Collins, Wilkie - La Dama de Blanco

download Collins, Wilkie - La Dama de Blanco

If you can't read please download the document

Transcript of Collins, Wilkie - La Dama de Blanco

LA DAMA DE BLANCO WILLIAM WILKIE COLLINS Prefacio a la presente edicin (1861) La dama de blanco ha sido acogida con tan sealado inters por un inmenso crculo de l ectores, que esta edicin apenas necesita una introduccin que la presente. He intentado, mediante repetidas enmiendas y una minuciosa revisin, que esta obr a fuese digna del constante favor del pblico. Algunos errores tcnicos que me haban escapado cuando escrib el libro se han corregido. Ninguno de estos pequeos defecto s menoscaba el inters del relato, pero deban rectificarse en cuanto fuera posible, por respeto a mis lectores; en esta edicin, pues, ya no existen. Se me han expuesto algunas dudas en forma capciosa en orden a la presentacin ms o menos correcta de los puntos legales que incidentalmente aparecen en esta histo ria. Por ello, he de mencionar que no he regateado esfuerzos tanto en este aspec to como en otros, para no llevar intencionadamente a engao a mis lectores. Un hom bre de leyes de gran experiencia profesional ha guiado amable y cuidadosamente m is pasos siempre que el curso de la narracin me ha conducido por los laberintos d e la ley. Antes de aventurarme a poner mi pluma en el papel, he sometido todas m is dudas a este caballero, y su mano ha corregido todo cuanto se refera a materia s legales antes de su publicacin. Puedo aadir apoyado por altas autoridades judici ales, que estas precauciones no han sido tomadas en vano. La ley contenida en este libro ha sido discutida, desde su publicacin, por ms de un competente tribunal y se decidi que era fundado cuanto en l se expone. Antes de terminar quiero aadir unas palabras de agradecimiento por la gran deuda de gratitud que he contrado con mis lectores. Por mi parte, no siento afectacin de ningn gnero al manifestar que el xito de esta obra ha sido extraordinariamente grato para m, ya que implica el reconocimiento d el principio literario que he sostenido desde que por primera vez me dirig a mis lectores como novelista. Sostengo la vieja opinin de que el primer objetivo en una novela ha de ser el de narrar una historia, y jams he credo que el novelista que cumple adecuadamente co n esta primera condicin est en peligro de descuidar por ello el trazo de los perso najes, por la sencilla razn de que el efecto producido por el relato de los acont ecimientos no depende tan slo de stos, sino esencialmente del inters humano que se encuentre relacionado con ellos. Al escribir una novela pueden presentarse perso najes bien dibujados sin por ello llegar a contar una historia satisfactoriament e sin describir los personajes; su existencia, como realidad reconocible, es la sola condicin en que puede apoyarse la narracin. El nico relato capaz de producir una profunda impresin en los lectores es aquel q ue logra interesarles acerca de hombres y mujeres, por la perfectamente obvia ra zn de que ellos son tambin hombres y mujeres. La acogida que se ha dispensado a La dama de blanco ha confirmado en la prctica esta opinin y me ha satisfecho de tal modo que me ha dado confianza para el futur o. He aqu una novela que ha sido bien recibida precisamente porque se trata de un a Historia; he aqu una historia cuyo inters que conozco por el testimonio voluntari o de los mismos lectores no se ha separado nunca de los personajes. Laura, Miss H alcombe, Anne Catherick, el Conde Fosco, Mr. Fairlie y Walter Hartright me han c onseguido amigos en todas partes donde han sido conocidos. Espero que no est muy lejano el da en que pueda encontrarme de nuevo con ellos, cuando intente, a travs de otros personajes, despertar su inters en otra historia. WILKIE COLLINS Harley Street, Londres Febrero de 1.861 I

PREAMBULO Esta es la historia de lo que puede resistir la paciencia de la Mujer y de lo qu e es capaz de lograr la tenacidad del Hombre. Si en el mecanismo de la Ley para investigar cada caso sospechoso y conducir cu alquier proceso la influencia lubricante del oro desempease un papel secundario, los sucesos que vamos a narrar en estas pginas podran haber reclamado la atencin pbl ica ante los Tribunales de Justicia. Pero la Ley, en algunos casos, est inevitablemente a las rdenes del que presenta la bolsa ms repleta y por ello contamos la historia por primera vez en este lugar tal como debi haberla odo algn da el Juez; as va a escucharla ahora el Lector. Ningu na circunstancia importante, de principio a fin de esta declaracin, ha de relatar se de odas. Cuando el que escribe estas lneas introductorias (de nombre Walter Har tright) haya estado en relacin ms directa que otros con los sucesos de que habla l mismo lo contar. Cuando falle su conocimiento de los hechos dejar su lugar de narr ador, y su tarea la continuarn, desde el punto en que l lo haya dejado, personas q ue pueden hablar de las circunstancias de cada suceso con tanta seguridad y evid encia como l mismo ha hablado en anteriores ocasiones. Por tanto esta historia la escribir ms de una pluma, tal como en los procesos por infracciones de la Ley el Tribunal escucha a ms de un testigo, con el mismo obje to, en ambos casos, de presentar siempre la verdad de la manera ms clara y direct a; y para llegar a una reconstruccin completa de los hechos intervienen personas que tuvieron una estrecha relacin con ellos en cada una de sus sucesivas fases, q ue relatan palabra por palabra, su propia experiencia. Oigamos primero a Walter Hartright, profesor de dibujo, de veintiocho aos de eda d. PRIMERA PARTE RELATO DE WALTER HARTRIGHT, DE CLEMENT'S INN, LONDRES I Era el ltimo da de Julio. El largo y caliente verano llegaba a su trmino, y nosotr os, los fatigados peregrinos de las empedradas calles de Londres, pensbamos en lo s campos de cereales sombreados por las nubes o en las brisas de otoo a orillas d el mar. En lo que a m se refiere, el agonizante verano me estaba quitando la salud, el b uen humor y, si he de decir la verdad, tambin dinero. Durante el ltimo ao no admini str mis ingresos tan cuidadosamente como otras veces, y esa imprevisin me obligaba ahora a pasar el otoo de la manera ms econmica entre la casa de campo que posea mi madre en Hampstead y mi apartamento en la ciudad. Aquella tarde, recuerdo, estaba el ambiente cargado y melanclico; la atmsfera lon dinense resultaba ms asfixiante que nunca, y apenas se oa el lejano murmullo del t rfico callejero; el pequeo latido de la vida en mi interior y el gran corazn de la ciudad que me rodeaba parecan decaer al unsono, lnguidamente, con el sol en su decl inar. Levant la cabeza del libro que intentaba leer y que ms bien me haca soar y dej mis habitaciones, saliendo al encuentro del fresco aire de la noche, paseando po r los alrededores. Era una de las dos tardes semanales que sola pasar con mi madr e y mi hermana, as que dirig mis pasos hacia el Norte, camino de Hampstead. Los acontecimientos que he de referir me obligan a explicar ahora que mi padre haba muerto haca ya algunos aos y que mi hermana Sarah y yo ramos los nicos supervivi entes de una familia de cinco hijos. Mi padre tambin haba sido profesor de dibujo. Sus esfuerzos le haban proporcionado xitos en su profesin y su ansiedad, que mova s u amor por nosotros, para asegurar el porvenir de los que dependamos de su trabaj o, le llevaron, desde su matrimonio, a dedicar al pago de un seguro de vida una parte de sus ingresos ms sustancial de lo que la mayor parte de los hombres desti naran a este propsito. Gracias a su admirable prudencia y abnegacin, despus de su mu erte mi madre y mi hermana pudieron mantener la misma situacin holgada con la mis

ma independencia que tuvieron mientras l vivi. Yo hered sus relaciones, y tena sobra dos motivos para sentirme lleno de gratitud ante la perspectiva que me aguardaba en mi inicio en la vida. Cuando llegu ante la verja de la casa de mi madre, el sereno crepsculo centelleab a todava en los bordes ms altos de los brezos, y a mis pies vea Londres sumergido e n un negro golfo, en la oscuridad de la noche sombra. Apenas toqu la campanilla me abri ya bruscamente la puerta mi ilustre amigo italiano el profesor Pesca, que a cudi en lugar de la sirvienta y se adelant alegremente para recibirme. Tanto por su personalidad como, debo aadir, por mi propia conveniencia, el profe sor merece el honor de una presentacin formal. Las circunstancias han hecho que t enga que ser ste el punto de partida de la extraa historia de familia que tengo el propsito de revelar en estas pginas. Conoca a mi amigo italiano por haberle encontrado en algunas casas aristocrticas, en las que l enseaba su idioma y yo el dibujo. Todo cuanto yo saba entonces de su pasado era que haba ocupado un cargo importante en la Universidad de Padua; que h aba tenido que abandonar Italia por cuestiones polticas (la naturaleza de las cual es jams dej entrever a nadie), y que haca muchos aos que estaba establecido en Londr es como profesor de idiomas. Sin ser lo que se dice un enano pues estaba perfectamente proporcionado de pies a cabeza Pesca era, en mi opinin, el hombre ms pequeo que haba visto, aparte de los q ue se exhiben en barracas. Si su fsico resultaba llamativo, se distingua an ms de su s congneres por la inofensiva excentricidad de su carcter. Lo que pareca obsesionar le era la idea de mostrar su agradecimiento a la nacin que le haba ofrecido asilo y medios para ganarse la vida, por lo que haca cuanto le era posible por converti rse en un perfecto ingls. No se contentaba con expresar su entusiasmo por las cos tumbres del pas cargando siempre con paraguas, sombrero blanco y unas inevitables polainas sino que aspiraba a ser un ingls tanto en sus gustos y costumbres como en su indumentaria. Encontrando que nuestro pueblo se distingua por su aficin a lo s deportes, el hombrecillo, ingenuamente, era un apasionado de todos nuestros en tretenimientos y juegos y se una a ellos siempre que encontraba ocasin, con el fir me convencimiento de que poda adoptar nuestras diversiones nacionales mediante un esfuerzo de voluntad, tal como haba adoptado las polainas y el sombrero blanco. Le haba visto arriesgar ciegamente sus piernas en una caza de zorros y en un cam po de cricket, y poco despus, pude ver el peligro que corri su vida en la playa de Brighton. Nos encontramos all casualmente y nos baamos juntos. Si nos hubiramos dedicado a a lguna prctica especfica de mi nacin, me hubiera visto obligado a preocuparme, por s upuesto, del profesor Pesca; pero como los extranjeros, por lo general, pueden c uidarse de s mismos en el agua tan bien como nosotros, no se me ocurri que se poda incluir el arte natatorio en la lista de pruebas de valor que l se crea capaz de s uperar improvisadamente. Inmediatamente despus de haber dejado ambos la orilla, m e detuve, descubriendo que mi amigo no haba llegado hasta m y me volv para buscarle . Con pasmo y horror advert entre la orilla y yo la presencia de dos bracitos bla ncos que durante unos instantes bregaron por encima de las aguas hasta desaparec er de la vista. Cuando me sumerg en su busca, el pobrecillo estaba tendido en el fondo embutido en la oquedad de una roca, y mucho ms diminuto de lo que me haba pa recido hasta entonces. Durante los pocos minutos que transcurrieron mientras le saqu, el aire libre lo revivi, y pudo subir los escalones de la mquina con mi ayuda . Con la parcial recuperacin de su vitalidad, recobr tambin su maravilloso delirio de grandeza al respecto de la natacin tan pronto como sus dientes dejaron de castaetear y pudo pronunciar alguna palabra; me dijo sonriendo y como sin darle ninguna importancia que haba sufrido un calambre. Cuando se reuni de nuevo conmigo en la playa repuesto ya por completo, dej por un momento su artificiosa reserva britnica y brot su clida naturaleza meridional, apa bullndome con sus impetuosas muestras de afecto exclamaba apasionadamente con la c lsica exageracin italiana, que en lo sucesivo su vida estara a mi disposicin y afirma ndo que jams volvera a ser feliz hasta encontrar la oportunidad de probar su grati tud rindindome un servicio tal que yo debiese recordar hasta el fin de mis das. Hice cuanto pude para detener aquel torrente de lgrimas y manifestaciones de afe

