece sugerir Lipset (1994, pg.

    5), citando a Lewis (1993), sino una cuestin emprica. Lo que se trata de demostrar noes si, en un momento dado (sea en 1950 o en 1990), los pases democrticos son, en sumayora, protestantes, catlicos o musulmanes, sino si la democracia tiene ms

    posibilidades de nacer y perdurar en los pases protestantes. En una palabra, la pruebapertinente es histrica y dinmica, ms que horizontal y esttica.

    Para determinar la importancia de las religiones en la dinmica de los regmenespolticos, hemos calculado la influencia de distintas variables sobre las probabilidadesde instauracin y cada de la democracia. En primer lugar, hemos considerado las tresvariables que constituyen nuestros modelos no culturalista: la renta por habitante, la tasade crecimiento y la tasa de renovacin de los jefes de Gobierno, acumulada en toda lavida del rgimen. Como muestra la tabla 4, todas estas variables son estadsticamentesignificativas. Cuanto ms rica es una democracia, menos riesgo correr de caer,

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    mientras que las dictaduras ricas son un poco ms vulnerables que las menos ricas.Ambos regmenes corren mucho menos peligro de derrumbarse si su economa se hadesarrollado durante el ao precedente. Las democracias cuyos jefes de Gobiernocambian con ms frecuencia corren menos riesgo de caer, mientras que las dictadurassufren, en este caso, un alto riesgo de desaparicin.

    Tabla 5

    Fragmentacin Etnolingstica y transiciones a otro rgimen: modelo dinmico deprobits

    Probabilidad en coordenadas logartmicas -306,7057

    Probabilidad restringida en coordenadas logartmicas (pendiente=0) -2382,604

    Chi-cuadrado (13) 4151,797

    Umbral de significacin 0,0000000

    Transicin a la dictadura Transicin a la democracia

    Variable Coeficiente Razn-t Prob

    Coeficiente Razn-t Prob

    Constante

    Renta

    Crecimiento

    Renovacin

    FEL 60

    NPCOLBRIT

    -1,4462

    -0,22950e-03

    -0,43770e-01

    0,53737

    0,90067

    0,20553e-01

    -0,47802

    -5,822

    -4,090

    -2,750

    2,273

    2,517

    0,060

    -1,402

    0,00000

    0,00004

    0,00596

    0,02305

    0,01185

    0,95183

    0,16103

    -2,08905

    0,11891E-03

    -0,25457E-01

    0,53882

    0,16581

    -0,85350

    0,303

    -11,480

    1,567

    -3,565

    3,428

    2,390

    -2,106

    0,303

    0,00000

    0,11709

    0,00036

    0,00061

    0,01684

    0,03517

    0,76211

    Frecuencias De los resultados reales y previstos.

    El resultado previsto presenta la probabilidad mxima

    Previstos

    Reales

    DEM

    DIC

    DEM

    1 475

    36

    DIC

    43

    1 924

    Total

    1 518

    1 960

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    TOTAL 1 511 1 967 3 478

    Nota: FEL 60 representa la fragmentacin etnolingstica en 1960. NP es una variable ficticia que indicaque el pas no era independiente en 1945. COLBRIT es una variable ficticia que indica que se trata de unacolonia britnica. Los coeficientes son derivadas parciales de las probabilidades correspondientes, conrespecto a las variables, evaluadas en la media.

    Cuando a este modelo no culturalista se le aade la frecuencia, en la poblacin de cadapas, de las tres religiones de las que se dispone de datos (catolicismo, protestantismo eislam), dicha frecuencia no tiene la menor influencia sobre la supervivencia de lademocracia, y slo el catolicismo tiene cierta incidencia negativa- sobre la estabilidadde las dictaduras. Adems, cuando se introducen otras variables en el anlisis laherencia de la poca colonial, la heterogeneidad religiosa y tnica, o el porcentaje de

    pases democrticos en el ao considerado- se observa que ninguna de las tres religionestiene influencia alguna.

    Para verificar la hiptesis de la influencia de la heterogeneidad cultural, hemos utilizadolos ndices de fragmentacin etnolingstica y religiosa. La fragmentacinetnolingstica disminuye las posibilidades de supervivencia de la democracia: estoconfirma claramente la creencia popular. Pero cuando se tiene en cuenta la herenciacolonial de un pas, sta disminuye tambin las oportunidades de sobrevivir de lasdictaduras. Parece, pues, que la heterogeneidad etnolingstica hace a los regmenes

    polticos menos estables, y, adems, sus efectos sobre ambos regmenes se desvanecen

    cuando se tiene en cuenta la inestabilidad poltica pasada. As, la afirmacin de que losvalores comunes son esenciales para la democracia se reduce a constatar que loscambios de rgimen son ms frecuentes en los pases heterogneos. En cuanto a laheterogeneidad religiosa, no ejerce influencia alguna sobre la estabilidad de ninguno delos dos regmenes.