cto, insistiendo en tratar aquel episodio humorsticamente; al final, como imagina ba, el sentimiento de obligacin que senta Pesca hacia m fue atenundose. Poco pensaba yo entonces, como tampoco lo pens cuando acabaron nuestras alegres vacaciones que l a oportunidad de brindarme un servicio que tan ardientemente ansiaba mi agradeci do amigo iba a llegar muy pronto, que l la aceptara al momento y que con ello alte rara el curso de mi vida, cambindome de tal modo que casi no era capaz de reconoce rme a m mismo tal como haba sido en el pasado! Y as sucedi; si yo no hubiese arrancado al profesor de su lecho de rocas en el fo ndo del mar, en ningn caso hubiera tenido relacin con la historia que se relatar en estas pginas, ni jams, probablemente, hubiera odo pronunciar el nombre de la mujer que ha vivido constantemente en mi imaginacin, que se ha adueado de toda mi perso na y que con su influencia dirige hoy mi vida. II La cara y la actitud de Pesca, la noche en que nos encontramos ante la verja de mi madre, fueron ms que suficientes para hacerme saber que algo extraordinario h aba sucedido. Sin embargo fue completamente intil pedirle una pronta explicacin. Lo nico que saqu en limpio, mientras me conduca hacia el interior con ambas manos, er a que, conociendo mis costumbres, haba venido aquella noche a casa seguro de enco ntrarme y que tena que comunicarme noticias de muy agradable naturaleza. Nos dirigimos al saln de una manera bastante poco correcta y precipitada. Mi mad re estaba sentada junto a la ventana abierta, riendo y abanicndose. Pesca era uno de sus favoritos, y cualquiera de sus excentricidades hallaba siempre disculpa ante sus ojos Pobre alma sencilla! Desde el momento en que se dio cuenta de que e l diminuto profesor estaba lleno de gratitud y profesionalmente unido a su hijo, le abri su corazn sin reservas y pas por alto todas sus desconcertantes rarezas de extranjero, sin intentar siquiera comprenderlas. Mi hermana Sarah, a pesar de gozar de la ventaja de su juventud, era curiosamen te mucho menos flexible. Reconoca las excelentes cualidades de Pesca, pero no las aceptaba ciegamente, como haca mi madre, slo por ser amigo mo. La veneracin que Pes ca profesaba hacia todo lo que fueran apariencias, estaba en permanente contradi ccin con la correccin britnica de ella, y no poda por menos de sentir un desagradabl e asombro cada vez que el excntrico y pequeo extranjero se permita ciertas familiar idades con mi madre. He observado, no slo en el caso de mi hermana, sino en otros muchos, que nuestra generacin es menos impulsiva y cordial que la de nuestros ma yores. Constantemente veo personas mayores excitadas y emocionadas ante la expec titiva de deleite que les espera, el cual no logra perturbar la serena tranquili dad de sus nietos. Yo me pregunto: es que los jvenes de ahora somos muchachos y mu chachas tan autnticos como lo eran nuestros abuelos en su tiempo? habrn avanzado de masiado las ventajas de la educacin? somos en esta poca nueva una mera escoria huma na que ha recibido una educacin demasiado buena? Sin intentar aclarar estas importantes cuestiones puedo sin embargo decir que c uando vea a mi madre y a mi hermana en compaa de Pesca jams dejaba de notar que la p rimera resultaba la ms juvenil de las dos. En aquella ocasin, por ejemplo, mientra s la dama de mayor edad estaba riendo abiertamente de la manera atropellada con que entramos en el saln, Sarah recoga con visible desazn los pedazos de una taza de t que el profesor haba roto al precipitarse a mi encuentro. No s lo que hubiera sucedido si llegas a retrasarte, Walter dijo mi madre . Pesca es t medio loco de impaciencia y yo medio loca de curiosidad. El profesor trae algun a noticia maravillosa que te concierne y se ha negado cruelmente a darnos la ms mn ima pista hasta que su amigo Walter apareciese. Qu lata! Ya se ha descalabrado la partida! murmur Sarah entre dientes, absorbida en l a recogida de los restos de la taza rota. Mientras eran pronunciadas esas palabras, el bueno de Pesca, sin preocuparse lo ms mnimo del irreparable destrozo que haba causado, empujatba tan contento una de las butacas hacia el otro extremo de la sala, situndonos a los tres tal como hara un orador desde su tribuna. Volvi la butaca de espalda a nosotros, se coloc en ell a de rodillas y con gran excitacin empez a dirigir la palabra a su pequea congregac in de tres, desde su improvisado plpito.

Y ahora, queridos mos empez Pesca (que siempre deca queridos, en lugar de amigos) , adme. Ha llegado el momento. Ah va mi buena noticia. Empiezo a hablar. Escuchad, escuchad! dijo mi madre siguiendo la broma. Lo primero que le toca romper, mam, ser el respaldo de la mejor butaca que tenemos dijo Sarah por lo bajo. Vuelvo la vista atrs y me dirijo, como siempre, a la ms noble de las criaturas hum anas continu Pesca con vehemencia, sealando mi humilde persona desde su sitial . Quin m e encontr muerto en el fondo del mar (a causa de un calambre) y me sac a flote, y qu dije cuando volv a la vida y a vestir mis ropas? Mucho ms de lo necesario contest yo lo ms ceudamente que pude, pues saba que tratar e te asunto era equivalente a liberar las emociones de Pesca en una riada de lgrima s. Dije insisti Pesca que mi vida le perteneca a mi querido amigo Walter hasta el fin d e mis das y as es. Dije que nunca volvera a ser feliz si no encontraba una oportuni dad de hacer algo por l, y, en efecto, nunca he estado satisfecho conmigo mismo h asta que ha llegado este venturoso da. Ahora grit entusiasmado el hombrecito la feli cidad rebosa por todos los poros de mi cuerpo, porque juro por mi fe, mi honor y mi alma que ocurre algo bueno y que slo queda por decir: bien, todo est muy bien! Conviene aqu explicar que Pesca tena el prurito de creerse un perfecto ingls tanto en su lenguaje como en sus costumbres, diversiones e indumentaria. Haba adoptado algunas de nuestras expresiones ms familiares y las usaba en sus conversaciones siempre que se le ocurra, repitindolas una tras otra como si constituyeran una lar ga slaba, slo por el gusto de decirlas y generalmente sin saber con exactitud su s entido. Entre las casas elegantes de Londres que frecuento para ensear la lengua de mi pas continu el profesor, decidindose al fin a explicar el asunto dejndose de ms prembulos hay una ms opulenta que todas las dems, situada en la gran plaza de Portland. Tod os sabis dnde est no?. S, claro, por supuesto. Esta gran casa, queridos amigos, cobij a a una gran familia. Una mam rubia y gorda, tres seoritas rubias y gordas; dos jve nes caballeros rubios y gordos y un pap ms rubio y gordo que todos ellos, que es u n adinerado comerciante, forrado de oro, hombre de gran distincin en otro tiempo y que ahora, con su cabeza calva y su doble barbilla, resulta de mucho menos por te. Pues bien, atencin: Yo enseo el sublime Dante a las tres jvenes seoritas pero, Di os me ampare!, no hay palabras para explicar el rompecabezas que el sublime crea en esas tres lindas cabezas. Pero no importa, todo llegar y cuantas ms lecciones se necesiten, mejor para m. Imagnense ustedes que hoy estaba enseando a las seoritas como siempre: estamos los cuatro juntos en el inferno del Dante, en el sptimo crc ulo pero esto no tiene importancia , todos los crculos son lo mismo para las tres seo ritas gordas y rubias, y en el que se hallan firmemente ancladas; yo trato de av anzar recitando, declamando, y sofocndome con mi propio entusiasmo..., cuando de repente oigo por el pasillo el crujir de unas botas y enseguida entra en la sala el rico pap, poderoso comerciante de cabeza calva y papada. Ay queridos, creo que el asunto empieza a interesarles. Me habis escuchado con paciencia o habis pensado : Al diablo con Pesca, que esta noche habla interminablemente? Declaramos que estbamos profundamente interesados. El profesor continu: El adinerado pap lleva una carta en su mano, y despus de excusarse por haber inter rumpido nuestra estancia en las regiones infernales con asuntos de este mundo, s e dirige a las tres seoritas y empieza del modo con que siempre empiezan los ingl eses cada conversacin: con un gran Oh! Oh queridas! dice el poderoso mercader, tengo aqu una carta de mi amigo el seor... (he olvidado el nombre; pero no importa, ya q ue nos ocuparemos luego de esto). As que el pap dice tengo una carta de mi amigo el seor, en la que me pregunta si podra recomendarle un profesor de dibujo que estuv iera dispuesto a trasladarse durante una temporada a su casa de campo y por mi alm a que si en aquel momento tengo los brazos bastante largos hubiera sido capaz de abarcar con ellos la poderosa humanidad del rico pap para estrecharle contra mi corazn en seal de gratitud por haber lanzado tan estupendas palabras! Como no pude hacerlo, me content con agitarme en mi asiento como si me estuvieran pinchando, pero no dije nada y le dej hablar. Conocis vosotras, hijas mas, algn profesor de dibuj o que yo pueda recomendar?, dice el buen fabricante de dinero mientras da vueltas

a la carta entre sus dedos cuajados de oro. Las tres jovencitas se miran y resp onden (con el inevitable Oh! ingls): Oh! no, pap, pero aqu est el seor Pesca... Al o unciar mi nombre no puedo contenerme; su recuerdo, querido amigo, se me sube a l a cabeza como una oleada de sangre: doy un brinco sobre la silla y digo en el ms correcto ingls al poderoso comerciante: Estimado seor, conozco al hombre que necesi ta, al mejor profesor de dibujo del mundo. Recomindele usted sin falta para que s alga la carta en el correo de la noche y envele maana mismo con todo su equipaje. (V aya frase inglesa!, eh?) Bueno, un momento, dice el pap , es ingls o extranjero? Ingl a la mdula de los huesos, respondo. Honorable? Caballero contesto con viveza, pues est pregunta suena a insulto ya que l me conoce la llama inmortal del genio arde en e l alma de ese ingls, y lo que es ms, ha brillado antes en la de su padre. Eso no me importa, dice pap, aquel canbal de oro. Eso no me importa, seor Pesca. En este pas no nos interesa el genio si no va acompaado de honorabilidad, pero si la hay, somos felices de ver un genio, verdaderamente felices. Su amigo puede presentar referen cias, cartas que acrediten su comportamiento? Hago un gesto despectivo con la man o. Cartas? digo Dios me ampare! Ya lo creo, ya! Montones de cartas, fajas de referenci as si usted lo desea. Con una o dos tenemos bastante respondi aquel hombre lleno de flema y dinero . Que me las enve con su nombre y sus seas, y espere un poco, seor Pes ca, antes de que vaya a ver a su amigo quiero darle un billete. Un billete de banco ? le digo con indignacin Nada de billetes por favor, hasta que mi amigo ingls los ha ya ganado, Billete de banco? dice el pap, muy sorprendido . Pero quin habla de eso? Me fiero a que voy a escribir un billete, una nota que le explique sus obligaciones . Siga usted con su leccin, Pesca, mientras copio lo que interesa de la carta de mi amigo . El hombre de mercancas y dinero se sienta con su pluma, tinta y papel y yo vuelvo al Infierno de Dante en compaa de las tres seoritas. Al cabo de diez min utos el billete est escrito y las crujientes botas del pap se alejan por el pasill o. Desde aque momento juro por mi fe, mi honor y mi alma que no me doy cuenta de nada! La idea feliz de que por fin he hallado mi oportunidad y de que el grato s ervicio que rindo a mi amigo ms querido de este mundo ya es realidad casi, esta i dea me sube a la cabeza y me embriaga. Cmo regreso ya con mis discpulas de la Regin Infernal, ni cmo cumplo mis otros quehaceres, ni cmo mi frugal comida se desliza sola en mi garganta, no lo s, es como si estuviera en la luna. Lo nico importante es que estoy aqu, con la nota del omnipotente comerciante en mi mano, y que me si ento inmenso como la vida misma, ardiente como el fuego y feliz como un rey. Ja!, Ja!, Ja!, Bien, bien, bien, muy bien! Y el profesor agit la nota con las condicione s sobre su cabeza, rematando su largo y fogoso relato con su estridente imitacin italiana del alegre hurra britnico. Entonces mi madre se levant de su asiento y, con los ojos brillantes y las mejil las encendidas, cogi las dos manos del profesor y le dijo emocionada: Mi querido, mi querido Pesca, nunca haba dudado de su sincero afecto hacia Walter ; pero ahora estoy ms convencida de ello que nunca. Desde luego que estamos muy agradecidas al profesor Pesca por lo que ha hecho po r Walter aadi Sarah, y con estas palabras hizo el movimiento de incorporarse como q ueriendo acercarse al silln de Pesca tambin, pero al ver a ste besar con efusin las manos de mi madre se puso seria y volvi a hundirse en su asiento. Si se permite co n mam estas familiaridades, sabe Dios las que se tomar conmigo. Los rostros a veces dicen la verdad; y, sin duda, esto fue lo que pensaba Sarah mientras volva a sen tarse. A pesar de que yo tambin senta verdadero agradecimiento por el afecto de Pesca, n o experimentaba la alegra que debiera producirme la perspectiva del nuevo empleo que se me ofreca. Cuando el profesor acab de besar las manos de mi madre y cuando yo le di las gracias por su intervencin, le ped que me dejara echar un vistazo al billete que su respetable seor me diriga. Pesca me alarg el papel con un gesto de triunfo. Lea me dijo el hombrecillo majestuosamente Le aseguro, amigo mo, que la misiva del p ap de oro le hablar con lenguaje de trompetas. La nota estaba redactada en trminos lacnicos, contundentes y, en todo caso inteli gibles. Se me comunicaba: Primero. Que el caballero Frederich Fairlie, de la casa Limmeridge, en Cumberla nd, desea contratar por un perodo de cuatro meses como mnimo un profesor de dibujo

de reconocida competencia. Segundo. Que este profesor deber encargarse de dos clases de trabajo. La enseanza de pintura a la acuarela a dos seoritas y dedicar las dems horas de trabajo a la r estauracin de una valiosa coleccin de dibujos que ha alcanzado un estado de abando no total. Tercero. Que los honorarios que se ofrecen a la persona que acepta a su cargo y cumplir debidamente con dichos trabajos sern de cuatro guineas a la semana; que r esidir en Limmeridge; que se le conceder el trato correspondiente a un caballero. Cuarto y ltimo. Que se abstenga de solicitar esta colocacin la persona que sea in capaz de presentar las referencias ms indispensables respecto a su persona y apti tudes. Tales referencias se enviarn a Londres, a casa del amigo del seor Fairlie, que est autorizado para efectuar todos los trmites definitivos. A estas instrucciones seguan el nombre y seas del patrn de Pesca en Portland, y aq u la nota o el billete terminaba. Ciertamente, esta oferta de un empleo fuera de la ciudad resultaba atractiva. E l trabajo prometa ser tan fcil como agradable; adems, la proposicin llegaba en otoo, en la poca del ao en que yo estaba menos ocupado; la remuneracin, segn mi propia exp eriencia en esta profesin, era sorprendentemente generosa. Yo lo comprenda; compre nda que debera considerarme muy afortunado si llegaba a ocupar aquel puesto, pero tan pronto como hube ledo la nota sent una inexplicable inapetencia de hacer algo por conseguirlo. Nunca antes mi deber y mi gusto se haban encontrado en una diver gencia tan irreconciliable y dolorosa. Oh Walter! Nunca tuvo tu padre una suerte como esta dijo mi madre, devolvindome la nota despus de leerla. Conocer a una gente tan distinguida y, encima, esta gentileza suya, para tratarse de igual a igual! aadi Sarah, enderezndose en su silla. S, s, las condiciones parecen bastante tentadoras en todos los aspectos aad con ciert a impaciencia pero antes de enviar mis referencias me gustara reflexionar un poco. .. Reflexionar! exclam mi madre , Pero Walter, qu dices? Reflexionar! repiti Sarah detrs de ella , Como se te ocurre pensarlo siquiera! Reflexionar! tom la palabra el profesor . Sobre qu se ha de reflexionar? Contsteme! quejaba usted de su salud, y no suspiraba por lo que usted llama el sabor de la brisa campestre? Vamos! Si este papel que tiene en su mano le ofrece todas las bo canadas de la brisa campestre que puede respirar durante cuatro meses hasta sofo carse. No es as? Eh? Tambin quera dinero. De acuerdo! Cuatro guineas semanales le pare en una tontera? Dios misericordioso! Que me las den a m y ya vern ustedes como crujen mis botas tanto como las del pap de oro, y con plena conciencia de la descomunal opulencia del que las gasta! Cuatro guineas cada semana sin contar la encantado ra presencia de dos seoritas jvenes, sin contar la cama, el desayuno, la cena, los magnficos ts ingleses y meriendas, la espumeante cerveza, todo a cambio de nada, oiga, Walter, querido amigo!, que el diablo me lleve! Por primera vez en mi vida mi s ojos no me sirven para verle y para asombrarme de usted! Ni la evidente sorpresa de mi madre ante mi actitud fervorosa, ni la relacin que Pesca me haca de los beneficios que el nuevo empleo me brindaba, consiguieron ha cer tambalear mi irrazonable resistencia a la idea de viajar hacia Limmeridge. C uando todas las dbiles objecciones que se me ocurran eran rebatidas una tras otra, ante mi completo desconcierto, intent erigir un ltimo obstculo preguntando qu sera d e mis alumnos de Londres durante el tiempo que me dedicase a ensear a copiar del natural a las seoritas Fairlie. La respuesta fue fcil: la mayora de ellos estaran fuera haciendo sus habituales vi ajes de otoo, y los que no salieran de la poblacin podran dar clase con un compaero mo, de cuyos discpulos me encargu yo una vez, bajo circunstancias similares. Mi her mana me record que aquel caballero me haba ofrecido expresamente sus servicios si este ao se me ocurra hacer algn viaje en verano; mi madre muy seria, me increp dicie ndo que no tena derecho a jugar con mis intereses ni con mi salud, por un caprich o absurdo; y Pesca me implor que no hiriera su corazn al rechazar el primer servic io que l pudo rendir, en seal de su agradecimiento, al amigo que le haba salvado la vida. La sinceridad y franco afecto que inspiraban estos discursos hubieran sido capa

ces de conmover a cualquiera que tuviese un tomo de sentimiento en su composicin. Aunque yo no pude combatir mi extraa perversidad, por lo menos fui lo suficiente mente honrado como para avergonzarme de todo corazn y puse fin a la discusin compl aciendo a todos: ced y promet cumplir lo que todos los presentes esperaban de m. El resto de la velada se consumi con cierto regocijo en hacer jubilosas suposici ones sobre mi futura convivencia con las dos seoritas de Cumberland. Pesca, inspi rado con nuestro grog, que cinco minutos despus de estar englutiendo obraba los m ilagros ms sorprendentes con su cabeza, quiso demostrarnos que era todo un ingls e mitiendo una serie de brindis que se sucedan con rapidez, en los que haca votos po r la salud de mi madre, de mi hermana, de la ma, y por la salud de todos a la vez , del seor Fairlie y de sus hijas; inmediatamente despus se dio las gracias a s mis mo con mucho nfasis en nombre de todos los presentes. Un secreto, Walter me dijo mi amigo cuando los dos caminbamos hacia nuestras casas , en tono confidencial. Estoy excitado por mi propia elocuencia. Mi pecho rebosa de ambiciones. Ya ver cmo me eligen un da miembro de su noble Parlamento. Es el sueo de toda mi vida: ser el ilustrsimo seor Pesca, Miembro del Parlamento! A la maana siguiente envi al patrn del profesor mis referencias. Pasaron tres das; y llegu a la conclusin para mi secreta satisfaccin de que mis informes no haban result ado bastante convincentes. Sin embargo al cuarto da lleg la respuesta. Se me comun icaba que el seor Fairlie aceptaba mis servicios y me instaba a partir para Cumbe rland de inmediato. En la posdata se especificaba clara y minuciosamente todas l as instrucciones necesarias para emprender el viaje. Hice los preparativos de mi viaje sin la menor ilusin, para salir de Londres por la maana del da siguiente. Al atardecer se present Pesca, camino de una cena festi va, a despedirme. Cuando usted no est aqu, mis lgrimas se secarn dijo alegremente al pensar que fue mi mano feliz la que le dio el primer empujn en su camino de glorias y riquezas. En m archa, amigo mo! Cuando su sol brille en Cumberland, mtale en casa, en nombre de Di os. Csese con una de las seoritas y llegar a ser el honorable Hartright, M. P. Y cu ando est en la cumbre de la gloria, recuerde que Pesca, desde abajo, le mostr el s endero para alcanzarla. Trat de sonreir a mi diminuto amigo siguindole su broma, pero no estaba mi espritu para sonrisas. Algo en mi interior temblaba penosamente, mientras aqul me dedica ba su alegre despedida. Cuando me dej, lo nico que me quedaba por hacer era encaminarme hacia la casa de Hamsptead para despedirme de mi madre y mi hermana. III El da haba sido caluroso en extremo, y al llegar la noche continuaba el bochorno y la pesadez de la atmsfera. Mi madre y mi hermana haban pronunciado tantas palabras de despedida y tantas ve ces me haban pedido esperar cinco minutos ms que casi era ya medianoche cuando el criado cerr tras de m la verja del jardn. Anduve algunos pasos por el atajo que me llevaba a Londres, pero luego me detuve vacilando. En el cielo sin estrellas brillaba la luna, y en su misteriosa luz el quebrado suelo del pramo apareca como una regin salvaje, a miles de millas de la gran ciudad que yo contemplaba a mis pies. La idea de sumergirme en seguida en el bochorno y la oscuridad de Londres me repela. La perspectiva de ir a dormir a mis habitaci ones sin aire, se me antojaba, agitado como estaba en mi espritu y cuerpo, idntica a la de sofocarme poco a poco. Me decid, pues, por el aire ms puro, escogiendo el camino ms desviado posible para pasear por blanquecinos senderos aireados por el viento a travs del desierto pramo y llegar a Londres por los suburbios, tomando l a carretera de Finchley y as regresar a casa con el fresco de la madrugada por la parte occidental de Regent's Park. Segu caminando lentamente por el pramo, gozando de la divina quietud del paisaje y admirando el suave juego de luz y sombra que reverberaba sobre el agrietado te rreno a ambos lados del camino. En toda esta primera y ms bella parte de mi paseo nocturno, mi pasiva mente reciba las impresiones que la vista le proporcionaba; apenas si pensaba en algo, y de hecho lo que experimentaba en aquellos momentos