    stas son pruebas insuficientes, pero las culturas no se prestan a clasificacionessencillas. Por ello, las posibilidades de efectuar anlisis estadsticos son limitadas.Evidentemente, hubiramos querido clasificar las culturas segn que fuesen jerrquicaso igualitarias, universalistas o particularistas, religiosas o profanas, consensuales oconflictivas, etc. Pero los elementos de que disponemos no corroboran la afirmacin de

    que ciertas culturas son incompatibles con la democracia; parecen influir muy pocosobre la instauracin de la democracia y nada en absoluto sobre su supervivencia.

    Reevaluacin del relativismo cultural

    Hace algunos aos, uno de los autores de este artculo particip en una reunin sobre eldesarrollo de las relaciones capital-trabajo en Corea del Sur. Durante la discusin, los

    participantes occidentales advertimos claramente que nuestros interlocutores coreanosslo podan imaginar dos situaciones mundiales posibles: la "armona y la cooperacin"

    o una guerra total sin piedad. La idea de que los conflictos podan controlarse y, por

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    tanto, limitarse, les pareca simplemente inconcebible: no formaba parte de su repertoriocultural.

    Todos hemos tenido, probablemente, en algn momento, una experiencia de este tipo.Las culturas no son idnticas, y lo que las gentes pueden imaginar y estn dispuestas a

    hacer dependen de su manera de ver las cosas y de sus hbitos culturales. Las culturasson tambin, sin embargo, heterogneas y maleables. Adems, nosotros podamos haberdicho a nuestros interlocutores coreanos que los europeos occidentales pensabantambin, no hace mucho tiempo, que los sindicatos libres eran incompatibles con lademocracia. Y, sin embargo, las relaciones con el mundo del trabajo han sidoextremadamente civilizadas en los ltimos cuarenta aos: los trabajadores disfrutan delibertad de asociacin y derecho de huelga, las negociaciones de los convenioscolectivos estn minuciosamente reglamentadas e institucionalizadas, los conflictos seresuelven pacficamente. Aunque nuestro testimonio no les habra convencido porcompleto, en cuanto a saber si ese sistema podra funcionar en Corea, nuestrosinterlocutores comprenderan que, tarde o temprano tendran que poder en prctica un

    sistema de ese tipo.

    La intuicin de que la cultura es uno de los elementos que garantizan la viabilidad de lasinstituciones democrticas nace de nuestra experiencia cotidiana. Sin embargo, no hayque sorprenderse de que las tesis culturalistas sean tan difciles de demostrar de unmodo sistemtico. Las comparaciones histricas entre las diferentes tradicionesculturales no permiten determinar qu elementos culturales desempean un papel causaly cul es este papel. Las respuestas a estas preguntas varan de una sociedad a otra, peroson igualmente insuficientes a la hora de probar el papel causal de la cultura. Por elcontrario, la justificacin estadstica de las tesis no culturalistas sobre la viabilidad delas instituciones democrticas parece slida. Por tanto, no hay nada, o casi nada, quenos obligue a creer que los obstculos culturales para la democracia sean insuperables.

    Pero supongamos que se hubiera demostrado lo contrario, y que las tesis culturalistashubieran sido justificadas por las pruebas. El argumento relativista habitual es que hayque respetar las preferencias culturales porque son expresadas por individuos quemerecen respeto (aunque, en realidad, algunos de ellos no sean siempre desinteresados).La cuestin normativa consiste en saber si las preferencias endgenas pueden apoyar

    juicios morales, cuando no estn simtricamente informadas. Lo que queremos decir eslo siguiente supongamos que los coreanos, carentes de 3experiencia en materia deresolucin de conflictos, justifican las relaciones paternalistas patronos-obreros,

    basndose en la "armona y la cooperacin". Supongamos tambin que, despus de crearun sistema de negociaciones libres para el establecimiento de convenios colectivos,descubren que no slo pueden vivir con ese sistema sino que lo prefieren a la represin.Habramos debido respetar su preferencia por la "armona y la cooperacin"? De modoms general, debemos respetar las culturas antidemocrticas que languidecen ensociedad que nunca han tenido una experiencia democrtica?

    No se trata de una cuestin puramente formal, ya que personas razonables y bienintencionadas, situadas en contextos distintos, pueden no estar de acuerdo sobre lasrespuestas. Pero esta cuestin pone de manifiesto la debilidad genrica del relativismocultural.

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