no dejaba lugar a pensamientos algunos. Pero cuando dej el pramo para seguir por la carretera, donde haba menos que admira r, las ideas que el prximo cambio en mis costumbres y ocupaciones haba despertado, fueron acaparando toda mi atencin. Al llegar al fin de la carretera estaba compl etamente absorto en mis visiones fantasmagricas de Limmeridge, del seor Fairlie y de las dos seoritas cuya educacin artstica iba a estar muy pronto en mis manos. Llegu en mi caminata al lugar donde se cruzaban cuatro caminos: el de Hampstead, por el cual haba venido; la carretera de Finchley; la de West End y el camino que llevaba a Londres. Segu mecnicamente este ltimo y avanzaba fantaseando perezosament e sobre cmo seran las seoritas de Cumberland, cuando pronto se me hel la sangre en l as venas al sentir que una mano se posaba sobre mi hombro. Tan ligera como inesp eradamente. Me volv bruscamente apretando con mis dedos el puo de mi bastn. All, en medio del camino ancho y tranquilo, all, como si hubiera brotado de la ti erra o hubiese cado del cielo en aquel preciso instante, se ergua la figura de una solitaria mujer envuelta en vestiduras blancas; inclinaba su cara hacia la ma en una interrogacin grave mientras su mano sealaba las oscuras nubes sobre Londres, as la vi cuando me volv hacia ella. Estaba demasiado sorprendido, por lo repentino de aquella extraordinaria aparic in que surgi ante mi vista en medio de la oscuridad de la noche y en aquellos luga res desiertos, para preguntarle lo que deseaba. La extraa mujer habl primero: Es este el camino para ir a Londres? dijo. La mir fijamente al or aquella singular pregunta. Era ya muy cerca de la una. Tod o lo que pude distinguir a la luz de la luna fue un rostro plido y joven, demacra do y anguloso en los trazos de las mejillas y la barbilla; unos ojos grandes, se rios, de mirada atenta y angustiosa, labios nerviosos e imprecisos cabellos de un rubio plido con reflejos de oro oscuro. En su actitud no haba nada salvaje ni inmodesto, expresaba serenidad y dominio de s misma, se notaba un aire melanclico y como temeroso; su porte no era precisamente el de una seora, pero ta mpoco el de las ms humildes de la sociedad. Su voz, aunque la haba odo poco, tena fl exiones extraamente reposadas y mecnicas, a la vez que la diccin era notablemente a presurada. Llevaba en la mano un pequeo bolso, y tanto ste como sus ropas, capota, chal y traje eran blancos y, hasta donde yo era capaz de juzgar, las telas no p arecan finas ni costosas. Era esbelta y de estatura ms que mediana, no se observab a en sus gestos nada que se pareciese a la extravagancia. Aquello fue todo lo qu e pude ver de ella entonces, a causa de la escasa luz y de mi perplejidad ante l as extraas circunstancias de nuestro encuentro. Qu clase de mujer sera aqulla, y qu ha ra sola en una carretera, pasada una hora de la medianoche? No llegaba a entender lo. De lo nico que estaba seguro era de que el ms lerdo de los hombres no hubiera pod ido interpretar en mal sentido sus intenciones al hallarme, ni siquiera consider ando la hora tan tarda y sospechosa y el lugar tan sospechoso y desrtico. Me oye usted? repiti con la misma calma y rapidez, y sin el menor signo de impacien cia o enfado . Preguntaba si este es el camino que lleva a Londres. S respond . Este es el camino que va hasta San John Wood y al Regent's Park. Perdone que haya tardado en contestarle. Me ha sorprendido su repentina aparicin, y aun a hora sigo sin comprenderla. No sospechar usted que es por algo malo, verdad?. No he hecho nada que sea malo. T uve un accidente..., y me siento desgraciada por estar aqu sola a estas horas. Por qu piensa usted que he hecho algo malo? Hablaba con una seriedad y agitacin innecesarias y retrocedi unos pasos ante m. Hi ce lo posible por tranquilizarla. Por favor, no crea que se me ha ocurrido sospechar de usted dije , no he tenido otr o deseo que serle til en lo que pueda. Lo que me choc de su aparin en el camino fue que un momento antes lo haba mirado y estaba completamente vaco. Se volvi hacia atrs y seal el lugar en que se unen los caminos de Londres y Hampste ad, que era un hueco en el seto. Le o venir contest , y me escond all para ver qu clase de hombre sera antes de arrie e a hablarle. Tuve dudas y temores hasta que pas a mi lado, y entonces hube de se guirle a hurtadillas y tocarle.

Seguirme a hurtadillas y tocarme? Por qu no me llam? Extrao, por no decir otra cosa. Puedo confiarme a usted? pregunt . No pensar usted de m lo peor porque haya sufrido u ccidente? Se call como avergonzada, cambi el bolso de una mano a la otra y suspir amargament e. La soledad y desamparo de aquella mujer me conmovan. El impulso natural de socor rerla y salvarla se impuso a la serenidad de juicio, precaucin y mundologa que hub iera demostrado un hombre mayor, ms experto y ms fro ante esta extraa emergencia. Puede confiar en m si su propsito es honesto contest . Y si le violenta confesar el mo tivo de hallarse en esta extraa situacin, no volvamos a hablar de ello. Dgame en qu puedo ayudarla y lo har si est en mi mano. Es usted muy amable y estoy muy, muy feliz de haberle encontrado. Por vez primera escuch resonar en su voz algo de ternura femenina cuando pronunc iaba estas palabras; pero en sus grandes ojos, cuya angustiosa mirada de atencin se fijaba en m con insistencia, no brillaban lgrimas. No he estado en Londres ms que una vez continu hablando an ms de prisa y no conozco e os lugares. Podra conseguir un coche o un carro o lo que fuese? Es demasiado tarde? No s. Si usted pudiera indicarme dnde encontrarlo, y fuera capaz de prometerme no intervenir en nada y dejarme marchar cundo y dnde yo quiera... Tengo en Londres u na amiga que estar encantada de recibirme, y yo no deseo otra cosa. Me lo promete? Mir con ansiedad a ambos lados de la carretera, cambi una y otra vez de mano su b olso blanco, repiti aquellas palabras: Me lo promete? y me mir largamente con tal exp resin de splica, temor y desconcierto que me sent alarmado. Qu iba yo a hacer? Se trataba de un ser humano desconocido, abandonado completame nte a mi merced e indefenso ante m, y este ser era una mujer desgraciada. Cerca n o haba ni una sola casa, ni pasaba nadie a quien yo pudiera consultar, ningn derec ho terrenal me daba el poder de mandar sobre ella, aunque hubiera sabido cmo hace rlo. Escribo estas lneas lleno de desconfianza haca m mismo, bajo las sombras de lo s acontecimientos posteriores que nublan el propio papel en que las trazo, y sig o preguntndome: Qu hubiera podido hacer entonces? Lo que hice fue tratar de ganar tiempo con preguntas. Est segura de que su amiga de Londres la recibir a estas horas de la noche? le dije. Completamente segura. Pero promtame que me dejar sola en cuanto se lo pida y que n o se entremeter en mis asuntos. Me lo promete? Al repetir por tercera vez esta pregunta se acerc a m y, con un furtivo y suave m ovimiento, puso su mano en mi pecho, una mano delgada, una mano fra (lo not cuando la apart con la ma), incluso en aquella noche bochornosa. Recordad que yo era jov en y que la mano que me toc era una mano de mujer. Me lo promete? S. Una sola palabra! La palabra tan familiar que est en los labios de todos los homb res a cada hora del da. Pobre de m, ahora, al escribirla, me estremezco! Y andando juntos dirigimos nuestros pasos hacia Londres en aquellas primeras y tranquilas horas del nuevo da, yo con aquella mujer, cuyo nombre, cuyo carcter, cuy a historia, cuyo objeto en la vida, cuya misma presencia a mi lado en aquellos m omentos eran misterios insondables para m! Crea estar soando. Era yo en verdad Walte r Hartright? Era aqul el camino para Londres, tan corriente y conocido, tan poblad o de gentes ociosas los domingos? Haba estado yo haca poco ms de una hora en el amb iente sosegado, decente y convencionalmente domstico de la casita de mi madre? Me senta demasiado aturdido, a la vez que demasiado consciente de un sentimiento de reprobacin hacia m mismo para poder hablar a mi extraa acompaante en los primeros m inutos. Y fue tambin su voz la que rompi el silencio que nos envolva. Quiero preguntarle una cosa dijo de golpe . Conoce usted mucha gente en Londres? S, muchsima. Mucha gente distinguida y aristocrtica? Haba en esta pregunta una inconfundible nota de desconfianza, y yo vacil sobre lo que deba contestar. Algunos dije despus de un momento. Muchos se par en seco, y me escrut con su mirada . Muchos hombres con el ttulo de bar Demasiado sorprendido para contestarle, interrogu yo a mi vez.

Por qu me lo pregunta?

Porque espero, en mi propio inters, que exista un barn que usted no conozca. Quiere decirme su nombre? No puedo..., no me atrevo... Pierdo la cabeza cuando le nombro. Hablaba en voz alta, casi con ferocidad, y levantando su puo cerrado, lo agit con vehemencia; luego se domin repentinamente, y dijo en voz baja, casi en un susurr o: Dgame a quines de ellos conoce usted. No poda negarme a satisfacerla en una pequeez como aqulla y le dije tres nombres. Dos eran de padres de mis alumnas, y otro, el de un soltern que me llev una vez de viaje en su yate para que le hiciese unos dibujos. Ah, no le conoce a l! dijo con un suspiro de alivio. Es usted tambin aristcrata? Nada de eso. No soy ms que un profesor de dibujo. Cuando le di esta respuesta, quiz con alguna amargura, agarr mi brazo con la brus quedad que caracterizaba todos sus movimientos. No es un aristcrata! se repiti a s misma . Gracias a Dios, puedo confiar en l! Hasta aquel momento haba logrado dominar mi curiosidad por consideracin a mi acom paante, pero ahora no pude contenerme. Me parece que tiene usted graves razones contra algn aristcrata, le dije me parece q ue el barn a quien no quiere nombrar le ha causado un agravio. Es por so por lo que se halla aqu a estas horas? No me pregunte, no me haga hablar de ello contest . No me siento con fuerzas ahora. Me han maltratado mucho y me han ofendido mucho. Le quedara muy agradecida si va ms de prisa, y no me habla. Slo deseo tranquilizarme, si es que puedo. Seguimos adelante con paso rgido, y durante ms de media hora no nos dijimos una s ola palabra. De cuando en cuando, como tena prohibido seguir con mis preguntas, y o lanzaba una furtiva mirada a su rostro, su expresin no se alteraba: los labios apretados, la frente ceuda, los ojos miraban de frente, ansiosos pero ausentes. H abamos llegado ya a las primeras casas y estbamos cerca del nuevo colegio de Wesle yan, cuando la tensin desapareci de su rostro y me habl de nuevo. Vive usted en Londres? dijo. S Pero al contestarle pens que quiz tuviese intencin de acudir a m para que la aconse jase o ayudase y me sent obligado a evitarle desencantos, advirtindole que pronto saldra de viaje. As que aad: Pero maana me voy de Londres por algn tiempo. Me marcho al campo. Dnde? pregunt . Al Norte o al Sur? Al Norte, a Cumberland. Cumberland! repiti con ternura . Ah! Cunto me gustara ir all tambin! Hace tiempo f liz all. Trat de nuevo de levantar el velo que se tenda entre aquella mujer y yo. Quiz ha nacido usted en la hermosa comarca del Lago. No contest . Nac en Hampshire, pero durante un tiempo fui a la escuela en Cumberland. Lagos? No recuerdo ningn lago. Lo que me gustara ver es el pueblo de Limmeridge y la mansin de Limmeridge. Entonces me toc a mi detenerme, de golpe. Mi curiosidad estaba ya excitada y la mencin casual que mi extraa acompaante haca de la residencia del seor Fairlie me dej a tnito. Ha gritado alguien? pregunt, mirando temerosa hacia todas partes en el instante en que me detuve. No, no. Es que me ha sorprendido el nombre de Limmeridge, porque hace pocos das h e odo hablar de l a unas personas de Cumberland. Ah! pero son pocas las personas que yo conozco. La seora Fairlie ha muerto, su mar ido tambin, y su hija se habr casado y se habr marchado de all. No s quin vivir ahora n Limmeridge. Si all vive todava alguien con ese nombre, slo s que le querra por amor a la seora Fairlie. Pareci como si fuera a aadir algo ms; pero mientras hablaba habamos llegado a la ba rrera de portazgo al final de la avenida Avenue Roas, y entonces, atenazando su ma no alrededor de mi brazo, mir con recelo la verja que tenamos delante y pregunt:

Est mirando el guarda del portazgo? No estaba mirando y no haba nadie ms alrededor cuando pasamos la verja; pero la l uz de gas y las casas parecan inquietarla, llenndola de impaciencia. Ya estaremos en Londres dijo . Ve usted algn coche que pudiese alquilar? Estoy cansa da y tengo miedo. Quisiera meterme dentro y que me conduzca lejos de aqu. Le contest que tendramos que andar algo ms hasta llegar a una parada de coches a n o ser que tuvisemos la suerte de tropezar con alguno libre; luego pretend seguir c on el tema de Cumberland. Fue intil. El deseo de meterse en un coche y marcharse se haba apoderado de su mente. Era incapaz de pensar ni hablar de otra cosa. Apenas habramos andado la tercera parte de Avenue Roas cuando vi que un coche de a lquiler se paraba a una manzana de nosotros ante una casa situada en la acera de enfrente; baj un seor que desapareci en seguida por la puerta del jardn. Detuve al cochero cuando ya se suba al pescante. Al cruzar el camino, era tal la impacienci a de mi compaera que me hizo atraversarlo corriendo. Es muy tarde dijo tengo tanta prisa slo porque es muy tarde. Slo puedo llevarle, seor, si va hacia Tottenham Court dijo el cochero con correccin cuando yo abr la portezuela . Mi caballo est muerto de fatiga, y no llegar muy lejos si no lo llevo directamente al establo. S, s. Me conviene. Voy hacia all, voy hacia all . Habl ella jadeando de angustia; y se precipit al interior del coche. Me asegur, antes de dejarla entrar, de que el hombre no estaba borracho. Cuando ella estaba ya sentada la quise convencer de que me permitiese acompaarla hasta e l lugar adonde se diriga, para su mayor seguridad. No, no, no dijo con vehemencia ahora estoy a salvo y soy muy feliz. Si es usted un caballero, recuerde su promesa. Djele que siga hasta que yo le detenga. Gracias, gracias, mil gracias! Mi mano segua aguantando la portezuela. La cogi entre las suyas, la bes y la empuj fuera. En aquel mismo instante el coche se puso en marcha; di unos pasos detrs de l con la vaga idea de detenerlo, sin saber bien por qu, dudaba por miedo a asusta rla y disgustarla, llam al fin pero no lo bastante alto como para que me oyese el cochero. El ruido de las ruedas se fue desvaneciendo en la distancia; el coche se perdi en las negras sombras del camino, y la mujer de blanco haba desaparecido. Pasaron diez minutos o ms. Yo continuaba en el mismo sitio; daba mecnicamente uno s pasos hacia delante, volva a pararme, confuso. Hubo un momento en que me sorpre nd dudando de la realidad de la aventura; luego me encontr desconcertado y desolad o por la sensacin desagradable de haber cometido un error, la cual, sin embargo, no resolva mi incertidumbre acerca de lo que poda haber sido el proceder correcto. No saba adnde iba ni qu deba hacer ahora del barullo de mis pensamientos, cuando de pronto recobr mis sentidos tendra que decir despert , al or el ruido de unas ruedas qu e su aproximaban rpidamente por detrs. Me hallaba en la parte oscura del camino, a la sombra frondosa de los rboles de un jardn, cuando me detuve para mirar a mi alrededor. Del lado opuesto y mejor il uminado, cerca de donde estaba, vena un polica en direccin al Regent's Park. Un coche pas a mi lado; era un cabriol descubierto; en l iban dos hombres. Para! grit uno de ellos . Aqu hay un polica. Vamos a preguntarle. El coche par en seco, a pocos pasos del sombro lugar en que yo estaba. Polica! llam el que haba hablado primero . Ha visto usted pasar por aqu una mujer? Qu mujer, seor? Una mujer con un traje lila plido... No, no interrumpi el otro hombre . Las ropas que le dimos nosotros las ha dejado sob re la cama. Debe de haberse escapado con las que ella llevaba cuando lleg. Vesta d e blanco, agente. Una mujer vestida de blanco. No la he visto, seor. Si usted o alguno de sus hombres encuentran a esa mujer, detnganla y envenla muy v igilada a estas seas. Pago todos los gastos y doy una buena recompensa. El polica mir la tarjeta que le entregaban. Por qu hemos de detenerla? Qu ha hecho, seor? Qu ha hecho! Se ha escapado de mi Sanatorio. No lo olvide, una mujer de blanco. Ad elante.

IV

Se ha escapado de mi Sanatorio! Si he de confesar la verdad, todo el horror de estas palabras no cay sobre m como una revelacin. Algunas de las extraas preguntas que me hizo la mujer de blanco, d espus de mi irreflexiva promesa de dejarle hacer lo que quisiera, me hicieron pen sar que tena un natural inconstante y revoltoso o que algn reciente choque nervios o haba perturbado el equilibrio de sus facultades. Pero la idea de una locura tot al, que todos nosotros asaciamos con la palabra sanatorio, puedo declarar con to da honradez que no se me haba ocurrido nunca tratndose de aquella mujer. No haba ob servado nada en su modo de hablar ni de actuar que justificara semejante cosa; y aun con lo que haba sabido por las palabras que intercambi el desconocido con el polica, no vea en ella nada que las justificase. Qu haba hecho yo? Ayudar a escapar de la ms horrible de las prisiones a una de sus vc timas, o lanzar al inmenso mundo de Londres una criatura desventurada cuando mi deber, como el de cualquier otro hombre, era vigilar piadosamente sus actos? Me dio vrtigo cuando se me ocurri la pregunta y sent remordimientos por plantermela dem asiado tarde. En el estado de inquietud en que me hallaba era intil pensar en acostarme cuando al fin llegu a mi habitacin de Clement's Inn. No me faltaba mucho para salir cami no a Cumberland. Me sent y trat primero de dibujar y luego de leer, pero la dama d e blanco se interpona entre m y mi lpiz, entre m y mi libro. Le habra sucedido alguna desgracia a aquella desamparada criatura? Este fue mi primer pensamiento, aunque mi egosmo me impidi proseguir con l. Siguieron otros cuya consideracin me resultaba menos dolorosa. Dnde haba parado el coche? Qu habra sido de ella a esas horas? La hab n encontrado y llevado consigo los hombres del cabriol? O: Sera an capaz de controla r sus actos? Seguamos nosotros dos unos caminos separados que nos llevaban hacia u n mismo punto del futuro misterioso, donde volveramos a encontrarnos? Fue para m un alivio que llegase la hora de cerrar mi puerta y de decir adis a la s ocupaciones de Londres, a los alumnos de Londres y a los amigos de Londres y d e ponerme de nuevo en camino hacia nuevos intereses y hacia una vida nueva. Hast a el alboroto y la confusin de la estacin que tanto me aturdan y fatigaban en otras ocasiones me animaron y reconfortaron. Siguiendo las instrucciones recibidas me dirig a Carlisle, donde deba tomar un tr en de enlace que me llevase hasta la costa. Para empezar el relato de mis infort unios, el primer percance ocurri cuando la locomotora tuvo una avera entre Lancast er y Carlisle. A causa del retraso ocasionado por este accidente perd el tren de enlace que deba coger a la hora justa de llegar a la estacin. Tuve que esperar var ias horas; as cuando el prximo tren me dej en la estacin ms cercana a la casa de Limm eridge, eran ms de las diez y la noche tan oscura que apenas pude encontrar el co checillo que me aguardaba por orden del seor Fairlie, El cochero, visiblemente irritado por mi retraso, se encontraba en ese estado d e enfurruamiento intachablemente respetuoso que slo se da entre criados ingleses. Emprendimos nuestro viaje en la oscuridad, lentamente y en absoluto silencio. Lo s caminos eran malos y la lobreguez cerrada de la noche haca an ms difcil avanzar co n rapidez por aquel terreno. Segn marcaba mi reloj, haba pasado casi hora y media desde que dejamos la estacin cuando o el rumor del mar en la lejana y el blando cru jir de la grava bajo las ruedas. Habamos atravesado un portn antes de entrar en el camino de grava, y pasamos por otro antes de pararnos delante de la casa. Me re cibi un criado majestuoso que me inform que los seores estaban ya descansando y me condujo a una espaciosa estancia de techos altos donde me esperaba la cena, tris temente olvidada sobre un extremo de la inhspita desnudez de la mesa de caoba. Estaba demasiado cansado y desanimado para comer y beber mucho, sobre todo teni endo delante a aquel majestuoso criado que me serva con el mismo esmero que si a la casa hubieran llegado varios invitados a una cena de gala y no un hombre solo . En quince mmutos qued dispuesto para ir a mi cuarto. El majestuoso criado me gu i hacia una habitacin elegantemente decorada y dijo: El desayuno es a las nueve, seo r, mir a su alrededor para asegurarse de que todo estaba en orden, y desapareci sil

enciosamente. Cules sern mis sueos esta noche? me pregunt, apagando la vela . La mujer de blanco? sconocidos moradores de la mansin de Cumberland? Era una sensacin extraa la de dormi r en una casa, como un amigo de la familia, y no conocer a uno solo de sus ocupa ntes ni siquiera de vista!. V

Cuando me levant a la maana siguiente y abr las persianas, ante m se extenda gozosam ente el mar iluminado por el sol generoso de agosto y la lejana costa de Escocia rozaba el horizonte con rayas de azul diludo. Este espectculo era tan sorprendente y de tal novedad para m, despus de mi extenua nte experiencia del paisaje londinense compuesto de ladrillo y estuco, que me se nt irrumpir en una vida nueva y en un orden nuevo de pensamientos en el mismo mom ento de verlo. Se me impona una sensacin imprecisa de haberme desligado sbitamente del pasado, sin haber alcanzado una visin ms clara del presente o del porvenir. Lo s sucesos de no haca ms de unos das se borraron de mi recuerdo, como si hubieran oc urrido muchos meses atrs. El excntrico relato de Pesca sobre los procedimientos qu e utiliz para conseguirme mi nuevo empleo, la despedida de mi madre y mi hermana, hasta la misteriosa aventura que me sucedi al volver aquella noche a casa desde Hampstead, de pronto todo pareca haber acontecido en cierta poca lejana de mi exis tencia. Y aunque la dama de blanco segua ocupando mi pensamiento, su imagen se ha ba vuelto ya deslucida y empaada. Poco antes de las nueve sal de mi habitacin. El majestuoso criado del da anterior que me recibi a mi llegada me encontr vagando por los pasillos y me gui compasivame nte hasta el comedor. Lo primero que vi cuando el sirviente abri la puerta fue la mesa ya dispuesta pa ra el desayuno, situada en el centro de una larga estancia llena de ventanas. Mi mirada cay sobre la ms alejada y vi junto a ella a una dama que me daba la espald a. Desde el primer momento que mis ojos ia vieron qued admirado por la inslita bel leza de su silueta y la gracia natural de su porte. Era alta, pero no demasiado; las lneas de su cuerpo eran suaves y esculturales, pero no era gorda; su cabeza se ergua sobre sus hombros con serena firmeza; sus senos eran la perfeccin misma p ara los ojos de un hombre, pues aparecan donde se esperaba verlos y su redondez e ra la esperada, ostensible, y deliciosamente no estaban deformados por un cors. L a dama no advirti mi presencia, y me permit durante algunos minutos quedarme admirn dola, hasta que yo mismo hice un movimiento con la silla como la manera ms discre ta de llamar su atencin. Entonces se volvi hacia m con rapidez. La natural eleganci a de sus movimientos que pude observar cuando se dirigi hacia m desde el fondo de la habitacin me llen de impaciencia por contemplar de cerca su rostro. Se apart de la ventana y me dije: Es morena. Avanz unos pasos y me dije: Es joven. Se acerc ms, y ntonces me dije con una sorpresa que no soy capaz de describir: Es fea!. Nunca qued tan desmentida la antigua mxima de que la Naturaleza no yerra, nunca n i de manera ms decisiva quedaban desmentidas las promesas de hermosura como lo er an para m ante aquella cabeza que coronaba un cuerpo escultural. Su tez era moren a y la sombra de su labio superior bien poda calificarse de bigote; la boca, de ln eas firmes, era grande y varonil; los ojos, castaos y saltones, con mirada resuel ta y penetrante; los cabellos, espesos, negros como el bano, enmarcaban una frent e asombrosamente baja. Su expresin serena, sincera e inteligente careca al menos cuando callaba de las dul zura y suavidad femeninas, sin las cuales la belleza de la mujer ms apuesta parec e incompleta. Al contemplar aquel semblante sobre aquellos hombros que un escult or hubiera ansiado por modelo, y al recrearse en la tenue gracia de sus gestos q ue reflejaban la belleza de sus miembros, para encontrarse luego con los rasgos y expresin varoniles que remataban aquel cuerpo perfecto, se experimentaba una ex traa y desagradable sensacin, parecida a la que se experimenta durante el sueo cuan do reconocemos las incongruencias y anomalas de una pesadilla, pero no podemos co nciliarlas. El seor Hartright? pregunt la dama. Su rostro se ilumin con una sonrisa y se volvi du ce y femenino en el momento en que empez a hablar.

Anoche tuvimos que acostarnos, pues perdimos la esperanza de verle, le ruego nos perdone esta aparente desatencin y permtame que me presente como una de sus discpu las. Le parece que nos demos la mano? Supongo que estar conforme, puesto que hemos de hacerlo antes o despus y por qu no hacerlo cuanto antes? Dijo estas originales palabras de bienvenida con una voz clara, sonora y de tim bre agradable, y me tendi su mano, grande pero de lneas correctsimas, con la gracia y desenvoltura propias de una mujer de cuna aristocrtica. Despus me invit a sentar me a la mesa con tanta familtaridad como si nos conociramos de muchos aos atrs y no s hubiramos citado en Limmeridge para hablar de otros tiempos. Imagino que llegar usted con nimo de pasarlo aqu lo mejor posible y sacar todo el p artido que pueda de su situacin continu la dama . Por de pronto, hoy ha de contentars e usted con mi nica compaa para el desayuno. Mi hermana no baja an porque tiene una de esas enfermedades, tan caractersticas en las mujeres, que se llama jaqueca. Su anciana institutriz, la seora Vesey, la socorre caritativamente con su reconfort ante t. Nuestro to, el seor Fairlie, nunca nos acompaa en nuestras comidas,pues est m uy enfermo y lleva una vida de soltero en sus habitaciones. De modo que no queda en casa nadie ms que yo. Hemos tenido la visita de dos amigas que pasaron aqu uno s das, pero se fueron ayer desesperadas, y no es de extraar. Durante todo el tiemp o que dur su visita y a causa del estado de salud del seor Fairlie no pudimos ofre cerles la compaa de un ser humano de sexo masculino para poder charlar, bailar y f lirtear. En consecuencia no hacamos ms que pelearnos, principalmente a las horas d e cenar. Cmo cree usted que cuatro mujeres pueden cenarjuntas todos los das sin reir ? Las mujeres somos tan tontas que no sabemos entretenernos solas durante las co midas. Ya ve usted que no tengo muy buena opinin de mi propio sexo, seor Hartright ... Qu prefiere usted, t o caf?... Ninguna mujer tiene una gran opinin de las dems, pe ro hay muy pocas que lo confiesen con franqueza como lo hago yo. Dios mo!... Con q u asombro me est mirando. Por qu? Le preocupa si le van a dar algo ms para desayunar o le extraa mi sinceridad? En el primer caso, le aconsejo como amiga que no se ocu pe de este jamn fro que tiene delante y que espere a que le traigan la tortilla, y en el segundo, le voy a servir un poco de t para serenarle y har cuanto puede hac er una mujer (que por cierto es bien poco) para callarme. Me alarg una taza de t, rindose con regocijo. La fluidez de su charla y la animada familiaridad con que trataba a una persona totalmente extraa para ella, iban aco mpaadas de una soltura y de una innata confianza en s misma y en su situacin que le hubieran asegurado el respeto del hombre ms audaz. Siendo imposible mantenerse f ormal y reservado con ella, era ms imposible an el tomarse la menor libertad, ni s iquiera en el pensamiento. Me di cuenta de ello instintivamente, aun cuando me s enta contagiado de su buen humor y su alegra, aun cuando procuraba contestarle en su mismo estilo, sincero y cordial. S, s dijo, cuando le ofrec la nica explicacin de mi asombro que se me ocurra , compr Es usted un completo extrao en esta casa y le sorprende que le hable de sus dign os habitantes con esta familiaridad. Es natural. Deba haber pensado en ello. Sea como fuere, todava puede arreglarse. Supongamos que empiezo por m misma para acaba r lo antes posible. Le parece? Me llamo Marian Halcombe. Mi madre se cas dos veces , la primera con el seor Halcombe, que fue mi padre y la segunda con el seor Fairl ie, padre de mi hermanastra; y soy tan imprecisa como suelen serlo las mujeres, al llamar al seor Fairlie mi to y a la srta. Fairlie mi hermana. Salvo en que las dos somos hurfanas, mi hermanastra y yo somos completamente distintas. Mi padre e ra pobre y el suyo muy rico; por tanto, yo no tengo nada de nada y ella una fort una; yo morena y fea y ella rubia y bonita. Todo el mundo me tacha de rara y ant iptica (con perfecta justicia) y a ella todos la consideran dulce y encantadora ( con ms justicia an). En suma, ella es un ngel, y yo... Pruebe usted esa mermelada, seor Hartright, y termine para usted esta frase... Qu voy a decirle ahora respecto del seor Fairlie? La verdad es que no lo s, y como probablemente le llamar en cuant o desayune, usted mismo podr juzgarle. Mientras tanto, le adelantar que es el herm ano menor del difunto seor Fairlie, que es soltero, que es el tutor de su sobrina . Y como yo no quisiera vivir lejos de ella y ella no puede vivir sin m, sta es la razn de que yo viva en Limmeridge. Mi hermana y yo nos adoramos mutuamente, lo c ual comprendo que le parecer a usted inexplicable teniendo en cuenta las circunst ancias que nos rodean, pero es as. De manera que o nos resulta usted agradable a

las dos o a ninguna, y lo que es an ms penoso, que tiene usted que contentarse con nuestra nica compaa por todo entretenimiento. La seora Vesey es excelente y est dota da de todas las virtudes imaginables, que no le sirven de nada, y el seor Fairlie est demasiado delicado para poder ser una compaa para nadie. Yo no s lo que le pasa , ni los mdicos lo saben, ni l mismo lo sabe. Todas decimos que son los nervios, a unque ninguna sabemos por qu lo decimos. De todos modos le aconsejo que le siga e n sus manas inocentes cuando le vea luego. Ganar su corazn si admira sus coleccione s de monedas, de grabados y acuarelas. Le doy mi palabra de que, si la vida de c ampo le satisface, no veo motivo para que su estancia aqu le desagrade. Desde el desayuno al almuerzo estar ocupado con los dibujos del seor Fairlie. Despus del alm uerzo, mi hermana y yo cargaremos con nuestras cajas de pintura y nos dedicaremo s a hacer malas copias de la Naturaleza bajo su direccin. El dibujo es el entrete nimiento favorito de mi hermana, no el mo. Las mujeres no podemos dibujar. Nuestr a mente es demasiado verstil y nuestros ojos son demasiado desatentos. Pero no im porta, a mi hermana le gusta, as que yo derrocho pintura y estropeo papel por su gusto y con la misma tranquilidad que cualquier otra inglesa. En cuanto a las ve ladas, espero que podamos pasarlas lo mejor posible. La seorita Fairlie toca muy bien el piano. Yo, pobrecita, no soy capaz de distinguir una nota de la otra, pe ro puedo jugar con usted una partida de ajedrez, de chaquete, de cart y, teniendo en cuenta mis inevitables desventajas por ser mujer, hasta de billar. Qu le parece este programa? Podr gustarle nuestra vida tranquila y montona? O se sentir inquieto en esta aburrida atmsfera y ansiar en secreto variedad y aventuras? Me solt esta parrafada con la gracia burlona que la caracterizaba y sin ms interr upciones por mi parte que las frases indispensables a que me obliga la cortesa el emental. Pero la expresin empleada en su ltima pregunta, mejor dicho, una sola pal abra, aventuras que pronunci sin nfasis, trajo a mi imaginacin mi encuentro con la mu jer de blanco, y sent la necesidad de conocer en seguida la relacin que, segn las p alabras de la desconocida acerca de la seora Fairlie, haba existido entre la antig ua duea de Limmeridge y la annima fugitiva del Sanatorio. Aunque yo fuera el ms inquieto de los hombres dije mi sed de aventuras est aplacada por algn tiempo. La misma noche, antes de llegar a esta casa, tuve una y le asegu ro, seorita Halcombe, que el asombro y excitacin que me produjo me durarn todo el t iempo que habite en Cumberland y quiz mucho despus. No me diga, seor Hartright! Podra contrmela? Tiene usted perfecto derecho a saberlo. La protagonista de esta aventura me es a bsolutamente desconocida y puede que tambin lo sea para usted; pero en su convers acin, nombr a la difunta seora Fairlie con el ms sincero cario y gratitud. Nombr a mi madre! Me interesa todo esto de un modo indecible, le suplico que lo cu ente. Entonces le relat mi encuentro con la mujer de blanco, tal y como me haba sucedid o, y le repet palabra por palabra lo que me dijo con referencia a la seora Fairlie en Limmeridge. Los ojos brillantes y resueltos de la seorita Halcombe estuvieron fijos en los mo s todo el tiempo que dur mi relato. Su semblante reflejaba el asombro, el inters ms vivo, pero nada ms. Era evidente que ella, como yo, no tena la menor idea de cul p oda ser la clave del misterio. Est usted completamente seguro de que ella se refera a mi madre? pregunt. Completamente repuse . Sea quien fuere la mujer, ha estado alguna vez en la escuela del pueblo de Limmeridge; la seora Fairlie la trat con el mayor cario y ella lo re cuerda con agradecimiento y siente un afectuoso inters por todos los miembros de su familia que le sobreviven. Ella saba que la seora Fairlie y su marido haban muer to y me hablaba de la seorita como si ambas se hubieran conocido de nias. Me parece que usted ha dicho que ella neg que fuese de aqu, verdad? S, me dijo que vena de Hampshire. Y no consigui que le dijera su nombre? No. Qu extrao. Yo creo que obr muy bien, seor Hartright, al dejar en libertad a la pobre criatura, pues delante de usted no hizo nada que probase que no mereca disfrutar la. Pero deseara que se hubiera mostrado ms insistente en saber su nombre. Sea com o sea tenemos que aclarar este misterio. Hara usted mejor en no hablar an de ello

con el seor Fairlie ni con mi hermana. Estoy segura de que los dos ignoran tanto como yo quin puede ser aquella mujer y qu relacin tiene con nosotros. Son ambos, au nque cada uno a su manera, muy sensibles y nerviosos, y slo conseguira usted alarm ar a uno e inquietar a la otra, sin sacar nada en limpio. En cuanto a m, estoy mu erta de curiosidad y voy a dedicar desde ahora todas mis energas al esclarecimien to del asunto. Cuando mi madre vino aqu despus de su segundo matrimonio, es cierto que fund la escuela del pueblo tal y como se halla ahora. Pero todos los maestro s de entonces han muerto y no podemos esperar ninguna luz por ese lado. Lo nico q ue se me ocurre es... La entrada de un criado diciendo que el seor Fairlie tendra mucho gusto en verme cuando hubiese desayunado, interrumpi nuestra conversacin. Espere usted en el hall contest por m la seorita Halcombe con un estilo rpido y autor itario . El seor Hartright ir en seguida... Le iba a decir continu dirigindose a m que hermana y yo poseemos una gran coleccin de cartas de nuestra madre, dirigidas a mi padre y al suyo. Como esta maana no tengo otra cosa que hacer, voy a dedicarme a revisar todas las que mi madre escribi al seor Fairlie. A l le encantaba Londres y se pasaba la vida fuera de esta casa y, cuando l estaba ausente, ella tena la c ostumbre de contarle todo lo que suceda en Limmeridge. Sus cartas estn llenas de n oticias de la escuela en la que tanto entusiasmo haba puesto, y estoy segura de q ue cuando nos volvamos a ver a la hora del almuerzo habr descubierto algn indicio. El almuerzo es a las dos, seor Hartright, y entonces tendr el gusto de presentarl e a mi hermana. Durante la tarde daremos una vuelta por los alrededores para ens earle a usted nuestros rincones favoritos. As que hasta luego, a las dos nos verem os, Me salud con una graciosa inclinacin, tan espontnea y natural como todo lo que haca y deca, y desapareci por una puerta que haba al fondo de la habitacin. En cuanto se fue sal al hall y segu al criado, para comparecer por vez primera ante el seor Fai rlie. VI Volv a subir la escalera, guiado por mi acompaante que me condujo hasta un pasill o en el que estaba el cuarto en que yo haba dormido la noche anterior, y abriendo la puerta siguiente me dijo que entrase. Tengo orden del seor de ensearle a usted su estudio particular y preguntarle si es t conforme con su ubicacin y si hay suficiente luz. Muy exigente hubiera tenido yo que ser si no hubiese quedado satisfecho del cua rto y de su decoracin. El delicioso panorama que se contemplaba desde el ventanil lo era el mismo que haba admirado aquella maana desde mi dormitorio. Los muebles e ran una maravilla de belleza y lujo; la mesa, colocada en el centro, estaba llen a de libros exquisitamente encuadernados y en ella luca un elegante juego para es cribir y hermosas flores; cerca de la ventana haba otra mesa con todo lo necesari o para pintar a la acuarela y dibujar, y cerca de aqulla tambin, un caballete pequ eo que poda plegarse o extenderse. Las paredes estaban cubiertas con alegres telas de colores, y el suelo con esteras de la India, rojas y amarillas. Era el salon cito ms atractivo y lujoso que haba visto en mi vida. El ceremonioso criado estaba excesivamente aleccionado para dejar traslucir la menor satisfaccin. Se inclin con fra deferencia cuando agot el caudal de mis alabanz as y silenciosamente abri la puerta ante m para que volviramos al pasillo. Doblamos una esquina y fuimos por otro corredor, en cuyo extremo haba unos escal ones, atravesamos un pequeo hall circular en la planta superior y nos detuvimos a nte una puerta forrada de pao oscuro. El criado la abri y nos encontramos frente a dos cortinas de seda verde plido. Levant una de ellas sin hacer ruido, y pronunci quedamente: El seor Hartright. Y me dej. Me encontr en un saln amplio y espacioso, con un techo magnfcamente artesonado y c on una alfombra tan suave y espesa que me pareca pisar terciopelo. Una parte del cuarto estaba ocupada por una larga librera de una madera extraa muy trabajada y d

esconocida por completo para m. No tendra ms de seis pies de altura, y en la parte superior se vean varias figuras de mrmol colocadas a la misma distancia unas de ot ras. En el lado opuesto haba dos bargueos antiguos; en medio, encima de ellos, col gaba un cuadro de la Virgen y el Nio protegido por un cristal y con el nombre de Rafael escrito en una tablilla dorada colocada debajo. A mi derecha y a mi izqui erda haba chiffoniers y aparadores de marquetera y con incrustaciones, llenos de f iguras de porcelana de Dresden, vasos raros, adornos de marfil, frusleras y curio sidades salpicadas de piedras preciosas, plata y oro. Al fondo del saln, frente a l lugar en que yo estaba, las ventanas se hallaban medio cubiertas y la luz de s ol, tamizada con grandes persianas del mismo tono verde que las cortinas de la p uerta, resultaba deliciosamente suave, misteriosa y tenue, iluminando todos los muebles y objetos con la misma intensidad, contribuyendo a que el profundo silen cio y el tono de recogimiento que reinaban en aquel lugar fuesen ms pronunciados, envolviendo en una tranquila atmsfera la figura solitaria del amo de la casa, el cual descansaba con un gesto de indiferencia en una gran butaca, en uno de cuyo s brazos haba un atril para leer y en el otro una mesita. Si pudiera conocerse por las apariencias exteriores de lo cual yo dudo mucho la e dad de un hombre que acaba de salir de su tocador y ha pasado ya de los cuarenta , la del seor Fairlie, cuando le vi por vez primera, podria calcularse entre cinc uenta y sesenta aos. Su cara, cuidadosamente afeitada, era delgada, de palidez tr ansparente y con expresin de cansancio, aunque sin arrugas, la nariz fina y aguil ea; los ojos grandes, saltones y de un apagado gris azulado, tenan enrojecidos los prpados; el cabello escaso, suave en apariencia y de ese tono rubio ceniciento q ue se confunde con las canas. Vesta una levita oscura, de una tela mucho ms fina q ue el pao, y pantalones y chaleco de inmaculada blancura. Los pies, casi afeminad os por su pequeez, calzaban calcetines de color marrn y zapatillas parecidas a las de mujer, de piel rojiza. En sus manos blancas y delicadas brillaban dos sortij as que, incluso a mis inexpertos ojos, se me figuraron de enorme valor. Todo su aspecto daba la impresin de fragilidad, languidez veleidosa y extremo refinamient o, que si resultaba algo sorprendente y revulsivo considerado en un hombre, tamp oco parecera natural y apropiado de trasladarlo a la imagen de una mujer. Mi conv ersacin de aquella maana con la seorita Halcombe me haba predispuesto favorablemente hacia cada uno de los habitantes de la casa, pero mis simpatas se desvanecieron con la primera impresin que me produjo el seor Fairlie. Al acercarme a l me di cuenta de que se hallaba ms ocupado de lo que me pareci a p rimera vista. Colocado entre otros objetos raros y hermosos que llenaban una gra n mesa redonda que estaba junto a l, se hallaba un diminuto bargueo de bano y plata en cuyos minsculos cajones, forrados de terciopelo rojo, se vean toda clase de mo nedas de distintas formas y tamaos. Uno de estos cajones estaba sobre la mesita d e la butaca, adems de una serie de diminutos cepillos de los que se usan para lim piar las joyas, un pao de gamuza y un frasco lleno de un lquido, todo ello prepara do para eliminar con variados procedimientos cualquier impureza accidental que s e dejase observar en algunas de las monedas. Sus frgiles y blancos dedos juguetea ban como al desgaire con una cosa que a mis ignorantes ojos se me antoj una medal la de peltre sucia y con los bordes desiguales cuando me acerqu a l y me detuve a respetuosa distancia de su butaca para saludarle con una inclinacin. Tengo mucho gusto en verle a usted en Limmeridge, seor Hartright me dijo una voz e ntre quejumbrosa y gruona, cuyo sonido no resultaba ms agradable por combinar un t ono chilln con una somnolente y lnguida diccin . Le ruego se siente. Y por favor, no se tome la molestia de mover la silla. Dado el estado precario de mis nervios el menor ruido me resulta extremadamente doloroso. Ha visto usted su estudio? Le ser vir? Ahora mismo vengo de verlo, seor Fairlie, y puedo asegurarle... Me cort a media frase, cerrando los ojos y extendiendo su blanca mano en gesto de splica. Sobresaltado, me call, y la voz gruona me honr con esta explicacin: Le ruego que me disculpe. Pero podra usted dominar su voz para hablar en un tono ms bajo? Dado el estado precario de mis nervios cualquier sonido fuerte es para m u na tortura indecible. Sabr disculpar a un pobre enfermo? Slo le digo lo que el lame ntable estado de mi salud me obliga a decir a todo el mundo. As es. De veras le gu sta el cuarto?...

No poda haber deseado nada ms bonito ni ms cmodo contest, bajando la voz y empezando descubrir que la exagerada afectacin del seor Fairlie y los destrozados nervios d el seor Fairlie eran una misma cosa. Me alegro. Aqu podr comprobar, seor Hartright, que se reconocern sus mritos en lo que valen. En esta casa no existe ese horrible y salvaje prejuicio ingls respecto a la situacin social de un artista. He pasado tantos aos en el extranjero que he cam biado completamente mi piel insular en lo que se refiere a esta opinin. Ya me gus tara poder afirmar lo mismo de la nobleza palabra detestable, pero creo que es la que tengo que emplear , de la nobleza de estos alrededores. Son unos pobres brbaros ante el Arte, seor Hartrigt. Son gente, se lo puedo asegurar, que hubieran queda do boquiabiertos de asombro si hubiesen visto a Carlos V recoger con sus manos l os pinceles de Tiziano. Quiere usted tener la amabilidad de poner estas monedas e n el bargueo y darme otro cajn? Dado el estado precario de mis nervios cualquier e sfuerzo es para m un trastorno indecible. As es. Gracias. Como una puesta en prctica de la liberal teora social que el seor Fairlie se haba d ignado aclararme, aquella fra demanda no pudo menos de hacerme gracia. Devolv un c ajn a su sitio y le entregu otro con toda la deferencia de que fui capaz. Inmediat amente l volvi a juguetear con sus monedas y cepillos; y al mismo tiempo que habla ba no dejaba de contemplarlas con lnguida admiracin. Mil gracias y mil perdones. Le gustan las monedas? As es. Estoy encantado de que t engamos otra aficin comn adems de nuestra inclinacin por el Arte. Y ahora hablando d e la parte pecuniaria de nuestro trato, dgame, le parece satisfactorio? Completamente satisfactorio, seor Fairlie. Me alegro. Qu ms? Ah, s! Ya me acuerdo. Hablando de su amabilidad en beneficiarme con sus conocimientos del Arte, al final de la primera semana mi administrador se e ntrevistar con usted para complacerle en todo lo que le parezca necesario. Algo ms? No le parece curioso? Tena mucho ms que decirle y parece que lo he olvidado todo. Q uiere usted tocar esa campanilla? En aquel rincn. As es. Gracias. Llam y apareci, sin hacer el menor ruido, otro criado, que pareca extranjero, con una sonrisa fija en los labios y el pelo irreprochablemente peinado, un ayuda de cmara de pies a cabeza. Louis dijo el seor Fairlie limpindose con aire soador las puntas de los dedos con un o de sus minsculos cepillos para las monedas , esta maana hice algunas anotaciones e n mis tablillas. Bsquelas. Mil perdones, seor Hartright. Me temo que se aburre con migo. Como volvi a cerrar cansadamente los ojos antes de que pudiera contestarle, y co mo, en efecto, me aburra muchsimo, permanec en silencio contemplando la Virgen con el Nio de Rafael. Mientras tanto, el criado haba salido y haba vuelto trayendo un p equeo libro con tapas de marfil. El seor Fairlie se reconfort lanzando un dbil suspi ro, abri el libro con una mano y con la otra hizo un signo a su criado de que esp erase nuevas rdenes, levantando el cepillito. S, sto es dijo, despus de consultar sus notas Louis, saca aquella carpeta... se refer a una serie de carpetas colocadas en unos estantes de caoba cerca de la ventana . No, no, la verde, en sta estn mis aguafuertes de Rembrandt, seor Hartright. Le gusta n los aguafuertes? S? Cunto me alegro de que tengamos otra aficin en comn. La carpeta de tapas rojas. Louis. Que no se te caiga! Seor Hartright, si Louis tirara esta c arpeta no tiene usted idea de la tortura que supondra para m. Estar segura sobre esa silla? Cree usted que lo estar, seor Hartright? S? Pues me alegro. Me har el favor de mirar estos grabados si de verdad cree que estn seguros. Louis, vete. Pero que b urro eres. No ves que tengo las tablillas en la mano? Crees que me gusta tenerlas? Por qu no me libras de este peso antes de que te lo diga? Mil perdones, seor Hartr ight, los criados suelen ser tan burros, no cree usted? Dgame qu le parecen los dib ujos. Proceden de una subasta y se encuentran en un estado escandaloso. Me parec i que apestaban a los dedos de los horrendos chamarileros cuando los vi la ltima v ez. Podra usted restaurarlos? Aunque mi olfato no era tan sutil como para detectar el olor de los dedos plebe yos que tanto haba ofendido las nobles narices del seor Fairlie, estaba suficiente mente educado como para apreciar en todo su valor los dibujos que tena en la mano . Casi todos ellos eran muestras realmente exquisitas de acuarelas inglesas, y d esde luego merecan mucho mejor trato que el que haban recibido en manos de su dueo

anterior. Estos dibujos dije , necesitan una limpieza y restauracin totales, y creo que merece la pena... Dispense interrumpi el seor Fairlie . Me permite que cierre los ojos mientras habla? H asta esta luz se me hace irresistible. Deca usted?... Le deca que merece la pena dedicarles todo el tiempo y el trabajo... De repente el seor Fairlie abri los ojos y con expresin de sobresalto y angustia m ir hacia la ventana. Le suplico me perdone murmur dbilmente , pero creo haber odo gritos de chiquillos en e l jardn. En mi jardn particular! Justamente debajo de esta ventana... No lo puedo decir, seor Fairlie. No he odo nada. Le quedara muy agradecido. Ha sido usted tan indulgente con mis pobres nervios... le quedara muy agradecido si abriese usted un poquito la persiana... No deje que me d el sol; seor Hartright! Ha subido ya la persiana? Ser tan amable de mirar el jar dn y comprobar si hay alguien abajo? Cumpl aquel deseo. El jardn estaba cercado con slidas tapias. En ninguna parte de aquel sagrado recinto se vean rastros de ser humano alguno, grande o pequeo. Comun iqu aquella feliz nueva al seor Fairlie. Mil gracias. Sera una aprensin ma. Afortunadamente no hay nios en esta casa, pero lo s criados (que han nacido sin sistema nervioso) son capaces de traer a los del p ueblo. Son tan necios, Dios mo si lo son! Se lo confesar, seor Hartright? Estoy desea ndo que haya una reforma en la constitucin de los nios. Parece que la Naturaleza l os ha concebido con la nica intencin de crear mquinas que produzcan ruidos incesant es. A buen seguro que el propsito de nuestro delicioso Rafael es infinitamente pr eferible. Dijo sto sealando el cuadro de la Virgen, en cuya parte superior se vean los angel itos convencionales del arte italiano cuyas barbillas reposaban sobre redondas n ubes amarillas. Una familia absolutamente ejemplar! dijo el seor Fairlie contemplando aquellos quer ubines . Qu hermosas caritas redondas, qu hermosas alas tan ligeras..., y nada ms. Fue ra las piernas sucias que corren y se meten en todos los rincones y ni asomos de pequeos pulmones vociferantes! Cun inconmensurablemente superior a la constitucin e xistente de nios! Voy a cerrar un poco los ojos si me lo permite. Puede usted real mente restaurar los dibujos? Me alegro. Tenemos que acordar algo ms? Si es as, creo que lo he olvidado Llamaremos a Louis otra vez? Como yo tena tantas ansias como, segn pareca, el seor Fairlie por terminar aquella entrevista cuanto antes, decid suprimir la intervencin del criado y encargarme yo mismo de la deseada solucin. Me parece que lo nico que queda por tratar, seor Fairlie dije es el plan que quiere usted que siga con las seoritas para ensearles a pintar acuarela. Ah, es verdad! dijo el seor Fairlie y bien quisiera tener suficiente energa para trat ar ese punto, pero no puedo. Las mismas seoritas, que son las que van a disfrutar de sus amables servicios, deben acordarlo, decidir. Mi sobrina es una entusiast a de este arte encantador, seor Hartright. Ya tiene suficientes conocimientos par a juzgar sus propios defectos. Por favor, esmrese usted con ella. Bueno queda algo ms? No. Creo que estamos de acuerdo en todo, verdad? No tengo derecho a detenerle ms en sus deliciosas tareas. Me alegro de haber solucionado todas las cuestiones . Es un descanso haber tratado tantos asuntos. Podra usted llamar a Louis para que le lleve a su estudio esa carpeta? Si usted me lo permite la llevar yo mismo, seor Fairlie. Usted mismo? Tendr bastante fuerza? Qu delicia tener tanta fuerza! Est seguro de que la dejar caer? Me alegro de tenerlo a usted en Limmeridge, mis dolencias no me p ermiten esperar que pueda disfrutar mucho de su compaa. Sea amable y procure cerra r las puertas sin ruido y no deje caer la carpeta. Gracias. Cuidado con las cort inas, se lo suplico. El menor ruido de la tela se me clava como si fuera un cuch illo. Buenos das!... Cuando volvi a caer la cortina verde y cerr tras de m las dos puertas forradas de pao me detuve un momento en el hall circular y dej escapar un largo suspiro de pla centero alivio. Al encontrarme fuera del cuarto del seor Fairlie me senta como si acabara de salir a la superficie del mar despus de haber estado sumergido en sus

profundidades. En cuanto me vi confortablemente instalado en mi agradable estudio me forj el de cidido propsito de no volverjams a dirigir mis pasos hacia las habitaciones del am o de la casa, excepto en el caso altamente improbable de que l me honrase de nuevo con la invitacin expresa de que le hiciera una visita. Una vez establecido este p lan de conducta con respecto al seor Fairlie recobr la serenidad de mi nimo que dur ante algn tiempo me haba robado mi nuevo amo con su altiva familiaridad y su corte sa insolente. El resto de la maana lo pas con cierta placidez, revis las acuarelas, ordenndolas por series, recortando sus bordes destrozados y haciendo otros prepar ativos necesarios para emprender la definitiva restauracin. Quiz hubiera podido tr abajar ms en todo ello, pero a medida que se acercaba la hora del almuerzo me iba poniendo nervioso, intranquilo e incapaz de fijar mi atencin en nada, incluso en una labor tan mecnica y simple como aqulla. Cuando a las dos baj al comedor senta cierta ansiedad. Volver a entrar en aquella parte de la casa significaba para m resolver algunas expectativas de cierta impo rtancia. Iba a conocer a la seorita Fairlie, y si la revisin de la seorita Halcombe de las cartas de su madre haba dado el resultado que esperaba, llegara tambin el m omento de aclarar el misterio de la dama de blanco. VII

Al entrar en el comedor hall a la seorita Halcombe y a una dama anciana sentadas a la mesa. Fui presentado a esta ltima, la seora Vesey, institutriz de la seorita Fairlie, a quien mi alegre compaera de desayuno me haba descrito como un ser dotado de todas l as virtudes cardinales que de nada servan. No puedo hacer ms que dar mi humilde tes timonio de la veracidad con que la seorita Halcombe haba defnido el carcter de la a nciana seora. La seora Vesey pareca personificar la compostura humana y la benevole ncia femenina. El sereno gozo de una existencia plcida se manifestaba en somnolie ntas sonrisas de su cara redonda y apacible. Hay personas que atraviesan la vida corriendo y otras que pasean. La seora Vesey se pasaba la vida sentada. Sentada en casa maana y tarde, sentada en el jardn, sentada siempre junto a la ventana cua ndo viajaba, sentada (en una silla porttil) cuando sus amigos intentaban llevarla de excursin al campo; sentada para ver alguna cosa, sentada para hablar de cualq uier asunto, sentada para contestar s o no a las preguntas ms sencillas, siempre con l a misma sonrisa serena vagando en sus labios, la misma inclinacin de cabeza repos adamente atenta y la misma colocacin dormilona y confortable de los brazos y mano s por muy distintas que fuesen las circunstancias domsticas de cada momento. Una anciana dulce, complaciente, inefablemente tranquila, inofensiva y que jams, bajo ningn pretexto, desde el momento en que naci, haba dado motivo para pensar que est aba viva de verdad. La Naturaleza tiene tantos quehaceres en este mundo y que en gendrar tal diversidad de producciones coetneas que, de cuando en cuando, debe ha llarse demasiado confusa y agitada para no equivocar los diferentes procesos que efecta a la vez. Partiendo de este punto de vista, me quedar siempre la firme con viccin de que la Naturaleza estaba absorta en la produccin de berzas cuando naci la seora Vesey, la cual hubo de sufrir las consecuencias de las preocupaciones vege tales que haban acaparado la atencin de la Madre de todos nosotros. Bueno, seora Vesey preguntaba la seorita Halcombe, que pareca an ms viva, ms perspic y ms despierta en contraste con la impasible anciana que tena a su lado , Qu quiere us ted? Una chuleta? La seora Vesey cruz las regordetas manos sobre el borde de la mesa, y dijo,